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1816: El terror y la sangre sublime

 

Resumen

En esta obra se analizan los hechos de la península ibérica, donde la derrota de los franceses permitió a Fernando VII volver al trono; la reacción neogranadina mediante los movimientos juntistas y sus dificultades para sostener la República; las estrategias de reconocimiento territorial y ocupación por parte del ejército español y la figura principal de Pablo Morillo. Un segundo grupo de textos alude a las manifestaciones particulares de la restauración monárquica en Cartagena, Antioquia, el centro (Bogotá, Boyacá y Santander) y el suroccidente (Pasto, Popayán y Cali). Los restantes trabajos nos aproximan a las vidas y realizaciones de los mártires republicanos, tanto los más conocidos como los desconocidos (mujeres, indios, negros y extranjeros), pero resaltando las figuras de Policarpa Salavarrieta, Camilo Torres, Jorge Tadeo Lozano y Francisco José de Caldas.

En historia nunca está dicha la última palabra. Cada generación está en el derecho de repensarse a sí misma como parte de esa continuidad pasado-presente-futuro. El bicentenario de la Independencia ha estado marcado por la búsqueda indeclinable de la paz en nuestro país. La nación ha reconocido la centralidad de las víctimas del conflicto; por ello debemos recordar que hace dos centurias el intento por restablecer el antiguo régimen condujo a una guerra implacable cuyas víctimas merecen ser recordadas.

 

Palabras clave: Guerra de Independencia, 1810-1819, Primera República, 1810-1816, reconquista, época del terror, restauración monárquica, próceres, mártires, Colombia.

 

1816: Terror and Exalted Blood

 

Abstract

In this volume they analyze the situation on the Iberian Peninsula, where the defeat of the French allowed Fernando VII to return to the throne; the reaction in Nueva Granada through the formation of autonomous juntas, difficulties in maintaining the Republic; strategies for territorial recognition; the occupation by the Spanish Army, and the leading figure of Pablo Morillo. A second set of texts alludes to the restoration of the monarchy in Cartagena, Antioquia, the Center (Bogotá, Boyacá, and Santander), and the Southwest (Pasto, Popayán, and Cali). The remaining works describe the lives and accomplishments of both preeminent but also unknown (women, Indian, Black, and foreign) Republican martyrs, with particular emphasis on Policarpa Salavarrieta, Camilo Torres, Jorge Tadeo Lozano, and Francisco José de Caldas.

There is never a “last word” in history, and every generation has the right to reconsider itself as part of the past-present-future continuum. The bicentennial year of our Independence has been characterized by a determined search for peace in the country. The Nation has recognized the centrality of the modern conflict’s victims, and we should remember that two centuries ago the attempt to reestablish the ancien régime led to another cruel war whose victims also deserve remembering.

 

Key words: War of Independence, 1810-1819, First Republic, 1810-1816, reconquest, the terror, restoration of the monarchy, founding fathers, martyrs, Colombia.

 

Para citar este libro

García Estrada, Rodrigo, Córdoba-Restrepo, Juan Felipe. 1816: El terror y la sangre sublime. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2016.

DOI: http://dx.doi.org/10.12804/LL9789587387780

 

1816 / El terror y la sangre sublime

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EDITORES ACADÉMICOS

Rodrigo de J. García Estrada

Juan Felipe Córdoba-Restrepo

 

3

 

SELECCIÓN DE IMÁGENES

Karim León Vargas

 

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1816: el terror y la sangre sublime / Rodrigo de J. García Estrada, Juan Felipe Córdoba-Restrepo, editores académicos, Karim León Vargas, selección de imágenes. - Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2016.

 

246 páginas

Incluye referencias bibliográficas. 

        

Colombia - Historia - Guerra de Independencia, 1810-1819 / Colombia - Historia - Primera República, 1810-1816 / I. García Estrada, Rodrigo de J. / II. Córdoba-Restrepo, Juan Felipe / III. León Vargas, Karim / IV. Universidad del Rosario.

 

986.1  SCDD 20

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. Biblioteca

 

© Universidad del Rosario

© Editorial Universidad del Rosario

Teléfono: 297 02 00

Carrera 7 N° 12B-41 oficina 501, Bogotá, (Colombia)

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PRIMERA EDICIÓN: noviembre de 2016

 

© AUTORES: María José Afanador-Llach, Elizabeth Chaurra Gómez, Rodrigo de J. García Estrada, Catalina Gutiérrez López, Jairo Gutiérrez Ramos, Martha Lux, Juan Marchena F., Armando Martínez Garnica, Carlos Guillermo Páramo Bonilla, Ana Catalina Reyes Cárdenas, Paula Ronderos, Renán Silva, Adelaida Sourdis Nájera, Frankly Alberto Suárez Tangarife

 

© José Manuel Restrepo Abondano, por la Presentación

© Anthony McFarlane, por el Prólogo

© SELECCIÓN DE IMÁGENES: Karim León Vargas

© FOTOGRAFÍA: Catalina Londoño Carder, Alberto Sierra y Leonardo Parra.

 

Academia Colombiana de Historia, Archivo General de la Nación, Archivo Histórico y Pinacoteca Universidad del Rosario; Banco de la República, Biblioteca Luis Ángel Arango, Colección de Arte y Colección Filatélica; Biblioteca Nacional de Colombia; Casa Museo Francisco José de Caldas; Museo de la Independencia-Casa del Florero; Museo Nacional de Colombia; Archivo Histórico de Antioquia; Archivo Judicial; Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín; Sala de Patrimonio Documental, Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad Eafit; Archivo Histórico Casa Museo de la Convención, Samuel Monsalve Parra, Óscar Monsalve Pino, Ernesto Monsalve Pino, Juan Camilo Segura, Carlos Tobón.

