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Fotografía de portada:
Museo Nacional de Antropología.
Interrogación sin respuesta,
de Carles Fontserè
© 1966-1967

ELSA CECILIA FROST
Las categorías de la cultura mexicana

BIBLIOTECA UNIVERSITARIA DE BOLSILLO

Elsa Cecilia Frost

Las categorías de la cultura mexicana

Presentación de
MAURICIO BEUCHOT

Reminiscencia de Elsa Cecilia Frost
por RAMÓN XIRAU

Fondo de Cultura Económica

Primera edición(UNAM), 1972
Segunda edición, 1992
Tercera edición (CIDE), 2001
Cuarta edición (FCE), 2009
Primera edición electrónica, 2014

Índice

PRESENTACIÓN

REMINISCENCIA DE ELSA CECILIA FROST

PRÓLOGO

PRIMERA PARTE

I. LA CULTURA COMO OBJETO
DE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA

Historia

Oswald Spengler

Max Scheler

Ernst Cassirer

José Ortega y Gasset

1. Las mocedades

2. Segunda etapa (Meditaciones del Quijote, 1914)

3. Tercera etapa (El tema de nuestro tiempo, 1923; Las Atlántidas, 1924)

4. Cuarta etapa (últimos escritos)

II. DISCIPLINAS CUYO OBJETO
ES LA CULTURA

Antropología

Sociología

La filosofía del espíritu

III. EL CONCEPTO DE CULTURA

Cultura objetiva y cultura subjetiva

IV. LA FILOSOFÍA DE LA CULTURA Y LA CULTURA MEXICANA

V. EL CONCEPTO DE LA CULTURA
MEXICANA Y LA OPINIÓN POLÍTICA

VI. LA CULTURA MEXICANA COMO CULTURA OCCIDENTAL

¿Qué es Occidente?

Límites de Occidente

La acepción más amplia de occidental

Occidente y América

Occidente y México

VII. LA CULTURA MEXICANA
COMO CULTURA CRISTIANA

Cristianismo y cultura

La cultura cristiana y el mundo moderno

El caso de España y la cristianización de México

VIII. LAS CATEGORÍAS DEL GÉNERO

Hispanoamericana

Latinoamericana

Indoamericana

IX. LAS CATEGORÍAS DE IMITACIÓN

Cultura criolla

Sucursal

Heredada

Heterónoma

Colonial

X. LA TEMPORALIDAD

XI. LAS CATEGORÍAS DE COMPLEJIDAD

Matizada

Fusionada

De síntesis

Mestiza

Superpuesta

XII. LA CULTURA MEXICANA
COMO CULTURA INDIA

XIII. EL ARTE COMO EXPRESIÓN ÚNICA

CONCLUSIÓN

SEGUNDA PARTE

INTRODUCCIÓN

I. LOS PLANES Y LA REVOLUCIÓN

Estructura formal de los planes

Contenido de los planes

El personalismo en los planes

II. EL CONFLICTO RELIGIOSO DE 1926 A 1929

III. LA NOVELA DE LA REVOLUCIÓN

El corrido

IV. LA PINTURA MURAL

Los temas de Rivera.
Su concepción de la historia de México

Los temas de Orozco.
Su concepción de la historia de México

El elemento religioso en la pintura mural

Rivera

Orozco

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

DISCURSO DE INGRESO DE DOÑA ELSA CECILIA FROST

CRONOLOGÍA

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
EN EL FCE

PRESENTACIÓN

Elsa Cecilia Frost (1928-2005) fue una eminente profesora e investigadora dedicada al estudio y la comprensión de la cultura latinoamericana y, en concreto, de la mexicana. Enseñó historia y filosofía latinoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y fue investigadora en el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos. También estuvo en el Centro de Investigaciones Históricas del Colegio de México. Igualmente, se destacó por su labor editorial en el Fondo de Cultura Económica, en Siglo XXI y en la UNAM.

Dejó los siguientes libros principales: Las categorías de la cultura mexicana (UNAM, 1972), que corresponde a su tesis de maestría; Educación e ilustración en Europa (SEP, 1986); El arte de la traición o los problemas de la traducción (UNAM, 1992); Este nuevo orbe (UNAM, 1996); Testimonios del exilio (Jus, 2000), y La historia de Dios en las Indias. Visión franciscana del Nuevo Mundo (Tusquets, 2002), que corresponde a su tesis de doctorado sobre el milenarismo en América. En ellos recoge aspectos importantísimos de la historia de la cultura mexicana y latinoamericana: el indio, los misioneros y los cronistas, que fueron los primeros historiadores; pero también sobre algunos personajes, como Bartolomé de las Casas y Alonso de la Vera Cruz.

