cover.jpg

portadilla.jpg

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Kathryn Ross

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Frágiles esperanzas, n.º 1341 - septiembre 2014

Título original: Her Determined Husband

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4662-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

ES UN HECHO conocido que cuando uno llega tarde a una cita los semáforos siempre están en rojo y no se puede encontrar aparcamiento. ¡Y cuando por fin se encuentra aparcamiento, algún arrogante hijo de tal te lo roba! Kirsten fulminó con la mirada al conductor del lujoso Mercedes descapotable que acababa de quitarle el sitio.

El hombre volvió la cabeza y sus ojos se encontraron. Y en ese breve instante Kirsten se quedó sobrecogida. Era su ex marido, Cal McCormick.

Pero debía haber visto mal. No podía ser Cal. Él no estaba en Hollywood, ni siquiera en Estados Unidos. Seguía trabajando en Inglaterra... ¿o no?

Miró por el retrovisor y vio al hombre salir del coche. Era alto, con el pelo oscuro y un físico atlético, pero estaba lejos y no podría asegurar que fuera Cal.

Además, en Los Ángeles había un millón de hombres altos, morenos y atractivos, se dijo a sí misma. Decidida a comprobarlo, dio la vuelta a la manzana. Pero, cuando volvió, no había ni rastro del hombre.

En ese momento quedó un espacio libre al final de la calle y aparcó, aliviada.

No era la primera vez que creía ver a su ex marido. Se habían divorciado dos años atrás, pero creía haberlo visto varias veces desde entonces... aunque sabía que no podía ser porque Cal estaba a miles de kilómetros de distancia, en otro país, con otra mujer.

Aunque a ella le daba igual. Se había olvidado definitivamente de Cal McCormick. Y aquel no era día para recuerdos, pensó. Las cosas iban estupendamente. Acababa de firmar un contrato para interpretar a la protagonista de una película y aquel día iba a comer con su coprotagonista, Jack Boyd, y su agente, Gerry Woods. Era su día de suerte. Su cuenta bancaria había dejado de estar en números rojos y su ex marido había desaparecido para siempre jamás.

Kirsten se miró en el espejo retrovisor para comprobar que estaba guapa y después bajó del coche.

 

 

Desde la mesa del lujoso restaurante, Cal observó a Kirsten caminando por la acera. No había cambiado nada, pensó. Estaba tan guapa como siempre con aquel traje de chaqueta blanco, seguramente comprado en alguna de las boutiques de Rodeo Drive, la calle más lujosa de Los Ángeles. A pesar de ser muy alta se había puesto zapatos de tacón, y eso le daba un aspecto imponente. Llevaba el pelo suelto, un poquito despeinado, a la última moda.

Había muchas rubias guapas en Hollywood, pero Kirsten tenía algo especial. Era rubia natural, su pelo de un tono dorado, y no se había operado nada porque no necesitaba silicona. Pero su mayor atractivo era el brillo de inteligencia de sus ojos verdes. Era una mujer que llamaba la atención. Cuando llegó a la puerta del restaurante, Cal enterró la cabeza en la carta para que no lo pillase observándola.

Entonces la oyó hablar con el camarero. A pesar de que vivía en Estados Unidos desde los once años, seguía teniendo un suave y refinado acento británico. Eso despertó muchos y evocadores recuerdos.

Cuando se acercó a la mesa, lo envolvió el aroma de su perfume. Tampoco eso había cambiado.

–Hola, Kirsten –la saludó, levantándose.

–Cal... –murmuró ella–. Creo que ha habido un error. Yo he quedado con Gerry Woods –añadió, mirando alrededor desesperadamente.

Pero las mesas estaban separadas por enormes plantas para que los clientes pudieran charlar con tranquilidad. Y el hecho de que tuviera el corazón acelerado tampoco la ayudaba a encontrar a su agente.

–Esta es la mesa del señor Woods –dijo el camarero, apartando una silla.

Kirsten miró el mantel de hilo, las orquídeas y las copas de fino cristal y, después, a su ex marido.

–Gerry llegará un poco más tarde –dijo él.

Como si se vieran todos los días. Como si aquello fuera lo más normal del mundo. Pero llevaban dos años sin verse. Dos años, tres meses y seis semanas para ser exactos.

Cal volvió a sentarse y ella se quedó dudando entre hacer lo mismo o salir corriendo. Pero había quedado con Gerry y quería enterarse de lo que estaba pasando.

Después de ofrecerle la carta, el camarero desapareció discretamente, como intuyendo que allí ocurría algo raro.

–¿Cómo estás, Kirsten?

–Bien. ¿Y tú?

–Igual que la última vez que nos vimos, pero gracias por preguntar.

Cal había cumplido treinta y ocho años, pero estaba más guapo que cuando se separaron. Seguía teniendo un perfil de patricio, el mentón cuadrado, la nariz recta... Las canas en las sienes lo hacían aún más atractivo.

Kirsten casi había olvidado lo azules que eran sus ojos, que en ese momento tenían un brillo de humor, como si supiera que estaba pasando un mal rato.

