Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Sandra Marton. Todos los derechos reservados.
NICOLO, EL PODEROSO, N.º 52 - abril 2011
Título original: Nicolo: The Powerful Sicilian Publicada originalmente por Mills & Boon
®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-266-7
Editor responsable: Luis Pugni

E-pub x Publidisa

 

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Capítulo 2

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Promoción

Capítulo 1

imageA boda en la pequeña iglesia de Manhattan y el banquete nupcial en la mansión de los Orsini habían ocupado la mayor parte de un día demasiado largo. Nicolo tenía muchas ganas de marcharse. Además, una mujer desnuda lo estaba esperando en su cama.

Llevaba allí desde que abandonara el tríplex que tenía en Central Park West a las diez de aquella mañana.

–¿De verdad que tienes que irte, Nicky? –le había susurrado ella, con un gesto en los labios casi tan sexy como el cuerpo escultural que escondía bajo el edredón de plumas.

Nick comprobó que llevaba la corbata bien puesta en el espejo, examinó su aspecto general. Esmoquin hecho a medida, camisa blanca de seda... Su aspecto era impecable, tal y como había aprendido a hacerlo en el ejército. Entonces, se dirigió a la cama, la besó ligeramente en el cabello y respondió que sí, que efectivamente tenía que marcharse.

No ocurría todos los días que se casara un hermano.

Por supuesto, a ella no le había dicho eso. Simplemente había contestado que tenía que ir a una boda, pero incluso ese dato había bastado para que saltara la chispa en aquellos ojos azules como el mar. Si le hubiera confesado que era un hermano el que se casaba... No le gustaba que las mujeres con las que salía tuvieran pensamientos sobre los hermanos Orsini asociados con las bodas...

–Te llamaré por teléfono –le había dicho. Ella había vuelto a ponerle morritos.

Sin saber por qué, Nick había pensado que el gesto cada vez le resultaba menos excitante y sí más irritante. Por último, le había dicho que le esperara justo donde estaba hasta que él volviera.

Se llevó la copa de champán a los labios mientras pensaba en lo ocurrido aquella mañana.

Maldita sea, esperaba que no lo hiciera. No tenía nada en contra del hecho de encontrar hermosas mujeres en su cama, pero el interés que sentía por aquélla en particular se estaba debilitando rápidamente. Además, el histrionismo de las mujeres en algunas ocasiones cuando se terminaba una relación era lo último a lo que quería enfrentarse después de un día como aquél. Por mucho que quisiera a sus hermanos, a sus hermanas, a su madre, a sus cuñadas y a su sobrinito, aquella clase de reuniones familiares resultaban agotadoras.

Tal vez fuera él. Fuera cual fuera la respuesta, era hora de marcharse.

Miró a través del patio acristalado hacia el jardín que había en la parte trasera de la mansión Orsini. Los arbustos que su hermana Isabella había plantado hacía un par de años estaban floreciendo a pesar de la llegada del otoño. Más allá de los arbustos, los muros de piedra se erguían lo suficientemente altos como para aislar la casa de las calles en las que Nick había pasado su infancia, unas calles que estaban cambiando tan rápidamente que ya apenas las reconocía. La zona de Little Italy que había sido el hogar de generaciones de inmigrantes se estaba convirtiendo en parte del Greenwich Village, con sus tiendas de moda, selectos restaurantes, galerías de arte. «Progreso», pensó Nick, mientras se bebía un poco más de champán. No le gustaba. Había crecido en aquellas calles. No obstante, sus recuerdos de la infancia no eran cálidos y agradables. Cuando el padre de un niño es el don de un poderoso grupo de delincuentes, éste aprende muy temprano que la vida va a ser diferente. Cuando Nick tenía nueve o diez años, se enteró de lo que era Cesare Orsini y lo odió por ello.

No obstante, el vínculo que había tenido siempre con su madre y sus hermanas era muy fuerte. En cuanto al que tenía con sus hermanos...

Sonrió. Ese vínculo iba más allá de la sangre.

Llevaba todo el día pensando en los recuerdos de la infancia junto a sus hermanos. Se habían peleado como cachorros de lobo, se habían fastidiado los unos a los otros sin piedad y también se habían defendido frente a los chicos que pensaban que era divertido meterse con los hijos de Cesare Orsini. Poco después de terminar la adolescencia, los cuatro habían seguido caminos separados para juntarse de nuevo años después. En ese momento, su vínculo se hizo más fuerte que nunca. Fundaron la empresa de inversiones que los había convertido en unos hombres tan ricos y poderosos como su padre, pero sin la fealdad que rodeaba la vida de Cesare.

