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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Barbara Hannay. Todos los derechos reservados.
UNIDOS POR EL CARIÑO, N.º 2375 - enero 2011
Título original: The Cattleman’s Adopted Family
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9737-2
Editor responsable: Luis Pugni

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Unidos por el cariño

BARBARA HANNAY

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Prólogo

Al principio, cuando vio entrar a aquellos dos policías en el inmenso salón de baile del hotel, Amy los miró con curiosidad, preguntándose qué harían allí. Poco podía imaginar que su presencia allí estaba a punto de poner toda su vida patas arriba.

Estaba demasiado excitada como para contemplar pensamientos tan oscuros. Llevaba varias semanas organizando los preparativos de aquella fiesta de lanzamiento, y puesto que de ella dependía que el evento fuese un éxito o un fracaso, se había sentido tremendamente aliviada al ver que todo estaba saliendo bien.

«¡Me encanta, me encanta, me encanta!», había exclamado uno de los dueños de la empresa que la había contratado para organizar el evento. Se habían mostrado encantados con el hotel del distrito Southbank de Melbourne que había escogido para celebrarlo, y más aún con las pantallas gigantes que mostraban imágenes de su nueva gama de sistemas de iluminación respetuosos con el medioambiente.

Y ella misma estaba perfecta: durante tres semanas había hecho dieta para poder enfundarse aquel vestido negro tan chic y que tanto dinero le había costado. También se había gastado una suma indecente en un salón de belleza de moda para que le hicieran unas mechas rubias que le dieran un poco de glamour a su cabello castaño claro.

Había completado su look con unos zapatos de tacón vertiginosos y los pendientes de diamantes de su abuela, y había recibido tantos halagos como felicitaciones por la organización de la fiesta.

Sin embargo, antes de tomar el primer sorbo de su copa de champán, se fijó en la expresión sombría de los policías mientras le preguntaban algo al portero, y vio que éste se volvía para señalarla.

«Oh, Dios», pensó, imaginando lo peor mientras los dos hombres avanzaban hacia ella. ¿Le habría pasado algo a sus padres? Dios, por favor, que no fuera eso. Cuando la copa se tambaleó en su mano temblorosa Amy se apresuró a dejarla sobre la mesa más próxima. El estómago le dio un vuelco cuando se detuvieron ante ella, pero se obligó a esbozar una sonrisa.

–¿Puedo ayudarlos en algo, caballeros?

Uno de ellos la saludó con un asentimiento de cabeza, muy serio.

–¿Es usted Amy Ross?

–Sí.

–¿Vive usted en el número 42 de la calle Grange en el distrito de Kew?

–A-así es.

–Nos han dicho que usted organizó este evento y que envió las invitaciones. ¿Es correcto?

Amy tragó saliva.

–Sí, es correcto.

–¿Podríamos hablar con usted en privado, por favor?

Amy ya no podía ocultar su preocupación por más tiempo.

–¿Ha... ha ocurrido algo?

–Sólo estamos recabando información, señorita Ross. No queremos causar un revuelo innecesario, así que si pudiera acompañarnos...

Hecha un manojo de nervios, Amy los siguió hasta el lujoso vestíbulo del hotel con su suelo y sus columnas de mármol. Demasiado angustiada como para hacer preguntas, se quedó muy quieta mientras el policía más joven sacaba un sobre doblado del bolsillo de su chaqueta.

Era una de las invitaciones que había enviado. ¿Irían a interrogarla sobre la lista de invitados?

Amy repasó mentalmente esa lista que le había remitido la empresa, y a la que ella sólo había añadido una persona: Rachel, su mejor amiga. La empresa le había dicho que podía llevar un acompañante, y aunque la elección lógica habría sido Dominic, su novio, en el último momento había cambiado de idea.

Rachel y ella habían sido amigas desde los quince años, y sabía mejor que nadie lo importante que era aquella noche para ella. Además, Rachel era madre soltera y escritora, y desde el nacimiento de su hija apenas salía. Aquella fiesta era una oportunidad inmejorable para que practicara sus habilidades sociales antes de que se publicara su primer libro y se hiciera famosa, porque Amy estaba segura de que así sería.

Rachel llegaba tarde, pero no se había preocupado porque probablemente le había costado encontrar una niñera para Bella y estaba dándole instrucciones de último minuto antes de salir.

–¿Es usted la misma Amy Ross que figura como el pariente más cercano de Rachel Tyler?

