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1 El Reino de Alba hace referencia en lengua gaélica (Rìoghachd na h-Alba) al reino de Escocia.

2 El Knarr (también conocido como Knorr o Knörr) era un tipo de barco de carga empleado por los pueblos nórdicos, muy similar en su estructura a los famosos y temidos Drakars. Este barco tenía una mayor longitud y calado que los Drakars, y aunque era algo más lento y maniobrable que estos, podía, por contra, transportar más peso y tripulación.

3 La referencia que se hace a Sugaar (también conocido como Sugar, Maju o Culebro) en el mito de Jaun Zuria es indispensable para atribuirle un origen fantástico al personaje que, a la postre, sería considerado por la leyenda como el primer señor de Vizcaya. Asegura tal leyenda que este fue engendrado tras un encuentro sexual entre su madre, una princesa exiliada, y Sugaar, una deidad masculina de la mitología vasca pre-cristiana, consorte de la diosa Mari, pero con un papel mucho más oscuro, siendo capaz de abandonar la forma humana adoptando la de dragón o serpiente.

4 Haizeola es el nombre vasco con el que se conocen a las ferrerías de monte. Eran pequeños hornos de unos 60 cm de ancho y 1,5 de altura. La base se excavaba en el terreno natural y las paredes se levantaban con piedras y arcilla. La inyección de aire se efectuaba por fuelles manuales o empleando ventilación natural, aprovechando los vientos. Se situaban junto a zonas mineras de donde extraían mineral de hierro, que calcinado y molido, era introducido junto con el carbón vegetal. Según la tradición popular los legendarios gentiles (personajes de la mitología vasca dotados de una fuerza sobre humana y conocedores desde tiempos remotos de las técnicas para elaborar el hierro) eran quienes se encargaban de estas prácticas. Estos hornos desaparecieron alrededor del siglo XIV, momento en que se sustituyeron por las ferrerías hidráulicas.

5 Gaueko (de la noche) en la mitología vasca es una representación invisible del dios de las tinieblas, aunque también podía adoptar la forma de algunos animales como un lobo negro, una lechuza, vaca u oveja. Es capaz de controlar los elementos, aunque nada puede hacer contra Mari, su señora.

6 Eguzkilore, en lengua vasca la flor del cardo, que una vez seca se coloca en la puerta de entrada de algunos caseríos y casas como una representación del astro diurno desempeñando las mismas funciones místicas atribuidas al sol, ahuyentando a los malos espíritus, brujas, o a los genios de las enfermedades. Para entender mejor su significación, sirva esta pequeña leyenda popular, reflejada por la escritora Toti Martínez de Lezea en su obra Leyendas de Euskal Herria:

“Hace miles de años, no existían ni el sol ni la luna y los hombres vivían en constante oscuridad, asustados por los numerosos genios que salían de las entrañas de la tierra.

Los hombres, desesperados, decidieron pedir ayuda a la Tierra.

—Amalur (madre Tierra) te pedimos que nos protejas de los peligros que nos acechan.

—Hijos míos, me pedís que os ayude y eso haré. Crearé un ser luminoso al que llamaréis Luna.

Y la Tierra creó la Luna.

Al comienzo, los hombres se asustaron y permanecieron en sus cuevas pero, poco a poco, fueron acostumbrándose, al igual que genios y brujas que también se habían atemorizado al ver aquel objeto luminoso en el cielo pero también se acostumbraron y no tardaron en salir de sus simas y acosar de nuevo a los humanos.

Acudieron una vez más los hombres a la Tierra.

—Amalur, te estamos agradecidos porque nos has regalado a la madre Luna pero aún necesitamos algo más poderoso, puesto que los genios no dejan de perseguirnos.

—De acuerdo, crearé un ser todavía más luminoso al que llamaréis Sol. El Sol será el día y la Luna, la noche.

Y la Tierra creó al Sol.

Era tan grande, luminoso y caliente que los hombres tuvieron que ir acostumbrándose poco a poco, pero su gozo fue grande porque, gracias al calor y a la luz del Sol, crecieron las plantas de vivos colores y los árboles frutales. Los genios y las brujas no pudieron acostumbrarse a la gran claridad del día y desde entonces solo pudieron salir de noche. Otra vez fueron entonces los hombres a ver a la Tierra.

—Amalur te estamos muy agradecidos porque nos has regalado la Luna y el Sol, pero al llegar la noche los genios salen de sus simas y nos acosan.

