SUMARIO

Introducción

El desarrollo humano

¿Quién soy yo?

La filosofía perenne

La Gran Cadena del Ser

El Kosmos

Los tres ojos del conocimiento

Holones

Jerarquías

Jerarquías de dominio y jerarquías de desarrollo

La falacia pre/trans

Locura y espiritualidad

Jung, arquetipos y espiritualidad

La visión romántica

El narcisismo de la Nueva Era

El mundo chato

El significado de la enfermedad

El sentido de la polémica

El proyecto de la conciencia humana

Limitaciones de la Gran Cadena del Ser

Los cuatro cuadrantes

El Gran Tres: «yo», «nosotros» y «ello»

Las visiones del mundo

Generalizaciones orientadoras

Un abordaje espectral

Dos dioses diferentes

El espectro de la conciencia

Correlación entre estructuras, fulcros, psicopatologias y tratamientos

Microgénesis

La forma del desarrollo

El desarrollo como disminución del egocentrismo

El proyecto Atman

La cultura como negación de la muerte

El tiempo y la muerte

Sobre el tiempo

Trascendencia y represión

El budismo y los estadios del desarrollo

Diferenciación versus disociación

Funciones del Yo

Interpretación de los sueños

El centauro

Lo existencial, antesala de lo transpersonal

La muerte de un alma grande

El momento de la muerte

Lo transpersonal

Misticismo y física

El espíritu en acción

Experiencia cumbre y rasgo permanente

Traslación versus transformación

El ejercicio del Testigo

¿Qué es la meditación?

Meditación y psicoterapia

Práctica tántrica

Sobre la ausencia de identidad del Yo

Lo atemporal

El problema de la interpretación de la experiencia espiritual

La sabiduría y la compasión

El Yo real

Lo no dual

La visión no dual

Las tradiciones no duales

La gran búsqueda

La constancia del sujeto

Usted ya es consciente

Un Solo Sabor

El arte contemplativo

El juego divino

La última prueba espiritual

Un billete para Atenas

Transformar al cartógrafo

La práctica transformadora integral

Sobre la práctica

Sobre el humor

Bibliografía

INTRODUCCIÓN

Quienes hayan superado ya la cincuentena recordarán el desierto social y cultural en que se encontraban quienes, a comienzos de los setenta, mostraban, en nuestro país, interés por las cuestiones espirituales. Pocos lugares había entonces, aparte del oasis que representaba Editorial Kairós, en donde los buscadores pudieran abrevar su sed.

No es de extrañar que, en semejante contexto, los interesados se vieran obligados, para fundamentar e integrar su práctica, a depender de la interpretación del Camino proporcionada por un determinado maestro o escuela, una situación que alentaba la dependencia y el sectarismo –que, dicho sea de paso, no suelen andar muy alejados de este tipo de procesos– y, en consecuencia, se mantuvieran desmesuradamente atados a un maestro, a un grupo o a una determinada enseñanza.

Hoy en día, sin embargo, las cosas son muy diferentes, porque los anaqueles de las librerías rebosan de libros de espiritualidad y la oferta de talleres, cursillos y retiros es tan nutrida que en ocasiones se habla –y no sin razón–, de supermercado espiritual.

Pero que las cosas sean diferentes no significa que los problemas hayan desparecido porque, en muchos casos, esa espiritualidad es más supuesta que real y la legitimidad de los maestros es más que cuestionable. ¿Alguien podría asegurar además que, en ausencia de un marco de referencia que sirva para seleccionar, interpretar y asimilar adecuadamente la información, el exceso sea mejor que su defecto?

La aparición de los primeros libros de Wilber supuso un hito muy importante, porque nos proporcionó un marco de referencia en el que encuadrar el largo camino del desarrollo psicológico y espiritual que lleva desde el bebé hasta el iluminado y consiste en aprender a querer nada –el camino que conduce desde una nada que lo quiere todo (y que, por ende, teme y se defiende de todo) hasta una nada que nada quiere (y que, en consecuencia, no tiene nada que temer ni nada de lo que defenderse),– el modelo espectral basado en la filosofía perenne.

Pocos autores hay cuyo pensamiento posea la amplitud y el calado suficiente como para haber merecido el homenaje de ver publicadas sus obras completas y menos aún los que, como Ken Wilber, lo hayan recibido en plena vida activa.

Y es que, desde el momento de su aparición en el horizonte transpersonal con El espectro de la conciencia hasta su reciente Boomeritis, cada uno de sus libros ha sido acogido con un entusiasmo dispar pero creciente que ha acabado consagrándole un lugar capital en el Olimpo de los estudios de la conciencia.

Pero si su conocimiento es enciclopédico, mucho más poderosa es todavía su capacidad de síntesis que le ha llevado a formular un modelo que engloba el mayor número de verdades posibles procedentes de fuentes tanto premodernas como modernas y postmodernas y esbozar un marco de referencia que tiende puentes y contribuye a integrar disciplinas tan dispares como la psicoterapia y la meditación, la ciencia y la religión y Oriente y Occidente, en suma.

Enumeraremos a continuación cronológicamente los distintos libros de Wilber (19 hasta el momento en inglés, 18 de los cuales se han visto publicados en castellano), precedidos del año de su publicación en inglés y de una descripción sumaria de su contenido para que el lector de Antología que recién se acerque a su obra disponga de una guía para orientarse.

También incluimos, entre paréntesis, el año de publicación de la traducción castellana, el número de ediciones realizadas y, en unos pocos casos –a modo de ejemplo ilustrativo de la magnitud del interés que despierta su obra en el público, no sólo de nuestro país, sino de todo el orbe de habla hispana–, el número de ejemplares vendidos hasta la fecha de la traducción castellana que, exceptuando Gracia y coraje y Sexo, ecología, espiritualidad (Gaia Ediciones de Madrid) y Una visión integral de la psicología (Alamah, de ciudad de México), se ha visto enteramente publicada por Editorial Kairós.