Un gemido ahogado escapó de los labios de Amy.

Trató de no imaginarse lo peor, pero un terror repentino la atenazó.

–Rachel no... no tiene familia y yo soy su... su mejor amiga –balbuceó.

–Su nombre fue el primero que apareció cuando comprobamos la licencia de conducir –le dijo el policía en un tono suave; demasiado suave.

Amy estaba temblando.

–Encontramos esta invitación y supusimos que la encontraríamos aquí.

Amy quería gritarles que se fueran, que la dejaran tranquila. ¿Por qué estaban andándose por las ramas?

–Por... por favor, díganme qué ha pasado –sollozó aterrada.

–Ha habido un accidente –dijo el otro policía–. Un accidente mortal. A sólo una manzana de aquí.

Capítulo 1

De pie frente a la ventana de su habitación en un cochambroso hotel de la región de Far North Queensland, Amy vio surgir entre la calima una camioneta. Se estremeció nerviosa. El hombre al volante tenía que ser Seth Reardon.

Se notaba húmedo el cabello de la nuca y tenía la ropa pegada al cuerpo, pero cuando la camioneta se detuvo frente al pub no habría podido decir si estaba sudando por el calor tropical o por los nervios.

La puerta de la camioneta se abrió, y el conductor se bajó de ella sin demasiada prisa. Era alto y vestía una camisa de color añil, unos vaqueros gastados y botas de montar. Tenía el cabello negro, y las mangas dobladas dejaban a la vista unos antebrazos morenos por el sol.

Su ángulo de visión no le permitía verle el rostro, pero de pronto, como si hubiera intuido que estaban mirándolo, alzó la cabeza y la vio.

Amy tragó saliva y se apartó de la ventana con el corazón latiéndole con fuerza. Apenas había vislumbrado sus facciones unos segundos, pero en su mente había quedado grabada una vívida impresión del mentón, recio y orgulloso, de la expresión resuelta en los labios finos, y del profundo azul de sus ojos.

–Oh, Bella –susurró girando la cabeza hacia la niña de dos años que jugaba, sentada en la cama, con un cerdito de peluche–. Ese hombre es tu padre.

Aunque ya era tarde para dar marcha atrás, Amy no pudo evitar preguntarse si había hecho lo correcto yendo allí.

Rachel apenas le había contado nada del padre de Bella. Siempre había confiado en ella, siempre, pero no le había hablado de Seth Reardon hasta el día en que la pequeña había cumplido los dos años.

Le había hecho aquella confidencia después de la fiesta de cumpleaños, a la que había invitado a algunos amiguitos de la niña y a sus madres. Amy se quedó a ayudarla a recoger y, tras acostar a Bella, Rachel hizo espaguetis y abrió una botella de vino. Comieron en el patio de atrás y charlaron hasta bien entrada la madrugada.

Cuando Amy sacó el tema del padre de Bella, Rachel gruñó y le dijo:

–¿Por qué tienes que actuar siempre como la voz de mi conciencia?

–Pero es que Bella ya tiene dos años –protestó Amy–, y es una niña increíble. No puedo evitar pensar que su padre está por ahí, perdiéndose tanto...

Para su sorpresa, Rachel asintió.

–Tienes razón –le dijo, y después de casi tres años de silencio, se confesó a ella.

El padre de Bella era un hombre increíble al que había conocido durante el tiempo que había estado trabajando en un rancho de ganado de Cabo York, en Far North Queensland.

–Supongo que podría decirse que caí rendida a sus pies –admitió Rachel–. Nunca había conocido a un hombre tan maravilloso como él.

–¿Quieres decir... que era el hombre de tus sueños? –inquirió Amy.

Rachel palideció y cuando habló su voz sonó tensa.

–Sí, me temo que sí, y eso era lo que me asustaba, Amy. Por eso no me he puesto en contacto con él, porque si le hubiera hablado de Bella habría querido que nos fuéramos a vivir con él.

–Pero si os queríais habríais vivido felices para siempre –replicó Amy, a quien aquello le parecía muy simple, y tremendamente romántico.

Rachel la miró aterrada.

–Yo no podría vivir allí, Amy. Es el dueño de un rancho de ganado que le absorbe todo el tiempo, y allí hace tanto calor, y es un lugar tan remoto y tan salvaje... La soledad haría que acabase volviéndome loca, y seguro que acabaría volviéndolo loco a él también.

