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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Carole Mortimer

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Escrito con el corazón, n.º 1379 - agosto 2015

Título original: To Marry McCloud

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6850-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

De celebración?

Fergus ni se molestó en levantar la cabeza. Estaba sentado en un rincón de una ruidosa discoteca, mirando fijamente la copa de champán y haciendo caso omiso de la música y de los cientos de personas que había allí hablando, fumando y bebiendo.

Menuda pregunta tan estúpida. ¿Acaso tenía pinta de estar celebrando algo?

–¿Nunca te han dicho que no se debe beber solo?

¡Maldición, no se había ido! ¿No se daba cuenta aquella mujer de que, precisamente, lo que quería era estar solo? «Y así pienso seguir», añadió mentalmente.

–¿Te importa que me siente?

Claro que le importaba… ¡Guau!

Al mirar hacia arriba, se quedó estupefacto.

¡La mujer… la chica más bien… era increíblemente guapa!

Debía de medir metro setenta y cinco y llevaba un vestido negro por encima de la rodilla que realzaba su extraordinaria delgadez y marcaba una cintura tan estrecha que parecía que se iba a romper por la mitad. Tenía una larguísima melena del color del azabache que le caía por la espalda. Su rostro era bellísimo, dominado por unos enormes ojos azules enmarcados por unas espesas y largas pestañas negras.

Bueno, sí, era guapa… ¿Y qué?

También era pesada y atrevida, algo que nunca le había gustado y, menos, en aquellos momentos.

Fergus se apoyó en el respaldo de la butaca y la miró con aire insolente de arriba abajo.

–¿Tienes edad para estar aquí?

La chica se rio dejando al descubierto unos preciosos dientes blancos como la leche.

–Te aseguro que hace tiempo que cumplí la edad legal.

Fergus no recordaba haberle preguntado nada relacionado con eso. ¡Solo quería que se fuera y lo dejara en paz!

–¿Te importa que me siente contigo? –insistió ella señalando el asiento que había frente a él.

¡Sí, le importaba! ¿No se enteraba o qué? ¡Quería que lo dejaran solo, que nadie le hablara! Era obvio que no, no se daba por aludida porque se acababa de sentar.

–Mira…

–Chloe –dijo ella mirándolo fijamente.

–Chloe –suspiró Fergus con impaciencia–. No quiero ser grosero, pero…

–Pues no lo seas.

Fergus volvió a suspirar.

–No he tenido un buen día…

–Puede que tu suerte esté a punto de cambiar –murmuró ella.

¡Fergus no quería que su suerte cambiara!

No había querido ir a aquella boda… era la segunda a la que iba en un mes. Primero, su tía Meg se había casado con el chef Daniel Simon y ese día… ¡mucho peor!… el que se había casado era su primo Logan con Darcy Simon.

Darcy era una chica encantadora y estaban muy enamorados, pero… El problema era que no se había dado cuenta de cuánto le iba a afectar que Logan se casara. Llevaban juntos desde la infancia… Logan, su otro primo Brice y él.

Se habían criado en Escocia, habían ido juntos a Oxford, llevaban solteros catorce años, disfrutando de esa vida. Los llamaban los Tres Incasables. Ya solo quedaban Brice y él. ¡Los Dos Incasables no sonaba igual!

–Gracias, Chloe, pero no creo…

–¿Quieres bailar?

¡Pero si no podía tenerse en pie! Llevaba bebiendo champán desde las tres de la tarde. La celebración de la boda había terminado a las once, pero él había decidido que no quería irse a casa y se había ido a aquella discoteca a seguir bebiendo.

Tomó aire profundamente.

–Lo que quiero, Chloe, es que te…

–¿Tendrán agua mineral?

Fergus la miró fijamente preguntándose si le iba a dejar terminar una sola frase.

Le sonrió y Fergus pensó que, al fin y al cabo, ella no tenía la culpa de que él estuviera de mal humor.

–Solo un vaso –bromeó Chloe.

Exacto. Solo un vaso de agua porque Fergus no estaba como para aguantar a ninguna mujer aquella noche.

«Bueno, un vaso de agua y se irá», se dijo.

Hizo una señal al camarero, que les llevó el agua. Cuando fue a servir a la chica, le tembló la mano y el líquido se derramó por la mesa. ¡Maldición! ¿Cuánto había bebido?

–Vaya –dijo ella limpiándola con un pañuelo de papel–. ¿Por qué brindamos? –lo animó.

–¿Por los amigos que no están? –aventuró él dando un gran trago.