 

COMITÉ EDITORIAL: Stéphanie Lavaux, Catalina Lleras Figueroa, Luis Enrique Nieto Arango, Rodrigo de J. García Estrada, Juan Felipe Córdoba-Restrepo, Adriana Alzate Echeverri

 

COORDINACIÓN EDITORIAL: Ingrith Torres Torres

CORRECCIÓN DE TEXTOS: Lina Morales

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: Analiesse Ibarra Mendoza

ASISTENCIA EN LA SELECCIÓN DE IMÁGENES: Leidy Lezcano García

 

FOTOGRAFÍA DE CUBIERTA:

Representación del Fusilamiento de los próceres de Cartagena en 1815, litografía en color (tinta de grabado sobre papel), 49 x 67 cm, Generoso Jaspe, ca. 1886. Colección Museo Nacional de Colombia, Reg. 829. Fotografía: © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra.

 

IMAGEN DE GUARDAS:

1815. Sitio de Cartagena. - Entran las tropas de Morillo al interior de Nueva Granada. - Rutas seguidas por los españoles. - Bastantes días antes había penetrado al interior Sebastián Calzada. Sala de Libros Raros y Manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.

 

ISBN: 978-958-738-777-3 (impreso)  

ISBN: 978-958-738-778-0 (digital)

DOI: http://dx.doi.org/10.12804/LL9789587387780

 

Desarrollo epub: Lapiz Blanco S.A.S.

 

Hecho en Colombia
M
ade in Colombia

 

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable o transmitida en forma alguna o por ningún medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros, sin el previo permiso escrito de la Editorial Universidad del Rosario.

 

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[Detalle] Fusilamiento de los próceres de Cartagena, 1815, litografía en color (tinta de grabado sobre papel), 49 x 67 cm, Generoso Jaspe, ca. 1886. Colección Museo Nacional de Colombia, Reg. 829. Fotografía: © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra.

 

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Los 36 números del Boletín del Exército Expedicionario fueron divulgados en las plazas públicas por el ejército realista para combatir la causa patriota y legitimar la campaña de reconquista en la Nueva Granada. Exército Expedicionario. Boletín No. 24. Quartel General de Mompox, 29 de febrero de 1816, Imprenta del Exército Expedicionario. Sala de Patrimonio Documental, Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad EAFIT, Medellín.

 

Presentación

 

Desde nuestro tercer centenario, reza a la entrada del claustro rosarista una inscripción en mármol de la autoría del profesor Luis López de Mesa (1884-1967), gran conocedor de la historia colombiana:

 

AL COLEGIO MAYOR

DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

LA ACADEMIA COLOMBIANA DE HISTORIA

1653-1953

HE AQUÍ, EN CASA DE SABIDURÍA,

EL SUMO HOGAR

DEL PATRIOTISMO COLOMBIANO:

EGREGIO DE ORIGEN,

PRÓCER EN SU VIRTUD DOCENTE,

Y AÚN MÁS GRANDE

EN LA GRANDEZA DE SUS HIJOS.

 

Esta afortunada síntesis de la esencia de nuestra alma mater expresa el carácter protagónico de los rosaristas en la formación, aún inacabada, de la República, imaginada por Fray Cristóbal de Torres en la segunda mitad del siglo XVII, para cuya ilustración el arzobispo fundador entregó sus bienes y redactó las sabias constituciones que luego fueron guía y modelo para la organización democrática de las dispersas y variadas provincias que formaban el Nuevo Reino de Granada. Bajo las luces de la Ilustración, difundida en sus aulas a partir de la llegada del gaditano José Celestino Mutis, los jóvenes granadinos tomaron consciencia de la necesidad de emanciparse de la Madre Patria, esa lejana metrópoli, unida por la lengua de Castilla pero separada del Nuevo Mundo por incontables y altísimas montañas y por el proceloso océano.

 

Entre otras muchas causas, las querellas entre los novatores y el peripato, el episodio de los pasquines y la esperanza suscitada por el conocimiento de las riquezas naturales aportado por la Real Expedición Botánica llevaron a esos alumnos a soñar con un país libre, gobernado democráticamente, como lo era su propia comunidad estudiantil, de acuerdo con lo prescrito por el señor Torres, a imagen y semejanza de lo que sucedía en el Colegio del Arzobispo en Salamanca o en el de San Clemente en Bolonia.

 

Durante el proceso de Independencia de Colombia, el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, su claustro y sus egresados fueron testigos y protagonistas de sus momentos decisivos. Muchos abogados y médicos rosaristas tuvieron una figuración decisiva en la conformación de las juntas de gobierno que, en diferentes capitales provinciales y en la capital, decidieron en 1810 el destino de la primera república. Promulgaron muchas de las constituciones de aquellos primeros Estados independientes, y se alinearon, según sus preferencias y modelos políticos adoptados, en torno a los partidos federalista y centralista, durante la guerra civil que, en parte, llevó al traste nuestra primera experiencia republicana.

 

Ello explica que, cuando el Ejército Expedicionario de Tierra Firme, bajo el mando del general Pablo Morillo, arribó al territorio de la actual Colombia, se ensañara con esta institución donde se había formado aquella generación ilustrada, partícipe de una de las primeras gestas de la ciencia colombiana (la Expedición Botánica), y que intentó, mediante la creación de periódicos, llevar las luces a toda la población. Por ello, los claustros rosaristas se convirtieron en cuartel militar, presidio, mazmorra de torturas y cadalso de ejecuciones sumarias. La intención era clara: la nación española se daba el lujo de renunciar a las luces de la ciencia, el derecho y la cultura, declarando la pena de muerte a todos aquellos ciudadanos que, mayores de edad y consecuentes con el proyecto republicano, habían renunciado a Fernando VII como legítimo soberano.

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Conmemoración del centenario de los colegiales fusilados en Bogotá: “1816-1916”, Revista Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, tomo XII, Bogotá, 1 de julio de 1916, p. 356. Archivo Histórico, Universidad del Rosario, Bogotá.

