Cubierta

BENJAMIN BRYCE

SER DE BUENOS AIRES

Alemanes, argentinos y el surgimiento de una sociedad plural
1880-1930

Editorial Biblos

Para mis familias tucumana y catalana

SER DE BUENOS AIRES

A fines del siglo XIX y principios del XX, una oleada masiva de inmigración transformó el panorama cultural de la Argentina. Junto a otros inmigrantes, en Buenos Aires, los germanohablantes crearon las instituciones de su colectividad mientras buscaban adaptarse e integrarse en la sociedad donde la mayoría iba a pasar el resto de su vida.

Enfocándose en el bienestar social, la educación, la religión y la niñez, Benjamin Bryce examina la formación de una identidad germano-argentina. Alrededor del primer centenario de la independencia, cuando el nacionalismo argentino se intensificaba, y el Estado exigía más fuertemente la homogeneidad cultural, los líderes de la colectividad alemana respondían con otra visión de la ciudadanía argentina y de la pertenencia nacional. Proponían que era posible retener una identidad étnica distintiva y ser a la vez un buen argentino. Esta historia de la colectividad alemana y las fronteras borrosas con la sociedad a su alrededor ilumina la forma en que las sociedades pluralistas de América toman forma, así como las complejas interacciones entre el pluralismo cultural y el surgimiento de culturas nacionales.

Benjamin Bryce. Doctor en Historia por la Universidad York, en Canadá. Profesor en el Departamento de Historia en la Universidad del Norte de Columbia Británica, donde enseña historia latinoamericana y mundial. Su investigación se centra en la historia de la migración desde una perspectiva comparada. Es coeditor de Making Citizens in Argentina (2017). Vivió por primera vez en la Argentina a los diecisiete años, cuando pasó un año en Concepción, Tucumán, como becario del Rotary Club.

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Índice de imágenes y mapas

Imagen 1. El Hospital Alemán de Buenos Aires

Imagen 2. Material promocional para la recaudación de fondos de 1911 en el Hospital Alemán

Imagen 3. Elisabeth von Freeden

Imagen 4. Petrona Eyle

Imagen 5. Aula de clase en la Escuela Barracas, 1911

Imagen 6. Clases de cocina en la escuela para niñas de la Escuela Belgrano, 1927

Imagen 7. Festival de la Escuela Cangallo, 1917

Imagen 8. Un rancho argentino en el festival de la Escuela Cangallo, 1916

Imagen 9. Carreras argentinas de caballos de la Escuela Cangallo, 1916

Imagen 10. Autobuses escolares de la Escuela Cangallo, 1933

Imagen 11. Nuestra Señora de Guadalupe

Imagen 12. Inauguración del orfanato de Baradero, 1909

Imagen 13. Hogar de Mujeres Alemanas, 1911

Mapa 1. La República Argentina en 1914

Mapa 2. Europa en 1914

Mapa 3. Principales congregaciones luteranas y católicas germanohablantes fuera de Buenos Aires, 1910

Folge mir, lieber Leser nach Süden - nach dem sagenumwobenen Strande des Silberstromes, denn dort, wo die blauen Fluten des Atlantischen Ozeans die grüne Ebene der Pampa küsst, liegt Argentinien, dessen Hauptstadt Buenos Aires ist, meine neue Heimat und das Vaterland meiner Kinder.

[Sígueme, querido lector, al sur, a las legendarias orillas del Río de la Plata; porque allí, donde las azules olas del océano Atlántico besan las verdes llanuras de la pampa, se encuentra la Argentina, con su capital, Buenos Aires, mi nuevo hogar y la patria de mis hijos.]

Leo Mirau, Lieder aus weiter Ferne, 1905

INTRODUCCIÓN
El futuro de la etnicidad

A fines del siglo XIX y a principios del XX, los autoproclamados líderes de diversas comunidades de inmigrantes de Buenos Aires crearon espacios étnicos en un esfuerzo por conservar en la sociedad argentina el pluralismo lingüístico y cultural que su propia migración había creado. Los líderes de las comunidades de diferentes países europeos constituyeron organizaciones de beneficencia, asociaciones de socorros mutuos, escuelas y templos, y fomentaron que aquellos que compartían su mismo origen étnico utilizaran estas instituciones. La construcción de comunidades étnicas se convirtió en un elemento clave para los inmigrantes en el proceso de afirmar su pertenencia a la Argentina. Sin embargo, estos esfuerzos por hacer que sus comunidades étnicas perduraran nunca fueron completamente exitosos: en el caso de la colectividad alemana, los niños, los cónyuges de habla hispana, los socialistas, los alemanes católicos y muchos otros buscaron otro equilibrio entre la comunidad, la herencia étnica y la pertenencia a la Argentina.

En este libro se analizan, por un lado, las actividades y las fantasías de las personas que buscaron crear una comunidad alemana duradera en Buenos Aires, y por el otro se examina el comportamiento de otras personas que subvirtieron ese proyecto. Mi argumento central estriba en que las ideas acerca del futuro motivaron a miles de inmigrantes germanohablantes a forjar un lugar para la etnicidad, la identidad étnica y el pluralismo en el panorama cultural y lingüístico de Buenos Aires. En un momento en que, desde el Estado argentino y desde las nuevas fuerzas nacionalistas, se aumentaba la presión por crear una ciudadanía culturalmente homogénea, los líderes de las instituciones de habla alemana fomentaban una visión pluralista de la pertenencia argentina al insistir que era posible ser, a la vez, étnico y argentino. En aquella época, así como ocurre actualmente, ser de Buenos Aires era algo que todos podían ser pese a las múltiples identidades y prácticas lingüísticas y culturales que constituyen la ciudad. Entre 1880 y 1930, junto con otros inmigrantes, los germanohablantes y los argentinos de diversos orígenes negociaron los términos de su ciudadanía y la naturaleza del pluralismo cultural. Los esfuerzos de los inmigrantes por crear comunidades condujeron a conflictos entre los nacionalistas argentinos y los educadores inmigrantes, entre padres e hijos, entre feligreses y líderes religiosos, y entre los autodenominados líderes de las instituciones comunitarias y los miles de otros inmigrantes que permanecieron indiferentes a aquellas visiones de comunidad.