Sabía que Logan iba a seguir siendo toda la vida su amigo y su primo, pero también sabía que ya nada sería igual ahora que estaba casado.

Los tres primos tenían la misma edad, treinta y cinco, eran como hermanos y siempre se habían ayudado en los malos momentos. Le iba a costar un tiempo asimilar que Darcy era la mejor amiga de Logan.

–Siempre me han dicho que el champán se debe beber despacio para apreciarlo bien –comentó Chloe.

–Es cierto –asintió él–. He intentado advertirte que no soy la mejor compañía.

–Ya lo sé –contestó ella sin inmutarse–. ¿Hay algo que te preocupa? ¿Quieres que hablemos de ello?

¡No con una mujer a la que no conocía y a la que no quería conocer, muchas gracias!

Chloe ladeó la cabeza y lo miró fijamente.

–Eres Fergus McCloud, ¿verdad?

–¿Ah, sí? –dijo él a la defensiva.

¿Por eso había ido a hablar con él tan decidida? Pues estaba perdiendo el tiempo porque no estaba el horno para bollos. ¡Aunque fuera guapa!

–Sí, eres tú. He leído varios libros tuyos y he visto tu foto en ellos. Eres muy bueno –añadió Chloe con afecto.

–Gracias –dijo él sin mostrar el más mínimo interés.

Chloe se rio.

–No te he impresionado lo más mínimo.

–La verdad es que no –contestó él con grosería–. Es que yo también los he leído. Son thrillers normales y corrientes. ¡Un poco de misterio, un toque de violencia, lo agitas bien y le añades mucho sexo!

–Has escrito seis libros en seis años y todos han sido número uno en ventas. Yo no diría que fueran normales y corrientes.

Aquello sí que lo había impresionado. Aquella chica debía de ser la típica fan.

Se encogió de hombros.

–Eso solo demuestra que no hay que hacer caso de los gustos de los lectores.

–Madre mía, ¿se está compadeciendo de usted mismo?

Efectivamente, así que, ¿por qué no se iba y lo dejaba tranquilo?

 

 

Chloe pensó que se había equivocado pensando que conocer a aquel hombre iba a resultar fácil.

Llevaba semanas buscando la manera de acercarse a él «accidentalmente». Había sido casi imposible. Ya no ejercía como abogado, así que no había ningún despacho al que ir a verlo, y no salía mucho. ¡Menos mal que se había enterado de que su primo Logan se casaba aquel día y él era el padrino! Como no conocía a ninguno de los contrayentes, no había podido hacerse invitar, así que, descorazonada, había quedado con unos amigos de la universidad para cenar y tomar unas copas. Cuando se disponían a salir de la discoteca, había visto a Fergus McCloud entrando. Solo.

Durante unos segundos, el pánico la había atenazado. ¿Qué debía hacer? Por fin, tenía ante sí la oportunidad que había estado buscando. Se calmó y pensó.

Se disculpó ante sus amigos, que se iban a otro local, y les dijo que se iba a casa. Volvió a entrar y se quedó un buen rato observando a aquel hombre discerniendo qué hacer.

Parecía que estaba solo, pero había que asegurarse. Tal vez, hubiera quedado con una mujer. Tras una hora en la que se había bebido una botella entera de champán y había pedido otra, Chloe decidió que estaba solo.

Era la oportunidad perfecta para hablar con él.

El problema era que Fergus había dejado claro desde el principio que no tenía ningún interés en hablar con ella.

¡Pero no se pensaba dar por vencida!

–¿Qué tal la boda de tu primo?

Fergus frunció el ceño, lo que no afeaba en absoluto su belleza. Chloe sabía cómo era, pero no estaba preparada para la fuerza que exudaba aquel hombre. Era alto y fuerte y el esmoquin le quedaba de maravilla. Tenía el pelo oscuro y un poco largo y la cara morena y esculpida como en madera de teca. Solo sus cálidos ojos color chocolate endulzaban un poco aquel rostro tan duro.

En cualquier otra situación, seguramente le habría parecido un hombre inmensamente guapo. En cualquier otra situación…

–Me parece que no me hace mucha gracia que sepas tanto de mi vida privada.

Chloe se dio cuenta de que había cometido un gran error mencionando la boda de su primo. Rio para disimular.

–No es ningún secreto que el empresario Logan McKenzie es tu primo y que se casaba hoy –contestó encogiéndose de hombros.

–No… –dijo él pensativo.

Pero. No lo había dicho, pero la palabra había quedado flotando.

