Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Cathy Williams. Todos los derechos reservados.

UN HOMBRE IMPOSIBLE, N.º 2163 - junio 2012

Título original: Her Impossible Boss

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0147-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

MATT ojeó el improvisado currículum que tenía ante sí y frunció sus sensuales labios. No sabía por dónde empezar. La variopinta lista de empleos, de duración asombrosamente corta, hablaba por sí sola. Al igual que el perfil académico, breve y ordinario. En circunstancias normales habría tirado la solicitud a la papelera sin molestarse siquiera en leer el perfil personal escrito a mano que figuraba al final del documento. Desgraciadamente, aquellas no eran circunstancias normales.

Finalmente posó su mirada en la chica que estaba encaramada en el asiento frente a él al otro lado del escritorio de caoba.

–Ocho empleos –se apartó del escritorio y se quedó en silencio mientras redactaba mentalmente lo que iba a decir a continuación.

Tess Kelly venía recomendada por su hermana y, no gozando él de una situación que le permitiera ser exigente, estaba entrevistándola para el puesto de niñera de su hija.

Por lo que podía ver, Tess Kelly no solo carecía por completo de experiencia relevante, sino que además parecía no estar muy dotada desde el punto de vista académico.

Ella le devolvió la mirada con sus enormes ojos verdes y se mordió el labio inferior. Puede que él tuviera las manos atadas, pero no por eso le iba a facilitar el proceso.

–Sé que no suena bien…

–Tiene usted veintitrés años y ha tenido ocho empleos. Creo que no soy injusto si digo que es una barbaridad.

Tess apartó la mirada de los fríos y oscuros ojos que la observaban. El escrutinio la estaba poniendo nerviosa. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? Había llegado a Nueva York hacía tres semanas y estaba viviendo con su hermana mientras decidía qué hacer con su vida. Esas habían sido las palabras de despedida de sus padres en el aeropuerto antes de poner rumbo al otro lado del Atlántico.

–Tess, tienes veintitrés años –le había dicho su madre con firmeza–. Y todavía no tienes ni idea de qué quieres hacer con tu vida. A papá y a mí nos gustaría que sentaras la cabeza, que encontraras algo que hacer y a lo que te quieras dedicar más de cinco minutos… Claire conoce al dedillo el mundo de los negocios; ella podrá ayudarte. Además, te sentará bien pasar el verano en un lugar distinto…

Nadie le había comentado que parte del proceso incluía aceptar un trabajo de niñera. Nunca en su vida había trabajado con niños ni había demostrado interés en hacerlo. Y, sin embargo, ahí estaba, sentada frente a un hombre que le resultaba atemorizador. Desde el momento en que oyó su voz aterciopelada y lo vio apoyado en el marco de la puerta, inspeccionándola, sintió un escalofrío de aprensión. Había esperado encontrarse a un hombre gordo y de mediana edad. Al fin y al cabo, era el jefe de su hermana. Era el propietario y gerente de la empresa y, según Claire, no se andaba con chiquitas.

¿Cómo podía ser todo esto y tener nada más que treinta y tantos años? Además, no solo era joven, sino que además era increíble, verdadera, sensacionalmente guapo.

Pero su frialdad era aterradora y su perfecta estructura ósea indicaba que no sonreía jamás. Tess se preguntó cómo se las arreglaba su hermana para trabajar con él sin sufrir ataques de nervios.

–En cuanto a sus cualificaciones… No tiene nada que ver con su hermana. Claire posee una licenciatura cum laude y dirige el departamento jurídico de mi empresa. Usted cuenta con… a ver… el bachillerato terminado con una nota mediocre y un curso de formación en arte.

–Es que yo no soy Claire, señor Strickland –se defendió ruborizándose–. Claire y Mary sacaban muy buenas notas en el colegio y…

–¿Quién es Mary?

–Mi otra hermana. Es médico. Las dos han triunfado en la vida. Pero no todos tenemos las mismas aptitudes.