Convertir este insigne claustro que se había constituido en símbolo de estudio, investigación y respeto a la vida y los derechos del ciudadano, en sus opuestos: la bayoneta y el látigo; el juicio apresurado, definido por el rumor; la negación de la vida ajena y su palabra. Porque el poder autárquico le teme más que a nadie a las palabras y las ideas, que ponen en cuestión aquellos preceptos aceptados por centurias, pero eficaces. No es de extrañar entonces que el comandante de aquel ejército de la llamada ‘Reconquista’ tuviera como blanco predilecto a pensadores, científicos y abogados, muchos de ellos rosaristas. Y en este marco son palmarias las palabras del verdugo al momento de dictar sentencia contra Francisco José de Caldas: “España no necesita de sabios”. Pero Caldas no fue el único.

 

Muchos fueron los rosaristas mártires: unos fusilados, otros despojados de sus bienes, extrañados, y con sus familias sufrieron los rigores de esa época infausta. Todos damnificados de aquella guerra, horrible e injusta como todas las guerras, mediante la cual la monarquía española pretendió inútilmente someter y recuperar la obediencia de sus vasallos americanos. Más de 20 hijos del Rosario fueron ejecutados y sus familias desposeídas, dejando un vacío que de muchas formas constituyó un escollo difícilmente superable para formar una nación en paz y que, sin duda, produjo una huella indeleble en nuestra personalidad histórica, desarrollada trágicamente entre tantos conflictos civiles hasta la actualidad.

 

Es el momento de traer a la memoria sus vidas, logros y realizaciones como padres profundos de la nación colombiana. Su sangre, sublime como la libertad que trajo para todos los colombianos, debe ser honrada. Sus victimarios tampoco deben ser olvidados, ya que inauguraron una larga historia de violencia a nombre del Estado, una razón para matar, que fue aprendida por la sociedad, y que tanto ha enlutado a las familias colombianas. La misma que sirvió a los actores armados para sembrar nuestros campos y poblados de terror, a nombre de un Estado mejor, que no puede ser construido de esa manera.

 

Este libro, obra de reconocidos autores, recuerda esa Época del Terror, de la Reconquista, de la Restauración Monárquica, de la Pacificación o como quiera llamarse, cuya cicatriz aún visible debemos auscultar para perseverar, desde nuestra Universidad, en la construcción de una sociedad libre y equitativa, respetuosa de la diversidad y, sobre todo en paz, que asegure el cuidado de la res publica, ese Bien Común que hasta hoy, desde el bronce y en la mitad del claustro, Fray Cristóbal de Torres predica y protege. No cabe duda, la Universidad del Rosario fue una de las principales víctimas del régimen de Morillo, pero el conocimiento histórico de aquellos años abre caminos de comprensión a esta larga y oscura noche de violencia. En un momento en que los colombianos estamos frente a la oportunidad de fortalecer nuestra democracia y avanzar hacia una sociedad más equitativa, socialmente justa y pacífica, la Universidad del Rosario proclama el fin del terror, decide honrar la sangre sublime y pregonar el valor sagrado de la vida.

 

Con ocasión entonces de este bicentenario, al igual que en otras conmemoraciones patrias, la Universidad del Rosario entrega esta obra que, desde diferentes ángulos, analiza variados aspectos de un tiempo, revelador, como todos los del pasado, del presente y de ese futuro con el cual está comprometida por siempre nuestra labor educativa.

 

José Manuel Restrepo Abondano

RECTOR

Bogotá, septiembre de 2016

 

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Cuadro alegórico de las batallas de la Independencia de la Nueva Granada, litografía (tinta litográfica sobre cartón), 61,8 x 47 cm, ca. 1870, Demetrio Paredes - C. Dornheim. Colección Museo Nacional de Colombia, Reg. 780. Fotografía: © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra.

Prólogo

 

Anthony McFarlane

 

En el año 2010, la Universidad del Rosario publicó el libro Historia que no cesa: la independencia de Colombia, 1780-1830, primero de varios volúmenes dedicados a reexaminar los orígenes y el desarrollo de la independencia de Colombia. Ahora, con esta obra, la Universidad avanza en su proyecto de examinar con más detalle los años cruciales que siguieron a la restauración de Fernando VII en 1814, cuando el movimiento de la Nueva Granada hacia la independencia tuvo que retroceder debido a la resurgencia del poder español, y sus líderes se vieron abocados a luchar por la resurrección de la república.

 

Esos años fueron, como lo muestran los capítulos de este libro, un período fundamental en la historia de la independencia colombiana. La llegada del general Pablo Morillo a la cabeza de un gran ejército invasor representó un golpe devastador para el movimiento independentista: los ejércitos españoles destrozaron a las fuerzas de los gobiernos independientes de la Nueva Granada, liquidaron las estructuras políticas creadas durante el interregno de Fernando VII y forzaron a los neogranadinos a volver a su antiguo estatus de sujetos de una Corona española absolutista. Sin embargo, a este proceso le siguió un resurgimiento de las fuerzas independentistas, pues, aunque España logró reimplantar la autoridad real en Nueva Granada y Venezuela mediante la ocupación militar de Morillo, sus fuerzas militares no lograron eliminar la resistencia armada ni vencer las aspiraciones de independencia.

 

Los autores de esta obra se enfocan en varios factores de importancia relacionados con la experiencia de reconquista y represión en la Nueva Granada y profundizan y aportan más detalles a una historiografía que durante los últimos años ha regresado a —y en buena medida revaluado— nuestra comprensión de la independencia de Hispanoamérica. Aquí, a modo de prólogo, voy centrarme en el más amplio contexto histórico de la experiencia de la Nueva Granada durante la restauración fernandina, cuando el rey y sus ministros trataron de reconstruir el antiguo régimen en el mundo hispánico. No obstante, previamente realizaré un breve comentario sobre las características particulares de la reinstalación del gobierno español en la Nueva Granada bajo Fernando VII.