Chloe tomó aire para controlarse. Todo aquello le resultaba difícil. No era normal en ella acercarse así a un hombre, sentarse con él y hacer que la invitara a beber algo. ¡Sus amigos y su familia no le podrían creer si la vieran! No había tenido mucha opción. Lo había visto de repente y había tenido que actuar sobre la marcha.

–Es la boda del mes, Fergus –bromeó.

–Hmm –murmuró él sabiendo que era cierto–. Bueno, si te interesa, estuvo bien o, al menos, como todas las demás.

Chloe enarcó las cejas.

–¿No te gustan las bodas?

–No serás periodista, ¿verdad? –contestó él arrugando el ceño de nuevo–. No me apetece encontrarme mañana por la mañana con una entrevista en primera página.

Imposible. Odiaba tanto a los periodistas como él. Ya le habían arruinado una vez la vida…

–No, es solo curiosidad –le aseguró.

«Más bien, un intento de sacar un tema de conversación», pensó Chloe.

–Ya te he dicho que ha estado bien. Si me disculpas… –dijo Fergus dejando la copa sobre la mesa y haciendo amago de levantarse–. Voy a pedir un taxi para irme a casa.

Chloe lo miró sin poder creérselo. ¡No se podía ir! No habían hablando de nada. No podía dejar que se fuera.

–¡Porras! –exclamó Fergus al intentar levantarse y tener que volverse a sentar. Cerró los ojos y respiró aceleradamente–. ¿Te importaría hacerme un favor? –añadió sin abrir los ojos.

¡Lo que quisiera siempre y cuando no se fuera!

–Dime.

–Me parece que no voy a ser capaz de levantarme. ¡La verdad es que estoy borracho! –reconoció a su pesar–. No me tengo en pie, literalmente. No sé la última vez que… ah, sí, sí, me acuerdo–. Fue cuando me gradué en Oxford hace catorce años. ¡Tuve que estar en la cama dos días!

Chloe se había graduado hacía un par de años y sus compañeros y ella se habían dedicado a descansar porque, después de tres años muy duros, se lo merecían.

–¿Qué quieres que haga?

–¿Te importaría ayudarme a salir a la calle y a tomar un taxi? –le pidió haciendo una mueca de disgusto. Obviamente, no estaba acostumbrado a pedir ayuda.

–Claro –contestó Chloe incorporándose–. Levántate y apóyate en mí.

–Será mejor que no me apoye muy fuerte o nos iremos los dos al suelo –observó él mirando su delgadez.

Era más alto que ella y, obviamente, pesaba más, pero ella no era tan enclenque como parecía. Lo ayudó a levantarse y le pasó un brazo por la cintura mientras él se lo pasaba por los hombros. Así, avanzaron hacia la salida.

–Qué vergüenza –comentó Fergus a mitad de camino.

Chloe sonrió.

–Tómatelo como prácticas para cuando seas viejo.

–¡Ahora mismo, me siento como si tuviera cien años!

Pues no lo parecía. De hecho, no aparentaba los treinta y cinco que tenía. Una vez fuera, Chloe no lo metió en ningún taxi sino que lo condujo hacia su coche, un deportivo verde que estaba aparcado cerca.

–Esto no es un taxi –protestó Fergus al verse dentro.

–No –contestó ella.

Fergus no tenía fuerzas ni para discutir, así que apoyó la cabeza en el asiento y volvió a cerrar los ojos.

–Me da igual. ¿Te tengo que dar mi dirección o también te la sabes?

Chloe lo miró molesta. ¿Tanto se había descubierto?

Fergus abrió un ojo y la miró.

–¿Y bien?

–Eso también lo sé –dijo ella poniendo el coche en marcha.

–Recuérdame que te pregunte por qué lo sabes –murmuró Fergus–. ¡Me da la impresión de que no me voy a acordar de nada de esta noche cuando me despierte!

¡Chloe rezó para que no fuera así…!

Capítulo 2

 

 

Fergus se despertó lentamente y movió la cabeza desorientado. Por fin, reconoció su habitación. Sentía la cabeza como llena de algodón.

¿Cómo había llegado a casa? ¡No tenía ni idea!

Miró el reloj de la mesilla. Las nueve y media. Volvió a cerrar los ojos.

¿Qué día era? Recordó que el día anterior había sido la boda de Logan y Darcy, así que debía de ser domingo. Entonces, no tenía obligación de levantarse todavía. No tenía nada que hacer y Maud, el ama de llaves, tenía los domingos libres. Los domingos los solía pasar trabajando y, si tenía hambre, se hacía un emparedado, así que no necesitaba a Maud para nada…

Entonces, ¿por qué olía a café?