Nuevamente, la Tierra les dijo:

—Voy a ayudaros una vez más. Crearé para vosotros una flor tan hermosa que, al verla, los seres de la noche creerán que es el propio Sol.

Y la Tierra creó la flor Eguzkilore (Flor del Sol), que protegería las casas de los malos espíritus, brujos, lamias, genios, de la enfermedad, la tempestad y del rayo.”

7 Brunes, actualmente Briones (La Rioja).

8 Tresmiera, la Merindad de Tresmiera, situada entre los ríos Miera y Asón en la zona oriental de Cantabria, fue una comarca reconocida geográfica y administrativamente en documentos del siglo IX.

9 Se denominan Montes Bocineros a cinco cumbres de Vizcaya (Kolitza, Ganekogorta, Gorbea, Oiz y Sollube) en cuyas cimas, visibles desde todo el territorio, se realizaban llamadas sonoras con cuernos y grandes hogueras que ardían toda la noche para convocar a los apoderados del territorio a las Juntas Generales de Vizcaya, que se celebrarían en el siguiente cambio de luna, tradición que se remonta a la Edad Media. Por conveniencia en la narración, se sitúa esta particularidad a un tiempo anterior a la aparición de las Juntas Generales.

10 Foramontanos el término con el que se conocía a las personas procedentes del norte de la península ibérica con las que en el siglo IX se comenzó a repoblar las tierras que quedaban abandonadas por los musulmanes como consecuencia de las guerras entre estos y el Reino de Asturias. Posteriormente a estas tierras se las conocería como el Reino de León.

11 Basajaun, en la mitología vasca es un genio o numen que habita en lo más profundo de los bosques o en cavernas, dotado de fuerza colosal y gran agilidad. Es alto y su cuerpo de forma humana está cubierto de tanto pelo que le llega hasta las rodillas cubriéndole la cara. Aparecen a veces en los relatos como unos hombres del bosque terroríficos con los que era mejor no toparse, mientras que otros los señalan como poseedores de secretos de la vida sedentaria de los cuales los hombres aprenderían la agricultura o la fabricación de herramientas. Basajaun es un personaje similar a ogros, trolls o demás “hombres del bosque” que algunos antropólogos vinculan a la coexistencia con el hombre de neanderthal y que quedó escrito en la memoria colectiva en forma de mitos y leyendas.

Publicado por:

Nova Casa Editorial

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© 2015, Francisco Panera
© 2017, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor
Joan Adell i Lavé

Coordinación
Maite Molina

Portada
Vasco Lopes

Maquetación
Daniela Alcalá

Revisión
Carlos Cote Caballero

ISBN: 978-84-16942-40-4

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Francisco Panera

Nació en Bilbao en 1968, aunque se crió y vive en Basauri (Bizkaia), donde trabaja en el laboratorio de una empresa química.

Ha escrito “desde siempre”, alternando el relato corto con su verdadera pasión, que es la novela.

En 2012 publicó su primera obra, “El sueño de Akala” (Editorial Txertoa). Una novela histórica y de aventuras que obtuvo buenas críticas y el favor del público. “Mentir es encender fuego” es su segundo trabajo publicado.

Al hilo de sus obras en papel, mantiene activas las páginas webs www.mentiresencenderfuego.com, y www.elsuenodeakala.com, además de otra web de carácter más personal como autor, www.franciscopanera.com

El autor estará encantado de recibir cualquier comentario, crítica o consulta que le quieran dirigir los lectores a través de la dirección de correo electrónico francisco@franciscopanera.eu.

Índice

Mentir es encender fuego

Sinopis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Nota del autor

Agradecimientos

Bibliografía

Francisco Panera

Sinopis

Que la historia la escriben los vencedores es tan cierto como que en el alma de las leyendas anidan aspectos reales y fantásticos.

Es así que cuenta una antigua leyenda vasca que, al menos una vez, los vizcaínos hicieron frente al poder del monarca asturiano infligiéndole una gran derrota, pero ninguno de los escasos cronistas del reino astur-leonés, dejó constancia de tal acontecimiento por escrito para la posteridad.

Francisco Panera se ha inspirado en la llamada leyenda de Jaun Zuria, El señor Blanco, y la mítica batalla de Padura (que, según se cuenta, fue el germen del futuro Señorío de Bizkaia) para dar forma novelada a un acontecimiento arraigado en el imaginario popular vasco.

