Fernando Eiras Sotoca

¿POR QUÉ A LOS TAILANDESES LES GUSTAN TANTO LAS SALCHICHAS?

Primera edición: Noviembre 2013


© Fernando Eiras Sotoca

© de esta edición:

Laertes S.A. de Ediciones, 2013

C./Virtut 8, baixos - 08012 Barcelona

www.laertes.es


Fotografía de la cubierta: 

Fernando Eiras Sotoca


Programación: JSM

ISBN: 978-84-7584-934-8



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I

Mi novia no estaba preparada para el matrimonio y yo no estaba preparado para una negativa. Después de seis años ni siquiera vivíamos juntos y nuestra relación se estaba yendo a pique porque, sencillamente, no teníamos ningún proyecto en torno al que seguir construyendo.

—Eres el hombre de mi vida. Jamás encontraré a otro igual. Todo lo que soy ahora te lo debo a ti, pero...

Pero que no. Ni siquiera hubo negociación, no sé: probar primero a vivir juntos, hacernos pareja de hecho, casarse sí pero hijos no, hijos sí pero casarse no... Nada.

Además, la negativa no fue instantánea. Entre la pregunta y el desplante transcurrió cerca de un mes, tiempo que ella dedicó a sopesar el asunto y yo a mascar la tragedia.

Por aquel entonces me dedicaba a trabajar como subdirector de un programa de documentales de corte vivencial en los que la presentadora se sumergía en las situaciones que grabábamos, mojándose con los protagonistas. Siempre estábamos en busca de nuevos temas para el programa y pensé que podríamos rascar algo en las páginas de contactos amorosos, de encuentros. Bastantes amigos y conocidos habían decidido que ligar en los bares era demasiado complicado y por eso se habían abierto un perfil en alguna de esas páginas, donde el porcentaje de éxito era mayor. Absoluto, diría, porque los cabroncetes no paraban de follar. 

Yo, claro, aún no le hacía caso a esas cosas: Yo tenía novia...

Un buen día contacté con el jefe de prensa de una de estas páginas, la de mayor éxito según el boca a boca. 

—Todos los de la tele siempre llamáis para hacer algo pero luego nunca hacéis nada —sentenció—. Es que aquí prima el anonimato y la gente no quiere oír hablar de cámaras ni de salir en los medios...

—Ya. La idea es abrirle un perfil a la presentadora, que ella vaya bicheando hasta encontrar a alguien y, poco a poco...

—Lo que vamos a hacer —me propuso— es que te voy a regalar una suscripción de un mes a ti, y así estudias el asunto a ver si le ves futuro. 

«Zorrita de la sierra busca semental en Madrid» fue lo más romántico que encontré en las descripciones del personal en esa página. Eso sí que era ir al grano. Normal que los buscones se pasaran al flirteo cibernético, los «sementales de Madrid». Yo, por prudencia, no quise significarme demasiado y me abrí un perfil con una foto de espaldas en la que estoy sumergido en un río y se me ven los tatuajes de la espalda, tatuajes marineros de la vieja escuela. Todas mis amigas, incluida mi ex, decían que en esa foto daba mucho morbo aunque no se me viera la cara, o precisamente por eso. 

Transcurrido el mes no logré engancharme a la dinámica del ligoteo por Internet y tampoco le vi la miga que necesitábamos para realizar un programa sobre el asunto. En este tipo de páginas la gente miente mucho y se oculta con rapidez, lo cual no son las condiciones ideales para poder hacer un retrato del usuario tipo.

—Oye, que nada, que he estado navegando y tal y no acabo de encontrar la forma de realizar nuestro documental —reconocí cuando expiró mi mes de suscripción.

—Vaya por Dios.

—Gracias por facilitarnos las cosas.

—¿Te has follado a alguien?

—Nooo... Yo no me he metido aquí para follar. Además, tengo novia...

—Ya. El ochenta por ciento de los suscriptores seguro que están casados, y casadas.

—Imagino. Supongo que esa debe ser una de las razones por las que cuando contactaba con alguien y le explicaba un poquito el tema, no volvían a responderme y me bloqueaban.

—Odio decir que ya te lo dije...

Curiosa expresión: sólo quienes la odian la dicen.

—Pues nada, muchas gracias...

Y en ese momento, no sé muy bien por qué, se me ocurrió preguntarle acerca de un pop up que no hacía más que asaltarme constantemente mientras navegaba en su página.

—Perdona una cosa: ¿Qué es esa publicidad de contactos tailandeses que aparece constantemente en tu web? ¿Prostitutas?

—¡Qué va! Es una página como la nuestra pero donde puedes encontrar a una chica tailandesa. Nos intercambiamos publicidad. Los dueños son unos alemanes amigos míos. Dicen que el porcentaje de éxito es muy alto...

¿A qué llaman porcentaje de éxito? ¿A follar mucho? ¿A encontrar pareja? ¿A masturbarse por webcam los sábados por la noche? 

