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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Catherine Schield

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Escándalo real, n.º 151 - marzo 2018

Título original: Secret Child, Royal Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-875-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

El príncipe Christian Alessandro, tercero en la línea de sucesión al trono de Sherdana, situado entre el rey actual y el futuro, dirigió una mirada fulminante a la cámara. Era consciente de que estaba echando a perder las fotos de la fantástica boda de Nic y Brooke, pero le daba igual. La esperanza que albergaba de seguir siendo un despreocupado playboy durante el resto de su vida se había desvanecido en cuanto su hermano había mirado a los ojos a su novia y le había prometido amarla y respetarla hasta el día de su muerte.

Christian gruñó.

–Sonrían –dijo el fotógrafo, dirigiendo una mirada nerviosa hacia Christian–. Esta es la última foto de la familia. A ver si es la mejor.

A pesar de su mal humor, Christian trató de relajar la expresión. Era incapaz de sonreír, pero al menos su hermano tendría una foto decente. A pesar de que aquel matrimonio iba a alterar su vida para siempre, estaba decidido a hacer un esfuerzo y mostrarse feliz por Nic y Brooke. De momento, se pondría una máscara.

–Vayamos allí.

El fotógrafo señaló un pequeño puente de piedra que salvaba un riachuelo.

Más allá, el camino serpenteaba hacia los establos. Christian prefería la potencia de un coche a la de un caballo, pero estaba dispuesto a llevar a sus sobrinas a ver a los ponis solo para alejarse. No era la primera vez que Bethany y Karina llevaban las arras en una boda. Aquella era la segunda boda real a la que asistían en cuatro meses y, a sus dos años de edad, ya no paraban quietas para la sesión de fotos. Christian lo entendía perfectamente.

Desde el accidente que había sufrido cinco años atrás, siempre que podía evitaba las cámaras. Las cicatrices de las quemaduras que tenía en el hombro, cuello y mejilla de su lado derecho lo había convertido en el trillizo menos atractivo. Pero no le preocupaba su aspecto. Su título, su dinero y su fama de conquistador lo hacían irresistible para las mujeres.

Al menos, para la mayoría de las mujeres.

Paseó la mirada por la multitud de asistentes. El personal del palacio estaba atento a todos los detalles de la boda, mientras la sesión de fotos continuaba. Pendiente de todos los movimientos de la novia estaba una mujer menuda, morena y de ojos marrones: la diseñadora de renombre internacional Noelle Dubone, quien había diseñado el vestido de Brooke, así como en su día el de la cuñada de Christian, la princesa Olivia Alessandro.

Nacida en Sherdana, Noelle se había ido a vivir a París a los veintidós años para hacer realidad su sueño de convertirse en diseñadora de moda. Le había ido bastante bien hasta que tres años atrás había diseñado el vestido de boda de la esposa del príncipe italiano Paolo Gizzi. El enlace había tenido tanta cobertura mediática que Noelle había alcanzado el éxito de la noche a la mañana. Actrices, aristócratas y millonarias se habían vuelto locas por poseer piezas de Noelle Dubone.

–¿Te estás imaginando tu propia boda? –preguntó una voz femenina a su espalda.

Christian se volvió y miró con desagrado a su hermana. En su opinión, Ariana lo observaba con cierto aire de burla y suficiencia.

–No.

La proporcionada figura de azul y gris volvió a llamar su atención.

Noelle Dubone. La única mujer en el mundo que había estado a punto de domar al príncipe más salvaje de los Alessandro. No había estado a la altura de ella. No se había merecido que la tratara tan mal. Lo había hecho por el bien de ella y eso era lo que le permitía dormir por la noche.

–Pues deberías hacerlo –dijo Ariana–. El futuro del reino está en tus manos.

Con un vestido hasta la rodilla de mangas largas y vaporosas, se la veía elegante a la vez que desinhibida. Creadora de tendencias, su atuendo con bordados dorados estaba a caballo entre atrevido y recatado. Unas estratégicas franjas transparentes dejaban entrever sus hombros y sus muslos más de lo que era apropiado para una boda.

