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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Nancy Warren

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Noticia de última hora, n.º 1241 - diciembre 2015

Título original: Hot off the Press

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7362-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Fragmento de «Notas de Cine», Tess Elliot, The Pasqualie Standard, 10 de febrero:

 

 

Este fin de semana se estrenaron dos nuevas películas: Una boda campestre y Boneblaster III. Una boda campestre es una película cálida, inteligente y con una impresionante puesta en escena, basada en la novela del siglo XIX. Les recomiendo este sensible retrato de una mujer atrapada entre las restricciones de un sistema de clases y los deseos de su corazón.

Si prefieren ver forzudos persiguiendo a jóvenes bonitas y tontas, todo silicona, mientras saltan por los aires un montón de cosas, entonces les encantará Boneblaster III.

 

 

Fragmento de «Las Películas Favoritas de Mike», por Mike Grundel, The Pasqualie Star, 10 de febrero:

 

 

Fans de Boneblaster, la película que llevamos tanto tiempo esperando llegó a los cines este fin de semana. ¡Boneblaster III es de momento la mejor de la saga! Hans Grosskopf aniquila a los comandos del espacio exterior con una artillería terrorífica, salvando al mundo y acostándose con nenas vestidas de cuero negro. Cuando se planta de pie sobre las humeantes ruinas de sus enemigos y dice: «¡Os lo avisé, escoria!», uno siente que es una de esas frases para los anales de la historia del cine. Le doy un diez a Boneblaster III.

También se ha estrenado este fin de semana Una boda campestre, un auténtico agasajo al tedio. Un grupo de ingleses pretenciosos se pasan tres días casándose. ¡Por favor! ¿Es que allí no han oído hablar de las bodas rápidas de Reno? Una boda somnífera se lleva el Tomate Podrido de esta semana. Hasta la semana que viene: «¡Os lo avisé, escoria!».

 

 

Mike Grundel entró despacio en la sala de cine y percibió un intenso olor a palomitas. Había comido una manzana y una chocolatina a la carrera mientras intentaba establecer con certeza una fuente de información en relación con la historia Cadman.

Delante de él vio a una chica estupenda con unos pantalones muy ceñidos. Intentó olvidarse del hambre que tenía mirando aquel trasero redondeado y aquellas piernas largas. Entonces se sonrió mientras se acercaba más a ella; reconocería aquel cuerpo en cualquier sitio.

Cuando estaba a pocos centímetros de su elegante espalda se deleitó contemplando las tonalidades de su cabello: trigueño, dorado y con un toque de platino; y aspiró el aroma cítrico de su champú. Nunca olía a perfume, con lo cual asumió que no lo usaba. Claro que a él le parecía estupendo; prefería el olor a mujer.

–Eh, nena –dijo–. ¿Vienes aquí a menudo?

Tess Elliot se dio la vuelta, y una expresión divertida asomó a sus ojos gris claro.

–¿No tienes otra entrada más original?

Él se encogió de hombros con actitud despreocupada.

–Normalmente no me hacen falta.

Ella soltó una risotada ahogada.

–Me sorprende que puedas soportar el peso de un orgullo como el tuyo.

–Tú lo mantienes a raya –le dijo con más sinceridad de la que ella podría haber imaginado.

O tal vez hubiera leído en sus palabras más de lo que él había pretendido, puesto que lo miró con los ojos muy abiertos y la chispa de atracción que ambos se empeñaban en ignorar continuamente vibró entre ellos.

–No estaba segura de que fueras a estar aquí esta noche –dijo ella en tono bajo.

–Donde haya un estreno, allí estaré yo –contestó Mike, deseando que no fuera así.

Pasarse de la sección de noticias a la de crítica de cine había sido un duro golpe que se había dejado dar por varias razones. Aun así estaba fastidiado.

Tess lo miró divertida.

–No sé por qué pero me parece que la película de esta noche no te va a gustar. No hay ni tiros ni explosiones.

Cuando se acercó un poco más, la expresión divertida de Tess se volvió de recelo. Así, tan de cerca, Mike pudo contemplar que la perfección de su piel nada tenía que ver con los cosméticos.