—¿Quieres que te regale otra suscripción...?


El día en que me quedé descompuesto y sin novia decidí encerrarme en casa con una botella de tequila del bueno y un gramo de cocaína de la mejor. Apagué el teléfono y sólo me dediqué a visitar páginas guarras y a enviar correos electrónicos a toda bicha viviente. Mientras escuchaba rancheras y lloraba de rabia, por la senda del olvido, decidí eliminar de Mis Documentos las fotos digitales en las que aparecía Ella, la que se fue. Y así, revisando Mis Imágenes, encontré algunas fotos mías del último año en las que lucía bastante pintón. Me faltó tiempo para recordar la suscripción a la página de tailandesas y usar esas fotos para abrirme un perfil, esta vez sí, como es debido.

Acto seguido, inspirado por el despecho, redacté un elegante y seductor mensaje de presentación que utilicé como plantilla para reenviar a todas las chicas guapas que me permitiera el cupo diario de la página.

A lo largo de dos horas de escrutinio de fotos de tailandesas ya tenía una cosa clara acerca de ellas: no sabían manejar una cámara de fotos. La mayoría de las chicas aparecía demasiado lejos del objetivo y en planos generales, confundiéndose con las palmeras; o demasiado cerca y ocultas tras unas enormes gafas panorámicas que parecían ser el último grito de los mercadillos de falsificaciones. Incluso había fotos en las que muchas de ellas posaban junto con sus hijos, lo cual no parece el mejor reclamo para ligar con alguien, a no ser que estés buscando un padre para ellos... Descubrí también que las que eran descaradamente guapas, posaban bien y tenían chispa ante la cámara no eran sino ladyboys, transexuales cuya ficha se había traspapelado por error a la sección que yo visitaba. Eso sí, todas las chicas siempre parecían más jóvenes de lo que eran, o de lo que decían que eran, y posaban sin tomarse demasiado en serio, sonriendo y haciendo el signo de la victoria tan a menudo como en Occidente sacamos la lengua cuando no sabemos cómo reaccionar delante de un objetivo.

La simpatía y la sensualidad eran el rasgo dominante en todas ellas y, aunque, al definirse en el perfil, la mayoría consideraba que lo más importante en una relación de pareja era el sexo, ninguna había escrito nada semejante a «Zorrita siamesa busca semental en Europa». Al contrario, su máxima aspiración era encontrar a un hombre que las cuidara el resto de sus vidas y que no fuera mujeriego. Esto unido al gran número de madres solteras, no dejaba en muy buen lugar a los varones tailandeses en lo que se refiere a asumir responsabilidades. Al menos a los de la región de Isán, de cuyas ciudades y pueblos parecía proceder la mayor parte de las candidatas. 

Tras pasar toda la noche mandando correos electrónicos, la mañana siguiente arrastré como pude la resaca hasta mi puesto de trabajo. Al encender el ordenador, descubrí que tenía mi bandeja de entrada repleta de respuestas de tailandesas. Habían mordido el anzuelo. Eso fue mejor que una caja entera de Espidifén y, motivado por la efervescencia de la excitación, me dispuse a contestarlas. ¿Pero qué se hacía en estos casos? ¿Qué y cómo tenía que escribir? ¿Qué debía mostrar de mí? ¿Qué quería yo realmente...? 

Sin saber muy bien qué hacer, me dejé llevar y ofrecí datos generales, como que trabajaba en televisión, que ya había estado en Tailandia, que me encantaba la comida picante, etc. 

Consultar Internet para comprobar si me habían llegado más respuestas y más contactos se convirtió en el principal acicate para levantarme por las mañanas. Y así hasta que un día me llegó el mensaje de alguien que se hacía llamar «Apple» y cuyo nivel de inglés era muy superior a la media:

Hola, trabajo muchas horas al día y no tengo tiempo para conocer a ningún chico. Tampoco tengo tiempo para juegos. Busco un hombre serio, a quién querer, que me quiera y que no sea mujeriego. He visto tu perfil y me has gustado. ¿Qué buscas tú? (APPLE)

Apple procedía de la provincia de Roi Et, en la región de Isán, fronteriza con Laos y Camboya, y trabajaba como representante de bebidas en Bangkok. Me gustó que fuera tan directa y comenzamos a escribirnos diariamente. Con ella podía expresarme libremente y, como su nivel de inglés era excelente, pronto percibí que tenía confianza suficiente como para pasar al siguiente nivel. Apple era guapa y tenía buena planta, además sobrepasaba el 1’60 de media que parecían tener todas las tailandesas. Pero dos únicas fotos colgadas en la página, una de la cara en bajísima resolución y otra de cuerpo entero pero diminuta, ya no eran de recibo...

Hola, APPLE. Querida, sabes que me gustas mucho y que yo también estoy buscando a alguien. Pero aunque el amor es ciego, nosotros no: ¿Podrías enviarme más fotos tuyas? 

