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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Brenda Streater Jackson

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Romance secreto, n.º 2033 - abril 2015

Título original: The Secret Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6264-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Jillian Novak miró a su hermana por encima de la mesa sin poderse creer lo que acababa de oír. Dejó la copa de vino que estaba bebiendo.

–¿Qué quieres decir con que no vienes conmigo? Eso es una locura, Paige. ¿Necesito recordarte que fuiste tú quien planeó el viaje?

–No hace falta, Jill, pero entiende mi dilema –dijo Paige con voz apenada–. Conseguir un papel en una película de Steven Spielberg es un sueño hecho realidad. No puedes imaginar lo que sentí: alegría por ser la elegida y, un segundo después, decepción al saber que el rodaje empezaba la misma semana que tendría que ir de crucero contigo.

–Deja que adivine, la alegría fue mayor que la decepción, ¿verdad? –había anhelado ese crucero por el Mediterráneo por muchas razones, y no iba a realizarlo.

–Lo siento, Jill. Nunca has ido de crucero y sé que ocupa un lugar muy alto en tu lista de deseos.

La disculpa de Paige hizo que Jillian se sintiera aún peor. En su caso, ella habría hecho la misma elección que su hermana. Extendió el brazo sobre la mesa y le agarró la mano a Paige.

–Soy yo quien tendría que disculparse, Paige. Estaba pensando solo en mí. Tienes razón. Conseguir ese papel es un sueño hecho realidad y estarías loca si no lo aceptaras. Me alegro mucho por ti. Felicidades.

–Gracias –Paige esbozó una gran sonrisa–. Tenía muchas ganas de estar contigo en el crucero. Hace años que Pam, Nadia, tú y yo no pasamos tiempo juntas.

Nadia, en su último año de facultad, era su hermana menor. Tenía veintiún años, dos menos que Paige y cuatro menos que Jillian. Pamela, la mayor, tenía diez años más que Jillian. Pam había dejado Hollywood y su carrera de actriz para volver a Gamble y criarlas a las tres cuando su padre murió. Pam vivía en Dénver, estaba casada, tenía dos hijos y era directora de dos escuelas de interpretación, una en Dénver y otra en Gamble. Paige había seguido los pasos de Pam; era actriz y vivía en Los Ángeles.

Pam estaba tan ocupada que le habría sido imposible acompañarlas al crucero. Nadia, por su parte, estaba de exámenes finales. Jillian acababa de terminar sus estudios de Medicina y necesitaba esas dos semanas de crucero antes de iniciar la residencia. Pero había otra razón por la que anhelaba el crucero.

Aidan Westmoreland.

Resultaba difícil creer que hacía poco más de un año que había roto con él. Y cada vez que recordaba el motivo, le dolía el corazón. Necesitaba algo que la hiciera olvidar.

–¿Estás bien, Jill?

–Sí, ¿por qué lo preguntas? –forzó una sonrisa.

–Pareces estar a mil kilómetros de aquí. Te he notado rara desde que llegué a Nueva Orleans, como si te preocupara algo. ¿Va todo bien?

–Sí, todo va bien, Paige –Jillian hizo un gesto despreocupado. No quería que su hermana intentara sonsacarla.

–No sé –Paige no parecía convencida–. Tal vez debería olvidarme de la película e irme contigo.

–No seas tonta –Jillian alzó la copa y tomó un sorbo de vino–. Estás haciendo lo correcto. Además, no voy a hacer el crucero.

–¿Por qué no?

–No esperarás que vaya sin ti.

–Necesitas unas vacaciones antes de empezar la residencia.

–Por favor, Paige –Jillian puso los ojos en blanco–. ¿Qué iba a hacer yo sola en un crucero de dos semanas?

–Descansar, relajarte, disfrutar de las vistas, del océano y de la paz. Si tienes suerte, tal vez conozcas a algún soltero interesante.

–Los solteros no van de crucero solos –Jillian movió la cabeza–. Además, lo último que necesito ahora es un hombre en mi vida.

–Jill, no ha habido un hombre en tu vida desde que saliste con Cobb Grindstone el último año de instituto –Paige se rio–. Creo que lo que falta en tu vida es un hombre.

–Para nada, y menos con lo ocupada que estoy –refutó Jillian–. Y no veo que tú tengas a nadie especial.

–Por lo menos he tenido citas estos años. Tú no. O, si las has tenido, no me lo has dicho.

Jillian controló la expresión. Nunca le había contado a Paige su relación con Aidan, y teniendo en cuenta cómo había acabado, se alegraba de ello.

