Título: Sirens V

© 2020, Lena Valenti

 

De la maquetación: 2020, Romeo Ediciones

Del diseño de la cubierta: 2020, Lorena Cabo Montero

 

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ÍNDICE

 

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Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo es lo que el maestro denomina mariposa.

"Ilusiones" (1977), Richard Bach

 

 

 

 

Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica, yo sugería la mejor de todas: La Paz.

Albert Einstein

 

 

 

 

1

 

 

 

Horus

Nueva York

 

 

 

En uno de los palacios de las mins, Delphine estaba sentada frente al tocador de su suite. Miraba su reflejo, con la actitud de alguien que sabía que se acercaba el momento de salir del nido de verdad y dejarse de ocultar tras las paredes de su casa.

Toda aquella sensación se confirmó al recibir la visita del pequeño Arthur y el líder de los khimera, Eros. Habían venido a verla y a explicarle el sueño de Arthur.

Uno donde ella era la protagonista principal y donde de ella dependía el destino y la vida de ese planeta como se conocía. Pero para ello, Delphine debía afrontar la mayor afrenta de todas: su mayor dolor.

Y no tenía ganas de hacerlo, pero comprendía que había llegado la hora de entrar en escena. Una escena para la que ella había sido creada. Para reinar, para orientar, y para hacer sucumbir a las masas.

O lo hacía ella, o lo hacía Semiasás.

Sin embargo, sola no lo conseguiría, porque Semiasás era el Indigno más poderoso, el más completo, y aunque el resto de personajes de aquella historia habían ayudado a evitar las victorias de Azaro y de Astrid, que el tercer Indigno estuviera libre, era la peor noticia de todas. Porque los dos primeros necesitaban a Semiasás para conseguir el objetivo de Graen, pero Semiasás jamás había necesitado de los otros dos para reinar. Él era el poderoso.

El peligroso.

El Conquistador.

Delphine tomó su joyero en forma de sarcófago y lo acarició con la punta de su uña perfectamente pintada de púrpura, larga y en forma redondeada.

Lo abrió mientras canturreaba la canción de Cuckoo de Adam Lambert.

I wanna lose my mind, like a maniac. And cross the line, never looking back. We´re on the loose, getting crazy. And we´ve gong cuckoo. Gonna party till they take us away. Quiero perder mi mente, como una maniaca. Quiero perder mi mente, como una maníaca. Y cruzar la línea, sin mirar atrás —dijo esta vez sin cantar.

Tomó una llave de acero y oro que había en su interior. Formaba parte de un colgante, y la hizo rodar ante sus ojos. Los ojos marrones claros de Delphine chispearon desafiantes.

—De acuerdo… —susurró. Dibujó una sonrisa en sus perfectos y sensuales labios y añadió—: Allá voy, Nefando. Cucú.

Allá iba, sí. Después de milenios que ni un humano osaría a imaginar, había llegado su momento. Uno no muy deseado, pero sí inevitable.

Delphine observó sus propios rasgos en el espejo. Su pelo rubio y rizado recogido en lo alto de la cabeza, su piel sin rastro de imperfecciones; sus ojos grandes, con forma de almendra y ligeramente rasgados hacia arriba; y el color que poseían, como un buen whisky el cual a veces podía estar bendecido por la luz del sol y otras veces, sería oscurecido por las pasiones ocultas del fuego de sus propias tinieblas.

Sí. Ella era la líder indiscutible de las mins. Creadas para asegurarse de que cualquier líder preciado debía ser versado en conocimientos sacros, y concebidas para poner a prueba la integridad de los elegidos. Nadie sabía en el fondo lo poderosa que era ella. Ella en especial. La primogénita de Isis y Min.

Tantos siglos, tantos milenios en aquel lugar, ocultando su naturaleza pero exponiéndose al juicio humano… Putas, rameras, damas de compañía, concubinas… Así las llamaban. Sin embargo, la mente humana, montada como un paquete básico, nunca comprendería lo que eran ellas en realidad. Saberlo supondría cambiar la historia y extinguir las religiones.

A las mins se les debía temer. A todas, pero a ella más.

La llave que tenía frente a sus ojos, titilaba con el reflejo de las lámparas de su suite. Aquella llave abría la caja de Pandora. La suya; de sus recuerdos, de sus miedos, y principalmente, de su dolor. Un dolor y una angustia silenciada durante milenios.

Pero no podía darle la espalda a su responsabilidad. Porque él se la legó, en común acuerdo con Isis y Min, y porque ella cumplía siempre con sus quehaceres, por lacerantes que fueran. La estilizada y elegante Min, cerró el puño para ocultar la misteriosa llave, se levantó de la silla de su tocador y decidió ponerse en marcha antes de que los recuerdos y los tormentos la acecharan, ante la cercanía del paso que iba a realizar.

Eros y Arthur habían sido muy claros. El pequeño poseía un don de adivinación que estaba sujeto a cambios siempre y cuando se dieran los pasos correctos. Arthur, hijo de una khimera y un merliano soñaba con un destino cuyos sucesos venideros afectaran a los clanes mágicos de la Tierra. Y eso implicaba a los merlianos, khimeras, mins… a la humanidad no le interesaba que ellos desapareciesen, porque eso querría decir que los dejarían a merced de Graen.

El pequeño fue muy convincente.

