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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Susan Freya Swift

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

En busca de un recuerdo, n.º 1723 - enero 2015

Título original: The Ranger & the Rescue

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6067-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Publicidad

Capítulo 1

 

El hombre más atractivo que Serenity Clare había visto en toda su vida se encontraba ante la puerta de su casa. Alto, delgado y totalmente viril, su aparición había sido tan inesperada que la dejó sin aliento.

Serenity sintió un estremecimiento de deseo en lo más profundo de su cuerpo, un cosquilleo cálido, y se sorprendió. Hasta entonces había pensado que Hank había destruido cualquier pasión que pudiera sentir por un hombre. Sin embargo aquel era distinto, aunque no sabía por qué.

El desconocido se descubrió, dejando ver su cabello corto, de color negro azabache. La presión del sombrero vaquero, mezclada con el intenso calor del verano de Nuevo México, le había dejado el cabello aplastado.

Se frotó la cabeza y preguntó:

—¿Lori Perkins?

Serenity se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en la boca del estómago. El placer desapareció, arrastrado como el polvo por el viento del desierto, y se apoyó en el marco de la puerta.

No había utilizado aquel nombre durante casi un año y no quería oírlo. Lo miró mientras respiraba profundamente, para recobrar la calma, y dijo:

—Me temo que te has equivocado.

Intentó cerrar la puerta, pero él interpuso un pie.

—Eres Lori Perkins. He visto una fotografía tuya.

—¿Quién eres? —preguntó en un susurro, resignada.

El hombre dudó, incómodo, y ella pensó que sus ojos marrones parecían demasiado dulces en un rostro de facciones tan marcadas.

—No lo sé exactamente.

Ella se estremeció. Texas era el pasado, algo que quería olvidar. Pero la situación empeoraba por momentos.

—¿Que no lo sabes?

—No, no lo sé. Esperaba que pudieras ayudarme —respondió—. Yo… desperté en el desierto y recordé tu nombre y tu dirección.

Serenity sintió pánico, pero hizo un esfuerzo sobrehumano por controlarse. Tenía que descubrir quién era aquel hombre y cómo la había encontrado.

—¿No llevas documentación?

—No.

—Date una vuelta.

El desconocido obedeció y ella admiró su cuerpo. Sus ajustados vaqueros le mostraron un trasero duro y bien definido. Le faltaba uno de los bolsillos, precisamente el bolsillo donde la mayoría de los hombres guardaba sus carteras.

—¿Cómo es posible que conozcas mi nombre y no el tuyo?

El hombre la miró e hizo un gesto de impotencia.

—No lo sé.

—Inclínate. Puede que te dieras un golpe en la cabeza…

—Es posible, porque me duele.

Serenity pasó los dedos por su rizado y oscuro cabello, aspirando su aroma masculino mientras buscaba alguna herida. Entonces, tocó lo que parecía ser sangre y él se sobresaltó. A escasa distancia de una de sus sienes tenía una herida con mal aspecto.

—Oh, Dios mío…

Se apartó de él y lo miró. Era evidente que se encontraba mal y pensó que si lo dejaba marchar podría incluso morir. Además, supuso que podía controlar la situación. Por una parte estaba muy débil; y por otra, no recordaba por qué lo habían enviado a buscarla.

—Está bien. Me conoces, yo no te conozco, y tú no te conoces a ti mismo. Bueno, parece que has venido al sitio adecuado —declaró, mientras lo invitaba a entrar.

—Entonces, no sabes quién soy…

Serenity no quiso contarle sus sospechas, así que dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—No, pero soy adivina. Ya sabes, las cartas tienen todas las respuestas. Y si las cartas no nos sirven, siempre podemos intentarlo con una bola de cristal. No te preocupes, seguro que encontramos algo que nos sea útil.

El desconocido tragó saliva y su nuez se movió de tal forma que deseó devorarlo, pero entonces recordó que él no podía ser la única persona que conocía el paradero de Lori Perkins. Se asustó, pensó que sería mejor que no estuviera mucho tiempo fuera de la casa y se apresuró a entrar y a cerrar la puerta.

Estaba muy alterada. No sabía cómo había podido localizarla aquel hombre. Supuso que lo habrían enviado para comprobar que estaba allí, o para hacer un informe, pero no quiso pensar en Hank.

Se dijo que mientras tomaba una decisión sobre lo que debía hacer, sería mejor que mantuviera cerca a aquel hombre. Estaba tan aturdido que se encontraría a salvo con él, al menos por un tiempo.

 

 

No recordaba nada, salvo a aquella mujer. Pero el rostro de la fotografía en blanco y negro que recordaba haber visto apenas guardaba un ligero parecido con aquella pelirroja. Pensó que tal vez fuera una fotografía vieja, aunque por otra parte se sentía tan confuso que no podía estar seguro de nada.

