Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Barbara Hannay. Todos los derechos reservados.

EL SECRETO DE JUDE, N.º 2474 - agosto 2012

Título original: Falling for Mr. Mysterious

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0750-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

CUANDO el tren entró en la estación de Roma Street, Emily comprobó una vez más si tenía mensajes en el teléfono. Seguía sin noticias de Alex y empezaba a preocuparse de veras: no solo porque llevaba veinticuatro horas sin saber de él, sino por su propia situación, ya que no tenía ni idea de lo que iba a hacer si él no se encontraba en Brisbane.

Desesperada, se había desplazado a toda prisa a la ciudad. Necesitaba ver a Alex, estar con él y desahogarse.

De todos los miembros de la familia, Alex era el que mejor le iba a entender, y Emily necesitaba tanto salir de Wandabilla que se había metido en el tren esperando en vano que contestase a su llamada antes de que llegara a su destino.

Los pasajeros ya estaban levantándose de sus asientos y recogiendo sus pertenencias.

Tenían, claro está, un lugar al que dirigirse.

Emily no.

Si Alex estaba de viaje, tendría que buscar un hotel. De ninguna manera pensaba dar media vuelta y regresar a Wandabilla con todos los habitantes del pueblo en conocimiento de lo que le había pasado. Aunque empezaba a dudar de lo acertado de su huida a Brisbane, enrolló la revista que había intentado leer sin éxito durante el trayecto, se la metió en el bolso y bajó la maleta de la rejilla.

Era una tarde de agosto inusitadamente fría y el viento cortante del oeste recorría sin piedad el andén. Tiritando, Emily se cerró el abrigo, se subió el cuello y se dirigió con la maleta al refugio del paso subterráneo.

Y quiso la suerte que, una vez allí, mientras se abría paso entre compradores y pasajeros, oyese el suave «cuac-cuac» que utilizaba como tono para distinguir las llamadas que no eran del trabajo.

Sacó el teléfono del bolso y encontró un mensaje de texto.

Eh, siento no poder verte y más aún enterarme de lo del @#$%$# de tu novio. Ojalá pudiese estar a tu lado en este momento, pero me encuentro en Frankfurt en una feria del libro. Por favor, quédate en mi casa todo el tiempo que quieras y utiliza mi habitación. He hablado con Jude y le parece bien, así que te estará esperando.

Un abrazo,

Alex xxx

Emily tuvo que leer dos veces el mensaje, petrificada en el túnel mientras la gente la sorteaba con irritación. Necesitaba asimilarlo y equilibrar el desajuste entre el alivio al descubrir que Alex estaba bien y la decepción al saber que se encontraba tan lejos.

Superada la reacción inicial, llegó el aluvión de preguntas. ¿Quién era Jude? ¿Desde cuándo vivía con Alex? Y… ¿de verdad le parecería tan bien, como su primo había sugerido, que ella se plantara de pronto en la puerta de su casa?

Le resultaba incómodo imponer su presencia a un extraño y por un instante se preguntó si debía seguir costa arriba hasta la casa de su abuela. La abuela Silver era tan comprensiva y cordial como Alex, pero era de esas personas que prefieren ver el mundo de color de rosa, de modo que Emily no solía preocuparla con sus problemas.

Además, el tal Jude le estaba esperando y, si se parecía en algo a Alex, cosa que seguramente era así teniendo en cuenta a sus anteriores compañeros de piso, estaría preparando el recibimiento.

Jude debía de estar cocinando algo suculento para cenar, así que sería muy grosero por su parte no aparecer. Emily se dirigió a la tienda de vinos más cercana y compró una buena botella de vino tinto y otra de blanco, dado que desconocía los gustos de Jude, y se dirigió a la parada de taxis. Pero conforme se dirigía hacia el West End, su escapada a la ciudad empezó a parecerle más estúpida que nunca.

Había estado tan concentrada en sí misma, tan desesperada por huir de miradas indiscretas, que solo había pensado en Alex como refugio seguro. Se había imaginado llorando en su hombro, sentado con él en la terraza bebiendo vino mientras le relataba el lamentable desastre con Michael.