El autor recurre a la leyenda para recrear una narración casi coral, en la que numerosos y variados personajes conforman varias tramas condenadas a converger. Desde la corte asturiana a la de una incipiente Escocia, desde los desvaríos asesinos de un siniestro bandido a la obstinación de una mujer por hacer valer su linaje por encima de todo. Desde la tormentosa relación de dos muchachas en un extraño triángulo amoroso a la obstinación de unos hombres y mujeres por mantenerse fieles a sus cultos ahora llamados paganos. Desde los juegos políticos de un joven caballero a la obstinación de un fraile por liberar la tierra de paganos y salvar sus impías almas...

Y de fondo, como si fuese la música que acompañará la lectura del relato, la mentira y el peso de la culpa para sostenerla, pues la mentira, como dice un personaje en la novela, es tan necesaria para la vida como la verdad, fraguándose con ella un mortero que mantendrá cohesionado el mundo. Aunque, a pesar de ello, siempre queda un rastro, similar a los restos de una hoguera ya apagada, un rastro imposible de borrar, porque no cabe duda de que Mentir, es encender fuego.

Un día que os veía jugar
me dio por pensar que de crío
habría querido ser vuestro amigo,
porque sois divertidos y leales
.

A dos amigos que nunca tuve,
pues la vida
me premió con el espectáculo
de verlos aparecer de la
nada y de crecer.

A mis hijos Koldo y Mikel.

“Biscaya fue señorio aparte antes que hubiese reyes en Castilla
i después estuvo sin señor…”

“Leyenda de Jaun Zuria. Libro de los Linajes”
Pedro Alfonso de Barcelos, conde Portugués (1288—1346)

Capítulo 1

(Año 847, reino de Alba)

—“Un miserable nunca te fallará. Aunque intente camuflarse, finalmente se te revelará como lo que es”. Eso decía padre y escuchándote, hermano, comprendo el sentido de su mensaje —sentenció el rey en la cara de Domnall al conocer sus intenciones.

—Adopta una decisión firme —respondió inquieto y nervioso, ignorando el comentario de su hermano—. La traición debe ser castigada.

Cináed mac Ailpín, el rey de Alba1, decepcionado le dio la espalda, asomándose a la ventana de su aposento, en el húmedo castillo que desde no hacía mucho se había convertido en su residencia tras arrebatárselo a sus enemigos pictos. Perdía la mirada en la calma del estuario, en la suavidad de la pendiente de las praderas que lo custodiaban acudiendo a sumergirse en él, mientras las palmas de sus manos apoyadas en la balaustrada soportaban estoicas la gélida temperatura de la piedra. Apesadumbrado por no poder eludir la toma de una decisión que le atormentaría por el resto de sus días, hubiese preferido hundir en aquellas aguas la cabeza de su hermano, que tan poco apego por la sangre de la familia demostraba tener.

—Dime, Domnall, ¿serías capaz de hacerlo?

—Si llevase tu corona... ¡no lo dudaría!

Cináed, revolviéndose rápido, le propinó un duro golpe con el dorso de su mano. Domnall, sorprendido, trastabilló dando con sus posaderas en el suelo; de seguido, el rey llevó amenazante su mano a la empuñadura de la espada que colgaba de su cintura.

—Solo el que seamos de la misma sangre me refrena de clavarte mi hierro. ¡Nunca vuelvas a dudar de tu rey! ¿Lo has entendido?

Domnall, desde el suelo, limpiándose un fino hilo de sangre que manaba de la comisura de sus labios, asintió a regañadientes.

—Y si puedes entender —prosiguió el monarca— que no te mate por ser mi hermano, ¿por qué no comprendes que haga lo mismo con nuestra hermana?

—Porque mi ofensa hacia ti es fruto de la impaciencia y del temor a perder lo que tanto nos costó ganar. Ahora, el asesinato de nuestro padre será vengado con la proclamación de su estirpe como reyes. Los pictos pusieron su cabeza en una estaca y nosotros ahora pondremos nuestras botas sobre las de todos ellos. Padre estaría orgulloso, por eso la ofensa de nuestra hermana es mayor si cabe. ¡Sabes que nos ha traicionado!

Cináed volvió a la ventana posando de nuevo su mirada en el curso de agua que en el horizonte se adentraba en lo salado del mar.

Un año atrás, los pictos habían sufrido una fuerte derrota a manos de un adversario común: los vikingos. Aquella contienda con el enemigo del norte les condujo a perder a su rey, al hermano de este e incluso el dominio de varias islas que rodeaban su costa.

Ahora, ese vacío de poder sería ocupado por él, por el rey de los pueblos gaélicos del sur.

