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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Harlequin Books S.A.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tiernas caricias, n.º1565- junio 2017

Título original: Hailey’s Hero

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9563-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Hailey Conway no creía en héroes. Había dejado de hacerlo en su sexto cumpleaños. Con el paso de los años, había aceptado el hecho de que una mujer no podía esperar que alguien la rescatara, no podía pensar que aparecería un hombre en su vida que haría que su existencia fuera perfecta.

Por eso cuando al salir de la farmacia de Granville, un joven le pegó un tirón del bolso, Hailey no gritó pidiendo ayuda. Forcejeó con el ladrón hasta que un empujón la hizo aterrizar con el trasero en el suelo.

En la gasolinera que había justo enfrente, un hombre alto, de pelo oscuro y ataviado con una chaqueta de cuero le pidió al dependiente que llamara a la policía y salió corriendo tras el delincuente.

Hailey se quedó allí de pie, el corazón estaba a punto de escapársele por la boca y le temblaban las manos y las piernas. Creía que no tenía nada roto, pero lo cierto era que la caída le había provocado un dolor de mil demonios en la cadera. Se sacudió la ropa y miró a su alrededor, el ladrón y el desconocido que había ido tras él habían desaparecido.

Al igual que su bolso. Pero no era el dinero y las tarjetas de crédito lo que la preocupaban, era el paquetito que había guardado dentro. Un paquete por el que había viajado treinta y cinco kilómetros.

Justo en ese momento, un coche de policía se detuvo a su lado y un agente bajo y fornido se acercó a ella.

—¿Qué ocurre, señora?

Hailey relató lo sucedido y le señaló al agente la dirección en la que habían corrido el atracador y el desconocido.

—¿Cuál es su nombre?

—Hailey Conway —sólo esperaba no tener que enumerar el contenido de su bolso. Un monedero con treinta y siete dólares, el carné de la biblioteca, las llaves de casa, un paquete de chicles de menta.

Y una caja de preservativos recién comprada.

Nunca había comprado profilácticos en toda su vida porque no había sido necesario. Pero tenía planes importantes para esa noche, lo bastante importantes para enfrentarse a una inminente tormenta invernal y desplazarse al pueblo vecino, donde seguramente nadie reconocería a la bibliotecaria de la escuela de Walden.

Por el momento, su identidad seguía intacta, pero la experiencia había sido bastante bochornosa. La vieja farmacéutica había recorrido lentamente todo el establecimiento para buscar una bolsita mientras la dichosa caja de preservativos quedaba sobre el mostrador a la vista de todo el mundo. Hailey enseguida le había dicho que no se molestase y se había metido la cajita en el bolso intentando no llamar la atención.

—¿Es ése el atracador? —le preguntó el policía señalando la acera de enfrente, donde aguardaba el desconocido sujetando al delincuente.

Si Hailey no se equivocaba, el adolescente llevaba las esposas puestas.

—Sí, el chico del anorak azul fue el que me robó el bolso y me tiró al suelo.

—Espere aquí —le pidió el policía dirigiéndose hacia el delincuente ya apresado. El desconocido de pelo oscuro sacó su identificación, una placa que pareció dejar satisfecho al agente de Granville.

Mientras le leían su derechos al ladrón para después meterlo en el coche patrulla, el desconocido fue hacia Hailey con el bolso en la mano. Tenía el aspecto de alguien al que no le importaba arriesgarse, de un hombre que había visto el lado más sórdido de la vida. Un hombre que, desde luego, no parecía encajar en un pueblo tranquilo como aquél. Y, a juzgar por la ligera cazadora de cuero con que se abrigaba, tampoco pertenecía al frío clima de Minnesota.

Sus ojos marrones oscuro, del color del buen café se clavaron en ella, acelerándole el pulso.

—¿Está usted bien? —le preguntó con voz profunda.

—Sí —respondió ella a pesar del dolor que sentía en el trasero.

