Introducción

El 13 de diciembre de 1545 se dio inicio a un esperado concilio entre los cristianos en la ciudad de Trento. Las autoridades eclesiásticas y dignatarios europeos consideraban que mediante su celebración era posible renovar el cristianismo, poner fin al cisma religioso provocado algunas décadas antes, pacificar a los cristianos y reclamar para la cristianidad los lugares santos ubicados en Palestina que se encontraban en manos de los musulmanes.

Por lo anterior, el Concilio de Trento tuvo el carácter de ecuménico, aunque ello fue más aparente que real, puesto que una serie de obispos de diócesis europeas fieles a la Santa Sede no participaron. Incluso, los obispos del Nuevo Mundo, todos ellos contrarios a los movimientos reformistas surgidos en los principados alemanes y en vías de expansión por Europa, no tuvieron voz en el magno evento.

Pero aún más, se hizo evidente que la cristianidad estaba fracturada. Se dividía entre los de Occidente, Oriente y los de la Confesión Augustana o también llamados luteranos. A la fecha han transcurrido más de 500 años desde la publicación de las 95 tesis de Lutero, profesor de teología en la Universidad de Wittenberg, en la que denunció, entre otras, la venta de indulgencias de parte de la Iglesia. Con ello se inició un período de conflictos religiosos en el orbe cristiano, que implicó, que las diversas monarquías y principados debieron optar entre seguir bajo la obediencia a Roma o bien rebelarse y reformarse.

Tal contexto era del todo peligroso, no solo en el plano espiritual, políticamente las consecuencias de alinearse o no a Roma, o seguir los postulados de la fe luterana, eran distintas y podía conllevar efectos en cuanto a la autoridad de los reyes en sus territorios. Nadie negaba, que los cambios que se estaban suscitando podían afectar los ámbitos privados, cotidianos de la espiritualidad como también, las relaciones políticas entre naciones y entre los súbditos con sus príncipes.

Ahora bien, el lugar elegido para su celebración no fue al azar, como indica Adriano Prosperi:

El escenario alpino evocado por el nombre mismo del concilio había como materializado los límites geográficos de la identidad católica, llevándolos a coincidir con la oposición entre el mundo latino y el mundo germano. Las celebraciones tridentinas de los centenarios del concilio fueron, desde el siglo XVII, la respuesta a las celebraciones centenarias de las tesis de Wittenberg queridas por el mundo alemán luterano.1

Su aplicación tampoco fue fácil. Al contrario de lo que se podría esperar, las naciones que continuaron siendo católicas, supeditaron la ratificación de los decretos, lo que implicó misiones diplomáticas que debieron negociar con la Santa Sede.

Los estados que integraban la península itálica rápidamente ratificaron los decretos. En cuanto a Francia y los principados que conformaban el Imperio Sacro-Germánico no ratificaron formalmente el tridentino, y nombraron comisiones para que estudiasen los decretos2. Portugal ratificó siendo leídos sus decretos en las iglesias y catedrales que integraban el mundo lusitano3.

El Imperio español, como era de suponer, ratificó. Los decretos pasaron a ser “ley” en sus territorios. Pese a que los obispos de las diócesis del Nuevo Mundo no participaron en las las reuniones que supuso el concilio, lo cierto es que tanto el obispo de México como el de Lima, celebraron concilios provinciales con la finalidad de recibir Trento, y por tanto seguir sus lineamientos. No obstante, las realidades en los territorios de ultramar eran diversas a la peninsular y europea. Para esas fechas todavía se encontraban en pleno desarrollo los procesos de conquista y colonización, cuestión que implicaba desafíos militares y evangelizadores, que debían encontrar respuesta en la experiencia, la historia, las intuiciones y las nuevas formas creativas que permitieran incorporar estos pueblos al seno de la Iglesia y la Corona.

En buenas cuentas, había millones de habitantes aún por convertir, cuyas prácticas, experiencias vitales, su forma de aproximación a la divinidad eran distintas, lo que implicaba desafíos importantes para la Iglesia americana como para las autoridades imperiales.

