Cubierta

JULIO LASCANO Y VEDIA

HACIA UNA NUEVA DIPLOMACIA

Ideas para el diseño de una política exterior

Editorial Biblos

A mi padre,

Julio Raúl Lascano

HACIA UNA NUEVA DIPLOMACIA

Este libro, enfocado en el estudio de los cambios contemporáneos en las relaciones internacionales, propone ideas para la formulación y el diseño de una política exterior. Una propuesta renovadora y aggiornada de estructuras que requieren estar a los desafíos del nuevo orden mundial.

Julio Lascano y Vedia expone un diagnóstico integral de los signos del nuevo orden mundial en el siglo XXI y de los fenómenos que marcaron en el pasado la historia y los pensamientos de las relaciones globales y entre los Estados. Como el autor explica, el siglo XX fue el de las grandes guerras mundiales, pero también el del afianzamiento del sistema multilateral mundial, la cooperación internacional, la búsqueda de mecanismos de paz y seguridad internacional, lo que hizo imaginar un nuevo renacer del ideal de progreso indefinido.

Pero los intereses individualistas y capitalistas puntuales hicieron fracasar el esquema de cooperación. Surgieron desajustes y políticas regresivas que malograron la eventual expansión de la riqueza y perjudicaron directamente a los países en vías de desarrollo y a los más pobres. Intereses de los Estados nacionales y nuevos fenómenos extremistas completan la problemática de un nuevo orden político, social y económico que se ha vuelto más caótico y más injusto.

Los amargos sabores del fracaso de la anunciada globalización positiva y la necesidad de revisar urgentemente el sistema de ayuda financiera internacional solo son compensados por la aparición de las propuestas de diálogo para la paz del papa Francisco y los programas de desarrollo sustentable que impulsa el sistema de las Naciones Unidas.

Lascano y Vedia propone que la teoría y las prácticas de la diplomacia se encaminen hacia una nueva diplomacia, un estadio actualizado y de mayor armonía y pragmatismo volcados al arduo esfuerzo de ejecución de la política exterior, mediante la observación e información y la continua negociación basada en el espíritu de integración.

Esta nueva diplomacia debe surgir de la íntima relación y consenso entre la política interna y la exterior. Es preciso pensar en el diseño de una política exterior pragmática y con políticas de Estado que se basen en principios e ideas que prioricen los intereses nacionales concretos en el orden interno y en el exterior, haciendo dinámicas las políticas relativas a promoción comercial, inversiones y generación de empleo.

Es tiempo de que la Argentina aproveche su profesionalismo y sus valores en favor de la democracia, la integración y el medio ambiente, para convertir y actualizar su política exterior a nuevas instancias y formas que le permitan generar rápidamente la nueva diplomacia que requiere.

 

 

Julio Ramón Lascano y Vedia
Es embajador del Servicio Exterior de la Nación. Diplomático de carrera, egresado del Instituto del Servicio Exterior de la Nación en 1985. Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica Argentina (1983). En 1982 se especializó en Ciencias Políticas en Lock Haven University, Pensilvania, Estados Unidos.

Docente universitario en Historia y Política Exterior Argentina en la Universidad del Salvador desde 1984, es actualmente director de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad, donde también es profesor de Política Internacional, Política Exterior Argentina y Teoría y Práctica Diplomática.

Fue jefe de estudios del Instituto del Servicio Exterior de la Nación entre 1985 y 1987 y profesor de Historia Argentina en el curso de adscriptos del Servicio Exterior desde 1985 hasta 1987.

Entre 1993 y 1995 fue profesor de Historia de las Relaciones Internacionales de la Universidad de Belgrano. Destinado por su labor diplomática en México, en ese país fue profesor invitado de la cátedra de Relaciones Internacionales de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y posteriormente profesor del Centro de Graduados en Relaciones Internacionales de la UNAM. Entre 2002 y 2004 estuvo a cargo del Seminario de Política Internacional de la Facultad de Historia de la Universidad del Salvador.

Ejerció funciones en la diplomacia en Italia, Uruguay, México, Cuba, Angola, donde fue embajador en 2013-2016. Fue cónsul en Roma y en Colonia del Sacramento, Uruguay. En la Argentina tuvo funciones en la Dirección de Derechos Humanos, en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación y en la Secretaría Técnica y de Coordinación. Fue director de Asuntos Parlamentarios de la Cancillería Argentina en 1993-1996 y también en 2002-2004, además de asesor en el Gabinete de la Secretaría de Relaciones Económicas Internacionales en 2016-2017 y coordinador en el Gabinete de la Secretaría de Relaciones Exteriores en 2009-2010 y en 2013.