–Habrá explosiones de pasión –comentó, y se deleitó al ver que su comentario le había subido los colores.

Siempre que Tess y él estaba juntos, la atracción era muy fuerte. Mike jugaba con ello como jugaría un niño con una cometa, tirando de la cuerda, soltándola otro poco, pero nunca del todo. Él pensaba que eso estropearía el juego. ¿O no?

¿Qué haría la hija del importante y acaudalado Walt Elliot si a un periodista recientemente bajado de categoría, de una familia normal, se le metiera en la cabeza dejarse llevar por sus impulsos y la besara?

Intrigante. Tanto, que Mike fijó la vista en sus labios carnosos. Se preguntó qué haría el padre si encontrara a un tipo que no era de su clase intentando ligarse a su hija. Mike se imaginó sus partes pudendas colgando del espejo retrovisor de uno de los deportivos de Walt y enseguida dejó de soñar despierto.

No. Lo que sentía cuando estaba con Tess era porque pasaban mucho tiempo juntos. En cuanto recuperara su antiguo puesto, se olvidaría de Tess, de sus grandes ojos grises, de esos labios que lo provocaban y de ese cuerpo pecaminoso.

–Siguiente –dijo la dependienta con impaciencia, sacándolo de su ensimismamiento.

Tess pestañeó y se volvió hacia el mostrador, y Mike suspiró sin darse cuenta. Lo que debía hacer era dejar de pensar en Tess Elliot, dejar de soñar con ella. En cuando cazara a Cadman volvería a la arena, y Tess se perdería en la insignificancia.

–Un agua tónica, por favor –dijo Tess con aquella voz clara y aterciopelada.

Agua tónica, debería habérselo imaginado. Nada de palomitas grasientas ni refrescos azucarados para Tess Elliot.

–Mucha gente piensa que una película sin palomitas es como el sexo sin orgasmos –le dijo mientras recibía su bebida.

Ella se volvió y lo miró con las cejas levemente arqueadas, como una princesa a un vasallo.

–Más bien como intentar mantener una conversación inteligente contigo –dijo, y se dio la vuelta camino de la sala.

¿Cómo podía dejar de desearla? Era lista, preciosa, sexy y sus comentarios lo desafiaban constantemente.

–Una gigante de palomitas, con mucha mantequilla –le dijo a la jovencita que atendía–. Y una cola bien grande –añadió en tono lo bastante alto para que Tess pudiera oírlo.

No solo le habían bajado de categoría condenado a escribir crítica de cine, sino que el insulto había sido aún peor cuando se había enterado de que el crítico del periódico rival era una principiante que había conseguido el empleo gracias a las influencias de su papá.

No le hubiera importado tanto si hubiera sido una mujer fea, tal vez con sobrepeso y un bigote poblado. Pero lo que le fastidiaba tremendamente era que la periodista le recordara a Grace Kelly; y una de las cosas que nadie, pero nadie, sabía de Mike Grundel era que sentía verdadera pasión por Grace Kelly.

Él sabía que entre ellos no iba a ocurrir nada, ¿pero qué tenía de malo imaginárselo?, pensó mientras entraba en la sala en penumbra. Avanzó unos metros y la vio sentada en el patio de butacas, junto al pasillo. En la mano tenía un bloc de notas preparado y un bolígrafo.

Estaba tan verde, pensó sonriendo. ¿Quién se llevaba un bloc a una película? En su escritorio tenía un conjunto de publicaciones con todos los nombres y fotografías de la película. ¡Como si fuera a utilizarlos! Incluso tenía un resumen de la trama por si se quedaba dormido.

El asiento que había frente al de Tess, al otro lado del pasillo, estaba vacío, y Mike se dejó caer sobre él. Enseguida se dio cuenta de que Tess se había percatado de su presencia.

Como en muchas ciudades, Pasqualie, en el estado de Washington, tenía dos diarios. El Standard era un periódico de formato grande. Con columnistas de renombre y análisis serios, el Standard se vanagloriaba de ser un diario riguroso. Incluso la crítica de cine de Tess contenía análisis y comentarios seudo intelectuales.