Sin embargo, un rato después, tras haberse tomado una copa de vino y ya más calmada, Rachel dio su brazo a torcer.

–Tienes razón, Amy: debería ponerme en contacto con Seth. Claro que quiero que conozca a su hija; es sólo que tengo que encontrar el momento adecuado.

Pero ese momento nunca había llegado. Ése era el motivo por el que Amy estaba allí, en aquel hotel de Tamundra, a casi tres mil kilómetros al norte de Melbourne.

Al oír que alguien bajaba las escaleras de madera, Seth Reardon, de pie en medio del comedor vacío del hotel, se volvió hacia la puerta, tenso y con las manos apretadas. No ardía en deseos de conocer a aquella amiga de Rachel, pero era una reunión de negocios.

Frunció el ceño al oír unos pasos cortos y ansiosos acercándose a la puerta abierta, y al poco apareció en el umbral de ésta una niña pequeña de ojos azules y rizos castaños que salió disparada hacia él.

–¡Hola, señó! –lo saludó con una enorme sonrisa.

Seth la miró nervioso cuando se abrazó a sus rodillas. No sabía nada de niños, y si le dieran a elegir prefería enfrentarse a un toro furioso que a una cría como aquélla.

No respiró aliviado hasta que la joven a la que había visto en la ventana, presumiblemente Amy Ross, la amiga de Rachel, se acercó a toda prisa a por la niña.

–¡Bella! –exclamó en tono de reproche, apartándola de él–. Lo siento –se disculpó azorada–; es que es muy cariñosa.

–Eso parece –respondió él.

Ahora que la niña estaba en brazos de su madre, le pareció que formaban un cuadro entrañable. El cabello oscuro y rizado, los ojos azules y la piel clara de la pequeña formaban un contraste chocante con los ojos marrones, el pelo castaño claro y la tez, de un moreno dorado, de su madre.

Sin embargo, a pesar de esas diferencias, era evidente que estaban muy unidas, y Seth se vio atrapado de pronto por una emoción inesperada. Creía haberse resignado a su vida de lobo estepario, pero en ese momento sintió envidia de ese vínculo entre madre e hija. Creía que había renunciado a sus sueños de formar una familia.

–Quizá deberíamos volver a empezar –dijo la joven tendiéndole la mano con una sonrisa–. Soy Amy Ross, y supongo que usted debe ser Seth Reardon.

Él asintió de mala gana, y cuando le estrechó la mano no pudo evitar fijarse en lo suave que era su piel.

–No mencionó que fuera a traer a su hija.

Amy parpadeó.

–Espero que no le importe. Por lo general se porta muy bien.

Seth no hizo comentario alguno, pero al ver el interés con que estaba mirándolo la niña, se aclaró la garganta, incómodo.

La llamada de Amy, comunicándole la muerte de Rachel y la necesidad de aquella reunión, lo había conmocionado. No había vuelto a saber nada de Rachel después de que abandonara el rancho, y desde entonces había intentado mantenerla alejada de sus pensamientos. Su muerte era una tragedia, pero no había sido la única.

Amy dejó en el suelo a la niña, que de inmediato se soltó de su mano y se puso a tirar de las perneras de los vaqueros de Seth con sus pequeñas manitas.

–¡Señó, arriba! –le pidió subiendo los brazos para que la levantara.

–Bella, no –masculló Amy azorada, apartándola de nuevo de él. Sacó unos libros ilustrados de su bolso antes de llevar a la niña aparte–. Ven, siéntate a mirar estos cuentos mientras hablo con el señor Reardon. Anda, sé buena.

Seth hizo un esfuerzo por no perder la paciencia hasta que Amy logró persuadir a Bella para que se sentara en el suelo con los libros y unos cuantos juguetes. Luego Amy y él se sentaron en una de las mesas del comedor.

–¡Un pepatillo! –exclamó la niña, enseñándoles la página de uno de los libros, con un dibujo de un cervatillo–. ¡Un pepatillo en el bosque!

Seth resopló irritado.

–¿Acostumbra a llevar a su hija con usted a las reuniones de negocios, señora Ross?

Amy se sonrojó y se levantó el cabello de la nuca, visiblemente incómoda por la humedad tropical del lugar.

–No estoy casada –le dijo.

Sólo entonces se fijó Seth en que no llevaba ningún anillo. De modo que era madre soltera...