–¿Jill?

–¿Sí? –alzó la vista hacia su hermana.

–No me estarás guardando secretos, ¿verdad? –los labios de Paige se curvaron con una sonrisa.

Jillian sabía que Paige le acababa de dar la oportunidad perfecta para hablarle de su romance con Aidan, pero no estaba lista para ello. Un año después, el dolor seguía ahí. Lo último que Jillian necesitaba era que Paige la sonsacara.

–Sabes que en mi vida no hay un hombre por falta de tiempo. Estoy centrada en ser médico y nada más –Paige no tenía por qué saber que unos años antes había dejado que Aidan entrara en su vida y que había pagado caro ese error.

–Por eso deberías ir al crucero sin mí –dijo Paige–. Has trabajado duro y necesitas descansar y disfrutar. Cuando empieces con la residencia tendrás aún menos tiempo.

–Eso es verdad –dijo Jillian. –Pero…

–Nada de peros, Jillian.

Jillian conocía ese tono de voz. Y también que cuando Paige utilizaba su nombre completo, hablaba muy en serio.

–Si fuera al crucero sola me aburriría mucho. Son dos semanas.

–Dos semanas que necesitas. Y piensa en los sitios que verás: Barcelona, Francia, Roma, Grecia y Turquía –esa vez fue Paige quien le agarró la mano a Jillian–. Mira, Jill, a ti te pasa algo, lo percibo. Sea lo que sea, te está destrozando. Lo noté hace meses, la última vez que vine a visitarte –sonrió con ironía–. Puede que sí guardes secretos. Tal vez te ha gustado algún médico en la facultad y no me lo quieres contar. Uno que te ha deslumbrado tanto que no sabes manejar la intensidad de la relación. Si es así, lo entiendo. A veces, hay asuntos que preferimos solucionar a solas. Por eso creo que dos semanas en el mar te harán mucho bien.

Jillian tomó aire. Paige no sabía cuánto se había acercado a la verdad. Su problema se debía a un médico, pero no a uno que estudiara con ella.

En ese momento, la camarera llegó con la comida y Jillian agradeció la interrupción. Sabía que Paige no estaría contenta hasta que accediera a ir al crucero. Paige sabía que algo la inquietaba y solo era cuestión de tiempo que Pam y Nadia lo supieran también, si no lo sabían ya. Además, ya había pedido dos semanas libres. Si no se iba de crucero, la familia querría que pasase ese tiempo con ellos. No podía hacerlo, por si Aidan volvía a casa inesperadamente mientras ella estaba allí. Era la última persona a la que quería ver.

–¿Jill?

–De acuerdo, iré. Lo pasaré bien.

–Sí. Habrá muchas actividades y, si no te apetece hacer nada, también está bien –Paige sonrió–. Todo el mundo necesita dar un descanso a su mente de vez en cuando.

Jillian asintió. Su mente necesitaba reposo. Era la primera en admitir que había echado de menos a Aidan, sus apasionados mensajes de texto, los correos que le disparaban la adrenalina y las llamadas nocturnas que hacían que su cuerpo ardiera como una llama.

Pero eso había sido antes de saber la verdad. Lo único que quería era olvidarse de él. Suspiró profundamente. Paige tenía razón. Necesitaba ese crucero, así que iría sola.

 

 

El doctor Aidan Westmoreland entró en su piso y se quitó la bata. Se frotó el rostro y miró su reloj. Ya tendría que haber tenido noticias.

Cuando iba hacia la cocina, le sonó el teléfono móvil. Era la llamada que estaba esperando.

–¿Paige?

–Sí, soy yo.

–¿Va a ir? –preguntó, directo al grano. Esperó la respuesta con un nudo en el estómago.

–Sí, irá al crucero, Aidan. Jillian ni se imagina que sé que tuvisteis una relación.

Aidan tampoco había sabido que Paige estaba al tanto hasta que lo había visitado por sorpresa el mes anterior; lo había descubierto el año que Jillian entró en la facultad de Medicina. Aidan había vuelto a casa para la boda de su primo Riley, y Paige le había oído llamarla Jilly, con tono íntimo. Y durante el último año Paige también había percibido que a Jillian le preocupaba algo que no quería compartir con ella.

Paige había hablado con Ivy, la mejor amiga de Jillian, que también estaba preocupada por ella. Ivy le había contado lo ocurrido y por eso Paige había volado a Charlotte a enfrentarse con él. Hasta entonces, Aidan no había sabido la razón por la que Jillian había roto con él.

