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El siglo del gusto


La odisea filosófica del gusto en el siglo XVIII




Traducción de

Francisco Calvo Garzón

Ant Machado Libros

www.machadolibros.com

George Dickie

El siglo del gusto


La odisea filosófica del gusto en el siglo XVIII

La balsa de la Medusa

La balsa de la Medusa, 130


Colección dirigida por

Valeriano Bozal

Título original: The Century of Taste

© 1996 by Oxford University Press, Inc. New York, N.Y. U.S.A.

© de la presente edición,
Machado Grupo de Distribución, S.L.

C/ Labradores, 5. Parque Empresarial Prado del Espino

28660 Boadilla del Monte (Madrid)
editorial@machadolibros.com


ISBN: 978-84-9114-201-0








Para Ruth Marcus

Índice

Prefacio

Agradecimientos

Introducción

1. La teoría básica del gusto: Francis Hutcheson

2. Asociación y coalescencia de las ideas: Alexander Gerard

3. Asociacionismo absoluto: Archibald Alison

4. Gusto y finalidad: Immanuel Kant

5. Bellezas y defectos: David Hume

6. Evaluación general

Prefacio

Nos encontramos ante una evaluación original y estimulante de la progresión del interés filosófico por la idea del gusto. La obra es característica de la sensibilidad filosófica de George Dickie: insiste en la exposición simple y directa de los argumentos y se resiste a aceptar o tan siquiera a tolerar tesis oscuras. A la postre nos encontramos ante una celebración de Hume. Dickie considera a Hume como más sofisticado que Hutcheson, Gerard, y Alison, y lo presenta como más preciso e infinitamente más claro que Kant. De este modo, la teoría de Hume constituye el punto culmen de su narrativa filosófica, siendo Kant el comienzo de un desastroso declive.

Cualquiera puede sacar partido de este estudio, aunque hay quien se sentirá ofendido. Especialmente, los estudiosos de Kant y de sus sucesores, quienes percibirán en Dickie una impaciencia intolerable para con su héroe. Dickie no solamente confiesa su incapacidad de darle un sentido y una coherencia a las doctrinas de Kant, sino que tiene la temeridad de afirmar que tienen poco sentido. Personalmente encuentro esta repulsa precipitada, pero creo que Dickie tiene razón –de manera distintiva– al atreverse a sugerir que Kant comienza un descenso hacia una pomposidad autoengañosa. Sólo resta a sus defensores actuar: lo que hace Dickie es señalar precisamente qué es lo que requiere una defensa.

Durante los últimos veinticinco años, con el renovado interés por parte de los filósofos con inclinaciones analíticas por la historia de la filosofía, los textos de filosofía moral y de estética de Kant se han ido recuperando. Eso es todo un logro. Pero, en caso de no tratarse del laberinto dictatorial de jerga que previamente los textos de Kant se consideraba que eran, es hora de preguntarse si en realidad son todos tan profundos como sus actuales defensores consideran. ¿Es preciso que aceptemos o todo Kant o nada de él? Espero que no. De entre los filósofos contemporáneos, Dickie es uno de los primeros en sospechar que el siglo XVIIInos ofrece una filosofía importante y defendible en estética, a la par que continúa insistiendo en que la de Kant no es tan buena como se cree.

La formación y el tesón de Dickie le sitúan en una posición ideal para situar las observaciones sobre el gusto de Hume en su contexto, ya que ha trabajado concienzudamente durante mucho tiempo en los textos de Hutcheson y de otros autores casi contemporáneos a Hume. El temperamento de Dickie le hace impacientarse con Kant, y hasta enfadarse con él por haber hecho disipar los logros de Hume. Su historial, su tenacidad, y sus instintos otorgan a Dickie una voz filosófica digna de ser escuchada. Nadie debería pasarla por alto, especialmente aquellos que aman a Kant. Dickie les está dando una oportunidad –aunque pequeña, en su opinión– de demostrar que no se les ha comprendido. Buena suerte a ellos. Y gracias a George Dickie.


