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INTRODUCCIÓN

Los especialistas de Historia de la Iglesia no se han atrevido, hasta hace muy poco, a tratar acerca de este nuevo objeto de estudio (los primeros cristianos). La historia eclesiástica sigue presentando una serie de grandes nombres y de acontecimientos importantes, papas y cismas, misioneros y cruzadas. Pero esto, en realidad, no es más que la historia (por así decir) política de la Iglesia, mientras la historia de las costumbres (la de los primeros cristianos) está aún por hacer. (…) toda investigación histórica sobre la Iglesia se debe referir de alguna manera al ambiente social de sus miembros (…) implica, esta historia, toda la vida diaria del cristiano, no solamente sus devociones públicas y privadas, sino sus trabajos y hasta sus entretenimientos[1].

Quien así se expresaba no sería seguramente partidario, al hablar de los primeros cristianos, de pensar solo en las artísticas pinturas que se encuentran en los enterramientos subterráneos de la ciudad eterna, en los relieves de los sarcófagos y en los signos, para nosotros quizá un poco cabalísticos, de las lápidas que cierran los nichos mortuorios. Ciertamente son estos elementos muy interesantes y es verdad que jugaron un papel importante en la vida de la Iglesia primitiva, pero si nos fijáramos solo en ellos nos faltaría una parte no despreciable de la realidad de aquella Iglesia.

Por otro lado, la idea de que las catacumbas eran el lugar de residencia de los primeros cristianos es sencillamente falsa. Es verdad que pudieron ofrecer un lugar de reparo para alguna redada del ejército imperial durante alguna incursión en busca de cristianos, pero además de ser algo solamente ocasional, hay que decir que era imposible vivir allí: las condiciones de temperatura y humedad no lo habrían permitido.

A lo largo de los años he tenido la oportunidad de visitar en varias ocasiones, y en compañía de expertos, famosas catacumbas en Roma. Una vez, quien se encargó de organizar nuestra pequeña expedición fue el famoso patrólogo italiano Antonio Quacquarelli, quien advirtió a los que nos disponíamos a acometer tal empresa, en pleno mes de mayo, que llevásemos calzado fuerte y ropa de abrigo. En otra ocasión fue un colega, entonces secretario del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, Salvatore Burrafato, que cuando le propusimos desde nuestro Departamento la visita a un hipogeo cristiano romano nos pidió que esperásemos a la primavera. En los dos casos las advertencias tenían su razón de ser pues el frío y la humedad son intensos en estos lugares bajo tierra. Y eso que se trataba de una visita de poco más de una hora, solo una visita, y equipados como recomienda la sabia precaución de los expertos.

No hace falta decir que los primeros cristianos vivían en otros lugares menos insalubres. Las catacumbas eran apreciadas, de una parte, por contener los sagrados restos de los mártires, de otra, quizá como vía de fuga por sus característicos laberintos. Por otra parte, el lugar es, además de incómodo, bastante peligroso por la falta de luz, hoy subsanada en parte con la corriente eléctrica, entonces iluminado solo con lámparas de aceite de las que se han encontrado numerosos restos. Este hecho de la iluminación con aceite contribuía todavía más a hacer irrespirable el aire, ya pesado por la escasa ventilación y los fenómenos de descomposición.

Por tanto, nuestra primera constatación es que no es en las catacumbas, sino, como afirma Tertuliano, en las ciudades, las islas, las aldeas, los pueblos, las asociaciones, los mismos campamentos, las asambleas vecinales, los municipios, los palacios, el senado, el foro[2], donde hay que buscar a los cristianos; en suma, en cualquier actividad que no choque frontalmente con el contenido de la fe y moral cristianas.


1 J.G. Davies, La vie quotidienne des premiers chrétiens (Título original Daily life in the Early Church), Neuchatel-París 1956, p. 233.

2 … urbes, insulas, castella, municipia, conciliabula, castra ipsa, tribus, decurias, palatium, senatum, forum, sola vobis reliquimus templa (Apologeticum 37,4).

1. ¿QUIÉNES SON LOS PRIMEROS CRISTIANOS?

Los expertos están de acuerdo en considerar como primeros cristianos a los contemporáneos de los Apóstoles. Como es sabido, el término cristianos aparece por primera vez en los Hechos de los Apóstoles[3], en la narración en que se explica que los habitantes de Antioquía, probablemente paganos, dieron este nombre a los seguidores de Cristo. El nombre, aunque impuesto por personas ajenas a la fe, es el que después triunfó en la designación de los discípulos de Cristo.

Con anterioridad a este nombre existieron otros que no han gozado tanto del favor de la historia y que ahora solo podemos mencionar de pasada: mathetai (discípulos: Jesús, Papías, Ireneo); pistoi (fieles: Pablo, Hechos, Minucio Félix, Celso); hagioi (santos: Clemente, Hermas, Didaché); adelfoi (hermanos: Minucio Félix); douloi tou theou (siervos de Dios: Hermas); syndouloi, dikaioi, ecletoi (consiervos, justos, electos: Apocalipsis)[4]. S. Ignacio de Antioquía nos proporciona el segundo testimonio del empleo del nombre de cristiano[5], que, como es lógico, no constituye todavía un término técnico. La época de las persecuciones testimonia la importancia del nombre, pues bastaba únicamente reconocer que se era cristiano para que una persona fuera condenada. Tertuliano, por ejemplo, señala con trazos vivos el odio de algunos al solo nombre y abomina de la actitud de quienes se dejan llevar solo por esta razón para mandar a las fieras a unos indefensos seres humanos.