En la carrera diplomática fue condecorado con la medalla de la República Oriental del Uruguay en el grado de comendador por resolución presidencial en reconocimiento por su aporte a la integración rioplatense en junio de 2002 y con la medalla del gobierno de Italia en el grado de comendador por el empeño en la relación asociativa particular entre ambos países en Roma en 1993.

Es autor del libro Política y diplomacia: una política institucional hacia el mundo (2007) y ha escrito diversos artículos sobre relaciones internacionales. Es conferencista y diserta en diversos foros públicos y privados referidos a política internacional y política exterior.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Acrónimos y siglas

Acnur

Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados

AMIA

Asociación Mundial Israelita Argentina

Asean

Asociación de Naciones del Sudeste Asiático

BIRF

Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento

CARI

Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales

Celac

Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños

CIADI

Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones

CME

Convención sobre Misiones Especiales

EFTA

European Free Trade Association

FAO

Food and Agriculture Organization

FIDA

Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola

FMI

Fondo Monetario Internacional

GATT

General Agreement on Tariffs and Trade

ISEN

Instituto del Servicio Exterior de la Nación Mercosur Mercado Común del Sur

Mercosur

Mercado Común del Sur

NAFTA

North American Free Trade

OACI

Organización de Aviación Civil Internacional

OCDE

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico

ODS

Objetivos de Desarrollo Sostenible

OEA

Organización de Estados Americanos

OIEA

Organismo Internacional de Energía Atómica

OIM

Organización Internacional para las Migraciones

OMC

Organización Mundial del Comercio

OMI

Organización Marítima Internacional

OMS

Organización Mundial de la Salud

ONG

organizaciones no gubernamentales

ONU

Organización de las Naciones Unidas

OPEP

Organización de Países Exportadores de Petróleo

OPS

Organización Panamericana de la Salud

OTAN

Organización del Tratado del Atlántico Norte

PIB

Programa de Integración Argentina-Brasil

PMA

Programa Mundial de Alimentos

PNUD

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo

SADC

Southern African Development Community

SELA

Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe

TIAR

Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca

TLCAN

Tratado de Libre Comercio de América del Norte

Unasur

Unión de Naciones Suramericanas

UNCTAD

United Nations Conference on Trade and Development

Unicef

United Nations International Children’s Emergency Fund

Introducción

El presente libro es una propuesta de solución a los dilemas que surgen de la comprensión de la relación entre la política interna y la exterior, el estudio de los vínculos entre política y diplomacia y el objetivo claro de proponer la dirección hacia una nueva diplomacia que entendemos debe afrontar el diseño y la formulación de la política exterior.

Buscamos ir un paso más que la institucionalidad: proponemos profundizar el diagnóstico internacional, analizar la teoría y práctica diplomática vigente en el mundo contemporáneo y plantear los principios y elementos que conformen valores y premisas; parámetros resultantes de la política internacional que, aplicados a la diplomacia profesional y política, colaboren con una política exterior aggiornada, contemporánea y ajustada a nuestras realidades, lo que definimos como el camino hacia una nueva diplomacia.

Partimos del estudio directo del nuevo orden mundial, su afección en la política interior y exterior, el conjunto de instituciones constitucionales y convencionales que dan origen al estudio de la política y la diplomacia, y las prácticas vigentes que hacen a la mejor diplomacia y una propuesta acorde con los tiempos que vivimos.

En nuestro libro Política y diplomacia: hacia una política institucional ya descreíamos en varios sentidos en la fuerza totalizadora de la globalización como cosmovisión única internacional. Y dejamos abierta la necesidad de pensar que ante nuevas realidades mundiales aparecería en el siglo XXI un novedoso y más desdibujado nuevo orden internacional.

En estos últimos años no solo no se respetaron las reglas de globalización y supranacionalidad por parte de los Estados, sino que a partir de nuevos valores impuestos por las fuerzas profundas el mapa mundial se dibujó para convertirse en un esquema internacional dinámico, conflictivo, incierto, y con nuevas guerras y fundamentalismos.

Todos estos nuevos condicionamientos del orden mundial –filosóficos, políticos, culturales, religiosos y económico-financieros– afectan la realidad internacional, sus actores y organizaciones, y también la supuesta institucionalidad establecida por los Estados y organismos. Se modifican la naturaleza y el objetivo de instituciones que mantenían ciertos principios y valores pilares de la diplomacia, sus formas y el mismo profesionalismo.

