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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jennifer Taylor

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazones rotos, n.º 5513 - febrero 2017

Título original: Adam’s Daughter

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9160-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Elizabeth Campbell estaba a punto de romper la promesa más solemne que había hecho jamás. Por eso, le temblaron las manos al tomar el teléfono.

Siete años atrás, le había prometido a su hermana Claire que nunca se pondría en contacto con Adam Knight.

Aun no estando de acuerdo con la decisión de Claire, Beth le había hecho una promesa y la había cumplido… hasta entonces.

Tras una infructuosa búsqueda de semanas, en las que había llegado a pensar que jamás daría con el paradero de Adam Knight, el destino había hecho que encontrara al fin una pista. La noche anterior, mientras leía unos viejos diarios de Claire, halló por casualidad su número de teléfono. Era poco probable que pudiera localizarlo allí después de todos aquellos años, pero al fin tenía algo de lo que partir.

El problema era que Claire le había contado muy poco sobre Adam Knight. Lo único que sabía era que lo había conocido en el hospital de Londres mientras hacía sus prácticas.

Claire había sido honesta respecto a sus sentimientos por él. No había sido el amor de su vida, sino solo un amante puntual. Después de su pequeña aventura, cada uno había seguido caminos separados. Claire había tratado de contactar con él una vez, pero no había obtenido respuesta. Aquello sembró una vez más sus dudas sobre la conveniencia de hacer o no aquella llamada. Pero el teléfono ya estaba dando la señal de llamada.

Aun en el caso de poder contactar con él, ¿qué derecho tenía a pedirle ayuda? Ya había dejado bien claro años atrás que no estaba interesado.

—¿Sí?

La voz que respondió sonó profunda y masculina y marcada por un tono impaciente que puso a Beth aún más nerviosa si cabía.

—Me… me gustaría hablar con Adam Knight.

—Soy yo. Pero estoy a punto de salir. No tengo tiempo de hablar ahora. Puedo concederle veinte segundos nada más.

—Ya… Entonces será mejor que le llame más tarde —dijo ella, sorprendida de haberlo localizado. No quería estropearlo todo contándole aceleradamente un asunto tan delicado.

—Bien, esa es una buena idea —dijo él interrumpiéndola bruscamente—. Si no estuviera aquí, deje su teléfono en el contestador y yo la llamaré más tarde.

Cortó la comunicación antes de que pudiera responder nada.

Beth colgó y respiró profundamente. No había sido precisamente un buen comienzo. Si aquella era una muestra del carácter de Adam Knight, quizás debiera reconsiderar sus planes. No le había parecido el tipo de hombre que se sacrificaba por nadie, pero eso era algo que ya había sospechado hacía tiempo.

No obstante, le resultaba preocupante.

Se preparó para irse a trabajar a Winton. Llevaba una mes allí y le encantaba su nuevo trabajo. Ansiosa por dejar St. Jude había enviado su currículum a la Clínica Cheshire en el instante mismo en que había visto el anuncio. El hecho de que la oferta incluyera un apartamento justo encima de la clínica había sido un aliciente más.

Los precios de los alquileres se habían puesto imposibles y dudaba que hubiera podido permitirse algo más que un habitación con el salario que tenía. Se recogió el pelo y miró de un lado a otro de la habitación. Al menos tenía un lugar decente para cuando Hannah volviera a casa.

Si es que volvía.

Beth miró con inmensa tristeza la foto de su sobrina que tenía sobre la mesilla. Era del año anterior y Hannah posaba feliz, con su hermosa mata de rizos oscuros alrededor de aquel rostro iluminado por grandes ojos azules.

Le resultaba difícil asimilar la apariencia tan distinta que tenía la niña en aquel momento, pero ver lo que había sido y compararla con cómo estaba ratificaba que había hecho bien contactando con Adam Knight. Lo llamaría en cuanto volviera de trabajar.

Bajó a la clínica. Aunque apenas eran las ocho, Christopher Andrews, el socio más joven, ya estaba en su consulta. La semana anterior, Jonathan Wright, el socio más veterano, había sido ingresado de urgencias en el hospital y le habían tenido que colocar un marcapasos.

La situación había resultado bastante dura para Beth, pues, a pesar del poco tiempo que llevaba trabajando allí, le había tomado mucho cariño al doctor.

Beth se dirigió a la puerta de Christopher y llamó.