La respuesta se hizo esperar y llegó con una pequeña sorpresa; pero no, no era una foto. Resulta que había tenido mucho trabajo y no había podido llamar a la persona que le revisaba los e-mails en la oficina y se los traducía. ¡Se los traducía! ¡Teníamos traductor! ¡Lo nuestro era un trío! 

Hola, APPLE... Hola, traductor...

Fue mi siguiente encabezamiento. Y su respuesta:

Lo primero de todo, mi traductor dice «HOLA».

Apple no hablaba ni papa de inglés y un tal Andrew era quien nos traducía. La cosa no dejaba de tener su gracia pero las fotos seguían sin llegar. Y todo eran excusas: que si el hermano no le hacía ni caso y no le enviaba los archivos, que si la madre no encontraba fotos en el pueblo, que si ella no tenía tiempo para ponerse a ello...

No te preocupes, APPLE. ¿Qué te parece si hacemos un chat este domingo a las 13:00 hora tailandesa, 18:00 hora española?

Pero ni aquel domingo, ni el siguiente... El chat nunca se produjo. Y como mientras tanto yo seguía escribiéndome con otras, pues no me iba a poner en plan novio posesivo. 

De repente, me llegó un correo electrónico del tal Andrew, el traductor, que resulta que era británico y estaba casado con una tailandesa. La cosa era muy sencilla: La madre de Apple se decidió a buscarle un esposo y, como Andrew, que se había casado con una vecina del pueblo, había resultado tan buen partido y tan responsable y tan buen mozo, la madre pensó que un extranjero sería el yerno perfecto. Sin pensárselo dos veces, se acercó a casa del guiri, le dio dos fotos de cuando su hija iba al colegio y ambos la inscribieron en la página de contactos con extranjeros donde yo la contacté. Pero Apple no tenía ninguna necesidad de esposo alguno, estaba muy estresada y le estresaba aún más verse forzada a mantener una relación condicionada por su madre.

... Lo siento de veras, fernando. apple está destrozada, te pide que la comprendas y espera no haberte roto el corazón. Puedes contar conmigo para lo que quieras. (Andrew)

Pues no, no me había roto el corazón. ¿Qué es la picadura de un mosquito cuando te acaba de cornear un toro? Pobre chica. Y menudo drama: El drama «madre». 

La desaparición de Apple del cuadrante de candidatas dejó espacio a otras. Yo cada vez estaba más comprometido en la empresa de encontrar consuelo afectivo y el mundo virtual me ofrecía algo que la vida real me había negado. Nunca fui el prototipo de hombre que se enamora por Internet, pero como las circunstancias me habían conducido a ello, pues sin miedo. Continué flirteando con varias chicas y, al acabar el mes de suscripción, de todo el aluvión inicial de futuribles, ya sólo me comunicaba regularmente con tres. Dos no me gustaban y una sí: Pornparn Phing.

Pornparn era especial y eso se notaba ya en las fotografías de perfil. Sin ser muy alta lucía un cuerpazo de 30 años que siempre mostraba en una pose dinámica con vestidos de flores, recogiendo los volantes de la falda o colocando su larguísima melena donde más encajaba según el encuadre («Encuadre», una palabra que no debe tener traducción al tailandés, a juzgar por las fotos que se sacan). Pornparn tenía, además, una espléndida sonrisa, unos labios carnosos y se preocupaba por posar lo más sexy posible dentro de un ligero recato campesino. También vivía en Isán, en los alrededores de Nakhon Phanon, y lo que realmente hizo que ganara la pole position en la carrera de contactos fue su sentido del humor. Y eso que su inglés no era muy bueno. Pero al menos era SU inglés, no el de otros. 

Comunicarse con alguien a distancia conlleva una serie de complicaciones que se ven agravadas si la otra persona no domina el idioma. Entonces, la complicidad que requiere una relación tarda mucho en llegar puesto que, por el camino, las ilusiones corren el riesgo de estrellarse contra los malentendidos. Hay que hablar de la familia de ambos, del trabajo, de los sueños, enviar fotos de la cotidianeidad de los tórtolos... En definitiva, se trata de transcender las conversaciones meteorológicas pero sin filosofar demasiado, no vaya a ser... Esa es la clave.

El segundo paso del manual de la perfecta relación cibernética es, por supuesto, chatear. Yo tuve que hacerme con una webcam y cada mañana que mi trabajo me lo permitía nos conectábamos y chateábamos largo y tendido hablando de nosotros o, sencillamente, escribiendo tonterías. Mis dedos tecleaban a toda velocidad. Los suyos tardaban más porque compaginaban la escritura con la búsqueda del término correcto en un diccionario de inglés.

Nótese que no pudimos hablar debido a que ella no tenía micrófono. Se trataba tan sólo de comunicación epistolar, si es que tal término sigue siendo válido para un vulgar chateo, y no de vinos. 