Asimismo indicamos la correspondencia existente entre la obra de Ken Wilber y las distintas fases de su pensamiento.

1977. El espectro de la conciencia (1990, 2a edición). La búsqueda de un hilo conductor que le permitiera entender las disparidades existentes entre disciplinas tan diversas como el hinduismo, el budismo, la terapia gestalt o el psicoanálisis le llevó a esbozar en este libro su modelo espectral de la conciencia, señalar que ésta, al igual que la luz, se despliega como un espectro y poner de manifiesto que las aparentes discordancias se desvanecen apenas comprendemos que apuntan a franjas o bandas diferentes del espectro de la conciencia.

1979. La conciencia sin fronteras. Aproximaciones de Oriente y Occidente al desarrollo personal (1985, 12a edición, 26.000 ejemplares). Resumen divulgativo de El espectro de la conciencia y guía comprehensiva de las distintas terapias (tanto orientales como occidentales) diseñadas para recomponer las fracturas de nuestra identidad.

1980. El proyecto Atman. Una visión transpersonal del desarrollo humano (1988, 3a edición, 7000 ejemplares). Partiendo de un análisis exhaustivo, Wilber sintetiza, en este libro, en un marco coherente, los descubrimientos realizados por los enfoques psicológicos occidentales y las disciplinas orientales. Se trata del primer intento sistemático de esbozar el abanico completo de los distintos estadios por los que atraviesa el proceso de desarrollo psicológico y espiritual completo del ser humano, desde el momento del nacimiento hasta la iluminación.

1981. Después del Edén. Una visión transpersonal del desarrollo humano (1995, 2a edición). Excelente estudio que combina la antropología, la sociología, la psicología y la historia para señalar los distintos estadios por los que ha atravesado el proceso de evolución de la humanidad, a los que Wilber denomina arcaico, mágico, mítico y racional, apuntando también la posibilidad de alcanzar las dimensiones transpersonales.

1922. El paradigma holográfico. Una exploración en las fronteras de la ciencia (1987, 5a edición). Libro que recoge las ideas de prominentes científicos y pensadores (como David Bohm, Fritjof Capra, Marilyn Ferguson, Karl Pribram y otros) acerca del paradigma holográfico y su viabilidad para el diálogo entre ciencia y religión.

1982. Un Dios sociable. Introducción a la sociología trascendental (1988, 2a edición). Presentación de una psicología y una sociología de la religión en donde esboza la evolución de la religión y propone una metodología para determinar la autenticidad y la legitimidad de cualquier movimiento religioso.

1983. Los tres ojos del conocimiento. La búsqueda de un nuevo paradigma (1991, 4a edición, 7500 ejemplares). Recopilación de diversos ensayos en los que examina tres esferas diferentes del conocimiento, el reino empírico (ojo de la carne), el reino racional (ojo de la mente) y el reino contemplativo (ojo del espíritu), señalando las herramientas propias de cada uno de ellos. Incluye también un ensayo en el que realiza su primera incursión en el mundo del arte y la literatura.

1984. Cuestiones cuánticas (1987, 7a edición). Selección de textos místicos escritos por grandes físicos teóricos de nuestro tiempo, como Heisenberg, Schroedinger, Einstein, de Broglie, Jeans, Plank, Pauli y Eddington, en donde Wilber nos advierte en contra de la errónea tendencia a vincular el destino de la mística al de los nuevos paradigmas científicos.

1986. Psicología integral (1994, 3a edición). Traducción castellana de “El espectro del desarrollo”, “El espectro de la psico-patología” y “Modalidades de tratamiento”, los tres ensayos de Wilber incluidos en Transformations of Consciousness, en los que nos brinda un marco de referencia para comprender los diferentes estadios del proceso de desarrollo, las posibles patologías que pueden presentarse en cada uno de ellos y las terapias más adecuadas para afrontarlas.

¿Quién nos iba a decir, cuando nos decidimos a editar la traducción castellana de parte de Transformations of consciousness con el título de Psicología integral que, al cabo de unos pocos años, Wilber iba a escribir un libro con ese mismo título? Es precisamente por ese motivo que, seis años más tarde, nos vimos obligados a rebautizar la traducción castellana de Integral psychology como Una visión integral de la psicología.

1987. Spiritual Choices. The problem of recognizing authentic paths to inner transformation (No publicado en castellano). Estudio de los movimientos religiosos dirigido a aquellos buscadores interesados en diferenciar con claridad los movimientos espirituales legítimos de la simple tiranía espiritual. Incluye artículos y comentarios de Frances Vaughan, John Welwood, Claudio Naranjo, Jacob Needleman, Werner Erhard y Ram Dass. La contribución de Wilber a este libro se limita a una nueva versión de su ensayo “Legitimidad, autenticidad y autoridad de los nuevos movimientos religiosos”, incluido en Los tres ojos del conocimiento.

1991. Gracia y coraje. En la vida y en la muerte de Treya Killam Wilber (1995, 2a edición). Conmovedor relato en el que Wilber entremezcla sus propias reflexiones con el diario de su esposa Treya en los cinco años de la atribulada historia de amor que concluyó con la muerte de ésta.

1995. Sexo, ecología, espiritualidad. El alma de la evolución (2 vols. 1996 y 1997, 2a edición). Primer volumen de su proyectada Kosmos trilogy que se verá completada con un par de libros tentativamente titulados Sex, god, and gender y The spirit of post/modernity (a los que el lector interesado puede acceder en inglés en la página web wilber.shambhala.com). Consciente de las limitaciones de su modelo, exclusivamente restringido a la evolución individual, Wilber emprende en este libro –verdadera opus magna de más de 750 páginas, 230 de ellas de notas finales– la ardua tarea de esbozar los correlatos sociales, culturales y conductuales del proceso evolutivo que conduce desde la materia hasta la vida, la mente, el alma y el espíritu, en un intento por determinar las pautas comunes que subyacen a todos esos dominios.