—¿Cómo está Jonathan? —le preguntó en cuanto Christopher la instó a entrar.

—Todo lo bien que se puede esperar. Eso ha sido lo que me han dicho en el hospital cuando he llamado esta mañana —Chris suspiró.

—Ya. Lo que equivale a «mandarte a paseo» —dijo Beth—. Yo misma dije esa frase muchas veces cuando estaba en la unidad coronaria.

—Se me había olvidado que estuviste trabajando allí —dijo él—. Encajas tan bien aquí que tengo la sensación de que llevas con nosotros toda la vida. En realidad, solo llevas unas semanas.

—Ya va para un mes —dijo ella sonriendo ante el cumplido—. Soy casi un miembro definitivo del equipo. En un par de semanas ya habré superado el periodo de prueba.

—Creo que ya lo has superado. La semana pasada Jonathan comentó que estaba muy contento con tu trabajo —dijo Christopher y suspiró otra vez—. Solo espero no ser yo el que lo decepcione. Me va a ser muy difícil mantener su ritmo de trabajo.

—Seguro que vas a necesitar ayuda —preguntó Beth. La consulta tenía demasiados pacientes como para que Christopher pudiera arreglárselas solo.

—Sí, claro que la voy a necesitar. No soy Superman y no me importa admitirlo. Creo que el personal de apoyo ya está de camino. Cuando hablé con Mary la última vez, me dijo que había hablado con su sobrino y que ya estaba a punto de regresar a casa. Seguramente se ha ofrecido a cubrir el puesto de Jonathan hasta que él vuelva.

—No sabía que Jonathan y Mary tuvieran un sobrino médico.

—Hace poco que volvió a Inglaterra. Ha estado en Ruanda colaborando en un programa de ayuda. Antes de eso estuvo en la India. Nos conocimos tiempo atrás y, en seguida, establecimos una muy buena relación. Es una persona comprometida y se parece mucho a Jonathan.

—Tiene que serlo si está trabajando en programas de ayuda —dijo ella—. Hay que ser muy especial para poder desempeñar ese tipo de trabajo.

—Sin duda. Va a ser un gran cambio para él. Pero me alegra mucho saber que no voy a estar solo mucho tiempo más. Ya estamos saturados incluso cuando no falta ninguno de nosotros.

Aquellas palabras resultaron proféticas, pues fue una de las mañanas más ajetreadas desde que ella había empezado a trabajar allí.

A pesar de que le había gustado mucho su trabajo en St. Jude, reconocía que la diversidad de tareas que hacía en la clínica la fascinaba. Nunca sabía qué nuevo reto le propondría el día.

En aquel momento, estaba curando la herida de un niño de cuatro años.

—Ahora, tienes que tumbarte para que compruebe que no hay más tierra en la rodilla —le pidió a Michael Thomas con una sonrisa.

Su abuela lo había llevado allí después de que el niño sufriera una caída en el parque.

El niño asintió dudoso, aún con lágrimas en los ojos.

Beth lo puso sobre la camilla y comprobó con una lupa que la herida estaba limpia.

—Ya está. Además, no es nada importante.

—¡Cómo me alegro! —dijo la abuela—. No quiero que mi nuera deje de confiar en mí. Además, yo creo que hoy me ha dicho que me lo llevara porque están preparando algo. Va a ser mi cumpleaños, cumplo setenta, y creo que Diane y mi hijo Robert están planeando darme una sorpresa.

—Vamos a tener una fiesta, abuela —dijo Michael—. Pero mamá me ha dicho que es un secreto.

Beth se rio.

—Creo que ya ha dejado de serlo.

Cubrió la herida con una gasa impregnada de antiséptico y le añadió un esparadrapo decorado con personajes de dibujos animados.

El niño salió sonriente de la consulta, sin dejar de mirar la gruesa tira animada con sus muñecos favoritos.

—Otro cliente satisfecho —dijo Eileen, la recepcionista, al verlos salir.

—Creo que sí.

—Si todos fueran así de fáciles de complacer —comentó Eileen antes de que un gesto de sorpresa apareciera en su rostro—. Pero ¡mira quién está aquí!

Beth se dio la vuelta y se quedó paralizada al ver al hombre que acababa de entrar en la clínica. Era alto y guapo, tanto como para hacer que más de una cabeza se volviera a su paso. Pero no era eso lo que la había sorprendido, sino que había en él algo tremendamente familiar y, sin embargo, estaba segura de no conocerlo.