Le dio el bolso y ella lo apretó fuerte contra su pecho como si se tratase de un escudo que la protegía de aquella mirada cargada de cafeína y de una extraña sonrisa que la provocaba sin revelar los pensamientos de aquel hombre.

—Gracias.

—No hay de qué —se quedó allí frente a ella con su más de metro ochenta. No era guapo en el sentido clásico de la palabra, pero tenía el atractivo de Marlon Brando en su juventud.

Si ella fuera el tipo de mujer en busca de un héroe, desde luego aquel tipo encajaría a la perfección con el papel. Pero Hailey no buscaba un salvador. En su opinión, el comportamiento heroico de un hombre no hacía más que ocultar defectos de una u otra naturaleza. Los héroes no eran más que hombres corrientes que a veces hacían algo encomiable.

Y a veces no.

—Debería comprobar que está todo —le recomendó señalando el bolso.

¿Abrir su bolso? ¿Teniendo la caja de preservativos allí mismo? ¿Descubrir sus secretos ante un desconocido?

—Estoy segura de que no falta nada. Gracias por perseguir a ese tipo y devolverme mis cosas.

—No se preocupe —respondió como si estuviera más que acostumbrado a poner su vida en peligro todos los días.

Hailey sonrió, pero no dejó de apretar el bolso, le sudaban las manos a pesar del frío.

—Será mejor que mire el interior del bolso —insistió él cuando ella ya creía que se le habría olvidado.

Dio un paso hacia atrás para alejarse de su alcance y, al hacerlo, el dichoso bolso de vinilo negro se le escurrió de las manos y cayó el suelo. Hailey observó horrorizada cómo la brillante cajita de preservativos se salía del interior y se quedaba en la acera frente a él. Ella se quedó inmóvil, con la mirada fija en los oscuros ojos del desconocido, que esbozó una sonrisilla malévola.

—¿No habrá estado robando en tiendas?

—Por supuesto que no —respondió ella tajantemente al tiempo que se agachaba a recoger sus cosas—. Tengo el recibo y se lo puede preguntar a la dependienta.

—Con su palabra me vale.

Al volver a ponerse recta, Hailey vio una sexy sonrisa propia del mismísimo Marlon Brando, pero no se la devolvió.

—Como ya le había dicho, está todo —respondió muy ruborizada y odió a aquel hombre por ponerla tan nerviosa.

—Me llamo Nick Granger, soy detective —se presentó mostrándole una placa que ella no se molestó en mirar detenidamente; sobre todo porque sabía que ya había obtenido el visto bueno del policía.

Desde el día que había cumplido seis años, Hailey había decidido mantenerse alejada de los policías, especialmente de los detectives guapos. Al fin y al cabo, nunca estaban cerca cuando se los necesitaba.

Claro que aquél en particular sí que había estado.

—Gracias por su ayuda —dijo ella—. Y ahora si me disculpa, tengo que volver a casa a preparar la cena.

Nick contuvo la risa. No solía provocar a las víctimas de un atraco, pero aquella castaña de mejillas sonrojadas que llevaba preservativos en el bolso le había despertado el sentido del humor, por no hablar de la libido.

La menuda joven tenía un bonito rostro, una larga melena castaña y unos ojos que parecían un cielo de verano. Pero no era sólo su belleza lo que le resultaba atractivo, también le gustaba el modo en el que levantaba la barbilla en un gesto de terco orgullo. La valentía con la que se había recuperado y la incómoda timidez con la que había querido ocultar los preservativos.

La vio alejarse y subirse a un Honda de más de diez años. Por ahí había un tipo que iba a tener mucha suerte esa noche y él no podía evitar preguntarse quién sería.

¿Su marido?

No, no podía ser su pareja; si así fuera, no se habría avergonzado tanto. ¿Un amante secreto? La idea hizo que Nick sintiera un repentino calor y que en su rostro se dibujara una sonrisa. No le habría importado ser dicho amante.