Todos estaban muy unidos. Raffaele, Dante, Falco y él. De edad parecida, de físico parecido... Hasta en el modo de ser eran similares. Iguales en todo lo que importaba.

¿Iba eso a cambiar? Seguramente. ¿Cómo podían seguir siendo las cosas iguales cuando uno detrás de otro, los hermanos Orsini se iban casando?

Nick se terminó el champán y se dirigió al bar que había a un lado del patio. El camarero lo vio acercarse, le sonrió cortésmente y abrió otra botella de Dom Pérignon para servirle otra copa.

–Gracias –dijo Nick.

«Increíble», pensó, mientras observaba cómo Rafe bailaba con Chiara, su esposa. Sus hermanos, casados. Aún no se podía hacer a la idea. Primero Rafe, luego Dante y por último incluso Falco. Todos sus hermanos se habían enamorado. Absolutamente increíble.

–Tú también te enamorarás algún día –le había dicho Rafe la noche anterior, mientras los cuatro brindaban por la inminente boda de Falco en The Bar, el local del Soho del que eran dueños.

–Yo no –había respondido él. Todos se echaron a reír.

–Claro que sí, hombre –le había asegurado Dante–. Tú también.

–Confía en mí –había apostillado Falco–. Cuando menos lo esperes, conocerás a la mujer adecuada y, sin que te des cuenta, ella tendrá tu pobre y patético corazón en la palma de su mano.

Todos se echaron a reír. Nick no quiso responder. ¿Por qué decirles que ya había pasado por algo así y que no iba a poder hacerlo de ningún modo?

Por supuesto, resultaba posible que sus hermanos terminaran en el lado positivo de las sombrías estadísticas que decían que uno de cuatro matrimonios no duraba. Las esposas de Rafe, Dante y Falco parecían mujeres dulces y cariñosas. Sin embargo, todas las mujeres lo parecían, ¿no?

Engañaban. Para decirlo en plata, mentían como vendedores que quisieran que los esquimales les compraran hielo.

Nick frunció el ceño y se volvió de nuevo a la barra. Dejó la copa intacta de champán sobre la superficie de mármol y dijo:

–Whisky. Doble.

–Lo siento, señor. No tengo whisky.

–Bourbon entonces.

–Tampoco tengo bourbon.

Nick entornó sus oscuros ojos.

–Estás de broma, ¿verdad?

–No, señor Orsini –respondió el camarero, un muchacho de unos veintiún o veintidós años, tragando saliva–. Lo siento mucho, señor.

–Decir que lo sientes no es...

Nick apretó un músculo de la mandíbula. ¿Por qué hacérselo pasar mal al muchacho? No era culpa suya que lo único que hubiera aquel día para beber fuera champán, que costaba unos doscientos o trescientos dólares la botella. Sin duda, había sido idea de Cesare. Su padre creía que por servir bebidas con clase podía borrar el hedor que rodeaba su nombre.

Entonces, recordó que Falco había insistido en pagar él mismo su boda, al igual que Dante y Rafe. Ése era el trato. Los tres accedieron a celebrar la boda en casa de sus padres con esa condición. Isabella se había ocupado de las flores, Anna de la comida y del bar. Si quería echarle la culpa a alguien, debía echársela a su hermana.

–Lo siento –le dijo al muchacho–. Estaba ya harto de champán.

El camarero sonrió y le llenó una copa.

–No hay problema, señor Orsini. Y yo estoy harto de bodas. Trabajé en una ayer por la tarde, en otra por la noche y ahora estoy aquí. Cuando me case, le voy a decir a mi chica que nosotros pasamos de estas cosas.

Nick levantó la copa a modo de brindis. Era la reacción que se esperaba de un hombre como él, aunque, en realidad, habría sido más exacto afirmar que para qué casarse.

No obstante, sabía la respuesta.

Un hombre quería dejar huella en el mundo, una huella duradera. Quería tener hijos que llevaran su apellido. Por lo tanto, sí, seguramente se casaría algún día. Sin embargo, no escogería a su esposa engañándose y pensando que era amor.