—Llegué anoche muy tarde —dijo él, y la recepcionista, una mujer amigable de mediana edad, salió del mostrador y se lanzó a sus brazos—. ¡Pero ha valido la pena venir para ser objeto de tan efusivo recibimiento! Me alegro mucho de verte, Eileen. Estás estupenda.

Beth sintió un escalofrío. No solo le resultaba familiar su cara, ¡sino también su voz! ¿Dónde la había oído antes?

Estaba dándole vueltas a la cabeza para encontrar una respuesta cuando él la miró.

—Sé que esto debe sonar extraño, pero, ¿nos conocemos de algo? —la miró fijamente y ella se encogió de hombros—. Me resulta muy familiar y no recuerdo dónde la he visto.

—¡Creo que tendrás que buscarte una excusa mejor que esa para acercarte a ella! —Eileen lo tomó del brazo y se lo llevó al mostrador de recepción—. No creerás que una chica inteligente como Beth va a caer en esa trampa.

—He perdido práctica en eso de entablar conversación con las mujeres, por eso sigo con los viejos recursos de toda la vida —se rio él mientras se aproximaba a Beth.

En cuanto lo tuvo cerca, ella lo examinó curiosa. Tenía unos hombros muy anchos, un vientre plano, una cintura estrecha y unas caderas bien proporcionadas. Iba vestido con unos pantalones de algodón de color caqui y una camisa a juego. Aunque iba limpio, la ropa estaba arrugada.

Beth tuvo la impresión de que era el tipo de hombre al que los bienes materiales le importan poco. Llevaba ropa barata y un vulgar reloj con correa de cuero. No parecía querer impresionar a nadie con su apariencia.

—Lo intentaré de nuevo —dijo él y le tendió la mano a Beth—. Me gustaría saber dónde nos hemos visto antes y le pido disculpas por no recordar el lugar exacto. Supongo que mi cerebro no está funcionando al cien por cien después de tantas horas metido en un avión.

—Lo cierto es que no creo que nos hayamos visto nunca antes —respondió ella con una amplia sonrisa—. Aunque he de confesar que yo también tuve la misma sensación al verlo entrar.

—Quizás nos hayamos conocido en otra vida —sugirió él.

El teléfono sonó en aquel momento y Eileen no tuvo más remedio que dejarlos, aunque era patente que estaba intrigada por lo que estaba ocurriendo.

Beth decidió dejar el asunto. Tenía mucho trabajo que hacer, y eso era lo primero por muy agradable que aquel interludio le resultara.

—¿Quién sabe? —respondió ella con una sonrisa y trató de retirar la mano. Pero él no se lo permitió.

—Todavía no me ha dicho su nombre.

—Lo siento. Me llamo Beth Campbell, y soy la nueva enfermera… —se detuvo al sentir que él inspiraba con fuerza.

—Eres la hermana de Claire, ¿verdad? No me extraña que me resultaras tan familiar. Te pareces mucho a ella —la miró de arriba abajo con aquellos ojos azules y penetrantes—. Siento lo que le ocurrió. Estaba fuera del país cuando murió y no me enteré hasta tiempo después. La verdad es que la noticia me afectó mucho, a pesar de que hacía años que no la veía.

—¿Conocías a Claire? —susurró Beth, y apartó la mano rápidamente, temerosa de que notara el repentino temblor de sus dedos. Su mente estaba empezando a poner todas las piezas juntas y una razonable sospecha de quién era empezaba a hacerse cada vez más una realidad.

—Sí, trabajamos juntos en Londres, tiempo atrás. Llegamos a ser buenos amigos. Soy Adam Knight. Quizás me mencionara en algún momento.

—Sí lo hizo —Beth sintió de pronto que el suelo se tambaleaba bajo sus pies. Tenía que irse de allí antes de desmayarse—. Será mejor que vuelva a trabajar. Tengo un montón de pacientes esperando.

—Yo iré a decirle a Christopher que estoy aquí. Querría haber llegado un poco antes, pero he parado en el hospital para ver cómo estaba mi tío Jonathan —respondió él en un tono aparentemente tranquilo, pero ella había notado su sorpresa ante su brusca reacción.

—¿El doctor Wright es su tío? —preguntó ella. Eso significaba que no solo estaba de paso, sino que se quedaría a trabajar allí una temporada. Beth se sentía en mitad de un sueño absurdo.