En aquellos primeros días, analizando sus fotografías, de las cuales me envió decenas, comencé a hacerme una idea de cómo era la vida del tailandés medio, el del medio rural: Las calles de las poblaciones no están necesariamente asfaltadas y las familias suelen vivir juntas y unidas en casas de dos pisos con parcela que permanecen cerradas a cal y canto debido al calor, para que no se escape el aire acondicionado. En general, la planta baja se usa de almacén o garaje y la superior es la vivienda propiamente dicha. En el interior, los muebles no son muy abundantes, la decoración es escasa predominando la memorabilia familiar y el gres cerámico (y fresquito) es el material más usado para los suelos para que dé gusto caminar descalzo, que es como se camina dentro de una casa tailandesa. 


Pero en el bombo de las sorpresas volvió a salir mi número. El programa de documentales en el que trabajaba renovó otra temporada con la cadena que lo emitía. Lo cual fue una buena noticia para todos. Para todos menos para mí, porque yo no renové. Recortes presupuestarios, un nuevo enfoque de la línea editorial y que algún reptil me hizo la cama, fueron las razones esgrimidas para ponerme de patitas en la calle, con muy buenas palabras, eso sí. Sólo tengo una cosa que decir al respecto, que me cago en su puta madre. 

Por hacer una pronta radiografía de mi situación, yo era un hombre de 43 años con mucho talento y muchas ganas de formar una familia que, por el contrario, se encontraba soltero y en el paro. Algo había salido mal, sin duda...

La mañana siguiente chateé con Pornparn y le conté lo que me había ocurrido. Le conté que me habían roto el corazón en lo sentimental y que en lo laboral acababan de romperme el culo. Creo que no se enteró de la misa la media, pero sus respuestas resultaron balsámicas. 

La gestión del tiempo libre es la piedra de toque del equilibrio mental de todo parado. A la semana de la extinción de mi contrato laboral ya tenía un billete para Tailandia y el firme propósito de conocer en persona a mi tailandesa. El acuerdo se había producido en estos términos: Si no nos gustábamos, cada mochuelo a su olivo; si nos gustábamos, viajaríamos juntos por el país para conocernos mejor. La primera cita, por supuesto, se produciría en un hotel de Bangkok...


II

El reino de Siam, que en 1939 pasó a llamarse Tailandia, nombre que no se usó definitivamente hasta 1949, ha vivido tres períodos que se corresponden con el esplendor de sus tres principales capitales y cortes reales: Sukhothai, Ayuthaya y Bangkok. 

La historia del período de Bangkok dio comienzo en 1767, cuando los birmanos saquearon y arrasaron Ayuthaya tras siglos de enfrentamientos con los siameses. Los supervivientes, ciudadanos, soldados y nobles de la maltrecha corte de Siam, se reagruparon en torno a Taksim, un mítico general que les acaudilló hacia el sur, al poblado de Thonburi, en la orilla oeste del río Chao Phraya. 

Aunque respetado, Taksin pronto desarrolló una forma de gobernar demasiado progresista para lo que la vieja guardia de la nobleza siamesa podía tolerar. Para defender sus prebendas, los nobles conspiraron junto a Bunma, uno de los militares de confianza de Taksim. Este acabó por deshacerse del caudillo, declarándolo demente, para colocar en el trono a su propio hermano, Thongduang I, quien también fue subalterno de confianza de Taksim. Demasiado confiado, quizás.

Thonduang, que por razones que se conocerán más adelante, pasó a llamarse Rama I, inauguró la dinastía Chakri que tiene continuidad hasta nuestros días. 

Con el recuerdo aún vivo y doloroso de la pérdida de Ayuthaya, Rama I decidió mudar la capital a un lugar más defendible, a la aldea de Mang Bakok, «Aldea de la ciruela silvestre», en la isla de Rattanakosin, al otro lado del río. Y así fue como nació la que fue, y sigue siendo, llamada...

Ciudad de los ángeles, la gran ciudad, la ciudad de la joya eterna, la ciudad impenetrable del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada con nueve gemas preciosas, la ciudad feliz que abunda en un colosal Palacio Real que se asemeja al domicilio divino donde reinan los dioses reencarnados, una ciudad brindada por Indra y construida por Vishnukam.

...O sea, «Bangkok» para los amigos. 

Y mientras los tailandeses decidieron abreviarla como Krunh Thep, «Ciudad de los ángeles», los extranjeros la designaron tomando el nombre de la aldea original, Mang Bakok, ante la imposibilidad de repetir la retahíla de gloriosos epítetos dados a la nueva capital siamesa: Bangkok.

En aquella época todo reino dependía de los impuestos de otros reinos o señoríos subsidiarios, de manera que el siguiente paso que dio Rama I tras el establecimiento de una capital defendible fue pacificar los territorios de bandoleros y organizar a los mueang, o ciudades-estado, en torno a la isla primigenia, Rattanakosin, que también fue creciendo gracias al advenimiento de comerciantes chinos que a su vez huían de provincias del sur de aquel imperio. Estos señores chinos, conocidos como Juo Sua, fueron los que transcendieron la isla para establecerse en la margen este del río dando lugar al segundo distrito del centro histórico de Bangkok: Hualampong, el barrio chino.