De eso nada. No estaba en Minnesota a fantasear con una desconocida. Tenía una misión. Debía encontrar a una mujer que vivía en Walden, una pequeña población que se encontraba a unos treinta y cinco kilómetros de allí. El dependiente de la gasolinera había estado explicándole cómo tomar la carretera rural que lo llevaría hasta allí, cuando Nick había visto a aquel delincuente en acción.

Una ráfaga de viento frío lo golpeó en la cara. Se abrochó la chaqueta hasta arriba mientras pensaba en la enorme diferencia de temperatura que había entre Minnesota y el sur de California. Si su viejo amigo y mentor no hubiera necesitado su ayuda, Nick habría pasado la tarde en la cálida arena de la playa de Pacific.

Pero la noche anterior, Harry Logan lo había llamado desde su cama de hospital para pedirle un favor, y Nick no se lo había pensado dos veces. Le debía mucho a aquel detective retirado. De no haber sido por él, la triste vida de Nick habría acabado con él en prisión. O quizá muerto.

Harry había dado a más de un delincuente la oportunidad y los motivos para mirar hacia el futuro con ilusión y olvidar una infancia desgraciada. Así había sido como Nick había empezado a desear convertirse en un hombre de bien, alguien como Harry. Algo que jamás conseguiría porque su viejo amigo había puesto el listón demasiado alto.

Sentía una lealtad sin límites por su mentor y, al igual que los otros doce o trece hombres a los que se conocía como los héroes de Logan, Nick habría hecho cualquier cosa por Harry porque le debía más que un viaje al frío invierno de Minnesota, mucho más. Harry había llevado a Nick a partidos de béisbol y lo había invitado a barbacoas en su casa. Incluso le había pagado la primera matrícula de la universidad, lo que lo había hecho sentirse tan parte de la familia Logan como los hijos de Harry.

—Hailey es mi hija —le había dicho su amigo—. Vive en un pueblo de Minnesota. Quiero que la traigas a San Diego para que pueda verla y hablar con ella. Le fallé hace muchos años y ahora quiero disculparme y pedirle que me perdone.

A Nick le resultaba muy difícil imaginar que Harry hubiese podido fallar a nadie. Era un hombre demasiado bueno, dedicado a su familia y los jóvenes. A los jóvenes en peligro, como Nick.

Le habría gustado hacerle muchas preguntas, pero no quería obligar a su amigo a decir más de lo que deseaba.

—Encuentra a Hailey Conway —le había pedido.

Era una misión sencilla y cuanto antes encontrara a aquella mujer, mejor. Le había prometido a Harry que no volvería a San Diego sin ella. Y tenía la intención de cumplir su promesa.

 

 

Hailey apartó la cortina de encaje de la ventana del salón y vio el cielo oscuro y amenazador. La predicción meteorológica había anunciado una gran tormenta de nieve, acompañada de una drástica bajada de la temperatura. Y, efectivamente, los primeros copos habían empezado a caer sobre el césped ya helado; y había varios grados menos que al salir de Granville hacía poco más de una hora.

¿Habría conseguido Steven salir de Mankato? Sólo esperaba que no se quedara atrapado por el camino porque tenía planes para esa noche y los preservativos que había guardado en la mesilla de noche estaban ahí para demostrarlo.

Pensó en lo ocurrido en el pueblo vecino, recordó al guapísimo detective que ahora también conocía sus planes para la noche; pero enseguida apartó el pensamiento de su mente. Había tenido su primera y última decepción con un policía a los seis años, cuando el hombre al que tanto había admirado había abandonado a su madre.

No. Harry Logan no había sido merecedor de la adoración que la pequeña había sentido por él. Por eso se había negado a hablar con él cuando la había llamado después de veinte años.

