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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Brenda Streater Jackson

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un plan imperfecto, n.º 1968 - marzo 2014

Título original: Stern

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4045-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

–Stern, ¿qué puede hacer una mujer para llamar la atención de un hombre?

Ante tan inesperada pregunta, Stern Westmoreland, que estaba mirando por el visor de su escopeta, giró la cabeza con tal brusquedad que estuvo a punto de perder la gorra.

JoJo también estaba mirando por el visor de su escopeta, y cuando sonó un disparo Stern soltó una palabrota.

–¡Maldita sea, lo has hecho a propósito para que perdiese la concentración!

Ella lo miró, con el ceño fruncido.

–No es verdad. Te lo he preguntado porque quiero saberlo. Además, no he acertado.

Stern puso los ojos en blanco. Daba igual que hubiese fallado; el día anterior había matado un enorme alce cuando él aún no había conseguido cazar nada, ni siquiera un coyote.

En días como aquel se preguntaba por qué invitaba a ir de caza a su amiga, que era mejor tiradora que él.

Levantando la escopeta, volvió a mirar por el visor. Sabía por qué la invitaba, porque le gustaba estar con ella. Cuando estaba con JoJo podía ser él mismo y no tenía que impresionar a nadie. Su cómoda relación era la razón por la que llevaban años siendo amigos.

–¿Y bien?

Stern bajo la escopeta para mirarla.

–¿Y bien qué?

–No me has respondido. ¿Qué debe hacer una mujer para gustarle a un hombre? Aparte de meterse en su cama, claro. No me interesan los revolcones de una noche.

Él soltó una risita.

–Me alegra saberlo.

–¿De qué te ríes? ¿Tú puedes acostarte con cualquiera y yo no?

Stern la miró, asombrado.

–¿Se puede saber qué te pasa? Tú nunca te pones dramática.

JoJo suspiró, frustrada.

–No me entiendes y antes me entendías siempre.

Sin decir nada más se dio la vuelta, dejándolo atónito.

¿Qué estaba pasando? JoJo nunca se enfadaba con él.

Como ya no estaba de humor para seguir cazando, Stern la siguió por el camino que llevaba a la cabaña de caza.

 

 

Después de darse una ducha rápida, Jovonnie Jones sacó una cerveza de la nevera y tomó un refrescante trago. Lo necesitaba, pensó mientras salía de la cocina para sentarse en el porche y disfrutar de la fabulosa vista de las montañas Rocosas.

Unos años antes, Stern había encontrado la cabaña, abandonada y deteriorada, en medio de cien acres del mejor terreno de caza del estado. Y en solo dos años, con la ayuda de sus hermanos y de sus primos, la había transformado en una belleza. Era un sitio perfecto para cazar porque había osos negros, ciervos, zorros y todo tipo de vida salvaje, pero sobre todo alces.

La cabaña había sido una buena inversión para Stern, que la alquilaba a otros cazadores cuando no estaba usándola. Era una estructura de dos plantas, con ocho dormitorios, cuatro baños y un porche que rodeaba la casa tanto en la primera como en la segunda planta. En la primera había una gran cocina con comedor, un salón con chimenea de piedra y ventanas del techo al suelo que ofrecían una maravillosa vista de las montañas Rocosas.

JoJo se dejó caer sobre una de las mecedoras de cedro, sintiéndose frustrada. ¿Por qué no podía Stern tomarla en serio y responder a su pregunta? Para algo era amiga de un hombre que conquistaba a todas las mujeres que quería. Si alguien podía darle un consejo, era él.

En el instituto, las chicas se hacían amigas suyas para conocerlo. Aunque no servía de mucho porque en cuanto Stern se daba cuenta les daba la espalda. Se negaba a dejar que nadie lo utilizase. Si esas chicas no querían ser amigas suyas de verdad, Stern no quería saber nada de ellas.

En realidad, las chicas del instituto, y muchas que había conocido después, preferían no salir con una mujer tan poco femenina.

