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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Judy Russell Christenberry

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Falsa inocencia, n.º 5543 - marzo 2017

Título original: The Last Crawford Bachelor

Publicada originalmente por Silhouette® Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-8787-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Logan, ¿estás seguro de que no voy a molestar?

Michael Crawford se dirigía a su hermano mayor. Tenía veintiocho años y era tan alto como él, pero sabía que Logan seguía considerándolo su «hermano pequeño».

—No seas tonto, Mike. ¿Cómo vas a molestar en un rancho del tamaño del Círculo K? Además, ya sabes que la casa del capataz está vacía. Yo mismo te ayudaré a arreglarla un poco.

Michael miró de nuevo la casita blanca.

—La verdad es que te lo agradezco. Si me quedo en el rancho no echaré tanto de menos a la familia.

—Claro. Además, los niños ya han decidido que tú eres su tío «más especial» —rió Logan.

Se dirigían hacia la casa para reunirse con su mujer, Abby, cuando vieron que se acercaba un coche.

—Parece que tienes visita.

—No espero a nadie —murmuró Logan.

El coche se detuvo a su lado y una rubia guapísima asomó la cabeza por la ventanilla.

—Perdonen, estoy buscando a Beulah Kennedy. ¿Vive aquí?

Michael sabía que el apellido de soltera de Abby era Kennedy, pero dejó que Logan contestase. Al fin y al cabo, él sólo era un invitado.

—¿Quién es usted?

—Daniele Langston. Soy… pariente de Beulah.

—Yo soy Logan Crawford. Mi mujer, Abby, es parte del clan Kennedy. Si quiere hablar con ella…

—¿No le importa?

—Claro que no. Venga con nosotros.

Michael siguió a su hermano y a la rubia, preguntándose qué querría. Abby y sus hermanas habían heredado aquel rancho y mucho dinero cuando su tía Beulah murió. Y si aquella chica era pariente de los Kennedy seguramente querría exigir su parte de la herencia.

El pensamiento le hizo sonreír. Su cuñada siempre decía que era un cínico, como todos los abogados. Y podría tener razón.

Cuando entraron en la cocina, Abby estaba poniendo la mesa.

—Estaba a punto de mandar a los niños… Ah, hola.

—Abby, te presento a Daniele Langston. Dice que es pariente de Beulah.

Abby se echó hacia atrás su larga trenza, sorprendida.

—¿Pariente de Beulah?

—Sí —contestó la joven—. Y me gustaría hablar con ella si es posible.

—¿Hablar con ella? —repitió Abby—. Pero… Beulah murió hace siete años.

Michael observó cuidadosamente a la señorita Langston, convencido de que ella ya conocía la noticia. Pero le sorprendió ver un brillo de tristeza en sus ojos. Bueno, podría ser una buena actriz, se dijo.

—Ah, ya veo. Siento haberla molestado… —empezó a decir, volviéndose hacia la puerta.

—No, no, espere. ¿Qué clase de parentesco tenía con Beulah? —preguntó Abby—. ¿Era sobrina suya…?

—Beulah era mi abuela.

—¡Su abuela! No, eso no puede ser. Beulah no tuvo hijos. Debe haberse equivocado de persona.

—Sí, es posible —murmuró la joven, cortada—. Siento haberles molestado.

Abby la tomó del brazo.

—Espere, no se vaya. Si ha venido hasta aquí será por algo… Si quiere, puedo presentarle a mis hermanas.

—No quiero causar problemas —insistió la rubia, mirando hacia la puerta.

Michael decidió que si estaba interpretando, era una estupenda actriz. Porque de verdad parecía cariacontecida.

—Tonterías. Tiene que quedarse a cenar.

En ese momento el ama de llaves, una mujer de pelo gris, entró en la cocina.

—Ellen —dijo Abby— he invitado a cenar a esta señorita. Se llama Daniele Langston… Ay, perdona, Daniele, te presento a nuestra ama de llaves y la mejor cocinera del mundo, Ellen.

—Encantada —sonrió la mujer.

—Quiero invitar a toda la familia a tomar el postre. ¿Tendremos suficiente?