 

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—Sé que eres una Emperatriz —le había dicho admirándola con sus ojos dorados. Su pelo blanco estaba rasurado por un lateral, como el de un lágrima negra. Delphine entendía que había estado en contacto con el hermano de Ethan y que lo había influenciado. De hecho, lo confirmó al oír hablar al niño sobre todo lo que había sucedido desde que la Portadora y el lágrima negra llegaron a su isla. Pero además de eso, el pequeño híbrido y el líder khimera tenían que contarle lo que se aproximaba—. Sé que eres la más poderosa. Incalculablemente poderosa —recalcó con la naturalidad propia de un niño.

Hasta entonces, a Delphine solo le habían despertado curiosidad.

—¿Por qué habéis venido exactamente? —les había preguntado acogiéndolos en su alcoba.

—Porque te toca mover ficha —sentenció Eros con aquel porte dominante y sereno que lo caracterizaba.

Delphine reconocía que los khimeras eran excelsos y hermosos, de eso no cabía ninguna duda.

—¿Mover ficha? —repitió—. ¿Por qué? —inquirió mirándolos de arriba abajo—. ¿Y cómo sabéis quién soy? ¿Os han hablado de mí?

—Todo el mundo mágico conoce a las mins —respondió Eros alzando su barbilla—. Los khimeras sabemos que somos hijos y descendientes de vosotras con los Tares de Thot. Todos hemos oído hablar de ti, una leyenda viva.

—Pero no todos osan atreverse a reunirse conmigo así como así.

—Nosotros sí —aseguró Arthur—. Sales en mis sueños. Tienes que sacar a alguien de un letargo eterno…

El pequeño logró llamar toda su atención.

—Sacar a alguien de un letargo eterno… —susurró ella con una medio sonrisa—. Jamás lo hubiese dicho así. ¿Qué sabes tú sobre eso?

—No sé nada. Solo sé que sois los más poderosos de esta dimensión y que juntos sois más fuertes. Si no os unís, Semiasás y su colíder irán a por esa vara antes que tú, darán con ella y convocarán al Destructor.

—Demasiada información para alguien tan pequeño.

—Soy pequeño, pero no infantil —contestó Arthur con una dignidad envidiable—. Mi hermana Lea se ha sacrificado para que los que están luchando en favor nuestro sobrevivan y tengan una oportunidad para vencer en esta batalla contra Graen. Pero…

—Lo han resucitado —convino ella—. Siento su hedor hasta aquí. —Se tocó la punta de la nariz y los miró a ambos con gesto solemne—. Ni vuestros amigos ni los míos, entre los que se encuentran el Jinete, la Vril, el Protector y la Myst, no pueden vencer a Semiasás —Delphine negó sin más—. Y siento mucho lo de tu hermana —reconoció—, pero Semiasás es un Indigno distinto. No deben enfrentarse a él.

—Eso ya lo sé —concedió Arthur dándole la razón—. Ese atlante antiguo y corrupto tiene una energía distinta a los otros. Es… muchísimo más fuerte y oscuro —sacudió la cabeza—. Por eso hemos venido a buscarte. Porque tu intervención debe de ser crucial.

—Has aparecido en sus visiones, Min —sentenció Eros poniendo a prueba la paciencia de Delphine—. Arthur no erra en sus vaticinios. ¿Qué vas a hacer? ¿Permanecerás aquí oculta hasta que todo se destruya?

—¿Cómo dices?

—Es lo que habéis hecho siempre ¿no? Cobijadas tras los muros de vuestros Horus, jugando con las voluntades de los pobres humanos y…

—Cállate —le ordenó. Él silenció su diatriba como si le hubieran arrancado la lengua repentinamente—. Eres un mesmer —espetó Delphine mirándolo de reojo, una chispa de advertencia cruzó el abismo de sus ojos—, y descendiente de una de mis mins. Pero eso no te otorga el derecho a hablarme así —inclinó la cabeza de rizos rubios hacia un lado y Eros cayó de rodillas en el suelo, mostrándole pleitesía.

—Te dije que era poderosa —Arthur riñó a su hermano pero no hizo ningún movimiento para ayudarlo a levantarse—, que hay que hablarle con educación. Ella es mucho más antigua que el mundo, Eros.

Pero Eros no podía ni hablar. Tenía el cuello rojo y con las venas hinchadas porque intentaba luchar contra el dominio de Delphine. Pero era imposible.

—Discúlpate —impelió la diva poderosa.

—Mis disculpas —concedió Eros con los dientes apretados.

Acto seguido, la min permitió que el guapo khimera se levantara de nuevo, aunque su orgullo quedase pisoteado.

—Os diré lo que haremos —dijo Delphine sin dejar de subyugarlo—: hablaré con Morgan el Mur para que se asegure de que todos vosotros me vais a obedecer. —Se apretó el cinturón de la bata con más fuerza, alrededor de su cintura—. Os vais a reunir con Ethan y los demás, y con ayuda de la Portadora vais a entrar en Sirens, y os vais a quedar ocultos ahí hasta que arreglemos todo este desaguisado. Y tenéis que hacerlo ya, porque Semiasás es un detector de luz, y querrá erradicar de la superficie terrestre a cualquiera que pueda hacerle un poco de sombra en la consecución de sus propósitos. Astrid quiso imitarle y falló, pero él no fallará. Él es el origen de Graen, en él nació la contaminación atlante —recalcó—. Nunca habéis advertido un poder como el suyo. No tenéis nada que hacer —se dio la vuelta y se quedó pensativa, de brazos cruzados—. Dejadlo en mis manos y en las de Nefando. Remediaremos lo que no hizo bien entonces.