En el exterior, a través del cristal, se vislumbraba el plomizo cielo. Habían dicho que iba a llover y parecía que, por una vez, tenían razón.

Nick abrió la puerta y salió al jardín.

Cuando estuviera listo para elegir esposa, lo haría lógicamente. Seleccionaría una mujer que encajara perfectamente en su vida, que no exigiera nada más allá de lo básico, es decir que él le proporcionara una vida cómoda y que la tratara con respeto. Y esto mismo sería lo único que él exigiera a cambio: respeto.

La lógica lo era todo, tanto si era para realizar un negocio como para planear un casamiento. Él jamás tomaría una decisión basada en los sentimientos para absorber un banco o para comprar unas acciones. ¿Por qué iba a hacerlo así para seleccionar una esposa? Fiarse de los sentimientos era un error.

Nick sólo lo había hecho en una ocasión y jamás volvería a hacerlo. Se había acercado peligrosamente, hasta estar a punto de cometer un error. Al menos, no había sido tan necio como para contárselo a nadie. Ni siquiera a sus hermanos.

No lo había planeado así. Simplemente se había guardado lo ocurrido para sí, probablemente porque todo le había parecido muy especial. Como resultado, no había habido ninguna palabra de consuelo. Pero, bueno, había ciertas cosas que era mucho mejor que un hombre se guardara para sí. Cosas como enterarse de que a uno lo han utilizado.

Todo había ocurrido hacía cuatro años. Había conocido a una mujer en un viaje de negocios a Seattle. La mujer en cuestión era inteligente, divertida y muy hermosa. Venía de una familia de clase alta. Ella había conseguido abrirse camino en el mundo de los negocios por sí misma y era la directora financiera de un pequeño banco privado que Nick había ido a comprar a Seattle.

Ese hecho resultó ser la clave de todo.

Ella estaba en la cama de Nick al final del primer día, justo donde él habría querido que siguiera. Antes de que se diera cuenta, habían creado una rutina. Él iba a Seattle un fin de semana y ella volaba a Nueva York al siguiente. Ella decía que lo echaba mucho de menos cuando no estaban juntos. Él admitió que sentía lo mismo. Se había enamorado y lo sabía.

Tras llevar un mes de relación, Nick decidió que iba a hablarle de su padre. Nunca antes había hecho algo similar. Sin embargo, aquello era diferente. Aquello era... Nick había evitado hasta pensar en la palabra en el pasado... era una relación.

Por lo tanto, una noche, mientras estaba tumbado en la cama de ella, se lo contó todo.

–Mi padre es Cesare Orsini –dijo explicándole a continuación que Cesare era el jefe de una importante famiglia de la mafia. Que era un gánster.

–Oh –ronroneó ella–. Eso ya lo sabía, Nicky –añadió con una sexy sonrisa–. En realidad, es muy excitante.

Nick apretó un músculo de la mandíbula. Aquella revelación debería haber hecho saltar las alarmas, pero la parte de su anatomía con la que había estado pensando no tenía el lujo de poseer alarma de ningún tipo.

Se acercaba un largo puente, y Nick le había pedido a ella que lo pasara a su lado. Ella respondió que no podía porque su abuela, que vivía en Oregón, estaba enferma. Anunció que el sábado por la mañana se marcharía en avión para pasar el fin de semana con ella. Prometió hablarle a su abuela sobre el maravilloso hombre que había conocido.

Nick se lo creyó.

Entonces, el viernes por la noche se le ocurrió que podría acompañarla. Así, podría conocer a la abuela y decirle lo importante que era su nieta para él. Y decidió que todo sería una sorpresa.

Tomó el avión de los Orsini para desplazarse a Seattle, alquiló un coche y se dirigió a la casa de la mujer que amaba. Sacó la llave que ella le había dado y entró silenciosamente.

Lo que ocurrió a continuación le dolió tanto como un puñetazo en el estómago.

Ella estaba en la cama con su jefe, el director gerente del banco, riéndose mientras le aseguraba que Nicolo Orsini iba a realizar una oferta por el banco que excedía con mucho su valor.

–Un Orsini y tú, cariño –había respondido el hombre–. Un clásico. La princesa y el mozo de establos...

La delicada copa de champán se hizo añicos en la mano de Nick.

Merda!