Mi énfasis en la importancia de la temporalidad y el futuro para la historia social de la migración ofrece perspectivas nuevas sobre cómo se desarrollaron las instituciones estatales, cómo se formó una sociedad con una cultura plural y cuál fue la participación de los inmigrantes y de las familias en esa sociedad. Como menciona David Engerman, la forma en que los sujetos históricos visualizaron su futuro revela mucho acerca de estos sujetos y del período en el que vivieron.1 De forma similar, Reinhart Koselleck enfatiza el valor de estudiar no solamente la experiencia de los sujetos históricos, sino también sus “horizontes de expectativas”. Según Koselleck, la experiencia –un foco clave de la historia social y cultural– solo puede entenderse de verdad si se considera también la expectativa. Ambas son interdependientes; “no hay expectativa sin experiencia, no hay experiencia sin expectativa”.2 Los revolucionarios no entran en acción, los trabajadores no pasan largos días en las fábricas y los jóvenes no protestan sin haber pensado en el futuro. Asimismo, las personas no cruzaron el océano Atlántico, los padres no fundaron escuelas y los hombres adinerados no donaron grandes sumas de dinero a las organizaciones de beneficencia sin pensar en el tiempo venidero.

Para los hablantes de alemán y castellano que, entre 1880 y 1930, produjeron las fuentes que son la base de este estudio, el futuro no estaba lejos. Sus objetivos se extendían más allá del presente: incluían tanto el año siguiente como varias décadas en el futuro. Como escribe Koselleck: “El futuro, que se prevé en función de una expectativa, se dispersa en una infinidad de extensiones temporales”.3 Los horizontes de expectativa de germanohablantes e hispanohablantes de Buenos Aires a menudo eran de una década, el tiempo que llevaría a un niño que ingresa a la escuela primaria terminar sus estudios o el tiempo que llevaría a un grupo de jóvenes convertirse en adultos y formar sus propias familias. En otras ocasiones, la sucesión de los hechos era más abstracta. Los reformistas de la escuela argentina deseaban tener una ciudadanía alfabetizada e hispanohablante. Los germanohablantes católicos devotos deseaban tener un Estado que compartiera su poder con su Iglesia. Los germanohablantes ricos deseaban que los trabajadores recién llegados triunfaran en la Argentina y que no tuvieran que regresar a Europa.

En muchos estudios sobre migración, los “orígenes” constituyen un punto de partida metodológico. Los especialistas deducen esta palabra de los censos nacionales y de la discusión de los inmigrantes sobre su patria. Sin embargo, el futuro era tan importante como el pasado cuando alguien hablaba sobre la familia o la comunidad. Los inmigrantes germanohablantes y las personas de varios otros orígenes en Buenos Aires, y en todo el continente americano, hablaban de “conservar” o “mantener” su idioma y su cultura, así como de la “próxima generación” y de los niños que “perdían” su idioma o su cultura. Todos esos términos reflejaban el interés de que Buenos Aires continuara siendo una sociedad con una cultura plural por mucho tiempo en el futuro. Mientras algunos migrantes pudieron haber visto a la Argentina como una estadía breve en sus trayectorias de vida, aquellos que participaban en varias organizaciones étnicas, que tenían hijos o que se preocupaban por los problemas económicos, sociales y políticos pensaban en el futuro y en su pertenencia a ese futuro en Argentina.

El caso de los inmigrantes germanohablantes y sus hijos (que eran bilingües) ilustra temas más amplios de la historia de la inmigración hacia el continente americano. Como han demostrado Jeffrey Lesser y Raanan Rein, puede aprenderse mucho de la etnicidad en América Latina si nos alejamos de las suposiciones que se tejen en torno de la particularidad de cualquier grupo dado.4 En Buenos Aires existieron numerosos paralelos entre los grupos étnicos en cuanto a bienestar social y a educación. Las organizaciones alemanas de beneficencia, los servicios de inserción laboral y el Hospital Alemán en la ciudad de Buenos Aires se parecían a organizaciones similares de origen italiano, español, británico y judío.5 Los niños argentinos y casi todos los padres de origen extranjero eran bilingües independientemente del idioma dominante de la generación inmigrante. Las escuelas creadas por cada grupo migratorio enseñaban, principalmente, a ciudadanos argentinos, y lo hacían en castellano y en el otro idioma europeo que correspondiera a la colectividad.