Comienza a haber primeros cristianos todavía durante la vida terrena de Jesucristo. Hasta aquí, pienso, todos de acuerdo. Pero si se nos pregunta hasta cuándo podemos encontrar primeros cristianos, comienzan las dificultades. Tuve la oportunidad de examinar una abundante bibliografía acerca de este tema y después de mucho pensar he llegado a la siguiente síntesis, respecto a los límites cronológicos del concepto.

La expresión primeros cristianos se emplea por primera vez en el siglo quinto. Es S. Agustín quien, en su manual de instrucción catequética, De catechizandis rudibus, escrito hacia el año 400 siendo ya obispo, explica que los primeros cristianos eran movidos a creer por los milagros, pues aún no se veían cumplidas las profecías. Nosotros, en cambio, —afirma el obispo de Hipona— ya las vemos cumplidas y, por tanto, no nos hacen falta los milagros[6]. La comparación agustiniana entre primeros cristianos (primi christiani) y nosotros (nos), establece ya una fuerte diferencia entre el cristiano del quinto siglo, contemporáneo del norte-africano, y una época anterior, que él mismo juzga ya como pasada y de algún modo irrepetible en la situación actual. S. Agustín, por tanto, ya no se considera a sí mismo entre los primeros cristianos. También en uno de sus sermones[7] explica Agustín: por eso dice el Apóstol Pablo hablando a los primeros cristianos: ved vuestra vocación, hermanos, etc. Se trata, evidentemente, de contemporáneos a S. Pablo y, por tanto, a los Apóstoles en general, y se atribuye al ser de cristiano una vocación que no rehúye ningún tipo de condición personal, pues no se trata de ser sabio, rico o potente, como afirma el mismo S. Pablo en la cita de la carta a los corintios que hace el hiponense en este sermón[8].

Por tanto, para S. Agustín, primeros cristianos son los seguidores de Jesucristo, contemporáneos de los Apóstoles, gente de toda condición social, excluidos, en principio, los mismos Apóstoles, que no entran en la categoría de primeros cristianos por formar un grupo aparte por encima de ellos. Tenemos aquí una definición, al menos provisional, pero pienso que suficientemente autorizada, de los primeros cristianos.

Hay que decir que se percibe un interés creciente por nuestro tema a partir de la mitad del siglo XX. Entre los autores modernos no hay unanimidad acerca de la época de los primeros cristianos. Destaca por encima de los demás, por ser un prestigioso conocedor de la antigüedad cristiana, Adalbert Hamman[9], quien califica como primeros cristianos solo a los que han vivido en el siglo segundo, haciendo una profunda diferencia entre estos con los Apóstoles y la época apostólica, por un lado, y con la vida de la Iglesia y del Imperio Romano, por otro. Para Hamman, el año 180, fecha de la muerte de Marco Aurelio, marca una profunda cesura, pues en ese momento terminaría la antigüedad.

El estudio de Hamman se centra precisamente en el siglo segundo, porque en ese momento ya han fallecido todos los Apóstoles y, por tanto, los cristianos no son más que personas comunes que no han conocido al Maestro, pero aún han recibido de los Apóstoles o sus discípulos la formación cristiana. El siglo tercero es ya diferente por ser una época de grandes figuras cristianas que quizá eclipsan la sencillez de los cristianos del siglo precedente. Hamman coincide en parte con S. Agustín, pero lleva un poco más adelante el límite. S. Agustín se detiene en la generación de los Apóstoles, el primer siglo, Hamman piensa más bien en el segundo. No cabe duda de que esta propuesta cronológica está muy en relación con los textos que conoce bien Hamman: su ámbito de estudio se extiende a partir de la segunda generación de cristianos. Se encuentran, además, otras voces discordantes, como la de Gnilka, que aplica el nombre de primeros cristianos solo a quienes vivieron en tiempos del Nuevo Testamento[10], opción motivada también por el ámbito en que se mueve más cómodamente este estudioso.

La cuestión de las fechas nos lleva a considerar la llegada de los cristianos a la capital del Imperio Romano. Como es sabido, las razones de la elección de esta ciudad como capital de la cristiandad son de orden práctico. La rápida y tempranísima expansión del cristianismo a la ciudad de Roma obligó a trasladar el núcleo vital de la Iglesia allí para mayor facilidad de comunicación, con un empleo rápidamente cristianizado de las vías comerciales y militares.


3 Act 11,26.

4 El nombre de laicos aparece por primera vez en la carta de Clemente a los corintios (I Clem. 40: El laico está sometido a las disposiciones de los laicos). Cf. A. G. Hamman, La vie quotidienne des premiers chrétiens, Paris 1971. Aquí citamos por la edición española, Madrid 1985, p. 132.

5 Es muy frecuente. Ver, por ejemplo, Ep. ad Romanos 3,2.

6 Cf. S. Agustín, De catechizandis rudibus, 24, 45.

7 Sermo 43,6.

8 I Cor 1,26.

9 A. G. Hamman, en su introducción a las obras sobre La vida cotidiana de los primeros cristianos.

10 Cf. J. Gnilka, I primi cristiani. Origini e inizio della Chiesa, Brescia 2000, p. 18 (traducción del alemán: Die frühen Christen. Ursprünge und Anfang der Kirche, Freiburg 1999).