El champán se derramó por la chaqueta del esmoquin. Una minúscula gota rojiza rezumó del pequeño corte que él tenía en la mano. Nick se sacó un inmaculado pañuelo blanco del bolsillo y se secó el esmoquin, el dedo...

–Venga, hombre –comentó una voz masculina con cierta ironía–. El champán no está tan malo.

Era Rafe. Se dirigía hacia él con una botella de cerveza en cada mano. Nick lanzó un gruñido de agradecimiento y tomó una de ellas.

–Esto es un milagro –dijo él–. ¿De dónde ha salido?

–No hagas preguntas y así no te contaré mentiras –replicó Rafe frunciendo el ceño–. ¿Te encuentras bien? –añadió, señalando la mano.

–Sí. Ya ha dejado de sangrar.

–¿Qué ocurrió?

Nick se encogió de hombros.

–No era consciente de mi propia fuerza –respondió con una sonrisa–. No hay problema. Iré por algo para limpiar todo esto.

–Confía en mí, Nick. Estoy seguro de que uno de los empleados de catering vendrá enseguida antes de que tú puedas... –dijo. En ese momento apareció una mujer, con escoba y recogedor en la mano– ¿Ves? ¿Qué te decía?

Nick asintió y esperó a que la mujer se hubiera marchado para hablar. Entonces, tocó suavemente la botella de su hermano con la suya.

–Por los pequeños milagros –dijo–, como los hermanos que aparecen con botellas de cerveza en el momento justo.

–Me imaginé que te ayudaría a librarte de esa cara tan larga que tienes

–¿Yo? ¿Cara larga? Supongo que estaba... que estaba pensando ese negocio de Suiza.

–Olvídate de los negocios –dijo Dante apareciendo en escena. También llevaba una botella de cerveza en la mano–. Es una fiesta. ¿Te acuerdas? Gaby me ha dicho que una de las camareras lleva mirándote toda la tarde.

–Pues claro –replicó Nick, porque sabía que era lo que se esperaba.

Sus hermanos se echaron a reír. Estuvieron hablando unos minutos y, entonces, llegó el momento de despedirse de los novios.

Por fin podría salir de allí.

Se despidió de su madre y le prometió que iría a cenar en cuanto pudiera. Su padre no parecía estar presente. «Perfecto», pensó Nick mientras se dirigía hacia la puerta principal. Jamás tenía nada que decirle aparte de saludarle y despedirse de él. Si se encontraba con su padre aquel día, seguramente necesitaría mucho más que eso porque...

–Nicolo.

Demonios. Hablando del rey de Roma...

–¡Qué pronto te marchas, mio figlio! –exclamó Cesare, que iba ataviado en aquella ocasión con un esmoquin de Armani.

–Sí –respondió Nick fríamente.

–¡Qué directo! –comentó Cesare, riendo–. Como yo.

–Yo no me parezco en nada a ti, padre.

–Y eres rápido. Eso también me gusta.

–Estoy seguro de que debería sentirme halagado, pero espero que me perdones si no es así. Ahora, si me disculpas...

–¿Se te ha olvidado que tenías que reunirte conmigo el día de la boda de Dante?

¿Olvidársele? Imposible. Cesare los había acorralado a Falco y a él. Nick había estado esperando mientras Falco y su padre estaban encerrados en el despacho del último. Después de unos minutos, Nick pensó que qué estaba él haciendo allí, esperando como un obediente sirviente. Además, ya sabía lo que su padre querría decirles. Combinaciones de la caja fuerte. Localizaciones de las cajas de seguridad. Los nombres de abogados, contables... Todo lo que Cesare pensaba que sus hijos tenían que saber en caso de que él muriera cuando la verdad era que ninguno de ellos tocaría nada de lo que pudiera pertenecer a la famiglia Orsini.

–Cinco minutos –replicó Nick bruscamente–.

Además, para que lo sepas de antemano, padre, no me interesa nada, a pesar del discurso que puedas haberme preparado.

Felipe, el lugarteniente de Cesare, emergió de entre las sombras mientras padre e hijo se acercaban al despacho del don. Cesare hizo que se apartara su lugarterniente, siguió a Nick al interior del despacho y cerró la puerta.

–Tal vez pueda hacerte cambiar de opinión, Nicolo...

Diez minutos más tarde, Nick miraba fijamente a su padre

–A ver si lo he entendido. Quieres invertir en una bodega. Cesare, que estaba sentado detrás de su enorme escritorio de caoba, asintió.