—¿Quién? —preguntó Eros.

Pero Delphine convino en no darle más explicaciones. Ella llamaba a Thot «Nefando», porque era insufrible, abominable, detestable, repudiable… Todos adjetivos descalificativos para ella.

—Ahora id tranquilos —movió su mano con un aleteo, sin darles más importancia—. He recibido el mensaje y actuaré en consecuencia. Pero no moveré un dedo hasta que Morgan el Mur me confirme que estáis ocultos y a buen recaudo. Os habéis esforzado para impedir que los demás Indignos tuvieran éxito en sus determinadas empresas. Pero lo que viene ahora escapa de vuestro control. Aquí afuera ya no tenéis nada que hacer. Yo me hago cargo.

 

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Esas habían sido sus últimas palabras para con Eros y Arthur. Los khimeras habían sido concebidos para proteger las entradas mágicas de la Tierra a otros mundos, y para salvaguardar todos sus secretos y objetos ancestrales. Un ejército destinado a la protección y al cobijo de la única sabiduría antigua que residía en otras civilizaciones y otros universos, sobre todo, el de los atlantes. Y habían cumplido su cometido durante milenios, haciendo justamente eso: manteniendo oculta toda esa sabiduría y todas esas puertas a ojos de los que no eran «dignos».

Pero Delphine sabía perfectamente la influencia que podía tener un ser como Semiasás, el Indigno en el que creció la primera semilla Graen, el que todo lo compelió, en todos aquellos seres que no habían sido preparados e iniciados en el conocimiento del mundo oscuro. Solo aquellos que habían pasado las pruebas, que se habían enfrentado a las sombras, eran capaces de mirar a los ojos a Semiasás sin que su alma se ennegreciera. Por eso ellas habían sido creadas, para asegurarse de que nadie que no fuera acreedor de la luz y meritorio de la verdad de los universos, obtuviera una entrada libre a todo ese poder. Y durante milenios cumplieron su labor. El suficiente como para no permitir que ningún humano o ser mágico volviese a transgredir las normas y las leyes de las esferas ancestrales. Pero todo tenía un plazo límite, y ese día se sembró cuando las vril cruzaron el umbral a Sirens guiadas por el poder telepático de un Sumi. Después Bathory y los dos humanos también hallaron la puerta a aquel reino intraterreno. Y de ahí, justamente de ahí, emergió el verdadero problema, cuando Ethan y Evia salieron de su mundo y crecieron anónimamente entre los humanos. Todo lo demás solo sería consecuencia del primer paso mencionado que desembocaría en la salida de un siren ofuscado y perdido convertido en un falso lágrima negra. ¿Cómo iba a acabar todo aquello? Era algo que desconocía. Pero entendía que habría un enfrentamiento inevitable, y que ni la naturaleza siren, ni la khimera, ni la merliana y ni mucho menos la humana, iba a poder hacer frente al eje del mal.

Ella sí. Las min sí. Y el odiado Nefando también.

Y por esa razón, en ese momento, mientras acariciaba la llave que no había podido dejar de mirar mientras se sumía en sus recuerdos, estaba decidida a viajar esa misma noche a su lugar de destino. Pero no sin antes recibir la llamada de Morgan el Mur confirmando que todos los demás estaban seguros tras los imperturbables muros de Sirens.

De nuevo, alguien golpeó a su puerta suavemente, con los nudillos. Delphine alzó la mirada y contestó:

—Adelante.

Era Zoe, acompañada de Morgan, cuyo impoluto traje de líneas rectas y color negro era una extensión más de su clan. Los mur tenían un gusto sobrio y distinguido a la hora de vestir. El viejo mur, más antiguo que el tiempo, cruzó las manos por delante de su vientre y observó a la Min complacido. Una sonrisa perenne inconsciente cruzaba sus labios; sus mejillas estaban cubiertas por pecas que en ocasiones parecían lunares; y su pelo blanco y rizado contrastaba con el color oscuro de su piel curtida, y la luz de sus ojos azules claros que habían visto ya demasiado. Pero Mur y Tiempo eran sinónimos uno del otro, así que la longevidad la llevaba bien.

—Hasta aquí, entonces —comprendió Morgan al ver la decisión en los ojos de Delphine.

—Hasta aquí —contestó ella.

—Ha sido mucho en poco tiempo. Las señales eran inequívocas.

—Sí. Lo sé —Delphine no quiso ahondar demasiado en el tema—. ¿Está el Jinete y todos los demás que han luchado con él alguna vez, ocultos y a salvo en Sirens? —esa era su máxima preocupación.

Morgan asintió con la cabeza.

—Lo están, Delphine. Merin ya los ha recibido y estarán muy pendientes de lo que suceda en el exterior. Por ahora no hay que preocuparse por ellos.

—Solo en caso de que nosotros fracasemos y Semiasás logre hacer volar por los aires todos los mundos —señaló no muy conforme.

—En ese caso… todos moriremos. Incluso nosotros.

—Sois hijos del tiempo, viejo amigo —resopló riéndose de tal conjetura—. No morís.