Había pensado que si volvía a verlo sería como encontrarse como un extraño, pero estaba equivocada. Al mirarlo sentía una emoción que le resultaba familiar. De hecho, le parecía como si hubiese vuelto atrás en el tiempo.

Era una sensación muy rara y no le gustaba en absoluto. Cal le rompió el corazón. Había tardado mucho en recuperarse del divorcio y no pensaba volver a pasar por ese trago.

–¿Quieres una copa de vino?

Necesitaba una copa, desde luego, pensó Kirsten.

–¿Qué haces aquí, Cal?

–¿No te lo ha dicho Gerry?

–¿Decirme qué?

–Que vamos a trabajar juntos.

–¿Perdona?

–Me han ofrecido el papel protagonista de la película.

Ella lo miró, incrédula.

–No puede ser.

–Sí, es un poco irónico, ¿verdad? Seremos marido y mujer de nuevo... pero en la pantalla.

–Esto es una broma, ¿no? Gerry me había dicho que Jack Boyd era el protagonista.

–El protagonista soy yo –dijo Cal.

Kirsten se sentía como encima de una noria, colgando, mareada, mirando el abismo a sus pies. Necesitaba ese papel... pero no podía trabajar con su ex marido durante tres meses. Ningún ser humano soportaría eso.

Su móvil sonó entonces y, al intentar sacarlo del bolso, tiró el vaso de agua sin querer.

Por supuesto, un camarero apareció inmediatamente para arreglar el desaguisado.

–Lo siento –murmuró. En la pantalla del móvil vio el nombre de su agente–. ¿Dónde estás, Gerry?

Le habría gustado decir: «¿Dónde demonios estás y cómo me has metido en este embrollo?», pero no quería montar un número delante de su ex marido.

–Estoy en un atasco, Kirsten. Oye, lo siento mucho...

–No me habías dicho nada sobre el cambio de protagonista.

–Porque no lo he sabido hasta hace una hora. Buena noticia, ¿eh? Los de la productora no se creen la suerte que han tenido. Cal es uno de los actores más prestigiosos de Hollywood y las mujeres se vuelven locas por él. La película va a ser un bombazo.

Hablaba demasiado rápido, pensó Kirsten. Allí había gato encerrado.

–Lo siento, Gerry, pero no puede ser.

–¿Por qué no? –le preguntó su agente.

–Porque es mi ex marido –contestó ella.

Cuando miró a Cal, vio un brillo de burla en sus ojos azules. Pero le daba igual lo que pensara. Solo quería que Gerry la sacase de aquel lío.

–¿No lo dirás en serio? Si los actores de Hollywood decidieran no trabajar con alguien que ha sido su pareja, no habría películas.

–Me da igual. No me importa lo que hagan los demás.

–Pero si ya has firmado el contrato...

–Pensando que mi compañero de reparto sería Jack Boyd –lo interrumpió Kirsten.

–Has firmado un contrato con Producciones Sugar y tienes que cumplirlo, Kirsten. Si no lo haces, te demandarán y te costará una fortuna.

Ella apretó los dientes. Necesitaba ese papel. Su situación económica era bastante precaria y no podría hacer frente a una demanda de la productora.

–Mira, come con Cal sin esperarme. Estoy seguro de que podréis llegar a un acuerdo para trabajar juntos, ya lo verás. Te llamaré más tarde.

Kirsten colgó y guardó el móvil en el bolso.

–¿Algún problema? –le preguntó Cal.

Ella lo fulminó por la mirada. ¿Por qué preguntaba si había oído la conversación?

–Gerry está en un atasco. Dice que comamos sin él.

No dejaba de darle vueltas a la cabeza. Quizá podría convencerlo para que rechazase el papel. Después de todo, Cal era uno de los actores más buscados de Hollywood y no tendría problema para encontrar otro guion que le resultase interesante. Además, estaba segura de que la idea de trabajar con ella tampoco le hacía mucha gracia.

–Agua mineral, por favor –le pidió al camarero, intentando sonreír–. ¿Cuándo te dijeron que íbamos a trabajar juntos?

–Había oído algo, pero me lo confirmaron esta mañana.

–Ya veo. ¿Y estás tan contento como yo? –preguntó ella, irónica.

–No lo sé. ¿Tú estás contenta?

Kirsten sonrió de oreja a oreja. Una sonrisa falsa como el demonio.

–Ni siquiera sabía que hubieras vuelto de Inglaterra.

–Volví hace un mes. He alquilado una casa en Beverly Hills.

–Qué bien.

Ella pensó en el apartamento que compartía con su amiga Chloe. Era grande, pero no estaba en Beverly Hills. Tras su divorcio, el prestigio de Cal había subido como la espuma, pero su carrera se resintió por culpa de un mal agente. Entonces era una cantante de éxito, con varios números uno en las listas de ventas y Robin Chandler le prometió giras nacionales y apariciones en televisión. Pero no hubo nada de eso. Todo lo contrario. Confiada, firmó un contrato de dos años por el cual Robin se llevaba el cincuenta por ciento de todos sus ingresos. Cuando se dio cuenta, Kirsten se negó a trabajar, por supuesto.