Pero donde él trabajaba, el Star, era un periódico popular, dirigido a las masas. Las historias del Star eran cortas, dramáticas y llenas de juegos de palabras. Así eran las críticas de Mike. En realidad podría haber escrito aquella misma sin molestarse en entrar en la sala, pero tenía orgullo profesional. Además, Tess estaba allí.

Tess seguía allí con el bloc y el bolígrafo en mano. ¿Cómo se llamaba la peli de esa noche? Algo de París, pensaba mientras se imaginaba la trama.

Un día en París es una deliciosa comedia romántica. La pobre Monique ha perdido el collar de Cartier de su caniche. Afortunadamente, Christian Dior luchará con el malvado Pierre Balmain para hacerse con el collar, ganándose de ese modo el corazón de Monique.

Tess lo miró un momento. Entonces, sin previo aviso, se inclinó hacia él, como si fuera a besarlo. Mike sintió que el corazón se le aceleraba y estuvo a punto de atragantarse con las palomitas.

–Esta peli, Siempre nos queda París, es basura y nada más. Te lo digo. ¿Qué quieren hacer en París? No hay más que extranjeros allí. Ahórrate el dinero para otra cosa.

Sonrió con dulzura, se puso derecha y volvió a fijar la vista en la pantalla en blanco.

 

 

Tess quería que Mike la dejara en paz para poder olvidar tranquilamente aquel vergonzoso enamoramiento. Aunque, sinceramente, lo que más deseaba era que él la montara en su Harley y le hiciera todas esas cosas con las que siempre fantaseaba.

En secreto, Mike Grundel era su hombre ideal. Un muchacho rebelde e inteligente que montaba en moto y estaba sobrado de atractivo y sensualidad. Era tan distinto de la mayoría de los hombres que conocía… En su mundo, los hombres conducían limusinas y la mayoría no tenía cerebro.

Mientras lo observaba disimuladamente, Mike recostó la cabeza en el asiento, seguramente para echar un sueño mientras esperaba a que empezara la película.

Tess se volvió hacia la pantalla. Tal vez Mike Grundel fuera un bombón, y el tipo de periodista intrépido que ella tanto admiraba, pero la insultaba de la peor manera que nadie podría hacerlo. No la tomaba en serio. Coqueteaba y bromeaba con ella, pero quedaba claro que solo la veía como a una niña rica jugando con aquel empleo hasta que encontrara a algún estirado con apellido compuesto con el que casarse.

¿Pero cómo se atrevía a mirarla por encima del hombro? Sabía que Mike estaba sufriendo un revés profesional importante después de que una investigación periodística que había llevado a cabo resultara ser demasiado temeraria. Tras un virulento ataque a Ty Cadman, promotor inmobiliario y filántropo, la única fuente citada de Grundel aseguró haber sido mal interpretada, y el Star, conocido por no ofrecer nunca disculpas, se había visto obligado a justificarse en primera página.

En lugar de despedirlo, a Mike Grundel lo habían bajado de categoría. Al principio, Tess había leído sus críticas de cine con ganas, preguntándose en qué puntos coincidirían y en cuáles discreparían. No le llevó demasiado tiempo darse cuenta de que no coincidían en nada.

La película estaba a punto de empezar, de modo que Tess dejó de pensar en Mike para centrarse en la pantalla. Ni siquiera el cinismo aprendido en la escuela de periodismo o los seis meses que llevaba analizando cada película que llegaba a Pasqualie, habían conseguido estropear la historia de amor de Tess con la gran pantalla.

Tal vez por eso Mike Grundel le había gustado desde un principio. Le recordaba a Rhett Butler, con esos ojos azules llenos de picardía, una sonrisa que podría encantar hasta al más pesimista y un empeño que, en ese caso, le había costado su reputación.

Sin embargo, su descenso de categoría en el periódico le había vuelto más detestable. Mike se deleitaba con sus críticas chovinistas. Y tenía que reconocer que ella había empezado a responder a sus ataques con un sello feminista particular. Se preguntó si buscaba sus críticas nada más tener en sus manos el ejemplar del Standard con la misma emoción que lo hacía ella cuando el Star llegaba a la redacción.