Como siempre han hecho, los chinos dinamizaron el comercio de la capital, pero también importaron sus sociedades secretas, las angyis, que controlaban el opio, el juego y estaban fuertemente armadas. Estas dieron lugar a un problema grave de inseguridad en Bangkok, que desencadenó, en 1830, la construcción de los primeros canales navegables hacia el este y el oeste para poder desplazar al ejército en caso de jarana y que, a su vez, servían para mover mercancías de un lado a otro de la incipiente ciudad.


—Hola, me llamo Sunán, ¿y usted?

Un pasajero asiático que acababa de acomodarse junto a mí en el avión que me llevaba a Bangkok interrumpió mi lectura. 

—¿Perdón?

—Yo me llamo Sunán, ¿y usted?

—Fernando. Encantado...

El señor Sunán, que hablaba un correcto inglés, era un hombre maduro, con pintas de padre de familia, bien vestido, de aspecto bondadoso y también un poco plasta.

—¿Es usted español?

—Sí. 

—Yo soy tailandés. Viajo con mi esposa pero hemos tenido que sentarnos separados. Aquella es mi esposa. No habla inglés.

Vaya por Dios. ¿Por qué no me habría tocado ella al lado?

—¿Va usted a Bangkok?

—Pues sí —respondí—. A no ser que tengamos que hacer un aterrizaje de emergencia por un fallo en los motores, sí.

—¿Vacaciones? —me preguntó, inmune a la bordería.

—Algo así. 

—Yo vengo de vacaciones por Europa. Londres, París, Berlín, Roma y Barcelona. Muy bonito todo. Con mi esposa. No habla inglés.

Y el señor Sunán, tan de sopetón como se había arrancado a hablar, dejó de hacerlo y se recostó en su asiento, cerrando los ojos. Yo regresé a la lectura...


En 1831 ascendió al trono el rey Mongkut, Rama IV, quien realizó importantes avances hacia la modernización del reino de Siam, entre otras cosas, para comerciar de igual a igual con las potencias occidentales, que ya rondaban por la zona. Las guerras de Opio entre el Reino Unido y China habían arruinado el comercio con este último país, el principal comprador e importador de Siam, con lo cual los occidentales se colocaron en el punto de mira siamés como un nuevo objetivo comercial. Así, en 1855, Mongkut invitó a Bangkok al comisionado inglés para el Opio de Hong Kong, John Bowring, para negociar un tratado que supuso el fin del monopolio real sobre ciertas mercancías y la apertura de Siam al mundo occidental. 


—Feliz despegue —disparó a traición el imprevisible señor Sunán.

—¿P-perdón? 

—Le deseo que tenga un feliz despegue.

—Igualmente, yo también se lo deseo —aunque, en realidad, lo que empezaba a desear era encerrarle en el aseo todo el viaje—. Y ahora, si no le importa, voy a seguir leyendo...

—Oh, no me importa. Lea, lea...

En su relación con las potencias extranjeras, Tailandia siempre ha logrado capear el temporal entre las pretensiones expansionistas de los franceses en Vietnam, Camboya y Laos, los británicos en Birmania (Myanmar) o los holandeses en Malasia. Con grandes dotes de habilidad política y suerte, el reino de Tailandia puede presumir de no haber sido nunca colonizado, a pesar de que esto les haya costado desprenderse o renunciar a grandes extensiones de su territorio. Y además, después de haber lidiado con estos peligros para su integridad, en el siglo xx tuvo que hacerle frente a la ola de revoluciones comunistas que se extendió en Indochina y, por tanto, a otro tipo de injerencias extranjeras, en este caso procedentes de la Unión Soviética o de China. Pero no vayamos tan rápido...

El empuje del comercio con las potencias occidentales, donde ya se empezaba a conocer a Bangkok como la «Venecia del este», y no sólo por los canales, sino por la importancia de sus comerciantes, extendió tanto la influencia de la capital que el dialecto thai dominante acabó por imponerse en todos los mueang del territorio. Pero mientras su cultura se expandía, la influencia china seguía desafiando a la corriente oficial, desatando el debate acerca del concepto de nación: ¿El reino de Siam era el reino de la raza thai? ¿Qué era ser thai? ¿Podía un chino de segunda o tercera generación en el país ser siamés aún no siendo thai? ¿Y un súbdito de Lanna? ¿Y un chino nacido en Chiang Mai? ¿Un laosiano? ¿Un malayo...?