Desde que se había mudado a Minnesota, Hailey se había propuesto tener un hogar y encontrar un hombre en el que pudiera confiar. Y había luchado mucho para dejarse distraer ahora. La pequeña casa que había comprado con sus propios ahorros era ahora un lugar cálido y acogedor donde, en aquel momento, reinaba el aroma a carne asada. Miró a la mesa preparada para dos y sonrió satisfecha; platos de loza, copas de cristal fino y un par de velas.

Había invitado a Steven a cenar otra vez. El contable vivía solo y no tenía reparo en admitir cuánto echaba de menos la comida casera. Había un viejo refrán que decía que al corazón de un hombre se llegaba por el estómago. Y, por si acaso el delicioso plato no bastaba para empujar a Steven a hacerle una buena proposición, o al menos a comprometerse, Hailey tenía una alternativa para llegar a su corazón… una seducción sutil e infalible.

Hacía mucho tiempo que no compartía ningún tipo de intimidad con un hombre; seguramente demasiado tiempo. Durante la universidad, la habían atraído los hombres equivocados, ésos que prometían toda la satisfacción sexual del mundo, pero nada a largo plazo. Al darse cuenta de su tendencia a enamorarse de tipos peligrosos, Hailey había decidido concentrarse en encontrar al compañero adecuado, aunque no la volviera loca de pasión.

Había trabajado mucho para conseguir tener una vida predecible y estable y tenía la intención de elegir a su futuro marido de la misma manera que había elegido aquella casita y el coche modesto y fiable que tenía: con mucho cuidado y previsión.

Steven no tardaría en convertirse en su prometido, aunque él todavía no lo sabía. No había muchos hombres como él: brillante, guapo, amable, sincero y leal. Era buen vecino y buen amigo. Quizá su sonrisa no le acelerara el corazón, pero sí le alegraba el alma. Y desde luego, no tenía ningún reparo en mantener relaciones físicas con él. Un par de copas de vino le quitarían los nervios, pero no más o perdería la cabeza.

De pronto vio a Lois Lane quitándole las gafas a Clark Kent antes de besarlo apasionadamente, pero enseguida apartó la imagen de su mente. Aquella velada era algo más que un juego romántico.

Alguien llamó a la puerta y la sacó de sus ensoñaciones. Seguramente sería el pequeño Tommy buscando a su gato, o la señora Billings, la anciana de la casa de al lado que a menudo acudía en busca de una taza de café y un poco de compañía. Ésas eran el tipo de visitas que podía esperar en la tranquila comunidad que había elegido para establecerse.

Al abrir la puerta y ver a su visitante, se quedó sin respiración. El duro detective que había atrapado a su atracador parecía casi tan sorprendido como ella, pero sonrió enseguida.

¿Qué estaría haciendo allí? ¿Habría visto su dirección en el informe policial?

—¿Hailey Conway?

Se limitó a asentir porque no estaba segura de que su voz fuera a responder mientras no podía apartar la mirada de su pelo despeinado y cubierto de nieve, ni de la pequeña cicatriz que dividía una de sus cejas.

—Me ha costado mucho encontrar su casa.

A Hailey no le extrañó pues muchas de aquellas calles no tenían cartel.

—Supongo que no es de por aquí.

—No.

Ya lo imaginaba, pero pensó que sería buena idea ver la placa que antes no se había molestado en leer.

—¿Tiene algún tipo de identificación?

Volvió a mostrarle la placa y esa vez sí la leyó detenidamente. Detective de San Diego.

—Está usted muy lejos de su casa.

—Con un poco de suerte, podré volver pronto. El tiempo allí es mucho más agradable.

Hailey pensó que tenía mirada de detective de película o de serie de televisión, uno de esos detectives que dejaba a las mujeres encandiladas.

—He venido a ver qué tal estaba después del susto —le explicó entonces.

Aquello iba más allá de su deber de héroe. Hailey esperaba que se fuera antes de que llegara Steven. Sintió el impulso de cerrarle la puerta en las narices, pero aquel hombre había tenido el detalle de ir tras su agresor; le debía al menos un poco de amabilidad.