Tess, que era jovial por naturaleza, empezaba a odiar a aquel hombre. Desde sus primeras palabras: «llegas media hora tarde y yo no tolero la impuntualidad» hasta su infundada suposición de que ella era una fracasada. No la había expresado con esas palabras, pero estaba reflejada en la expresión desdeñosa de sus oscuros y glaciales ojos.

–Bueno, dejémonos de ceremonias y vayamos al grano. Está aquí porque no tengo elección. No sé qué le habrá contado Claire exactamente, pero le voy a explicar la situación. Mi exmujer falleció hace unos meses y desde entonces tengo la custodia de mi hija Samantha, que tiene diez años. Durante ese tiempo hemos visto pasar a tantas niñeras como trabajos ha tenido usted. En consecuencia, la agencia ha terminado por cerrarme las puertas. Tengo tres empleados en mi casa, pero ninguno es idóneo para este trabajo. Podría seguir buscando, pero francamente, se trata de un empleo de tres meses y va a resultar difícil encontrar a una niñera profesional dispuesta a aceptar un trabajo de tan poca duración. Lo importante en mi caso, señorita Kelly, es el tiempo. Trabajo muchísimas horas al día. No tengo ni el tiempo ni la capacidad de ocuparme de ella. Su hermana me habló de usted; dice que es una persona muy sociable. Por eso está aquí, a pesar de sus obvias limitaciones.

Matt volvió a repasar la cadena de acontecimientos que lo habían llevado a su situación actual. Divorciado durante ocho años, estaba bastante distanciado de su hija. Catrina, su exmujer, se había ido a vivir a Connecticut un año después de que les concedieran el divorcio y le había puesto tan difícil el visitar a la niña que padre e hija no habían desarrollado lazos afectivos. De pronto, seis meses atrás, Catrina había muerto en un accidente de coche, y Samantha, a la que nunca había llegado a conocer, había aparecido ante su puerta resentida, acongojada por la muerte de su madre y silenciosamente hostil.

Varias niñeras habían entrado y salido de la casa y él se hallaba en una situación desesperada.

–Lo siento muchísimo, Claire no me dio detalles. Qué lástima me da su hija –se lamentó Tess parpadeando para evitar que se la cayeran las lágrimas–. No me sorprende que le esté costando tanto acostumbrarse a su nueva vida.

Sorprendido por su emotividad, Matt abrió el cajón de la mesilla, sacó una caja de pañuelos de papel y se la tendió.

–Aunque usted no es, en mi opinión, la candidata ideal… –continuó temiendo que Tess se echara a llorar.

–Me imagino que le preocupa que haya tenido tantos empleos… –Tess estaba dispuesta a concederle el beneficio de la duda. Puede que fuera un hombre duro e intimidante, pero se encontraba en una situación difícil y quería, con razón, encontrar a una persona que no le fallara.

–Exacto. A Samantha no le conviene alguien que se marche al cabo de unos pocos días porque se aburre. ¿Sería capaz de hacer lo posible para que esto funcione?

–Sí, claro.

Lo miró. A pesar de su implacable expresión, no podía negar que era un hombre guapo, casi hasta el punto de resultar bello. Sintió una oleada de calor y apartó la mirada, incómoda, mientras retorcía el pañuelo entre sus dedos.

–Convénzame.

–¿Cómo dice?

–Puede que no tenga elección, señorita Kelly, pero en cualquier caso me gustaría que me convenciera de que no estoy a punto de cometer un error. Vale que su hermana la ponga por las nubes, y yo me fío de Claire, pero… –se encogió de hombros y se apoyó en el respaldo del asiento– quiero que me convenza.