Cuando Paige le habló del crucero que Jillian y ella habían planeado y le sugirió la posibilidad de que Jillian fuera sola, él había aceptado sin dudar.

–Yo he hecho mi parte y el resto está en tu mano, Aidan. Espero que puedas convencer a Jill de la verdad –dijo Paige.

Momentos después, Aidan colgó y fue a la cocina a por una cerveza. Apoyado en el mostrador, tomó un largo trago. Dos semanas en el mar con Jillian iba a ser muy interesante. Pero pretendía que fueran más que eso.

Una sonrisa le curvó los labios. Para cuando acabara el crucero, Jillian no tendría ninguna duda de que era el único hombre para ella.

Tiró la lata vacía en la cesta de reciclaje y fue a la ducha. Mientras se desvestía, no pudo evitar recordar cómo había empezado su romance secreto con Jillian, hacía casi cuatro años.

Capítulo Uno

 

Cuatro años antes

 

¿Qué se siente al tener veintiún años?

Jillian se quedó sin aire cuando el largo cuerpo de Aidan Westmoreland ocupó el asiento que tenía enfrente. Solo entonces se dio cuenta de que todos los demás habían entrado. Aidan y ella eran los únicos que quedaban en el patio que daba al lago.

La fiesta de cumpleaños había sido una gran sorpresa. Y aún más que Aidan asistiera, dado que pasaba casi todo el tiempo en la facultad de Medicina. Como ella también estudiaba fuera, sus caminos rara vez se cruzaban. Aunque lo conocía desde hacía cuatro años, no recordaba haber tenido ninguna conversación con él.

–Lo mismo que ayer –respondió–. La edad no es más que un número. Nada importante.

Sintió un nudo en el estómago cuando él curvó los labios. Tenía una sonrisa fantástica, era un regalo para los ojos. Estaba loca por él.

Cualquiera lo estaría por un hombre tan sexy. Si no se caía en la trampa de sus labios, se caía en la de sus ojos, profundos, oscuros y penetrantes.

–¿No es más que un número? –riendo, se recostó en la silla y estiró las largas piernas–. Tal vez las mujeres piensen eso, los hombres no.

–¿Y por qué, Aidan? –preguntó ella alzando el vaso de limonada para tomar un sorbo. De repente, se sentía acalorada. Sabía que era la reacción de su cuerpo ante él. Hasta captaba su olor, delicioso y masculino.

–¿Estás segura de que soy Aidan y no Adrian? –inquirió él, alzando una ceja y esbozando una sonrisa ladina.

–Estoy segura –no tenía duda alguna. Pero sabía que él y su gemelo gastaban bromas a aquellos que no sabían distinguirlos.

Pero era Aidan, no Adrian, quien hacía que ciertas partes de su cuerpo llamearan.

–¿Y cómo estás tan segura? –se inclinó hacia ella, tanto que Jillian se perdió en sus ojos.

Se rumoreaba que era un seductor. Lo había visto en acción en varias bodas de los Westmoreland. Además, su hermano y él habían adquirido reputación de mujeriegos en Harvard. No la extrañaba que las mujeres cayeran a sus pies.

–Porque lo estoy –le contestó. No pensaba decir más al respecto.

No iba a confesar que desde que Dillon, antes de casarse con Pam, le había presentado a Aidan, se había enamoriscado de él. Entonces ella tenía solo diecisiete años, pero el problema era que sus sentimientos no habían cambiado.

–¿Por qué?

–¿Por qué, qué?

–¿Por qué estás tan segura? No lo has dicho.

Ella suspiró para sí, deseando que dejara el tema. Decidió darle cualquier excusa.

–Sonáis diferentes –alegó.

–Es raro que digas eso. La mayoría de la gente opina que nuestra voz es casi igual –esbozó otra sonrisa sexy, mostrando sus hoyuelos.

–Pues yo no –refutó ella, con las hormonas desatadas. Era la voz de Aidan la que acariciaba sus sentidos, la de Adrian no tenía ese efecto–. ¿Cómo te va en la facultad? –preguntó, para evitar que siguiera interrogándola.

Él empezó a contarle lo que la esperaba un año después. Desde la muerte de su madre, cuando Jillian tenía siete años, su sueño había sido convertirse en neurocirujana.

Aidan le habló del programa de residencia dual que pensaba realizar en los hospitales de Portland, en Maine; y Charlotte, en Carolina del Norte, cuando se graduara. Su sueño era convertirse en cardiólogo; la idea de ser médico le entusiasmaba y se le notaba en la voz. A ella aún le quedaba un curso de pregrado en la universidad de Wyoming antes de poder especializarse en Medicina.