—Hay muchos modos de morir en vida, querida amiga. Tú lo sabes.

Delphine y él se sostuvieron la mirada, conscientes del peso de la verdad que esas palabras constataban. Morgan sabía de la historia de Delphine. Y Delphine sabía que Morgan podía estar presente en cualquier momento puntual de la historia. Que lo podría elegir a dedo. No había secretos para el Mur. Esa era la única realidad. Y por tanto, era plenamente conocedor de lo que ella había tenido que tragar durante demasiado.

—¿Estás preparada? —el Mur se estiró las mangas de la camisa blanca para que asomaran levemente por debajo de las de su americana negra—. Va a ser delicado.

—Si lo estoy o no, no me queda otra. Isis y Min me dieron el privilegio de decidir y de ser la Poderosa. Es mi responsabilidad y la razón por la que verdaderamente he estado aquí con mis mins, encerrada en esta realidad —espetó con algo de inquina—. Si cumplo con Nefando, podré conseguir mi libertad por fin y dejar toda esta existencia de espera atrás.

Morgan no parecía estar muy de acuerdo con aquella suposición, pero prefirió no insinuar nada más.

—No lo crees, ¿verdad? —no hacía falta que dijese lo que pensaba en voz alta. Delphine ya lo sabía.

—Creo que Thot…

—Nefando —lo corrigió ella.

—Creo que él tendrá algo que decir en eso.

—Yo creo que no —levantó el mentón dignamente—. Mi única deuda real es con mis creadores —señaló el techo—. Lo que él tenga que decir al respecto, me entra por un oído y me sale por el otro.

—Como sea —Morgan carraspeó con incomodidad—. Ese Indigno es un vertedero del mal. Debéis estar juntos para vencerle. Conoce tretas de todo tipo, y usó artefactos poderosos que se encargó de hacer desaparecer, de ocultar a ojos de todo ser interesado. Los irá a buscar. Sin embargo, como mins no los venceréis. Tienes la llave para despertar a un dios que lideró todo un mundo, cuyo poder y conocimiento es sublime. Él sigue sus propias reglas y directrices.

—¿No me digas? Me hablas como si le debiera algo. Es él el que está en deuda conmigo, Mur —señaló con advertencia—. No al revés. Y yo soy una diosa. Hija de dioses. Tengo tantas o más capacidades que él. Todas las mins lo somos. Sabes que podemos influir en todos los seres.

—Lo sabemos. Y tú eres la primogénita. No se nos olvida, Delphine —aseguró Morgan censurándola—. Y es misericordioso por tu parte no haber querido influenciar jamás en nosotros.

Delphine aceptó aquel agradecimiento velado. Ella podía hacer sucumbir a un Mur sin problemas, porque por ser la primera elegida de Isis y Min, tenía muchísimo más poder que el resto. Y tenía razón el lemuriano. Nunca usó su poder contra ellos. Porque los respetaba—. Pero no miento si digo que lo que más me preocupa es que tú y él os destruyáis antes de llegar a enfrentaros a Semiasás.

Delphine se encogió de hombros.

—La destrucción es una de las caras de la guerra. A veces es inevitable.

—Sí, pero espero que no olvides quiénes son los enemigos reales, Min —le aconsejó humildemente Morgan con todo el temple de los de su especie.

Delphine resopló y miró a Zoe con aburrimiento como diciéndole «qué pesado es».

—Morgan, no voy a perder el tiempo discutiendo esto. ¿Me vais a prestar vuestros servicios para movilizarme donde debo? Los vuestros son los más seguros e indetectables para Graen. Semiasás debe estar poniéndose al día y no tardará en ir a por ese maldito cetro que les falta —se cruzó de brazos apoyando todo el peso en una de sus largas y torneadas piernas.

—Por supuesto. No hacía falta que lo pidieras. Iba a prestarte mis servicios igualmente.

Delphine sonrió agradecida, alzó una ceja y dijo:

—Entonces prepárame un vuelo privado. —Se colgó la llave al cuello con la fina cadena plateada que le había puesto y añadió—: Necesito llegar cuanto antes a la Antártida.

Morgan asintió servicialmente y con una medio sonrisa satisfecha se dio media vuelta y se despidió de ella, con Zoe acompañándolo en todo momento.

Delphine iba a darse un baño rápido antes de iniciar su particular aventura.

Iba a emprender un viaje de ida para despertar a Nefando y reencontrarse con él después de milenios de soledad y retiro.

Pero como buena Min sabía que habían viajes de ida, pero la vuelta era más complicada de digerir. Y ella quería volver de allí habiendo cumplido su cometido personal, y sin dejar de ser la misma persona que era.

Thot no iba a destruirla de nuevo.

Al menos, eso esperaba.

 

 

 

2

 

 

 

Sirens

En la actualidad

 

 

 

Un atardecer de eléctricos colores cobijaba aquel aquelarre inesperado y de última hora. Se habían reunido todos alrededor de la nave Vril, la primera que llegó a Sirens, con María Orsic y Sisé a bordo. Era de conocimiento popular cómo había acabado aquella primera llegada en la historia.

