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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Linda Susan Meier

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Besos y secretos, n.º 1427 - julio 2016

Título original: Oh, Babies!

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8685-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Grant:

 

Eres una persona muy exigente, y aunque eso te ha servido de mucho a lo largo de tu vida y te ha proporcionado mucho más éxito del que tu madre y yo creímos posible, debes tratar con cuidado el corazón de las mujeres. A Kristen ya le han roto el corazón una vez.

Un hombre de éxito como tú, con tu don de gentes, debería ser capaz de encontrar un lugar para Kristen en su mundo. Si se parece en algo a mi Angela, será lista, expresiva, cariñosa y buena. No hay duda de que alguien como ella se merece un lugar en tu vida.

Confío en ti y sé que serás lo suficientemente compasivo como para dejar a un lado las enemistades sin sentido, por eso dejo a mis hijos en tus manos… y espero que hagas lo correcto.

Estoy seguro de que sabrás qué hacer.

 

Con cariño,

 

Papá

Capítulo 1

 

Creo que me he perdido —le dijo Kristen Morris Devereaux al mayordomo que abrió la puerta principal de la mansión estilo Tudor. Si la dirección que tenía era la correcta, esa era la casa de Grant, Evan y Chas Brewster, los hombres de los que pretendía obtener la custodia de los trillizos de su hermana. Sabía que los Brewster distaban de ser pobres, pero no había esperado que tuvieran una mansión y un mayordomo. Si esa era su casa, estaban tan alejados de su esfera social que no les parecería más que una paleta.

Por primera vez desde que había descubierto que no estaba sola en el mundo, sintió que el mundo real pinchaba su burbuja de esperanza. Aun así, mantuvo la sonrisa. Tenía que seguir adelante.

—Busco la residencia de los Brewster.

—Es esta —afirmó el mayordomo.

—Bien —dijo ella, aunque se desinfló por dentro. Se obligó a sonreír—. Soy Kristen Devereaux.

Durante un momento, el hombre se limitó a mirarla, examinando su aspecto de pies a cabeza, deteniéndose en su sencillo vestido rojo que, sin estar gastado ni ser feo, probablemente no estaba a la altura de una familia que podía permitirse un mayordomo.

La descarada inspección fortaleció su voluntad. Tras perder a su marido y a su única hermana, Kristen había comprendido que la vida no era siempre fácil. Había tanto en juego que había decidido ser dura, persistente e incluso incisiva, si era necesario. Si ese hombre intentaba derrumbar su recién adquirida confianza, tendría que hacer mucho más que mirar su ropa con aire confuso.

Y él lo hizo; sonrió.

Sus labios se curvaron levemente hacia arriba y los ángulos planos de su rostro se transformaron; pasó de parecer un guardián a parecer el príncipe azul en el baile. Los suspicaces ojos marrones se volvieron cálidos y acogedores. Con su brillante cabello negro, barba oscura y perfecto rostro, era el arquetipo del hombre alto, moreno y guapo. Aunque medía más de un metro ochenta, no era excesivamente grande o musculoso, y lucía el esmoquin con gracia y lánguida sensualidad. Después de recorrer su cuerpo con la mirada y volver a su rostro, Kristen decidió que era un hombre impresionante; toda seguridad en sí misma se disolvió.

—Hola, señorita Devereaux —dijo él, ofreciéndole la mano e iniciando una extraña cadena de escalofríos que se iniciaron en el estómago de Kristen y descendieron hacia sus pies. Cuando soltó su mano, volvió a sonreír—. ¿Quieres que te lleve a hablar con Lily?

—¿Lily? —preguntó Kristen, sorprendida. No tenía ni idea de quién era Lily y, aún más, la sensual sonrisa del caballero no dejaba duda alguna: estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran a sus pies. Eso debería haberla repelido automáticamente, pero Kristen sintió una inesperada oleada de placer al descubrir en sus ojos que la encontraba tan atractiva como él a ella.