Y todo su dinero, incluida la compensación que Cal le había dado tras el divorcio, desapareció. Buscó consejo legal, pero los abogados de Los Ángeles eran tan caros que al final decidió sencillamente no hacer nada hasta que expirase el contrato. Con su carrera como cantante interrumpida, había tenido que buscar otro trabajo y Gerry Woods la convenció para que firmara con él porque creía en su talento dramático.

Kirsten seguía sorprendida por su éxito en ese campo. Aunque su talento musical le había conseguido papeles en el teatro, nunca pensó que podría ser actriz de cine.

Pero el productor de la película confiaba en ella y era su oportunidad para hacerse un nombre.

–¿Cómo están tus padres? –preguntó Cal entonces.

Esa pregunta la pilló desprevenida. Sus padres lo adoraban. Los había seducido como la sedujo a ella.

–Bien. Bueno, la verdad es que mi padre no está bien del todo.

–¿Qué le ocurre?

Era un buen actor, desde luego. Parecía preocupado, aunque seguramente le importaba un bledo.

–No sabemos. Le están haciendo pruebas.

Intentaba convencerse a sí misma de que no era nada grave, pero temía que su padre estuviera enfermo de verdad.

Cal vio el temor en sus ojos verdes y por un momento sintió la tentación de apretar su mano. Pero sería un error, pensó.

–¿Siguen viviendo cerca de San Francisco?

–Sí... y siguen teniendo la barca.

Por un segundo, una sonrisa auténtica iluminó su rostro, transformándola por completo. Cal recordó el día que lo llevó a conocer a sus padres. Recordó que habían pasado la tarde en la barca, hablando, besándose...

Pero la sonrisa de Kirsten desapareció tan rápidamente como había aparecido.

–Dales recuerdos de mi parte –dijo él entonces.

Kirsten se encogió de hombros. Nunca les hablaba de Cal, pero no pensaba decírselo.

El camarero llegó entonces con la botella de agua mineral y les preguntó si habían decidido lo que querían comer.

–¿Qué va a pasar con la película? –preguntó ella cuando se quedaron solos de nuevo.

–Vamos a hacerla, supongo.

–Yo esperaba que hicieras lo que haría un caballero... rechazar el papel.

–¿Por qué? He dado mi palabra...

–Ah, sí, claro, y tu palabra tiene mucho valor –lo interrumpió Kirsten, irónica–. Bueno, de todas formas, yo no quiero trabajar contigo. Lo siento.

–Pues entonces deberías ser tú quien rechazase el papel. Yo no pienso hacerlo. Ya he firmado el contrato.

–¿Lo estás haciendo para fastidiarme? Esta película es mi primera gran oportunidad y quieres sabotearla.

–No seas ridícula. Deberías darme las gracias –replicó su ex marido–. Mi nombre la convertirá en un éxito de taquilla.

–Tan modesto como siempre –replicó Kirsten.

–Tú sabes que es verdad. Mira el lado bueno del asunto... trabajando conmigo puede que te nominen para algún premio.

–¿Qué premio? ¿La orden del mérito a la paciencia?

Cal soltó una carcajada.

–Oye, que esto no es nada personal.

Por un momento, Kirsten lo vio como lo veía el público. Era lógico que hicieran cola en los cines para ver sus películas. Además de guapo, tenía un aire de misterio irresistible. Era norteamericano, pero había estudiado periodismo en Oxford y después de trabajar como corresponsal deportivo durante varios años, escribió un guion que vendió a una productora de Hollywood. Cuando el productor lo conoció personalmente le pidió que fuera el protagonista y a partir de entonces no había parado de trabajar.

Kirsten se enamoró de él antes de que fuera una estrella, pero ella, como sus fans, se había quedado fascinada por aquel hombre.

Se casaron cuatro meses después de conocerse y un año más tarde estaban divorciados.

Por eso solía referirse a su matrimonio como una enfermedad a la que llamaba «calitis». Cal McCormick nubló su buen juicio y se metió insidiosamente en su corazón para romperlo después.

–¿Cómo es que ya no cantas? –preguntó él entonces–. Hace años que no grabas un disco.

Kirsten se quedó sorprendida por el cambio de tema. Pero no quería contarle que cometió un error al firmar un contrato con Robin Chandler.

–Decidí que mi carrera debía dar un giro –murmuró, evasivamente.

–No sabía que quisieras ser actriz.

–Yo tampoco –sonrió ella–. Gerry sugirió que hiciera una prueba en Broadway y cuando me dieron el papel descubrí que realmente me gustaba actuar.

Entonces no estaba muy segura de sí misma. Cuando llegó a Nueva York se preguntó si estaba perdiendo el tiempo, pero afortunadamente le dieron el papel.

La obra fue un éxito, los críticos dijeron maravillas de su interpretación y cuando volvió a Los Ángeles los productores de cine empezaron a interesarse por ella.

–Entonces, ¿empezaste a actuar como un reto?

¿Por qué la estaba interrogando? No era asunto suyo por qué había dejado el mundo de la música.

El camarero apareció entonces con una botella de champán en un cubo con hielo.