El libro que presentamos, Las categorías de la cultura mexicana, ya es un clásico. No sólo porque fue su tesis de maestría, bajo la dirección del doctor José Gaos, que tanto hizo por la cultura mexicana, sino por su profundidad y seriedad. En él, Elsa Cecilia Frost señala las categorías con las que ha sido pensada nuestra cultura.

En la primera parte del libro, fuertemente teórica, Elsa Cecilia Frost estudia la noción de cultura, para llegar a la filosofía de la cultura, recurriendo a varios autores que han considerado la cultura desde la filosofía, como Spengler, Scheler, Cassirer y Ortega y Gasset. Aplica después la filosofía de la cultura a la cultura mexicana. Algo muy importante que nos dice la autora es que la idea de cultura que se tenga no está separada de la opinión política.

Por un lado, se dan como categorías el indigenismo y el europeísmo u occidentalismo. Pero la autora insiste en que, después de más de quinientos años de colonización, ya no se puede hablar claramente de indigenismo; sin embargo, tampoco es posible decir que se haya occidentalizado plenamente nuestra cultura, a pesar de tantos años de colonización. Habría, por así decir, un mestizaje.

En efecto, en cuanto a si nuestra cultura es occidental, la autora se pregunta qué es Occidente y qué es lo occidental. En todo caso, no tenemos una cultura indígena, al menos pura, ya que los indígenas se apropiaron de muchas cosas de los europeos u occidentales. Pero tampoco tenemos una cultura puramente occidental; y no tiene caso deplorar la innegable devastación cultural que hicieron los europeos; hay que atender, más bien, a lo que resultó de todo ello. Ya la misma creencia de que los ídolos de los indígenas eran representaciones de los demonios hacía que se procurara por todos los medios evangelizarlos, lo cual en gran medida traía un cambio cultural. Y es que en el mundo americano puede decirse que religión y cultura eran una misma cosa, por lo que, al quitar una se cayó la otra. A finales del mismo siglo XVI había indígenas que ya no lo eran tanto y españoles que iban dejando de serlo. En siglos posteriores, sobre todo en el XIX, los mexicanos trataron incluso de borrar la cultura indígena y apropiarse de la europea. Claro que no pudieron lograrlo. Siempre quedan sedimentos de la otra. Y es importante reconocerlo, pues lo indígena es una de las categorías de nuestra cultura.

Otra categoría que se ha usado para nuestra cultura es la de “cristiana”. Frost nos habla de la cristianización de México, fenómeno que ella estudió mucho, y nos hace ver que, indudablemente, hay un sedimento cristiano que queda en la cultura mexicana. También se han usado las categorías de imitación, como llamar a nuestra cultura: criolla, sucursal, heredada, heterónoma o colonial. Igualmente, se le han aplicado categorías que realzan su complejidad, como decir que es matizada, fusionada, de síntesis, mestiza y superpuesta.

La segunda parte es muy rica, ya que presenta varios fenómenos históricos en los que se ha manifestado la cultura mexicana. Uno de ellos fue la Revolución de 1910. Después del conflicto, el arte siguió representando sus ideales, que eran en buena parte de una cultura nacional, mexicana
por excelencia. Sin embargo, se dio el conflicto religioso de 1926-1929, que vino a resaltar un aspecto de la cultura mexicana: la religiosidad. Todo ello converge en muchas manifestaciones artísticas. Frost elige la novela y la pintura. Fue muy notable la novela de la Revolución, e incluso algunas novelas de la gesta cristera. Pero la más representativa de la cultura mexicana fue la pintura, sobre todo la pintura mural, que recoge muy a las claras los ideales revolucionarios. La autora se centra en Rivera y Orozco, señalando no sólo sus concepciones de la historia de México, sino también los elementos religiosos que se encuentran en sus pinturas.