 

La experiencia de reconquista y resurgimiento de la Nueva Granada fue única en algunos aspectos, si se la compara con el panorama general de Hispanoamérica. Por ejemplo, Nueva Granada fue, junto con Venezuela, el único país hispanoamericano que sufrió una invasión militar lanzada directamente desde España, seguida de una ocupación militar, la imposición de una dictadura militar virtual y el asesinato judicial, mediante juicios sumariales, de un sector significativo de sus líderes políticos y civiles. Nueva Granada también fue un caso particular porque se convirtió en la principal plataforma para las grandes campañas militares que, lideradas por Simón Bolívar, terminaron con el dominio español en Suramérica. (El único caso comparable sería el de San Martín, que usó a Chile como base para la invasión del Perú realista). Adicionalmente, Nueva Granada fue el núcleo de uno de los experimentos más notables de gobierno republicano en la Hispanoamérica poscolonial, a saber, la república de Colombia de Bolívar, la Gran Colombia, que hasta 1830 abarcaba a Nueva Granada, Venezuela, Ecuador y Panamá, en una formación republicana diseñada como contrapeso a los poderes reaccionarios de la Europa posnapoleónica, líder entre sus vecinos americanos.

 

Dicho esto, debemos reconocer que Nueva Granada no estaba sola en su experiencia de reconquista y represión tras la restauración de Fernando VII en 1814. Por el contrario, los movimientos independentistas de Hispanoamérica sufrieron reveses entre 1814 y 1816. En México, el general Calleja derrotó al principal ejército insurgente liderado por José María Morelos y, aunque permanecieron focos de insurgencia, en 1815 las fuerzas realistas habían cortado las alas del movimiento independentista. El régimen realista de Perú se veía aún más sólido. En 1813, el virrey Abascal había restaurado el mando de las autoridades reales en Quito y lo había convertido en una plataforma para atacar a la Nueva Granada; en octubre de 1814, una expedición militar que partió de Lima aplastó a las fuerzas independentistas chilenas en Rancagua; a finales de 1815, Abascal había ahogado las amenazas que surgían de Buenos Aires, tras derrotar a los ejércitos rioplatenses y a los insurgentes locales en el Alto Perú, y en Perú al acabar con la rebelión de Cuzco. La restauración de Fernando VII también estuvo relacionada con los avances realistas y los retrocesos republicanos en Venezuela, donde los jefes realistas Boves y Morales casi habían eliminado del todo a la revolución venezolana, dispersando a las fuerzas republicanas y forzando a los líderes sobrevivientes a la clandestinidad o el exilio. En Nueva Granada, las fuerzas republicanas tampoco lograron superar el desafío realista en 1813-14 y estaban demasiado desorganizadas y poco entrenadas para derrotar al ejército invasor de Morillo. Solamente la región del Río de la Plata escapó a la reconquista española. Allí, el gobierno revolucionario de Buenos Aires permaneció en el poder, al igual que los gobiernos independientes de Paraguay, la Banda Oriental y las provincias interiores. Sin embargo, su posición parecía precaria en 1814-15, cuando el nuevo gobierno de España planeaba atacar Buenos Aires y el rey portugués en Brasil estaba listo a tomar cualquier ventaja territorial que le brindara el conflicto en los territorios españoles adyacentes.1

 

En este contexto, en 1815 el renacer del imperio español en América parecía una posibilidad clara, a medida que las circunstancias en el mundo hispánico y la Europa posnapoleónica parecían inclinarse a favor de España. En primer lugar, la expulsión de los franceses terminó con años de un devastador conflicto interno en España; en segundo lugar, los realistas americanos tomaban ventaja en las guerras americanas que habían comenzado en 1810; y tercero, el contexto internacional favorecía a España, en la medida en que las principales potencias europeas reconstituían las alianzas del antiguo régimen y apoyaban la determinación española de reconstruir su imperio. La actitud de Fernando VII hacia Hispanoamérica también era clara. Él creía en su derecho divino a gobernarla, y encontró en los grandes ejércitos movilizados durante la Guerra Peninsular un instrumento potencial para aplastar la oposición a su soberanía en América.

 

Cuando Fernando VII regresó al trono, sus ministros no tenían planes específicos para Nueva Granada o las demás regiones rebeldes de Hispanoamérica. Su prioridad era restaurar el absolutismo en el corazón de la monarquía, en el interior de la misma España, eliminando las innovaciones políticas y administrativas que habían realizado las Cortes y restableciendo las instituciones tradicionales del gobierno monárquico. Más adelante, tras abolir el sistema constitucional de la Constitución de Cádiz, encarnado en las Cortes de Cádiz, el rey buscó medidas para purgar a Hispanoamérica de ideas liberales y autónomas, y asegurar la pacificación permanente de las provincias rebeldes.

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Emilio Murillo y J. Restrepo Tamayo, Himno de la República. Bogotá, Impr. de La Luz, 1909, p. 1 partitura, 3 p. M1687 .C6 CMPC CAR 15/58. Sala de Patrimonio Documental, Biblioteca Luis Echavarría Villegas, Universidad Eafit, Medellín.

Entonces, ¿cómo encajaba Nueva Granada en esta nueva configuración del sistema político? Y, en particular, ¿por qué fue escogida para la invasión y ocupación militar? En un primer momento parecía que el rey pretendía reintegrar a Hispanoamérica a una monarquía unificada a través de una promesa de reconciliación más que mediante el uso de la fuerza. En mayo de 1814, el rey le ordenó a Miguel de Lardizábal, el ministro de Indias, que les comunicara a los americanos las intenciones benignas del rey y les asegurara que Fernando VII pondría fin a las desavenencias causadas por su ausencia. En una proclamación a los americanos, Lardizábal hizo eco de esos sentimientos: el rey, afirmó, había sido “traído milagrosamente por la mano visible de la providencia para reinar en paz y justicia”, y mostró sus buenas intenciones nombrando a americanos en los puestos gubernamentales de importancia. Lardizábal agregó que Fernando VII “mirará siempre con un singular aprecio a los muchos que han sido fieles, tratará benignamente y recibirá como Padre con un total olvido de su delito a los extraviados, si ellos de buena fe se le entregan para ser perdonados […]”.2