Los germanohablantes también pueden ser un caso de estudio particularmente útil para analizar la importancia de la religión y la identidad confesional a la hora de conformar las comunidades y las identidades étnicas. La mayoría de los germanohablantes que se encontraban en el país eran luteranos o católicos, y también había una cantidad notable de judíos alemanes. Debido a que los católicos germanohablantes eran parte de la confesión religiosa dominante de la Argentina, los germanohablantes afincados en Buenos Aires –más que la mayoría de los otros grupos lingüísticos– pueden ilustrar cómo las identidades confesionales y étnicas se alimentaban entre sí. Tanto luteranos como católicos crearon instituciones germanohablantes y buscaban conservar su visión de una comunidad alemana en el futuro. Para los primeros, sin embargo, la ansiedad acerca de la posible pérdida de su iglesia luterana reforzó el deseo de mantener una comunidad étnica independiente, mientras que los segundos crearon espacios germanohablantes dentro de las estructuras católicas de la ciudad. Los inmigrantes judíos alemanes se abrieron camino de manera diferente entre identidades lingüísticas y religiosas; en ocasiones se relacionaban con organizaciones alemanas y, en otras, con organizaciones judías. En 1868, la mayoría de los fundadores de la Congregación Israelita de Buenos Aires eran inmigrantes alemanes y algunos de estos líderes fueron los fundadores de la asociación funeraria Chevra Kedusha. Además de participar en estas organizaciones judías en el último tercio del siglo XIX, los mismos líderes de la comunidad judía lo hacían en organizaciones germanohablantes y algunos incluso enviaban a sus hijos a la escuela bilingüe luterana (la Gemeindeschule) antes de que se abrieran escuelas laicas de lengua alemana en la ciudad.6

En las décadas de 1880 y 1890 existieron dos visiones importantes y contrapuestas de la nación argentina; una que fue el resultado del liberalismo de mediados de siglo, que veía la ciudadanía y la pertenencia como actos contractuales y voluntarios; la otra visión, según Lilia Ana Bertoni, “definía la nación a partir del origen étnico, la raza, la lengua, la tradición histórica y las costumbres ancestrales”.7 Bertoni apoda a los defensores de estas dos visiones “cosmopolitas” y “nacionalistas”. Después de varias décadas de altos índices de inmigración, y en coincidencia con la celebración del centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, esa tensión dio lugar a una faceta dominante del pensamiento nacionalista, conocida como “hispanismo”. Por aquel entonces, como menciona José Moya, “la mayoría de los intelectuales argentinos había aceptado esta «inexpugnable fe en la existencia de una familia, comunidad, o ‘raza’ hispánica transatlántica»”. Argentinos prominentes, como Manuel Gálvez, Enrique Larreta, Manuel Ugarte, Ricardo Rojas y Estanislao Zeballos, se veían a sí mismos como “defensores del legado español del país en contra del erosionante cosmopolitismo”.8 Durante ese período existió un grupo –formado por destacados intelectuales y políticos, como Emilio Gouchón, Ponciano Vivanco y Francisco Barroetaveña– que continuaron respaldando la idea de las libertades individuales y el derecho de los padres a educar a sus hijos en otra lengua ya que, sostenían, esta situación ayudaba a la república.9 Pero los nuevos nacionalistas, siguiendo a Moya, “percibían a la antigua elite liberal y a los nuevos inmigrantes activistas como enemigos cosmopolitas e internacionalistas: los primeros, dispuestos a sacrificar la integridad cultural y la esencia espiritual de la nación en nombre del progreso material; los segundos, con ansias de hacer lo mismo, pero en aras del ateísmo y del anarquismo global, y, más adelante, del comunismo”.10 Con esta hispanofilia los nacionalistas argentinos expresaron un conjunto de ideas acerca de la ciudadanía y de la pertenencia que constituían un elogio a los beneficios de la lengua y la herencia cultural españolas, como también a su inmigración, mientras ridiculizaban y excluían todo aquello que no fuera hispánico.

En ese período, las escuelas fueron uno de los lugares en que el pensamiento nacionalista tuvo un claro efecto dentro de la sociedad argentina. En las décadas de 1880 y 1890, los reformistas vieron el sistema de educación pública en la ciudad de Buenos Aires como el medio que cambiaría la visión cultural y política de las siguientes generaciones.11 Los reformistas temían el impacto del uso generalizado de idiomas extranjeros en su sociedad y, como resultado, intentaron utilizar las escuelas para moldear los componentes lingüísticos y culturales de la nación argentina.12 El paso del tiempo y las expectativas acerca del futuro fueron una parte fundamental de este proyecto. Por su parte, la lengua castellana se volvió un elemento principal de las definiciones que los reformistas de la educación tenían de lo que era la ciudadanía, un concepto –el de ciudadanía– que, en sí, se encontraba en desarrollo.

A principios del siglo XX en Buenos Aires, los inmigrantes de diversos orígenes nadaban contra las corrientes del hispanismo. Los inmigrantes refutaban ideas homogeneizadoras sobre la Argentina como una nación hispánica con la creación de escuelas bilingües en las que se enseñaba alemán, francés, inglés o italiano –junto con castellano– a los jóvenes argentinos, al ofrecer servicios de asistencia pública en concordancia con criterios étnicos y al dar los sermones católicos en otros idiomas europeos o al crear templos protestantes o judíos. La presencia misma de millones de extranjeros en la Argentina a principios del siglo XX debilitó el hispanismo. Además, la visión pluralista que tenían los germanohablantes y otros inmigrantes de su pertenencia a la Argentina y de la pertenencia de sus hijos significó que esta nación no estuviera claramente definida. Según esta visión, la nación no era cultural ni lingüísticamente homogénea, ni tampoco estática.

A menudo, las personas de ascendencia alemana que vivían en la Argentina hablaban sobre ciudadanía (para lo cual utilizaban las palabras “ciudadanía” y Staatsangehörigkeit). Según Kathleen Canning y Sonya Rose, más allá de ser una simple cuestión del derecho a votar o un sinónimo de nacionalidad, la ciudadanía describe un conjunto amplio de relaciones y prácticas sociales que definen la interacción que se da entre los pueblos y los Estados y entre los habitantes de las comunidades. Como marco discursivo, la ciudadanía da a las personas el lenguaje, la retórica y las categorías necesarias “para solicitar para sí ciertas cosas; a veces, en nombre de la pertenencia nacional o en nombre de derechos específicos, de obligaciones, protecciones o visiones (todos ellos también específicos) de participación política”.13 Para los residentes extranjeros, los inmigrantes nacionalizados y los argentinos de ascendencia alemana, la ciudadanía describía la participación y la inclusión cívica, el comportamiento cultural, la protección económica y de los bienes, una voz política y derechos de movilidad.