Alex tenía una maravillosa capacidad para escuchar, mucho mejor que la de su madre. Nunca le salía con un «ya te lo advertí», sino que le indicaba en qué se había equivocado. Y lo mejor de todo era que una vez enjugaba sus lágrimas, siempre le hacía reír.

Y en ese momento necesitaba unas risas, pero no podía esperar compasión, vino y ánimos del nuevo compañero de piso de Alex. Se dijo que lo único con lo que podía contar era con la tolerancia amistosa de un perfecto desconocido y un poco de intimidad para restañar sus sentimientos.

En cualquier caso, le tranquilizaba pensar que no tendría que enfrentarse a la típica tontería de «chico conoce a chica». Había tenido suficientes problemas con los hombres como para el resto de su vida y estaba segura de que cualquiera que viviese con Alex sería gay e inofensivo durante la convivencia.

Jude Marlowe se encontraba escribiendo en el ordenador cuando sonó el timbre de la puerta. Estaba en mitad de un pensamiento, uno de los pocos decentes que había tenido ese día, e intentaba traducirlo en palabras, así que siguió escribiendo a pesar de la llamada para que la interrupción no le hiciese perder unas valiosas frases que en otro caso perdería para siempre.

El timbre volvió a sonar, esta vez con un ligero deje de desesperación. Por suerte, Jude acabó de escribir, guardó el archivo y se levantó de la mesa.

Seguramente se trataba de la prima de Alex. Jude había recibido un mensaje muy lioso que decía que necesitaba alojamiento por unas noches, así que había ocultado valientemente su renuencia a socializar y le había asegurado a Alex que le ayudaría. Por lo visto, había tenido problemas con su pareja y venía con el corazón destrozado.

Pensó que se trataba de otro caso perdido de los de Alex, consciente de que él entraba también en ese cupo.

En el pasillo, parpadeó en la oscuridad y se preguntó si realmente era tan tarde antes de preocuparse por su aspecto. Llevaba unos vaqueros raídos y una vieja sudadera de fútbol con el cuello manchado y los codos gastados. No era precisamente lo más adecuado para recibir a la invitada de Alex, pero ya era tarde para remediarlo, porque estaría impaciente.

Jude encendió la luz al tiempo que abría la puerta y un halo cálido y dorado envolvió la figura que se estaba congelando en la puerta. Nada más verla, se quedó sin respiración.

Tenía ante sí a una chica despampanante con abrigo blanco y botas altas. El pelo castaño rojizo le caía suavemente sobre las solapas, lo cual evocó a Jude una imagen de fuego sobre la nieve. Tenía el rostro delicado pero lleno de personalidad.

–Tú debes de ser Jude, supongo –indagó ella inclinando la cabeza hacia un lado y sonriendo cautelosa.

–Sí –de algún modo consiguió reponerse–. Y tú debes de ser Emily.

–Sí. Emily Silver, la prima de Alex –le tendió la mano–. ¿Cómo estás, Jude? Alex me dijo que te había avisado de mi llegada.

–Sí, me llamó –pero Jude se dio cuenta que no le había advertido como era debido. Pensaba limitarse a ser amable como anfitrión y dejarla reparar su corazón del modo que ella creyese conveniente. De hecho, esa seguía siendo su intención, pero se estaba dando cuenta de que le iba a costar ignorarla.

–Has sido muy amable al recibirme habiéndote avisado con tan poca antelación –le estrechó la mano y la experiencia resultó ridículamente electrizante.

–Eres bienvenida –respondió Jude rápidamente para ocultar su aturdimiento. Luego se fijó en la maleta–. Te ayudaré con eso.

–Ah, gracias. También he traído vino –con una sonrisa deslumbrante, levantó una bolsa de papel–. Una botella de cada.

Hubo una pequeña confusión en la puerta cuando él avanzó para agarrar la maleta mientras ella accedía al interior. Sus cuerpos se rozaron fugazmente. Maldita sea. Jude no daba crédito al modo en que estaba reaccionando. Había tenido bastantes novias, pero aquella tarde su cuerpo se comportaba como si hubiese vivido aislado en una isla desierta y Emily fuese la primera mujer que veía en dos décadas.