—Dame tu sombrero —dijo ella.

Él lo hizo y la mujer lo colgó cerca de la entrada.

Después, Lori lo llevó a través de un salón de tonos claros y pocos muebles, con un sofá estiló futón decorado con un par de cojines de color turquesa y coral. Una alfombra a juego cubría casi todo el suelo y sobre la repisa de la chimenea había varios objetos de cristal, que brillaban.

Cuando llegaron a la cocina, ella hizo un gesto hacia una de las cuatro sillas de madera y lo invitó a sentarse. Después, mojó un paño, le limpió la herida y le aplicó un poco de hielo.

Mientras ella preparaba un té, él tuvo ocasión de contemplarla con más detenimiento. Sus movimientos eran tan gráciles como su conversación, y llevaba un vestido blanco, de algodón, que le quedaba muy bien. Obviamente vivía de forma modesta, pero a pesar de la escasez de muebles se respiraba aire de hogar. Pensó que la casa, blanca, era típica de aquella zona de Nuevo México. Y acto seguido se preguntó de dónde había sacado aquella información.

Le extrañó la ausencia de aparatos. No había televisión ni radio ni lavavajillas. Se preguntó si tendría teléfono y la imaginó lavando la ropa en un arroyo.

Apretó el hielo contra la herida y echó un vistazo a los papeles que tenía sobre la mesa. Se preguntó si siempre sería tan entrometido, pero se dijo que tal vez fuera una reacción al golpe que se había dado. Sin embargo, examinó sus facturas y descubrió que aquella mujer estaba utilizando un nombre muy diferente: Serenity Clare.

Frunció el ceño, extrañado por la elección del nombre y por el hecho de que viviera bajo otra identidad, pero después pensó que él no era quién para juzgar a nadie. Sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera sabía quién era.

Justo entonces vio la factura del teléfono. Al parecer, la civilización había llegado al desierto de Nuevo México.

—Vaya, ya sabemos algo sobre ti —dijo ella, mientras le arrebataba las facturas—. Eres un fisgón.

El hombre se ruborizó y ella sonrió de un modo tan intenso que él notó un súbito aumento de su temperatura. Era muy atractiva.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Ya conoces mi nombre. Lori Perkins —respondió.

Ella le sirvió un té y se sentó al otro lado de la mesa. Entre ellos había un florero azul con flores silvestres cuyo aroma inundaba el lugar.

—Entonces, ¿quién es Serenity Clare?

—Yo. Soy adivina, ¿recuerdas? Lori Perkins es un nombre demasiado vulgar para trabajar en esta profesión. Así que preferiría que me llamaras Serenity.

—Serenity —repitió él, como intentando decidir si le gustaba el nombre—. ¿Y de verdad eres adivina? Me ha parecido que habías mentido.

La mujer lo miró con evidente sorpresa y él se maldijo por ser tan grosero. Lo había rescatado, lo había invitado a entrar en su casa, y a cambio, la insultaba.

—Lo siento, perdóname —se disculpó.

—Descuida, estoy acostumbrada a los escépticos. Todos lo somos, en realidad.

—¿Todos?

—¿No conoces Lost Creek? Esta localidad es un vórtice.

—¿Un qué?

—Un vórtice. Los indios solían reunirse en esta zona porque decían que estaba llena de energía mística. Aún se pueden ver sus antiguos caminos cerca de los arroyos —respondió, mientras se inclinaba hacia él—. ¿No lo sientes?

Él cerró los ojos e hizo como si se concentrara, pero solo para hacer una broma. Además no sintió nada salvo su terrible dolor de cabeza, así que decidió probar el té. Estaba muy bueno y tenía un sabor de fondo que no supo reconocer.

—Está excelente. ¿Qué lleva?

—Es una mezcla mía. La salvia tiene efectos tonificantes, y he añadido manzanilla y un poco de valeriana para que te relajes y descanses. Es muy sano.

—Te lo agradezco sinceramente, Serenity —dijo, antes de dejar la taza en la mesa—. Y me gustaría quedarme aquí y descansar un poco, pero supongo que será mejor que me marche. ¿Sabes si hay una comisaría de policía o un sheriff en el pueblo?

Serenity se pasó una mano por el cabello y respondió:

—Bueno… es que es fin de semana y no podrás encontrar a nadie.

—¿A nadie? ¿Es que no hay ley aquí?

—Lost Creek es un lugar muy pequeño. Tiene menos de trescientos habitantes permanentes, así que el sheriff no trabaja a tiempo completo. No hay delitos.

—Parece como si estuviera en el paraíso —dijo, mientras se levantaba—. Pero no puedo aprovecharme más tiempo de tu hospitalidad.

—Por supuesto que puedes.

—¿Cómo?