 

La promesa de conciliación estuvo respaldada por un proceso de consulta sobre los temas de política americana, en el que el rey solicitó y recibió consejos de muchos funcionarios realistas, exdiputados de las Cortes y otras personas con experiencia relevante. El primer grupo de expertos consultado por el rey a mediados de 1814 se inclinó por la conciliación: Francisco López Lisperguer, José Baquíjano, el general José de Zayas y el conde de Puñonrostro consideraron que se requerían reformas de uno u otro tipo; solamente Antonio Pérez, que se concentraba en México, exigió una solución militar mediante el envío de grandes refuerzos desde España.3 Sin embargo, Fernando VII acogió la idea de que las rebeliones eran obra de pequeños grupos sin apoyo extendido y creía que el ‘amor al rey’ reunificaría la monarquía.4 El noble quiteño Arias Dávila y Herrera, el conde Puñonrostro, presentó esta idea en su forma más crédula, pues consideraba que los sujetos del rey, “por la naturaleza, el clima y temperamento, son dóciles, sumisos y suaves, y sobre todo amantes hasta la idolatría, al nombre y personas de sus soberanos”.5 No obstante, la idea de Puñonrostro de una paz restaurativa era una esperanza vana y pronto se vio sobrepasada por los métodos militares de pacificación. Ahora que España se había librado de la guerra en Europa y tenía un gran número de fuerzas a su disposición en la península, la intervención militar en Hispanoamérica parecía una opción más viable. Fernando VII no solamente tenía a la mano el instrumento para la represión americana a la mano, el gran ejército que había heredado de la Guerra Peninsular contra Francia, sino que el envío de oficiales y soldados españoles a Hispanoamérica también le permitió alejar a miembros del ejército en los que no confiaba políticamente. El rey aprobó en consecuencia el desarrollo de una política militar de ultramar diseñada con dos fines en mente: liberarse de los enemigos políticos en la España posconstitucionalista e impresionar a los americanos con la capacidad española para reimponer la autoridad real por la fuerza. Esta iniciativa de llevar a cabo una acción militar tomó forma definitiva en septiembre y octubre de 1814, cuando el Consejo de Indias recomendó que el rey enviara una o más expediciones armadas a Suramérica. El resultado principal de esta decisión ocurrió seis meses más tarde cuando partió una gran expedición hacia Venezuela y Nueva Granada bajo el mando del general Pablo Morillo.

 

Es difícil identificar con precisión la fuente de esta decisión, pero la más plausible es un plan para una acción militar en Venezuela que Pedro de Urquinaona, secretario del Ministerio de Indias, le presentó directamente al rey a comienzos de junio de 1814.6 Después de examinar la propuesta de Urquinaona, Fernando pidió la opinión del Consejo de Indias, de donde surgió un plan más amplio y específico, que tomó la forma de 21 recomendaciones sobre Caracas y Nueva Granada. La primera de ellas proponía que el rey enviara un ejército a Caracas, dirigido por un distinguido general que asumiría el mando político y militar, y tomaría todas las medidas necesarias para restaurar el orden. El Consejo también recomendó el nombramiento de una Junta de Generales ‘de mar y tierra’ que podría realizar propuestas sobre estas regiones. Este conjunto de recomendaciones se le envió al rey el 3 de octubre de 1814, seguido de otro el 4 de octubre, donde se comentaban las consecuencias de la caída de Montevideo a manos de los insurgentes de Buenos Aires y se recomendaba el envío de una expedición, quizá la misma que el Consejo había sugerido previamente que se destinara a Caracas.7 Luego de varias demoras administrativas, en noviembre de 1814 se impartieron órdenes para enviar la expedición antes de que terminara el año.

 

Venezuela y Nueva Granada no fueron el objetivo que se escogió primero. La opción preferida era atacar a Buenos Aires. Esta opción tenía un fundamento claro: los revolucionarios de Buenos Aires no solamente habían tomado un puerto clave en el Atlántico y la mayoría del territorio del Río de la Plata, sino que también eran una amenaza significativa para el dominio español sobre el Alto Perú, Perú y Chile. Adicionalmente, los mercaderes españoles (en su mayoría de Cádiz) que financiaban la Comisión de Reemplazos de España tenían un interés particular en recuperar y defender su comercio con estas regiones de gran importancia. Así, cuando el plan militar finalmente se puso en marcha a mediados de febrero de 1815, la expedición era una fuerza bien financiada e impresionante: estaba compuesta por 12 254 hombres en una flota de 20 barcos de guerra y otras 59 embarcaciones, que llevaba la capacidad naval de España a sus límites. El ejército de unos 10 600 hombres estaba liderado por el general Pablo Morillo y la fuerza naval por el brigadier Pascual de Enrile. Sin embargo, su destino era una sorpresa completa. Cuando el general Morillo abrió en altamar las órdenes selladas, sus soldados descubrieron que se dirigían a Venezuela y no a Buenos Aires.8

 

La decisión de desviarse de Buenos Aires no fue una mera improvisación. De hecho, la decisión de dirigirse a Venezuela y Nueva Granada se había tomado en octubre de 1814, después de que España recibiera la noticia de que Montevideo había caído en manos de Buenos Aires. La captura porteña de Montevideo tuvo un impacto decisivo en el destino de la expedición de Morillo, porque privaba a España de una base vital para lanzar un ataque sobre Buenos Aires. Sin embargo, los ministros tenían varias razones para pretender que la expedición se dirigía al Río de la Plata: querían garantizar que la Comisión de Reemplazos siguiera suministrando apoyo financiero; esperaban mantener en la incertidumbre a los americanos; y también querían evitar la deserción de los soldados españoles que temían los peligros del servicio militar en el Caribe.