Sisé se había unido a Bathory para traicionar aquel mundo oculto y mágico y a todos sus seres, que una vez fueron muchos de todas las estirpes: Myst, Mayan, Khemist y Sanaes. Y hoy, de toda aquella civilización, solo quedaban niños desamparados. Niños huérfanos a cargo del anciano atlante Merin, y de Devil y Evia, que se habían jurado que harían de la Tierra Hueca un nuevo orfanato Lostsoul para todos.

Sin embargo, los residentes de los Acantilados de Thot, que no habían perecido en el ataque genético confabulado por Azaro y Lillith y cuya mano ejecutora había sido el lágrima negra, no daban crédito a lo que veían sus ojos ni a lo que oían de la boca del mismísimo Jinete de los Uróboros, regresado para ofrecer las explicaciones de todo cuanto acontecía en el exterior.

—Fue así como sucedió —explicó Ethan con liderazgo, junto a Cora y al resto de sus amigos reencontrados y de los nuevos que le había traído el destino—. Después de la batalla bajo el pueblo pesquero, nos movilizamos para asegurarnos que bajo las ruinas de la gruta intraterrena encontrásemos el féretro de Semiasás y los cetros de poder. Sin embargo —aseguró algo taciturno—, no había ni rastro de ellos. La tumba estaba abierta, y no había huella a seguir del Indigno, ni de los bastones de poder. Morgan el Mur nos encontró y nos dijo que debíamos regresar a Sirens, dado que la batalla que se avecinaba no era para nosotros. Así que, con ayuda de la Portadora y de los Escribas, abrimos una puerta para entrar en el mundo intraterreno. Debéis estar tranquilos —intentó apaciguar los ánimos al ver las miradas de animadversión hacia Idún—. Idún ha acabado con la vida de Azaro, de Astrid y de Bathory. Él fue usado y manipulado para traer el mal a Sirens. Él desconocía lo que habían inyectado en su cuerpo —Ethan intentó defenderle ante todos—. Para cuando lo supo, ya era demasiado tarde.

—Él mató a nuestros padres —dijo un niño de enormes ojos claros y pelo largo y castaño. Un siren Mayan—. ¿Por qué le tengo que perdonar? ¿Por qué debo dejar que se quede aquí?

Merin lamentó oír esas palabras, y posó su mano sobre el hombro del pequeño para sosegar su espíritu. Pero no era el único que se sentía así. Veían a Idún y sus ojos rojos y lo relacionaban con sus padres muertos, ya no con el héroe admirado que una vez fue. ¿Y cómo podía reprocharles nada? Él mismo sentía lo sucedido con Idún, y no podía evitar relacionar el perecimiento de su especie con el rostro del hermano de Ethan. Tardaría mucho en cicatrizar esa herida. Pero ahora, tiempo era lo único que tenían allí. Tiempo para perdonar, para comprender, y para orar por la vida del exterior y la suya propia.

Nina apretó la mano de Idún, que no soltaba ni muerta, y le transmitió todo el apoyo del que fue capaz. Pero era su pareja, y sentía su dolor como propio. Y era mucho.

Y no solo ella protegía al lágrima negra; también lo hacían Eros, Arthur y Chaos. Nunca habían estado en Sirens, y claramente aquel lugar los tenía embriagados y algo sobrecogidos.

—Los sirens hemos superado diluvios y hemos sobrevivido a las adversidades, incluso a los genocidios contra los nuestros —nombró lo sucedido sin mirar a Idún—. Pero somos una especie evolucionaba y espiritual, y no podemos dejarnos llevar por las bajas energías de Graen. No aquí —sentenció Merin—. Este es un lugar sacro que no acepta siembras oscuras. Pero los sirens no somos ajenos a la oscuridad ni tampoco invulnerables. Luchamos contra las bajas vibraciones y los pensamientos poco loables, pero luchamos porque existen —aclaró dando énfasis a aquella obviedad—. No somos inmunes a ello. Y tenemos debilidades pero nos sobreponemos también. Nadie puede castigar más a Idún de lo que se castiga él mismo. Lo único que importa es que él está aquí, y que viene de la mano de la Portadora y del Jinete. Ellos son los auténticos valedores.

—Yo respondo por Idún —dijo Ethan.

—Nadie debe responder por mí —contestó el lágrima negra con aquella voz dura y solemne que hacía que a más de uno se le pusiera la piel de gallina—. Yo me entrego a Sirens para que esta tierra, los Uróboros, y los herederos de nuestra estirpe —miró a todos los pequeños— hagan conmigo lo que consideren. Estoy en vuestras manos. Decidid lo que hacer conmigo, me lo merezco.

—¿Qué demonios haces? —le preguntó Nina entre dientes—. Cierra la boca. Nadie te va a tocar un pelo negro.

—No vas a hacer nada de eso —le cortó Ethan—. Soy el líder Mayan —aclaró mirando a todos los sirens y a los que no lo eran—. Y yo digo que Idún nos ha ayudado afuera, y que de no ser por él ahora tendríamos a tres Indignos en vez de a solo uno. Si Sirens y el resto de las realidades siguen existiendo después de lo que suceda en la Tierra, será gracias a él —sentenció oteándolo de reojo.

Idún miró a su hermano con sorpresa, agradecido por esas palabras, pero no convencido de ser merecedor de tanta comprensión y compasión.