—Lily, la novia —sonrió él.

Kristen hizo un esfuerzo por contener un gemido. «¿La novia?» ¡Había llegado en plena boda! Comprendió que él no era mayordomo, sino parte del comité nupcial. Además, parecía pensar que su vestimenta no era apropiada para el evento y, además, que el impacto de verlo le había hecho olvidar el nombre de la novia.

Pensó que era fantástico. Había hecho el ridículo incluso antes de explicar quién era. Una mujer inteligente se marcharía de allí con su inadecuado vestido rojo, pasaría la noche en un hotel y volvería al día siguiente, después de la celebración.

—En realidad soy…

—Aquí estás, Grant —dijo un hombre de aspecto tan elegante y relajado como el de quien le había abierto la puerta a Kristen—. Siento interrumpir. Soy Evan Brewster —se disculpó con una sonrisa, ofreciéndole la mano.

—Kristen Devereaux —dijo ella, comprendiendo, con el corazón en un puño, que estaba en medio de todo.

—Y yo soy Grant Brewster —dijo Grant, apartando a su hermano con el brazo—. Mi hermano Evan está casado, yo no —dijo con desvergüenza—. ¿Quieres bailar?

—No tienes tiempo de bailar, Grant —dijo Evan. Una mujer de unos sesenta años, de cabello corto y rubio, apareció a su espalda, con un bebé en brazos.

El bebé llevaba un vestido rosa con volantes, medias blancas y zapatos negros de pulsera. Antes de que Kristen pudiera examinar sus rasgos, apareció una mujer pelirroja y alta con otro bebé, un niño. Tras ella había una preciosa y joven morena, con otra niña, que llevaba un vestido igual al de la primera pero que tenía el pelo negro y ojos oscuros como los de Grant Brewster. Kristen se quedó mirando a los bebés atónita.

—Fuera hay demasiado jaleo para los bebés, y los tres necesitan una siesta. Pero la señora Romani no puede ocuparse de los tres.

—No soy capaz de ocuparme de uno —dijo la madura señora rubia—. No pienso ni intentarlo con tres.

Grant suspiró y Kristen comprendió el dilema de inmediato. Tanto él como su hermano llevaban esmoquin, y la joven que tenía a la niña de pelo oscuro en brazos llevaba un elegante vestido naranja. Era obvio que los tres cumplían un papel en la boda.

Y los bebés debían ser los trillizos de su hermana. Tenían la edad adecuada, unos diez meses. Además, la primera niña tenía los ojos verdes como Ángela, y el niño tenía su pelo castaño. Eran sus sobrinos.

—Podría ayudar con los niños —se oyó decir Kristen. Era la tía de los trillizos, los Brewster parecían muy atareados; le pareció lógico prestar su ayuda—. Si van a echarse la siesta, la señora Romani y yo solo tendremos que hacerles compañía hasta que se duerman.

Grant la recorrió lentamente con la mirada. O no se creía su ofrecimiento, o no se atrevía a confiarle a los trillizos. Al ver que los demás también la escrutaban, Kristen comprendió que la segunda opción era correcta.

—¿Estás segura de que no te importa? —preguntó Grant poco después—. Ni siquiera has visto a Lily aún.

—Puedo ver a Lily más tarde —dijo Kristen, sin admitir que no la conocía. Estaba en presencia de la familia que controlaba el destino de sus sobrinas y de su sobrino; eran unos ricos desconocidos que no tenían por qué fiarse de ella. Comprendió que cuando les dijera quién era y que quería la custodia de los trillizos, quizá no le permitieran pasar tiempo con ellos.

—Necesitan echarse la siesta —aseveró la señora Romani, y como si quisiera mostrar su acuerdo, el niño rompió a llorar. Una de las niñas se frotó los ojos.

—Y nosotros deberíamos estar afuera con Lily y Chas —dijo la mujer del vestido naranja—. No pueden ocuparse de los invitados solos.