Ted Cohen

Universidad de Chicago

Agradecimientos

Este libro supone la culminación de toda una vida de interés por las teorías del gusto del siglo XVIII.

Mi mayor deuda la tengo con Ted Cohen, quien leyó todo el manuscrito. Sus comentarios –especialmente aquellos sobre Hume y Kant– fueron de enorme ayuda. Ralf Meerbote leyó versiones previas de los capítulos sobre Hutcheson y Kant, y sus comentarios –especialmente sobre el capítulo de Kant– fueron sumamente valiosos. Robert Yanal y Joyce Carpenter leyeron una versión previa del capítulo sobre Kant y me dieron consejos muy útiles.

También me gustaría dar las gracias a Susan Carbone, Todd Hochenedel, Heidi Nelson, Timothy O’Connor, Robert Richardson, Robert Rupert, y Doran Smolkin, que fueron miembros de mi seminario de posgrado de 1989 y que estudiaron conmigo los escritos de Hutcheson, Gerard, Alison, Kant, y Hume.

Quisiera agradecer la concesión de las excedencias durante las cuales escribí este libro a las siguientes instituciones: a la National Endowment for the Humanities por una beca para profesores universitarios durante el curso académico 1989-90, a la Comisión de Investigación de la Universidad de Illinois en Chicago por un permiso durante el primer semestre del curso académico 1991-92, y a la Universidad de Illinois en Chicago por un permiso sabático durante el primer trimestre del curso académico 1992-93.

Introducción

Es un hecho indudable que ante un paisaje montañoso, al ver una rosa, al contemplar o escuchar obras de arte, y ante otras muchas cosas, experimentamos placer. También establecemos distinciones entre los objetos de esas experiencias, y decimos de ellos (o de sus propiedades) que son bellos, sublimes, delicados, y demás. Determinadas vistas y sonidos nos desagradan, lo cual también conlleva diversas distinciones. Casi desde un principio, y hasta la actualidad, los filósofos han tratado de alcanzar un entendimiento teórico de estas experiencias y de sus objetos. La noción de la actitud estética, la idea de experiencia estética, y la concepción de Frank Sibley de cualidades estéticas son ejemplos recientes de intentos de teorizar sobre estas cuestiones. La teoría del gusto supuso el intento filosófico del siglo XVIIIde proporcionar una explicación de dichos objetos y del placer y «desplacer» que sentimos con ellos. Este libro trata sobre esta teoría filosófica en particular.

El siglo XVIII fue el siglo del gusto, esto es, de la teoría del gusto. A comienzos del siglo, el centro de teorización sobre las experiencias del tipo que nos concierne se había trasladado de nociones objetivas de lo bello a la noción subjetiva del gusto. Un poco más tarde, en 1725, Francis Hutcheson proporcionó al mundo angloparlante la primera teoría del gusto relativamente sofisticada. Por supuesto, Hutcheson no fue el primer pensador angloparlante que habló sobre el gusto, pero sí fue el primero que ofreció una explicación filosófica sistemática. Poco después de mitad de siglo, el breve ensayo de David Hume «Sobre la norma del gusto» supuso la mejor expresión que la teoría del gusto jamás alcanzaría. Conforme el siglo XVIIItocaba a su fin, la teorización extravagante y desenfrenada del asociacionista Archibald Alison y las oscuras y equivocadas especulaciones de Immanuel Kant minaron y llevaron al pensamiento sobre el gusto también a su fin. Unos pocos representantes sobrevivieron hasta principios del siglo XIX, pero desafortunadamente la teorización sobre el gusto estaba muriendo y siendo reemplazada por una forma de pensamiento muy distinta.