En Política y diplomacia dejamos claro que las relaciones internacionales se han desarrollado de manera científica y autónoma en el pasado siglo XX y así continúan haciéndolo en el presente, que ello consolidó la diplomacia como instituto histórico y político fundamental en los Estados y las relaciones interestatales e internacionales y que existe un vínculo histórico y político indisoluble entre la política y la diplomacia y entre la política interna y la exterior.

Es así como solo a partir del estudio de la realidad internacional y nacional analizada por el vínculo entre la política y la diplomacia puede comprenderse con mayor claridad la historia y el devenir de nuestra política exterior, sus constantes, sus políticas, sus grises, sus aciertos.

Queremos proponer un paso más en este análisis y abrir las puertas a esta nueva propuesta complementaria que ofrecemos: visualizar el estado actual de las relaciones internacionales, estudiar y cuestionar el pensamiento y la acción de la diplomacia institucional multilateralista que dominó los últimos setenta años de pax americana, abrir las ventanas para analizar los dilemas nuevos del siglo XXI y su falta de institucionalidad internacional y regional, su unipolarismo nuevamente sostenido por una propuesta militar y estratégica de Estados Unidos, la transferencia de parte del poder económico mundial de Occidente a Oriente y el incipiente renacer de Rusia.

Asimismo, queremos plantear la vigencia de los institutos clásicos y los nuevos de la política internacional y la diplomacia, descubrir las batallas que esta enfrenta desde la política y los nuevos desafíos del orden actual, y finalmente volver a proponer un derrotero para pasar de la diplomacia institucional a una diplomacia moderna.

Finalmente, procuro proponer salidas institucionales a este mundo de guerras permanentes; en particular, propender a situaciones que permitan al continente americano y al latinoamericano volver a plantearse la necesidad de integración sobre la base de instituciones firmes y eficientes.

No escribo solo como profesor universitario o como diplomático; lo hago también como licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y permanente estudioso del quehacer internacional. Busco volcar en este libro la marca que deja a un representante y viajero profesional –vocacional– el hecho de haber tenido el privilegio de asistir a eventos y conocer personalmente procesos y personas que condicionaron, cambiaron y a veces determinaron el quehacer de los países en el mundo y de nuestro país también.

Y porque creo que hay mucho por decir aún. Son tiempos de pensar y de opinar.

CAPÍTULO 1
El escenario internacional: concepto e historia

1. Conceptos sobre el orden mundial y las relaciones internacionales

La primera pregunta que surge del título de este apartado es por qué hablamos de orden mundial, cuando todo lector, observador de la realidad, interesado o estudioso en el escenario internacional no ve que existan un orden específico y sus reglas.

La definición de orden más aceptada dice que es “la manera de estar colocadas las cosas o las personas en el espacio o de sucederse los hechos en el tiempo, según un determinado criterio o norma”, y la segunda más utilizada señala que “es una situación o estado de normalidad o funcionamiento correcto de algo, en especial armonía en las relaciones humanas dentro de una colectividad”. Cualquiera de ellas hace alusión a la normalidad, lo que aparece como directamente contradictorio con lo que el hombre contemporáneo vislumbra como el actual estado situacional de los países y la humanidad en la vida cotidiana y universal, por sus desigualdades, injusticias y catástrofes, mínimamente.

Cuando en la segunda definición se señala el funcionamiento correcto de algo, se refiere a la ética o conducta, lo que también nos aparece como una definición utópica toda vez que la incorrección parece dominar las normas de convivencia de las sociedades y los Estados, cuanto más poderosos estos son o cuanta más miseria sufren. Y luego, vemos la palabra “armonía”. Esta es tal vez la que tenga menos relación con el presente escenario internacional. Economías y guerras comerciales, diferencias religiosas, étnicas y culturales, y la agitación permanente de guerras por fronteras, por riquezas y hasta por alimentos hacen lejano pensar que el orden mundial tenga que ver directamente con algún tipo de armonía.

Las definiciones abstractas de orden mundial hacen así que la misma frase sea una utopía, que queda muy cómoda para ser utilizada por ciertos medios de comunicación y ciertos centros de poder a los cuales requerir orden no les genera grandes esfuerzos, toda vez que puedan exigírselo a emergentes y subdesarrollados.