–Así es.

–La Bodega Antoninni, de Florencia, Italia.

–En la Toscana, Nicolo. La Toscana es una provincia. Florencia es la capital.

–No hace falta que me des clase de geografía, ¿de acuerdo? Quieres invertir en un viñedo.

–Aún no me he comprometido a nada, pero sí, espero invertir en la bodega del príncipe.

–El príncipe –repitió Nick con sorna–. Suena a película de serie B. El príncipe y el mafioso, una farsa en dos actos.

–Me alegra ver que te diviertes –dijo Cesare fríamente.

–¿Y qué vas a hacer tú? ¿Realizar una oferta que no pueda rechazar?

La expresión de Cesare se endureció.

–Cuidado con cómo me hablas.

–¿O qué? –repuso Nick. Se inclinó sobre el escritorio y colocó ambas manos sobre la superficie–. No te tengo miedo, padre. Llevo veinte años sin tenerte miedo, desde que descubrí lo que eras.

–Tampoco me has mostrado el respecto que le debe un hijo a su padre.

–Yo no te debo nada. Si lo que quieres de mí es respeto...

–Estamos perdiendo el tiempo. Lo que quiero de ti es tu asesoramiento profesional.

Nick se incorporó y dobló los brazos.

–¿Qué significa eso?

–Significa que tengo que saber el verdadero valor de ese viñedo antes de hacer una oferta definitiva. Podríamos llamarlo una evaluación financiera.

–¿Y?

–Te estoy pidiendo que hagas esa evaluación en mi nombre.

Nick sacudió la cabeza.

–Yo evalúo bancos, padres. No uvas.

–Tú evalúas propiedades. Es a lo que te dedicas en la empresa que tienes con tus hermanos, ¿verdad?

–¡Qué bien! –exclamó Nick con una cínica sonrisa–. Me refiero al hecho de que te hayas dado cuenta de que tus hijos tienen un negocio tan diferente al tuyo.

–Yo soy un hombre de negocios, Nicolo –afirmó Cesare entornando los ojos–. Soy un hombre de negocios –repitió–. Y tú eres un experto en adquisiciones financieras. El príncipe me ofrece un diez por ciento de interés por cinco millones de euros. ¿Te parece razonable? ¿Debería reportarme más mi dinero o lo perderé todo si la empresa tiene dificultades? –añadió. Entonces, tomó un sobre y lo agitó–. Me ha dado cifras y hechos, pero, ¿cómo sé lo que significan? Quiero que me des tu opinión.

–Pregúntaselo a unos de tus contables –le espetó Nick con una tensa sonrisa–. A uno de los paesanos que te cocina los libros.

–La verdadera pregunta –dijo su padre ignorando el comentario–, es por qué quiere mi dinero. Dice que es para expandirse, pero, ¿es eso cierto? Ese viñedo lleva quinientos años en la familia. Ahora, de repente, él quiere inversores del exterior. Necesito respuestas, Nicolo. ¿Quién mejor para obtenerlas en mi nombre que un hijo mío?

–Buen intento, padre –replicó Nick fríamente–, pero es un poco tarde para que me pidas que haga algo por ti.

–No es por mí –dijo Cesare poniéndose de pie–. Es por tu madre.

Nick soltó una carcajada.

–Eso sí que es bueno. ¡Genial! Que lo haga por mi madre. Sí, claro. Como si mamá quisiera invertir en un viñedo italiano –añadió. De repente, su risa cesó–. No va a funcionar. Por lo tanto, si has terminado...

–Hay cosas que no sabes sobre tu madre ni sobre mí, Nicolo.

–En eso tienes razón. Para empezar, no entiendo qué la empujó a casarse contigo.

–Se casó conmigo por la misma razón por la que yo me casé con ella –comentó Cesare con voz ronca–. Por amor.

–Sí, claro. Ella y tú...

–Nos fugamos. ¿Lo sabías? Ella estaba comprometida con el hombre más rico de nuestro pueblo. Ese hombre es el padre de Chiara, la esposa de Rafe.

–¿Del padre de Chiara? ¿Mi madre estaba comprometida con...?

–Tu hermano lo sabe. Se ha guardado la información, como debe ser. Sí. Sofia y yo nos fugamos –comentó Cesare con una expresión suave en el rostro–. Nos marchamos a la Toscana.

