{Portada}

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2009 Kate Hardy. Todos los derechos reservados.

SIN VUELTA ATRÁS, N.º 1794 - junio 2011

Título original: Temporary Boss, Permanent Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-372-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Promoción

Capítulo Uno

–Matt llamó a primera hora de la mañana. Sus hijos le han contagiado algo y está enfermo… dice que no cree que pueda volver hasta el viernes, como poco –le explicó Judith en tono de disculpa.

Era preferible que el jefe del departamento legal se quedara en casa en lugar de ir a trabajar y transmitirles el virus a todos sus compañeros. Jake no tenía ningún inconveniente con que faltara. No se molestó en preguntar por Adam porque sabía perfectamente dónde estaba la mano derecha de Matt; disfrutando el permiso de paternidad.

Bebés y niños por todas partes.

Excepto…

Apartó aquel pensamiento de su mente. Debía buscar una alternativa a Matt.

–Eso nos deja a Lydia y a Tim.

–Han salido los dos a comer. Lo siento –añadió su secretaria.

–Deja de disculparte, no es culpa tuya –Jake frunció el ceño.

Podría aplazar el viaje a Noruega, pero prefería solucionar aquel asunto cuanto antes y, de los miembros del departamento legal que quedaban… A Tim se le daba bien hablar, pero carecía de la experiencia y de los conocimientos de Lydia, y quizá fuera demasiado ansioso. Jake necesitaba alguien tranquilo, una persona segura de sí misma, alguien que prestara atención a todos los detalles.

–Supongo que tendrá que valerme Lydia. Dile que venga a verme en cuanto vuelva de comer, por favor.

–Sí, señor Ande…

–Jake –la interrumpió suavemente–. No quiero formalidades en Andersen –era el primer cambio que había hecho tras la jubilación de su padre, cuando había ocupado el cargo de director general de la empresa; abandonar tanta formalidad y abrirse un poco a los nuevos tiempos. Pero, casi dos años más tarde, algunos de los empleados aún no habían conseguido acostumbrarse a llamar al jefe por su nombre de pila.

–Sí… Jake –corrigió la secretaria.

–Gracias, Judith –le dedicó una ligera sonrisa y volvió a su despacho.

«Supongo que tendrá que valerme Lydia».

Aquello lo decía todo.

Y lo cierto era que dolía, por mucho que Lydia supiera que era un comentario justo. Jakob Andersen estaba al corriente de lo que ocurría en todos y cada uno de los departamentos de la empresa, de lo que era capaz cada uno de sus empleados, de lo que funcionaba y de lo que no y de lo que era necesario cambiar. Antes de convertirse en director general, había pasado seis meses en cada departamento, por lo que sabía bien lo que se hacía en cada sección de la compañía y las dificultades a las que se enfrentaban los trabajadores. Todos aquéllos que habían estado tentados de afirmar que había conseguido el puesto sólo por ser el hijo del jefe habían tenido que cambiar de opinión. Jake no era de los que delegaban y se pasaban el día sin hacer nada; era una persona que se preocupaba por ver qué había que hacer y, si era necesario, se arremangaba y se ponía a hacerlo él mismo.

Así que seguramente ya se había dado cuenta de que Lydia Sheridan no estaba hecha para ser abogada de una gran empresa. Tenía la formación y la experiencia necesarios, lo que no tenía era el espíritu agresivo que requería aquella profesión.

Llevaba años engañándose a sí misma. Intentando ser la hija que sus padres querían, la persona que todo el mundo quería que fuese. Pensó entonces que quizá había llegado el momento de dejar de intentarlo y limitarse a ser ella misma.

Iría a ver a Jake, pero tenía la impresión de que a su jefe no iba a gustarle lo que iba a decirle. Porque Lydia Sheridan no iba a «valerle» en absoluto.

–Ah, Lydia, que bien que hayas vuelto –dijo Judith en cuanto la vio entrar. El director quiere verte lo antes posible.

–Muy bien –Lydia forzó una sonrisa, pues Judith no tenía la culpa de que ella no estuviera hecha para aquel trabajo, así que no iba a pagar su frustración con la secretaria–. Ahora mismo voy.