—Sí. Y justamente por eso nos conocimos Claire y yo. Un día me oyó decir que tenía un tío en Winton y se acercó a decirme que ella había crecido cerca de aquí —Adam suspiró—. Las cosas a veces ocurren de modos curiosos. No se sabe si es casualidad o el destino.

Ella tampoco lo sabía.

Beth dijo algo y se fue a toda prisa hacia su consulta. Cerró la puerta y tardó unos minutos en recomponerse.

Aquel nuevo giro que habían tomado las cosas cambiaba por completo la situación. Si Adam Knight estaba vinculado a la clínica, ¿cómo iba a pedirle ayuda cuando no sabía cómo iba a reaccionar?

Una cosa era pedirle a un extraño su colaboración, y otra pedírsela a un colega. Si le decía que no, la situación se haría insoportable. Además, aquel trabajo era muy importante para ella y no podía arriesgarse a perderlo.

Pero, ¿era más importante que Hannah?

Beth suspiró.

Nada era más importante que Hannah, ni su trabajo, ni la reacción de Adam Knight. Solo importaba la niña, ¡nada ni nadie más!

 

 

Beth consiguió atender al resto de los pacientes con una aparente calma. Recogió todo y llevó las fichas a recepción, donde Eileen se disponía a marcharse.

—Déjalas en la bandeja. Las ordenaré más tarde. La cosa no ha estado tan complicada hoy. Ahora que Adam está aquí, espero que nos las arreglemos hasta que el doctor Wright regrese.

Beth sonrió y asintió, aunque sin escucharla, pues estaba más atenta al sonido de una voz masculina y familiar.

—Me voy a hacer visitas —dijo Christopher—. Según me ha dicho Adam, ya os habéis presentado. Él se va a encargar esta tarde de los pacientes para que no tenga que volver a toda prisa aquí. Creo que voy a tomarme mi tiempo para comer y así puede que vea las cosas con más optimismo —se volvió hacia el otro médico—. Gracias por estar aquí, Adam. Te dejo en manos de Beth. Es una enfermera muy eficiente.

Se hizo un pesado silencio en el instante en que Christopher y Eileen se marcharon. Beth sabía que Adam estaba aún en la puerta, pero no se atrevía a mirarlo. ¿Sería aquel el momento de decirle que había tratado de ponerse en contacto con él, o debía esperar a más tarde? Tenían que trabajar juntos toda la tarde y aquello podía hacer que la situación resultara difícil.

—¿Te habló Claire de mí alguna vez?

Ella se sobresaltó al oír la pregunta. Se dio la vuelta y se lo encontró mirándola fijamente.

—Alguna vez —dijo ella.

—¿Te contó algo malo? —él debió notar el gesto de sorpresa en el rostro de ella, porque sonrió ligeramente—. Antes tuve la sensación de que no te había resultado precisamente agradable descubrir quién era yo. Me preguntaba si sería por algo que te hubiera dicho Claire.

—¿Debería haberme dicho algo malo?

—No que yo sepa —se apoyó en la jamba de la puerta—. Nunca tuvimos ningún problema. Al menos no por mi parte.

—Entonces no tienes de qué preocuparte —dijo ella con una sonrisa tensa, y se encaminó hacia la puerta con intención de salir. Él no parecía dispuesto a dejarla escapar tan fácilmente. Beth se detuvo.

—¿Cuánto te contó tu hermana sobre nuestra relación?

—Lo suficiente —lo miró directamente a los ojos para demostrar que la conversación no le resultaba embarazosa—. No entró en detalles, claro está, pero sí me dijo que habíais sido amantes, si eso es a lo que te refieres.

—Ya veo. ¿Y cómo te sientes al respecto? ¿Te molesta? —preguntó él.

—No —respondió ella—. ¿Y a ti? ¿Te molesta que yo lo sepa?

—No —se encogió de hombros en un gesto aparentemente desenfadado, pero su mirada era muy intensa—. Todo aquello ocurrió hace mucho tiempo y no creo que deba repercutir en nada. No pienso que haya ningún motivo para que aquella relación con tu hermana influya en nuestra relación laboral. Sin embargo, tengo la sensación de que algo te está perturbando.

Beth apartó la vista, porque no podía mantener la mirada fija en la de él. Una parte de ella quería contarle la verdad mientras que otra se resistía a hacerlo, temerosa de las consecuencias. Debía ser precavida hasta tener una idea más clara de cuál sería su reacción.

