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Boda con el hombre perfecto

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A.

Todos los derechos reservados.

COMO EN LOS VIEJOS TIEMPOS, N.º 68 - agosto 2011

Título original: Falling for His Proper Mistress

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-685-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Promoción

Capítulo Uno

Todo estaba saliendo bien. O casi todo.

Fue lo que Guy Jarrod pensó cuando entró en la plaza adoquinada que se encontraba en el corazón del famoso complejo hotelero de Jarrod Ridge.

Erica Prentice, su hermanastra, les había dado una mala noticia durante el desayuno. Art Lloyd, uno de los oradores que iban a intervenir en el festival, había llamado el día anterior para informarles de que estaba con gripe y no podría asistir. Pero al margen de ese problema, en todo caso menor, el festival anual iba viento en popa y los pabellones que llenaban tres de los cuatro lados de la plaza bullían de actividad.

Hasta su propio padre, el legendario Don Jarrod, habría admitido que el espectáculo era impresionante.

Pero su padre había muerto. Se había marchado para siempre. Aunque Jarrod Ridge permaneciera como un monumento al trabajo de toda su vida.

Justo entonces, notó una sombra sobre su cabeza. Alzó la mirada y vio uno de los globos aerostáticos, cargados de turistas, que llenaban el cielo. El humor de Guy mejoró al instante. Los saludó con la mano y se dirigió a uno de los pabellones.

Erica Prentice estaba con Gavin, uno de los dos hermanos pequeños de Guy, que movía una mano enérgicamente como si quisiera enfatizar algo. A su derecha, en la zona donde se ofrecían catas de vinos, estaba su hermano Blake; y cuando reconoció a la persona con la que estaba hablando, se llevó la sorpresa de su vida.

Guy parpadeó, perplejo.

No era posible.

Varias personas pasaron por delante en ese momento y le taparon la vista, pero sólo durante unos segundos.

No era posible, pero lo era.

Su mirada se clavó en la cabeza rubia y el cuerpo pequeño pero maravillosamente exuberante de una mujer a quien suponía en California, a mil trescientos kilómetros de distancia.

En ese momento, Blake inclinó la cabeza para oír mejor a la rubia y Guy entrecerró los ojos cuando ella se quitó las gafas de sol y se las puso en el pelo, a modo de diadema.

Ahora podía ver el perfil de aquella cara que había acariciado en la oscuridad y de aquellos labios que había besado hasta hacerla gemir.

No había olvidado sus gemidos. Eran ronroneos felinos que le llegaban a las entrañas y espoleaban su deseo y su hambre.

Guy volvió al presente y se preguntó qué hacía Avery Lancaster en el festival de Jarrod Ridge. Sin darse cuenta, empezó a andar y se plantó ante ella.

Avery debió de ver que se acercaba, porque sus ojos azules no demostraron sorpresa cuando lo miró. Guy se estremeció por dentro y respiró hondo. Siempre se había sentido invencible cuando estaba junto a ella, como si fuera un superhéroe.

Pero eso también había cambiado.

–Guy…

Habían pasado cuarenta y nueve días desde que ser vieron por última vez, pero Guy pensó que seguía siendo tan atractiva como siempre. Se había engañado al decirse que no podía ser cierto, que lo había imaginado, que ninguna mujer podía tener tanto poder sobre él. Se había engañado hasta extremos increíbles.

Avery llevaba un vestido sencillo, con estampado de flores, pero parecía salida de una revista de modas. Su cabello dorado pedía a gritos que lo acariciaran y el mechón que se le había soltado de las gafas le daba un aire rebelde que aumentaba la intensidad de su hechizo.

–Avery…

Guy pronunció su nombre de un modo tan seco que Blake arqueó una ceja.

–¿Os conocéis?

–Sí, Avery me ayudó con la lista de vinos de Baratin.

Guy la miró como desafiándola a discutir sus palabras. Sólo habían pasado cuarenta y nueve días, pero se sentía como si hubiera transcurrido un siglo desde que entró en su vida con la fuerza y la capacidad destructiva de un huracán.