Los inmigrantes de diversos orígenes se interesaron mucho por la ciudadanía en el sentido descripto por Canning y Rose, a pesar de tener aquellos poca voz en las políticas electorales formales. Hasta la reforma electoral de 1912 (la Ley Sáenz Peña), que estableció el sufragio universal masculino secreto y obligatorio, el sistema político argentino, según Samuel Baily, constaba de “una cantidad de grupos poderosos […] que competían dentro de un ámbito restringido para influir en las decisiones de los gobiernos nacionales, provinciales y municipales […] Las elecciones eran un mecanismo para proporcionar la rotación pacífica de puestos entre los miembros de los grupos políticos reconocidos; no era una forma para que todos los ciudadanos adultos de género masculino expresaran sus puntos de vista ni influyeran en las acciones políticas”.14 Aun después de la expansión del sistema democrático, en 1914, solo el 1,4% de los inmigrantes radicados en la Argentina se había convertido en ciudadanos nacionalizados y, por lo tanto, unos pocos podían participar en las elecciones.15 Como explica Moya, estos bajos índices de nacionalización seguían una cierta lógica:

 

Los extranjeros tenían todos los derechos de los ciudadanos (excepto el derecho a votar en las elecciones nacionales, una ventaja ambigua debido al sistema político oligárquico de la Argentina […]), pero estaban exentos de la obligación cívica más engorrosa: el servicio militar.16

 

Los porteños de diversas extracciones sociales y orígenes tuvieron ideas relacionadas con derechos, obligaciones y privilegios para los miembros de la sociedad; por su parte, los residentes extranjeros que vivían en la Argentina se beneficiaron de los mismos privilegios que tenían los que no eran extranjeros y estos residentes extranjeros tenían también muchas de las obligaciones de la ciudadanía. Por ejemplo, la educación subvencionada y regulada por el Estado afectó igualmente a los adultos argentinos y a los de origen extranjero, ya que después de 1884 casi todos los niños que residían en Buenos Aires –independientemente de la situación legal de sus padres y del derecho a voto– asistían a las escuelas primarias. Los niños y las familias desdibujaban de otras formas los límites que existían entre los significados de la ciudadanía legal y la de facto. En 1910, el 46% de los residentes de la ciudad de Buenos Aires –que por entonces ascendía a 1.231.698 habitantes– eran extranjeros.17 A menudo, eran estos inmigrantes los padres de muchos de los argentinos que conformaban el otro 54% de la población de la ciudad. Este hecho demográfico daba a muchos de quienes no eran ciudadanos un interés en los derechos cívicos, en las políticas de educación y en la futura definición de la nación.

Los pensamientos y las acciones de los germanohablantes –junto con otros inmigrantes– redefinieron lo que significaba ser ciudadano argentino. El rol de los inmigrantes acaudalados en la prestación de servicios de bienestar social, la participación de los católicos germanohablantes en los debates acerca de la secularización, el deseo de los luteranos germanohablantes de hacer de la Argentina una sociedad con una mayor diversidad religiosa y los esfuerzos de los padres por educar a sus hijos en escuelas bilingües son todas actividades que están conectadas al interés en la ciudadanía. A pesar del país de nacimiento y de su nacionalidad, miles de germanohablantes y otros inmigrantes en Buenos Aires sintieron que pertenecían a esta ciudad e imaginaron un futuro en ella, participaron en el desarrollo de prácticas sociales con relación tanto a la autoridad estatal como a los otros residentes de la Capital y desearon crear comunidades étnicas que se convirtieran en componentes duraderos de la sociedad argentina.

Sobre la etnicidad y la comunidad

En el análisis de la inmigración hacia la Argentina y otras partes del continente americano, es frecuente que la etnicidad de los sujetos de estudio se tome como un dato estable. Asimismo, el abordaje habitual es el siguiente: primero, el investigador localiza su grupo de interés (judíos, italianos, portugueses, etc.) y luego analiza sus actividades.18 En los estudios realizados sobre los germanohablantes de la Argentina en particular, existe una serie de suposiciones implícitas o declaraciones explícitas acerca de la unidad intrínseca de este grupo; también hay una tendencia a reproducir las categorías aplicadas por los líderes de las comunidades, por los nacionalistas en Alemania y los datos censales de la Argentina.19 De esta manera, se describe a una persona o a un grupo como alemán o argentino, sin reflexionar sobre el bilingüismo, la doble nacionalidad o una identidad híbrida o cambiante. Sin embargo, la categoría que supuestamente define a cualquier sujeto étnico o a cualquier grupo étnico también merece atención. Muchos germanohablantes de Buenos Aires nacieron en dicha ciudad y hablaban castellano como lengua dominante. Muchos otros germanohablantes conservaron la nacionalidad de su país de nacimiento, pero se preocuparon intensamente por el futuro económico de sus hijos argentinos o por el lugar de su iglesia dentro del marco de la sociedad argentina.

Las categorías étnicas son circunstanciales, superpuestas y contradictorias y la identidad étnica es algo construido en diálogo con el contexto social circundante.20 Una persona que habla de su propia etnicidad o de la de otra persona podría tratar de definirla haciendo hincapié en ciertos indicadores importantes de diferencia cultural, como el idioma o la religión. En el caso de utilizar el idioma como indicador de etnicidad, vale la pena destacar que este puede definirse por cualquier combinación de habilidad, comportamiento e identidad lingüística, y que estas categorías pueden ser formas contradictorias para determinar el idioma o los idiomas de una persona. La etnicidad también podría definirse por identificación de grupos, categorías de ciudadanía o sentimientos de pertenencia.