1996. Breve historia de todas las cosas (1997, 4a edición, 6300 ejemplares). Resumen divulgativo, escrito a modo de diálogo, de Sexo, ecología, espiritualidad y que constituye una excelente introducción a su obra más madura.

1997. El ojo del Espíritu. Una visión integral para un mundo que está enloqueciendo poco a poco (1998, 2a edición). Libro en el que Wilber recurre al modelo espectral para tratar de unificar campos tan dispares como la psicología, la espiritualidad, la antropología, los estudios culturales, el arte, la literatura, la ecología y el feminismo y ofrecer así una visión integral de los mundos antiguo, moderno y postmoderno. También incluye una revisión de su obra y las respuestas dadas, en diversas publicaciones, a sus críticos.

1998. Ciencia y religión. El matrimonio entre el alma y los sentidos (1998, 2a edición). Intento de reconciliación entre el mundo subjetivo de la sabiduría tradicional y el mundo objetivo del conocimiento científico, que presta una atención especial al fracaso de los anteriores intentos románticos, idealistas y postmodernos realizados en este mismo sentido.

1999. Diario (2000, 2a edición). Amplia recopilación de escritos presentados a modo de diario que abarcan desde reflexiones cotidianas hasta experiencias meditativas, correspondencia con maestros espirituales, entrevistas y cuestiones diversas relacionadas con la psicología y la espiritualidad.

2000. Una visión integral de la psicología (2000, 2a reimpresión de la 1a edición, que se corresponde con lo que en España, un tanto ambiguamente, suele denominarse 3a edición). Lúcida presentación de su versión definitiva del proceso del desarrollo psicológico, acompañado de una tabla que ilustra la correspondencia existente entre su modelo y más de un centenar de otros modelos que abarcan un par de decenas de líneas diferentes del desarrollo (como la afectiva, la cognitiva, la moral, la interpersonal, la espiritual, etcétera).

2000. Una teoría de Todo. Una visión integral de la ciencia, la política, la empresa y la espiritualidad (2001, 2a edición, 2300 ejemplares). Aplicación de su modelo integral (potenciado con una versión de la Spiral Dynamics de Beck y Cowan) a campos tan diversos como la política, la empresa, la educación, la medicina y la vida cotidiana.

2002. Boomeritis. Un camino hacia la liberación (2004, 1a edición). Primera novela de Wilber en donde narra las peripecias de un joven e inocente estudiante de informática para encontrar sentido en un mundo fragmentado y chato como el actual, centrando especialmente su atención en la necesidad de superar la enfermedad del egocentrismo que afecta fundamentalmente a la llamada generación del baby-boom.

Durante todo este tiempo, el mapa de Wilber sobre el proceso de desarrollo ha experimentado una serie de transformaciones que, finalmente, le han llevado a señalar varias fases diferentes en el desarrollo de su obra que podríamos representar gráficamente –de un modo ciertamente un tanto lato– como una versión cíclica (“Wilber-1”), una versión lineal (unifacética en “Wilber-2” y multifacética en “Wilber-3”) y otra versión más espiralada y orgánica (“Wilber-4”)… y, según algunos, estamos asistiendo ya a la emergencia de “Wilber-5”.

El espectro de la conciencia y La conciencia sin fronteras reflejan claramente la primera fase de su obra, según la cual, el proceso de desarrollo sigue una especie de círculo en el que, de algún modo, se trata de “volver al origen” para recuperar la supuesta unidad original perdida, de ahí que se conozca como fase “romántica” (“Wilber-1”).

El proyecto Atman y Después del Edén representan “Wilber-2”, la fase “evolutiva” o lineal de su obra en la que, basándose en el descubrimiento de la llamada “falacia pre/trans”, subraya la necesidad de no confundir, pese a su aparente similitud, los estadios “pre” con los estadios “trans”.

En Psicología integral, Wilber refina su modelo “evolutivo” y esboza “Wilber-3”, una versión mejorada de “Wilber-2” en la que abre el abanico de un desarrollo anteriormente homogéneo y distingue la presencia de una amplia diversidad de líneas evolutivas desplegándose a través de los diferentes niveles del modelo espectral.

Sexo, ecología, espiritualidad inaugura “Wilber-4”, un modelo integral omninivel, omnicuadrante. omnilínea, omnitipo (es decir, un modelo que tiene en cuenta todos los cuadrantes, todos los niveles, todas las líneas, todos los tipos, etcétera, de ahí que también se lo conozca como modelo OCON, acrónimo de omni-cuadrante-omninivel [en inglés AQAL]).

Hay que señalar también, por último, que algunos comentaristas han empezado a referirse al material que, en el futuro, compondrá el volumen 2 de la trilogía (sin publicar todavía, pero colgado ya provisionalmente, como hemos señalado, en el sitio web de Shambhala), como exponente de una nueva fase “postmetafísica” (“Wilber-5”)… aunque éste, sin embargo, es un particular sobre el que el mismo Wilber todavía no se ha pronunciado.

Obviamente, las críticas recibidas han aumentado en proporción directa a la magnitud y difusión que iba alcanzando su obra. Tímidas al comienzo y procedentes casi exclusivamente de ámbitos afines al suyo como la psicología humanista, por ejemplo, han acabado generalizándose y arreciando con el correr del tiempo, hasta proceder de todos los frentes… aunque resulte curioso señalar que las más intensas de todas ellas tal vez provengan hoy en día del campo que, en sus inicios, le consideraba como un niño prodigio, la psicología transpersonal.

Algunas de estas críticas, como la de que la suya es una visión lineal y progresiva o de que no presta suficiente atención a la “vía directa”, se resolverían con una lectura más detenida o completa de sus libros. Son tantas las versiones que ha ido asumiendo su obra que, en ocasiones, la nueva vuelta de tuerca resuelve los problemas suscitados por alguna versión anterior. Otras críticas, no obstante, tal vez tengan más que ver con el modo en que nosotros, sus seguidores, asumimos sus propuestas.