Dije que el libro de Elsa Cecilia Frost es un clásico. Lo es porque ha brindado conceptos que nos capacitan para pensar una realidad, en este caso, nuestra cultura mexicana. Es la función que tienen las categorías: conceptos principales y muy amplios que nos guían en el estudio de un determinado campo. Me parece que este libro ha sido una de las mejores aportaciones para los que nos dedicamos a pensar y repensar nuestra cultura mexicana en sus diferentes ángulos.

MAURICIO BEUCHOT

REMINISCENCIA DE ELSA CECILIA FROST

Lo primero que recuerdo son sus aportaciones a la revista Diálogos. También —¿por qué no?— su contribución a mi libro De mística. Textos espléndidos en distintas revistas sobre fray Alonso de la Vera Cruz —muy su tema—, Samuel Ramos, León Portilla, Motolinía, O’Gorman, García Bacca, don Vasco de Quiroga, la estética de Hartmann, Wittgenstein, Jaeger, Chomsky, ediciones del Fondo, Academia de la Lengua.

Elsa dominaba varias lenguas —alemán, claro está, italiano, francés, inglés—, lo cual la llevó a ser una gran traductora, en parte también para el Fondo. Perteneció tanto a la Facultad de Filosofía de la UNAM como a El Colegio de México.

Importantes textos —libros— sobre los franciscanos —nuevamente muy su tema—, Las Casas, Vasco de Quiroga, cuánta coincidencia con mis pasiones e intereses, Samuel Ramos.

Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, donde solíamos vernos.

Doctora en filosofía y buena amiga.

Sobre todo, amiga.

RAMÓN XIRAU

Al doctor José Gaos

PRÓLOGO

Este trabajo intenta ser un análisis de las categorías que hasta hoy han venido aplicándose a la cultura mexicana, para terminar, una vez precisado su sentido y fijado el camino a seguir, en un análisis de las manifestaciones más representativas de dicha cultura en algunos de sus sectores. El trabajo consta, pues, de dos partes. En la primera se ha querido fijar, por un lado, el estado actual de la filosofía de la cultura y, en especial, el concepto mismo de ésta. Mientras que, por el otro, se intenta precisar el sentido de los conceptos aplicados a la cultura mexicana con la intención de situarla o caracterizarla —“occidental”, “cristiana”, “hispánica”, “criolla”, “mestiza”, “joven”, “superpuesta”— a fin de aclarar qué motivos han presidido su formación, y cuál puede ser su contribución a una interpretación filosófica de la cultura mexicana. Para recopilarlos, empecé por la lectura de los diarios a fin de ver qué es lo que el mexicano medio opina de su cultura; de ahí pasé a los artículos de las revistas de filosofía, historia y literatura en los que dichos conceptos se presentan en una forma más elaborada y, por último, me enfrenté a los libros escritos por quienes se han ocupado de este tema.*

La segunda parte, a su vez, consta de un análisis de cuatro sectores culturales básicos: la política (a través de los planes de la Revolución), la religión (a través del movimiento cristero), la literatura (en la novela y el corrido de la Revolución) y las artes plásticas (en el movimiento muralista). El motivo por el que se eligió esta época no es otro que la consideración de que ella constituye el descubrimiento de México por los mexicanos y los conflictos que en ella se plantearon fueron, según afirma Alfonso Reyes, tan especiales, tan propios, tan mexicanos, que la solución hubo de serlo también.

Puede considerarse, pues, que este ensayo prolonga la línea de trabajos que se iniciara con El perfil del hombre y la cultura en México, del doctor Samuel Ramos, y que hace algunos años alcanzó un volumen tal que, saliendo del terreno académico, llegó a ponerse de “moda”. Sé que son muchos los que consideran que tal tema no es auténticamente filosófico y que, para otros muchos, aun concediéndole tal categoría, resulta ya anacrónico. Pues, al parecer, nuestro país ha rebasado ya la necesaria etapa nacionalista, en la que la atención se vuelve hacia los rasgos característicos del hombre y la sociedad de México, para dirigirse en busca de su lugar dentro de la corriente universal.