No obstante, los supuestos integrantes de lo que podría observarse como un único grupo étnico (el de los germanohablantes en Buenos Aires) tenían opiniones radicalmente diferentes de lo que significaba ser alemán. El término alemán –tal como se utilizaba en la Argentina entre 1880 y 1930– con frecuencia incluía a personas nacidas en Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Suiza, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Los líderes –ansiosos por ampliar sus comunidades– aceptaron la etiqueta, como lo hicieron los hispanohablantes y los inmigrantes de otros orígenes que no veían la necesidad de distinguir entre alemanes, austríacos, sajones, bávaros o brasileños de origen alemán. Las múltiples nacionalidades, las identidades regionales, las diferencias confesionales y las divisiones generacionales llevaron a que muchos habitantes de Buenos Aires postularan definiciones contradictorias de la etnicidad alemana.

El bilingüismo impregnó las vidas de las personas que, habiendo llegado de diversas partes del mundo, vivían en Buenos Aires; no era una característica exclusiva de los germanohablantes. El término “bilingüismo” puede describir el equilibrio imperfecto que existe entre los idiomas; ese desequilibrio evoluciona durante los años de formación de cada persona. Cualquier niño de tres años podía hablar alemán como lengua dominante, pero cuando tuviera once años y asistiera a la escuela pública, tendría una relación más compleja con el idioma. Claramente es germanohablante, pero un hablante nativo del castellano también podría considerar al mismo niño como hispanohablante. Es posible que este niño de once años domine la pronunciación de los fonemas alemanes y tenga una competencia avanzada en el idioma al hablar de la comida o de la familia. Sin embargo, muchos de los hijos de germanohablantes de Buenos Aires –incluso aquellos que asistían a escuelas bilingües– se sentían más cómodos hablando en castellano sobre cine, novelas, política o finanzas. La preferencia o uso lingüístico puede ser algo compartimentado.

Cada germanohablante de Buenos Aires era también, hasta cierto punto, hispanohablante. Los distintos niveles de competencia lingüística que tenían los inmigrantes y por los que muchas veces los líderes comunitarios se preocupaban son un tema importante, pero poco investigado en la historia de las migraciones. En el caso de los germanohablantes de la capital argentina, muchas personas se inquietaban porque los niños no usaran o no pudieran utilizar el alemán de la forma en que debían hacerlo. Estas preocupaciones estaban determinadas por la observación realizada por los adultos de que la mayoría de los niños “alemanes” de Buenos Aires hablaba castellano sin dificultades y de que eran ciudadanos argentinos. Algunos niños hablaban alemán en las escuelas bilingües a las que asistían, pero también hablaban castellano en casa con uno de sus padres, con los empleados domésticos o con sus hermanos. Otros hablaban alemán en casa y en la iglesia, aunque asistieran a una escuela católica exclusivamente de habla hispana o a una escuela pública monolingüe. Eran numerosos los adultos que trabajaban y socializaban en castellano, mientras que leían o rezaban en alemán.

El término “comunidad” ha ocupado un lugar prominente en la historiografía de la inmigración hacia el continente americano. No obstante, la comunidad es algo que también debe ponerse en cuestión, al igual que las categorías etnonacionales como “alemán”, “italiano” o “francés” y aquellas que describen a ciertos grupos religiosos como el de los luteranos, el de los católicos o el de los judíos, por ejemplo. Como argumentan Rogers Brubaker y Frederick Cooper, las categorías basadas en las identidades étnicas imponen erróneamente una idea de “semejanza interna” y “agrupación limitada”. Estos investigadores advierten que “los límites del grupo son considerablemente más permeables y ambiguos de lo que se supone de manera generalizada. […] Este código categórico, importante por ser un elemento constitutivo de las relaciones sociales, no debe tomarse como una descripción fiel de ellas”.21 A comienzos del siglo XX, los inmigrantes y los argentinos de diversos orígenes y extracciones sociales utilizaban etiquetas étnicas con frecuencia. Pero sus términos crearon una serie de categorías superpuestas que se apropiaron de maneras diferentes del significado de la etnicidad, de las condiciones de la ciudadanía argentina y del sentimiento de pertenencia.

En un estudio sobre inmigrantes franceses en la Argentina, Hernán Otero sostiene: “La comunidad migratoria es aquí un elemento a probar y no un dato a priori, justificado por la simple presencia de personas del mismo origen nacional”. Otero enfatiza que los historiadores generalmente estudian un núcleo étnico, pero que no siempre reflexionan sobre “la proporción de personas que forman parte de ese núcleo”.22 De una manera paralela, Jeffrey Lesser y Raanan Rein proponen que “el estudio de la etnicidad debe incluir a todas las personas, no solo a aquellas pertenecientes a las instituciones de la comunidad” y que no deben soslayarse “los grupos étnicos no afiliados” que no forman parte de las instituciones formales y que muestran modelos de matrimonio exogámico.23 Sugieren que los estudiosos recurran a otros tipos de fuentes para descubrir otras perspectivas de la etnicidad.