Este libro trata sobre cinco teóricos del gusto, cuatro de los cuales acabo de mencionar. Sus puntos de vista pueden verse como el comienzo, el punto culminante, y el desvanecimiento de la teoría del gusto como forma de filosofar. Pretendo defender dos tesis fundamentales. La primera es que después de que Hutcheson estableciese la limitada, pero prometedora, teoría básica del gusto, Hume, siguiendo a Hutcheson a su modo, no hizo sino perfeccionarla. La segunda es que los asociacionistas –Alexander Gerard y Alison– por un lado, y Kant, por el otro, llevaron a la teoría del gusto a sendos callejones sin salida. Lo triste es que los filósofos del siglo XVIIIque apoyaron a Hume no siguieron su prometedor ejemplo; fruto de ello, al menos en parte, fue la desaparición del teorizar sobre el gusto. Con las conclusiones que sobre Hume y Kant establezco no estoy sugiriendo que el primero influyese en el desarrollo de lo que hoy día llamamos «estética», y que el segundo no. Hume ha tenido poca influencia porque la teoría del gusto desapareció. Kant ha tenido una gran influencia porque, aunque ésta desapareciese, elementos de su teoría se transformaron en la teoría de la actitud estética.

Docenas de teorías del gusto se elaboraron durante el siglo XVIII. Me he centrado solamente en las teorías de cinco filósofos. La teoría de Hutcheson es una elección obvia, ya que supuso el comienzo filosófico de la teoría del gusto en el mundo angloparlante. He decidido discutir el asociacionismo de Gerard y Alison por la popularidad que en su día tuvo este punto de vista y porque enturbió las nociones del gusto, lo que, en mi opinión, llevó a una pérdida de confianza en la teorización sobre él. He decidido discutir la teoría de Kant por haber sido tan ampliamente venerada y reconocida con tanta frecuencia –erróneamente, en mi opinión– como el punto culmen de la filosofía del gusto. Normalmente sólo los especialistas en Kant, los cuales tienen poco interés en la teoría del gusto como tal, estudian su teoría. Creo que es importante que se estudie dentro del contexto de un examen de otras teorías y por alguien cuyo interés primordial sea la teoría del gusto. He decidido discutir la teoría de Hume porque creo que es la más exitosa de todas. La teoría de Hume, si bien está obviamente formulada en el lenguaje del siglo XVIII , en muchos aspectos es como una teoría del siglo XX. Por ejemplo, Hume no trata de alcanzar conclusiones sobre la naturaleza o incluso sobre la existencia de una facultad del gusto, lo cual fue un episodio central de la teoría del siglo XVIII. Además, no trata de limitar su discusión a unas pocas categorías como la belleza y lo sublime. Habla casualmente de muchas «bellezas» y «defectos»; en este respecto, su teoría se parece en aspectos importantes a la noción de cualidades estéticas de Frank Sibley.

A pesar de mis observaciones sobre los funestos resultados del asociacionismo y de la teoría de Kant, no pretendo ocuparme de las influencias históricas de ninguna de las cinco teorías que voy a discutir. Mi interés primordial reside en su examen y evaluación.

Creo que la presente exposición y evaluación contiene un número de ideas o posturas novedosas. Las siguientes se encuentran entre las más importantes. Proporciono una explicación detallada del argumento que subyace a la conclusión de Hutcheson de que hay un sentido interno de la belleza. También reparo, y creo que no existen antecedentes, en que los asociacionistas dependen no sólo de la conocida noción de la asociación de ideas a la hora de producir la característica central y distintiva de su teoría sino también de la sospechosa noción que llamo «la coalescencia de las ideas». Por otro lado, muestro cómo a la hora de entender por completo la teoría del gusto de Kant ésta debe embutirse dentro de su teleología. El teórico del gusto suele ignorar la teleología de la segunda mitad de la tercera Crítica por considerarla poco interesante o irrelevante. En mi opinión, esto es un error. No he tratado, por cierto, de usar o de responder a la gran cantidad de literatura secundaria que hay sobre la tercera Crítica sino que, centrándome en la teleología de Kant, he intentado darle sentido como un todo. También he tratado de presentar una versión intermedia de la teoría de Kant –una versión que no sea tan larga que resulte difícil tener presente todas sus partes, pero que no sea tan corta que no pueda hacer justicia a las muchas partes que comprende–. Por último, muestro que Hume hace más que simplemente mencionar reglas o principios del gusto y que su teoría contiene una explicación exitosa de la naturaleza de dichos principios y de cómo estos han de ser descubiertos.