Aduciendo los derechos dinásticos que le correspondían por parte de madre, e incluso por ser nieto de un rey picto, Cináed mac Ailpín acababa de unificar a los pueblos de las tierras altas conformando el que sería conocido como Reino de Alba. Ciertamente aún quedaban algunos focos pictos rebeldes de obstinada resistencia, pero no dudaba en que los reduciría a nada. El matrimonio acordado de su joven hermana Siubhan con uno de los más fieles generales al rey picto muerto, serviría para afianzar con la sangre de la familia los lazos con sus antiguos enemigos, ahora aliados, y especialmente con el fuerte brazo que comandaba a los pictos, superando un pasado de continua disputa entre sus pueblos.

Y todo eso ahora podía derrumbarse por la actitud de su joven hermana.

—La decisión está tomada.

—Si no la condenas, no serás de fiar a los ojos de Cullen.

—Hoy mismo partirás al encuentro de Cullen y le dirás a ese apestoso picto que ella ha huido.

—¿Pretendes que descargue su ira en mí?

—No contra ti. Acudirás con nuestro primo. Carga a Engas de cadenas y arrójalo a sus pies. Cuéntale que es quien preñó a su prometida, dale los detalles que te plazca, humilla el nombre de Siubhan si lo ves preciso, no creo que te cueste demasiado, pero ella y el hijo que lleva dentro vivirán.

—Cullen querrá que también se haga justicia contra Siubhan por traicionar el acuerdo de matrimonio, no solo contra Engas.

—Domnall... eso es imposible, Siub “ha huido”. Eso le dirás.

—¿Huido? ¿Cómo que ha huido?

—Partirá este atardecer escoltada por varios hombres y algunas doncellas en un knarr2 rumbo al sur.

—¿Al sur? —Domnall ofreció una sonrisa irónica—. Da igual que la envíes al sur, al final, de una manera u otra, Cullen se enterará.

—No irá al sur de nuestras tierras, ni incluso al sur de las de los britanos. Irá más allá, mucho más allá. —Domnall percibía la voz de su hermano casi quebrada—. Nunca regresará, te lo aseguro. Dile a Cullen que emprendemos la búsqueda de Siubhan e invítale a participar con las fuerzas que estime conveniente. En cualquier caso será una empresa condenada al fracaso, nunca la encontrará y nuestra reciente alianza con él no se perderá. Sabré recompensarle por este inconveniente.

—Sabes que perderás mucho dinero para mantener esa alianza.

—Domnall... es solo dinero.

Siubhan estaba a punto de retirarse a dormir. El arresto en sus aposentos duraba ya dos días, y si Cináed, su propio hermano que la había recluido después de abofetearla no la liberaba, le amenazaría con suicidarse; y en verdad que era una idea que valoraría llevar a efecto para evitar ser la esposa de un antiguo enemigo, un hombre tan hosco y maloliente que sería más propio de vivir en las pocilgas que entre las personas. Su corazón estaba rendido a su primo Engas, a quien se había entregado por amor y también por llevar en su vientre su semilla, pues creía que un hijo en su vientre forzaría su matrimonio con Engas antes de que su hermano proyectase un futuro distinto para ella, algo que comenzó a intuir poco antes de que los acontecimientos que condicionarían su futuro se precipitasen sin control.

El destino de la joven Siubhan ya había sido acordado con Cullen, el general picto ahora a servicio de su hermano junto con su numeroso ejército, una dote nada desdeñable para un rey cuyo trono era muy inestable. Y así, aquellas promesas de juventud en las que Cináed le aseguraba a su hermana que nunca sería mercancía para alianzas quedaron en nada.

La puerta se abrió violenta entrando cuatro soldados y, sin ofrecer por su parte nada más que una tímida resistencia, fue amordazada y atadas sus manos; después entró el rey quedándose a solas con ella.

—Siub... tu actitud, tu embarazo supone un duro contratiempo para la familia y para nuestro pueblo. No somos las personas muchas veces dueñas de nuestros destinos y este es uno de esos casos. —Hizo una prolongada pausa—. Sin tú saberlo habías sido otorgada en matrimonio, sin yo saberlo te entregabas a otro hombre al que no dudo que amas y que te corresponde. Ciertamente os habría permitido matrimoniar como planeabais de no haber sido por esta alianza, pero ahora a ojos de nuestro pueblo y de nuestros aliados eres una traidora. No sé a cuántos hombres, mujeres o niños habré matado o morirían por mis decisiones. Siub, te juro que no lo sé, pero me repito muchas veces, quizá para convencerme, que todas esas muertes tuvieron un sentido en nuestra historia, y ahora traiciono esa idea porque no puedo cargar con tu muerte.