El material producido por los líderes de las comunidades alemanas de Buenos Aires también ofrece una solución a este problema. Los documentos de numerosas instituciones formales de la colectividad exhibían un marcado interés por las personas que debilitaron su proyecto de comunidad. Los líderes se preocupaban por los niños que solo tenían un padre germanohablante y por aquellos que preferían hablar castellano. Desde estas fuentes se hacía referencia a las personas que fueron excluidas de la imagen que, fomentada por los líderes, quería mostrarse de la comunidad. Tanto los pastores luteranos como los sacerdotes católicos aseguraban liderar una comunidad, lo que significaba que ellos imaginaban al menos dos comunidades alemanas en Buenos Aires. No obstante, sus definiciones confesionales de las comunidades alemanas revelaban implícitamente que también existían comunidades no practicantes, ateas y judío-alemanas en la ciudad.

Al igual que otras comunidades étnicas, la comunidad alemana de Buenos Aires era una aspiración más que una realidad concreta. Las personas vinculaban esta comunidad con las expectativas futuras acerca de la naturaleza del pluralismo cultural argentino y su pertenencia a la nación. Más que una comunidad unificada, se trataba de muchas personas que deseaban organizar parte de sus vidas según criterios étnicos y comunitarios. Los límites de cualquier comunidad son flexibles; en concordancia con esta realidad, en ese momento, uno podía participar en una comunidad étnica y, a la vez, participar en otras comunidades que reflejaran la propia clase social, la identidad de género, la sexualidad, la profesión, los pasatiempos o el vecindario. Desde una perspectiva más crítica, las jerarquías de género y de clase moldearon las instituciones de las comunidades étnicas; los líderes se valían de las comunidades para obtener prestigio social y cultural en la sociedad porteña. Las instituciones comunitarias normalmente dirigidas por hombres promovían estructuras que creaban relaciones paternalistas entre inmigrantes ricos y de la clase trabajadora, y jerarquías patriarcales entre hombres y mujeres.

En esencia, toda comunidad es un conjunto de personas y de instituciones cuya dirección está a cargo de líderes autoproclamados y cuyo respaldo recae en una variedad de personas, en su trabajo, su tiempo y su dinero. Los líderes de los grupos migratorios de Buenos Aires y de todo el continente americano se “autodenominaron” o “autoproclamaron” porque su cargo casi nunca estaba validado por elecciones; no presentaban sus ideas acerca de la comunidad, la etnicidad y la pertenencia nacional, a diferencia de otras posibilidades o modalidades de agrupación. Con pocas excepciones, otra característica de estos líderes era que se encontraban entre los germanohablantes más prósperos en la capital argentina. Los germanohablantes de clase trabajadora que pagaban una cuota a la Asociación del Hospital Alemán y a las asociaciones de las escuelas bilingües alemán-castellano pocas veces ocupaban posiciones de liderazgo en estas organizaciones, ni tampoco lo hacían los trabajadores ni los niños que recibían los servicios de estas instituciones.

Un tema común en la historiografía de los germanohablantes en la Argentina es la división política que surgió entre las facciones monárquica y republicana después de 1918 y, luego, la división entre los grupos pro y antinazis después de 1933.24 Sin embargo, a través de esta visión de la comunidad alemana unida que aparentemente existía antes de la Primera Guerra Mundial se les da un peso exagerado a los sucesos europeos, y hace suponer que las influencias transnacionales triunfaron sobre otras formas de identificación y de afiliación que, en realidad, habían creado comunidades alemanas rivales antes de 1914. En este libro se cuestionan esas suposiciones sobre lo que realmente es una comunidad étnica dividida. Niños, cónyuges de otros orígenes étnicos, grupos religiosos, trabajadores y muchos otros grupos redefinieron el significado de “comunidad”, y sus razones para mantenerse alejados de ciertos tipos de instituciones comunitarias a menudo tenían poco que ver con los sucesos políticos que ocurrían en Alemania. Eran más las personas de ascendencia alemana en Buenos Aires que permanecían indiferentes a los cambios en la República de Weimar que aquellas que adoptaron una actitud determinada, fuera hacia la validez de una nueva república o hacia el lamento por el imperio perdido.

Una nación alemana sin fronteras

El giro transnacional en la historiografía alemana ha resaltado la forma en que las personas y las ideas ajenas al Estado-nación influyeron en las concepciones de la nación durante los períodos del Imperio Alemán y de la República de Weimar. Otros han mostrado una situación similar en el caso del nacionalismo italiano antes y después de la Primera Guerra Mundial.25 No obstante, el deseo europeo de utilizar a los inmigrantes para obtener influencia económica y política en América Latina no revela mucho sobre cómo pensaban los inmigrantes y sus hijos acerca de la comunidad, la etnicidad o la ciudadanía. A menudo, los planes que tenían los inmigrantes sobre el futuro y su sentido de pertenencia en muchas partes de América Latina redefinían la etnicidad en el ámbito local y la separaban del nacionalismo europeo. Los inmigrantes germanohablantes de Buenos Aires aceptaron activamente la relación transatlántica que los grupos de Europa Central buscaban establecer, pero tenían sus propias ideas acerca de la relación con su país de origen y con su país de residencia. Para muchos germanohablantes de Buenos Aires, Alemania era importante; pero aquellos lazos coexistían con un sólido interés en una comunidad étnica y con la pertenencia a la Argentina. En efecto, como menciona Glenn Penny, los lazos transatlánticos a menudo se establecían por interés propio más que por “un deseo de promover los objetivos nacionales”.26 Mientras que algunos inmigrantes alemanes llegados a América Latina eran partidarios acérrimos del Imperio Alemán, de la República de Weimar y de la Alemania nazi, Penny señala que muchos otros tenían identidades híbridas y eran indiferentes a la Weltpolitik del Káiser Guillermo II (la política mundial).