Se trata, además, de un territorio enorme que no es hegemónico en sus diversas partes. Los espacios que constituyeron el Imperio de ultramar eran distintos entre ellos, con ciertas sincronías, pero las más de las veces con diacronías, fuese por el territorio, la población, clima o fauna. A ello agreguemos que si bien había ciertas instituciones comunes para todo el Imperio, en cada Reino, Capitanía o Gobernación eran resignificadas de acuerdo a los imaginarios de sus autoridades y población. Ello implicó, a su vez, una labor de re-creación, puesto que se dieron origen a instituciones, prácticas y discursos, que si bien derivaban de lo querido y pensado desde la Península, lo cierto es que al momento de constituir y organizar instituciones en cada espacio, se hacían conforme a su propia realidad, recursos y elementos con que se contaban.

Así pues, los concilios de México y Lima recepcionaron Trento, aunque, resignificado a sus propias realidades. Pero aún más. Cada Gobernación o Capitanía que integraban los virreinatos, realizaron a su vez, una labor de re interpretación a partir de sus categorías conceptuales-mentales, en el caso del virreinato del Perú mediante la celebración de sínodos por cada diócesis que dependía del metropolitano. Mientras que en México mediante otras vías, libros de párrocos, confesionarios, provisorato, es palpable el proceso de resignificación del Concilio de Trento a la propia realidad local.

Por ello no podemos –en ninguna circunstancia– indicar que se trata de un proceso hegemónico dirigido desde Roma al orbe católico. Cada espacio sea en Europa o el Nuevo Mundo hizo suyo s los decretos desde sus particularidades.

Ya transcurridos 500 años desde que se produjo el cisma religioso en Europa, contando con una amplia bibliografía al respecto, desde variopintos ámbitos, escrita por intelectuales de renombre internacional, cabe preguntarse qué relevancia tiene hoy reflexionar sobre Concilio de Trento y sus variados efectos.

Más aún si tomamos en consideración que tal vez –y es una pregunta histórica válida que requiere de un análisis desde las disciplinas humanistas para comprender el fenómeno de manera global– Trento no fue tan determinante para el mundo hispanoamericano toda vez que la Iglesia española se encontraba reformada antes del cisma. Los reyes católicos entendieron que la Iglesia estaba en crisis, cuestión que afectaba los objetivos políticos que tenían, entre ellos la pretensión de unificar la península tras la religión católica, elemento que cruzaba a todos los habitantes, desde Burgos hasta Sevilla, de las Vascondadas a Cataluña. En buenas cuentas, la identidad común solo era posible mediante el cristianismo, puesto que cada Reino que integraba la Monarquía española celosamente resguardaba sus fueros y derechos, sus lenguas y demás manifestaciones culturales. No obstante, los reyes –lúcidos ante su propio presente y realidad– sabían que debía haber cambios en la Iglesia para que las finalidades políticas se cumplieran, y así tener un elemento común entre todos los habitantes peninsulares que los identificara como una unidad.

Lo anterior implicó que antes del cisma provocado por Lutero, la Iglesia española estuviese reformada, lo que conllevó a establecer que la única religión en la Península era la católica, debiendo los judíos y musulmanes convertirse so pena de expulsión de España.

Tal reforma a la Iglesia española explica, además, el hecho de que su influencia sobre Trento fue mayor de la que el mismo Concilio tuvo sobre ella.

Con todo, lo cierto es que la cristianidad en el resto de Europa estaba en crisis. Sus problemas fueron casi los mismos que debieron enfrentar los Reyes Católicos, un clero débilmente instruido, una feligresía que poco o nada sabía de su religión, entre otras tantas. Lutero dejó en evidencia la crisis y provocó el cisma. Ello conllevó que la Iglesia y los reinos católicos debiesen organizarse y comprender que la Iglesia estaba con problemas internos, una crisis de grandes proporciones, lo que motivó la organización del Concilio Ecuménico, provocando cambios en el plano social, cultural, normativo, artístico, filosófico, etc., que hicieron posible que la Iglesia se levantara de la profunda crisis en la que estaba sumergida.