Claro que por nada del mundo reconocería que leía sus artículos.

Siempre nos queda París era una película de las que más le gustaban a ella; con sus actores elegantes, sus vestidos exquisitos y el encanto de una ciudad como París. Pasados unos momentos se olvidó de Mike Grundel y se metió de lleno en una historia de amantes dudosos, identidades falsas y un Rembrandt robado.

Estaba completamente ensimismada con la película, riéndose a ratos, cuando de pronto le llegó una risa vibrante y sonora del otro lado del pasillo. No podía ser. Una rápida mirada a su derecha le confirmó que Mike Grundel, el fan de Boneblaster, estaba disfrutando con una comedia romántica. Entonces Mike notó que Tess lo miraba y empezó a toser para disimular.

Cuando se levantó al término de la película, Mike lo hizo también. Le indicó que pasara delante por el pasillo enmoquetado y se unió a ella cuando llegaron al vestíbulo.

–¿Te ha gustado la película, princesa?

–Sí, me ha gustado. ¿Y a ti?

Él se encogió de hombros.

–Es una película de chicas.

–Seguramente esa tos tan mala que tienes te ha impedido escuchar los mejores diálogos. Deberías ir al médico.

Mike fue a responder, pero no se le ocurrió nada.

–¿Es usted Mike Grundel? –se oyó la voz de una adolescente emocionada a sus espaldas.

Pobre Mike. Le echó una mirada de desconsuelo a Tess, que continuó caminando mientras agitaba la mano con desenfado. Como su foto aparecía al pie de sus artículos, a él lo reconocían mucho más que a ella y, a pesar de sus críticas tremendamente machistas, desde luego gustaba mucho a las mujeres.

Tess intuía que su belleza morena y ese aire de riesgo de Mike Grundel atraían más a las féminas que sus opiniones de neandertal. Y sin duda se reiría de todo eso si no se tuviera a sí misma como una de las víctimas de su despreocupado encanto.

Cuando llegó a su coche dejó de pensar en la película, en los hombres o en el deseo no correspondido. A su BMW rojo le pasaba algo. Enseguida vio que tenía una rueda pinchada; y no solo eso, sino que estaba rodeada de trozos de cristales color ámbar.

Maldijo entre dientes. No le hacía mucha gracia tener que cambiar una rueda en un aparcamiento frío a mediados de febrero, pero si se daba prisa tal vez no se quedaría helada.

Su padre pensaba que una mujer con coche debía conocer algo de mecánica básica, de modo que cuando cumplió dieciséis años y le regalaron su primer coche, él mismo le había enseñado algo de mecánica básica.

Cuando Tess abrió el capó se llevó las manos a la cabeza. No tenía rueda de repuesto. El mecánico le había dicho que necesitaba una rueda nueva cuando se le había pinchado la última, y Tess había estado ahorrando de su deficiente salario para poder adquirir una nueva. Solo que aún estaba ahorrando.

Sacó el móvil y lo miró. ¿A quién iba a llamar a las nueve y media de la noche? ¿A su padre? Le echaría un sermón por no ir preparada y terminaría comprándole una rueda nueva. Seguramente las cuatro. Tess se estremeció. No, a su padre desde luego no.

En el garaje no habría ya nadie a esas horas de la noche. Tendría que tomar un taxi hasta casa y ocuparse del asunto por la mañana.

–Si quiere ir al cine alguna vez acompañado, ya sabe, para darle otra opinión o cualquier cosa, esto… llámeme.

Tess se volvió y vio a la adolescente dándole a Mike un pedazo de papel.

–Yo no…

Pero la muchacha ya se alejaba dando saltos de alegría.

De no haber sido por la frustración de su propio percance, Tess se habría echado a reír al ver la expresión de fastidio de Mike.

–No pierdas ese número. Tiene la edad ideal para ti.

Mike arrugó el papel con expresión ceñuda y lo tiró en una papelera cercana.