Mientras él hablaba, ella asentía y lo escrutaba con discreción. Era un hombre más que guapo. Su voz, suave como la seda, tenía un tono grave que le aceleraba el pulso. Tenía la nariz aguileña, pómulos marcados, mandíbula esculpida y una boca tan sensual que era un placer mirarla.

–¿Has decidido a qué facultad de Medicina irás, Jillian?

Ella parpadeó e intentó concentrarse. Al verlo sonreír, se preguntó si se había dado cuenta de cómo lo observaba.

–Siempre he querido vivir en Nueva Orleans, así que trabajar en un hospital allí es mi primera opción –contestó.

–¿Y la segunda?

–No estoy segura –se encogió de hombros–. Supongo que Florida.

–¿Por qué?

–Nunca he estado en Florida –dijo ella, preguntándose por qué la estaba interrogando.

–Espero que esa no sea la única razón –rio él.

–Claro que no –dijo, a la defensiva–. Hay buenas facultades en Louisiana y en Florida.

–Es cierto –asintió él–. ¿Cuál es tu nota media?

–Buena. De hecho, más que buena. Estoy entre los primeros diez de la clase.

No había sido fácil conseguirlo. Había tenido que hacer muchos sacrificios, sobre todo en su vida social. Ni se acordaba de la última vez que había tenido una cita. Pero no le importaba. Pam estaba costeando gran parte de su educación y Jillian quería que se sintiera orgullosa de ella.

–¿Has empezado ya a preparar el examen de acceso y el proyecto?

–Es demasiado pronto.

–Nunca es demasiado pronto. Sugiero que empieces a prepararlos en tu tiempo libre.

–¿Tiempo libre? –ella sonrió–. ¿Qué es eso?

–Tiempo que tendrás que buscar, aunque no creas que lo tengas –soltó una risa suave y sexy que hizo que a ella se le acelerara el pulso–. Es esencial saber utilizar el tiempo, o te quemarás antes de empezar.

Ella sintió una punzada de resentimiento, que desechó. Le estaba dando un consejo porque ya había pasado por lo que ella tendría que pasar. Y, por lo que había oído, él iba a graduarse entre los primeros de su clase en Harvard, para luego iniciar un programa de residencia dual que era el sueño de cualquier estudiante de Medicina. Iba a tener la oportunidad de trabajar con los mejores cardiólogos de Estados Unidos.

–Gracias por el consejo, Aidan.

–De nada. Cuando estés lista para prepararlos, dímelo. Te ayudaré.

–¿En serio?

–Claro. Incluso si tengo que ir adonde estés.

Ella alzó una ceja. No lo imaginaba haciendo algo así. Harvard, en Boston, quedaba muy lejos de su universidad, en Laramie, Wyoming.

–Déjame tu teléfono un segundo.

–¿Por qué? –inquirió ella.

–Para que te grabe mi número.

Jillian tomó aire y se levantó para sacar el móvil del bolsillo de los vaqueros. Se lo dio, intentando ignorar el cosquilleo que le recorrió el cuerpo cuando sus manos se rozaron. Observó cómo tecleaba los números con dedos largos y fuertes, de cirujano. Y se preguntó cómo sería sentir esos dedos acariciándole la piel.

Momentos después, el sonido del móvil de él interrumpió sus pensamientos. Comprendió que se había llamado a sí mismo para grabarse el número de ella.

–Toma –dijo él, devolviéndole el móvil. Ahora tienes mi número y yo el tuyo.

–Sí –dijo ella, preguntándose si eso tenía algún significado oculto.

–Adrian y yo hemos quedado con Canyon y Stern en el pueblo para tomar unas copas y jugar al billar –se puso en pie, consultando el reloj–. Es hora de irme. Feliz cumpleaños, otra vez.

–Gracias, Aidan.

–De nada.

Él fue hacia la puerta y, una vez allí, se volvió para mirarla con sus asombrosos ojos oscuros. La intensidad de su mirada le provocó otra oleada de calor. Sintió… ¿pasión?, ¿química sexual?, ¿lujuria? Decidió que las tres cosas.

–¿Pasa algo? –le preguntó, cuando el silencio empezó a alargarse.

–No estoy seguro –dijo él, forzando una sonrisa. Entró en la casa y la dejó preguntándose qué había querido decir con eso.

 

 

«¿Por qué, de todas las mujeres del mundo, he tenido que sentirme atraído por Jillian Novak?».