No discutiré las cinco teorías en estricto orden cronológico. Trato primero la teoría de Hutcheson (1725) porque de uno u otro modo es el origen de las otras cuatro. Seguidamente paso a discutir el asociacionismo –primero la teoría de Gerard (1759) y después la de Alison (1790) en orden cronológico–. Después trato la teoría de Kant –la tercera Crítica y los Ensayos de Alison fueron publicados el mismo año– y dejo a Hume (1757) para la última parte del libro, bien fuera del orden cronológico, ya que quería guardar lo mejor para el final.

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La teoría básica del gusto: Francis Hutcheson

El argumento de Francis Hutcheson en favor de su teoría del gusto en la Investigación sobre el origen de nuestras ideas de belleza y virtud (1725) aparece en el primero de los dos ensayos que comprenden el libro. El argumento de este primer ensayo, titulado «Una investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza», se desarrolla en cuatro pasos, de tal modo que cada uno de los tres últimos presupone y se construye sobre uno o varios de los anteriores. El primer paso comprende el prefacio y la primera sección e intenta demostrar que hay un sentido interno de la belleza que produce placer al ser suscitado por una o varias características de los objetos percibidos. El segundo paso va de la sección segunda a la cuarta y trata de mostrar que solamente la característica uniformidad en la variedad de la naturaleza, los aspectos no representacionales del arte, los teoremas y el arte representacional suscitan el sentido de la belleza. El tercer paso se reduce a la sección sexta e intenta demostrar que el sentido de la belleza es universal en los seres humanos. El cuarto paso es una tesis doble sobre el «desplacer» y el placer en la experiencia de la belleza. La primera afirmación que se argumenta en la sección sexta es, junto con la tesis de la universalidad, que todo «desplacer» en la experiencia de la belleza debe tener un origen distinto al sentido de la belleza. La segunda afirmación que ocupa la sección séptima es que el placer que sentimos con los objetos bellos no deriva de la costumbre, la educación y/o el ejemplo, sino del sentido de la belleza.

En las próximas cuatro secciones de este capítulo discutiré estos cuatro pasos. Como puede observarse, en el bosquejo anterior no se menciona la quinta sección. Esta sección es la más larga del libro de Hutcheson y está dedicada exclusivamente a la prueba del diseño a favor de la existencia de Dios. Esta incursión en el campo de la teología no es esencial para una comprensión de su teoría del gusto. Al final de su explicación de la teoría del gusto, Hutcheson saca a colación la cuestión teológica de las causas finales en relación con su teoría; este tema será tratado brevemente. Al desarrollar mi lectura de su teoría, seguiré el mismo orden temático que sigue en su libro. Me interesaré por la teoría del gusto tal y como aparece en la «Investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza»; si bien Hutcheson realizó algunas alteraciones en su obra posterior, la «Investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza» fue el trabajo que mayor influencia tuvo.

Sentido externo y sentido interno

En su discusión de las ideas, consideradas como la materia prima del conocimiento, John Locke afirma que el origen de todas ellas es la experiencia. Existen, considera Locke, dos fuentes de ideas en la experiencia. Una fuente concierne a objetos externos a nuestra mente –mesas, sillas, y otros por el estilo–. Locke la llama sensación y afirma que aquellas ideas que ahí se originen dependen de los sentidos, refiriéndose a la visión, al oído, al tacto y demás. Esta es la fuente de ideas que Hutcheson tiene en mente cuando habla de «sentido externo». La otra fuente Lockeana de ideas concierne objetos internos a la mente, a saber, las operaciones de la propia mente. Locke llama a esta fuente reflexión y afirma que aquellas ideas que tengan dicho origen provienen de la percepción de la operación de nuestra propia mente. Al hablar de operaciones o actos de la mente, Locke se refiere a la percepción, al pensamiento, a la duda, a la creencia, y demás. En la reflexión, la mente se vuelve sobre sí misma. De ella, Locke dice que, como en el caso de la sensación, «podríamos con justicia denominarla sentido interno»1. Para Locke, tanto el sentido externo como el interno (la reflexión) son cognitivos; esto es, ambos son fuente de ideas y están implicados en la aportación de información a la mente.