Ansioso por asomarse a la modernidad, Mongkut dio los primeros pasos para abolir la esclavitud, algo absolutamente revolucionario en la Indochina de la época, por no hablar del resto del planeta. También, en 1857 envió una delegación de 27 personas al Reino Unido para estudiar su administración, sus avances científicos, sus transportes, etc. Además, contrató extranjeros como consejeros del reino. Incluida una institutriz, Anna Leonowens, famosa por escribir la novela en la que se basó el largometraje Ana y el Rey y que, al contrario de lo que se afirma en la película, en el libro dio fe de una relación bastante tormentosa con Mongkut. Entre otras tareas, Anna fue la encargada de la educación del heredero al trono, Chulalongkorn, quien ascendió al trono en 1868 con el nombre de Rama V.

Lo primero que hizo Rama V al asumir la jefatura del país fue arrebatar el poder a la nobleza para centralizarlo en su persona. Acto seguido empezó a renovar el armamento del ejército, firmemente convencido de que había que modernizarse a tiros. Creó, junto con sus numerosísimos parientes jóvenes, fruto de la poligamia real, y los hijos de la nobleza de su misma quinta, un lobby llamado Joven Siam en contraposición al «Viejo Siam», o antiguo régimen. Este grupo de influencia, pese a que en su lucha inicial por la modernidad consiguió avances como que el tradicional reino autárquico abrazara el concepto de «nación-estado», acabó en una peligrosa deriva nacionalista que coqueteó con los fascismos del siglo xx, en especial con el japonés. 


—¿Sabe cuántas horas faltan para llegar a Bangkok?

Desde que soy pequeño siempre he tenido un atractivo irresistible para los plastas y para los patosos. Con los plastas no hay que perder los estribos. Al contrario: hay que tratar de concentrar toda la atención en su discurso. De esa forma, cuando se dan cuenta de que no están molestando, pierden el interés y se marchan a dar la brasa a otro sitio. Con los patosos la cosa es más difícil. Menos mal que el señor Sunán era de los plastas.

—Creo que 12 horas —respondí.

—Eso me han dicho al facturar, pero uno nunca sabe...

¿Por qué alguien supone que yo voy a saber más que los empleados de la aerolínea en la que se viaja? Muy sencillo: porque es un plasta.

—Señor Sunán —dije, cerrando mi libro y concentrando toda la atención en mi acompañante—, ¿sabe por qué voy a Tailandia? Porque voy a conocer en persona a una chica tailandesa a la que he conocido por Internet. Resulta que le pedí matrimonio a mi expareja y me dijo que no, y se me rompió el corazón y por eso me dediqué a buscar a una chica en una página de contactos de tailandesas. Se llama Porn-parn y hemos quedado en Bangkok. Es muy guapa, así que espero que nos llevemos bien porque, si no, no sé que voy a hacer yo solo por Tailandia. ¿Usted tiene hijas, señor Sunán?

—Oh, por mí no deje de leer. Siga, por favor...

¡Bien!

—Si no le importa —añadí—, me voy a poner los cascos para aislarme porque me molesta el zumbido de los motores.

—No, no me molesta. Por supuesto, lea...

La diferencia entre un plasta y un patoso es que el patoso es incapaz de captar una indirecta. El señor Sunán era inofensivo. 


En el siglo xix Siam se encontraba en medio de presiones expansionistas occidentales desde Camboya (francesa) y Birmania (británica) que codiciaban, fundamentalmente, la riqueza de sus extensos bosques de madera de teca. Chulalongkorn, arropado por el consejo e influencia territorial de los componentes de su Joven Siam, jugó bien sus cartas y se sirvió de los recelos entre estas dos potencias europeas que, en definitiva, también eran enemigas entre sí.

El recuerdo nostálgico de la caída de Ayuthaya, cuyo impacto para la cultura thai es sólo comparable al de la caída de Roma para Occidente, unido a las pretensiones expansionistas extranjeras avivaron los sentimientos nacionalistas. Aquellos primeros nacionalistas, de una firme voluntad integradora, resolvieron que el principal rasgo común de todos los habitantes del reino de Siam era la religión: el budismo theravada

Proveniente de Ceilán (Sri Lanka), esta variante del budismo no tenía rivales en Siam donde la verdadera milicia de la cultura siamesa no fueron los soldados sino la sangha, la comunidad eclesiástica de monjes y monjas budistas. 

Víctimas de los tiempos, el esnobismo comenzó a pasearse entre los siameses por las calles de Bangkok. Para los polloperas de la época, lo moderno era ser siwilai, una adaptación del término inglés civilazed (civilizado) que venía a recoger toda la fascinación por lo occidental tanto en la vestimenta, los hábitos sociales, la arquitectura, el arte, lo tecnológico... Este embrujo por lo europeo empujó a Chulalongkorn a rodearse de consejeros farang (extranjeros) que, poco a poco, ayudaron a afianzar las modas occidentales, una de las cuales fue el establecimiento de bastantes y lujosas sastrerías occidentales.

