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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Fiona Harper

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Su secretaria personal, n.º 2547 - junio 2014

Título original: The Rebound Guy

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4329-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

LOS dedos de Kelly se quedaron helados en el teclado del ordenador cuando alguien le puso unas manos cálidas en los hombros. Su despacho estaba en silencio, pero al otro lado de la puerta sonaban los ruidos de siempre: el murmullo apagado de los teléfonos que sonaban, pasos en las moquetas, la risa aguda de una de las secretarias.

–Casi he terminado de escribir el informe –dijo al hombre que estaba a su espalda.

Kelly movió los hombros ligeramente, para que le quitara las manos de encima; pero, en lugar de quitarlas, el hombre se inclinó un poco más sobre ella y la miró en el reflejo de la pantalla. Podía sentir su aliento en la mejilla y oler su loción de afeitado.

–Ya lo veo.

Kelly sabía que sus intenciones no eran inocentes, así que pulsó la tecla de imprimir y se levantó del sillón para apartarse de él. Luego, cruzó el despacho y se detuvo junto a la impresora, que estaba en el extremo opuesto de la habitación

–Se está imprimiendo –dijo ella con indiferencia, sin mirarlo a los ojos–. ¿Quiere que les envíe una copia, señor Payne?

Kelly notó que se movía, pero no podía saber dónde estaba si no lo miraba, de modo que se giró hacia él. No quería que la volviera a acorralar.

Solo llevaba una semana como empleada temporal de Will Payne y ya había descubierto que su jefe aprovechaba cualquier circunstancia para coquetear; por ejemplo, una simple mirada. No se podía decir que se hubiera sobrepasado, pero jugaba al límite constantemente y la tocaba cada vez que podía.

Algunas de las empleadas habrían estado encantadas de ganarse sus atenciones. Payne era un hombre encantador y atractivo, de treinta y tantos años, pero había algo en él que no le gustaba en absoluto. Al ver que se acercaba, sacó las primeras páginas de la impresora y se las dio, usándolas como escudo.

–En cuanto entraste por esa puerta, supe que serías un gran fichaje para mi equipo –dijo él con suavidad–. ¿Qué te parece si salimos a comer para celebrarlo?

Kelly parpadeó.

–¿Para celebrar qué?

A Kelly le pareció que no tenían nada que celebrar. Si se refería al informe, había tardado cuarenta y cinco minutos en redactarlo. No era como para celebrar nada.

–Una larga y exitosa relación profesional –respondió Payne.

Ella tragó saliva. Estaba decidida a hacer un buen trabajo en la empresa; sobre todo, porque la jefa de personal había insinuado que, si las cosas iban bien, le daría empleo durante dos meses más. Pero prefería mantener las distancias con Payne.

–Tengo un sándwich en el bolso. De jamón y mostaza.

Payne se limitó a sonreír. Kelly se dio cuenta de que estaba disfrutando de la situación y se tuvo que refrenar para no decirle que se metiera el informe donde le cupiera. Al fin y al cabo, necesitaba el trabajo; así que sonrió y le ofreció las siguientes páginas.

–Oh, vamos... –Payne se acercó tanto que aplastó las páginas contra el pecho de Kelly–. Sé cómo sois las mujeres divorciadas... recuperáis la libertad y estáis locas por disfrutar de la vida. Venga, dame una oportunidad.

Kelly sacudió la cabeza. Por lo visto, Will Payne había decidido dejar las insinuaciones y adoptar una estrategia más agresiva.

–Yo no soy así, señor Payne –se defendió–. De verdad.

Él volvió a sonreír y la miró con escepticismo, como si no la creyera.

–Lo digo en serio –continuó ella–. Lo siento, pero creo que es mejor que mantengamos una relación estrictamente profesional.

Kelly se dijo que su hermano se habría sentido orgulloso de ella. Había sido tan directa como siempre; pero, a diferencia de tantas ocasiones, se las había arreglado para decir lo que quería sin perder la calma.

–¿Mejor para quién? –preguntó Payne.

El jefe de Kelly se apoyó en la impresora y la miró con una intensidad que no anunciaba nada bueno.