JoJo prefería los vaqueros a los vestidos. Le gustaba cazar, practicaba karate, podía disparar una flecha y dar en el blanco con un ojo cerrado y sabía lo que había en el motor de un coche mejor que la mayoría de los hombres. Por supuesto, esto último se lo había enseñado su padre, el mejor mecánico de Denver.

Se le hizo un nudo en la garganta al pensar en él. Aún le resultaba difícil creer que hubiera muerto. Dos años antes, su padre había sufrido un infarto mientras hacía lo que más le gustaba: arreglar un motor. Su madre había muerto cuando JoJo tenía once años, de modo que el fallecimiento de su padre la había dejado huérfana, pero había heredado el taller mecánico y la oportunidad de meterse bajo el capó de un coche, que era lo que más le gustaba.

Después de licenciarse en Magisterio, como quería su padre, había obtenido un título en Ingeniería Técnica. Había disfrutado mucho siendo profesora en una universidad pública, pero lo que realmente le gustaba era dirigir y trabajar en el Golden Wrench, su taller mecánico.

–¿Ya me diriges la palabra?

Stern puso una bandeja de nachos con salsa picante en la mesa antes de sentarse.

–No sé si hablarte o no –respondió ella, tomando un nacho para mojarlo en la salsa–. Te he hecho una pregunta y no me has respondido.

Stern tomó un trago de cerveza.

–¿Me lo preguntabas en serio?

–Claro.

–Entonces, te pido disculpas. De verdad pensé que querías hacerme perder la concentración.

JoJo esbozó una sonrisa.

–¿Haría yo eso?

–Por supuesto.

–Bueno, es verdad –admitió ella, riendo–. Pero hoy no lo he hecho. Necesito información.

–¿Para llamar la atención de un hombre?

–Sí.

Stern se echó hacia delante, clavando en ella la mirada.

–¿Por qué?

JoJo tomó un trago de cerveza mientras miraba las montañas en aquel precioso día de septiembre.

–Hay un hombre que lleva su coche al taller. Es muy atractivo...

Él puso los ojos en blanco.

–Si tú lo dices... bueno, sigue. ¿Qué más?

–Eso es todo.

–¿Eso es todo?

–He decidido que me gusta y quiero salir con él. La cuestión es cómo puedo gustarle yo a él.

La cuestión para Stern era si ella había perdido la cabeza, pero no lo dijo. En lugar de eso, tomó otro trago de cerveza.

Conocía a JoJo mejor que nadie, y si estaba decidida a hacer algo, lo haría. Y si no la ayudaba él, buscaría ayuda en otra parte.

–¿Cómo se llama ese hombre?

–No hace falta que sepas eso. ¿Me dices tú el nombre de todas las chicas con las que sales?

–Eso es diferente.

–¿Por qué?

Stern no estaba seguro, pero sabía que era diferente.

–Para empezar, en lo que se refiere a los hombres tú no tienes ni idea. Además, que me hagas esa pregunta deja claro que no estás preparada para una relación seria.

JoJo soltó una carcajada.

–Por favor, que el año que viene cumpliré los treinta. La mayoría de las mujeres de mi edad ya están casadas y tienen hijos. Yo ni siquiera tengo novio.

–Yo cumpliré treinta y uno el año que viene y tampoco tengo novia. Bueno, no tengo novia fija –se corrigió Stern cuando JoJo enarcó una ceja–. Me gusta estar soltero.

–Pero tú sales con chicas todo el tiempo. Yo estoy empezando a pensar que los hombres de esta ciudad no saben que soy una mujer.

Stern la estudió, en silencio. Él nunca había tenido la menor duda de que era una mujer. Tenía unas pestañas larguísimas y unos ojos tan oscuros como la noche. Unos ojos que, en ese momento, estaban clavados en el bosque, a lo lejos, sus pies desnudos apoyados en el borde de la mecedora y los brazos alrededor de las rodillas. Esa postura destacaba los músculos de sus piernas y sus brazos...