Su relación había durado poco más de dos semanas. Catorce horas después de conocerse, ya estaban metidos en la cama. Y al día siguiente, ella recogió su equipaje en el hotel donde se alojaba y se mudó al piso de Guy.

–Ah, sí, ahora me acuerdo –dijo Blake–. Dijiste que habías contratado a un somelier autónomo, pero no mencionaste que fuera una mujer de las que te dejan sin aliento.

Avery tenía toda su atención puesta en Blake, como si su antiguo amante fuera invisible o no estuviera presente. Ya ni siquiera lo miraba. Y a Guy le dolió.

–Adulador… –bromeó ella.

Guy frunció el ceño y pensó que, si no dejaba de coquetear con su hermano, la arrastraría por el pelo y la enviaría de vuelta al valle de Napa.

No iba a permitir que Avery Lancaster condenara a su familia a la destrucción que había causado en su vida.

De repente, ella sonrió y le dijo a Blake:

–Vaya, no me había dado cuenta de que sois gemelos… Ya decía yo que me recordabas a alguien.

–Sí, somos gemelos; pero no idénticos –afirmó Guy.

Ella le lanzó una mirada rápida.

–No sabía que tuvieras hermanos; y muchos menos, un gemelo –comentó–. De hecho, tampoco sabía que fueras uno de los Jarrod de Aspen.

–Pues ya lo sabes. Y por si te interesa, Blake no es mi único hermano.

Guy no le podía perdonar lo que le había hecho. En el último día de su relación, le preparó el regalo de cumpleaños más caro que podía soñar: una cena con todos los platos preferidos de Avery, desde tempura de langostinos hasta una tabla de quesos, pasando por unas sencillas cerezas y un tiramisú. Dedicó un día entero a prepararla. Incluso se molestó en poner veintisiete velas, tantas como los años que cumplía, alrededor de la solitaria mesa.

Y esperó.

Esperó su llegada.

Y mientras la esperaba, no podía ni imaginarse que Avery Lancaster lo iba a dejar plantado para arrojarse en brazos de Jeffrey Morse.

Aquella decepción le había costado muchas noches de sueño y gran parte de su confianza en sí mismo. Incluso ahora, después de todo el tiempo transcurrido, le dolía.

Guy se dijo que, si Avery hubiera sabido que era uno de los Jarrod de Aspen, jamás habría ofrecido sus favores a Jeff; a fin de cuentas, su socio en Go Green no era ni remotamente tan rico como él.

Pero Guy no había mencionado a su familia. No habían tenido ocasión. Cuando no estaban hablando de vinos y gastronomía, se dedicaban a hacer el amor. Y al recordarlo, se alegró de no haber dicho nada.

Ahora sabía lo que era.

Una cazafortunas.

–¿Qué estás haciendo en Jarrod Ridge?

Guy lamentó haberlo preguntado. No quería dar la impresión de que su presencia le importaba. Además, era evidente que Avery se encontraba en el festival de Jarrod Ridge porque siempre estaba lleno de ricos y famosos. No tenía más remedio que pescar a otro incauto, porque Jeff se la había quitado de encima en cuanto supo lo que había pasado.

Frunció el ceño y se acercó un poco más a sus acompañantes. Si Avery había puesto los ojos en Blake, se iba a arrepentir.

Estaba a punto de decir un par de cosas desagradables cuando captó su aroma y se quedó sin habla. Lamentablemente, su cuerpo no era tan inmune a los encantos de Avery como su cabeza.

–Me ha enviado Art.

–¿Art?

–Por supuesto –intervino Blake–. Avery es la sobrina de Art Lloyd, aunque no se le parece nada.

Guy la miro con asombro.

–¿Eres la sobrina de Art?

Avery asintió y su cabello brilló bajo el sol de la mañana.

–Sí. Supongo que sabes que iba a intervenir en uno de los actos del festival y que se ha puesto enfermo. Es una simple gripe, pero padece asma y el médico le ha ordenado que descanse y que se abstenga de viajar en avión.