–No suelo llevar a Bella conmigo cuando estoy trabajando, pero no habría estado tranquila dejándola en Melbourne.

Seth no quiso entrometerse, pero no pudo evitar preguntarse dónde estaría el padre de la niña y por qué no estaba ayudándola a criarla.

–Desde luego ha hecho un largo recorrido para venir hasta aquí.

–Dígamelo a mí. Dios, qué calor hace aquí... –masculló Amy, abanicándose con la mano–. En la agencia turística me dijeron que la distancia entre Melbourne y Tamundra era la misma que entre Londres y Moscú.

Seth asintió.

–Y ha escogido la peor época del año para venir.

Amy hizo un mohín.

–No tenía elección; disponemos de tan poco tiempo para organizar la campaña de publicidad. El libro de Rachel sale en abril.

–Ah, sí, el libro de Rachel... –repitió él con sarcasmo, entornando los ojos.

–¿No le agrada que se vaya a publicar?

–¿Por qué iba a agradarme? Cuando estuvo trabajando en el rancho hace tres años no le dijo a nadie que estaba pensando escribir un libro. Naturalmente lo sentí cuando supe que había perdido la vida en un accidente, pero no puedo decir que me alegre de que vaya a publicarse ese libro.

–Rachel es... era una escritora increíble. Tenía un don especial; sobre todo para las descripciones.

Eso estaba muy bien, ¿pero qué había descrito exactamente en su libro? Él era un hombre celoso de su intimidad, y no le hacía ninguna gracia que una antigua empleada hubiese escrito un libro sobre las seis semanas que había pasado en el rancho.

La semana anterior, cuando lo había telefoneado, Amy le había asegurado que era una obra de ficción y que los nombres se habían cambiado, pero él no estaba seguro de que Rachel hubiera sido discreta y estaba decidido a averiguar lo que pudiera sobre aquel libro. Ésa era la razón por la que había accedido a aquella reunión.

–Rachel era su mejor amiga, ¿no? Supongo que podrá arrojar algo de luz sobre ese libro –le dijo a Amy.

Amy esbozó una sonrisa nerviosa.

–Me temo que sé tan poco como usted. Si he venido hasta aquí ha sido porque la editorial cuenta con un presupuesto limitado para la promoción del libro, y quería hacer todo lo que pudiera por... por... –sus ojos se posaron en la niña–. Quería hacer esto por Rachel.

De pronto la pequeña alzó la vista hacia ella.

–¿Mamá?

Seth observó sorprendido cómo Amy palidecía y cerraba los ojos, como si la niña la hubiese hecho sentirse mal. Había algo en todo aquello que no acababa de cuadrar. La presencia de la niña, el nerviosismo de Amy... Le había dicho que quería ir al rancho para hacer unas fotos, para la promoción del libro, pero cada vez estaba más convencido de que había cometido un tremendo error al acceder a aquella reunión.

El parecido de Bella con Seth le había causado a Amy una fuerte impresión. Jamás habría imaginado que pudiera ser tan evidente la similitud en los rasgos de una niña pequeña y los de un hombre adulto. Le costaba creer que él no se hubiese percatado. ¿Cuánto tiempo tendría antes de que se diese cuenta y empezase a hacer preguntas?

Estaba segura de que sospechaba, que no se creía que hubiese ido allí sólo para obtener información y fotografías para la promoción del libro de Rachel. La aterraba que pudiera cambiar de opinión respecto a dejarla pasar un par de días en su rancho, porque si ocurriera eso, no tendría más remedio que soltarle de sopetón el verdadero motivo por el que había ido allí. No podía decírselo todavía; era demasiado pronto.

No podía darle la noticia de que tenía una hija así como así. Era un asunto difícil y delicado. Antes tenía que tratarlo un poco y ver qué clase de hombre era. Quería ganarse su confianza... si es que aquello era posible, porque empezaba a dudarlo. En cualquier caso tenía la esperanza de que entre los dos podrían decidir qué sería lo mejor para Bella.

La ponía algo nerviosa, pero es que era tan guapo... Rachel siempre había tenido buen gusto para los hombres, y el físico escultural de Seth y sus increíbles ojos azules bastarían para hacer perder la cabeza a cualquier mujer.

La noche anterior, al poco de llegar allí, le había mencionado su nombre a la esposa del patrón, Marie, y su reacción la había dejado perpleja.