JoJo trabajaba mucho en el taller, pero, además, iban juntos al gimnasio, de modo que estaba en forma.

Se había quitado la ropa de caza y llevaba un vaquero corto que dejaba al descubierto unas piernas preciosas, largas, interminables. Pero él era uno de los pocos hombres que las había visto.

JoJo abría el taller a las ocho de la mañana y lo cerraba después de las seis. A veces, se quedaba trabajando hasta la noche si la reparación era urgente. Y durante todo ese tiempo llevaba un mono de trabajo cubierto de grasa. Muchos hombres se quedarían sorprendidos si supieran lo que había bajo aquel mono.

–Tú escondes cosas –dijo por fin.

Ella lo miró, con el ceño fruncido.

–¿Qué escondo?

–Ese cuerpo tan bonito, por ejemplo. Nunca te quitas el mono de trabajo.

–Ah, vaya, perdóname por no llevar tacones de aguja y vestidos ajustados cuando cambio un carburador.

Stern sonrió mientras tomaba un trago de cerveza.

–¿Tacones de aguja? Tampoco habría que llegar tan lejos, pero...

–¿Pero qué?

–Conseguirías que los hombres se interesaran por ti si después de trabajar no llevaras siempre vaqueros y zapatillas de deporte. Eres una chica y a los hombres les gusta que las mujeres sean femeninas de vez en cuando.

JoJo estudió el contenido de su botella de cerveza.

–¿Crees que eso serviría de algo?

–Probablemente –Stern se levantó de la mecedora para apoyarse en la barandilla del porche–. Tengo una idea: lo que necesitas es un cambio de imagen.

–¿Un cambio de imagen?

–Deberías averiguar dónde suele ir ese hombre y aparecer con un vestido y un nuevo peinado...

–¿Qué le pasa a mi pelo?

Sinceramente, Stern no creía que a su pelo le pasara nada. Era largo, espeso y sano. Él lo sabía bien porque muchas veces la había ayudado a lavárselo cuando iban de caza. Le encantaba cuando se lo dejaba suelto, cayendo por debajo de sus hombros, pero últimamente siempre lo llevaba recogido.

–Tienes un pelo precioso, pero debes enseñarlo más. Siempre llevas esa gorra –Stern alargó una mano para quitársela, dejando que el lustroso pelo castaño le cayera por los hombros y la espalda–. ¿Lo ves? Es precioso, me encanta.

Y era cierto, pensó, sintiendo la tentación de acariciarlo...

¿De dónde había salido esa tentación? Era JoJo, su mejor amiga. No debería pensar en lo sedoso que era su pelo.

–¿Crees que un cambio de imagen sería la solución? –le preguntó ella.

–Sí, pero, como he dicho, después del cambio de imagen tendrás que aparecer en algún sitio al que él suela acudir... con otro hombre. Cuando quieras hacerlo, yo estoy disponible.

JoJo lo miró a los ojos.

–No sé si eso funcionará. Si voy con otro, él no me hará caso.

–La gente de por aquí sabe que solo somos amigos.

–Pero él es nuevo en la ciudad y tal vez no lo sepa.

Stern lo pensó un momento.

–Sí, tienes razón. Yo no me acercaría a una mujer si la viera con otro hombre. Pero tú quieres que él te acepte por lo que eres, la mujer que trabaja en un taller mecánico de día y se arregla por la noche, ¿no?

–Eso es.

–Entonces, sugiero que te vea con otro hombre. Así se dará cuenta de que otros te admiran. Cuando te haya visto, te llamará para pedirte una cita. Y cuando te vea con el mono de trabajo, intentará imaginar lo que llevas debajo...

Stern se aclaró la garganta. Por alguna razón, pensar que los hombres mirasen a JoJo de esa manera le molestaba. De repente, el cambio de imagen ya no le parecía tan buena idea.