Guy creyó notar cierta aprensión en aquellos ojos grandes y azules, como de Barbie. Pero no le extrañó en absoluto; a pesar de las siete semanas transcurridas desde que lo dejó plantado, todavía ardía en deseos de agarrarla por los hombros y sacudirla.

Sin embargo, contuvo sus impulsos, se metió las manos en los bolsillos y dijo:

–Siento que esté enfermo. Aprecio mucho a Art.

El comentario de Guy era bastante explícito. Aunque no lo había dicho, Avery no era estúpida y supo lo que implicaba: que su aprecio por Art no era extensible a su persona.

Ella respiró hondo.

Guy admiró su cuerpo sin poder evitarlo y se sintió más embriagado que nunca por su aroma dulce, de flores.

Cuando Avery volvió a hablar, estaba tan afectado que tardó unos segundos en comprender el significado de sus palabras.

Y se llevó la segunda sorpresa del día.

–He venido en sustitución de Art.

***

El interior del gran pabellón blanco donde se celebraba el cóctel del viernes estaba abarrotado de gente. Los camareros iban de un lado a otro con bandejas llenas de entremeses y rellenaban copas que resplandecían bajo la luz de las lámparas de araña.

Guy y Blake estaban juntos, contemplando la escena; los invitados habían pagado sumas astronómicas por las entradas al acto.

–Erica lo ha hecho muy bien –comentó Guy.

–Sí, pero la comida es el tema de conversación de todo el mundo. Y si no recuerdo mal, tú eres el encargado de la comida.

Guy inclinó la cabeza para agradecerle el cumplido.

–La comida no habría servido de nada si no se hubieran vendido entradas suficientes… y se han vendido todas –observó–. Con tanta gente, los medios de comunicación darán más cobertura al acto y potenciarán la importancia del festival.

–Bueno, no se puede negar que ha resultado ser una relaciones públicas excelente –concedió su hermano–. Pero yo ya sabía que no quedarían entradas suficientes para regalar a los proveedores locales, como Erica sugirió.

–Es una lástima, porque ese detalle habría sido muy bien recibido entre los comerciantes de Aspen…

Guy se había sumado a Blake en su veto de la propuesta de Erica, pero sólo lo había hecho por lealtad. En el fondo, sospechaba que Blake no había rechazado la idea porque le pareciera mala, sino porque seguía guardando cierto rencor a su hermanastra.

–Tal vez, pero la fiesta habría sido demasiado grande y se habría perdido su… exclusividad –comentó.

–Podríamos haber limitado las invitaciones a los oradores, Blake. No habría sido un problema.

Guy clavó la mirada en la mujer que había destrozado su paz interior. A Avery no parecía importarle el efecto que causaba en él, pero él habría dado cualquier cosa para que Avery no estuviera presente.

–Papá siempre invitaba a todos los oradores a la fiesta de inauguración –le recordó su hermano–. Es una tradición que comenzó mamá.

Blake lo dijo como si aquella afirmación pusiera punto final al debate. Y Guy se tuvo que morder la lengua para no decir que si ninguno de ellos había obedecido a Don Jarrod en vida, resultaba absurdo que lo obedecieran después de su muerte.

Pero no quería discutir con Blake en la inauguración del festival de vino y gastronomía de Jarrod Ridge.

Sobre todo, con Avery cerca.

Guy la vigilaba constantemente. Estaba decidido a salvar a Blake de sus encantos de mujer, más irresistibles que nunca. Se había puesto un vestido de color amarillo y, cada vez que movía la cabeza, sus pendientes de diamantes reflejaban la luz de las lámparas. Llamaba la atención hasta en mitad de una fiesta llena de famosos.

Sin embargo, Avery no demostró ningún interés por Blake. Justo en ese momento, se le acercó un hombre alto y atractivo, con un smoking a medida y unos zapatos de los que costaban una fortuna. Ella le dio un beso en la mejilla, dio un paso atrás y le dedicó una sonrisa radiante.