Por ello parece más adecuado a nuestra realidad actual hablar de escenario internacional, un escenario de teatro donde puedan observarse los roles de cada actor y cada personaje, la orquesta, los líderes en la actuación y en las sinfonías musicales.

No obstante ello, la media domina el lenguaje de las relaciones internacionales sin análisis alguno. Y obliga a todas las partes que deben influir en las relaciones internacionales, las mejores intencionadas incluso, a redefinir y utilizar siempre las palabras “orden mundial”, a efectos de seguir el juego para que el planeta no caiga en jaques mate definitivos y flote en una continua negociación.

En definitiva, la definición de orden mundial nos facilita ver en la historia y en la realidad política los actores del escenario internacional, aunque lejos esté ello de la significación de un orden o tendencia de paz y armonía.

Y el orden se escrudiña así a través de una negociación o diplomacia que, permanentemente, debe estar alerta al escenario internacional de guerras permanentes, oscuras y escondidas, pero tan vigentes como crueles.

Porque la humanidad siempre ha vivido más horas de guerra que de paz, más años, más siglos de guerra casi sin pausa. Desde sus épocas más tribales a nuestros días la guerra ha superado largamente a los tiempos de paz. Los acuerdos y pactos de paz abrieron paso a la diplomacia en las relaciones de los Estados. Esa diplomacia utilizó diversos instrumentos y referencias para la búsqueda de estas paces y la construcción de esquemas de orden pacífico, a través del poder, de la política, de la guerra, de la espiritualidad, de las culturas y de las religiones.

En las religiones las sociedades siempre dieron prioridad a los significados de los términos de orden mundial, y de las normas o leyes que debieran regir este orden.

Sidharta Bautama, llamado Buda –el iluminado–, quien vivió entre 563 y 483 a.C., propagó los principios sobre el despertar, el Nirvana, las nuevas formas de buscar y encontrar la felicidad y un nuevo orden interior y universal. Lo hizo a través de su propio derrotero de vida, enseñanzas y ejercicios para la vida del nuevo hombre.

Buda enseña convencido de que solo a través del dominio de las verdades que generan el despertar –Nirvana– se puede trascender el tiempo, la vida y la muerte y desprenderse de las falsedades terrenales. Alcanzar este estado de liberación o Nirvana puede ser posible para todo ser humano.

Seguramente solo recorriendo el noroeste de India Buda jamás imaginó la enorme extensión e influencia que tendría su prédica en el mundo subsiguiente, y en la actualidad en las mentes de Oriente y Occidente. Tampoco hizo cálculos respecto de la utilización de sus principios y enseñanzas en la mente de líderes políticos y en la política internacional.

De varias escrituras pueden recogerse intentos de la humanidad de buscar nuevos órdenes y momentos de paz. En el caso del cristianismo, la Biblia expresa en ambos testamentos reiteradas citas sobre el tema.

En el Evangelio de San Mateo 5,20 se dice que Jesús utilizó las siguientes palabras –duras– sobre la necesidad de respetar y consolidar el orden social y la ley existentes: “No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolirla, sino a perfeccionarla… ni una jota, ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se cumpla. Por lo tanto, quien quebrante uno solo de estos mínimos preceptos y enseñe así a los hombres será tenido por el menor en el reino de los cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será tenido por grande… si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.

Cristo no nos dejó una sola palabra por escrito. Mediante sus discípulos y seguidores legó su palabra para la humanidad. Sus sacrificados y exigentes seguidores consiguieron mantener el legado y, sin embargo, recién casi un siglo después el cristianismo pudo dar forma a una Iglesia institucional desde el poder romano occidental y oriental. Tampoco entonces existía modo alguno de saber que el Medioevo y los siglos subsiguientes ensancharían cada vez más en la humanidad preponderantemente occidental las enseñanzas de Jesús y su revolución espiritual hasta nuestros días.

El cristianismo creció rápidamente desde los años 100 y se expandió de manera virulenta y consolidada durante las cruzadas a Israel y Oriente Medio, así como en los Estados latinos, centrales y nórdicos de Europa. Luego estableció Estados católicos abanderados en su dogma, como España, Portugal, Francia e Inglaterra. No pudo prever ni impedir que, años después, desde sus mismas huestes Juan Calvino y Martín Lutero dieran nacimiento a la Iglesia Evangelista que desde Inglaterra y Alemania se expandirá a más de la mitad de Europa y sus colonias. Todo ello en nombre de un nuevo orden mundial y de la paz del hombre, en manos de Dios.