—Simplemente me ha sorprendido encontrarte aquí. Claire nunca me habló con detalle sobre ti, y no suponía que fueras pariente del doctor Wright.

—Ha debido de ser una extraña sorpresa —dijo él.

—Sí —respondió ella con total sinceridad.

Él pareció relajarse con aquella respuesta y sonrió. Beth se puso tensa. Era tremendamente atractivo, pero cuando sonreía se convertía en irresistible.

—Supongo que yo no estoy ayudando a mejorar la situación con este examen al que te estoy sometiendo. Mi única excusa sería decir que no esperaba encontrarme a la hermana de Claire aquí. Ella me hablaba con frecuencia de ti. Te quería mucho.

—Yo también a ella —admitió, con unas inoportunas lágrimas amenazando con salir de sus ojos.

—Lo siento, ahora encima te he puesto triste. Eso era lo último que yo quería hacer —su tono era suave y comprensivo.

Beth se tomó su tiempo antes de responder.

—No es tu culpa. Ha sido un año difícil, con la muerte de Claire y… —se detuvo de golpe al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir.

El corazón se le aceleró al ver el modo en que Adam la miraba.

—¿Y qué? ¿Qué ibas a decir? —le preguntó él—. ¿Por qué tengo la sensación de que me ocultas algo?

—No… no sé a qué te refieres —murmuró ella evitando sus ojos.

—¿De verdad? —hizo una pausa para darle opción a que se explicara.

Ella no estaba preparada para hacerlo. Era importante que no cometiera ningún error. Más aún si quería que él la ayudara. Pero, ¿era aquella una posibilidad real? Todo apuntaba a que probablemente diría que no. Jamás había respondido a las cartas de Claire y nunca había tratado de ponerse en contacto con ella. ¿Eran esas las acciones de un hombre dispuesto a ayudar?

Ella se mordió el labio indecisa y suspiró.

—Estoy interrogándote de nuevo, ¿verdad? —dijo él con una sonrisa con la que parecía querer pedir disculpas.

No obstante, era patente la curiosidad que sentía sobre el comportamiento de ella.

Beth trató de suavizar las cosas.

—La verdad es que se ha creado una situación muy extraña —advirtió ella.

—Sí, supongo que ha sido eso —frunció el ceño como si estuviera considerando la idea—. Ninguno de los dos nos esperábamos algo así.

Imagino que, aparte de la sorpresa, estarás tensa por tener que trabajar con un médico del que no sabes absolutamente nada y que no va precisamente vestido para la ocasión. Pero, a pesar de mi lamentable aspecto, te aseguro que tengo todos los títulos necesarios para ejercer.

Ella se rio y se sintió algo más relajada.

—No tienes que probarme nada. Estoy dispuesta a admitir tu palabra sin necesidad de que me muestres tus títulos.

—Muchas gracias, te agradezco el voto de confianza —él sonrió y, una vez más, Beth sintió que el corazón se le aceleraba. Hacía tanto tiempo que no reaccionaba así ante la sonrisa de un hombre—. La compañía aérea ha perdido mis maletas y no he podido cambiarme.

—¿Te las han perdido?

—Sí, así es. No pude conseguir un vuelo directo y tuve que hacer escala en dos sitios. No sé exactamente en cual de los dos se ha quedado el equipaje. Por suerte, traía una pequeña bolsa de mano con algo de ropa y al menos he podido ponerme ropa limpia para venir aquí —soltó un profunda carcajada—. Mi tía Mary va a buscar algunas de las cosas que me dejé aquí la última vez que estuve, pero dudo que nada de lo que encuentre vaya a mejorar mi imagen. En cualquier caso, nunca he sido particularmente elegante, la verdad sea dicha —el teléfono sonó en recepción y él hizo una pausa—. Supongo que querrás irte a comer cuanto antes, así que yo responderé. ¿Hay algo que deba saber para esta tarde?

—Nada de particular. Son todo revisiones de embarazos y esperamos pocos problemas.

—Muy bien. Entonces nos veremos luego.

Adam se encaminó hacia la recepción y, momentos después, Beth oyó su voz profunda respondiendo al teléfono.

No tenía tiempo que perder. Además de no querer responder a ninguna otra inoportuna pregunta, quería aprovechar para ir a ver a Hannah.

Hasta entonces no se había dado cuenta de lo difícil que sería hablarle a Adam de la hija de Claire.