Sin embargo, cuando observó a Evia supo perfectamente que la Myst no pensaba igual. La había perdido, la había perdido como amiga, y prueba de ello había sido la bofetada que recibió de su parte nada más aterrizar en la sala de las Leyendas. Allí, Evia, Merin y Devil los esperaban pues sabían de su llegada por los mensajes de Lam y Enbi. Idún nunca olvidaría el rostro de Evia lleno de decepción, tristeza y pérdida. Le había girado la cara con una palmada con la mano abierta, con la dignidad de alguien de su porte y su posición, y la frialdad de la indiferencia más cortante.

—No sé si el tiempo puede sanar las heridas. Pero sí sé que voy a necesitar mucho para perdonarte —le había dicho ella con la voz seca y los ojos húmedos.

Pero ahora estaba en el presente. Y ahí él también tenía algo que decir.

—¿Y qué hay de las otras tierra de la Tierra Hueca? ¿Los del Cielo? ¿Las tierras de Hielo y Fuego? —quiso saber Idún—. A ellos también les compete lo que hice. ¿Saben que estoy aquí?

—Sí lo saben. Yo hablo en nombre de todos ellos —intervino el rubio Devil con aquel aire chulesco pero autoritario que había encandilado a todos los pequeños desde el principio—. Entablé alianzas con todos, y conocen lo sucedido. No harán nada que vaya en contra de mi palabra. Y aquí, como Protector —sonrió a Evia con disimulo— mi palabra es Ley.

—Es muy buen político y orador —musitó Evia orgullosa—. Entabló relaciones con ellos y creó una coalición intraterrena para luchar en nombre de nuestra Tierra y de cada uno de sus habitantes, juntos y unidos, en caso de que los Indignos y sus seres Graen logren derribar la seguridad de Sirens.

—¿Y quién queda en el exterior para defender a la Tierra entonces? —preguntó Arnold abrazando a su nieta Cora con preocupación—. Me alegra tanto verte —le reconoció en voz baja.

—Y a mí. Delphine y sus mins se quieren hacer cargo de todo —contestó Cora contra su pecho.

—Y nuestros Khimeras —señaló Eros—. Son guerreros. Lucharán por proteger todas las entradas a este mundo. O, al menos, lo intentarán. Han nacido para ello. Intenté hacer un llamado para que se reunieran conmigo, dado que nos habían advertido que no teníamos nada que hacer en esa nueva guerra que venía. Pero prefirieron quedarse para luchar en nuestro nombre.

—Y en el tuyo —señaló el lágrima negra.

—¿Por qué? —quiso saber uno de los pequeños mirando admirada a Eros.

—Porque mi hermano es el líder, es como un Rey entre los suyos. No se le está permitido entrar en ninguna batalla entre especies. Al hacerlo, pierde sus poderes —explicó Chaos.

—Conmigo no tuviste problemas en entrar en guerra —murmuró Idún con inquina recordando cómo lo mesmerizó en Isla Delfín.

—Lo tuyo no fue una guerra. Solo fue justicia —sonrió soberbio—. Y como especie yo no estaba en peligro.

Nina se interpuso entre ellos con disimulo y con solo acariciar el rostro de Idún, lo calmó e hizo desaparecer la sangre de su mirada.

—¿Y serán suficientes? —quiso saber María acompañada de sus tres inseparables Vril. Las mismas que se quedaron a su lado y que nunca la traicionaron.

—Me temo que no podremos contar con los khimeras y que pronto Morgan nos traerá al resto —intervino el anciano Merin.

—¿Por qué dices eso? —Eros no entendía nada.

—Porque con Semiasás en el exterior, nadie, ni siquiera los khimeras, puede hacer nada. Esta batalla es distinta. Muy específica. Pero tenemos una baza oculta. Y esa baza es Thot el Atlante.

Los niños dejaron ir una exclamación de sorpresa y asombro, porque aquel nombre era respetado y ensalzado por todos.

—¡Thot!

—¿Thot está vivo? ¿Thot volverá? —preguntaron emocionados.

Merin intentó aquietar los ánimos.

—Nuestras posibilidades pasan por encontrar a Thot. Él entregó el hálito de vida a todos los sirens, y después se ocultó y se enterró, y nadie conoce su paradero. Pero confío en que la Min sepa lo que tiene que hacer para hallarlo y resucitarlo. Ella es la llave. Y él tiene el último cetro de poder. Estamos en manos de…

—De Delphine —lo cortó Ethan asombrado por las revelaciones—. Y de sus mujeres. Todo depende de lo que haga la dueña del Horus. Qué increíble… —¿Quién iba a decirle a Ethan que esa amiga especial que tenía en el club más selecto de Chicago era una mujer tan influyente en esferas ancestrales y místicas? Y, por otro lado, ¿de qué se extrañaba? Su poder se presentía nada más verla.

—Yo confío en ella —dijo Devil—. Es fuerte. Es… distinta. Es…

—Una Min. La primera —sentenció Merin como si eso lo explicase todo.

—Como para no confiar… —musitó Evia con una risita: Delphine tenía el poder de hacer sucumbir a todo el mundo, fuera hombre, mujer o animal. Así, ¿quién quedaría libre de su influjo?

—¿Una Min? —preguntó Arnold esperando a recibir respuestas—. ¿Son todo… chicas?

Los ojos de Merin se achicaron y miraron al horizonte lleno de colores con gesto sabio y profundo.