Siubhan miraba suplicante a su hermano para que la desamordazase. No era ya tanto su destino lo que le preocupaba, sino la suerte que correría Engas, pero Cináed quería evitar escuchar sus súplicas para no incrementar más su desánimo.

—No te esfuerces, no oiré nada más. Serás exiliada y nunca volverás. Partirás ahora mismo hasta los confines más lejanos del mundo y allí intenta encauzar una nueva vida y... perdonar a tu hermano.

El rey, avergonzado y cabizbajo, abandonó la estancia. Los soldados retornaron a la habitación y, con la oscuridad de la noche como aliada, la acercaron en volandas hasta la orilla de la ría.

El rey les siguió unos metros, retrasado. Al llegar junto a Duer, uno de sus más fieles lugartenientes que aguardaba a la princesa para partir, posó su mano en su hombro.

—Haz lo que te dije. Llévala al sur, busca un lugar en el que la acojan y pueda vivir con dignidad. Lleváis riquezas suficientes para comprar alguna que otra voluntad y para que la princesa pueda comenzar una nueva vida. Una vez que esté asentada, que las damas se queden con ella y los demás podréis regresar. En tus manos dejo el tomar las decisiones necesarias ante los avatares que os puedan surgir.

—Permanece tranquilo, mi rey, que no te defraudaré.

—Duer, ya sé que no es una misión al uso, y ciertamente te echaré de menos en los combates que están por venir para someter a los pictos aún rebeldes, pero esta misión es distinta; quizás en medio de tanta lucha, de tanta sangre, sea lo único decente que hagamos. Salvar dos vidas cuando segamos tantas otras... ¿No te parece un contrasentido?

Duer se tomó un tiempo para responder mientras desde la penumbra observaban cómo la princesa era embarcada a la mortecina luz lejana de un par de teas.

—Quizá el creador en el día que juzgue nuestras vidas, tenga a bien tener en cuenta que una vez, al menos una vez, arriesgamos todo un reino por salvar a una mujer.

—Puedes estar seguro, Duer, de que Alba estará a salvo. Comprendo tu inquietud y agradezco tu sinceridad.

—Eres mi rey, pero no puedo obviar que desde niños somos amigos... Cináed.

—Por eso te he elegido para este cometido.

—Cuidaré de tu hermana como si fuese mía.

El rey abrazó a su amigo antes de que este abordase la nave por la tambaleante pasarela.

—¡Maldita sea! ¡Apagad ya esas teas! Soltad cabos y dejemos que la marea nos vaya arrastrando y que ningún remo comience aún a bogar. Debemos ser muy silenciosos.

Mientras Duer seguía impartiendo órdenes, el knarr que antaño fuese hecho preso en alguna incursión vikinga, comenzó a deslizarse por el negro espejo que era la lámina de agua del estuario, buscando el mar. El rey esforzando la vista intentaba distinguir la silueta de la nave que se iba perdiendo en la oscuridad. Un providencial instante en que la luna asomó entre las nubes, iluminando con su pálido refulgir las praderas que bordeaban el curso del agua, concedió al monarca una última visión del barco en el instante en que su vela desplegada atrapaba un ligero viento. De nuevo las nubes oscurecieron al astro nocturno, inundando aquella parte del mundo y el propio ánimo del monarca de oscuridad.

Habiendo recorrido una distancia prudencial y sabiéndose lejos del oído y de la vista de cualquiera cercano al castillo, Duer ordenó a la escueta tripulación que comenzase a remar. Ya próximos al abrazo con las aguas del mar, el viento del norte arreció providencial para hinchar la vela evitando el esfuerzo de los remeros.

Siubhan mac Ailpín sentada a popa de la embarcación, liberada ya de mordaza y ataduras, giró su vista atrás pero no vio nada. Derramó silenciosas lágrimas por su hombre sin saber que Engas había sido condenado a pagar con su vida el precio de su amor.

La travesía fue durísima. A las inclemencias del tiempo, a los embates del océano cuando sus aguas se tornaban hostiles, se unía la incertidumbre de aquella extraña misión. En más de una ocasión asomó por la cabeza de los marineros amotinarse y concluir aquella empresa de una manera tajante. Algunas miradas hacían a Duer temer que en cualquier momento la chispa del motín prendería, pero nada de ello ocurrió. Las advertencias del rey fueron claras: “protegeréis su vida con las vuestras y las de vuestras familias quedan a mi cuidado”. Pero también ocurrió algo que nadie habría sospechado en las primeras jornadas de viaje.