La consagración siwilai se desató de manera especial tras la visita que Chulalongkorn hizo a Europa en 1897. El rey siamés se empapó de lo que hoy en día podríamos definir como «estilos de vida» de aquella época finisecular europea. Pero en lo que a democracia y política parlamentaria se refiere, Chulalongkorn no aprendió mucho. A su regreso de tan largo viaje declaró que había algo en la monarquía siamesa que no iba a cambiar jamás, y eso era la condición absoluta y absolutista del gobierno del rey, poder que jamás podría ser limitado por un Parlamento. Este era para él el principal hecho diferencial siamés respecto a las monarquías europeas. Eso sí, el cambio de aires le sirvió para reconocer que su origen no era divino, sino humano. Hablamos de los inicios del siglo xx. 

El joven Vajiravudh, que accedió al trono en 1910, no sólo trazó una política continuista con los postulados absolutistas de su padre, sino que abundó en la búsqueda de la identidad thai. Por ejemplo, definió el origen de su linaje renombrando a los reyes existentes tras la caída del reino de Ayuthaya (los del período de Bangkok) como Ramathibodhis en honor de U Thong, primer mítico rey de aquel reino, que se hizo llamar así. Su abreviatura, Rama, sobre nombra a los reyes de la dinastía Chakri desde el usurpador Thonduang, que pasó a llamarse Rama I, y así sucesivamente hasta el propio Vajiravudh, que se conocería desde entonces como Rama VI.

Pero este mirarse el ombligo, este giro sobre sí mismos, no mermó su atención sobre todo lo que ocurría en Occidente ni sus ganas de pertenecer al «mundo importante». Por eso, en aquella ciudad de Bangkok que de ser la «Venecia del Este» había pasado a convertirse más en una suerte de Rotterdam repleta de almacenes, industrias y humo, se reclutó un contingente de voluntarios para luchar de parte del bando aliado en la Gran Guerra de 1917. Incluso se creó para ellos un nuevo estandarte tricolor, azul, blanco y rojo, que posteriormente pasaría a ser la bandera del Estado que hoy en día les simboliza: El color blanco por el budismo, el azul por la monarquía y el rojo por la sangre de los siameses que iban a morir defendiendo su nación... a miles de kilómetros de distancia.


—Disculpe, señor. ¿Quiere comer? —una educadísima azafata tailandesa inició el ritual aéreo del reparto de bandejas de comida.

—Sí.

—¿Pollo al curry tailandés y arroz o salmón con patatas y verduras?

—Pollo, gracias.

—¿Sabe si él quiere comer?

El señor Sunán se había quedado dormido. Gracias a Buda no roncaba.

—Supongo que sí. 

Para despertarle, yo le habría zarandeado un poco. Quizás un poco bruscamente. La azafata usó un sistema que jamás había visto. Sencillamente, colocó su mano sobre un antebrazo y fue presionando gradualmente hasta que el cuerpo del señor Sunán decidió que era el momento de volver en sí, momento en el que ambos intercambiaron unas palabras en tailandés. Pollo también.

—¿Para beber, señor? —le preguntó a él la segunda azafata del carrito de reparto.

—Chang.

¿Chang? ¿Qué era Chang? ¿Algo tailandés? 

—Cerveza —me respondió Sunán. 

—Yo he bebido Singha, pero no conocía la cerveza Chang.

—Chang es lo mismo pero distinto, same same... but different —es decir, una forma extendida por Asia de decir que dos cosas no se parecen en absoluto sin llevarte la contraria—. En Tailandia hay dos cervezas importantes, una es Singha y la otra es Chang. Singha es más cara, pero a mí no me gusta. Yo bebo Chang.

Pues si mi compañero aéreo bebía Chang, yo no iba a ser menos.

—Aquí tienen...

La azafata abrió y sirvió dos latas de Chang.

—En Europa tienen ustedes unas cervezas muy fuertes. En Tailandia son más suaves —me explicó.

—Supongo que será por el calor —no me imagino bebiendo Newcastle Brown Ale a 40 grados y con una humedad del 90 %.

—Salud.

—Salud.

—No está mal.

—No lo está.

—De hecho, está muy bien.

—Sí que lo está. 

—Gracias, señor Sunán.

Y de repente caí en la cuenta de que se me había olvidado pedir palillos a la azafata.

—¿Palillos? ¿Para qué? —me preguntó Sunán.

—Para comer. He pedido comida tailandesa y quiero palillos.

—Los palillos son chinos y sólo los usamos para algunos platos donde es más cómodo comer con ellos. Como el pad-thai. Para todo lo demás lo mejor es cuchara y tenedor. Sólo cuchara y tenedor...

—Ah.

Sin palillos entonces...