–Yo no dejaría a nadie en la estacada, se lo aseguro, señor Strickland. Sé que piensa que no soy constante y seguramente mi familia estaría de acuerdo, pero quiero que sepa que me he hecho indispensable en muchos de mis trabajos. Creo que nunca he dejado a nadie colgado. En realidad, lo puedo afirmar con total seguridad. Cuando dejé el empleo de recepcionista en Barney e hijo, Gillian me sustituyó en seguida. Si le soy sincera, creo que todos se quedaron aliviados cuando decidí marcharme. Me pasaba la vida enviando a la gente al departamento equivocado.

–Trate de no irse por las ramas.

–Está bien. Lo que trato de decir es que puede usted confiarme el cuidado de su hija. No le fallaré.

–¿A pesar de que no tiene experiencia y de que pueda acabar aburriéndose en la compañía de una niña de diez años?

–No creo que los niños sean aburridos. ¿Usted sí?

Matt se sintió molesto. ¿Se aburría con Samantha? Tenía muy poca experiencia en el asunto así que no podía contestar. Su relación con su hija era, como mínimo, tensa. La comunicación era intermitente y parecía separarlos un abismo infranqueable. Se trataba de una niña malhumorada y poco comunicativa y él, por su parte, no era ningún sentimental.

–¿Cómo piensa ocuparse de ella? –preguntó saliendo de su breve pero intenso ensimismamiento para centrarse en Tess.

Tenía un rostro fascinante que no ocultaba nada. En ese momento, mientras reflexionaba su respuesta, tenía el ceño fruncido, los labios entreabiertos, la mirada distante. Tess Kelly no era el tipo de mujer que había imaginado. Claire era alta, brusca, eficiente e invariablemente enfundada en un traje de chaqueta. La chica que tenía ante él parecía no saber lo que era un traje sastre. En cuanto a su pelo… No llevaba una de esas melenas cortas y arregladas que estaban tan de moda. Al contrario, tenía el cabello largo. Increíblemente largo. En varios momentos había estado a punto de inclinarse para comprobar por dónde le llegaba exactamente.

–Bueno, supongo que la llevaría a los sitios típicos: museos, galerías de arte… Y también al cine y al zoo. Me encanta Central Park, podríamos ir allí. Seguro que echa de menos su casa y sus amigos, por lo que me encargaría de mantenerla ocupada todo el tiempo.

–¿Y qué hay de los deberes del colegio?

Tess parpadeó y lo miró, confusa.

–¿Qué deberes? Estamos en vacaciones.

–La educación de Samantha se vio gravemente interrumpida debido a la muerte de Catrina, como podrá imaginar. Su venida a Nueva York no ha hecho sino empeorar las cosas. No tenía sentido apuntarla a un colegio aquí teniendo en cuenta que no iba a poder asistir con regularidad, y los profesores particulares que le busqué se fueron como vinieron. En consecuencia, su formación está incompleta, algo que tiene que solucionarse de cara a los exámenes de admisión para el nuevo colegio, que tendrán lugar en septiembre.

–Essstá bien… ¿y qué puedo hacer yo al respecto? –preguntó Tess mirándolo con expresión ausente.

Él chasqueó la lengua con impaciencia.

–Pues va a tener que encargarse de eso también.

–¿Yo? –se quejó Tess, consternada–. No puede pretender que me convierta en profesora particular. Usted ha visto mi currículum. ¡Si hasta se ha burlado de mi falta de cualificaciones!

La idea de tratar de enseñarle algo a alguien la horrorizaba. No era nada estudiosa. Se ponía nerviosa solo de pensar en libros de texto. Siendo la más pequeña de tres chicas había crecido bajo la sombra de sus inteligentes hermanas, y desde su más tierna infancia había lidiado con el problema renunciando a emularlas. Nadie podría acusarla de ser torpe si se negaba a competir. Y sabía perfectamente que jamás podría competir con Claire o Mary. ¿Cómo podía él esperar que se convirtiera en profesora, así de pronto?