A todos ellos no necesito sino recordarles que el tema de la cultura mexicana —comprendido dentro del más genérico de la cultura americana— ha sido motivo de reflexión y estudio por parte de teólogos, juristas, filósofos y naturalistas desde los días del Descubrimiento. Pues ¿qué otra cosa son los alegatos en torno a la racionalidad de los indígenas americanos y la interminable “disputa de América”, sino otros tantos intentos de resolver si este Nuevo Mundo es, como el Viejo, capaz de alcanzar o no una cultura? Por rápida que sea la mirada que echemos sobre el cúmulo de estudios elaborados a lo largo de esos siglos, veremos que el tema de la cultura surge una y otra vez, ya que el criterio para establecer la humanidad del hombre americano es su capacidad cultural. Unas veces se considera que la “tierra” o el “clima” impiden toda vida cultural —opinión a la que se adhieren personas tan ilustres como Kant o Hegel—, otras, en cambio, se verá en América el futuro de la cultura surgida en Europa, pero siempre será el índice cultural el que permitirá al autor atribuir o negar la humanidad del americano. A la pregunta por el ser del hombre de América, Europa intentó responder, pues, a través del análisis de sus formas culturales. Y más adelante, cuando el deseo de independencia empezó a tomar cuerpo, esta preocupación por el hombre y la cultura de América pasó, muy naturalmente, a ser americana. Así, los jesuitas desterrados, deseosos de reivindicar su calumniada patria, hicieron de la historia precolombina una historia clásica, igualando con ello a estas culturas, a estos hombres y a estas tierras con las del mundo antiguo.

Después, lograda la Independencia, vino a sentirse también una necesidad de lograr la libertad cultural. Andrés Bello, por ejemplo, afirmó que había llegado el momento de formular una segunda declaración de independencia, la intelectual, y abandonar la insensata costumbre de seguir a ciegas los cauces europeos. Afirmó, pues, el nacionalismo, aunque éste sería pronto sacrificado en aras del positivismo, única filosofía capaz, según se creyó, de hacernos alcanzar el nivel de los pueblos más civilizados. Pero, así como los insurgentes negaron lo español buscando el apoyo de la cultura francesa, así los intelectuales de los años de la Revolución negaron al positivismo, en el que vieron un suicidio cultural, y se empeñaron en afirmar la “esencia patria”.

Vasconcelos fue, quizá, el antecedente más connotado de esta actitud al señalar la unidad étnica y cultural de los pueblos de América, que quiso erigir en dogma y que expresó en el lema que dio a la Universidad. Y la misma preocupación se hizo patente en Caso y Henríquez Ureña, sus contemporáneos, pues para el primero, el amor a la humanidad sólo puede concebirse a través del amor a la cultura y a la tierra propias. El conocernos a nosotros mismos —afirmó Caso— nos lleva también a conocer nuestro puesto dentro de esa unidad más vasta que es la humanidad. Henríquez Ureña, por su parte, vio como una de nuestras tareas fundamentales el deslindar la cultura hispanoamericana en sus rasgos peculiares y distintivos, a fin de situarla como unidad histórica dentro del complejo de la cultura universal. Y tampoco Alfonso Reyes fue ajeno al problema, como lo muestran tantos de sus escritos.

Pero lo que en todos ellos eran hilos dispersos que surgían aquí y allá en la trama de su obra, fue recogido y ampliado por Samuel Ramos, influido por la lectura de Ortega. A este incentivo habría de añadirse otra circunstancia: la segunda Guerra Mundial y el cambio radical que provocó en el panorama mundial. De ella se desprendería una urgente necesidad de encontrar nuestra posición dentro de la turbulenta cultura occidental. El resto es historia tan reciente que desisto de repetirla aquí.

Así, pues, el tema no carece de ascendencia ilustre ni de raigambre filosófica (aunque ello, claro está, no me salvará de caer en innumerables errores), y esto mismo me hace pensar que no está tan agotado como se ha dicho. Cuando un tema filosófico ha mostrado tanta vitalidad es difícil creer que pueda morir de pronto. Y en todo caso, la cultura y los problemas que ella plantea, como característica de lo humano, tendrán vigencia mientras el hombre no se trascienda a sí mismo.

No me queda ya sino advertir que este trabajo ha sido concebido como una simple introducción al tema, como un intento de desbrozar el camino, pero no como una respuesta cabal a las preguntas planteadas, pues considero que ésta sólo podrá lograrse por la combinación feliz de disciplinas diversas, lo que por desgracia no está a mi alcance.


* Las referencias bibliográficas se han hecho de acuerdo con la numeración de la Bibliografía que aparece al final. Así, pues, al citar una obra se pone sólo el número correspondiente entre paréntesis, si bien en algunos casos se ha añadido el nombre del autor.

PRIMERA PARTE