Pero no es éste, obviamente, el lugar más adecuado para insistir en este particular y, sea como fuere, hasta los más acérrimos de sus críticos consideran imprescindible su lectura.

La sacudida intelectual que provoca su lucidez sólo tiene parangón con la conmoción emocional suscitada por la sinceridad y transparencia puestas de relieve en sus obras más autobiográficas –como Gracia y coraje y, en menor medida, Diario–, en las que se perfila la presencia de un ser auténticamente humano.

En último lugar –pero no, por ello, menos importante– no quisiera dejar pasar esta oportunidad sin señalar también que Wilber no sólo es un teórico, sino también un practicante espiritual y hasta un místico que, en más de una ocasión, ha señalado que su obra sólo aspira a llevar al lector hasta un punto en que se halle en condiciones de dejar a un lado la lectura y emprender la práctica de una disciplina espiritual.

Quienes hemos crecido al ritmo que nos ha marcado la publicación de sus libros hemos tenido la ocasión de ir asimilando gradualmente los distintos mapas que nos ha brindado, pero me temo que quien hoy en día se acerque a su obra pueda verse desbordado por algo que dista mucho ya de ser un simple mapa y se asemeja más bien a una escuela de cartografía. Es por ello que me parece imprescindible insistir nuevamente en este punto: el objetivo último al que apunta toda su obra es el de invitar al lector a sentarse a meditar… y usar los mapas ciertamente para orientarse e interpretar adecuadamente la experiencia.

Que nadie se llame, pues, a engaño porque, a partir de cierto punto, no existe –por más bien cartografiada que esté la secuencia de estadios del desarrollo– evolución mecánica de la conciencia y cualquier avance requiere esfuerzo, inteligencia, perseverancia y trascender incluso el mismo mapa que estemos usando. Y es que todos tenemos la necesidad de recorrer un largo camino psicológico y espiritual para salvar el corto trecho que nos separa de nosotros mismos y, en la misma medida, de los demás.

Por otra parte, la pericia técnica de Wilber palidece ante su inusual capacidad para describir lo indescriptible y sus escritos poéticos y místicos –desperdigados aquí y acullá por toda su obra– constituyen, en mi opinión, el más preciado de los tesoros. Y es que Wilber es un auténtico maestro cuando presta su voz al servicio del trasfondo que alienta toda su obra y nos susurra quedamente al oído los compases eternos de esa “música callada” capaz de despertar los acordes más profundos de nuestro ser.

En este último sentido, Antología presta una atención muy especial al material poético y místico e incluye muchos de los textos de la recopilación que acaba de ver la luz en inglés bajo el título The simple feeling of being: Visionary, spiritual, and poetic writings (Shambhala, 2004).

El lector no debería buscar ninguna estructura básica en esta recopilación ni en el sumario que aquí presentamos, porque esta selección de pasajes, extraídos de sus diferentes libros, no aspira a ofrecer una visión completa de la obra de Wilber; tal cosa queda fuera de nuestra intención y del ámbito de un libro de estas características.

Lo único que pretendemos es desplegar el amplio abanico de algunos de los temas más representativos de la obra de Wilber a los lectores que lo desconozcan, con la intención de transmitirles la esencia de su pensamiento y ofrecerles también las referencias necesarias (título y página de la traducción castellana de la cita en cuestión) que pueden ayudar a quienes estén interesados a seguir sondeando por su cuenta.

También quisiera decir que esta recopilación no es el fruto de una simple tarea de seleccionar, copiar y pegar, porque todo el material se ha visto sometido a una extensa revisión para actualizar y unificar el lenguaje y el estilo. Asimismo debo señalar que, en la Introducción de esta segunda edición, ligeramente más amplia que la de la primera, se añade también un listado de toda la bibliografía de Wilber hasta el momento presente.

Le invitamos, pues, a comenzar a leer por donde más le plazca y a dejarse llevar por el vaivén de las olas de la lectura casual.

Esperemos que ésta resulte tan inspiradora como lo ha sido para nosotros y el lector se decida a bucear en estas aguas… y aclarar, de paso, en el camino, las turbulencias que obstaculicen el acceso a las dimensiones más profundas de su conciencia.

DAVID GONZÁLEZ RAGA
Valencia, septiembre de 2004

EL DESARROLLO HUMANO

«La Humanidad –dice Plotino– se halla a mitad de camino entre los dioses y las bestias.» Pues bien, mi interés es precisamente el de rastrear la prehistoria y la historia que han conducido al ser humano hasta tan delicada situación. Comenzaremos nuestra investigación en el momento en que el ser humano –o las primeras criaturas humanoides– apareció sobre la faz de la tierra, hace ya varios millones de años, en una época legendaria conocida como lejano Edén o paraíso prehistórico y, a partir de ahí, proseguiremos a lo largo de la historia hasta llegar al momento presente con la intención de entrever el futuro y tratar de esbozar nuestra posible evolución. Porque si bien el hombre y la mujer descienden de las bestias, es muy probable que acaben siendo dioses. A fin de cuentas, la distancia que existe entre el hombre y los dioses no es mucho mayor que la que hay entre el hombre y las bestias. Ya hemos dado el primer salto, y no hay razón alguna para suponer que no podamos terminar dando el segundo. Como bien sabían Aurobindo y Teilhard de Chardin, el futuro de la humanidad es la conciencia de Dios, y nuestra intención, por tanto, es la de echar un vistazo a ese posible futuro en el contexto de la historia humana.

