Giulio maspero

la trinidad
EXPLICADa HOY

EDICIONES RIALP, S.A.

MADRID


ÍNDICE

Advertencia al lector

Introducción


I. La Palabra del Dios de la Alianza 

1. Las etapas del encuentro 

2. Los atributos de Dios 


II. La Palabra del Dios Uno y Trino: Jesús 

1. El Dios de Jesucristo 

2. El Padre y el Hijo 

3. El Espíritu del Padre y del Hijo 

4. La Trinidad revelada 


III. La respuesta a la Palabra: la fe de la Iglesia 

1. Las fuentes del pensamiento 

2. Los primeros Padres de la Iglesia y la teología del Logos 

3. Ireneo y la gnosis 

4. Tertuliano y el modalismo 

5. Clemente y Orígenes: una cultura cristiana 

6. Nicea y el arrianismo 

7. Atanasio y la teología de la naturaleza 

8. Los Capadocios y las relaciones 

9. El Espíritu Santo y el Concilio de Constantinopla 


IV. El desarrollo del pensamiento: la teología

1. La elaboración teológica 

2. Agustín 

3. El espíritu del medievo 

4. La síntesis de Tomás 

5. La teología posterior 


V. La concepción trinitaria del mundo y del hombre 

1. La Trinidad y el mundo 

2. Personas y relaciones 

3. La Paternidad y la Filiación 

4. El Espíritu y el amor 

5. La Trinidad en la historia: las misiones y la inhabitación 


VI. Conclusión: María y la Trinidad 


¿Cuántas veces al santiguarnos pensamos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, en las tres Personas divinas que nombramos al hacer este gesto? Y de modo análogo, ¿nos damos cuenta durante la Santa Misa de que toda acción y oración que la conforman se dirigen a Dios Padre?

Cuando comencé la carrera de física en la universidad hubo una experiencia que me marcó: en clase habíamos estudiado las diferentes leyes de la dinámica, es decir, las relaciones cuantitativas que regulan el movimiento de los cuerpos. Yo lo había entendido muy bien y sin ninguna dificultad, pero cuando nos llevaron al laboratorio después de una tarde de trabajo, y verifiqué que esas leyes se cumplían de verdad en la realidad, exclamé: «¡es verdad!». Aún recuerdo ese momento como si fuera hoy, porque para mí significó la toma de conciencia de que conocer en teoría puede ser muy diferente de haber desarrollado el modo correspondiente de relacionarse con la realidad. Me «sabía» las fórmulas, pero no pensaba el mundo a partir de ellas. Mi conocimiento había cambiado, pero no mi mirada.

Este libro se ha escrito precisamente para ayudar a superar esa distancia en el ámbito de nuestra fe. San Josemaría decía que todos los bautizados deberían estudiar teología a nivel científico, porque el amor lleva consigo el deseo de conocer más a la persona amada (cfr. Es Cristo que pasa, n. 10). Este pequeño libro de teología sería un éxito solo con que uno de sus lectores pudiera exclamar: «¡Es verdad!» en la propia vida cristiana. En efecto, todo lo que la alimenta, desde la liturgia hasta los sacramentos, pasando por la oración y la Sagrada Escritura, tiene como origen y meta a las tres Personas divinas. De modo que estas páginas no constituyen un mero ejercicio teórico, sino que pretenden servir de ayuda para rezar mejor, participar con más intensidad en la Santa Misa, tener más conciencia de la Vida que hemos recibido en el bautismo; en pocas palabras, para amar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Para eso necesitamos partir de la provocación que supone para nuestro pensamiento la paradoja de su unidad y trinidad.


Advertencia al lector


Este libro constituye una breve introducción al estudio del tratado de Dios uno y trino. Está pensado para subrayar los puntos principales en la constitución del pensamiento trinitario y su valor para la época actual. En él se pone de relieve de modo particular cómo se modificó la metafísica clásica para poder explicar la novedad revelada: es una especie de ontología que reconoce junto con la esencia un papel originario a la relación. Esperamos que esta aproximación pueda ayudar a llenar el déficit de pensamiento del que habla Benedicto xvi en la encíclica Caritas in veritate, donde pide una profundización metafísica de las relaciones interpersonales (n. 53).