Christian hizo una mueca.

–Papá nunca ha estado mejor de salud y a Gabriel le queda mucha vida por delante, así que cuento con tener tiempo suficiente para elegir esposa y dejarla embarazada.

Solo de pensarlo, sentía la necesidad de tomarse una copa. Desde que Nic había renunciado a sus derechos dinásticos al trono de Sherdana para casarse con una estadounidense, su madre no había dejado de recordarle que ya no era libre para excederse con el alcohol y las mujeres. La idea de tener que encauzar su vida después de haberla pasado divirtiéndose era aterradora. Siendo el hermano más pequeño, no había tenido que preocuparse de nada.

Gabriel, el mayor, era el responsable, el futuro rey. Nic, el mediano, era el gran olvidado. A los veintipocos años se había marchado a Estados Unidos para convertirse en un científico.

Christian era el pequeño mimado. Sus hazañas habían servido para llenar los tabloides desde que con catorce años lo pillaran con una de las doncellas.

Con veinte años había armado un buen lío en Londres. Había dado las mejores fiestas, había bebido sin parar y había gastado dinero a espuertas. Cuando sus padres le habían retirado su asignación, se había dedicado a comprar y vender empresas. No le había interesado triunfar, tan solo había querido divertirse. A los veinticinco, algunas de sus operaciones más arriesgadas le habían explotado en su propia cara.

Ahora, pasados los treinta, tenía que renunciar a aquella vida libertina por la Corona.

–Eso es lo que tú piensas –dijo Ariana–. Mamá me ha enseñado la lista de las candidatas. Mide casi un metro.

–No necesito su ayuda ni la de nadie para encontrar una esposa.

–Tampoco Gabriel ni Nic y mira cómo ha salido todo.

Gabriel había hecho un gesto inmensamente romántico cinco meses atrás fugándose para casarse en secreto con una mujer que no podía darle hijos, dejando que sus hermanos cargaran con el muerto de las responsabilidades monárquicas.

Christian, siendo el más pequeño, había asumido que las obligaciones recaerían en Nic. Para que la familia Alessandro siguiera ocupando el trono, uno de los tres príncipes tenía que engendrar un heredero. Pero antes de que Nic pudiera empezar a buscar esposa entre las féminas de Sherdana o las casas nobles europeas, una belleza estadounidense, Brooke Davis, le había robado el corazón. Y, con la boda que acaba de celebrarse ese mismo día, todas las obligaciones recaían en Christian.

–Puedo encontrar esposa sin ayuda de mamá.

Ariana emitió un sonido poco digno de una princesa.

–Por tus brazos han pasado la mitad de las mujeres de Europa.

–No exageres.

–Seguramente entre todas esas mujeres con las que has estado, hay alguna que te guste.

–Que me guste, sí –replicó Christian, conteniendo el deseo de volver a mirar a Noelle–, pero no hay ninguna con la que quiera pasar el resto de mi vida.

–Pues será mejor que encuentres alguna.

Christian apretó los dientes y no contestó. Sabía que Ariana tenía razón. El precio que tenía que pagar por ser miembro de una familia real no siempre compensaba. Gabriel había tenido la suerte de elegir casarse con Olivia antes de darse cuenta de que estaba enamorado de ella, a pesar de que siempre había antepuesto sus obligaciones a los deseos de su corazón.

Nic había tenido el mismo problema con Brooke. También él había sido consciente de que debía renunciar a ella para casarse con una mujer cuyos hijos pudieran algún día llegar a ser rey.

Al final, ambos habían elegido el amor por encima del deber, con lo que a Christian no le quedaba otra que cumplir con la obligación.

Uno de los ayudantes del fotógrafo se acercó para reclamar su presencia en otra tanda de fotos, poniendo fin a su conversación. Christian se enfrentó a otra tediosa hora de posados junto a sus hermanos, sus padres los reyes y otros miembros de la familia. Cuando la sesión terminó, estaba deseando darse a la bebida.