El espacio en el navío era muy reducido, y muchas las horas de quietud sin nada más que hacer que mirar el horizonte o buscar la figura de aquella joven que en la popa de la nave perdía su mirada en la nada y otras posaba con dulzura sus ojos en los rostros de aquellos hombres y mujeres que, desarboladas sus defensas, eran incapaces de no rendirse al encanto de la princesa. Entonces se reprochaban aquellos pensamientos que acudían a sus cabezas más por temor que por propio convencimiento, lamentando en parte el destino de la joven.

Hubo tres jornadas consecutivas de calma, en las que el mar se tornó en una superficie tan lisa y plana que se diría que era posible caminar sobre él. Tres días en los que ni la más leve brisa fue capaz de mecer un solo cabello. Una monotonía solo rota por el sonido del agua al chapotear en ella los remos, solo rota por los jadeos propios del esfuerzo de los hombres que por turnos se relevaban en el bogar. Al amanecer del cuarto día, Siubhan abandonó el estado ausente que la mayor parte del tiempo la envolvía y comenzó a cantar. Los sones de una antigua melodía escocesa en la hermosa voz de la princesa, hicieron detener los brazos de los hombres en su esfuerzo al remar, embelesados por la sonoridad de aquella melodía. Una ráfaga de brisa acudió como una llamada a la cita con la voz de Siub; después la brisa se tornó en viento a medida que ella iba alzando el volumen de los sones de la melodía. Imbuidos todos (quizás la propia princesa también) de una extraña mística, el viento se tornó furioso e hinchó la vela empujando de manera definitiva la nave hacia el lejano sur.

Fueron días en los que se encontró indispuesta, y tan solo cuando cantaba parecía olvidarse de sus dolencias. Fue consciente de que la semilla que tan solo una vez Engas había depositado en su vientre, había comenzado a germinar. Ya carecían de sentido las argucias para eludir la boda con Cullen cuando dijo a su hermano que estaba embarazada, que las relaciones carnales entre ella y Engas se remontaban a bastante tiempo atrás. Aquello lo hizo sin saber a fe cierta si estaba encinta: solo había sido una vez la que yació con Engas, una sola.

Cuando la encerraron no podía confesar la verdad, pues su destino estaría en los aposentos de Cullen. La confianza en que a su hermano se le pasaría aquel acceso de ira la convenció de seguir manteniendo la farsa. Después fue amordazada y embarcada igual que un fardo de los que albergaban provisiones para la travesía. Nadie más que ella supo nada de un plan tan ingenuo como eficaz al final, ahora que era la última en corroborar algo que todos creían como cierto, al ser consciente de que estaba embarazada.

Un atardecer, una línea ocre se dibujó en el horizonte cuando el sol ya se había sumergido en las aguas. La esperanza se tornó en alegría cuando Duer, tras comprobar meticuloso la carta de navegación que el rey le había entregado y los datos que sobre los astros anotaba cada noche, comunicó a todos que aquella era la costa de su destino.

Capítulo 2

(Año 870, corte de Alfonso III en Oviedo)

El monarca asturiano, tras la copiosa comida, se había quedado traspuesto. Sus dedos seguían los relieves labrados por los brazos de la silla en los que los suyos descasaban; la cabeza, ligeramente ladeada hacia atrás, reposaba en el alto respaldo. No era de su agrado quedarse dormido así, un sueño por el que se veía sobresaltado a cada momento para volver de nuevo a caer preso de él.

Conocedores como eran los criados de que cualquier mensaje personal debía ser notificado en el momento, uno de ellos se acercó con total sigilo hasta al monarca con intención de entregárselo. Su torpeza sobresaltó al rey, poniendo su corazón en un puño.

—Perdón majestad

—¡Qué demonios!

—Un mensaje señor... Viene de tierra de moros

—¿De tierra de moros? ¿Quién demonios...? —repitió confuso acomodándose en la silla.

—Es de su hermano, señor… de Bermudo Ordóñez.

El rey arqueó las cejas en claro signo de sorpresa y después frunció el ceño. Escuchar el nombre de su hermano le había devuelto la lucidez, abandonando el aletargamiento conferido por la siesta. De seguido Froila asomó por la entrada de la estancia del rey.

—Con vuestro permiso...

—Adelante —respondió el rey a su buen amigo y mejor consejero Froila de Onís—, acabo de recibir una extraña sorpresa.