–¿Seth Reardon? –había repetido abriendo mucho los ojos, como sorprendida–. Oooh... No es muy hablador, y no se le ve mucho por el pub. Es un hombre... frío, pero tiene algo. No sé, como sus ojos, esos ojos que te hacen preguntarte...

–¿Preguntarte qué? –la había instado ella para que continuara.

La mujer se había sonrojado y había lanzado una mirada a Bella, que estaba sentada con ellas en el comedor, absorta en el vaso de leche fría que estaba bebiéndose con una pajita.

–¿El qué? –le había vuelto a preguntar Amy.

–Bueno, no sé, es que siempre he sentido debilidad por los hombres de ojos azules –había respondido Marie a toda prisa, de un modo evasivo.

Luego se había levantado y se había puesto a recoger los platos, farfullando algo de que tenía que volver a la cocina, y había dejado a Amy con la impresión de que Seth Reardon era tan peligroso como una tela de araña para una mariposa.

La propia Rachel le había reconocido que, aunque al principio Seth le había parecido frío y distante, cuando había empezado a conocerlo mejor le había resultado imposible resistirse a él. Amy trató de poner coto a su imaginación cuando pensó en su amiga y en Seth conociéndose mejor... intimando... haciendo el amor... El solo pensar en aquello la hacía sentir un cosquilleo eléctrico.

Seth lanzó una mirada ceñuda a la ventana, y Amy vio que estaba empezando a llover, y con bastante fuerza.

–La semana pasada, cuando me telefoneó, me dijo que quería tomar unas fotografías en el rancho, pero con este mal tiempo no va a ser posible. Ya le dije que no era la estación más adecuada para venir.

–Bueno, podría hacer fotos del paisaje lluvioso. Quizá la novela de Rachel transcurra durante la estación de las lluvias.

–Lo dudo. Cuando estuvo aquí era invierno, la estación seca.

–Es verdad, no me había acordado.

Seth frunció el entrecejo.

–¿Quiere decir que no ha leído el libro?

–Pues... en realidad no.

Rachel había guardado con mucho celo los detalles de aquella novela, hasta el punto de que ni siquiera le había dejado leer unas páginas, y después del accidente a Amy le había parecido que no estaría bien curiosear en los archivos del ordenador de su amiga. Un día se había sentado a leer uno de los libros de poemas de Rachel, pero el dolor la había abrumado y había tenido que volver a cerrarlo. Leer sus versos era como oír la voz de Rachel y sus pensamientos, expresados de un modo muy personal.

Seth la miró con los ojos muy abiertos.

–¿Y entonces cómo piensa promocionar el libro?

–Bueno, pienso leerlo, naturalmente, cuando la editorial me mande una copia. Pero hay tiempo. Me han enviado una prueba de impresión de la portada. ¿Quiere verla? Es muy bonita.

Sacó una carpetilla de plástico del bolso y se la tendió. La portada del libro tenía una pintura de una cálida playa tropical al atardecer, con palmeras y blanca arena. En la lejanía se veían pequeñas islas, y el sol se fundía con el mar.

–No tiene mucho que ver con la realidad –admitió ella, lanzando una mirada a la ventana.

Se le había caído el alma a los pies al llegar a Tamundra y ver la calle principal desierta, los tristes eucaliptos, y la tierra rojiza que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Probablemente todo el Cabo York era igual de inhóspito, así que la cubierta era cuando menos engañosa.

Seth se encogió de hombros.

–En el linde este del rancho hay parajes exactos a ése.

–¿En serio? –inquirió Amy sorprendida, volviendo a mirar la idílica portada del libro.

–No ha hecho los deberes, señorita Ross.

–Yo... Bueno, apenas han pasado dos meses desde la muerte de Rachel y he estado... he estado muy ocupada –balbuceó ella–... con Bella.

Los dos bajaron la vista a la niña, que estaba entreteniéndose con un libro de colorear y unas ceras.

–Querría saber más sobre la estancia de Rachel en el rancho –le dijo Amy a Seth–: qué clase de trabajo desempeñaba, si encajaba allí...

Seth frunció el ceño.

–Pero la gente de la editorial ya me pidió esa información para incluirla en las solapas del libro –replicó golpeteando con el índice la carpetilla de plástico.

–Sí, pero el texto que van a poner es muy... general –replicó ella, desesperada por encontrar una razón para justificarse–. Lo que yo busco son detalles.

Él la miró receloso.