Se pretende que la obra sea compacta y de fácil lectura: por eso no se han añadido notas, sino que nos hemos limitado a hacer algunas referencias fundamentales en el texto principal. Lo ideal es leerlo teniendo a mano la Biblia, buscando las citas que no se han incluido más que cuando eran imprescindibles.

Para ulteriores profundizaciones sobre la materia se remite al manual: L. F. Mateo-Seco - G. Maspero, Il Mistero di Dio uno e trino, Edusc, Roma, cuya estructura se ha seguido fielmente. Los siguientes dos libros, breves y excelentes, de los que se recomienda su lectura, también han constituido una fuente de inspiración: J. Ratzinger, El Dios de Jesucristo, Sígueme, 1982 y J. Daniélou, La Trinidad y el misterio de la existencia, San Pablo, 1969.


INTRODUCCIÓN


Un día estaba hablando con un amigo filósofo sobre mis últimos estudios acerca de la Trinidad y me dijo: «Cierto, Dios es uno, aunque es trino». Esta frase me impresionó porque era verdad: parece contradictorio que Dios sea verdaderamente uno y trino. Sin embargo, dentro de mí surgió también otra reflexión: en realidad Dios es uno precisamente porque es trino. El paso del aunque al porque no es banal: es el resultado de una historia apasionante y maravillosa que ha visto el surgimiento de un pensamiento auténticamente cristiano a partir del acontecimiento de la Revelación trinitaria en Jesucristo.

El contenido de este pequeño libro aspira a ser un rápido bosquejo de esa historia. En ella se muestra cómo del concepto de unidad, que caracterizaba la filosofía clásica y provenía de la observación de la naturaleza, se ha pasado poco a poco a una concepción más rica, a la que el hombre por sí solo nunca habría llegado. Concepción que solo fue posible realizar gracias a la apertura de la intimidad misma de Dios. La Revelación de su ser eterna y totalmente Padre e Hijo y de su Amor ha hecho conocer al hombre una unidad más verdadera y total, la unidad perfecta de la comunión. El fondo del ser, la realidad absoluta que está en la base de cualquier otra realidad es en efecto comunión de amor, unidad personal que se da en la relación y no a pesar de la relación. Se trata de un pensamiento verdadero y realmente nuevo, extensión del pensamiento clásico, que tiene sus rasgos distintivos precisamente en la comunión y en la relación.

Evidentemente, esto cambia el modo de aproximarse al misterio de Dios, porque este no puede ser nunca conocido solamente con las categorías formuladas a partir de la observación de la naturaleza. La Revelación nos abre a una novedad radical que sin la Encarnación no habría sido posible conocer. El hombre mismo, por estar hecho a imagen y semejanza de su Creador, se convierte en camino privilegiado en la relación con Él hasta el extremo de que, en la Encarnación, Dios mismo se nos da como Hombre en Cristo; como hombre con una madre, una familia, una historia, unos amigos, un trabajo.

Todos sabemos que es más fácil conocer un árbol o una piedra que a una persona, porque, debido a su dimensión interior y a su libertad, cada persona es irreducible a lo que se ve solo por fuera. Desde fuera se puede entender la existencia de estas realidades, pero para conocerlas de verdad hace falta establecer una relación, compartir la intimidad. Se puede decir que cada persona es un misterio, no en el sentido de un thriller o una novela negra, ni en el del ámbito científico. En estos casos, misterio equivaldría a una pregunta con una respuesta concreta (¿quién es el asesino? ¿cuál es el resultado de una determinada ecuación?), y la dificultad de alcanzarla solo radicaría en el límite de nuestras posibilidades cognoscitivas. El misterio sería como un velo que cubriera el objeto de conocimiento, y fuera demasiado pesado para que lo levantáramos. En cambio, el misterio que constituye una persona, es decir, el misterio auténtico, no consiste en una solución o una respuesta. Se puede decir que el misterio en sentido propio no se des-vela, como se haría con el solucionario de un crucigrama, sino que se re-vela, en el sentido de que cada progreso en el conocimiento, es decir, en cada velo que se elimina, se descubre una mayor profundidad, a su vez protegida por otro velo. El juego de los prefijos es el que existe entre expirar, que evidentemente se hace una sola vez, y respirar, que implica una repetición. La revelación se entiende de modo análogo, porque el misterio de la persona tiene una profundidad infinita y nunca se puede agotar.1