–¿Para su esposa, quizás? –replicó ella.

Él se quedó desconcertado.

Kelly pensó que estaba pisando un terreno peligroso y que sería mejor que calculara bien sus palabras durante los siguientes minutos. Después, cuando llegara la hora de la comida, iría a ver a la jefa de personal y le pediría que la cambiara a otro departamento. Se había dado cuenta de que, si seguía con Will Payne, el conflicto estaba asegurado.

Además, había sido sincera. No había salido con ningún hombre desde su divorcio; estaba demasiado ocupada y tenía cosas más importantes en las que pensar. Y por si eso fuera poco, Payne le recordaba demasiado a su exmarido. Tenía la misma seguridad, la misma arrogancia, la misma tendencia a coquetear con cualquiera.

–Si no le importa, creo que me voy a ir a comer –dijo ella, retrocediendo.

Él avanzó, mirándola como un depredador.

–Vamos, Kelly... No te hagas de rogar –dijo–. Tienes aspecto de andar buscando una aventura amorosa.

Kelly se había acercado a la gran mesa de roble del despacho, de modo que se puso detrás para utilizarla como parapeto. Sin embargo, Payne la siguió, alzó una mano y le acarició el brazo lentamente.

Ella se alejó antes de que Payne llegara a sus senos, esperando que la dejara en paz; pero, lejos de dejarla en paz, insistió en la persecución alrededor de la mesa. Kelly pensó que aquello era absurdo. ¿Iban a seguir dando vueltas todo el día, como dos colegiales?

No quería perder el empleo, pero había cosas que no estaba dispuesta a hacer. El trabajo en Aspire Sports le gustaba, aunque fuera temporal; el sueldo era bueno y, en unos cuantos meses, si ahorraba lo suficiente, podría empezar a buscar una casa y tener un hogar de verdad para ella y para los niños.

Desgraciadamente, Payne parecía cortado por el mismo patrón que Tim, su exmarido. Era tan insensible como él y, mientras ella huía, dejó de mirarlo con expresión neutral y lo empezó a mirar con toda la rabia que había acumulado durante sus años de matrimonio.

Por fin, se detuvo, se apoyó en la mesa y dijo:

–Mire, señor Payne... No estoy interesada en usted. Se lo he dicho varias veces, y debo añadir que su comportamiento me parece totalmente inadecuado. Si me vuelve a poner las manos encima, presentaré una queja.

Él volvió a sonreír y abrió la boca para decir algo.

Kelly decidió que no estaba dispuesta a escucharlo ni a permitir que reanudara la irritante persecución.

–¡Manténgase alejado de mí o... ! –le advirtió.

Ella se echó hacia delante, olvidando que así le ofrecía una visión más generosa de su escote. Él devoró sus senos con los ojos y luego la miró a la cara de tal manera que Kelly sintió asco. Incluso estuvo tentada de darle un puñetazo y poner fin a la situación; pero no quería que la detuvieran ni, sobre todo, que la despidieran.

Su jefe arqueó una ceja. Kelly supuso que intentaba parecer atractivo y se hartó definitivamente. Era obvio que no se atendría a razones.

–¿O qué?

Payne puso las manos sobre la mesa y se inclinó hacia ella, hasta que sus bocas quedaron a escasos centímetros de distancia.

Kelly sonrió y después, le dio una bofetada.

 

 

Jason Knight alzó una pelota pequeña y miró la canasta igualmente pequeña que colgaba de la pared de su despacho. Hubo un momento de quietud absoluta antes de que doblara la muñeca y lanzara la pelota, que pasó por el aro sin rozarlo.

Él sonrió con satisfacción, se acercó a recoger la pelota y repitió el lanzamiento varias veces más.

Si alguien lo hubiera estado mirando, habría pensado que se dedicaba a perder el tiempo en horas de oficina y se habría equivocado por completo. Algunas personas tenían sus mejores ideas cuando se dedicaban a actividades repetitivas como planchar la ropa o sacar a pasear al perro; él las tenía cuando jugaba al baloncesto.