Encontró la puerta del despacho de Jake abierta de par en par, pero llamó de todos modos.

Él levantó la mirada de su mesa.

–Pasa y siéntate.

Como de costumbre, Lydia se descubrió observándolo, deseando agarrar un lápiz y un papel y ponerse a dibujarlo. Jakob Andersen era sencillamente hermoso. Aquellos penetrantes ojos azules pedían, no, exigían, atención y, unidos a su cabello oscuro y a su piel pálida de hombre nórdico, lo hacían absolutamente impresionante. Bien era cierto que quizá tenía la cara demasiado delgada y que las ligeras sombras que se adivinaban bajo sus ojos hacían pensar que se exigía demasiado. Desde que, hacía dieciocho meses, había puesto fin a los dos años sabáticos que se había tomado, sus jornadas de trabajo eran exageradamente largas. Por lo que había oído Lydia, siempre era el primero en llegar a la oficina y el último en marcharse.

¿De qué estaría huyendo?

No, eso no era asunto suyo. Además, no podía permitirse estar pensando en las musarañas. Jake la había hecho llamar y eso, sin duda, significaba que quería que resolviera algún asunto legal.

Ocupó la silla que él le había señalado.

–Judith me ha dicho que querías verme.

–Mañana debo irme a Noruega a ocuparme de algunos contratos y necesito que vengas conmigo.

Directo al grano.

Pero… aquello no encajaba. No, después de lo que le había oído decirle a Judith. Dado el motivo por el que había decidido ir a verlo, Lydia no tenía por qué andarse por las ramas y entretenerse en formalismos; podía ser tan directa como él.

–Me necesitas.

Jake frunció el ceño al percibir el sarcasmo en su voz.

–Sí.

–La verdad es que me cuesta creerlo.

–¿Qué quieres decir? –preguntó, con el ceño aún más fruncido.

–Te oí decir que yo tendría que valerte.

Jake se recostó sobre el respaldo de la silla y se pasó la mano por el pelo.

–Comprendo.

Al menos no lo negaba.

–En realidad no quería decir eso.

–¿No?

–No. Admito que no fuiste mi primera opción –dijo–. Yo había previsto ir con Matt, pero está enfermo y Adam, de permiso. Ellos dos ya se han enfrentado a este tipo de trabajo, además Matt habla noruego, lo que nos habría ahorrado mucho tiempo. Pero no importa, yo te traduciré.

–No será necesario.

–¿Hablas noruego?

–No. Iba a venir a verte de todos modos –le dijo con voz tranquila–. A entregar mi dimisión.

Jake parpadeó, visiblemente sorprendido.

–Porque tienes razón. No estoy hecha para ser abogada de una gran empresa.

–Yo no he dicho eso. Ni mucho menos –la miró fijamente–. Lydia, tu trabajo siempre es muy meticuloso.

Por supuesto que lo era. Era una cuestión de orgullo. El problema no era su trabajo. Era ella.

–Yo no soy como Tim… no estoy ansiosa por triunfar.

–Tim no es el tipo de abogado que necesito para este trabajo. Necesito alguien más tranquilo.

¿Qué? ¿No se suponía que los grandes abogados debían ser enérgicos y estar dispuestos a todo por conseguir el éxito?

–¿Qué quieres decir? –le preguntó con cautela.

–Necesito alguien capaz de evaluar la situación rápidamente y elegir la táctica que debe utilizar en cada momento. En Noruega no se consigue nada con presión. Necesito alguien tranquilo y competente, capaz de ir al grano, a los hechos, y pueda hacer frente a los compromisos –aseguró, enumerando todos y cada uno de los requisitos necesarios–. Alguien directo. Por lo que me ha dicho Matt de ti, puedes hacer todo eso, de otro modo no estarías trabajando en Andersen’s –la miró a los ojos. Tu problema es que te falta confianza.

¿Cómo lo sabía? Jake había estado algún tiempo trabajando en el departamento legal, pero eso había sido antes de que ella entrase en la empresa. Lydia sólo había trabajado con él junto a su equipo legal, nunca a solas.