–Es preciosa, y aquí se está muy calentito –dijo ella.

Jude asintió y añadió rezongando:

–La habitación de Alex está en el pasillo, como recordarás. Es la primera a la izquierda.

En el umbral del dormitorio principal, Emily se detuvo y le sonrió por encima del hombro.

–Vaya, nunca me había quedado en esta habitación. Voy a tener unas vistas increíbles al río desde la cama de Alex.

–Sin duda –Jude dejó la maleta en la entrada, enfadado de las fantasías que le provocaba la simple mención de la palabra «cama»–. Acomódate. Yo… yo estaré en la cocina.

En la cocina, contempló desconsolado el contenido de la nevera mientras se calificaba a sí mismo con distintas acepciones de «imbécil».

Era guapísima, sin duda. Pero su belleza no contaba dada la situación. Emily había ido a la ciudad para huir de su estúpido novio y él tenía sus propios problemas. Estaba allí porque tenía que hacerse unas pruebas médicas que le tenían aterrorizado.

Con todo y con eso, al ver a Emily en la puerta se había olvidado de todo. Pero acababa de caer en picado otra vez en la tierra y había recuperado el sentido común.

Emily se iba a alojar en la casa y le había prometido a Alex que cuidaría de ella. Pero se limitaría a pequeños detalles y a unas palabras amables de vez en cuando. Nada más que lo que requiriese la más superficial de las hospitalidades.

Agradeció aquella determinación. Debía mostrar estrictamente un interés superficial por su invitada, lo cual era lo más conveniente teniendo en cuenta todo lo que tenía por delante.

Sentada al borde de la cama de Alex, Emily se preguntó si no habría cometido un tremendo error.

Estaba imponiendo su presencia al compañero de Alex y se había dado cuenta desde el primer momento de que no estaba precisamente encantado con su repentina aparición. Tenía que tranquilizar a Jude y decirle que no pensaba quedarse. El problema era que tampoco estaba preparada para volver a Wandabilla, así que tendría que buscarse otro alojamiento por la mañana.

Mientras… intentaría molestar lo mínimo posible a Jude.

Era muy distinto a Alex, lo había notado enseguida. Físicamente, ambos hombres eran polos opuestos. Su primo era también castaño rojizo, y era además delgado y poseía cierto aire intelectual, mientras que Jude era alto y moreno, de espalda ancha y con la constitución de un deportista. Pero ni demasiado duro ni demasiado cincelado: en un agradable término medio.

Por supuesto, Alex siempre había tenido buen gusto para los hombres. Después de quitarse el abrigo y sin molestarse en deshacer la maleta, Emily se encaminó a la cocina y descubrió otra diferencia entre ambos hombres: Jude no sabía cocinar.

No había allí el menor indicio de actividad. De hecho, Jude estaba en mitad de la cocina, mirando la despensa y rascándose la cabeza. Al verla, se encogió de hombros.

–Me temo que nunca pienso en la comida cuando estoy enfrascado en el trabajo.

–Por favor, no te preocupes por mí, me gusta cuidarme sola –lo último que quería era molestar, pero la curiosidad le indujo a preguntarle–: ¿A qué te dedicas?

Jude frunció el ceño y luego le dijo con renuencia:

–Soy escritor, así que trabajo en casa, pero en lo que respecta a las comidas soy un completo desastre. A veces caliento una lata de sopa para la cena, pero desde que estoy aquí en el West End, casi siempre pido comida para llevar.

Emily se dio cuenta de que iba a echar de menos los platos exquisitos que le preparaba Alex.

–A mí me parece bien la comida preparada, de verdad. Sé que hay por aquí muy buenos restaurantes. Si quieres, salgo a comprar algo para los dos.

Sonrió para demostrarle al compañero de Alex que quería integrarse sin causar problemas. Pero las sonrisas no parecían tener efecto sobre aquel hombre, que apartó rápidamente la mirada.

–Iré contigo –le dijo–. Le prometí a Alex que cuidaría de ti.