Guy, que estaba observando, sintió una punzada en el pecho. –¿Quién es el que está con Avery Lancaster?

Blake los miró y frunció el ceño.

–Me suena mucho su cara… –respondió–. Ah, sí. Es un viticultor de California, pero no recuerdo su nombre. –¿De qué bodega es? ¿Tiene buenos vinos?

Guy lo preguntó porque quería saber qué relación había, exactamente, entre Avery y el viticultor.

Blake sacudió la cabeza.

–No me acuerdo, pero ¿por qué te interesa tanto?

Como no quería confesarle la verdad, respondió:

–Porque siempre me interesan los productores de vinos decentes.

–Sí, supongo que estar informado es un factor clave en tu negocio.

En ese momento, Avery echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada por algo que había dicho su acompañante.

Guy sintió una ira repentina y se recordó que no tenía motivos para ello, que estaba mejor sin esa mujer. Además, nunca había sido retorcido con las relaciones; cuando se terminaban, seguía con su vida y, en general, seguía siendo amigo de sus antiguas amantes. Pero aquel caso era distinto y su enfado persistió.

Blake preguntó algo. Guy estaba tan sumido en sus pensamientos que se limitó a asentir sin oír lo que decía.

Necesitaba saber por qué lo había abandonado; por qué se había marchado de Nueva York sin decirle una sola palabra; por qué se había dejado seducir por su amigo y socio. Necesitaba saberlo y tenía derecho a saberlo.

Si Avery creía que su relación era agua pasada y que no había nada que decir, se equivocaba por completo. Él no era de los que se cruzaban de brazos cuando lo traicionaban de ese modo.

Un segundo después, ella giró la cabeza y lo miró.

Él disimuló rápidamente y le dijo a Blake que Erica había hecho un gran trabajo con la fiesta. Avery volvió a dedicar su atención al hombre que la acompañaba y le puso una mano en el brazo, como si tuvieran una relación íntima.

Guy notó que estaba a punto de perder la calma.

–¿Qué te pasa?

Al oír la voz de Erica, se sobresaltó. Ni siquiera había notado su presencia.

–¿Dónde está Blake?

–No te preocupes, ha ido a buscarme un vaso de agua. Estoy sedienta y muerta de calor. Ha sido un día muy largo.

Guy se sintió incómodo. En su obsesión por Avery, había dejado de prestar atención a los demás.

–¿Quién es ella? –preguntó Erica.

–Nadie –respondió.

Erica parpadeó.

–Eh, sólo pretendía ayudar… no pareces muy contento.

Guy intentó sonreír.

–Pues lo estoy.

Ella no pareció convencida.

–Lo estoy, en serio –insistió.

–Está bien, no preguntaré más.

Guy le dedicó una sonrisa de alivio.

–Gracias.

Se relajó un poco y se dijo que debía felicitar a Erica por el trabajo que había hecho; pero cuando se disponía a pronunciar las palabras, vio que Avery y su acompañante se alejaban hacia la salida del pabellón.

Y no lo podía permitir. Avery Lancaster no iba a terminar aquella noche en la cama de otro hombre.

–Discúlpame, Erica.

Rápidamente, se acercó a Avery y la alejó del hombre con la sutileza que habría empleado un vaquero con una res.

–¡Guy! ¿Qué estás haciendo?

Guy le pasó un brazo alrededor de la cintura y bajó la cabeza. Cualquiera que los hubiera mirado habría llegado a la conclusión de que eran amantes o dos personas que se querían mucho. Pero en las palabras de él no hubo ni rastro de cariño.

–No es un momento adecuado para montar una escena, Avery.

–¿Una escena? Yo no he montado ninguna escena. Eso es cosa tuya –afirmó–. Suéltame ahora mismo.

Él la agarró con menos fuerza, pero no la soltó. Su aroma profundamente sexy y femenino lo embriagó al instante.

–Descuida –le susurró–. No tengo intención de secuestrarte.