—Yo tengo que hablar con los del servicio de comidas —intervino Evan—. A este ritmo, tardarán por lo menos diez minutos más en empezar a servir.

—De acuerdo, de acuerdo —suspiró Grant, volviéndose hacia Kristen—. Si estás segura de que no te importa, te agradeceríamos que ayudaras con los bebés.

—Será un placer —sonrió Kristen.

La morena le entregó a la niña de pelo oscuro y Kristen tuvo que contenerse para no soltar un gemido de placer. Con el niño en brazos, Grant Brewster acompañó a Kristen y a la señora Romani a la habitación de los niños, que era luminosa y alegre, decorada con ángeles y arcos iris.

Kristen deseaba quedarse con la niña en brazos, pero Grant le indicó que la pusiera en la cuna. Aceptó con resignación, porque no quería llamar la atención. Tumbó a la niña, le quitó el vestido y las medias y le puso un pijama.

—¿Cómo se llama? —preguntó con voz queda cuando la niña se puso de lado, agarró la manta con el puño y se quedó adormilada.

—Taylor —susurró Grant—. El niño es Cody. La otra niña se llama Antoinette, pero la llamamos Annie.

—Annie —repitió Kristen, con una sonrisa.

—Si os parece bien, tengo que volver abajo —dijo Grant, yendo hacia la puerta.

—Sí, sí —farfulló la señora Romani, azuzándolo con la mano—. Nos parece bien.

Él le lanzó una mirada severa, que indicó a Kristen que no le agradaba la actitud de la señora Romani.

—Es un tipo duro —la señora Romani soltó un suspiro de alivio cuando salió.

—Eso parece —Kristen soltó una risita.

—Bueno, es agradable, pero en todo lo referente a los niños, es un auténtico dolor. Cuando acepté este trabajo, tenía intención de trabajar como ama de llaves y niñera, podría ocuparme de los trillizos sin pestañear, porque trabajé en una guardería; pero Grant es tan quisquilloso que preferí ahorrarme problemas.

—No puede ser tan malo —dijo Kristen, sentándose en una de las mecedoras, junto a la señora Romani.

—Malo y peor —la señora Romani señaló a Kristen con un dedo—. Por eso me alegra que podamos estar un rato a solas… «Kristen Devereaux» —la miró con suspicacia—. No llevo mucho tiempo con los Brewster, pero cuando hago limpieza tengo acceso a absolutamente todo. Hace unas semanas, Chas me pidió que guardara unas cosas en los armarios del sótano; vi tu nombre en las cajas con documentos relativos a Angela Morris Brewster —hizo una pausa y sostuvo la mirada de Kristen—. Se quién eres…

 

 

Grant tenía la sensación de que conocía a Kristen Devereaux. Cuando la vio en el umbral de la puerta, no recordó su nombre de la lista de invitados; pero tenía que admitir que, dado su aspecto, le habría importado bien poco que se estuviera colando. Era tan atractiva que se había quedado mudo durante treinta segundos. Hacía años que ninguna mujer había tenido ese efecto sobre él. De hecho, quizá ninguna había conseguido dejarle la mente en blanco, como había hecho Kristen Devereaux.

—Estás raro —dijo Evan, acercándose a su hermano y entregándole una copa de cerveza —, no enfadado, pero tampoco excesivamente complacido.

—Estoy bien —masculló Grant, aceptando el vaso.

Aunque la mayoría de los invitados estaba bebiendo champán, tras la cena, Grant era un hombre sencillo que disfrutaba de la buena cerveza. Que su hermano lo recordase era, en cierto modo, una muestra de respeto; que se la llevara, cuando había miles de cosas que hacer, indicaba que todos se habían percatado de su estado de ánimo. Eso no era bueno.

—No estás bien —aseveró Evan—. Si fuera así, estarías disfrutando de la boda. Siempre sé cuándo algo te preocupa, porque te quedas parada como si estuvieras en otro mundo. ¿Quizá estás pensando demasiado, cuándo deberías estar celebrándolo?