A su manera el profeta Muhammad, llamado Mahoma entre nosotros, quien vivió entre el año 570 y 632 d.C., dedicó su existencia a la prédica del monoteísmo y luego a su comprensión en las letras volcadas en el Corán, con el objeto de reconvertir a sus fieles a los mandatos que él mismo concibió como verdades dogmáticas religiosas de estricto cumplimiento, y en pos de un nuevo ordenamiento humanitario mundial, en lo espiritual y terrenal. Un orden único de Dios, que es superador de todas las creencias existentes –infieles a este orden–, y que ha de ser predicado para la mayor pureza de la humanidad, según este profeta.

También en este caso la historia fue demostrando que los sucesores fueron fortificando el dogma de Mahoma y la guerra santa, no solo mediante el dominio en sus tierras originarias en Oriente Medio y Palestina, sino luego expandiéndose a los reinos y Estados en Europa, Asia y África por largos siglos, y extendiendo gran cantidad de fieles en todo el planeta. Esta religión se duplicó en los últimos cincuenta años, superando los 1.800 millones de fieles según estimaciones aproximadas. El islam procura de diversas maneras su legitimación espiritual desde la letra y más aún con la guerra santa, desde los Estados conformados e instituidos como parte del mismo islam hasta el activismo grupal o solitario pero firme de sectas y facciones fundamentalistas de carácter violento. En la actualidad ya no solo está formado y desarrollado en sus cunas naturales territoriales, sino también en pleno occidente norteamericano y europeo y con creencias firmes en nombre de Dios.

Puede afirmarse que las religiones, en el desarrollo histórico, son una muestra muy preclara de que el hombre, las sociedades y los Estados combatieron desde fuertes creencias y verdades propias por la consolidación de un sistema de orden mundial para procurar la paz, armada o no, pero pax.

Por otra parte, al nacer los Estados como tales y dar origen a lo que llamamos relaciones internacionales, las teorías y los pensamientos sobre el orden que busca la humanidad se comienzan a medir con nuevas visiones y de acuerdo con la mayor o menor efectividad del orden mundial.

En el estudio de la historia, la Paz de Westfalia de 1648 y el Congreso de Viena de 1815 suelen ser los hitos más renombrados y eficientes como períodos de paz. Hay otros, pero sin duda estos lograron acuerdos extraordinarios en interminables guerras religiosas, culturales, económicas e ideológicas.

En las relaciones internacionales, el orden y la paz mundiales deben estudiarse a través de la historia de los hechos y también de las historias de las teorías y los pensamientos.

Estudiar a la humanidad mediante las diversas investigaciones realizadas sobre el hombre, el orden mundial y la búsqueda del poder en los Estados facilitó muchas veces el análisis en las relaciones internacionales.

Sobre la base de conceptos históricos y modernos sobre el orden mundial, podemos afirmar que desde los tiempos bíblicos la historia y la política se dedicaron al estudio del hombre y el Estado, el hombre y el poder, la supervivencia de los Estados, los príncipes y el poder, las formas de contención de la paz y la guerra, las realidades y las teorías que avalaron el orden mundial: “el orden basado en la política realista”, “el orden basado en el equilibrio del poder” y “el orden basado en la cooperación internacional”. Porque el llamado “orden mundial”, el conflicto permanente y realista y el equilibrio de poder hacen a la naturaleza y al objeto de la misma disciplina de las relaciones internacionales. En el mismo sentido, en los estudios contemporáneos aparecen como naturales y superadoras de las grandes guerras las teorías y propuestas de cooperación internacional.

En los siglos XV al XX, la dedicación a los estudios de la teoría del Estado, la valoración de los clásicos de la filosofía, el desarrollo de la filosofía política, la consolidación de las ciencias sociales –la sociología, las ciencias políticas y las relaciones internacionales– generaron un marco académico y de pensamiento adecuado para avanzar en el estudio específico de los orígenes del orden, el poder, el equilibrio y las necesidades de cooperación y armonía en un mundo en guerra.

Antes aún, en el siglo III a.C., el estadista hindú Kautilia fue quien primero estudió ello en la antigüedad a través de una obra en sánscrito llamada Artha-shastra. Esta obra es aún un valioso tratado político sobre la teoría del Estado y el poder político. En este tratado Kautilia volcó su pensamiento y sus consejos para conformar el Estado ideal.