Hutcheson, que fue un seguidor de Locke, acepta sus nociones de sensación y de reflexión, así como el resto de su marco epistemológico. Sin embargo no emplea la expresión «sentido interno» como sinónimo de la noción cognitiva de «reflexión», sino de un modo completamente distinto. En la «Investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza», Hutcheson utiliza «sentido interno» para referirse a una facultad innata de reaccionar con placer cuando los sentidos externos perciben determinadas propiedades. Así, para Hutcheson, un sentido interno no es una facultad cognitiva sino una facultad sensible o reactiva, cuya función es producir placer. En su opinión, sentido externo y sentido interno están conectados; el primero hace falta para traer un objeto a la mente de modo que el segundo reaccione y produzca placer. Alexander Gerard observa al comienzo de su Ensayo sobre el gusto que mientras que en la «Investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza» Hutcheson habla de sentidos internos, en sus obras posteriores Hutcheson se refiere a ellos como «sentidos posteriores y reflejos; posteriores, ya que siempre suponen una percepción previa de los objetos en relación a los cuales se emplean [para producir placer] ... reflejos, ya que, a la hora de ejercitarlos [para producir placer], la mente reflexiona y se hace eco de [un] ... objeto ... percibido»2.

Así pues, tanto Hutcheson como Locke utilizan la expresión «sentido interno», si bien se refieren a cosas totalmente distintas. Shaftesbury e incluso pensadores anteriores serían el origen de la noción de sentido interno de Hutcheson3.

El sentido interno de la belleza

En el prólogo a la «Investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza», Hutcheson expone y argumenta brevemente a favor de las conclusiones fundamentales de su teoría del gusto y de su teoría moral. Los argumentos del prólogo toman la forma de un informe de los resultados de la reflexión o introspección. Su argumentación atañe de manera directa sólo a la teoría del gusto, si bien Hutcheson advierte que su «principal propósito es mostrar que la naturaleza humana no fue dejada tan desvalida respecto de la virtud...»4. Hutcheson parece opinar que es más fácil presentar argumentos convincentes a favor de la teoría del gusto primero, persuadiendo de este modo con mayor facilidad al lector acerca de la corrección de su teoría moral. Así, en el prólogo, sus argumentos conciernen únicamente a la teoría del gusto. La primera parte del libro está dedicada exclusivamente a dicha teoría, quedando de este modo la discusión de la teoría moral para la segunda parte.

Las tres conclusiones fundamentales del prólogo conciernen a los sentidos.


1. Existe una maquinaria mental similar a los sentidos externos (vista, oído, etc.) aunque suficientemente diferente como para merecer el nombre de «sentido interno».

2. Tanto el sentido externo como el interno son naturales y operan con independencia de la voluntad (necesariamente).

3. El sentido interno y el sentido externo tienen placeres diferentes .


Hutcheson prosigue con su exposición y argumentación a favor de las conclusiones fundamentales en la primera sección de la «Investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza». Inicia su argumentación en el prólogo enumerando una serie de cosas sobre los placeres de los sentidos externos que en su opinión no deberían ser objeto de disputa. Partiendo de esta base, Hutcheson generaliza la conclusión a todos los placeres, fijando su atención en los placeres que derivan de las artes y materias afines. Hutcheson comienza diciendo que,

Al reflexionar sobre nuestros sentidos externos, vemos claramente que nuestras percepciones de placer o dolor no dependen directamente de nuestra voluntad. Los objetos no nos agradan según nosotros deseemos que lo hagan: la presencia de algunos objetos nos agrada necesariamente, y la presencia de otros nos desagrada también necesariamente... Por la misma constitución de nuestra naturaleza, uno es hecho ocasión de deleite y el otro de desagrado (p. 4).