—Algo así —concedió Grant, con una sonrisa.

—¿Cuál es el problema?

Grant pensó que era una buena pregunta. Se planteó cómo explicarle a su hermano pequeño, felizmente casado, que estaba molesto porque el nombre de la mujer que en ese momento cuidaba de los trillizos había hecho sonar campañas de alarma en su cerebro y las había ignorado. Su primer instinto había sido de alerta roja, pero el cabello rubio, los enormes ojos verdes y el suave acento sureño habían ganado la partida. Con ese vestido rojo que acentuaba un tipazo impresionante, si Kristen Devereaux le hubiera pedido las joyas de la familia se las habría dado. «Eso» era lo que lo preocupaba.

—Grant —suspiró Evan, al ver que su hermano no contestaba—, por primera vez en mucho tiempo, las cosas empiezan a irnos bien. El astillero va de maravilla, tenemos ama de llaves y Chas acaba de casarse con una mujer fantástica. ¿Qué diablos puede preocuparte?

Como Grant parecía dispuesto a escuchar, Grant decidió darle una oportunidad a la conversación. Si no mencionaba el hecho de el atractivo de Kristen le había hecho ignorar su alarma y hablaba de lo curioso que era que se hubiera ofrecido inmediatamente a ayudar a la señora Romani, quizá podría justificarse sin parecer un auténtico idiota.

—¿No sientes curiosidad por saber por qué Kristen Devereaux se ofreció a ocuparse de los trillizos?

—¿Por qué iba a sentirla? —Evan arrugó la frente.

—Para empezar, ni siquiera ha saludado a la novia.

—Si es amiga de Lily y ha comprendido que había un problema que podía malograr la fiesta —razonó Evan—, ha sido muy amable al ofrecerse voluntaria. Pero no iba vestida de fiesta. ¿Te dijo que venía a la boda?

—¿Para qué iba a venir si no?

Evan tardó un rato en responder. Saludó con la mano a algunos parientes que estaban sentados alrededor de una mesa al otro lado del patio. Para evitar accidentes, habían rodeado la piscina con enormes maceteros de arbustos en flor. Por fortuna, habían disfrutado de un cálido y soleado día de noviembre. Grant miró a sus parientes y también saludó, pero se dio cuenta de que su hermano tardaba demasiado en contestar.

—Evan —dijo, casi con un gruñido amenazador.

—De acuerdo —dijo Evan, exasperado—. Claire y yo pusimos un anuncio en todos los periódicos de Pittsburgh, solicitando una niñera. Tuvimos tanta suerte con el anuncio de la señora Romani que pensamos…

—¿Qué es eso de que tuvimos suerte con la señora Romani? —exclamó Grant—. La mujer odia a los niños.

—La mujer te odia a ti —corrigió Evan, poniendo un brazo sobre los hombros de su esposa, que se había acercado—. ¿No es verdad, Claire?

Claire, de cabello oscuro y ojos azules, impresionante con su vestido naranja, miró a su cuñado.

—Lo siento, Grant, pero a veces eres muy brusco.

—¡Brusco! —casi ladró él.

—Te dejo por imposible —Evan soltó una carcajada.

—Yo me rindo con vosotros —dijo Grant, alejándose.

Él no tenía ninguna duda de que la señora Romani era una vieja gruñona; pero tampoco podía negar que estaba de mal humor, porque lo estaba. Era un hombre de treinta y seis años que acababa de casar a su hermano pequeño. Él nunca había considerado el matrimonio pero tenía que admitir, aunque solo para sí, que durante la ceremonia se había sentido viejo y solo.

Antes de subir a la habitación de los niños para ofrecer un relevo, se preguntó si ver una chispa de interés en los ojos de una mujer tan bella y sensual como Kristen Devereaux podría hacerle ignorar la sensación de que había algo en ella que no era del todo correcto.

 

 

—Me sorprende que tardaras tanto en venir.