—Nada, nada que tenga alma o esencia espiritual, absolutamente nada, es inmune al poder de una Min. Delphine es… capaz de cualquier cosa. Hasta la fecha, ella y sus mins se han mantenido ajenas a lo que sucedía en la Tierra. No les interesaba y no iba con ellas. Están por encima de muchas jerarquías cósmicas e intraterrenas. Sin embargo, este incidente, sí tiene que ver con ella directamente y, si la causa logra ponerla en marcha, tenemos mucho ganado, tanto aquí adentro —aseveró con firmeza— como ahí afuera.

Señaló el cielo pero dirigiéndose al exterior, donde los humanos iban a ser testigos directos de una guerra de titanes, antiguos y divinos.

Iban a ver por primera vez el verdadero poder ancestral de cerca. Mientras tanto, allí, en el interior, lo único que podían hacer era esperar y estar preparados para defender los muros de su mundo, en caso de que, al final, la resistencia externa fuera vencida, y quisieran acechar la vida interna de su realidad más secreta.

—Y si en el exterior va a haber una lucha entre Graen y la luz, ¿cómo sabremos quién resultará el vencedor? —quiso saber Chaos todavía dolida y dañada profundamente por la muerte de su hermana Lea.

—Lo sabremos por el corazón de Sirens —contestó Evia de manera ascendiente—. El corazón marca la salud de nuestro mundo y del exterior. Si deja de brillar y palpitar y se apaga, sabremos que Delphine y Thot habrán sido derrotados.

—¿Sigo sin comprender por qué os apartan? —Sorcha estaba contrariada. Ella era una guerrera, no se alejaba del campo de batalla—. ¿No sería mejor que contaran con vuestras capacidades? Cuantos más sean mejor, ¿no creéis? Así es como si los abandonásemos —parecía enfadada.

Lex asintió dándole la razón y sus ojos amarillos chispearon con orgullo al mirarla.

Merin negó con la cabeza y observó a todo aquel grupo heterogéneo de humanos híbridos, mutados genéticamente, supervivientes con dones mágicos, sirens, telépatas, khimeras… Se sintió orgulloso al pensar que habían superado todas sus diferencias y que se habían unido en pos de una buena causa. El pequeño Arthur le había mostrado sus profecías, y muchas de ellas se habían cumplido, pero otras, con el cambio de los acontecimientos, habían derivado en otros finales menos halagüeños. Poder tenerlos a todos en Sirens era apartarlos de la partida y asegurarse de que sus vidas, tan valiosas, continuaban intactas.

—Tenemos que estar unidos aquí. Como os he dicho —explicó Merin dirigiéndose a todos los presentes—, el enfrentamiento que habría en la Tierra no tendría buenos desenlaces para muchos de vosotros.

—Así es —explicó Arthur contrito—. Mis sueños y mis visiones cambian constantemente y en esa guerra, si estuvieseis ahí, os arrebatarían el espíritu. Moriríais. Delphine y Thot tienen más posibilidades de vencer si se centran solo en ellos y no se hacen cargo de nadie más.

—¿El mocoso está insinuando que somos una estorbo? —la ceja negra de Sin se alzó irreverentemente, y sonrió entretenido. Arthur le caía bien.

—No —convino el pequeño—. Sois más valiosos aquí que afuera.

—Arthur tiene razón —dijo Merin. Por supuesto que la tenía—. Delphine actuó con mucha consciencia al exigir vuestra protección en Sirens. Aquí tenemos a dos escribas —señaló a Lex y a Sin—, a una Portadora —miró a Nina— que nos ayudarían a salir de aquí a otra realidad en caso de que los mundos acaben destruídos. Pero no solo eso, cada uno de vosotros representáis un tipo de especie y una muestra de evolución. Desde los humanos que llegaron a Sirens por error —se refería a los que vivían en los Acantilados de Thot—, hasta vosotros —los enumeró uno a uno—: khimeras, vrils, Mayans, Mysts, híbridos entre humanos y animales —mencionó a Sorcha y a Lex—, escribas reales, una Portadora con el símbolo de Tyet, un protector con demonios, una khimera cuya voz influye en todo su entorno, un mesmer, un híbrido entre mago y khimera como Arthur… Y todos los que residen en otras tierras del mundo intraterreno: como los del Cielo, Criaturiam, los de las tierra de Hielo y Fuego… incluso un lágrima negra que puede convivir con Graen y no ser uno de ellos.

—Es un Arca —adujo Idún comprendiéndolo todo—. Sirens ahora mismo es un arca como el del atlante Noé cuando vino el primer diluvio.

Merin no le quitó razón y cuando escuchó el murmullo comprensivo de todos, que por fin entendían la razón por la que estaban ahí, decidió continuar con su clarividente alocución.

—Idún está en lo cierto. No podemos permitir que nuestras especies se extingan —dijo sujetando su vara con fuerza y determinación, apoyándola en el suelo todavía fértil de Sirens—. Debemos procurar persistir en el tiempo, aquí o en otros mundos. Si Semiasás vence, la humanidad se extinguirá, o en el mejor de los casos, se convertirá en esclava de otras especies. Y no solo la humanidad, el resto de las otras civilizaciones ocultas correríamos la misma suerte. El único modo de escapar de ese fatídico sino, es perseverar y pervivir. Sirens ha cerrado sus puertas, como bien sabéis. De aquí no se puede salir. Fue un protocolo de seguridad después de lo que sucedió con el contagio... Pero la aparición de los escribas y de la Portadora nos abre otras posibilidades. Nos da la oportunidad de sobrevivir.