—¿Puedo pasar? Aquí hace mucho frío y me gustaría hablar con usted.

No, deseó decir, pero seguramente estaba allí para preguntarle algo sobre el robo. Así que le dejó entrar.

Nick entró al calor que le ofrecía la casa de Hailey Conway y, aunque le habría gustado ir al grano y decirle por qué estaba allí, por qué había volado desde California para verla, sabía que no sería fácil de convencer. Harry la había localizado y, cuando había reunido el coraje para llamarla, ella le había dado, según Harry, la respuesta que se merecía y había colgado.

Nick había imaginado que Hailey sería mayor ya que Harry y Kay llevaban casados cuarenta años y tenían tres hijos, uno de los cuales había muerto en la primera Guerra de Irak. El hecho de que tuviera veintitantos años le había sorprendido enormemente porque eso significaba que Harry la había tenido después de casarse con Kay y no en un matrimonio anterior como él había pensado. Aunque desde luego, Nick no tenía la menor intención de juzgar a su amigo por haber tenido una aventura.

—Perdí el contacto con ella hace veinte años —le había dicho Harry—. Y no sé si podré arreglar las cosas, pero tengo que intentarlo. Tengo que explicarle muchas cosas y no dispongo de tiempo.

La miró de arriba abajo con la capacidad de análisis de un detective que se preciaba de saber leer en el comportamiento y los movimientos de los demás. Había aprendido a mantener cara de póquer y esconder sus emociones. Pero tenía que admitir que encontrarse con aquella mujer, que tenía los ojos más azules que había visto en su vida, lo había dejado de piedra.

Por lo visto estaba lo bastante enfadada con Harry para colgarle el teléfono en lugar de intentar recuperar la relación con el padre que no había visto durante años. Pero Nick suponía que la historia no sería tan sencilla, aunque eso tampoco lo haría romper la promesa que había hecho.

Quizá tuviera que hacer de policía bueno durante un rato antes de mencionar el nombre de Harry. De todos modos, no pudo contener la curiosidad y observó a la joven que tan poco parecido guardaba con Harry.

Se había cambiado de ropa y, en lugar del enorme abrigo, llevaba un sencillo vestido negro, que aunque era muy discreto, le quedaba como un guante.

—Siéntese —dijo ella señalándole el sofá.

Nick se hundió en los cojines y dio con las rodillas en la mesa de centro, sobre la que había dos revistas, una de hogar y otra de novias.

—¿Se va a casar? —le preguntó de pronto.

—No —el rubor de sus mejillas le dio a entender que su pregunta la había hecho sentirse incómoda; quizá estaba mintiendo o no quería que él se inmiscuyera en su vida privada.

El olor a guiso casero inundaba la habitación. Había una mesa preparada para dos comensales, con copas y velas rojas. Nick sonrió.

—Así que no se oyen campanas de boda, ¿no? Quizá el novio todavía no lo sepa.

Hailey se puso en pie de golpe y cruzó los brazos sobre el pecho con un gesto de enfado. El rubor se hizo más intenso, dando a entender que su comentario había tocado un punto importante por algún motivo.

—¿Quería hablar algo conmigo? —preguntó al tiempo que echaba las dos revistas en una cesta de mimbre que contenía otras publicaciones.

Parecía que Nick iba a tener que mejorar sus modales y quizá incluso utilizar sus encantos, antes de comunicarle el plan de llevársela a California. Por el momento, lo mejor sería dejar a Harry al margen de la conversación.

—Me pareció que su caída fue bastante dolorosa. Los golpes en la cabeza pueden resultar muy peligrosos.

Hailey cruzó los brazos sobre el pecho, levantándose los senos de un modo que atrajo la atención de Nick y lo hizo pensar que podrían llenar las manos de un hombre.

Dios. ¿De dónde había salido un pensamiento tan insensato?