Emily estuvo a punto de decirle que no se molestase, pero no quiso empezar con mal pie.

–Vale, voy a por el abrigo y la bufanda.

Cuando volvieron a encontrarse en el pasillo, Emily se encontró con que Jude se había cambiado a la velocidad del rayo y llevaba unos vaqueros menos gastados, botas y un jersey negro de lana.

Dios, no estaba nada mal. Alex tenía suerte. En otras circunstancias, en la que no estuviese harta de los hombres y Jude Marlowe no fuese gay ni tan distante, podría haberse fijado en él. Es más: en ese momento se hubiera sentido más feliz si él hubiese sido menos atractivo y tan simpático y amable como Alex.

Pero no era el caso y tendría que enjugar sus lágrimas sola. Con todo y con eso, le aliviaba estar en la compañía de un hombre que no iba a intentar seducirla.

Una vez en la calle, el viento les coloreó las mejillas, pero Emily estaba cómoda y caliente en su abrigo y el aire le resultaba tonificante. Hacía una noche clara y fría de invierno.

Emily empezó a sentirse un poco mejor. Por supuesto, aún sentía una opresión en el pecho cuando pensaba en su exnovio, Michael, y un sentimiento de culpabilidad le revolvía el estómago al pensar en la esposa y los hijos que él había olvidado mencionarle. Pero le había ayudado salir de Wandabilla. Al menos, en Brisbane no la conocía nadie y no tenía que enfrentarse a los rumores y miradas curiosas de la gente.

Los restaurantes estaban llenos de gente que hablaba, comía, reía y disfrutaba, y cada vez que Emily pasaba por la puerta de alguno de ellos, percibía el sonido de la música y un olor espléndido y apetitoso.

Se detuvo ante un restaurante indio de comida para llevar.

–¿Es esto lo que te apetece? –preguntó Jude.

–Me encantaría pedir un curry. En Wandabilla solo hay un restaurante chino y me gusta mucho la comida india.

–Pues india entonces –dijo él mientras entraba–. Muy fácil.

–¿Vas a cambiar tus costumbres por hacerme un favor o siempre eres tan fácil con las comidas?

–Cuando de comida se trata, soy pan comido.

Pidieron dos tipos de curry, uno con carne y otro vegetal, arroz hervido y pan naan.

–Y samosas –dijo Jude–. De entrante.

De vuelta a casa, entró de pronto en un supermercado y salió instantes después con un enorme ramo de narcisos amarillos.

–Vaya… –Emily reprimió su sorpresa cuando él le ofreció las flores–. ¿Y esto a qué se debe?

–Me han dicho que necesitas que te animen.

–Oh –era el tipo de cosas que Alex acostumbraba a hacer. Puede que hubiese dado instrucciones a su compañero de piso–. Todo un detalle por tu parte –dijo ella, sintiéndose de pronto agradecida y un tanto emocionada. Impulsivamente, se puso de puntillas y besó a Jude en la mejilla. Para su sorpresa, una mancha de rubor le tiñó el cuello.

Temiendo avergonzarle, cambió rápidamente el tema de la conversación.

–¿Compramos también algo para desayunar?

–Claro. Lo siento, últimamente ando un poco despistado.

Por un instante, Emily detectó algo más en los ojos grises de Jude, un destello de algo que podía ser angustia o miedo. Desapareció rápidamente, pero le hizo preguntarse si él había estado distraído por algo más que su trabajo.

No podía preguntarle al respecto, así que centró la atención en las compras. En la caja, Jude insistió en pagar, rechazando de plano sus protestas.

Conforme se apresuraban a regresar a la casa, una ligera incomodidad se asentó entre ambos.

En la cocina, Jude colocó los envases sobre la mesa y sacó cubiertos y platos.

–¿Dónde comes normalmente? –preguntó Emily, sin sorprenderse al ver que él volvía a ponerse hosco. Había llegado a la conclusión que el detalle de las flores había sido un arrebato y que en adelante lo que vendrían serían malas caras.

Casi esperaba que Jude le dijese que prefería comer solo en su cuarto, pero respondió:

–Aquí está bien, ¿no te parece?