Pero si bien el hombre y la mujer proceden de las bestias y se hallan en el camino hacia su divinidad, son, entretanto, figuras más bien trágicas. Ubicados a mitad de camino entre esos dos extremos se encuentran expuestos al más violento de los conflictos: han dejado de ser bestias, pero todavía no han llegado a ser dioses o, peor aún, son mitad bestias y mitad dioses. Ésta es la esencia de la humanidad. Dicho de otro modo, la humanidad es una figura esencialmente trágica ante la cual se despliega un espléndido futuro… en el caso de que consiga superar la crisis de crecimiento. Por esta razón, he abordado la historia del desarrollo y evolución de la humanidad desde una perspectiva más bien trágica. Hablamos demasiado de nuestro origen simiesco y creemos que cada nuevo paso evolutivo constituye un gran salto hacia adelante, el cual nos abre al desarrollo de nuevas potencialidades, nuevas aptitudes y nuevas capacidades. Y, de algún modo, esto es cierto. Pero también es igualmente cierto que cada nuevo paso evolutivo hacia adelante conlleva nuevas responsabilidades, nuevos terrores, nuevas ansiedades y nuevos sentimientos de culpa. Los animales son mortales pero lo ignoran y no lo comprenden; los dioses, por su parte, son inmortales y lo saben; pero el pobre ser humano, por encima de las bestias pero lejos todavía de ser un dios, es una desafortunada combinación: es mortal y lo sabe. De este modo, cuanto más evoluciona más consciente se torna de sí mismo y de su mundo, más se desarrolla su conciencia y su inteligencia y se da más cuenta de su destino, de su mortal destino. Éste es, en suma, el precio que hay que pagar por cada paso hacia adelante en el proceso de expansión de la conciencia.

Cada nuevo paso en este proceso de expansión cuesta un precio. Ésta es, en mi opinión, la única perspectiva válida para situar a la historia evolutiva de la humanidad en su justo contexto. La mayoría de los relatos existentes sobre la evolución del ser humano confunden alguno de los términos de esta ecuación. En ocasiones, se subraya excesivamente el crecimiento y se contempla la historia de la humanidad como el mero resultado de un desarrollo continuado en la misma dirección, ignorando que la evolución no constituye la simple sumatoria de una serie de avances tranquilos y afortunados, sino un doloroso proceso de crecimiento. En otros casos, ante el sufrimiento y el dolor que aflige a la humanidad, suele asumirse precisamente la actitud contraria, la de contemplar con nostalgia el pasado, aquel inocente paraíso perdido anterior a la autoconciencia en el que el ser humano dormitaba junto a las bestias en bendita ignorancia. Desde este punto de vista, cada nuevo paso evolutivo de la humanidad constituye una especie de crimen, y la guerra, el hambre, la explotación, la esclavitud, la opresión, la culpa y la pobreza son considerados como los frutos de la civilización, de la cultura y de la creciente “evolución” del ser humano. Desde esta perspectiva, el hombre primitivo, en su totalidad, no padecía este tipo de problemas y, si el hombre civilizado y moderno es un producto de la evolución, que Dios nos libre de tal progreso.

Pero, en lo esencial, ambos puntos de vista son correctos. Cada paso hacia adelante en el proceso evolutivo constituyó un avance, un crecimiento por el que el ser humano tuvo que pagar un elevado precio; cada nuevo paso conllevó nuevas responsabilidades que la humanidad no siempre pudo asumir y cuyas trágicas consecuencias trataremos de describir.

Después del Edén, 9-11

¿QUIÉN SOY YO?

Cuando alguien nos pregunta: «¿quién eres?» y procedemos a darle una respuesta más o menos razonable, sincera y detallada, ¿qué es lo que en realidad hacemos? ¿Qué sucede en nuestra mente mientras lo hacemos? En cierto sentido, estamos describiendo nuestro ser, como hemos llegado a conocerlo, incluyendo en nuestra descripción la mayoría de los hechos importantes, buenos y malos, dignos e indignos, científicos y poéticos, filosóficos y religiosos, que tenemos por fundamentales en lo que se refiere a nuestra identidad…

Sin embargo, hay un proceso aún más básico que subyace en todo el procedimiento para establecer una identidad. Cuando uno responde a la pregunta «¿Quién soy?», sucede algo muy simple. Cuando describe o explica quién «es», incluso cuando se limita a percibirlo interiormente, lo que en realidad está haciendo, a sabiendas o no, es trazar una línea o límite mental que atraviesa en su totalidad el campo de la experiencia, y a todo lo que queda dentro de ese límite, lo percibe como «yo mismo», o lo llama así, mientras siente que todo lo que está fuera del límite queda excluido del «yo mismo». En otras palabras, nuestra identidad depende totalmente del lugar por donde tracemos la línea limítrofe…

De modo que al decir «yo» trazamos una demarcación entre lo que somos y lo que no somos. Cuando uno responde a la pregunta «¿Quién eres?», se limita a describir lo que hay en la parte acotada por esa línea. Lo que solemos llamar crisis de identidad se produce cuando uno no puede decidir cómo ni dónde trazar la línea. En otras palabras, preguntar «¿Quién eres?» significa preguntar «¿Dónde trazas la frontera?».

La conciencia sin fronteras, 14-16

LA FILOSOFÍA PERENNE

La filosofía perenne es la visión del mundo compartida por los principales maestros espirituales, filósofos, pensadores y hasta científicos del mundo entero. Se la denomina «perenne» o «universal» porque se halla implícita en todas las culturas y en todas las épocas y lo mismo la encontramos en la India, México, China, Japón y Mesopotamia, que en Egipto, Tibet, Alemania o Grecia.

Y lo más curioso es que, dondequiera que la hallemos, siempre presenta los mismos rasgos distintivos fundamentales, ya que es un acuerdo universal en lo esencial, algo que, para el ser humano contemporáneo –casi incapaz de ponerse de acuerdo en nada–, resulta ciertamente difícil de creer. Como bien resumió Alan Watts: «Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra postura y nos resulta muy difícil de admitir la existencia de un consenso filosófico único de amplitud universal, sostenido por muchos hombres y mujeres que, tanto hoy como hace seis mil años, comparten las mismas experiencias y han enseñado esencialmente la misma doctrina, desde Nuevo México en el Lejano Oeste hasta Japón en el Lejano Oriente».