Luego de 500 años, y tras el Concilio Vaticano II que puso fin al orden tridentino, la Iglesia católica nuevamente se encuentra en una profunda crisis que, al igual que hace 5 siglos, le puede provocar un cisma, la pérdida de feligreses, de vocaciones, las más variadas consecuencias consecuencias. La historia, la filosofía, la literatura, en definitiva, las disciplinas humanistas contribuyen a comprender y entender de manera cualitativa los problemas del hombre, sus instituciones y crisis, de ahí la pertinencia de este libro en el momento actual.

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Esta obra colectiva deriva de las inquietudes y preguntas de los proyectos de investigación que han dado origen a este libro: Plan de Investigación de la Universidad de Navarra (PIUNA) 2018: “Trento en el Mundo hispánico: Renovación individual, social y cultural” del que es parte Macarena Cordero Fernández, y el FONDECYT de Iniciación n°11180374 “Crear/se y publicar/se en la periferia: Un estudio comparado de colectivos poético-culturales actuales de Brasil, Argentina y Chile” en el que Jorge Cid es el investigador principal.

Agradecemos al Comité Científico Internacional que aportó evaluaciones de gran acuciosidad, colaborando así a finalizar este volumen de manera satisfactoria e imparcial: Juan Pablo Abalos, Olga Acosta, Inés Aldao, Ignacio Chuecas, José Luis Egio, Rafael Gaune Corradi, Andrea Kottow, Gerardo Lara Cisneros, Jorge Martin Bascuñán, Mauricio Onetto, Agustina Rodríguez, Olaya Sanfuentes, Bernarda Urrejola.

Agradecemos especialmente al profesor Jorge Martin Bascuñán, quien contribuyó con la edición de este libro.

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Este libro colectivo está dividido en cuatro partes articuladas como unidades que dialogan entre sí, del mismo modo en que sus diferentes capítulos establecen lazos concomitantes, a través de las múltiples dimensiones desarrolladas desde una perspectiva interdisciplinaria que iluminan los nuevos debates sobre los efectos de Trento en las sociedades actuales a la luz de metodologías, corpus y modelos de pensamiento novedosos y en permanente cambio.

El primer capítulo ha sido escrito por Fermín Labarga, en el que da cuenta de cuál es el modelo de sacerdote que Trento establece. Dicho modelo no es otro que el presbítero Contreras, quien estando en África redimió a cristianos cautivos y convirtió a musulmanes. Se trata de un sacerdote culto, piadoso, amante de la pobreza, cuyo cariz ensayado en España antes de Trento, será exportado a todo el orbe católico.

Mike van Treek Nilsson aborda la lectura y el estudio de las Sagradas Escrituras, analizando desde la reforma luterana si los creyentes tienen derecho a preguntar si la Biblia realmente significa lo que la Iglesia dice. Seguidamente, contrapone la mirada luterana con lo acordado en Trento, concilio que no intentó suprimir ni reprimir la lectura de las escrituras, sino que establecer condiciones legítimas para que se desarrolle la lectura y esta sea aceptada para la Iglesia. Más aún, la Contrarreforma estimuló un cierto tipo de lector entendido como “apto”, que tuvo como tarea una apologética de la fe, una defensa de la tradición católica en pugna con los reformadores, racionalistas y creencias modernas. Se trata a su vez de las implicancias políticas que conllevó la definición de la forma y la lengua en que debe realizarse la lectura bíblica, constituyéndose una suerte de sistema defensivo frente al protestantismo. Por ello el lector “apto” es el sacerdote, capaz de hablar desde el centro del catolicismo, encarnando los valores del sacerdote modelo dibujado por el presbítero Contreras.

Por su parte, Felipe Schwember plantea que luego de la Contrarreforma se produjeron cambios y evolución en las teorías políticas, que se traducen en el principio de la igualdad natural de todos los hombres, principio cuya importancia radica en ser el punto de partida para la justificación de las instituciones jurídicas y políticas, debiendo en adelante los teóricos dar importancia a las teorías contractualistas, del estado de naturaleza, de los derechos individuales, etcétera.