El hombre ya había descubierto que Serenity tenía la costumbre de decir cosas bastante inesperadas y deseaba quedarse allí para que le explicara todo aquello del vórtice. Seguro que cada uno de los objetos de cristal que había visto en el salón tenía su propia historia.

—Si no lo he entendido mal, soy el único nexo que te une a tu pasado. No me gustaría que te marcharas sin dinero, sin saber adónde ir y sin tener idea de quién eres.

El desconocido se sentó de nuevo, aliviado. Estaba cansado, tenía hambre y en realidad no quería marcharse a ningún sitio. Además, y a pesar del té, la cabeza le dolía tanto que no podía ni moverse ni hablar sin sentir un intenso dolor.

—Tal vez tengas razón.

—Si te fueras, ¿adónde irías?

—No lo sé —respondió, mientras se tocaba la herida.

—No, será mejor que permanezcas aquí. Llamaré a Mairen, una amiga mía. Es experta en integración psíquico-espiritual. Y supongo que esa será la mejor solución.

—¿Cómo? —preguntó, sin entender nada.

Aquella mujer le pareció tan extraña que se dijo que tal vez él fuera periodista. Cabía la posibilidad de que lo hubieran enviado para entrevistarla o algo así.

—El golpe en la cabeza ha alterado tu equilibrio psíquico-espiritual; por eso no recuerdas nada. Si vuelves a recuperarlo, recuperarás la memoria.

Serenity le dio una palmadita en una mano y el contacto de sus delicados dedos hizo que él se estremeciera. Intentó controlar el deseo y esperó que entre sus múltiples talentos no se encontrara la clarividencia, porque no quería que lo echara de la casa.

Quería quedarse allí. Aquella hechicera inmensamente atractiva era lo único que lo ligaba a su identidad.

—¿Hace mucho que no comes? —preguntó ella.

—No lo sé.

—Me queda lasaña de anoche; si no te importa comer restos…

—Me comería cualquier cosa que me ofrecieras.

En aquel momento se dio cuenta de que estaba realmente hambriento y supuso que llevaba más de un día sin comer.

Serenity metió la lasaña en el microondas, para calentarla.

—Veo que tienes algunos aparatos modernos…

Ella sonrió.

—¿Creías que uso lámparas de aceite y que cocino en hogueras al aire libre?

—Bueno, no tienes ni radio ni televisión…

—Me gusta vivir de forma sencilla. Además, no quiero ni radio ni televisión para nada. El mundo exterior… dificulta mi meditación.

—¿Qué quieres decir?

Ella se encogió de hombros.

—Las noticias están llenas de guerras y muertes. Las películas, de tiroteos y accidentes. ¿Por qué querría inquietarme con tanta violencia? —se preguntó, mientras ponía la mesa.

—¿Lees los periódicos?

—Diariamente no. Pero hay un periódico semanal que habla de asuntos locales. Es suficiente para mí. Lost Creek es mi pequeño mundo.

Serenity sacó la lasaña del horno y la sirvió. Él aspiró el aroma y la boca se le hizo agua. Le pareció divertido que supiera que aquel plato le gustaba y que no recordara el nombre.

—La mayoría de la gente tiene intereses más amplios —comentó él.

—¿Tú crees?

El hombre se dedicó a disfrutar de la lasaña. El sabor ligeramente picante le pareció habitual, pero una vez más se preguntó cómo lo sabía. En cualquier caso, olía y sabía muy bien.

—Está muy bueno. Seas lo que seas, eres una magnífica cocinera.

—Gracias.

Serenity se ruborizó por el cumplido.

—Reaccionas como si nadie te hubiera hecho un cumplido similar…

—No, es que me sorprende que te guste la comida natural. Pocos hombres la aprecian.

—¿Natural?

—Sí, solo lleva pasta, tomates y verduras cultivadas sin productos químicos.

—Pues sabe como una lasaña normal. Tal vez un poco mejor.

—Es que también lleva tofu. Casi no se nota el sabor, pero con la salsa queda muy bien. Además no engorda y es perfecto para hacer tacos mexicanos, o para mezclarlo con ajo, tomate y orégano.

Al mirarla, se preguntó si él saldría habitualmente con mujeres como ella. Era encantadora.

—¿Qué sucede? —preguntó Serenity al notar su preocupación.

—Nada, solo estaba pensando.

De nuevo se preguntó quién sería aquella mujer. Desde luego era la clave para recuperar su propia identidad, y consideró la posibilidad de que lo conociera y de que no quisiera admitirlo, por alguna razón. Sin embargo, bastaba observarla para comprobar que no era de la clase de personas que ocultaban secretos. Solo había un problema en la deducción: por qué se comportaba de forma tan amable con un perfecto desconocido.

—¿Estás segura de que no me conoces?

—No, no te había visto en toda mi vida —respondió.

Serenity se levantó y le sirvió un poco de té helado, pero ella solo tomó agua.

—¿No tomas té?