En casa, jugaba con la canasta que había instalado en el jardín, encima de la puerta del garaje; pero ahora estaba en Europa y no tenía esa posibilidad, así que suspiró y siguió lanzando. Hasta entonces, había encestado diecisiete veces y había fallado tres, aunque seguía sin encontrar la solución a su problema.

Dale McGrath había resultado ser un hueso duro de roer. Jason podría haber buscado a otro deportista para anunciar la nueva gama de zapatillas, pero estaba convencido de que el medallista olímpico era el mejor candidato. Si McGrath las anunciaba, todo el mundo las querría comprar.

Sin embargo, Jason no estaba pensando únicamente en el éxito de la campaña. Quería demostrar a su padre que no se limitaba a jugar con el negocio de la familia.

Ocho años antes, su padre lo había enviado a Londres a dirigir la empresa de equipaciones deportivas que acababa de adquirir. Jason sospechaba que le había dado el cargo para quitárselo de encima, al darse cuenta de que nunca llegaría a ser el hijo obediente y tradicional que deseaba. Además, para eso ya tenía al hermano menor de Jason, el rubito perfecto.

Jason lanzó la pelota otra vez y falló. Ya se inclinaba a recogerla cuando la puerta se abrió de repente. Era Julie, la jefa del departamento de personal, que cruzó la habitación y dejó un sobre blanco en la mesa.

–¿Qué es eso? –preguntó él.

Julie parecía alterada. De hecho, Jason se llevó una sorpresa al ver que se le había escapado un mechón del moño con el que invariablemente se recogía el pelo.

–Mi carta de dimisión –contestó, cruzándose de brazos.

Jason se la quedó mirando. Julie amenazaba con presentar su dimisión todos los meses, pero era la primera vez que redactaba una carta.

–Está bien... –dijo él.

–¡No, no está bien! –bramó ella–. En mi despacho hay una chica que no deja de llorar. Me estoy gastando una fortuna en pañuelos.

–Ah.

Jason se giró hacia la antesala, donde estaba la mesa y el sillón de la secretaria. Ya se había dado cuenta de que no se encontraba allí, pero no le había dado importancia. Suponía que la charla que había mantenido con Felicity la noche anterior había surtido el efecto deseado.

–Sí, ah –ironizó Julie–. Esta oficina es una pesadilla desde que Katrin dimitió. Has tenido seis secretarias temporales en los dos últimos meses... ¡Seis! Y francamente, ya me he cansado. Llevo veinte años en esta empresa y no estoy dispuesta a convertirme en una Celestina que se encarga de buscarte ligues nuevos.

Jason comprendió que la amenaza de dimisión de Julie iba en serio y lo lamentó mucho, porque se lo estaba pasando en grande desde que su novia y secretaria permanente los había dejado a él y a la empresa al mismo tiempo. Su despacho se había convertido en una pasarela de modelos a cual más atractiva. Y él, naturalmente, lo intentaba aprovechar.

Sin embargo, Jason estaba lejos de ser un canalla con las mujeres. Dos de ellas se le habían arrojado a los brazos sin que hiciera nada por provocarlas y, en cuanto al resto, habían aceptado sus favores de buena gana y a sabiendas de que no estaba buscando una relación duradera. Pero su sinceridad no servía de mucho. Cuando comprendían que no le iban a echar el lazo, rompían a llorar.

–¿Y bien? –dijo Julie, arqueando una ceja.

Jason le dedicó la mejor de sus sonrisas. Sabía que Julie era absolutamente inmune a sus encantos, pero decidió probar de todas formas para ganar un poco de tiempo.

–¿Me perdonarás si me disculpo?

Julie bufó.

–No.

Jason se puso serio. Julie llevaba más de dos décadas en Aspire Sports y, cuando él llegó de Nueva York con toda su rebeldía y su falta de experiencia, ella lo miró a los ojos y le dijo que dejara de comportarse como un niño mimado y empezara a comportarse como un hombre. ¿A quién le importaba que su padre se lo hubiera quitado de encima?