La segunda parte de este libro lo inicia Bettine Baader, quien ofrece una reflexión acerca de la teoría weberiana sobre el Desencantamiento del Mundo como consecuencia de la Reforma Protestante. Se sostiene que lo que planteó el sociólogo alemán debe ser comprendido dentro de un proyecto historiográfico decimonónico más amplio que aquel al que han creído verse enfrentados los representantes de la Historia de la Cultura. Al respecto, vuelve a considerar los argumentos que se han dirigido en contra de la propuesta de Weber, y revisa los argumentos que él dispuso como directrices del mundo moderno, con el fin de reflexionar en torno a su quehacer histórico, y a su influencia en la evaluación “progresiva” del Protestantismo.

Le sigue la colaboración de Diego Melo, quien analiza una traducción que Martin Lutero realizó del Corán. Para Lutero traducir y conocer el Corán era tan importante como conocer la Iglesia Católica, pues desde su perspectiva, ambas constituían un peligro para Europa. De ahí la necesidad de conocer la fe del enemigo para poder combatirlo. Así, el enemigo interno de Europa era el papado, mientras que el externo era el avance de los turcos y el islam. Lutero entendió que el Corán tiene implicancias políticas y teológicas, y que por lo mismo podían destruir el cristianismo.

La segunda parte es cerrada por Ana Hontanilla, quien aborda la exclusión de España de la Europa ilustrada, mostrándola como bárbara e incivilizada. Para ello la autora aborda en las categorías de imperialismo y colonialismo, como también, de qué manera luego de la Reforma protestante, los británicos realizaron todo lo posible por desplazar al mundo hispánico.

Ya en el tercer apartado del libro, Luz Ángela Martínez propone un estudio en el que dialoga con las grandes orientaciones críticas que definen el marco interpretativo americanista que se hace cargo de la obra de sor Juana Inés de la Cruz, a saber, la filosofía de la ciencia; la observancia del Barroco como una expresión estética jánica; la interesada en el problema de la representación y el lenguaje; y la que atiende la relación entre poesía, identidad y género, Luz Ángela Martínez analiza lúcidamente el doble fondo cultural que opera dentro de la obra de la monja a través de un acucioso análisis del auto sacramental El divino Narciso, obra que, con su característica agudeza poético-teológica, percibe y da cuenta de la coexistencia de dos religiones igualmente verdaderas –un sustrato cultural pretridentino y otro postridentino– de los cuales se nutre la producción artística del siglo XVII, cuya coexistencia durante el primer periodo colonial es determinante en la formación espiritual americana.

Luego, considerando al barroco como un lenguaje que se reactualiza permanentemente a través de sus diversas manifestaciones en atención a las coordenadas históricas y culturales que le van sirviendo de contexto, Jorge Cid evalúa el diálogo entre dos manifestaciones del barroco: el barroco de la contrarreforma y el neobarroco del Río de la Plata que –aunque en las antípodas de la moral y sus cinco siglos de desarrollo–, se revelan cercanas en su artificio y en su inclinación por el estímulo violento de los sentidos. Partiendo del análisis del misticismo y la sensualización a la que este recurre en obras pictóricas empapadas del influjo tridentino, el autor analiza la apertura del barroco a códigos e imaginarios excéntricos presentes en obras literarias del autor argentino Néstor Perlongher cuyos textos polemizan con la gran tradición literaria, actualizando el autosacramental de Sor Juana en atención al imaginario de la espiritualidad amazónica del Santo Daime en la que el poeta participó durante los últimos años de su vida.

Más adelante, Daniel Astorga analiza las estrategias utilizadas por Fray Andrés de Olmos para adaptar, por medio de un trabajo conceptual y gráfico de los sermones, la concepción de infierno de los misioneros a una versión que pudiera resultar significativa para los indígenas de la Nueva España. Dado que las concepciones espaciales del infierno y el inframundo nahua, Mictlan, distaban entre sí, tanto en forma como en fondo, fue necesario para los misioneros relevar las diferencias existentes entre las concepciones de infierno de ambas culturas para definir las transformaciones necesarias para conseguir una representación del espacio del Mictlan prehispánico funcional a los propósitos específicos de la labor misionera. Con este fin, Astorga analiza el Tratado sobre los siete pecados mortales de Fray Andrés de Olmos, evaluando su recepción por parte de los nahuas del México central frente a las nuevas configuraciones espaciales del Mictlan en el discurso del fraile.