Antes de que pudiera decir nada, él habló de nuevo:

–Eres lo bastante buena para hacer este trabajo, así que no pienses lo contrario. Tienes que estar más segura de ti misma. Voy a decirle a Adam que lo añada a tu lista de objetivos.

Profesional y directo. Lydia se sintió arrollada y no era así como había querido que fuese la conversación. No era así en absoluto. Jake pensaba que le había dado miedo, pero eso no era todo.

–Venía a presentar mi dimisión –le recordó.

–Lo sé. Pero no la acepto. Aparte de que en estos momentos el departamento legal está bajo mínimos y, si te dejara marchar, quedaría en una situación muy comprometida… tú haces muy bien tu trabajo. No hay motivo alguno para dimitir –apoyó los codos en la mesa y volvió a mirarla a los ojos–. A menos que hayas recibido una oferta mejor de otra empresa.

Era la oportunidad perfecta para negociar un aumento de sueldo; podía decir que le habían ofrecido más dinero y más vacaciones en una empresa de la competencia, Jake tendría que igualar la oferta.

Pero… ella no era así.

No se trataba de ganar más dinero.

Se trataba de afrontar de una vez algo que había sabido incluso antes de aceptar el empleo. Debía encontrar su lugar. Sabía que no era el mejor momento para hacerlo, ¿qué persona en su sano juicio dejaría un trabajo estable para seguir un sueño en medio de una recesión?

Pero Lydia no tenía a nadie que dependiera de ella y sí algunos ahorros.

Se las arreglaría.

–No, no he recibido una oferta mejor –respondió en voz baja. Al menos no era «mejor» en el sentido en que lo entendería cualquier hombre de negocios.

Jake la miró con preocupación.

–¿Tienes algún problema que no me hayas contado? ¿No estarás sufriendo acoso de ningún tipo?

–No, claro que no –Tim le resultaba un poco pesado, pero le gustaba trabajar con Matt y con Adam.

–Entonces no veo motivo alguno para que dimitas, aparte del hecho de que te estás subestimando.

Quizá fuera cierto, y ése era el motivo por el que se había convertido en abogada. En muchos sentidos, a pesar de haber requerido muchos años de trabajo, había sido la opción más sencilla. Había sido más fácil que ser testaruda y empeñarse en hacer lo que realmente quería en la vida. Pintar. Hacía años que quería pintar, pero cuando les había dicho a sus padres que quería estudiar Arte, ellos no se lo habían tomado nada bien. ¿Cómo iba a querer ser pintora la hija de dos importantes abogados, y vivir humildemente, haciendo un trabajo con el que ni siquiera podría pagar el alquiler? Les había parecido ridículo. Tampoco habían querido hacer caso a su profesora de arte.

Lydia había tratado de complacerlos. Había estudiado Historia, Económicas y Derecho, y había terminado con unas notas magníficas. Después había seguido formándose como abogado y, una vez acabados sus estudios, había conseguido trabajo como abogada.

Y el dibujo había seguido siendo un secreto que compartía con su madrina, Polly.

–No quiero seguir siendo abogada –dijo.

Jake volvió a recostarse y la miró.

–¿Estás desengañada con tu trabajo? Suele pasar.

Parecía comprenderlo… y eso era algo que Lydia no esperaba. ¿Así que Jake conocía a otras personas que habían llegado a un momento en el que ya no les gustaba lo que hacían?

Jake habló como si estuviera respondiendo a esa pregunta que Lydia no había hecho en voz alta.

–Yo también he pasado por eso –por un momento apareció algo en sus ojos, algo que ocultó antes de que ella pudiera verlo–. La solución es encontrar un nuevo desafío que te devuelva el amor al trabajo, y creo que este viaje podría serlo.

–¿Y si no es así?

–Haz este trabajo por mí –le pidió–, y si después sigues sintiendo lo mismo, aceptaré tu dimisión… con fecha de hoy.

Era una oferta razonable. ¿Qué importaban unos días más?