 

La partida de la expedición anfibia de Morillo fue un desarrollo estratégico de importancia. España había enviado otras expediciones militares transatlánticas entre 1810 y 1814, pero la expedición de Morillo no era simplemente una extensión de la política militar del régimen constitucional español. Mientras que los regentes y las Cortes habían usado la Comisión de Reemplazos para enviar destacamentos de refuerzo a los ejércitos realistas en varias regiones, la expedición de Morillo era más que un contingente de refuerzos, era un ejército expedicionario grande y bien organizado, apoyado por considerables fuerzas navales y recursos financieros, y tenía el propósito de reconquistar todo un virreinato. El ejército expedicionario también tenía un significado simbólico importante, ya que era un signo tangible de que España había recuperado su capacidad de proyectar su poderío militar al otro extremo del Atlántico y estaba dispuesta a llevar la guerra a una nueva etapa.

 

El énfasis fernandino en la fuerza se reflejaba en el frente diplomático tanto como en el militar. El rey esperaba usar su alianza con Gran Bretaña para contribuir a restaurar las relaciones con las colonias rebeldes, pero impuso términos que en la práctica hacían imposible la mediación. Los gobiernos británicos estaban dispuestos a mediar si España les proporcionaba a sus sujetos americanos autonomía política y libertad comercial, pero España solo aceptaría el involucramiento británico si Gran Bretaña aceptaba declararles la guerra a los rebeldes que se rehusaran a aceptar los términos españoles.9 La posibilidad de una mediación internacional para terminar el conflicto se vio minada permanentemente por la preferencia de España por la coerción disfrazada de conciliación, por el ‘puño de hierro en el guante de terciopelo’.

 

Así, a pesar de las ofertas de reconciliación de Fernando VII a los americanos, su forma de resolver el problema de restaurar el dominio español era fundamentalmente intransigente, e hizo más por reiniciar la guerra que por restaurar la paz. Esto fue evidente especialmente en Venezuela y Nueva Granada, donde el despliegue del ejército de Morillo reflejó la amplia división entre el régimen de Fernando y sus sujetos americanos. Porque la invasión armada de Morillo era, en primer lugar, una señal de que España estaba determinada a aplastar la oposición mediante la guerra, sin importar el costo; en segundo lugar, se trataba de un ejército que no solamente era ajeno a la población local, sino que estaba liderado por oficiales cuyos métodos políticos y de guerra habían sido formados por la extraordinaria brutalidad de la guerra contra los franceses en la península; en tercer lugar, aunque tenía el propósito de reconstruir las instituciones civiles de gobierno, siempre mantuvo las características de una ocupación militar, incluso cuando la mayoría de soldados españoles habían muerto o desertado y habían sido reemplazados por reclutas americanos. No obstante, la expedición de Morillo también era un signo de que el gobierno de Fernando no sabía —o no quería saber— que las condiciones de la Nueva Granada (y de muchas otras regiones de Hispanoamérica) dificultaban la reconstrucción de la legitimidad y la autoridad mediante las armas. Morillo tenía suficientes fuerzas para retomar las primeras débiles repúblicas del territorio del Virreinato de la Nueva Granada, pero el despliegue de su ejército y la eliminación de los líderes políticos patriotas no bastaban para garantizar una paz permanente. Morillo se encontró en una región donde el mal estado de las economías no permitía un suministro suficiente de recursos para la guerra; donde la constante crisis financiera del gobierno llevaba a imponer medidas fiscales que alienaban a la población y le causaban resentimiento; y donde debía confrontar la resurgencia armada de los rebeldes que reconstruían su poderío militar y credibilidad política mediante una guerra de guerrillas en los llanos venezolanos. De hecho, tal fue la amenaza de los insurgentes en Venezuela que Morillo se vio obligado a regresar allí para realizar operaciones militares en su contra: a partir de 1817 se enredó cada vez más en una guerra que debilitaba su ejército y mermaba su ambición de convertir a la Nueva Granada en un centro de operaciones para la totalidad de la Suramérica hispana. En vez de ello, el régimen realista neogranadino resultó ser demasiado débil incluso para defenderse contra los insurgentes en sus fronteras, y en 1819 cayó ante el golpe maestro de la Batalla de Boyacá, donde Bolívar derrotó a la Tercera División del ejército de Morillo y forzó la huida del virrey de Bogotá.

 

Los capítulos que se encuentran a continuación analizan diversos aspectos relevantes de la primera república de la Nueva Granada y su derrota a manos del ejército español, y se agrupan en torno a varios temas. Uno de ellos son las características del ejército de ocupación español y sus líderes, y su impacto en la población neogranadina. Juan Marchena considera que se trata de una fuerza liderada por oficiales enviados a América para pagar por sus pecados políticos más que para expresar sus convicciones patrióticas, compuesta por soldados que, más que ganar corazones y mentes, eran demonizados como emisarios de una nación bárbara. El mismo Morillo era un personaje nada notable, sugiere Guillermo Páramo, pues no era ni el soldado salvador del imperio ni el monstruo sangriento de la mitología patriótica. Adicionalmente, sus oficiales eran soldados profesionales que, según argumenta María José Afanador, combinaban reconstrucción con represión, economía política con estrategia militar.

 

Un segundo tema tiene que ver con la naturaleza de las respuestas políticas y militares neogranadinas a la ‘pacificación’ española. Catalina Reyes confirma que la fragmentación política de la Nueva Granada facilitó la reconquista de Morillo, pues se había priorizado el debate político y no la preparación militar. Varios autores revelan el grado de debilidad de las fuerzas militares neogranadinas: Armando Martínez muestra que los comandantes militares pronto se dieron cuenta de que carecían de los soldados entrenados y disciplinados necesarios para enfrentar a los veteranos españoles, y decidieron retirarse a los llanos del Casanare; Jairo Gutiérrez reconstruye un colapso similar de las fuerzas independentistas en la gobernación de Popayán; y Adelaida Sourdis nos recuerda el terrible precio pagado por Cartagena, cuyas grandes fortificaciones resultaron insuficientes para una ciudad sin aliados.