Se trata de algo realmente muy notable, y considero que estas verdades de la naturaleza universal constituyen el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad que, en todo tiempo y lugar, coinciden en las mismas verdades profundas con respecto a la condición humana y al modo de acceder a lo Divino…

¿Cuáles son esas verdades profundas?, ¿cuáles los acuerdos fundamentales?

Veamos las siete que considero más importantes:

Uno: el Espíritu existe.

Dos: el Espíritu está dentro de nosotros.

Tres: a pesar de ello, la mayoría de los seres humanos vivimos tan inmersos en un mundo de pecado, separación y dualidad –en un estado, en suma, de caída ilusorio– que no nos percatamos de ese Espíritu interno.

Cuatro: existe un camino para salir de este estado de caída, de pecado o de ilusión, un Camino que conduce a la liberación.

Cinco: si seguimos ese Camino hasta el final, llegaremos a un Renacimiento, a una experiencia directa del Espíritu interno, a una Liberación Suprema.

Seis: esa experiencia pone fin a nuestro estado de sufrimiento.

Y siete: el final del sufrimiento desemboca en la acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.

Gracia y coraje, 95-98

LA GRAN CADENA DEL SER

Una de las nociones fundamentales de la filosofía perenne es la de la Gran Cadena del Ser. La idea, en sí misma, es bastante sencilla. Desde el punto de vista de la filosofía perenne, la realidad no es unidimensional, no es una substancia chata y uniforme que se extienda de un modo monótono ante nuestros ojos sino que, por el contrario, se halla estructurada en dimensiones diferentes pero continuas. La realidad manifiesta, dicho de otro modo, está compuesta de niveles o grados diferentes, desde los más bajos, densos e inconscientes hasta los más elevados, sutiles y conscientes. En uno de los extremos de este continuo del ser –o espectro de conciencia–, se halla lo que Occidente denomina «la materia», lo insensible o lo inconsciente y, en el otro, «el Espíritu», «la Divinidad» o lo «Supraconsciente» (el Fundamento que impregna la totalidad del proceso). Entre esos dos extremos, se extienden las otras dimensiones del ser, dispuestas en distintos grados de realidad (Platón), actualización (Aristóteles), inclusividad (Hegel), conocimiento (Aurobindo), claridad (Leibniz), totalidad (Plotino) o sabiduría (Garab Dorje).

Algunas de las descripciones de la Gran Cadena nos hablan de tres grandes niveles (materia, mente y Espíritu); otras, de cinco (materia, cuerpo, mente, alma y Espíritu); otras nos brindan clasificaciones más exhaustivas, y otras, por último –como ocurre con ciertos sistemas yóguicos, por ejemplo–, se refieren literalmente a decenas de dimensiones discretas pero continuas. Por el momento, sin embargo, bastará con una disposición jerárquica simple que abarque la materia, el cuerpo, la mente, el alma y el Espíritu.

La afirmación fundamental de la filosofía perenne es que los hombres y las mujeres pueden crecer y desarrollarse (o evolucionar) a través de toda la jerarquía hasta llegar al Espíritu, donde tiene lugar la realización de la «identidad suprema» con la Divinidad, el ens perfectissimus a la que aspira todo crecimiento y evolución.

Pero lo primero que debemos advertir es que la Gran Cadena constituye, en realidad, una «jerarquía», un término que, lamentablemente, parece haber caído últimamente en desgracia.

Pero como lo utiliza la filosofía perenne –en realidad, como lo utiliza la psicología moderna, las teorías evolutivas y la teoría de sistemas–, una jerarquía no es más que una disposición escalonada de órdenes o eventos que poseen una capacidad holística diferente. En toda secuencia evolutiva, la totalidad de un determinado nivel se convierte en una mera parte de la totalidad correspondiente al siguiente nivel. Una letra, por ejemplo, forma parte de una palabra que, a su vez, forma parte de una frase que, a su vez, forma parte de un párrafo, etcétera. Arthur Koestler acuñó el término holón para referirse a lo que, siendo totalidad de un determinado estadio, constituye una parte de otro estadio superior. En la frase «la corteza de un árbol», por ejemplo, la palabra «corteza» constituye una totalidad con respecto a las letras que la componen pero una parte, al mismo tiempo, de la totalidad frase. Y la totalidad (o el contexto) puede determinar el significado y la función de una parte (el significado de la palabra «corteza», por ejemplo, no es el mismo en la frase «la corteza de un árbol» que en la frase «la corteza cerebral»). La totalidad, dicho en otras palabras, es superior a la suma de sus partes y puede influir hasta el punto de llegar, en ocasiones, a determinar las funciones de sus partes.

La jerarquía, pues, es simplemente una disposición holónica de diferentes grados de totalidad y de capacidad integradora. Éste es el motivo por el cual la jerarquía constituye un elemento tan importante en las teorías sistémicas, en las teorías de la totalidad y, en suma, en cualquier tipo de holismo. Y también es absolutamente fundamental para la filosofía perenne. Cada escalón superior de la Gran Cadena del Ser supone así un aumento en la unidad y una identidad más amplia (en un amplio abanico que se extiende desde la identidad aislada del cuerpo hasta la identidad social y colectiva de la mente y, finalmente, la identidad suprema del Espíritu [la identidad literal con toda manifestación]). Ése es el motivo por el cual la gran jerarquía del ser se representa, a veces, mediante una serie de círculos o esferas concéntricas (o de «nidos dentro de nidos»).

Digamos también, finalmente, que toda jerarquía es asimétrica, porque el proceso discurre en una sola dirección (en la dirección de una -arquía «superior»). Por ejemplo, tenemos letras, luego palabras, después frases y, por último, párrafos, pero no viceversa. Y es precisamente ese no viceversa el que evidencia la irreversibilidad de la jerarquía, un ordenamiento escalonado, un orden asimétrico de totalidad creciente.