–¡Es una idea maravillosa! –exclamó ella–. Primero debo averiguar dónde suele ir él y luego encontraré a alguien que me ponga guapa.

–Ya eres guapa, JoJo.

Ella le dio una palmadita en la mano.

–Tú eres mi mejor amigo así que tu opinión no cuenta. Me pondré en contacto con tu prima Megan para que me dé el nombre de un buen estilista y luego iré de compras. ¡Qué contenta estoy!

Stern tomó otro trago de cerveza.

–Ya veo.

¿Por qué su interés por un hombre le molestaba tanto? La única razón que se le ocurría era que se trataba de su mejor amiga y no quería perder ese lazo tan especial. ¿Y si a aquel tipo le parecía raro que un hombre y una mujer fuesen tan buenos amigos? ¿Y si intentaba apartarla de él?

Se le encogió el estomago al pensar que pudiera perder su amistad después de tantos años. Muchos hombres rechazarían que su novia tuviera ese tipo de relación con otro hombre... ¿y si el tipo pensaba lo mismo?

–¿Cómo se llama?

JoJo sonrió.

–No necesitas saber su nombre. Además, lo descubrirás cuando ponga mi plan en acción.

Stern tomó un nuevo trago de cerveza. Estaba deseando resolver el misterio.

 

 

Esa noche, JoJo miraba el techo desde la cama. Las cosas iban mejor de lo que había esperado. En primavera, al darse cuenta de que empezaba a sentir algo por Stern se había quedado horrorizada. ¿Cómo podía una mujer enamorarse de su mejor amigo? Y de repente, además.

En su última estancia en la cabaña, en el mes de abril, había bajado a la cocina una mañana, dispuesta a disfrutar de otro estupendo día de caza, y se encontró a Stern en pijama... con una parte del pijama: solo llevaba el pantalón. Y en ese momento, lo había visto como un hombre muy sexy, capaz de calentar la sangre de cualquier mujer, no como a su mejor amigo. Desde luego, había calentado la suya, porque no había podido dejar de mirar sus anchos hombros, su impresionante torso y perfectos abdominales. Y una vez que empezó a verlo como un hombre sexy, no podía verlo de otro modo. Al final del día, estaba hecha un lío.

Pero era algo más que una simple atracción sexual. Al final de aquel viaje se había visto obligada a reconocer que estaba enamorada de él. Tal vez siempre lo había amado sin saberlo y, desde ese momento, su corazón quería que admitiese lo que había negado durante años.

Tenía que hacer algo o se arriesgaría a perder a su amigo para siempre. Ella se había enamorado, pero Stern, uno de los solteros más cotizados de Denver, no estaba enamorado de ella.

Dos meses antes, después de leer una novela romántica que una clienta se había dejado en el taller, se le ocurrió una idea: encontraría otro hombre del que enamorarse, alguien que ocupase el lugar que Stern ocupaba en su corazón.

Se había sentido inspirada por la protagonista de la novela, que también amaba a un hombre que no la correspondía. Para olvidar a ese hombre, la heroína empezaba a salir con su vecino y, por fin, se enamoraba de él. Al final de la novela, la pareja se casaba y vivía feliz para siempre.

Bueno, sí, era pura ficción, pero la idea era buena.

Ese día, había decidido convertirse en la dueña de su destino y crear su propia felicidad, pero para eso tenía que encontrar a alguien interesante. Llevaba dos meses esperando, y cuando empezaba a pensar que no encontraría a ningún otro hombre que la interesara, en el taller apareció Walter Carmichael, que necesitaba bujías nuevas para el Porsche.

Algo en él le llamó la atención, pero enseguida se negó a sí misma que su atractivo y su impecable estilo le recordasen a Stern.

En realidad, Walter lo tenía todo. Pero también ella debía tenerlo todo, y la persona más indicada para ayudarla era su mejor amigo, el hombre al que intentaba no amar.