Kristen miró a la inquisitiva ama de llaves, preguntándose si era una aliada o una enemiga. Como suponía que todo el mundo se enteraría de quién era en menos de dos horas, decidió ensayar lo que iba a decirles a los tutores de los trillizos, para asegurarse de que sonara elegante y digno.

—Solo hace unas semanas que me enteré de la existencia de los trillizos. Estaba tan destrozada que no fui capaz de mirar los efectos personales de Angela.

—Lo siento, cariño —la señora Romani le dio un golpecito en la mano—. Debería haber tenido más tacto. Estoy tan acostumbrada a ser grosera con Grant que a veces me olvido de que no todo el mundo es tan bruto e insensible como él.

—Si te cae tan mal, ¿por qué trabajas para él? —preguntó Kristen tras soltar una risa.

—No me cae mal. Solo opino que es un hombre que está demasiado acostumbrado a hacer su antojo —hizo una pausa y miró a Kristen a los ojos—. Si has venido a por los niños, te espera una batalla. Y la perderás. Este es el condado Brewster. Y estos tipos son los Brewster. Entre el astillero y el proyecto del nuevo centro comercial de Grant, emplean al ochenta por ciento de la población; la gente les besa los pies. Sobre todo a Grant. A no ser que los Brewster fueran incompetentes para cuidar a los niños, ningún juez en su sano juicio le concedería la custodia a otra persona.

—¿Estás diciéndome que pierdo el tiempo?

—Digo que tienes que tener cuidado y ser lista.

—Y si tengo cuidado y soy lista, ¿conseguiré a los trillizos? —Kristen escrutó al ama de llaves.

—Esos bebés son Brewster —el ama de llaves negó con la cabeza—. Este es su mundo, su imperio. Algún día serán dueños de todo lo que sus hermanos controlan ahora. Lo máximo que conseguirás es participar en la vida de los trillizos; para eso tendrás que participar en la vida de los Brewster, y después explicarles quién eres.

—No puedo hacer eso. Estos niños son tan Morris como son Brewster. Si los llevo a Texas heredarán un rancho de millones de dólares. Y si no los llevo a Texas, probablemente mi familia perderá el rancho.

—Pueden ocurrir dos cosas —la señora Romani empezó a mecerse—. Una: puedes decirles a los Brewster que necesitas llevar a los niños a Texas para conseguirles el rancho, y los Brewster te dirán que ellos se ocuparán de conseguirlo. Eso implica que «tu» familia puede darlo por perdido —echó una ojeada a Kristen—. Dos: puedes explicarles lo del rancho y quizá dejen que lleves a los trillizos a Texas para que tu familia lo recupere, pero exigirán que los traigas de vuelta. No conseguirás llevártelos permanentemente. Ni siquiera unos meses, a no ser que los Brewster confíen plenamente en ti.

—¿Qué crees que va a ocurrir?

—Creo que vas a contarles lo del rancho. Te darán las gracias y, cuando Chas regrese de su luna de miel, iniciará los trámites necesarios para que los trillizos obtengan la propiedad. Cuando esté en sus manos, no lo considerarán más que otra inversión.

—Pero es mi hogar —protestó Kristen indignada.

—Si les recuerdas eso —concedió la señora Romani—, estoy segura de que te dejarán vivir allí…, hasta que decidan venderlo.

La señora Romani soltó una risa al ver la mirada de pánico de Kristen

—Cariño, estos hombres son listos y rápidos. No permitirán que los trillizos pierdan el rancho y puede que, por sus buenos sentimientos, te dejen vivir en él; pero a la hora de la verdad, solo será un negocio más.

—¿Qué me dices de los niños? —Kristen estudió el rostro de la mujer mientras asumía la cruda realidad.

—¿Qué de los niños?

—Los quiero.

—Los Brewster también.

—Pero deberían estar en Texas.

—Los Brewster creen que deben estar en Pensilvania.