—Estoy enterado. ¡Una carta de vuestro hermano!

El rey ordenó al sirviente que les dejara solos y comenzó a leer para sí el mensaje del traidor, a refugio del propio emir de Córdoba Muhammad I desde que él, Alfonso III de Asturias, recuperase el trono tras el intento de usurpación por parte de su tío, el conde Fruela Bermúdez con la colaboración de todos sus hermanos.

Su castigo bien se lo habían ganado, pues les fueron sacados los ojos antes de morir. Solo Bermudo había conseguido huir encontrando protección entre los musulmanes, sus más odiados enemigos. Curiosa la vida, pensaba el rey, que en ocasiones revela situaciones tan inverosímiles como esa.

Froila, desde un rincón de la estancia, observaba por una ventana la finísima lluvia que casi como una neblina empapaba las ocres paredes del hermoso palacio real que levantase el gran Ramiro I, abuelo de Alfonso, en una hermosa ladera a las afueras de Oviedo. A ratos volvía la mirada hacia su amigo el monarca, que parecía releer una y otra vez el pliego de la misiva.

—Te noto inquieto, Alfonso.

—Me suplica el perdón —concedió a responder tras una prolongada pausa.

—¿Te lo suplica? ¿No está enterado acaso de la suerte que han corrido los conspiradores?

—Sí que lo sabe. ¡Bien lo sabe! Aun así me suplica el perdón y el permiso para retornar, poniéndose a mi servicio con mi palabra como garantía de que le respetaré la vida.

—Bermudo es más inteligente de lo que suponía.

—¿En serio lo crees? Podría permitirle regresar y después hacerle sacar los ojos como a mis hermanos.

—¿Me permites leer la carta?

Froila caminó hasta el rey a recoger el manuscrito y regresó a la ventana buscando la luz, leyéndola atentamente. Después, sus ojos buscaron perdiéndose en la lluvia que ahora se había tornado casi torrencial difuminando las siluetas de los montes, un instante de reflexión.

—Te lo vuelvo a repetir, es más inteligente de lo que suponía, incluso ha sido capaz de burlar la segura vigilancia a la que le someterá el Emir y hacerte llegar su mensaje.

—Ya lo has visto. Me insinúa que aún quedan desafectos a mi corona, lo que es cierto sin duda, que sería posible conseguir que todos acepten la situación política con la integración de...

—De todos ellos si él es perdonado —corroboró Froila al terminar de leer la carta.

—¡Maldito sea! Mi familia, Froila, ¡mi propia familia! Unos viles traidores. De no ser por mi tío, el conde Rodrigo que me cobijó hasta recuperar la corona, ese mal nacido de Fruela estaría al frente del reino y mis hermanos, como aves carroñeras, revolotearían a su alrededor. Su solo recuerdo me provoca nauseas.

—Ahora la corona es tuya, pero debes reconocer que eres el primer monarca que lo es por sucesión, nunca hasta ahora había sido designado rey sin ser elegido.

—Todo había quedado bien claro durante el reinado de mi padre y nadie mostró contrariedad alguna. Aprovecharon que estaba gobernando Galicia a la muerte de mi padre para arrebatarme la corona —respondió colérico.

—Además de respetar a tu padre, a Ordoño, que Dios tenga en su gloria, le temían. En vida nadie se atrevió a mostrar la menor desafección por su primogénito para no contrariarle. Otra cosa es lo que ocurrió a su muerte. Un nuevo rey alejado de la corte con apenas dieciocho años y tantos nobles intentando agrandar los dineros de sus bolsas...

—¡Y la envidia, Froila! La envidia y la traición de la propia familia. —El joven rey hizo una pausa y se apoyó junto a Froila en el alfeizar de la ventana. La lluvia tintaba de gris la atmósfera desdibujando en un blanco ceniciento los empinados montes que rodean la ciudad de Oviedo—. ¿Sabes? Tengo continuas pesadillas con ellos. Se me aparecen como espectros en mi cuarto con las cuencas de los ojos vacías suplicando perdón. ¡Es horrible! Si no desaparecen de mi cabeza acabarán por volverme loco.

—No era decisión fácil ejecutarlos, pero no haber sido tan expeditivo a la larga te volvería a provocar problemas.

—Tú crees que debo perdonarle. Dímelo sin ambigüedades y sobre todo el porqué.

Froila, le miró fijamente a los ojos.

—Bermudo solo quiere salvar el pellejo.

—Eso ya lo ha conseguido. El Emir le protege.