–Lamento haberle hecho perder el tiempo, señor Strickland –dijo poniéndose en pie bruscamente–. Si parte del trabajo consiste en hacer de profesora me temo que voy a tener que rechazarlo. No puedo hacerlo. Claire y Mary son las listas de la familia, no yo. Nunca he ido a la universidad, ni he tenido ganas de hacerlo. Hice un curso de formación profesional en arte cuando tenía dieciséis años; eso es todo. Usted necesita a otra persona.

Matt la miró con los ojos entornados y la dejó hablar sin cortapisas. Finalmente, con mucha calma, le pidió que volviera a sentarse.

–Me hago cargo de su falta de competencias académicas. Usted odiaba el colegio.

–¡No lo odiaba!

Aunque en un principio no había deseado el empleo, se dio cuenta de que de pronto quería conseguirlo. La tragedia de la niña la había conmovido. La idea de que fuera tan joven y dependiente de un padre adicto al trabajo le había llegado al alma. Por primera vez quería formar parte de todo aquello.

–Simplemente no se me daban bien los libros.

–No siento mucho respeto por la gente que se da por vencida antes de intentarlo. No le estoy pidiendo que dé clases en la universidad, sino que ayude a Samantha en las asignaturas básicas: matemáticas, lengua, ciencia. Si está tratando de convencerme de que tiene interés en este empleo, no lo está enfocando bien.

–¡Simplemente trato de ser sincera! Si no quiere emplear a más profesores, ¿por qué no la ayuda usted mismo a hacer los deberes? Usted dirige una empresa, seguro que tiene cualificaciones. ¿O quizá no necesita las matemáticas en su trabajo? Algunos niños no rinden con profesores particulares; puede que sea el caso de su hija.

–Samantha podría rendir perfectamente si estuviera dispuesta a esforzarse. Pero no es el caso. A lo mejor le vendría bien una enseñanza menos estructurada. Y no, yo no puedo ayudarla. Apenas tengo tiempo de dormir. Salgo de este apartamento a las siete y media de la mañana, antes de que viniera Samantha lo hacía una hora antes, y hago lo posible por regresar a las ocho cuando no estoy de viaje. Y me cuesta un gran esfuerzo.

Tess lo miró, horrorizada.

–¿Trabaja desde las siete y media de la mañana hasta las ocho de la noche? ¿Todos los días?

–Me relajo durante el fin de semana –repuso él con indiferencia.

Matt no conocía a nadie que considerara que aquel horario de trabajo fuera anormal. Los triunfadores de su empresa, y había varios, se ajustaban a horarios de locos sin protestar. Se les pagaban unos salarios fabulosos y punto.

–Lo siento. Pero me da usted muchísima pena.

–Perdone, ¿me puede repetir lo que ha dicho? –Matt no podía creer lo que acababa de oír. Si no hubieran estado hablando de algo tan importante, se habría reído a carcajadas. Nunca, jamás de los jamases, le había dado pena a nadie. Al contrario. Nacido en una familia rica y poderosa, se le habían abierto todas las puertas. No tenía hermanos, por lo que la tarea de ocuparse de la fortuna familiar había recaído exclusivamente sobre sus hombros, y no solo había conservado los billones sino que había tomado una serie de medidas que habían aumentado espectacularmente su valor.

–No se me ocurre nada peor que ser esclavo del trabajo. Pero me estoy yendo por las ramas. Me preguntaba por qué no ayuda a Samanta con los deberes usted mismo si piensa que las clases particulares no funcionan, pero veo que no tiene tiempo.

–Bien, me alegra que estemos de acuerdo.

–¿Le importa si le pregunto algo? –se aventuró Tess carraspeando–. ¿Cuándo le dedica tiempo a su hija con ese horario que tiene?

Matt se la quedó mirando, incrédulo. La franqueza de la pregunta lo había dejado descolocado. Además, no estaba acostumbrado a que las mujeres le hicieran preguntas de carácter personal.

–No sé qué tiene esto que ver con mi trabajo –dijo severamente.