Los germanohablantes de la Argentina establecieron importantes conexiones transatlánticas con instituciones sitas en Alemania; los movía la posibilidad de recibir pequeños subsidios y obtener ayuda para reclutar a nuevos maestros y pastores. Los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, los líderes de las organizaciones protestantes y católicas y los miembros de organizaciones como la Asociación para la Germanidad en el Exterior (la Verein für das Deutschtum im Ausland), la Liga Pangermana (la Alldeutscher Verband) y la Sociedad Colonial Alemana (la Deutsche Kolonialgesellschaft) aceptaron con entusiasmo esta relación transatlántica. Interactuaron entre sí y manifestaron la importancia de los germanohablantes en el continente americano y de aquellos que vivían en Europa, pero fuera de las fronteras políticas del Estado-nación alemán. Según Roger Chickering, las sociedades patrióticas como la Liga Pangermana y la Sociedad Colonial Alemana “ayudaron a que se aceptara esa concepción de la nación alemana que se basaba en la etnicidad y que trascendía las fronteras políticas del Reich”.27 Howard Sargent afirma que los debates mantenidos en la Alemania imperial sobre las leyes de ciudadanía, las presiones por parte de las sociedades patrióticas y los escritos de intelectuales prominentes durante las últimas décadas del siglo XIX convirtieron la imagen de los emigrantes alemanes en el extranjero en un “recurso nacional de gran valor, que debía cuidarse celosamente para su posible uso económico, cultural y militar”.28

Al comienzo de la segunda mitad del siglo XIX, los políticos, los pensadores nacionalistas, las elites económicas y los líderes religiosos de Alemania comenzaron a hablar de los alemanes en el extranjero (Auslandsdeutsche)29 y sobre la germanidad en el exterior (Auslandsdeutschtum). Sebastian Conrad sugiere que, al usar estos dos términos nuevos, aquellas personas que permanecieron en Alemania expresaban cierta “incertidumbre y ansiedad en torno a la durabilidad de la afiliación nacional”.30 Con este nuevo concepto “se enfatizó la adhesión duradera y estable de una nación alemana, concebida como una comunidad cultural y lingüística”, afirma Conrad. En palabras de Bradley Naranch, mientras que el término Auswanderer (emigrante) “implicaba movimiento, movilidad y dispersión nacional, las connotaciones evocadas por la idea de Auslandsdeutsche transmitían un sentimiento de atemporalidad […] Dado que a la palabra Auslandsdeutsche no se la asociaba exclusivamente con la migración transatlántica (y que se aplicaba también a minorías germanohablantes de Europa), este término era espacial y temporalmente más amplio que Auswanderer”.31 En 1913 se promulgó en Alemania una ley de ciudadanía que reemplazó las legislaciones previas según las cuales la ciudadanía alemana expiraba a los diez años de dejar el país; este hecho permitió que los emigrantes alemanes transmitieran su ciudadanía a sus hijos.32 De acuerdo con Rogers Brubaker, “significó una expansión notable hacia los grupos étnicos y culturales alemanes” que vivían fuera de Alemania.33

Al referirse a los ciudadanos emigrantes y a sus hijos como “alemanes en el extranjero”, estos grupos en Alemania promovieron la idea de que la nación alemana no solo trascendía las fronteras políticas, sino también las generacionales; al mismo tiempo, fusionaron la etnicidad alemana y la nacionalidad alemana. A la luz de la doctrina de la Weltpolitik y del imperialismo, estos actores, sitos en Alemania, apoyaron la creencia de una nación sin fronteras que en teoría ayudaría al país a incrementar su influencia global. La adopción de la Weltpolitik después de 1890 influyó en las relaciones transatlánticas que se desarrollaron entre los germanohablantes de Buenos Aires y varias organizaciones de Alemania. Durante ese período, en el que los líderes de Alemania luchaban para competir en el ámbito internacional con el Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Rusia, América Latina se convirtió en un importante escenario en el que Alemania pudo, aparentemente, ganar influencia. Los políticos y los nacionalistas de Berlín consideraban a los germanohablantes de Latinoamérica como una herramienta para ayudar al país a lograr sus objetivos.34

Mientras que el término Auslandsdeutschtum (germanidad en el exterior) se volvió cada vez más usual en Alemania, entre 1880 y 1930 los germanohablantes de Buenos Aires utilizaron con más frecuencia la palabra Deutschtum, una elección que no los situaba en el extranjero ni enfatizaba su ubicación periférica. En el transcurso de esas décadas, aquellos que empleaban el término Deutschtum, fuera que vivieran en Europa o en el continente americano, tenían la creencia de que se trataba de algo definido por la lengua, la religión, la cultura, la herencia biológica y las costumbres. Desde una perspectiva europea, Deutschtum representaba la definición etnolingüística de la nación alemana. Sin embargo, desde el punto de vista de los germanohablantes de Buenos Aires, ser alemán podía coexistir con ser argentino, motivo por el cual Deutschtum tenía típicamente la connotación de etnicidad alemana o “ascendencia alemana”. Padres, maestros y líderes religiosos de Buenos Aires se referían a Deutschtum para expresar su interés e inquietud a propósito de la transmisión de la lengua o la identidad confesional de los niños argentinos.