(Adviértase que en este pasaje Hutcheson habla de «nuestras percepciones de placer y dolor». Esto muestra que está usando la noción de percepción en un sentido más amplio del que sería común hoy en día. Hutcheson emplea dicha noción con el fin de abarcar tanto los sentimientos de placer y dolor como la conciencia cognitiva.) Lo que Hutcheson dice en este pasaje es que los sentidos externos (la vista, el oído, etc.) nos proporcionan objetos perceptuales (colores, sonidos, etc.), y estos a su vez causan placer o dolor (o, supongo yo, nos dejan indiferentes) con total independencia de nuestra decisión o voluntad. El hecho de que nos sintamos complacidos con independencia de la voluntad –es decir, necesariamente– demuestra de acuerdo con Hutcheson que dichos placeres son innatos, esto es, que ocurren «por la misma constitución de nuestra naturaleza». Luego generaliza afirmando que todos los placeres y dolores son independientes de la voluntad y ofrece el siguiente ejemplo. «De este modo, nos descubrimos a nosotros mismos siendo agradados por una forma regular, una obra de arquitectura o de pintura, una composición de notas, un teorema...». (p. 5). Estos placeres también se consideran necesarios e innatos. Hutcheson sostiene entonces que el placer que estas experiencias del gusto producen «sur[ge] de una uniformidad, orden, disposición de las partes o imitación, y no de las ideas simples de color, sonido o modo de la extensión, consideradas separadamente» (p. 5). Quizá al complacernos una forma regular el placer derive de la uniformidad, del orden y demás, y no del color o del sonido tomados por separado, pero puede que, en contraposición a Hutcheson, cuando nos complace una obra de arquitectura, una pintura, o una composición de notas, el placer surja tanto de la uniformidad, del orden y demás como del color o del sonido considerados por separado. ¿Qué explica esta peculiar conclusión respecto al color y al sonido?

En la primera sección Hutcheson parece contradecir su manifestación previa. En esta sección escribe,

Así, todo el mundo reconoce que se deleita más en una bella cara o una pintura exacta, que en la visión de cualquier color aislado, aunque sea tan fuerte y vivo como sea posible... Del mismo modo, el placer de una bella composición es incomparablemente mayor en música que el de una única nota por dulce, redonda o completa que sea (p. 15).

Si bien aquí señala la importancia superior de la uniformidad, del orden y demás, sugiere que el color y el tono tomados por separado también producen placer. Hutcheson parece contradecir su peculiar conclusión anterior, y parece mantener ahora que tanto el color como el sonido tomados por separado producen y no producen placer.

Esta aparente contradicción tiene una fácil respuesta. El párrafo en el que considera que el color y el sonido tomados por separado producen placer comienza con la siguiente observación, «El único placer sensorial que nuestros filósofos parecen considerar es el que acompaña a las ideas simples de la sensación» (p. 15). Y a continuación dice, «Pero hay placeres mucho mayores en las ideas complejas de los objetos que reciben los nombres de bello, regular o armonioso» (p. 15). Hutcheson está aquí asumiendo sin argumentación alguna que la belleza de un objeto y el placer relacionado derivan de ideas complejas de la sensación y que ideas simples de la sensación como el color y el sonido no aportan nada a la belleza del objeto ni al placer relacionado. Pero esto no es más que un juicio de valor.

Hutcheson introduce este juicio de valor en su teoría mediante la distinción entre sentido externo y sentido interno. Casualmente observa en la primera sección, «No tiene ninguna consecuencia el que llamemos a estas ideas de belleza y armonía percepciones de los sentidos externos de la vista y el oído o no. Yo más bien prefiero llamar a nuestra capacidad de percibir tales ideas un sentido interno ...». (p. 15). Pero en su teoría son cruciales la distinción entre sentido externo y sentido interno, y la conexión de la belleza con el sentido interno. Esta distinción es lo que le permite crear el formalismo de las ideas complejas como el origen de la belleza. Lo que hace Hutcheson es asociar los placeres que acompañan a las ideas simples de la sensación con los sentidos externos; de ese modo se convierten en los placeres de los sentidos externos. Sin embargo, aquellos que acompañan a algunas ideas complejas de la sensación tienen otro origen; derivan del sentido interno de la belleza o la armonía. (Más tarde, cuando Hutcheson se pregunte qué tipo de experiencia produce el placer de la belleza, la solución residirá en alguna clase de idea compleja.) Existe así en opinión de Hutcheson una división funcional entre sentidos externos e internos que nos permite clasificar a los placeres.