–Pues mucho. No me cabe duda de que usted tiene un tiempo reservado para ella y no me gustaría importunar. Pero no veo claro cuándo le dedica ese tiempo especial si trabaja todos los días de siete y media a ocho y descansa solo un poco los fines de semana.

–No calculo el tiempo que paso con Samantha –respondió con frialdad–. Muchos fines de semana vamos a The Hamptons para que vea a sus abuelos.

–Qué agradable –comentó Tess sin mucha convicción.

–Y ahora que hemos aclarado ese punto, hablemos de su horario –dijo dando golpecitos en la mesa con el boli–. La quiero aquí cada mañana a las siete y media como muy tarde.

–¿A las siete y media?

–¿Algún problema?

Tess permaneció en silencio y él la miró con las cejas enarcadas.

–Me tomo su silencio como una negativa. Es una exigencia del puesto. Ocasionalmente, y en caso de emergencia, podría pedir a alguno de mis empleados domésticos que la sustituyan, pero solo puntualmente.

Tess siempre había sido puntual en sus trabajos si bien ninguno de ellos le había obligado a levantarse al alba. No le gustaba madrugar, pero le daba la sensación de que él eso no lo entendería.

–¿Todos sus empleados trabajan muchas horas? –preguntó débilmente y a Matt le dieron ganas de soltar una carcajada. Su rostro descompuesto era como un libro abierto.

–No les pago una fortuna para que estén pendientes del reloj –contestó con gravedad–. ¿Me está diciendo que nunca ha hecho horas extra?

–Nunca me ha hecho falta. Claro que nunca me han pagado una fortuna por nada de lo que he hecho. Tampoco me importa, pues el dinero no me interesa demasiado.

Aquello despertó la curiosidad de Matt, a su pesar. ¿Era aquella mujer del mismo planeta que él?

–¿De veras? –preguntó, escéptico–. La felicito. Es usted única en su especie.

Tess se preguntó si había sido un comentario sarcástico, pero al pasear la vista por el lujoso apartamento, en el que lo clásico combinaba sabiamente con lo moderno, y donde cada obra de arte, cada alfombra delataban la opulencia de su dueño, se percató de que seguramente se había quedado genuinamente perplejo ante su indiferencia por el dinero. Tampoco sentía mucho respeto por aquellos para los que el dinero es una propiedad. Como, por ejemplo, Matt Strickland. Aunque apreciaba que fuera inteligente y ambicioso, su lado duro y cortante la dejaba bastante fría.

Pero al mirar de refilón su atractivo rostro el corazón le latió a más velocidad de la normal.

–Se ha quedado callada. ¿Acaso desaprueba todo esto? –preguntó barriendo el aire con un gesto de la mano. Aquella mujer decía tanto con sus silencios como con sus palabras, lo cual no le disgustaba.

–Es muy cómodo…

–¿Pero?

–A mí me gustan más las casas pequeñas y acogedoras, como la de mis padres. Bueno, tampoco es tan pequeña, pues vivíamos cinco personas. Pero creo que cabría entera en una parte de este apartamento.

–¿Todavía vive con ellos?

Le entró la curiosidad. ¿Qué hacía una mujer de veintitrés años viviendo en casa de sus padres? ¿Una mujer de veintitrés años que además era increíblemente bonita? Sus enormes ojos verdes dominaban su rostro en forma de corazón. Su cabello largo era del color del caramelo y… Deslizó la mirada lentamente hacia los pechos rotundos, que rellenaban la camiseta. Entre esta y los vaqueros gastados que enfundaban unas piernas delgadas vislumbró un estómago liso.

Molesto por la distracción, Matt se puso en pie y comenzó a caminar de un lado a otro del despacho.

–Sí… de momento –balbuceó Tess, avergonzada de pronto.

–¿Nunca ha vivido sola?

La incredulidad que advirtió en su tono le hizo mirarlo con rabia. Decidió que era un hombre odioso. Odioso y crítico.