El ojo del Espíritu, 55-56

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Como ya he dicho antes, las grandes tradiciones de sabiduría del mundo son, esencialmente, versiones diferentes de la filosofía perenne, de la Gran Holoarquía del Ser. En su maravilloso libro La verdad olvidada, Huston Smith resume en una sola frase las grandes religiones del mundo: «una jerarquía de ser y sabiduría». En Shambhala. La senda sagrada del Guerrero, Chögyam Trungpa Rinpoché dice que la idea esencial que impregna todas las filosofías de Oriente –desde la India hasta Tibet y China, la idea que subyace detrás del sintoísmo y el taoísmo–, es «una jerarquía de tierra, ser humano y cielo», que equipara también a «cuerpo, mente y Espíritu». Y, según Ananda Coomaraswamy, las grandes religiones del mundo, sin excepción alguna, «representan, en sus diferentes grados, una jerarquía de tipos o niveles de conciencia que van desde el animal a la deidad, niveles distintos desde los que puede operar el mismo individuo en diferentes ocasiones».

Y esto nos lleva a la paradoja más patente de la filosofía perenne. Ya hemos visto que las tradiciones de sabiduría suscriben la noción de que la realidad se manifiesta en niveles o dimensiones y que cada dimensión superior es más inclusiva y, en consecuencia, está más «próxima» a la Divinidad, es decir, al Espíritu. En este sentido, el Espíritu es la cúspide, el peldaño superior de la escalera de la evolución, pero también –y al mismo tiempo– la substancia de la que está hecha la escalera y cada uno de sus peldaños. El Espíritu es la «talidad», la «esidad», la esencia de todas y cada una de las cosas que existen.

El primer aspecto –el aspecto peldaño superior– constituye la naturaleza trascendente del Espíritu, que trasciende, con mucho, a toda cosa o criatura «mundana» o finita. Aunque la Tierra (o incluso el universo) se desvaneciese, el Espíritu, no obstante, permanecería. El segundo aspecto –el aspecto substancial– se refiere a la naturaleza inmanente del Espíritu, que se halla igual y plenamente presente, sin parcialidad alguna, en todas las cosas y todos los eventos, desde la naturaleza hasta la cultura y desde los cielos hasta la Tierra. Desde esta perspectiva, ningún fenómeno, sea el que fuere, se halla más cerca del Espíritu que otro, porque todos están igualmente «compuestos» de Espíritu. Así pues, el Espíritu es, al mismo tiempo, la meta superior de todo desarrollo y evolución y el fundamento de todo el proceso y se halla plenamente presente tanto al comienzo como al final de toda la secuencia o, dicho de otro modo, el Espíritu es anterior a este mundo pero no es ajeno a él.

El fracaso al tener en cuenta ambos aspectos del Espíritu ha abocado históricamente a visiones muy fragmentarias (y políticamente peligrosas). Porque las religiones patriarcales han tendido a subrayar en exceso la naturaleza trascendente del Espíritu y a condenar, de ese modo, a la Tierra, la naturaleza, el cuerpo y la mujer a un estado inferior. Con anterioridad a eso, sin embargo, las religiones matriarcales tendieron a enfatizar exageradamente la naturaleza inmanente del Espíritu, dando así origen a una visión panteísta del mundo que equiparaba a la Tierra (creada y finita) con el Espíritu (infinito y no creado). Y, si bien usted es libre de identificarse con una Tierra limitada y finita, no lo es para concluir que se trata de lo Infinito y lo Ilimitado.

Por este motivo, las visiones unilaterales del Espíritu –tanto las sustentadas por las religiones patriarcales como por las religiones matriarcales– han abocado a desastres históricos semejantes, desde el brutal sacrificio humano a gran escala para propiciar la fertilidad de la Diosa Tierra hasta la guerra santa en nombre del Dios Padre. Pero, en el mismo núcleo de estas distorsiones, la filosofía perenne (el núcleo esotérico común a todas las grandes religiones) ha evitado siempre caer en la dualidad –Cielo o Tierra, masculino o femenino, infinito o finito, ascético o exuberante– y se ha centrado, en su lugar, en su unión o integración («adualismo»). Esta unión entre el Cielo y la Tierra, entre lo masculino y lo femenino, entre lo infinito y lo finito, entre el ascenso y el descenso y entre la sabiduría y la compasión, en suma, resulta evidente en las enseñanzas «tántricas» de las diversas tradiciones de sabiduría (desde el neoplatonismo occidental hasta el budismo Vajrayana oriental). Y es precisamente a ese núcleo no dual de las tradiciones de sabiduría al que se aplica el término «filosofía perenne».

El hecho es que, si queremos pensar en el Espíritu en términos mentales (lo cual, ineludiblemente, comporta ciertos problemas), no deberíamos olvidar esta paradoja (trascendente/inmanente). Porque la paradoja es la forma en que lo no dual se manifiesta en el nivel mental. El Espíritu, en sí mismo, no es paradójico; estrictamente hablando, no es caracterizable en modo alguno.

Y esto resulta aplicable de manera doble a la jerarquía (holoarquía). Ya hemos señalado que, cuando el Espíritu trascendente se manifiesta, lo hace en estadios o niveles (la Gran Holoarquía del Ser) y con ello no queremos afirmar que el Espíritu –o la Realidad–, en sí misma, sea jerárquica sino que la Realidad, el Espíritu Absoluto, no es jerárquico, es sunyata, es nirguna, es apofática, es, en fin, incalificable en términos mentales (holones inferiores). Pero la Realidad se manifiesta en estadios, estratos, dimensiones, fundas, niveles o grados –elija el término que prefiera– diferentes… y eso es precisamente la holoarquía. En el Vedanta, se trata de las koshas (las fundas o capas que recubren a Brahman); en el budismo son los ocho vijnanas, los ocho niveles de conciencia (cada uno de los cuales constituye un estadio inferior –y, en consecuencia, más limitado– de la dimensión superior); en la Cábala se trata de los sefirots, etcétera.