Lo importante en la política y el Estado es su función de utilidad y poder, sin consideración alguna de la ética o la justicia. Para Kautilia se justificaban herramientas como extorsión, seducción, secretos, armas confidenciales y el uso de toda argucia útil para ganar siempre y mantener el poder. Incluso recomendaba utilizar el crimen, así como la pena de muerte y los asesinatos a través de veneno para castigar las violaciones a las órdenes del rey. Fue sin duda el Nicolás Maquiavelo de la India.

Su pensamiento, no muy diferente al de varios de sus sucesores, dirigentes del mundo actual, consiste en que el objetivo de la política es coronar emperador o rey como poder dominante de un círculo de Estados, siempre considerando al vecino fronterizo un Estado enemigo natural, y practicar alianzas de Estados amigos contra estos. Así introdujo una teoría de gobierno y de equilibrio de poderes.

En el siglo XV el pensador y diplomático florentino Nicolás Maquiavelo adoptó muchas de las técnicas de Kautilia –sobre todo el estudio de casos históricos ejemplares– para su original obra El Príncipe, donde también existe una cínica enumeración de las reglas para sobrevivir y crecer en el mundo de la política y la lucha por el poder.

Francesco Guicciardini, varias veces colaborador del mismo Maquiavelo, en sus Ricordi politici e civili también se valió de ejemplos históricos para elaborar una nueva teoría del equilibrio del poder. Esta obra luego fue traducida por Mario Domandi al inglés (Nueva York, 1965), y por su vigencia me permito sugerir su lectura.

Podemos señalar de manera cierta que las obras de Kautilia, Maquiavelo y Guicciardini constituyeron las guías primarias para el derrotero de las futuras teorías de la guerra y la diplomacia, y así construyeron bases sólidas en el estudio tradicional de las relaciones internacionales. Son teorías antiguas pero vigentes, y que se dedican a diseñar teorías del Estado basadas y justificadas en el principio del sustento del poder, del equilibrio del poder, balancín de la guerra y la paz de los Estados.

De ahí en más los diversos escritos y estudios, y la historia de las relaciones interestatales, basan su devenir en guerra y paz, acuerdos y conflictos, tomando siempre la violencia como un instrumento primario en la política de los Estados.

Nicolás Maquiavelo y Thomas Hobbes justifican estas teorías y los príncipes, reinados y repúblicas de la historia del Medioevo y el Renacimiento; la época moderna y la contemporánea hacen suyas esta concepción sin considerar alternativa alguna para el desarrollo de las relaciones internacionales.

Las guerras del Peloponeso, la expansión en Grecia, Mesopotamia y Persia, las campañas bélicas del Imperio Romano, las eternas batallas entre naciones monárquicas, las guerras religiosas, la Paz de Westfalia, las guerras de expansión de la República Francesa y las guerras napoleónicas, el Congreso de Viena, la independencia americana, las guerras por el colonialismo, las guerras del comunismo, las dos grandes guerras mundiales, ninguna de ellas consigue salir de este concepto de poder y equilibrio de poder, y de acuerdos de paz de fácil violación para encarar la guerra. Siempre fue así, y ello se refleja en la historia de la humanidad. Cientos de años. Miles de años. Y es aún así en muchos rincones del planeta. Occidente, Asia, Medio Oriente, África.

El nacimiento de los organismos internacionales pos-Conferencia de San Francisco en 1945, los ejercicios de integración de comunidades por supervivencia y por riqueza, y la expansión de las empresas multinacionales y corporaciones financieras en el siglo XX permitieron avanzar por primera vez hacia un cierto espíritu de cooperación mundial como principio de orden de las relaciones internacionales.

La congoja del hambre, los cansadores conflictos de fronteras, el rechazo de las discriminación racial, cultural o religiosa y el avance del humanitarismo dieron por terminadas las soluciones de la Realpolitik, y luego también a la teoría del equilibrio de poder como teoría de única validez de orden mundial, e instalaron a partir de la segunda posguerra y hasta nuestros días la teoría de la cooperación internacional como la puerta de salida al conflicto de la guerra permanente y al tembloroso equilibrio de poder, bipolar o multipolar.

La fórmula más deseable de orden mundial fue y debiera seguir siendo esta teoría y corriente de pensamiento de la cooperación internacional. Ella siempre generó entusiasmo en cientos de autores de política y relaciones internacionales, pensadores, intelectuales, diplomáticos y estadistas cooperativistas. Pareció la misma panacea para la consecución de la paz mundial, y aún a veces se la sigue estimando así.