Un tema dominante en la historia de los germanohablantes de la Argentina y de otras partes de Latinoamérica es su relación con Alemania y el impacto que tuvieron los acontecimientos más importantes de ese país sobre las personas que vivían en el “extranjero”.35 A menudo se da por sentado que los ciudadanos de la Alemania imperial o de la República de Weimar que residían en Latinoamérica tenían un interés activo en la política alemana o en las aspiraciones imperiales del país. Como resultado, las preguntas formuladas por los investigadores tienden a enfocarse en el modo en que los germanohablantes de la Argentina y de otros lugares de Latinoamérica se vincularon con estos temas europeos. Sin embargo, muchas veces, los alemanes por nacimiento o por ascendencia que vivían en Buenos Aires no pensaban que su etnicidad estuviera necesariamente conectada con el nacionalismo imperial ni con los principales acontecimientos políticos de Europa. Cuando un padre se interesaba por el futuro económico de su hijo en la Argentina, cuando se preocupaba porque dominara igualmente bien el castellano y el alemán, cuando un luterano de habla alemana se preocupaba por el crecimiento de una pequeña congregación protestante en un país mayormente católico o cuando un católico de habla alemana se inquietaba por las tendencias secularizantes de los liberales reformistas de Buenos Aires concebían la etnicidad alemana en un contexto argentino. Esto no significa que el imperialismo alemán o los debates en torno a la legitimidad de la República de Weimar y, más tarde, en torno al nacionalsocialismo no resultaran de interés para muchos en Buenos Aires. Aun así, como punto de partida, estas preguntas de investigación omiten una gran cantidad de pruebas documentales que demuestran cómo se construyó localmente la etnicidad alemana.

Tal como sostiene Raanan Rein en el caso del sionismo y de los judíos en Latinoamérica: “La etnicidad transnacional no es un componente de identidad más dominante que la identidad nacional [vinculada al nuevo país]”.36 El argumento de Rein es sumamente válido para describir el caso de los germanohablantes de la Argentina. Aquellos que llegaron a Buenos Aires, así como los hijos de uno o dos germanohablantes, a veces participaban en los movimientos obreros argentinos, se unían a organizaciones feministas, se postulaban para ocupar cargos públicos, hacían deportes o cultivaban hortalizas, y el tiempo y la energía que mucha gente dedicaba a estas actividades superaron con creces su interés en los temas de Europa Central. Además, su interés por la etnicidad alemana en la Argentina no debería interpretarse necesariamente como un deseo de conectarse con las aspiraciones globales de la Alemania imperial y de la República de Weimar.

La Primera Guerra Mundial junto con las realidades económicas y políticas de la República de Weimar produjeron un gran impacto en las relaciones transatlánticas que se habían desarrollado hasta 1914. La emigración alemana hacia la Argentina aumentó durante la década de 1920 como resultado de la inestabilidad económica que reinaba en Europa Central, y continuó incluso hasta después de que la economía alemana se hubo recuperado del reajuste de la posguerra y de la hiperinflación en la segunda mitad de la década.37 Se había instaurado un creciente conocimiento de la Argentina. Asimismo, los nuevos cupos impuestos por Estados Unidos y las restricciones canadienses hicieron que el Cono Sur fuera un destino aún más elegido tanto por los germanohablantes como por otros inmigrantes europeos a lo largo del período de entreguerras. El apoyo económico por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania y de organismos protestantes disminuyó considerablemente durante la década de 1920, aunque aquellos que residían en Alemania y estaban involucrados con estas organizaciones reforzaron su argumento acerca de la importancia que la presencia de alemanes en el Cono Sur suponía para la nueva República de Weimar. Además, el pensamiento völkisch (étnico) y el pensamiento en la germanidad influyeron cada vez más en el modo en que la gente que habitaba la Alemania de entreguerras hablaba de la ciudadanía y del sentido de pertenencia.38 Si bien estas ideas incumbían mayormente a germanohablantes de Europa que se encontraban fuera de las nuevas fronteras de Alemania y Austria, los germanohablantes del Cono Sur también adquirieron mayor presencia en muchos de los debates del ámbito público de Alemania.39

Pese a que la Primera Guerra Mundial afectó los conceptos de comunidad, ciudadanía y etnicidad que tenían algunos germanohablantes de Buenos Aires, entre 1910 y 1930 hubo en la ciudad mucha más continuidad que ruptura. Tal como Stefan Rinke y Michael Goebel han demostrado, la guerra cambió fundamentalmente la opinión que tenían los alemanes que aún vivían en Alemania sobre los germanohablantes que vivían fuera de la nueva República de Weimar, incluida Latinoamérica.40 El resultado de la guerra radicalizó las ideas sobre la nación e infundió un nacionalismo alemán con una inclinación racial mucho más marcada en comparación con la década anterior a 1914. Sin embargo, estas cuestiones por sí solas no deberían llevarnos a dar por sentado que los cambios en Europa se volvieron la fuerza dominante que definió la etnicidad alemana en la Argentina desde la perspectiva de los que residían en este último país.

Aquellos argentinos bilingües de ascendencia alemana no moldearon ni inmediata ni completamente su etnicidad en términos raciales tan solo porque otros germanohablantes en Europa se hallaron, de un día para el otro, fuera de las nuevas fronteras políticas de la República de Weimar. En cambio, su interacción con otros grupos europeos, con comunidades indígenas, con argentinos de ascendencia africana o con mestizos (fuera antes o después de la guerra) dieron a los germanohablantes de la Argentina y de otros lugares de Latinoamérica muchas otras razones para tener una perspectiva racializada, lingüística y cultural de la etnicidad alemana. Del mismo modo que el nuevo contexto de la República de Weimar tuvo influencia sobre el significado de la nación, fue también el contexto circundante el que moldeó el significado de etnicidad alemana en Buenos Aires.41 Tales ideas sobre la raza adquirieron especial relevancia cuando los germanohablantes de Buenos Aires trataban el tema de los niños. Paradójicamente, los adultos consideraban que la etnicidad de los jóvenes era permanente y, al mismo tiempo, que se encontraba en peligro. Consideraban la germanidad como algo biológicamente heredado y también como algo que los adultos debían cuidar.

Una nación de inmigrantes

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