Todas las realidades más excelsas, todas aquellas que verdaderamente valen la pena, pertenecen a este segundo tipo de misterio. Por lo tanto, con más razón, Dios debe colocarse en este ámbito. Efectivamente, como escribió J. Ratzinger, Él es la razón última de la existencia de este misterio: «Entramos en un terreno donde querer saberlo todo aquí y ahora es una funesta necedad. Reconocer con humildad que no se sabe nada es la única forma auténtica de saber; contemplar con asombro el misterio incomprensible es la auténtica profesión de fe en Dios. El amor siempre es mysterium. El propio amor —El Dios increado y eterno— tiene que serlo en sumo grado: el Misterio mismo.» (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme 2013, 137).

Técnicamente, se denomina apofatismo esta imposibilidad de hablar de Dios si no es rindiéndose frente a su infinita grandeza. La razón puede llegar a demostrar su existencia, pero el misterio de la intimidad de este Dios, que es en sí mismo tres Personas y un único Dios, precisamente en el eterno y perfecto ser la una en la otra y la una a través de la otra, está más allá de toda capacidad expresiva del hombre. Una leyenda medieval lo ejemplifica narrando el encuentro de Agustín con un niño que, en la orilla del mar, sacaba el agua y la echaba en un agujero en la arena. Frente a la perplejidad del santo, el niño le respondió que era más fácil vaciar el mar que comprender con la razón la Trinidad. Análogamente me vienen a la mente los hermosos versos de Rabindranath Tagore:


El agua en una vasija es brillante,

El agua en el mar es oscura.

La verdad pequeña tiene palabras que son claras,

La gran verdad tiene un gran silencio.


Con la Encarnación Dios mismo se ha revelado: como Padre, Hijo y Espíritu Santo, empujando al hombre a un replanteamiento radical de su concepción de Dios. Las categorías naturales se han reformulado a la luz del Evangelio. Palabras antiguas se han revestido de un nuevo sentido. Y de este modo ha surgido el valor de un pensamiento dirigido a favorecer el encuentro con el Dios cristiano. Por su identificación con Cristo y la Trinidad, la Verdad pertenece a la dimensión personal. Por eso la doctrina trinitaria no sustituye a Dios; sino que como sucede con un mapa, la utilidad de este pensamiento consiste en impedir que nos salgamos del camino, reducir la Trinidad a una simplificación al nivel de lo que sabemos sobre las criaturas. El valor del mapa radica precisamente en permitir la relación con la realidad del territorio que reproduce esquemáticamente.

De este modo, la teología trinitaria sirve para entrar en relación con la misma Trinidad, siguiendo los pasos de aquella que por primera vez se ha abierto a este pensamiento: María. Benedicto xvi, comentando su título de Madre de Dios (Theotókos en griego), ha resumido admirablemente la novedad de este recorrido: «La filosofía aristotélica, como sabemos bien, nos dice que entre Dios y el hombre solo existe una relación no recíproca. El hombre se remite a Dios, pero Dios, el Eterno, existe en sí, no cambia: no puede tener hoy esta relación y mañana otra. Existe en sí, no tiene relación ad extra. Es una palabra muy lógica, pero es una palabra que nos lleva a desesperar: por tanto, Dios mismo no tiene relación conmigo. Con la encarnación, con la llegada de la Theotókos, esto cambió radicalmente, porque Dios nos atrajo a sí mismo y Dios en sí mismo es relación y nos hace participar en su relación interior. Así estamos en su ser Padre, Hijo y Espíritu Santo; estamos dentro de su ser en relación; estamos en relación con él y él realmente ha creado una relación con nosotros. En ese momento, Dios quería nacer de una mujer y ser siempre él mismo: este es el gran acontecimiento» (Benedicto xvi, 11 de octubre de 2010, Sínodo para Oriente Medio).


1 El juego de prefijos en italiano no funciona del todo en español, porque no coinciden exactamente. Los verbos en el original son svelare y spirare: desvelar y espirar (donde el prefijo –s significaría una sola vez); ri-velare, re-spirare: revelar y respirar (donde el prefijo re- y su variante ri- implicarían una repetición).