En la primera sección Hutcheson pasa a justificar su uso de la noción de sentido interno mediante los siguientes tres argumentos: Primero, muchas personas pueden ver y oír ideas simples con absoluta precisión (discriminar colores, formas, sonidos, etc.) sintiendo placer con ellas, pero «no encuentran quizás placer en las composiciones musicales, en la pintura» (p. 16) y demás, o no tienen sino un placer tenue comparado con el disfrute de otros. Lo que este argumento muestra, en caso de funcionar, es que hay personas que obtienen placer tanto de ideas simples como de ideas complejas, y que algunas lo obtienen sólo de las simples. Hutheson considera este supuesto hecho como prueba de que existe un sentido interno que algunos poseen y que en otros se manifiesta débilmente. El argumento funciona sólo en el caso de que el placer por la música, la pintura y demás, que algunos poseen y otros no, no pueda vincularse a los sentidos externos o a otra fuente, debiendo atribuirse a un sentido interno.

Un poco más adelante, en un pasaje introducido en la cuarta edición, Hutcheson repite el mismo argumento, aunque introduce una nueva reflexión.

Considérese primero que es probable que un ser pueda tener la capacidad plena de sensación externa que nosotros disfrutamos de tal modo que perciba cada color, línea o superficie como lo hacemos nosotros y, sin embargo, carezca de la capacidad de comparar o de discernir las semejanzas de las proporciones, Además, podría también discernirlas y, sin embargo, no experimentar placer o deleite acompañando a tales percepciones. (p. 17)

La nueva reflexión consiste en introducir la noción de «la capacidad de comparar o de discernir las semejanzas de las proporciones». Aquí se mencionan tres cosas: (1) las capacidades de la percepción exterior, (2) las capacidades de la comparación y el discernimiento de la semejanza, y (3) la capacidad de sentir placer con lo que uno es consciente. Para Hutcheson, el discernimiento de colores y sonidos (ideas simples) corresponde claramente a los sentidos externos, al igual que el sentir placer con dichas ideas. Presumiblemente, el discernimiento de la semejanza corresponde al sentido interno, aunque Hutcheson no llegue a decirlo. Normalmente, cuando habla de un sentido interno se interesa solamente por una función afectiva –la capacidad de sentir placer a través del conocimiento de ideas complejas.

Existe una clase de asimetría importante entre los sentidos externos y el sentido interno tal y como Hutcheson los trata normalmente. Los sentidos externos son sentidos cognitivos que conectan la mente con el mundo exterior. Pero el sentido de la belleza, que es el sentido interno que me interesa, tal y como Hutcheson lo define en las cuatro ediciones de Una investigación sobre el origen de nuestras ideas de belleza y virtud, no es cognitivo en absoluto. Hutcheson escribe, «El autor ha decidido llamar sentidos a estas determinaciones a ser agradados por ciertas formas complejas, distinguiéndolos de las capacidades que comúnmente reciben tal denominación al llamar a nuestra capacidad de percibir la belleza, la regularidad, el orden y la armonía sentido interno» (p. 5). Aquí el sentido interno de la belleza se define como una «determinación a ser agradado». Así definido, el sentido de la belleza no aporta ningún elemento cognitivo a la mente; reacciona ante la presencia de algo que ya está en ella. Pero en el pasaje mencionado justo antes de la última cita, Hutcheson sugiere de manera vigorosa que el sentido de la belleza posee una dimensión cognitiva paralela a la de los sentidos externos. Claramente cree que los sentidos externos tienen aspectos cognitivos y afectivos, y el primero de los dos pasajes anteriores sugiere que el sentido de la belleza también tiene un aspecto cognitivo así como uno afectivo. El pasaje que habla del discernimiento de la semejanza aparece en la cuarta y última edición de Una investigación sobre el origen de nuestras ideas de belleza y virtud . Puede que Hutcheson comenzara a darse cuenta de que debía ubicar la capacidad de discernir semejanzas en alguna parte y de que no encajaba fácilmente en la maquinaria de los sentidos externos.