—Puedo hacer un pastel mientras están cenando —contestó Ellen—. No tardo ni media hora.

Abby se volvió hacia Daniele.

—¿Lo ve? No hay problema. Y ahora dígame, ¿de dónde viene?

—De Amarillo, Texas —sonrió Daniele—. Y llámame Dani, por favor.

—¿Mi marido y mi cuñado se han presentado?

—Tu marido, sí.

Michael le ofreció su mano.

—Yo soy Michael Crawford, hermano de Logan.

Ella aceptó su mano, pero no lo miró a los ojos. Mala señal. Tenía la piel muy suave y, al tocarla, Michael tuvo que tragar saliva.

—Encantada —murmuró, apartando la mano rápidamente.

Quizá porque Michael no intentaba disimular que estaba observándola con atención.

—Voy a llamar a mis hermanas —dijo Abby, volviéndose hacia Logan—. Cariño, ¿te importa llamar a los niños y hacer que se laven las manos? —preguntó, antes de salir corriendo de la cocina.

Michael pensó que debía aprovechar la oportunidad para advertir a su cuñada que, como siempre, estaba siendo demasiado generosa.

—Perdonad un momento —murmuró, saliendo de la cocina.

Llamó a la puerta del despacho, pero su cuñada ya estaba al teléfono, hablando con Melissa. Cuando terminó, Abby levantó la mirada.

—¿Pasa algo, Mike?

—Podría ser. Yo que tú tendría cuidado.

—¿Por qué lo dices?

—Uno no debe invitar a extraños a su casa.

—¿Por qué?

—Porque podrían querer parte de tu herencia.

Abby soltó una carcajada.

—¡Qué cínico eres! No pensarás que quiere estafarnos, ¿verdad?

—¿Por qué no? Dice que es la nieta de una mujer que nunca tuvo hijos… Si pudiera probar algo tendría derecho a una parte de la herencia.

—Pero si es la nieta de Beulah, merece parte de la herencia.

—¡Abby! Muérdete la lengua. No le des armas, mujer.

Su cuñada sonrió.

—Tendré cuidado, pero no creo que quiera engañarme.

—Yo te lo advierto, por si acaso.

—Sí, bueno… tengo que llamar a Beth.

Michael volvió a la cocina, donde Ellen estaba ocupada mezclando la harina y el huevo para el pastel. Dani estaba en la puerta, admirando el rancho. Seguramente, calculando cuánto le correspondía, pensó él.

—¿Has venido conduciendo desde Amarillo?

—Sí.

—Pues debes estar cansada. Hay por lo menos cuatro horas desde Amarillo a Wichita Falls.

—Cinco —contestó ella.

—¿Piensas volver a tu casa después de cenar?

—No.

Michael iba a seguir preguntando, pero Logan y los niños entraban en ese momento en la cocina. La niña, que era una versión bajita de Abby, corrió hacia él con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hola, pequeñaja! —rió Michael, tomándola en brazos—. ¿Dónde te habías metido?

Mirabelle tenía cuatro años y no se estaba quieta ni un segundo.

—He estado pintando la pared y mi padre se ha enfadado conmigo.

Michael miró a Logan. Su hermano malcriaba a los niños, como era natural, de modo que el enfado no podía haber sido muy grande.

—Yo no te he regañado, pero mamá se va a enfadar mucho. Pintamos tu habitación el año pasado, ¿no te acuerdas?

—Sí, pero ahora es este año —replicó Mirabelle.

Michael sonrió. Estaba seguro que la niña no entendía el concepto, pero era lo suficientemente lista como para usarlo en una discusión.

Logan dejó al niño en la trona y le puso un babero.

—Dani, te presento a mi hija Mirabelle… ¿o debería llamarla Miguel Ángel? Y este es nuestro hijo, Scotty.

Dani saludó a los niños con una sonrisa que, absurdamente, aceleró el corazón de Michael.

—¿Tú quién eres? —preguntó Mirabelle.

—Se llama Dani y va a cenar con nosotros —contestó su padre.

—Pero, tío Michael… ¡dijiste que yo era tu novia! —protestó la niña entonces.