 

Finalmente, otro grupo de capítulos se centra en la experiencia neogranadina de la ‘pacificación’ española desde varias perspectivas. Frankly A. Suárez Tangarife analiza las justificaciones españolas de la pacificación y los métodos de represión y castigo políticos, así como las variaciones regionales del impacto de la reconquista. Elizabeth Chaurra Gómez y Catalina Gutiérrez López se enfocan específicamente en sus efectos en Antioquia. Paula Ronderos examina, a través del prisma de la ejecución de Policarpa Salavarrieta, el rol de las mujeres en la memoria, la literatura y “los espacios de la violenta realidad” de Colombia. Marta Lux analiza el lugar de las mujeres en la Independencia, utilizando fuentes de archivo para mostrar los diferentes tipos de acción de las mujeres, así como las estrategias y tácticas que emplearon. Renán Silva reflexiona sobre el gran daño que la guerra y la represión le hicieron a una generación de ‘ilustrados’ y a un grupo más generalizado de ‘hombres de letras’, que murieron en el campo de batalla o ejecutados, privando así a la nueva república de lo que hubiera sido una fuente invaluable de liderazgo. Finalmente, Rodrigo de J. García Estrada compara las posiciones políticas que asumieron dos de los más famosos ‘ilustrados’, Camilo Torres y Jorge Tadeo Lozano, ambos rosaristas, que, como resultado de sus contribuciones a la independencia, fueron ejecutados por Morillo.

 

La Universidad del Rosario merece ser felicitada calurosamente por ofrecerle al público colombiano esta oportuna colección de escritos académicos sobre el tema 1816: el terror y la sangre sublime. De manera individual y colectiva, sus autores realizan un gran aporte al iluminar ese período singular de la historia de Colombia, cuando España reconquistó y luego perdió el control de la Nueva Granada, abriendo las puertas para la creación de la República de Colombia y su transformación en la base bolivariana para la liberación de Suramérica.

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[Detalle] Simón Bolívar, 1819, litografía iluminada (tinta litográfica y acuarela sobre papel), 31,9 x 22,7 cm, A. Lecler - Lith. de Godefroy Engelmann. Colección Museo Nacional de Colombia, Reg. 1849. Fotografía: © Museo Nacional de Colombia / Samuel Monsalve Parra.

Notas

1 Para una presentación exhaustiva de las guerras en Hispanoamérica en 1810-1815, ver McFarlane, Anthony. War and Independence in Spanish America. Nueva York: Routledge, 2014, caps. 4-9.

2 “A los habitantes de la Indias el Ministro Universal de ellas”, 20 de julio de 1814, citado por Heredia, Edmundo A. Planes españoles para reconquistar Hispanoamérica, 1810- 1833. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, 1974, pp. 115-116.

3 Ibid., pp. 124-145.

4 Anna, Timothy E. Spain and the Loss of Empire. Lincoln: University of Nebraska Press, 1983, pp. 134-139.

5 Conde de Puñonrostro al duque de San Carlos, Madrid, 22 de mayo de 1814: Archivo General de Indias, Estado 87, Nº 39, p. 2.

6 Heredia, Planes españoles…, op. cit., pp. 151-161.

7 Las primeras recomendaciones llegaron del Consejo el 13 de septiembre y se le enviaron al rey el 3 de octubre. Las segundas fueron registradas por la reunión del Consejo del 4 de octubre: Archivo General de Indias, Ultramar 780.

8 Earle, Rebecca A. Spain and the Independence of Colombia, 1810-1825. Exeter: University of Exeter Press, 2000, pp. 57-58.

9 Sobre el tema de la mediación entre 1811 y 1815, ver Anna, Spain and the Loss of Empire, op. cit., pp. 104-110.

Introducción

Rodrigo de J. García Estrada

 

 

En Colombia, es más o menos acertado plantear que predomina el olvido y que este ha sido política de Estado, por medio de políticas culturales y educativas, que se expresan en los cambios curriculares a la formación básica y secundaria de sus jóvenes. Pero también puede pensarse que existen algunos excesos de la memoria que se han convertido en obstáculos para el avance colectivo hacia un futuro de equidad, democracia y convivencia pacífica, previo conocimiento y comprensión del pasado. Por lo que es acertado plantear que existe una política equivocada frente a la memoria colectiva, y una forma particular de la sociedad colombiana para encarar sus responsabilidades históricas, que le impide actuar, sin la carga de culpabilidad y resentimiento que la ata al pasado y sin la mirada esquizoide que la incita a saltar al vacío. Porque el problema no es tanto si se trata de una sociedad que olvida o recuerda —ya que toda sociedad y persona lo hace a cada momento—, sino preguntarse por el tipo de hechos que se recuerdan u olvidan, la carga emocional que provocan, la forma como se transmite el conocimiento histórico a las nuevas generaciones y la formación de una cultura ciudadana crítica, plural y civilista.

 

El himno nacional alude a los “surcos de dolores” y a un momento en que “cesó la horrible noche”, de donde surgió “la libertad sublime”. Pero pocos sabemos que dichas palabras rememoran el baño de sangre que significó el retorno de los pueblos neogranadinos al régimen monárquico, el llamado ‘retorno del rey’, que ocurrió en 1816, cuando arribó a la capital el llamado ejército expedicionario de Tierra Firme, bajo las órdenes de Pablo Morillo. Que la letra del canto fundacional de la república recuerde aquel cruento año es significativo y conduce a una reflexión. ¿Es sano el olvido de estos hechos? Lo cierto es que, si se hace una encuesta entre los jóvenes de nuestro país, solo unos pocos universitarios atinarían a relacionar los versos aludidos con los hechos históricos en cuestión. ¿Este olvido no es una injusticia con aquellos hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas por alcanzar las libertades que actualmente disfrutamos? Y ¿de qué manera debe explicarse y comprenderse la condena a muerte y posterior ejecución de los criollos que hicieron parte del proceso político vivido por la actual Colombia entre 1810 y 1815, primera experiencia republicana y razón histórica de la campaña libertadora?