–Por supuesto –Emily intentó no parecer demasiado sorprendida o halagada, pero no pudo negar que prefería su compañía a que la dejase sola con sus tristes pensamientos. Le sonrió cautelosa–. ¿Te apetece un vino? ¿Prefieres tinto o blanco?

–Pues… no bebo alcohol. Lo he dejado. Temporalmente.

De nuevo, ella creyó captar en él un destello de emoción, como si hubiese algo más, una preocupación que le rondaba. Por un momento pensó que iba a decir algo, pero, de ser así, cambió de idea rápidamente.

–Entonces yo tampoco tomaré vino, no es buena idea beber solo.

–Pero no estás sola –Jude insistió–. Vamos, tómate una copa. Te sentará bien. Querrás ahogar las penas, ¿no?

Ojalá pudiese ahogar las penas y deshacerse de ellas. Pero el dolor seguiría allí cuando se le pasaran los efectos del vino. Aun así, mientras Jude abría los envases de curry, Emily se sirvió una copa de vino blanco y se dejó caer en su silla, agradecida.

–Huele maravillosamente. No comí a mediodía.

–Ni yo. Estoy muerto de hambre.

Al principio estaban ambos demasiado hambrientos como para molestarse en hablar, pero hubo muchos gruñidos y signos de aprobación durante la comida. No obstante, Emily, no había sido capaz de comer mucho desde que supo lo de Michael y no tardó en abandonar.

–Me entró por los ojos más de lo que puedo comer –dijo mientras observaba a Jude servirse más curry. Al verlo más relajado, se decidió a satisfacer su creciente curiosidad–. Espero que no te moleste que te lo pregunte, pero ¿desde cuándo conoces a Alex?

–¿Por qué iba a importarme? Nos conocemos desde hace cinco años. Como te dije antes, soy escritor. Alex es mi agente.

–¿De veras? –así que mantenían una relación laboral además de la personal–. Me parece muy práctico.

Jude la miró extrañado.

–Sí, lo es. Muy práctico.

–¿Y qué escribes?

–Novelas de suspense.

–Increíble –en esta ocasión fue ella la sorprendida–. ¿Debería conocerte aunque fuese de oídas?

–No, a menos que te guste leer novelas de suspense.

A Emily le gustaban las novelas policiacas y las tramas de suspense, pero lo que más leía eran libros escritos por mujeres porque en ellos aparecía un mayor número de personajes femeninos.

–No soy muy aficionada a los libros llenos de hombres –dijo.

–A decir verdad, yo tampoco. De hecho, siempre incluyo al menos un personaje principal femenino en cada relato.

–Bueno –su admiración por él iba en aumento–, pues entonces debería leer lo que escribes.

Él asintió con una reverencia burlona.

Antes de que Emily pudiese preguntarle algo más, Jude levantó la mano para detenerla.

–Creo que ya basta de hablar de mí.

–¿Hablamos entonces de Alex? ¿O de lo que pasa en el mundo?

–O de ti.

–Créeme –le advirtió ella–, no te iba a gustar.

Mientras venía hacia la ciudad para contarle a Alex todo lo sucedido con Michael, no podía imaginar siquiera la posibilidad de confesar sus problemas personales a Jude. Se ruborizaba solo con pensar en hablarle de la traición de su novio.

Como si hubiese detectado su pánico repentino, Jude comentó:

–Me preguntaba a qué te dedicas.

–Trabajo en un banco.

–¿De cajera?

–De directora.

–¿Cómo? ¿Me estás diciendo que diriges un banco?

–Sí. ¿No me crees?

–Perdona si te parezco sorprendido, Emily. Es solo… –se detuvo, tomó aire e hizo un esfuerzo por reprimir la risa– que estoy fascinado, si te soy sincero.

–La mayoría de los hombres encuentran mi trabajo aburrido. O amenazante.

–Puede que no hayas dado con el hombre adecuado.

Sí, Emily lo había descubierto de mala manera, pero aún no estaba preparada para admitirlo.

–Me encantaría escuchar cómo lograste triunfar tan rápidamente –le apremió Jude.