—Y lo eres.

—¿Y Dani?

—Acabo de conocerla, tonta —rió él, incómodo.

—Ah, bueno. Entonces, puedes quedarte a cenar.

—¡Mirabelle! No seas maleducada —la regañó su padre.

—He dicho que podía quedarse, papá.

—No eres tú quien decide eso, jovencita.

Con la gracia de una bailarina, Mirabelle se encogió de hombros y abrazó a su tío con gesto posesivo.

—Mirabelle, siéntate en tu silla —suspiró Logan, volviéndose hacia Ellen—. ¿Dónde está tu marido?

—Arriba. ¿Quieres que lo llame?

—Sí, claro. Y yo voy a buscar a Abby. Así podremos cenar de una vez.

Michael sentó a Mirabelle a su lado.

—Floyd y Ellen se sientan juntos al otro lado de la mesa, con Scotty. Pero ponte donde quieras, Dani.

—Gracias —sonrió ella.

Unos segundos después, con la entrada de Floyd, Logan y Abby, la cocina se llenó de gente.

Charlaron sobre varios temas mientras cenaban, pero Michael se percató de que Dani no comía mucho.

—¿Estás a dieta? Porque, en mi opinión, no deberías perder un solo kilo.

—No, no estoy a dieta —contestó ella, mirándolo con sus ojos azules.

—Seguramente, estará esperando el postre —sonrió Abby—. No le hagas caso a Michael. Sigue sin estar civilizado del todo.

—¡Pero bueno…! Logan, ¿vas a dejar que tu mujer diga eso de mí?

Su hermano sonrió.

—Es la verdad. Hasta que no sientes la cabeza…

Los cuatro hermanos de Michael estaban casados, claro. Pero que él siguiera soltero no significaba que no supiera tratar a las mujeres. De hecho, solía portarse educadamente cuando estaba con ellas.

Abby cambió de tema.

—Dani, ¿has vivido siempre en Amarillo?

—Sí… bueno, menos los cuatro años que estuve en la universidad.

—¿Dónde estudiaste?

—En Lubbock.

—¿En Lubbock? Es una buena universidad —rió Logan—. Mis hermanos y yo fuimos a la de Oklahoma, pero si quieres dejamos el tema.

Dani sonrió, pero no dijo nada.

La universidad de Oklahoma y la de Lubbock, en Texas, estaban fieramente enfrentadas a causa de sus equipos de fútbol, pero Dani seguramente no tenía interés por ese deporte.

Siguieron charlando amigablemente, sin sacar el tema de Beulah para no hacerla sentir incómoda. Dani contestaba a las preguntas, pero contaba poco sobre su vida.

Michael se dio cuenta de que lo único que sabían de ella era donde vivía y donde había estudiado. Y él quería saber mucho más.

Cuando terminaron de cenar, Ellen se levantó para quitar la mesa y todos hicieron lo propio, excepto Logan, que se llevó a Mirabelle al lavabo para intentar quitarle los churretes de la cara.

—¿Tus hermanas van a venir con los niños? —preguntó después.

—No, no lo creo —contestó Abby—. Van a dejarlos en casa.

—Muy bien. Mirabelle, ¿quieres ver una película?

—¡Sí! —contestó la niña.

—Puedes tomar un helado mientras la ves con Scotty.

—¡De chocolate! —insistió Mirabelle.

—Muy bien, de chocolate.

Michael siguió al trío, pensando que su hermano quería dejar a Abby y a Dani a solas. Cuando los niños estuvieron sentados en el sofá, con un paño alrededor del cuello para no mancharlo todo de chocolate, le preguntó si debía quedarse a tomar el postre.

—¿Cómo no vas a quedarte?

—No sé, a lo mejor Abby quiere hablar tranquilamente con Dani… Son cosas de familia.

—¿Y tú no eres de la familia?

—Sí, pero…

—Anda, ven, te encantará el pastel que hace Ellen.

De modo que volvieron a la cocina.

No había un solo Crawford que pudiera resistirse a un pastel.