Lo que le detuvo de salir corriendo hacia la barra fue Noelle.

Le pareció lo más natural acercarse a ella y tomarla por la cintura. A continuación le dio un beso en la mejilla como había hecho cientos de veces antes, una costumbre de la época en la que había sentido un gran afecto por ella. Durante un microsegundo, ella se relajó junto a su cuerpo, aceptando su roce como si no hubiera pasado el tiempo. Pero enseguida se puso rígida.

–Estás muy guapa –le murmuró al oído.

–Gracias, alteza –replicó ella, dando un paso al lado para apartarse.

–Camina conmigo.

Fue más una orden que una invitación.

–No debería irme de la fiesta –dijo mirando hacia los novios con la esperanza de que alguien la reclamara.

–Ya se han terminado las fotos. La novia ya no necesita a la diseñadora de su vestido. Me gustaría charlar contigo y que nos pusiéramos al día. Ha pasado mucho tiempo.

–Como deseéis, alteza.

Noelle hizo una reverencia y apartó la mirada, para fastidio de Christian.

Los jardines del palacio eran extensos y la reina se encargaba personalmente de supervisar su mantenimiento. La vegetación más cercana al palacio que ocupaba la familia real había sido elegida en función de los cambios de colores que se producían con las estaciones. Aquella era la parte más fotografiada del jardín, y estaba llena de sendas y fuentes.

En la zona más alejada del palacio, el jardín daba paso a un bosque. Christian la condujo hacia un pequeño grupo de árboles que daban buena sombra. Allí estarían más aislados.

–Te va muy bien como diseñadora.

A Christian no le gustaba andarse por las ramas , y menos aún con Noelle. Pero ¿cómo empezar una conversación cordial con alguien que había sido su amante y a quien había hecho daño, aunque fuera con la convicción de que era por su propio bien?

–He tenido suerte y he sabido aprovechar la oportunidad.

–Se te olvida mencionar el talento. Siempre supe que triunfarías.

–Muy amable.

–Te he echado de menos.

Lo dijo sin pensar y se sorprendió a sí mismo. Su única intención era agradarla con sus halagos y conseguir que sonriera como solía hacerlo, no abrirle su corazón.

Por primera vez, sus miradas se cruzaron. Su corazón dio un vuelco al encontrarse con sus ojos. A cierta distancia se veían del color de las avellanas, pero de cerca eran verdes con un brillante tono marrón alrededor de las pupilas. En el pasado, había dedicado horas a contemplar aquellos ojos, especialmente en las sobremesas o mientras pasaban la mañana en la cama.

–Estoy segura de que eso no es cierto.

–Puede que no fuera el hombre que pensabas, pero eso no significa que no me importe –dijo, deseando acariciar su cálida piel.

–No intentes adularme. Te venía bien meterte en mi cama cuando te hartabas de fiestas. Recurrías a mí cuando te cansabas de tus amigos superficiales y de su comportamiento interesado. Y al final, me apartaste de tu vida como si aquellos dos años juntos no hubieran significado nada.

«Fue por tu propio bien».

–Y mira cómo has prosperado. Te fuiste a vivir a París y te convertiste en una diseñadora de fama internacional.

Parecía haberse puesto a la defensiva, y no era aquel el tono que quería emplear con ella.

–¿Es eso lo que piensas que quería, fama y fortuna?

Se le escapó un resoplido que bien habría podido tomarse por una sonrisa si no hubiera estado frunciendo el ceño.

–Un talento como el tuyo no debería echarse a perder.

–¿Quieres que te dé las gracias? –preguntó ella con ironía.

Durante el tiempo que habían estado juntos, había sido más sincero con ella que con cualquier otra persona, incluidos sus hermanos. Quizá confiaba tanto en Noelle porque habían sido amigos antes de convertirse en amantes. Gracias a su franqueza y su simpatía, se había sentido cómodo para hablarle abiertamente de sus miedos y dudas. Y debido a eso, ella había conocido su lado más oscuro.

–No.