Fernando Guzmán realiza una reflexión de las producciones materiales en el período virreinal, introduciendo la pregunta sobre cuáles fueron los libros y/o ideas en circulación que pudieron haber estado presentes en la redacción de los decretos conciliares. Lo anterior adquiere particular relevancia en materia de prácticas devocionales y uso de imágenes, las que en el proceso de adscripción a las convenciones tridentinas, actualizaron sus producciones dotándolas de elementos locales, propios de su realidad espacial y cultural.

Cierra el apartado tercero la comunicación de Laura Fahrenkrog, quien indica que luego de recepcionarse el tridentino, se reforzaron más que reformaron, los obispados americanos. Aunque, como en muchos otros espacios, los decretos tridentinos fueron readaptados o traducidos a las circunstancias de Asunción, ciudad lejana a los grandes centros de poder, debiendo negociar las formas de los ceremoniales.

El último apartado, se inicia con la investigación de Nelson Castro, quien enfatiza en el reforzamiento de la figura de los obispos y los párrocos. Castro indica que la Iglesia de Charcas presentaba problemas similares a otras diócesis americanas y europeas, pero que no obstante, sus soluciones debían ser originales puesto que la realidad era diversa y particular. El análisis anclado en el siglo XVIII da cuenta de los conflictos que se suscitan y que deberá enfrentar la Iglesia pos tridentina ante el avance del regalismo tendiente a menoscabar la autoridad papal, defendiendo el episcopalismo y así hacer frente a estas tendencias.

El aporte de Mario Padres a esta obra colectiva es innovador en cuanto a su foco de análisis. Tal como el autor lo indica, la conversión y la evangelización católica en América se centra, generalmente, en las relaciones entre misioneros, evangelizadores y comunidades nativas. De ahí que Padres se pregunte y analice respecto al proceso evangelizador llevado adelante por los soldados del ejército español y la Compañía de Jesús emprendido en el Reino de Chile, destacando la figura de los capellanes militares, quienes llevan adelante el ideario de la Contrarreforma, el disciplinamiento y la confesionalización del catolicismo.

Mariana Labarca aporta con un capítulo que dice relación con los cambios que experimentaron las interpretaciones respecto de las afecciones de las monjas en los conventos, realizando una conexión entre religión y medicina. Desde la Edad Media la Iglesia ha recurrido a los médicos con la finalidad que contribuyan en los procesos de canonización. Posteriormente, las afecciones del ánimo de las monjas son entendidas como casos de santidad real o falsa y de posesión demoníaca, por lo que los médicos coadyuvarán al Santo Oficio en su procesamiento. Para el siglo XVIII, esa relación ha cambiado, puestos que tales afecciones serán tratadas con las nuevas tendencias médicas.

Finaliza el apartado y con ello el libro, el capítulo de Macarena Cordero Fernández, quien analiza la bigamia a la luz de Trento y de los diversos foros de justicia que pueden procesarlo, entre ellos el Santo Oficio de la Inquisición, tribunal que dominó la escena europea y americana luego de la reforma luterana y Trento, juzgando no sólo herejías propiamente tales, sino que prácticas que pueden dar pie a una de ellas, gracias a lo normado en Trento.


1 Prosperi, Adriano. El Concilio de Trento. Una Introducción Histórica. (Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo. España, 2008) 13.

2 Para más detalles ver: Repgen, K. “Imperio y concilio (1521-1566)” en Il Concilio di Trento e il moderno, ed. Prodi. P. y Reinhard. W. (Bolonia, 1996) 55-99.

3 Para el caso portugués, véase: Caetano, Marcelo. “Recepção e execução dos decretos do Concílio de Trento em Portugal”. En: Revista de Faculdade de Direito da Universidad de Lisboa 19, 196, 7-87.