 

Sin duda, se trata de un problema interesante, no solo para académicos, sino para la ciudadanía en general, ya que lo que está en juego son las raíces mismas de nuestra nacionalidad. Más aún en un contexto en el que se tramita un proceso de paz que implica para los colombianos mirar de frente una larga historia de violencia; el reconocimiento, justicia y restauración de los derechos de las víctimas por parte de los victimarios y el Estado; y, finalmente, la reconciliación e inclusión de los actores insurgentes a la sociedad y la democracia. Se trata de dos contextos diferentes y no se puede caer en la trampa de las analogías, pero lo cierto es que es una situación en la que nuestra sociedad se plantea qué hacer ante hechos violentos de su historia, unos muy antiguos y olvidados y otros recientes que han afectado la nación y producen resentimientos, rencor y deseos de venganza, o, en el caso de algunas víctimas directas, la sanadora voluntad de perdonar a sus victimarios. De hecho, en ambos casos, la nación colombiana ha sido víctima de una visión según la cual la mejor forma de avanzar hacia el futuro consiste en excluir, mediante la ‘guerra a muerte’ o eliminación física, a quienes se oponen a un determinado proyecto político —considerado el único válido y deseable— para todos.

 

En buena medida este libro es un esfuerzo colectivo por comprender las implicaciones de este tipo de visiones que, sustentadas en la denominada violencia legítima, la del Estado —no importa si se trata de un Estado en ciernes como era el republicano, o un Estado con tres siglos de historia, como era la monarquía española—, aprueban y llevan a la práctica la pena de muerte y la tierra arrasada contra sus propios ciudadanos. Por supuesto, de por medio hubo un distanciamiento entre españoles americanos y españoles europeos en torno a la organización del Estado, que se manifestó en discursos, exclusiones políticas y violencia mutua como parte de las guerras civiles de la Primera República, más la declaratoria de guerra a muerte de Simón Bolívar contra todos los españoles, y, como consecuencia lógica, una respuesta de la misma proporción por parte de Fernando VII y sus consejeros al regresar al poder en 1814.

 

Como se podrá observar en los distintos capítulos, estas visiones en contraposición tuvieron implicaciones que requieren análisis pormenorizados para comprender el proceso en sus diferentes dimensiones. Por ello, en primera instancia, se debe entender qué pasó en la península ibérica al momento de entronizarse de nuevo el monarca español en 1814, las repercusiones de la abolición de la Constitución de Cádiz, cómo se diseñó la estrategia para recuperar las posesiones americanas y la trayectoria política y militar de Pablo Morillo. En el mismo sentido, es necesario conocer el proceso vivido por la Nueva Granada en los años inmediatamente anteriores, y cómo actuaron los neogranadinos a partir de la invasión napoleónica a España y la violencia que acompañó la primera experiencia republicana en estos territorios, fruto de disensiones entre los distintos Estados provinciales sobre el sistema de gobierno, que se expresó en la guerra civil entre centralistas y federalistas, y entre estos y los bastiones realistas de Santa Marta y Pasto.

 

Este contexto ubica a los actores, peninsulares y criollos, de una guerra que implicó para los más de diez mil expedicionarios europeos adaptarse a un medio desconocido y hostil. Por lo tanto, antes de diseñar una estrategia de guerra, Morillo y su Estado mayor debieron estudiar el conocimiento geográfico existente y producir, a medida que avanzaban por el territorio, sus propios análisis sobre los ríos, caminos, cordilleras, valles, puertos y pueblos. Lo cierto es que del lado español el papel protagónico tiene nombre propio: Pablo Morillo. Este general encarnó para los criollos el terror del cadalso, la arrogancia y la tiranía del despotismo borbónico, pero, al mismo tiempo, el desenlace de su régimen expresa cómo la lógica de la guerra, pretendiendo un objetivo, suele lograr lo contrario, y, por ello, Morillo, figura demonizada, fue moldeado por sus enemigos y convertido en el villano útil y necesario, catalizador de la independencia definitiva e irreversible.

 

La denominada Reconquista empezó por Cartagena, plaza fuerte que por su ubicación estratégica permite controlar las comunicaciones y el transporte marítimo, además de ser la vía de acceso al resto de la Nueva Granada, y, por ello, las tropas de Morillo dedicaron cuatro meses a su asedio y rendición, luego de lo cual se percibieron sus devastadoras consecuencias económicas y demográficas, que impactaron a los cartageneros a lo largo del siglo XIX. Distinta suerte le correspondió a las provincias del centro, las cuales trataron de frenar, infructuosamente, la avanzada de los ejércitos reales que, en mayo de 1816, entraron a la capital, luego de la desbandada y repliegue del ejército republicano y en medio de demostraciones de regocijo de muchos de sus habitantes. Mientras que el caso antioqueño se caracterizó por su relativa tranquilidad y el pronto restablecimiento del gobierno real, acatado por la población, debido a las políticas de buen trato adoptadas por los gobernantes. Situación diametralmente opuesta fue la vivida por Cali y Popayán, cuyos campos fueron asolados y su población afectada de múltiples formas, provocando rebeliones armadas en algunas poblaciones. Por su parte, Pasto y el Patía, que se caracterizaron por su lealtad a Fernando VII, fueron tratadas con guante de seda y se constituyeron, en los años posteriores, en el baluarte de resistencia al proyecto republicano.

 

La represión a quienes habían participado activamente en el surgimiento y desarrollo de los proyectos republicanos combinó diferentes formas de violencia y castigo, empezando por el arresto, la confiscación y expropiación de bienes, el exilio, la imposición de tributos forzosos, y, como medida extrema, los llamados ‘ajusticiamientos’ sumarios. De esta manera se inició una ‘época de terror’