En los primeros años de este siglo XXI la teoría de la globalización mundial como fórmula pacificadora del orden pretende aparecer como superadora de la teoría de la cooperación.

La riqueza derramada por la pax americana en los últimos setenta años de globalización lamentablemente no fue suficiente y, a pesar de sus insistentes recetas, tampoco logró consolidarse o institucionalizarse en modo alguno, por lo que además su fracaso coloca también en duda el triunfo de la teoría de la cooperación internacional, y seguramente la superioridad del multilateralismo materializado en instituciones y organismos. Volveremos sobre ello.

Al contrario de lo esperado en el escenario internacional, el siglo XXI amanece con una importante cantidad de conflictos no superados y nuevos que, de manera más o menos explícita, develan un estado de nuevas guerras y situaciones de pobreza novedosas y más extremas.

Algunos politólogos ya califican a este nuevo siglo como el renacer de una “guerra permanente”: un conflictivo escenario internacional donde aún es difícil medir y analizar como se hacía en las guerras clásicas.

Guerras permanentes donde aún no sabemos qué es perder y qué es ganar.

Guerras que hace tiempo ya no están jugando las diferencias culturales o de civilización, sino confrontaciones materiales básicas que ponen en juego la misma supervivencia del hombre y su planeta. La ecología.

Las clases políticas e intelectuales del planeta debieran repensar y redefinir la paz y el orden mundial para que vuelvan a ser parte de la naturaleza y el orden propio del ser humano, y no metas abstractas (diseñadas en loables organigramas de metas y objetivos) que dependen de las conductas de gobernantes de turno o promotores de programas pacificadores de corto plazo sin más sustento que un pasajero equilibrio de poder.

2. El orden mundial en el siglo XX

Por cada siglo que pasa, señala la leyenda historiográfica, las sociedades cambian su cosmovisión mundial, revisan sus valores y tienden a proponer nuevas reglas para su convivencia en estructuras políticas y sociales, en instituciones que son pilares de cada sociedad.

Capitalismo, comunismo, socialismo, neoliberalismo, poscapitalismo son las corrientes y fuerzas que evolucionaron y cambiaron la cosmovisión en el siglo XX. Cambiaron el equilibrio de poder y el orden mundial.

En el orden histórico, según Michele Sciacca, filósofo italiano estudioso del siglo XX, los cambios del orden mundial son políticos y principalmente económico-financieros (AA.VV., 1959). Agrega que en particular en la economía occidental están asociados en un esquema de tres fases: la era de las catástrofes (1914-1950), la edad de oro (1950-1970) y el derrumbamiento (1970-1990).

Al fin de la Segunda Guerra Mundial, el panorama internacional cambió profundamente. Desaparece el fascismo como modelo de organización política y económica de la sociedad moderna y aparecen nuevos modelos para ese cambio: un modelo de Estado liberal intervencionista y otro modelo, estalinista o de capitalismo de Estado. Ese mundo de ideas y fuerzas de carácter bipolar se basó en el equilibrio de poderes.

Asimismo, también luego de la segunda posguerra se da paso a dos modelos diferentes de organización económica y política para la solución de los conflictos sociales. Estados Unidos será así líder del mundo occidental, con diversos aliados, mientras la Unión Soviética aparece con su propuesta socialista-comunista de corte totalitario, y con los países de Europa oriental y central conforma el bloque socialista. Ellos bendicen y dominan a varios países a través de su mentada planificación estratégica central y universal. Europa y sus colonias, al igual que América Latina, se amparan debajo de Estados Unidos y el modelo de mundo libre.

Estados Unidos es, entonces, un país hegemónico y la única potencia. Más de la mitad de la producción industrial del mundo se realiza allí, aprovechando una industria sin daños de la segunda posguerra. Su poder se desplaza y asimila como aliados capitalistas a Inglaterra, Francia y Alemania, y debajo de ellos el resto de la Europa que fuera subsumida por el nazismo.

En la década de 1950 se instala en el orden mundial la Guerra Fría: un conflicto que duró casi treinta años y que enfrió los ataques directos y conflictos mayores, haciendo que las confrontaciones entre las potencias –Estados Unidos y la Unión Soviética– se desviaran a terceros países satélites, en una amenaza permanente y escalada de armamentismo. Un mundo de espionajes, de controles mutuos, de acciones militares contenidas, de mediciones de potencias nucleares. Este es el escenario internacional bipolar, y duró hasta la última década del siglo XX.