Julie le hizo ver que sus problemas familiares no eran tan relevantes como la empresa. Le recordó que los empleos y los salarios de los trabajadores de Aspire estaban ahora en sus manos, y que no los podía dejar en la estacada. Incluso le instó a asumir su responsabilidad y hacer un buen trabajo para demostrar a su padre que se había equivocado con él y que podía ser un gran profesional.

Jason no se podía permitir el lujo de perderla. Para empezar, Julie era su mayor crítica y su mejor amiga y, para continuar, no había nada del mercado de complementos deportivos que no supiera. En el fondo, ella era el alma de Aspire Sports.

–No te puedes ir –le dijo.

–¿Por qué no?

–Porque no sabría qué hacer sin ti.

Julie lo miró con exasperación, pero se sentó en el sillón del otro lado de la mesa y guardó silencio.

–Por favor –insistió él–. Rompe ese sobre.

Ella extendió un brazo y alcanzó el sobre, pero no lo rompió.

–No tan deprisa, Jason –dijo–. Si quieres que lo rompa, tendrás que cumplir una serie de condiciones.

Jason se sentó y suspiró. Tenía la sospecha de que las condiciones de Julie no le iban a gustar en absoluto.

–Adelante...

Julie sonrió.

–No volverás a coquetear con las secretarias temporales.

Jason intentó no sonreír. Estaba dispuesto a tranquilizarse un poco en ese sentido, aunque eso no significaba que tuviera intención de rechazar los favores de una chica si era ella quien tomaba la iniciativa.

–Está bien. ¿Qué más?

Julie entrecerró los ojos.

–Tampoco las animarás a coquetear contigo. Y si coquetean contigo aunque tú no hagas nada, las rechazarás.

–Oh, vamos... –protestó.

–A partir de ahora, te abstendrás de tener contacto físico con los empleados.

Jason frunció el ceño.

–¿Cómo? ¿Me estás diciendo que no podré dar una palmadita en la espalda a un colega o estrechar la mano de alguien en una reunión?

–No me tomes el pelo, Jason. Sabes que no estoy hablando de eso –dijo Julie con cara de pocos amigos–. Me refiero a las empleadas en concreto... y, más concretamente, a las jóvenes y guapas.

Jason asintió.

–Entonces, ¿puedo estrechar manos?

Julie volvió a entrecerrar los ojos con desconfianza.

–Sí, supongo que sí.

–Excelente...

Ella suspiró y sacudió la cabeza.

–¿Qué diablos te pasa, Jason? Ninguna de las secretarias temporales te gusta. No te duran ni una semana.

Jason se levantó y recogió la pelota del suelo.

–No se trata de que no me gusten, sino de que me gustan demasiado. Y como el mundo está lleno de mujeres apasionantes...

–No me digas –se burló.

–Eh, ¿qué hay de malo en divertirse un poco? Soy demasiado joven para sentar la cabeza –alegó él.

–¿Ah, sí? Mi hijo Jonathan es tres años más joven y ya tiene un niño y está esperando otro –declaró Julie–. Pero está bien, romperé la carta de dimisión.

–No sabes cuánto te lo agradezco.

Julie se levantó.

–En fin, será mejor que me vaya. Tengo que tranquilizar a la chica que está llorando en mi despacho y hablar con una jovencita de otro departamento, que quiere presentar una queja.

Al llegar a la puerta, Julie lo miró otra vez y entrecerró los ojos.

–¿Se puede saber qué le has hecho a esa chica, por cierto?

Jason la miró con inocencia fingida.

–¿Yo? Nada de nada...

 

 

La jefa del departamento de personal se quedó atónita cuando su secretaria le terminó de contar lo sucedido con Payne.

–¿Y dices que le pegó una bofetada?

–Así es.

Julie se giró hacia Kelly, que había guardado silencio hasta ese momento.

–¿Eso es cierto, señorita Bradford?

Kelly cruzó las manos sobre el regazo.

–Me temo que sí. Le pegué una bofetada y, a continuación, le grapé la corbata a la mesa –contestó.

Julie la miró con asombro.

–¿Le grapó la corbata... ?

–Era la única forma de inmovilizarlo. Siento lo de la mesa, pero el señor Payne no me hacía caso y tuve que ponerme seria.

Julie parpadeó un par de veces.