¿Efectos del champán? ¿Porque el café era lo que más necesitaba? No tenía resaca, pero sentía la lengua como lija. Una buena taza de café le sentaría de maravilla.

No había duda. Olía a café. Fuerte, aromático y…

–Buenos días, Fergus –saludó una voz femenina desde la puerta–. Te he hecho café.

Fergus frunció el ceño, pero no se movió ni abrió los ojos. Debía de estar soñando. Había una mujer en su habitación.

No es que no las hubiera habido antes, claro que sí, pero la noche anterior no… ¡Tenía que ser el champán!

–Vamos, dormilón, siéntate y tómate una taza.

Fergus abrió los ojos lentamente, como si le diera miedo con lo que se iba a encontrar.

Unos ojos azules. Una larga melena negra. Una mujer delgada y desnuda bajo una de sus camisas.

Una alucinación. Era imposible que hubiera una mujer casi desnuda en su habitación. Recordaba perfectamente haberse ido solo del banquete nupcial.

–Café –dijo ella sirviéndole–. Solo y sin azúcar.

Exactamente como lo tomaba él. ¿Cómo lo sabía?

–¿Qué haces? –le dijo al verla sentarse en el borde de la cama, a su lado.

Ella enarcó las cejas sorprendida y le sonrió.

–No te importa que me siente a beberme yo también una tacita, ¿no? Te he tomado prestada una camisa porque abajo en la cocina hace frío –contestó ella dando un trago de café.

Fergus se quedó mirándola sin saber si quería que se sentara con él o no.

¡Menos mal que Maud no estaba! Su ama de llaves sabía perfectamente la vida que llevaba, pero no era cuestión de que viera a una jovencita prácticamente desnuda en la cocina.

Fergus se incorporó para tomar su taza de café. ¡Al hacerlo, descubrió que estaba completamente desnudo!

Tampoco era para extrañarse tanto, la verdad. No recordaba haber conocido a aquella mujer ni irse a casa con ella, así que, ¿por qué se iba a acordar de haberse desnudado?

Lo que era innegable era que, fuera quién fuese, aquella mujer había dormido allí. Con él. En su cama. ¡Y él no se acordaba de nada!

Ni siquiera de su nombre…

¿Cómo diablos había ocurrido aquello? Demasiado champán, claro.

Recordaba irse del banquete y llegar a la discoteca, pero después… ¡Nada!

–Gracias, Chloe –se burló ella–. De nada, Fergus.

Chloe. Se llamaba Chloe. Qué alivio. ¿Pero de qué la conocía?

Sí, de la discoteca. Se había acercado a hablar con él. Se había sentado con él, había bebido con él y… ¿se había acostado con él?

Fergus se había perdido la parte que iba desde haberla conocido en la discoteca y despertarse con ella. No recordaba en absoluto haberse metido en la cama con ella y… mucho menos…

¿Cómo iba a salir de aquello? Lo que estaba claro era que no pensaba volver a beber champán nunca más.

–Eh… Chloe… –dijo observando su belleza.

Qué menuda era. Sus manos parecían las de una niña. No llevaba anillos. Menos mal. ¡Al menos, no se había acostado con una mujer casada!

¿Cómo debía comportarse con una mujer con la que había pasado la noche aunque no se acordara de nada? ¡Pedir perdón no parecía lo más adecuado!

–Qué bueno está el café –dijo.

–Gracias –contestó ella encantada–. No te puedes imaginar lo que me alegro de que nos conociéramos ayer.

¿Ah, sí?

Personalmente, no creía que hubiera estado para tirar cohetes, dado el grado de alcoholismo, pero sí ella lo decía…

No se acordaba de haberse acostado con ella y era absurdo fingir, pero tampoco podía decirle la verdad. ¡Sería insultante para ella!

–Me alegro –dijo jugando de manera ausente con el pelo de Chloe–. Eh… ¿Nos…? –se interrumpió porque acababan de llamar al timbre.

¡Había alguien en la puerta!

¿Quién sería un domingo a las diez menos cuarto de la mañana?

Solo había una manera de saberlo y no le quedaba más remedio que bajar a ver quién era. ¿Y si cerrara los ojos y lo ignorara? Tal vez, se fuera.

El timbre volvió a sonar con insistencia.

Obviamente, quien fuera no se quería ir.

Chloe se levantó.

–¿No deberías ir a ver quién es? –le dijo.