–De acuerdo.

Jake miró la hora.

–Estupendo. Pensemos en la ropa, entonces –la miró de arriba abajo–. Vamos al sur de Noruega, así que no hará tanto frío como en el norte, pero de todos modos necesitarás unas botas y un buen abrigo… ¿tienes?

Estaba claro que no le gustaba hablar por hablar. De hecho aquélla era la conversación más larga que había tenido Lydia con él. En los tres años que llevaba trabajando en Andersen’s era la primera vez que se reunía a solas con él, pero en las presentaciones y reuniones a las que había asistido junto a Matt o Adam, siempre le había parecido tan directo e incisivo como ahora.

–¿Abrigo y botas? –repitió, enarcando las cejas.

Estupendo, ahora pensaba que tenía la capacidad de concentración de un mosquito.

–Sí, tengo abrigo y botas.

–Estupendo.

–¿Cuánto tiempo vamos a estar fuera?

–Hasta el viernes… claro que, si se complicaran las cosas, tendríamos que trabajar el sábado por la mañana y volver el domingo. ¿Has estado ya en Noruega?

–No. La verdad es que siempre he querido ir para ver los fiordos y la aurora boreal –confesó. No le importaría retratar sobre el lienzo la luz pura y limpia de los países nórdicos.

Jake la miró con gesto pensativo.

–Si quieres quedarte unos días después para hacer un poco de turismo, puedo pedir que te compren un billete de avión con el regreso abierto. Andersen’s correrá con la cuenta del hotel para compensarte por tener que trabajar hasta tarde y el fin de semana.

Era una oportunidad que no pensaba desaprovechar.

–Gracias. Te lo agradezco mucho, pero será mejor que llame a Matt para asegurarme de que puedo tomarme unos días de la semana que viene.

–Claro. Le diré a Ingrid que prepare el viaje y te mantendré informada.

Eso ponía fin a la reunión de una manera correcta, pero directa. Lydia sonrió y salió del despacho.

Después de que Lydia se marchara, Jake no podía volver a concentrarse en el trabajo; cada vez que miraba la pantalla del ordenador, lo único que veía era el rostro de Lydia.

A primera vista, Lydia Sheridan parecía la abogada perfecta para cualquier empresa, con su traje de chaqueta, su cabello castaño perfectamente peinado y ese maquillaje que apenas se notaba y con el que uno se daba cuenta de que no intentaba valerse de sus encantos femeninos sino que era una mujer seria.

Jake estaba seguro de que podía hacer bien aquel trabajo; Matt le había dicho muchas veces que Lydia se daba cuenta de ciertos detalles que a mucha gente se le escapaban.

Pero ella misma lo había dicho: «No quiero seguir siendo abogada».

Jake conocía bien aquellas encrucijadas, esos momentos de la vida en los que uno se preguntaba si había perdido el tiempo durante años haciendo algo que ya no quería seguir haciendo. Ese momento en el que uno se preguntaba qué quería hacer realmente.

Él siempre había seguido su propio consejo; seguir adelante buscando un nuevo desafío, algo por lo que luchar, algo que le impidiera seguir haciéndose preguntas. Prefirió no pensar en que él todavía no había encontrado ese nuevo desafío, ni en que se pasaba el día trabajando sólo para no tener que pensar en lo que realmente quería… y en lo fuera del alcance que lo tenía.

Jake meneó la cabeza y volvió a centrarse en aquel montón de cifras, pero entonces oyó el sonido que anunciaba que tenía un nuevo correo electrónico. Su secretaria ya tenía los billetes de avión y el alojamiento.

Debería haberle pedido a Ingrid que le enviara todos los detalles a Lydia, pero aún tenía que informarla sobre el negocio que iban a cerrar a Oslo. Algo que podría haber hecho perfectamente por correo, o por medio de Ingrid. Sin embargo, unos segundos después se encontró caminando hacia el departamento legal con los documentos en la mano.

Lydia levantó la mirada de su escritorio justo en el momento en que él entraba en la enorme sala sin tabiques donde trabajaban los integrantes del departamento.