–¡Nunca he tenido necesidad de hacerlo! –exclamó–. No fui a la universidad, ¿por qué iba a alquilar un piso cuando podía seguir viviendo en casa?

Se dio cuenta al oírse a sí misma de lo deprimente que sonaba. Veintitrés años y todavía viviendo con papá y mamá. Lágrimas de ira asomaron a sus ojos y parpadeó varias veces para impedir que cayeran.

–¿Y nunca ha sentido la necesidad de echar a volar y hacer algo diferente? ¿O se dio por vencida antes de desafiarse a sí misma?

Tess se había quedado pasmada ante su propia reacción. Nunca había sido una persona violenta, pero en aquel momento con gusto le habría tirado algo a la cara. Pero no lo hizo. Se quedó sumida en un silencio iracundo.

–No sé qué tiene que ver mi vida personal con este trabajo –contestó evitando mirarlo.

–Estoy tratando de hacerme una idea de qué tipo de persona es usted. Al fin y al cabo, va a estar a cargo de mi hija. No trae referencias profesionales y necesito asegurarme de que no va a suponer ningún peligro. ¿Quiere que le cuente las conclusiones a las que he llegado hasta ahora?

Tess se preguntó si tenía elección.

–Es usted perezosa. Está descentrada. Le falta confianza en sí misma y no parece importarle. Vive en casa de sus padres y no se le ha ocurrido pensar que a lo mejor a ellos no les gusta la situación tanto como a usted. Consigue empleos y los abandona porque no está dispuesta a esforzarse. No soy psicólogo, pero creo que su problema es que piensa que nunca fracasará si no se molesta en tratar de conseguir algo.

–Lo que ha dicho es horrible –dijo, aunque sabía que tenía parte de razón–. ¿Por qué me está entrevistando para este trabajo si tiene una opinión tan mala de mí? ¿O acaso ha terminado la entrevista? ¿Es esta su manera de decirme que no he conseguido el empleo? Pues entonces yo también le voy a decir lo que pienso de usted –tomó aire y se puso en pie, iracunda–. Es usted grosero y arrogante. Piensa que por tener mucho dinero puede tratar a la gente como le dé la gana. Creo que es espantoso que trabaje tantas horas en lugar de dedicárselas a su hija, que le necesita. Usted no sabe cómo entregarse a otra persona.

Su respiración se había vuelto entrecortada por el esfuerzo de expresar unos sentimientos que no sabía que albergaba. Lo peor era que no se sentía mejor consigo misma.

–¡Y no soy perezosa! –concluyó desinflándose como un globo–. Así que si eso es todo –añadió tratando de hacer acopio de algo de dignidad–, me marcho.

Matt sonrió y Tess se quedó tan atónita que permaneció clavada en su sitio.

–Tiene usted temperamento. Me gusta. Lo va a necesitar para lidiar con mi hija.

–¿Có-cómo?

Él le señaló la silla y se arrellanó en su asiento.

–Es saludable oír críticas de vez en cuando. No recuerdo cuándo fue la última vez que alguien levantó la voz en mi presencia.

«Especialmente, una mujer», podía haber añadido. Como si se le hubiera encendido una lucecita en la cabeza, reparó en las mejillas ruborizadas de Tess. Se le había soltado el cabello, que le caía desparramado por los hombros rozando sus pechos y llegando casi hasta la cintura. Trataba de recobrar la compostura, pero sus pechos seguían subiendo y bajando, agitados.

Se sorprendió al notar que el miembro se le endurecía. ¡Cielos, tenía novia! Una mujer inteligente y poderosa que entendía a la perfección las presiones de su trabajo porque ella tenía uno igual y estaban en la misma onda. Una mujer diametralmente opuesta a la criatura de ojos verdes que tenía delante. Vicky Burns era una mujer centrada, ambiciosa y altamente cualificada. ¿Por qué diablos estaba pensando en el aspecto de Tess Kelly sin ropa, cubierta tan solo por su largo cabello?