La Unión Soviética, a su vez, consolidó su régimen de economía centralmente planificada con altos niveles de crecimiento al principio y un estancamiento inmediato posterior, consecuencia de la centralización, burocratización, corrupción y dictadura.

Por el contrario, el capitalismo sistémico –sin políticas intervencionistas más que las dirigidas al desarrollo y puntuales subsidios del Estado– le permite al bloque occidental un proceso de crecimiento sin pausa y su integración al resto de los nuevos países aliados industrializados.

Asimismo, se asiste al nacimiento de un gap en el mundo occidental a partir de la aparición de nuevas economías de subdesarrollo provenientes del proceso de descolonización y como consecuencia también de la Guerra Fría. Se destaca la inmediata aplicación de la política de contención de la Unión Soviética esbozada por el diplomático norteamericano George Kennan.

En lo económico puro, el keynesianismo se convierte en un elemento fundamental para las economías de los Estados, que comienzan a orientar sus economías de manera creciente. Ello da lugar al Estado empresarial, que copia algunas falencias ya adoptadas en el anterior fascismo italiano y alemán. Además, los Estados intervienen en la economía, la bolsa y las finanzas a escala mundial.

Recién en la década de 1970 hace crisis parte del modelo keynesiano, desarrollista, benefactor e intervencionista, y hacia la de 1980 reaparece con crudeza la tendencia liberal.

Las economías intervencionistas y liberales están basadas en el estudio directo de las características del mercado, y ello es dirigido a los medios de producción y a la acelerada aparición de la tecnología aplicada al crecimiento y al comercio internacional.

La oferta y la demanda, en el mundo occidental principalmente, combinadas con la innovación tecnológica, desarrollaron en la economía y el comercio conceptos de avanzada: calidad, crecimiento, productividad del trabajo, finanzas, inversiones, reglas regionales e internacionales.

Los factores señalados representaron el auge de la posguerra: la energía barata, el petróleo como elemento dominante de la economía; todo ello dio como resultado la supremacía de Estados Unidos en el orden económico internacional.

Después de la Segunda Guerra y ya en los años 70 y 80, el mundo sufrió otro gap e importante desequilibrio entre la economía de Estados Unidos y el resto de los países y regiones del mundo, muy superior a lo previsto en todo lo que producción y comercio significara, y también en el orden energético, tecnológico y militar. Además, Estados Unidos se convirtió en el primer proveedor para el consumo prácticamente mundial.

Estados Unidos no se desarrolló como un Estado de rol empresarial, pero su gasto orientó y sostuvo su demanda efectiva y la del resto del mundo, y pudo así financiar el desarrollo tecnológico y expandir bienes de consumo durable. El mecanismo utilizado estuvo directamente apuntado al aparato de defensa y militar. Siempre atento a la Guerra Fría y la amenaza que representaba el comunismo patrocinado por la Unión Soviética, justificó el mantenimiento de un gran aparato militar y la necesidad de acelerar la tecnología militar con propósitos persuasivos que, por lo tanto, exigían grandes inversiones para producir innovaciones.

Así se generó un complejo militar-industrial, que permitió el crecimiento acelerado de las grandes corporaciones y la expansión de los bienes de consumo, consecuencia de la rivalidad entre los Estados nacionales que lideraban los dos bloques enfrentados en la Guerra Fría, y de manera de orientar la producción mediante el gasto del Estado.

En el orden institucional, en 1945 también nació –impulsado por las potencias vencedoras– el esquema de organismos económicos internacionales diseñado en Bretton Woods, New Hampshire. John Maynard Keynes había diagramado para esa ocasión un proyecto para generar estabilidad económica a los Estados de posguerra, que hasta entonces solo se habían apoyado en la ayuda directa del Plan Marshall.

Se constituyen esos organismos económicos para la anunciada estabilidad: el Fondo Monetario Internacional (FMI), base para el establecimiento de un nuevo sistema monetario internacional, y el Banco Mundial, destinado a la estabilidad, la reconstrucción y el fomento de las economías.

Pocos años después el esquema se completa con acuerdos comerciales que permitieran estabilizar y emparejar las balanzas de los países saneados, dando lugar al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por su sigla en inglés) y su sucesora la Organización Mundial del Comercio (OMC), organismo que aún se debate en rondas con el objeto de avanzar en la liberalización del comercio internacional y el mejoramiento ético de las reglas de juego en este competitivo campo mundial.

El FMI, constituido por los bancos de los Estados, beneficia a estos con préstamos stand byFMI