 

 

Ayudar a limpiar la mesa hizo que Dani se sintiera un poco menos incómoda. Le caían bien Ellen y Abby. De hecho, todo el mundo había sido muy agradable con ella… excepto el hermano de Logan.

Sí, era guapo, alto y atlético. Y había sido educado con ella, pero sus ojos lo delataban.

Cada vez que levantaba la cabeza, él estaba mirándola, observándola. Intuía que no la creía sincera.

Pero daba igual lo que pensara, se dijo. Ella sólo quería saber algo de su abuela. Nada más.

Un golpe en la puerta de la cocina interrumpió sus pensamientos. Una chica muy parecida a Abby entró entonces, seguida de un hombre alto y moreno.

—Dani, te presento a mi hermana Beth y a su marido, Jed.

Dani estrechó su mano cordialmente, pero no mencionó la razón de su visita. No sabía si alguno de ellos le hablaría de Beulah, ya que no creían que hubiera tenido una nieta.

—Ah, y esta es mi otra hermana, Melissa y su marido, Rob.

—Encantada.

Una vez sentados a la mesa, Abby decidió sacar el tema:

—Dani cree ser la nieta de tía Beulah.

Dani sospechó que ya se lo había contado por teléfono porque ninguna de las hermanas pareció sorprendida.

—¿Por qué crees que eres su nieta? —preguntó Beth.

—He encontrado unos papeles que dicen que era la madre de mi madre. Por lo visto, dio a mi madre en adopción nada más nacer —contestó Dani, incómoda.

—¿Cuándo nació tu madre? —insistió Beth.

—En 1939. Cuando yo nací, ella tenía cuarenta años. Fui una sorpresa, supongo.

—Entonces, ¿tienes veinticinco años?

—Eso es.

—Mi tía Beulah se casó en 1942 y pensábamos que nunca había tenido hijos…

—¿Pero no lo sabéis seguro?

Las hermanas se miraron.

—La verdad es que no —contestó Abby—. Mi tío murió en 1980, pero ella nos acogió en su casa cuando nuestros padres murieron en un accidente de tráfico.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace veinte años.

—Ya veo —murmuró Dani, pensativa—. ¿Era una persona… agradable?

Beth soltó una carcajada.

—¿Agradable? Era más bien una tía dura.

—¡Beth! —protestó Abby.

—Es verdad. Pero nos quería mucho.

—Lo que Beth quiere decir es que tía Beulah creía que hay que trabajar para conseguir lo que uno quiere. Así que nos entrenó para llevar un rancho. Según ella, era bueno que aprendiéramos a ganarnos el sustento.

—Ah. Entonces, ¿se portaba mal con vosotras?

—No, nunca —contestó Abby—. La verdad es que la pena de perder a nuestros padres se nos pasó enseguida… porque al final del día estábamos demasiado cansadas como para pensar en nada.

Dani cerró los ojos cuando los recuerdos de su propio pasado la asaltaron.

—Ya veo.

—Beulah creía que el trabajo era bueno para reforzar el carácter. Y nosotras pensamos lo mismo —dijo Beth entonces.

—Gracias por contármelo —sonrió Dani—. Siempre he sentido curiosidad por saber algo de mi familia.

—Entonces, ¿de verdad crees que Beulah era tu abuela?

—Sí —contestó ella, levantándose—. Os agradezco mucho que me hayáis hablado de Beulah. Y gracias por invitarme a cenar, pero tengo que irme.

—¿Irte? Pero si no has probado el pastel —protestó Ellen.

—No, es mejor que me vaya —insistió Dani, saliendo al porche.

Abby fue tras ella.

—Espera. La verdad es que nos ha sorprendido mucho tu visita, pero… ¿quién sabe? Si Beulah tuvo un hijo antes de casarse, no sería sorprendente que lo diera en adopción. En esos tiempos, las cosas eran así.

—No la culpo, de verdad. Sólo quería saber algo sobre ella… Y a pesar de lo que habéis dicho, está claro que la queríais mucho. Y ella a vosotras. Me alegra saberlo.

—¿Por qué?

Dani se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—Da igual. Gracias por invitarme a cenar.

Después se alejó hacia el coche, temiendo romper a llorar delante de Abby.