–Espero no haberte hecho esperar –dijo en tono confuso.

–No me has hecho esperar.

Apretó un botón de su móvil. Si Mike Grundel quisiera montarse en su moto y largarse, ella continuaría con sus cosas. Pero Mike nunca hacía lo que ella quería.

–¿Llamando al chófer? –dijo mientras miraba el deportivo rojo.

Aunque había sido muy amable por parte de sus padres regalarle un coche tan caro cuando había terminado los estudios, deseaba que no lo hubieran hecho. Se sentía mal sobre todo porque la mayoría de los periodistas que conocía conducían coches más modestos. O, en el caso de Mike, una elegante motocicleta negra. ¿Pero cómo rechazar el regalo? Se habrían sentido tan ofendidos…

–Sí –dijo sin mentir; al fin y al cabo, un taxista era también un chófer–. Y es una llamada privada.

–Hasta la vista.

Tess suspiró aliviada al ver que Mike se daba la vuelta. Estaba a punto de rebasar su coche cuando un tintineo le hizo bajar la vista. Había dado una patada a uno de los trozos de cristal.

Con frustración, Tess lo observó cómo se daba la vuelta y mirar bien su coche.

–Siento tener que ser quien te diga esto, pero parece que has atropellado una botella de cerveza.

–El intrépido reportero descubre otro caso.

–¿Dónde tienes la de repuesto?

–Sé cómo cambiar una rueda, gracias.

–No querrás llenarte las perlas de grasa.

Mike sonrió y Tess pensó inmediatamente en Rhett Butler llevando en brazos a Escarlata escaleras arriba. Se estremeció al sentir una oleada de deseo, a pesar de reprenderse a sí misma por sus estúpidas fantasías románticas.

–Me las puedo arreglar.

–De acuerdo. Me quedaré a mirar. Será más divertido que la película.

La luz de una farola cercana proyectaba un juego de luces y sombras sobre sus facciones bien marcadas y destacaba el suave brillo del cuero negro de su cazadora, confiriéndole un aire amenazador y confiado al mismo tiempo, una extraña combinación que le atacaba los nervios.

–No te vas a marchar, ¿verdad?

Mike sacudió la cabeza.

–No.

–No tengo rueda de respuesto –confesó con exasperación–. Voy a llamar un taxi.

De nuevo esbozó aquella sonrisa de pirata de cabellos largos y actitud despreocupada.

–Cierra el coche. Te llevo.

–No, de verdad, yo…

Pero era inútil continuar oponiéndose, puesto que él ya había echado a andar hacia su motocicleta. Unos minutos después estaba de vuelta a su lado, montado sobre la máquina temblorosa y rugiente.

Tess se estremeció de pánico solo de pensar en aplastarse contra el cuerpo de Mike sobre aquella moto. Se asemejaba demasiado a sus fantasías secretas. Y ella creía a pies juntillas que las fantasías no debían mezclarse con la realidad; era el mejor modo de estropearlas.

Siendo una mujer sensata, que lo era, debería haber rechazado su invitación; pero la mirada desafiante de Mike consiguió que de repente la sensatez se le antojara como algo extremadamente aburrido.

–De acuerdo –dijo en tono renuente, a pesar del escalofrío de emoción que estaba experimentando.

¿Sería tan sensual como se lo había imaginado? Se guardó el móvil y las llaves del coche en el bolso, que se colgó al cuello para no perderlo.

–Ven aquí –le dijo, y Tess vio que tenía un casco negro y brillante en la mano.

aquí

–¿Qué tiene de malo? –preguntó con curiosidad.

–Es una basura.

Tess se puso tensa.

–Es todo lo que puedo permitirme con mi salario.

Él volteó los ojos, recordándose que Tess era una chica rica que solo estaba corriendo una aventura. Ella no era parte de ese tipo de vida; nunca lo sería.

–Ya.

Tess se quitó el casco con mucho genio. Cuando se volvió hacia él, Mike pensó que le echaría la bronca. Pero ella ladeó la cabeza y dijo:

–¿Te gustaría subir a tomar café?