–Entonces, ¿por qué estamos manteniendo esta conversación después de cinco años sin tener contacto?

Porque una vez más necesitaba su apoyo y consuelo. La presión de tener que engendrar al futuro heredero del trono de Sherdana estaba sacando lo peor de él.

–Te necesito.

–Ya no soy aquella chica –dijo con expresión de consternación–. Y aunque lo fuera, hay otras cosas en mi vida que tienen prioridad por encima de…

Como si se acabara de dar cuenta de lo que estaba a punto de decirle a su príncipe, Noelle tomó aire y se mordió los labios. Escogió cuidadosamente sus siguientes palabras y atemperó su tono.

–Ya no estoy en situación de ser amiga tuya –concluyó.

Christian captó el mensaje alto y claro. No quería tener nada que ver con él, ni como confidente, ni como amiga, ni como amante.

Antes de poder decir nada, volvió a dirigirse a él con aquel tono que tanto le fastidiaba.

–Disculpadme, alteza, tengo que volver a la fiesta.

Christian la vio desaparecer por el camino y se asombró por la facilidad de cómo lo había echado todo a perder. Era lógico que no quisiera nada con él. Una y otra vez le había demostrado que solo le traía problemas.

Pero después de haberla vuelto a ver, sabía que para poder soportar los siguientes meses buscando una esposa y dedicándose a la tarea de engendrar al siguiente heredero al trono, iba a necesitar una persona amiga a su lado. Y había habido una época en la que Noelle había sido la única a la que le había confiado sus problemas.

Necesitaba desesperadamente su apoyo y, estaba decidido a persuadirla para conseguirlo.

 

 

El aire de la noche acompañó a Noelle al entrar en la cocina de su pequeña y confortable casa de campo, trayendo los olores a tierra propios del otoño. Aunque había disfrutado mucho sus años de estancia en París, había echado de menos vivir en el campo y llevar un ritmo de vida tranquilo. Además, un niño con tanta energía como su hijo necesitaba espacio para correr.

Dejó en la encimera los tomates que acababa de recoger. Su huerta estaba llegando al final de la temporada y pronto recolectaría los últimos tomates, hierbas aromáticas y calabazas. El otoño era su estación favorita. Los intensos tonos dorados, verdes y rojizos de las colinas que rodeaban su casa le servían de inspiración para sus diseños. Uno de los inconvenientes de su éxito como diseñadora de vestidos de novia era que su paleta de colores se limitaba a blancos y cremas, y algún que otro tono pastel.

–¡Mamá!

Antes de que pudiera darse cuenta, apareció correteando su hijo. Se agachó y lo rodeó con los brazos, sonriendo. Como la mayoría de los niños de cuatro años, era un torrente de energía, y enseguida devolvió el abrazo a su madre.

–¿Te has divertido esta tarde con la abuela?

La madre de Noelle vivía con ellos y cuidaba de Marc mientras Noelle trabajaba. Sin esperar la respuesta de su hijo, miró a su madre.

–Ha sido un buen chico –dijo Mara Dubone.

Noelle esperaba que fuera verdad. En los últimos seis meses, Marc estaba cada vez más revoltoso y apenas obedecía a su abuela. Mara adoraba a su nieto y siempre lo defendía, y a Noelle le preocupaba que cada vez le resultara más difícil a su madre hacerse cargo del pequeño.

–Me he portado bien –dijo Marc.

Sus ojos de bronce dorado brillaron con sinceridad, y Noelle suspiró. Luego, tomó su rostro entre las manos, sonrió y se quedó observando aquellas facciones tan parecidas a las del padre.

–Qué contenta estoy.

Tenía la misma habilidad que su padre para meterse en líos, y también su encanto. La idea le causó cierta ansiedad. El encuentro de aquella tarde con Christian la había dejado intranquila. Después de cinco años sin saber nada de él, se había acercado a ella. No había podido evitar que su corazón latiera desbocado.

–¿Por qué no subes y te vas lavando los dientes? –dijo Mara–. Tu madre subirá enseguida a leerte un cuento, en cuanto te pongas el pijama y te metas en la cama.