–Puede que te venga bien leer esto antes de mañana –le explicó al tiempo que le daba la carpeta–. Es la información sobre el contrato que estamos ultimando con la empresa de Nils Pedersen en Oslo. Llámame si tienes alguna pregunta. Esta noche tendré el teléfono móvil encendido en todo momento.

–De acuerdo –respondió con total tranquilidad.

Jake supo en ese momento que no iba a llamarlo.

Debería haber vuelto a su despacho de inmediato, en lugar de quedarse allí intentando averiguar a qué perfume pertenecía aquella suave fragancia. En lugar de preguntarse si sus labios serían tan suaves como parecían.

–¿Pudiste aplazar las reuniones que tenías programadas para los días que vamos a estar fuera?

Lydia asintió.

–Sin ningún problema.

–¿Y has hablado con Matt?

–Sí. Dice que puedo tomarme toda la próxima semana porque él ya habrá vuelto.

–Estupendo. Entonces nos vemos en el aeropuerto mañana a las nueve y media.

–Allí estaré.

Se comportaba de un modo frío y profesional, como una abogada tranquila y eficiente. Pero Jake tenía la sensación de que en realidad llevaba una especie de máscara, tan lograda como la que llevaba él. Y se preguntó qué podría hacerla resplandecer.

En cuanto se dio cuenta del rumbo que estaban tomando sus pensamientos, se apartó de ellos bruscamente. No. Ya no hacía esas cosas. Ahora la principal motivación de su vida era el trabajo y no tenía la menor intención de estropearlo todo teniendo una aventura con una mujer con la que trabajaba.

Además, Lydia Sheridan no parecía el tipo de persona que tenía aventuras, y eso era lo único que él podía ofrecerle. Jakob Andersen, heredero de una importante dinastía naviera y director general de Andersen Marine, no podía ofrecerle ningún futuro a ninguna mujer. Lo único que podía ofrecer era su dinero.

Pero eso no bastaba.

Capítulo Dos

Cuando Lydia llegó a la sala de embarque al día siguiente a las nueve y veinticinco de la mañana, Jake ya estaba allí, con el tobillo derecho apoyado en la rodilla izquierda para proporcionarse una mesa improvisada sobre la que tenía varios papeles. Llevaba un bolígrafo en la mano derecha y el teléfono móvil en la izquierda y parecía tener la situación bajo control.

No era de extrañar que todas las mujeres que pasaban le dedicaran miradas de admiración. La seguridad en sí mismo que transmitía resultaba increíblemente sexy.

Por no hablar de su boca y su…

Lydia meneó la cabeza, horrorizada, al darse cuenta de que estaba imaginándose acercarse a Jake y besarlo hasta dejarlo sin sentido. Además del hecho de que era su jefe, y por tanto estaba completamente fuera de su alcance, a los veinte años, Lydia había decidido alejarse de las relaciones serias.

Desde que había estado saliendo con un humilde artista al que su padre había pagado para que se alejara de ella, una transacción que Lydia había presenciado a escondidas por casualidad.

Había supuesto un terrible desengaño. Hasta aquella fatídica tarde, había estado pensando seriamente en abandonar la universidad y dejarse llevar por los dictados de su corazón, incluso sabiendo cuánto habría decepcionar a sus padres. Eso habría significado estar con el hombre al que amaba y ganarse la vida con lo que realmente le gustaba hacer. En ese momento no le había importado que Robbie y ella no fueran a tener ni un penique; Lydia había tenido la certeza de que juntos encontrarían la solución, porque formaban un buen equipo. Había estado tan segura de que Robbie la amaba tanto como ella a él.

Hasta que había escuchado aquella conversación.

Y había comprobado que Robbie ni siquiera había titubeado un segundo antes de aceptar el cheque de su padre.

Esa misma noche había roto con ella, tal y como le había prometido a su padre. La había mirado a los ojos y le había dicho que lo sentía enormemente, pero que se había enamorado de otra mujer.

Una vil mentira. La culpa no había sido de otra mujer.

Sino del dinero.