—Y supongo que no será un plato de buen gusto para él. Quizá aún le quede algo de dignidad. Bermudo, de haber triunfado la trama de tu tío Fruela, ahora estaría guerreando contra los musulmanes, sabes de sobra el odio que les profesa. Creo que realmente prefiere poner su vida en tus manos que seguir existiendo a costa de someterse a sus más odiados enemigos.

—Necesito poner orden en la corte, mi abuelo Ramiro pasó su reinado luchando contra las conjuras aquí en casa, también contra los musulmanes, y cómo no, ¡contra los vizcaínos! Después Ordoño, mi padre... más de lo mismo.

—Y ahora tú te encuentras en una situación similar. Los ataques de los musulmanes no cesan por la frontera y Vizcaya está en armas de nuevo. Demasiados frentes, Alfonso, demasiados.

—El ejército está preparado. La campaña es inminente y seremos implacables.

—Respecto a eso..., creo que deberías meditar tu participación en la misma.

—Mi padre lo hizo hace veinte años y en apenas cinco meses apaciguó toda la frontera arrebatando nuevas plazas a los musulmanes y sometiendo una revuelta de los vascones.

—Cierto, pero no veo prudente que abandones la corte.

—Debo mostrar una imagen serena ante el musulmán. Si sospechasen que temo más por ser derrocado por los míos que por someterles a ellos, alentarán sin duda intrigas en el futuro. Es triste reconocerlo, pero siempre hay alguien cercano dispuesto a venderse.

A Froila se le iluminó la mirada. Un brillo que Alfonso reconocía en su amigo cuando asomaba en su mente algo interesante

—¡Manda a Bermudo!

—¿A Bermudo? ¿A dónde?

—¡A la guerra! Es un buen soldado, de eso no hay duda, pero sobretodo piensa en las consecuencias. Te muestras magnánimo perdonando al hermano traidor, un gesto que será muy tenido en cuenta por sus afines, porque sin duda están con más miedo que él a pesar de permanecer ocultos y, por otro lado, le haces probar su valía sin tú correr riesgos en la batalla. Bermudo asumirá el papel de un infante, el del hermano del rey en la guerra.

—Sabes que por riesgo...

—Lo sé, nunca te has echado atrás ante cualquier afrenta, pero ahora tu sitio está aquí, afianzando las lealtades a tu reinado. Obligaremos a Bermudo a que nos revele los nombres de todos los implicados en la conjura. Muchos salieron a la luz, pero otros permanecen en la sombra. Si regresa entenderá que solo evitará tus represalias si se aviene a colaborar.

—No hacerlo sería poner en evidencia ese perdón que solicita.

—Así es. Con su vida dependiendo de tu voluntad, podrás limpiar corte y reino de desafectos. Seremos precisos y discretos, concédele el perdón solo a él y sin levantar sospechas haremos caer uno tras otro a los traidores y Bermudo quedará restituido de facto en su dignidad.

La conversación se alargó por horas, trazando los planes de lo que debía ser la campaña, llegando a la conclusión de que bastaría con reunir una fuerza algo inferior a los tres mil hombres.

Al día siguiente, partió de Oviedo el mismo mensajero de regreso con la respuesta del monarca. Bermudo era perdonado y el rey solicitaba su inmediata presencia.

Así sucedió un par de semanas después cuando Bermudo pudo consumar su huida y regresar a Asturias.

Sin ningún tipo de afección, lo primero que hizo el rey fue acudir con Bermudo ante los sepulcros de sus hermanos ejecutados. Ciertamente sobrecogido ante aquellos pequeños túmulos de tierra, el infante temía por su vida, pero tanto peor que saberse traidor a su estirpe lo era a su ser como cristiano refugiándose entre los enemigos de su fe. Frente a las tumbas de sus hermanos, se postró de rodillas ante el rey implorándole de nuevo el perdón.

Alfonso le exigió que revelara todos los nombres de aquellos que hubiesen apoyado, aunque fuese tímidamente, el intento de usurpación. El perdón o no a sus vidas quedaría únicamente a juicio del rey. Al hacerlo le sería restituida su dignidad como infante, otorgándole el mando que compartiría con Froila de Onís al frente de las tropas que emprenderían esa primavera la campaña de castigo por la frontera musulmana y por la desafecta Vizcaya. Bermudo, inclinando la cerviz, aceptó la voluntad del rey.

Esa noche, Alfonso dejó de su sufrir las pesadillas. Las figuras de sus hermanos con las cuencas de los ojos vacías dejaron de atormentarle.