Nick aún estaba tratando de asimilar el hecho de que su madre se había fugado con su padre, pero consiguió mantener la compostura.

–¿Por qué? Si los dos erais sicilianos...

–La Toscana es muy hermosa. No es dura como Sicilia, sino suave y dorada. En Italia, hay muchos que piensan que la Toscana es el corazón de la cultura de nuestro pueblo, mientras que Sicilia y los sicilianos... –dijo Cesare. Se encogió de hombros–. Lo que importa es que era el sueño de tu madre.

Nick se fue sintiendo atraído por la historia

–Entonces, ¿por qué emigrasteis a los Estados Unidos?

–Yo no tenía más habilidades que las que adquirí de niño –dijo Cesare–, habilidades que tenían una utilidad en Sicilia. Y también aquí, en este país. Yo lo sabía, igual que sabía que quería darle a tu madre una vida que no fuera de pobreza...

Nick se inclinó sobre el escritorio y golpeó las manos sobre la superficie de caoba.

–¿Cómo te atreves a utilizar a mi madre como excusa para las cosas que has hecho?

–Lo hecho hecho está –replicó Cesare–. Las decisiones fueron mías y no ofrezco ni disculpas ni excusas por ello. Sin embargo, si pudiera darle a Sofia esto... –añadió, con voz suave–. Un trozo de la Toscana, lo único que me ha pedido en toda su vida...

–Menuda historia –dijo Nick fríamente–. Eso tengo que admitirlo.

¿Sería cierta? El único modo de saberlo era preguntándole a su madre... y él no lo iba a hacer. Cesare podría estar utilizándole, ¿y qué? Aquel asunto no le llevaría más de un par de días de su vida.

–Está bien –anunció Nick–. Te daré dos días. Nada más. Dos días en la Toscana. Después, regresaré a casa.

Cesare extendió el sobre. –Todo lo que necesitas está ahí, Nicolo. Mille grazie.

–No me des las gracias. Dale las gracias a tu esposa por haberse fugado con un hombre indigno de ella hace ya cuarenta años.

Con eso, agarró el sobre, se dio la vuelta y salió rápidamente del despacho.

–Dos días, Alessia –dijo el príncipe Vittorio Antoninni–. Eso es lo único que te pido.

Alessia Antoninni mantuvo la mirada sobre las viñas, que, iluminadas por la luz de la luna, se extendían hasta las suaves colinas de la Toscana. Era otoño y las viñas, a las que ya se les había despojado hacía tiempo de su fruto, parecían muertas.

–Ya te lo he dicho, papá. Tengo trabajo en Roma

–Trabajo –replicó el príncipe–. ¿Así es como llamas a lo de andar sirviendo a los famosos?

Alessia miró a su padre. Estaban en la galería que recorría la parte trasera de la casa, que había sido el hogar de su familia desde hacía varios siglos.

–Trabajo para una empresa de relaciones públicas –dijo ella–. No sirvo a nadie. Trato con los clientes.

–Lo que significa que ocuparte de las relaciones públicas de tu propio padre no debería resultarte esfuerzo alguno.

–No es cuestión de esfuerzo, sino de tiempo. No lo tengo

–Tal vez lo que no tengas es el deseo de ser una buena hija.

Había muchas maneras de replicar a aquella afirmación, pero era muy tarde. Alessia decidió no recoger el guante del lugar al que su padre lo había arrojado.

–No deberías haber accedido a la visita de ese estadounidense si sabías que no ibas a estar disponible.

–¿Cuántas veces te lo tengo que explicar? Me ha surgido algo. No puedo estar aquí para la visita del signore Orsini y sería poco cortés cancelarla.

–Lo que quieres decir es que resultaría peligroso desilusionar a un gánster.

–Cesare Orsini es un hombre de negocios. ¿Por qué creer las mentiras de la prensa sensacionalista?

–Estoy segura de que tus empleados podrán ocuparse de todo. Tus contables, tu secretaria...

–¿Y qué me dices de la cena que organicé? –replicó el príncipe enarcando una ceja–. ¿Crees que sería adecuado que mi ama de llaves ejerza de anfitriona?

–Llevo años sin ejercer de anfitriona para ti. Que tu amante se haga cargo. Ya lo ha hecho antes.

–El signore Orsini nació en este país.