—No lo pintas nada bien —Kristen se miró las manos.

—Y tú no vas a llevarte a esos niños —dijo la señora Romani con franqueza—. Mira, cielo, no creo que tengas ninguna posibilidad pero, para que te hagas una idea de lo que sienten los Brewster por los bebés, y para darles la oportunidad de que te conozcan, sin considerarte una enemiga, te sugiero una opción.

Kristen la miró con curiosidad.

—Acepta el empleo de niñera. Diremos que eres la hija de mi prima, que has venido a verme, y yo te recomendaré para que te contraten.

—No creo que pueda hacerlo —Kristen negó con la cabeza—. No es honrado.

—Entonces, haz las maletas y vuelve a Texas sin los bebés. Y sin llegar a conocerlos de verdad —añadió con énfasis—. Porque Grant no va a dejar que te acerques a más de quince kilómetros si descubre que tu objetivo es llevártelos a tres mil kilómetros de aquí.

 

 

Grant abrió la puerta de la habitación y, al ver a Kristen y a la señora Romani hablando en voz baja, comprendió que no se había equivocado ni exagerado al juzgar el atractivo de Kristen. La melena rubia caía sobre sus hombros y, aunque sus ojos verdes eran intensos y serios, brillaban con calidez. Sintió el deseo como un puñetazo en el estómago. De nuevo.

—¿Cómo van las cosas por aquí? —Evan, siempre tan oportuno, le dio un golpe en la espalda, devolviéndolo a la realidad.

—Fantásticas —dijo la señora Romani, sonriente.

—Muy bien —corroboró Kristen.

—¿Ningún problema con los críos?

—Duermen como niños —la señora Romani se rio de su propio chiste—. Por cierto, antes se nos olvidó explicar que Kristen es la hija de mi prima —miró de reojo a Kristen—. Vino a visitarme, pero cuando le expliqué que buscabais ayuda con los trillizos, se ha ofrecido. Así que ya tenéis niñera, si la queréis.

—Eh, eso es fantástico —exclamó Evan.

Grant contuvo una exclamación de horror. Acababa de entender el por qué de su inquietud. Kristen era pariente de la mujer que era incapaz de decirle dos frases corteses, a pesar de que vivían en la misma casa y le pagaba un sueldo excelente. Tendría a dos Romani en su casa, dos mujeres para irritarlo, regañarlo y gritarle.

—No.

Todos se volvieron a mirarlo.

—¿No? —repitió Evan estupefacto.

—No es bueno que parientes cercanos trabajen juntos —dijo. Sintió una punzada de pesar cuando los preciosos ojos verdes de Kristen se encontraron con los suyos. Era tan bella que deseó acariciar su pálida y aterciopelada piel y sentir las suaves curvas de su cuerpo.

Era consciente de que su razón para no contratarla no era su parentesco con la señora Romani. Eso solo era una excusa. Sentía una gran atracción por ella, y si trabajaba para él, tendría que enfrentarse a la tentación veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

—Mira, Grant —dijo la señora Romani con voz seca—. Kristen necesita este trabajo. ¿No puedes dejar de lado tus sentimientos durante unas semanas y permitir que demuestre que es una buena niñera?

Grant hizo una mueca. La señora Romani no sabía lo cerca que estaba de la verdad.

—Si no funciona —continuó la señora Romani—, se marchará y podréis buscar a otra persona.

—Puede quedarse —dijo Grant, intentando no sonar magnánimo ni condescendiente. No podía hacer nada con respecto a la belleza de Kristen, pero sí podía superar la vulnerabilidad que había sentido al ver a Chas contraer matrimonio. Y lo haría.

Por desgracia, como la señora Romani ocupaba la habitación de servicio de la planta baja, la irresistible Kristen dormiría a solo dos puertas de él. Dio gracias a Dios porque no tuvieran que compartir cuarto de baño. Si la encontrara en la bañera, cubierta de espuma…Decidió no pensar en eso.