Todos se miraban entre ellos, confundidos pero también de acuerdo con la versión de Merin. Era muy razonable, y también esperanzador.

—¿Cuando hablas de que Semiasás podría acabar con todo? ¿Incluye también las otras realidades? —quiso saber Cora nerviosa. Las mariposas monarca de su leyenda se agitaban con ansiedad—. Yo he dejado en el exterior, donde sea que estén, a mis amigas Rose y Cassie… ¿ellas también correrían el mismo destino que los demás?

Arthur dibujó una fina línea con sus ojos dorados y levantó la mano como si pidiera permiso para hablar.

—Tus amigas están en otra dimensión, Cora —le explicó—. Y es realmente inaccesible. Es una dimensión llena de magia y repleta de merlianos, que son descendientes de los antiguos atlantes. Días atrás sí veía a tus amigas en mis profecías —le contó sinceramente—, pero ya no las veo. No veo el mundo en el que están. Y no salen como daños colaterales de Semiasás —convino—. Es como si se les hubiese tragado la Tierra. Ten fe. En su mundo están a salvo —sonrió transmitiéndole paz y confianza.

Los escribas cerraron su dimensión después de la batalla contra los nigromantes. Permitieron que Leona y Wulf regresaran a su mundo y tras su entrada, lo bunquerizaron. Eso tenía que valerle a Cora para creer, y rezar por que un día todos se volviesen a reencontrar sanos y salvos, y ya daba igual en qué dimensión lo hiciesen.

—Es difícil para todos estar en esta situación —comentó Merin empatizando con las emociones de los presentes—. Pero sea lo que sea lo que pase en el exterior, el único modo de asegurar nuestra continuidad como seres, es quedarnos aquí. Delphine ya nos ha salvado la vida con su convicción de haceros regresar y convocaros en el mundo intraterreno. Pero debemos confiar en ella y otorgarle nuestra fuerza.

—¿Cómo? —preguntó Lex.

—Orando alrededor de Nael. Pensando en ella y en el éxito de su misión. Nuestra energía la alcanzará y la ayudará a continuar con el árduo camino lleno de decisiones que le espera tanto a ella, como a Thot. Iluminémosla con el poder de nuestras oraciones y de nuestros mejores deseos.

—¿Orar? ¿Orar, en serio? —Sorcha no se lo podía creer.

—Nunca subestimes el poder de la palabra emitida con convicción, hija de Bathory —le dijo Merin mirándola compasivamente.

—¿Eso es un insulto? Porque te aseguro que no me ofende.

Cora ocultó una sonrisa. Sorcha era de armas tomar.

El anciano atlante sucumbió al encanto innato y tosco de Sorcha.

—Todos reaccionamos ante las palabras, a niveles que la humanidad nunca ha comprendido. Por eso nunca tuvieron cuidado con las cosas que se decían y con cómo y con que intención se las decían. Pero nosotros sí —aseguró orgulloso—. Somos una civilización muy espiritual. Por eso —se dio la vuelta y abrió los brazos como si quisiera abrazar a la multitud—, convoco a todos los residentes de la Tierra Hueca a la sala de las leyendas y a proteger y a orar a Nael, para que su corazón no deje de latir. Ahora Nael y el corazón de Delphine estarán conectados. Debemos hacerle sentir que no estará sola.

Sorcha puso los ojos en blanco. Lex sonrió y ella pudo ver asomarse entre sus labios un hermoso colmillo blanco y puntiagudo. Bah, a ella le daba igual todo eso. Solo quería estar al lado de Lex.

—Vayamos entonces —sugirió Evia, como la Myst conectada a la supervivencia de Nael que era.

Dicho eso, todos se movilizaron y siguieron al viejo atlante hasta esa sala en la que una pirámide dorada levitaba sobre el agua en la que se bautizaban los sirens. Nael era el corazón de ese mundo y del de la Tierra. Y debía cuidarse.

Ellos no permitirían que se apagase su luz, pero Merin no dudaba de que Semiasás querría convocar, conquistar y destruir todo a su paso hasta extirpar ese corazón eterno del planeta que quería subyugar. Porque cuando a uno le quitaban el corazón, dejaba de sentir, de vivir, y se convertía en un robot.

El Indigno era el mayor peligro al que se iban a enfrentar después del diluvio. Porque si había un paciente cero de Graen, ese había sido él, sin duda.

 

 

 

3

 

 

 

Khem

Después del hundimiento de Atlantis

10500 años A.C

 

 

 

Thot y sus tres generales dieron caza a su propia estirpe corrompida por la oscuridad, con la intención de detener la influencia del distorsionado, del maestro oscuro de Graen llamado Semiasás. Que una vez fue amigo y compañero, pero ahora era un traidor sediento de poder.

Muchos de los atlantes que no perecieron en el gran cataclismo provocado por las varas de poder, se influenciaron por las malas artes de Semiasás. Y como ellos, muchos otros, de otras civilizaciones alrededor de la Tierra, también se dejarían influir. Otros pocos, sin embargo, habían sobrevivido al hundimiento y se habían decidido alejar lo máximo posible de su propia raza, para empezar una nueva vida lejos, en otro lugares, tal vez con los humanos.