La participación en la primera Guerra Mundial trajo a Siam, no sólo la sensación de ser un estado moderno inmiscuido en los aconteceres políticos y sociales del planeta, sino también una redistribución de la riqueza. Hasta aquel momento los únicos beneficiados por las mieles del comercio eran, además de los chinos, la monarquía y la nobleza. A partir de la guerra, y dado que acabaron vendiéndole arroz y madera tanto a los alemanes como a los aliados, surgió una burguesía, una élite intelectual que tuvo la mala costumbre de editar periódicos, escribir novelas y estrenar obras de teatro. Estos pensadores, siguiendo la estela de la búsqueda de su identidad nacional y raíces comunes, terminaron preguntándose si el progreso del país no estaría secuestrado por unos pocos afortunados de sangre azul, llegándose a afirmar que los siameses vivían como esclavos en su propio Estado. Sobre todo en el campo, endémicamente atrasado y muy lejos de ser siwilai. Fue entonces cuando tuvieron lugar los primeros conflictos de lucha de clases, nunca del todo resueltos, que Tailandia ha ido arrastrando a lo largo del pasado siglo hasta el reciente estallido de violencia entre los «Camisas Rojas», o progresistas rurales de izquierdas, y los «Camisas Amarillas», liberales urbanos y monárquicos.

Aquella burguesía de nuevo cuño también decidió enviar a sus hijos a estudiar a Europa. Así, en 1927 coincidieron en París unos estudiantes tailandeses de buena familia que formaron el llamado Khana Ratsadon o Partido del Pueblo. Este fue el crisol de todas las manifestaciones del descontento general ante el absolutismo monárquico, desde el rupturismo republicano hasta el ferviente comunismo, pasando por los monárquicos parlamentaristas, que fueron la corriente mayoritaria entre los fundadores del partido. Y entre ellos se encontraban dos chavalitos que serían decisivos en el futuro del Estado: Pridi Banomyong y Luang Wichit Wathakan.

El Khana Ratsadon fue calando en la sociedad y también entre las filas del ejército, integrado en su mayor parte por plebeyos, hasta que en 1932 unos soldados afines dieron un golpe de Estado en el que capturaron a decenas de altos mandos militares y a 40 miembros de la familia real (¡40 miembros! ¿Pero de cuántos miembros constaba la familia real?). Esta acción audaz, que triunfó debido al apoyo que encontró entre la prensa y la población de Bangkok, tuvo como resultado la instauración de una monarquía constitucional. Pridi se proclamó primer ministro y siguió manteniendo al rey en el poder, aunque recortando sus atribuciones. 

Tras la purga de más de 100 miembros de la familia real del ejército (¡100 más!) para evitar posteriores asonadas, Pridi comenzó a trabajar en una serie de reformas que redistribuyeran la riqueza de los numerosos miembros de la realeza y de la aristocracia. El Partido del Pueblo no quería quitarle al rico lo que ya poseía, simplemente abogaba porque las futuras ganancias no volvieran a caer en las mismas manos/bolsillos de siempre. Pero sus medidas sirvieron para que los monárquicos, instigados por el rey Prajadhipok, acusaran al Partido del Pueblo de ser comunistas. El comunismo ya empezaba a jugar su baza en la zona. De hecho, el Partido Comunista de Tailandia había sido fundado por el propio Ho Chi Minh en 1930.

El ala militar del Khana Ratsadon, que le proporcionó el empuje inicial, también forzó una deriva en las intenciones y desvió el timón del partido y, por tanto, de la nación. El ministro de defensa, Plaek Phibunsongkhram, más conocido popularmente como «Phibun», protagonizó un segundo golpe de Estado en 1933 para «imponer la paz que los políticos estaban arruinando» y terminó por desplazar a Pridi para apoltronarse como primer ministro.

Como un prototípico comodoro de opereta, Phibun comenzó a hablar de sí mismo en tercera persona y a referirse a él como Thaphunam («El líder»). A la otra facción del partido le faltó tiempo para acusar al «líder» de imitar las formas de Mussolini. Al Partido del Pueblo le estaba ocurriendo lo que al peronismo argentino décadas después, que abarcaba extremos tan contrarios como el constitucionalismo y el filofascismo mussoliniano. La única manera de entender esta esquizofrenia ideológica es que todos los que tenían como enemigo común al absolutismo realista eran susceptibles de estar en el mismo bando. 

Con Phibun, la situación política siamesa se asemejaba bastante a la dictadura de Primo de Rivera en España: siete años en el poder y el rey Alfonso XIII encantado de la vida, al igual que el rey de Siam. En pocos meses se había pasado de conseguir implantar una monarquía constitucional al riesgo del secuestro de las libertades para instaurar un régimen militar.

Hete aquí que un nuevo personaje entra en escena, uno de aquellos estudiantes que formó el grupo en París, Luang Wichit Wathakan. Wichit era un hombre forjado en los nuevos tiempos que, sin embargo, seguía siendo un tradicionalista a quien preocupaba más la cuestión identitaria nacionalista tailandesa que el reparto de la riqueza y el progreso social. En consecuencia, fue el componente del Partido del Pueblo que más simpatía desmostró siempre por la monarquía siamesa como eje en torno al cual se había articulado históricamente el país.