–Sí.

Con su habitual entusiasmo, Marc corrió escalera arriba, haciendo resonar sus pisadas en los escalones de madera que llevaban al segundo piso.

–¿De verdad se ha portado bien? –preguntó Noelle nada más quedarse a solas con su madre.

Mara suspiró.

–Es un niño maravilloso, pero tiene mucha energía y necesita mano firme –respondió, y esbozó una sonrisa burlona–. Lo que necesita es una figura masculina que pueda encauzar esa energía en actividades propias de hombres.

No era la primera vez que su madre le hacía ese comentario. Noelle asintió, como solía hacerlo.

–Los amigos de Marc van de pesca con sus padres el fin de semana que viene. El padre de Phillip se ha ofrecido a llevar a Marc. Quizá debería aceptar su ofrecimiento.

–No es eso lo que quería decir y lo sabes –dijo Mara poniendo los brazos en jarras y sacudiendo la cabeza–. Ya no eres una jovencita. Es hora de que dejes de pensar en ese príncipe. Han pasado casi cinco años. Tienes que pasar página.

–Ya no pienso en Christian y hace tiempo que lo superé. Tengo un negocio que me consume mucho tiempo y un hijo que se merece toda la atención de su madre.

La madre de Noelle resopló y se dirigió a la escalera. Desde arriba se oían una serie de fuertes golpes, probablemente la última descarga de energía de Marc antes de meterse en la cama.

Noelle volvió a la cocina para apagar la luz y luego hizo lo mismo en el comedor y en el salón, antes de dirigirse hacia los dormitorios. Antes de subir los escalones, se detuvo un momento a escuchar los sonidos de su familia, el tono paciente y firme de su madre y las risas alegres y enérgicas de su hijo.

Unos golpes en la puerta sacaron a Noelle de su ensimismamiento. Miró la hora en el reloj de la chimenea. Las nueve menos cuarto. ¿Quién había ido a visitarla a aquella hora?

Aunque su granja se asentaba en un terreno de media hectárea, nunca le había dado miedo aquel aislamiento. Tenía vecinos en todas direcciones que vigilaban por ella y por su familia. Quizá alguna de sus cabras había vuelto a escaparse. La cerca del prado que daba al este estaba rota.

Encendió la luz del vestíbulo y abrió la puerta. Su sonrisa se borró de sus labios nada más ver al hombre que estaba en su puerta.

–¡Christian!

En sus ojos dorados se veía determinación. En la boda de su hermano le había resultado sencillo ahuyentar al príncipe arrogante que se había atrevido a tomarla de la cintura y besarla en la mejilla.

–Buenas noches, Noelle.

La ansiedad se apoderó de ella. Siempre había sido muy celosa de su vida personal. La repentina aparición del príncipe Christian Alessandro ponía en peligro su privacidad.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–No pudimos acabar nuestra conversación de antes.

–Son casi las nueve de la noche.

–He traído vino –dijo mostrándole una botella de su vino tinto favorito.

Luego esbozó una medio sonrisa y le dirigió aquella mirada seductora que nunca había sido capaz de resistir.

–¿Qué tal si me dejas pasar? –añadió.

Ella se cruzó de brazos, rechazando su ofrecimiento de paz.

–Ya te lo he dicho, no soy la misma que cuando estábamos juntos.

Le había dicho lo mismo aquella misma tarde, pero era evidente que no la había escuchado.

–No puedes venir sin avisar y esperar que te deje pasar.

–Estás enfadada porque no te he llamado.

¿Era su manera de disculparse por no haberla llamado?

–Han pasado cinco años.

Media década en la que su vida había dado un gran cambio. Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para evitar echarlo a empujones de su casa y cerrarle la puerta en las narices.

–Sé el tiempo que ha pasado, y hablaba en serio cuando te dije que te había echado de menos. Me gustaría pasar y que me contaras cómo te va la vida.

–Hace dos años que volví a Carone. ¿Por qué ahora?