Éstos son los niveles del mundo manifiesto, los niveles de maya. Cuando no reconocemos a maya como el despliegue lúdico de lo Divino, no existe más que ilusión. Jerarquía es ilusión. Hay niveles de ilusión, no niveles de realidad. Pero según afirman las mismas tradiciones, sólo a través de la comprensión de la naturaleza jerárquica del samsara podremos llegar a desembarazarnos de ella, como si la escalera sólo pudiera ser desechada después de haber cumplido su extraordinario cometido.

El ojo del Espíritu, 59-61

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Algunos críticos postmodernos, sin embargo, han protestado diciendo que la misma noción de Gran Cadena del Ser es jerárquica y que, por tanto, es también opresiva porque se basa en algún tipo de ordenamiento vertical (ranking) en lugar de hacerlo en una visión relacionante del mundo (linking). Pero ésa es una queja muy poco clara ya que, en primer lugar, los mismos críticos antijerárquicos –que están en contra de todo tipo de ordenamiento vertical– no dudan en emitir juicios jerárquicos que les llevan a sostener que su visión es mejor que las alternativas. Dicho de otro modo, ellos mismos disponen de su propia jerarquía, una jerarquía muy poderosa aunque, eso sí, a menudo oculta y sin articular (lo cual, por cierto, resulta sumamente contradictorio).

En segundo lugar, la Gran Cadena fue precisamente lo que Arthur Koestler denominó holoarquía, un ordenamiento de nidos o círculos concéntricos en el que cada nivel superior trasciende, al tiempo que incluye, a sus predecesores. Es evidente que se trata de un ordenamiento vertical en el que cada nivel superior es más inclusivo y más abarcador, en el que cada nivel superior engloba más al mundo y a sus habitantes, de modo que los dominios espirituales o superiores del espectro de la conciencia son omniinclusivos y omniabarcadores y dan lugar a una especie de pluralismo radical de alcance universal.

El ojo del Espíritu, 48-49

EL KOSMOS

Los pitagóricos acuñaron el término «Kosmos», un término cuyo significado original iba mucho más allá de lo que hoy entendemos por «cosmos» o «universo», como algo exclusivamente físico y abarcaba todos los dominios de la existencia, desde la materia hasta la mente y, desde ésta, hasta Dios.

Es por eso que quisiera rescatar el término Kosmos, un término que incluye al cosmos (o fisiosfera), bios (la biosfera), psique o nous (la noosfera) y theos (la teosfera o el dominio divino).

La mayoría de las cosmologías están contaminadas por el sesgo materialista que las lleva a concluir que el cosmos físico es lo único real y que todo lo demás debe ser explicado con referencia al plano material. Pero ése es un reduccionismo burdo que acaba arrojando a la totalidad del Kosmos contra el muro del reduccionismo hasta que todos los dominios de la existencia –excepto el físico– acaban desangrándose lentamente y muriendo ante nuestros ojos. ¿Es ésta una forma adecuada de tratar al Kosmos?

No tenemos, pues, en mi opinión, que hacer cosmología sino kosmología.

Breve historia de todas las cosas, 39-40

LOS TRES OJOS DEL CONOCIMIENTO

San Buenaventura, gran doctor seraphicus de la Iglesia y uno de los filósofos preferidos por los místicos occidentales, decía que los seres humanos disponen de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento, de «tres ojos» –como decía, parafraseando a Hugo de San Víctor, otro famoso místico–: el ojo de la carne (mediante el cual percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los objetos), el ojo de la razón (que nos proporciona el conocimiento de la filosofía, de la lógica y de la mente) y el ojo de la contemplación (que nos permite acceder a las realidades trascendentes).

Todo conocimiento es, además, una especie de illuminatio y, en este sentido, existe una iluminación exterior e inferior –lumen exterius y lumen inferius– (que da luz al ojo de la carne y nos permite conocer los objetos sensoriales), una lumen interius (que ilumina el ojo de la razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas) y una lumen superius, la luz del Ser trascendente (que ilumina el ojo de la contemplación y nos revela la verdad curativa, «la verdad que nos ilumina»).

Desde su punto de vista, en el mundo externo encontramos un vestigium –un «vestigio de Dios»–, y el ojo de la carne percibe ese vestigio (que se manifiesta como diversidad de objetos separados en el espacio y el tiempo). En nosotros mismos, en nuestro propio psiquismo –en especial en la «triple actividad del alma» (memoria, entendimiento y voluntad)–, el ojo de la mente nos revela una imago de Dios. Finalmente, a través del ojo de la contemplación, iluminado por el lumen superius, descubrimos el mundo trascendente que existe más allá de los sentidos y de la razón, la misma Esencia Divina.

Todo esto coincide con la distinción realizada por Hugo de San Víctor (el iniciador de la saga mística de los victorinos) entre cogitatio, meditatio y contemplatio. La cogitatio –o simple cognición empírica– consiste en una búsqueda de los hechos del mundo material mediante el ojo de la carne. La meditatio es una búsqueda de las verdades psíquicas (la imago de Dios) usando el ojo de la mente. La contemplatio, por último, consiste en el conocimiento que permite que el psiquismo (o el alma) se unifique con la Divinidad en la intuición trascendente revelada a través del ojo de la contemplación.

Ahora bien, aunque la terminología de ojo de la carne, ojo de la mente y ojo de la contemplación sea netamente cristiana, todas las grandes tradiciones psicológicas, filosóficas y religiosas expresan, de un modo u otro, conceptos similares. De hecho, los «tres ojos» del ser humano se corresponden con los tres principales dominios del ser descritos por la filosofía perenne: el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal (trascendente y contemplativo).

cogitatiolumen inferius/exteriuscompartidoojo empíricono