Llegados a este punto, es el momento oportuno para la siguiente observación. Hay para quien Hutcheson intenta argüir, usando un lenguaje más próximo, que «x es bello» es análogo a «x es rojo». De ese modo, alguien podría pensar, Hutcheson debería dar una explicación de las condiciones estándar para la percepción de lo bello análoga a la explicación de las condiciones estándar en el caso de la percepción del rojo. Sin embargo Hutcheson no trata en ningún momento de darla. Para él, el sentido de la belleza es una facultad afectiva, no una facultad mediante la que percibimos lo bello del modo en que el color rojo se percibe mediante la visión. De acuerdo con Hutcheson, los sentidos externos son tanto cognitivos como afectivos, pero el sentido interno de la belleza se asemeja a los sentidos externos sólo en lo que concierne al aspecto afectivo –la capacidad de sentir placer.

El siguiente es un segundo argumento a favor del sentido interno de la belleza que Hutcheson ubica entre las dos versiones del argumento anteriormente discutidas: «[D]iscernimos un tipo de belleza» derivándose placer como en el caso de teoremas o verdades universales, donde las experiencias de los sentidos externos no desempeñan un papel significativo (p. 17). El argumento consiste en presentar un caso de belleza en el que los sentidos externos no desempeñan ningún papel central; debiendo ser, de este modo, un sentido interno el origen del placer. El argumento funciona solo en el caso de que los placeres en cuestión no puedan estar vinculados a los sentidos externos o a alguna otra causa, y en caso de que algún tipo de sentido sea necesario para obtener el placer.

Los dos argumentos están destinados a demostrar que existe un sentido que es interno, es decir, distinto de los sentidos externos, que tiene distintos objetos que causan placer. Ambos argumentos requieren que el placer derive de un sentido . En el segundo, que concierne a teoremas y demás, y los placeres que producen, Hutcheson cree poder concluir, dado que los sentidos externos no están involucrados y por consiguiente no pueden ser el origen del placer, que debe haber un sentido interno que sea su causa. En el primer argumento, después de observar que alguien con buenos sentidos externos que sienta placer con ideas simples podría ser incapaz de sentir placer con ideas complejas (música, etc.), concluye que una persona tal carece de una habilidad para sentir placer. Ya que Hutcheson asume que el placer debe estar relacionado con un sentido u otro, y que los sentidos externos del sujeto en cuestión se encuentran en perfecto estado, la conclusión es que el sujeto carece de un sentido-de un sentido interno.

Un tercer argumento a favor de un sentido interno de la belleza, que se combina con el primero, atañe a la relación del conocimiento con la experiencia. Al comienzo de la primera sección, en un pasaje en el que asumo que se refiere sólo a las ideas simples, Hutcheson afirma, «Muchas de nuestras percepciones sensibles son placenteras y muchas otras dolorosas de modo inmediato y sin ningún conocimiento de la causa del placer o dolor, o de cómo lo excitan los objetos...». (pp. 12-13). Más tarde observa que puede darse el caso de que una persona de buen gusto disfrute del placer de la belleza «inmediatamente sin tanto conocimiento» de la semejanza de la proporción (p. 18). Lo que aquí afirma es que el placer de la belleza se puede experimentar «sin tanto conocimiento». Hutcheson, sin embargo, pasa a realizar una afirmación de mayor peso, «Esta capacidad superior de percepción es con justicia llamada un sentido a causa de su afinidad con los otros sentidos en que el placer no surge de un conocimiento de los principios, proporciones, causas o de la utilidad del objeto, sino que se suscita en nosotros inmediatamente con la idea de belleza» (p. 18). Este paralelismo entre la inmediatez de la relación de los placeres de ideas simples con el conocimiento, por una parte, y la inmediatez de la relación de los placeres de ideas complejas con el conocimiento, por otra, se toma como una justificación para emplear la noción de sentido interno, si bien en este tercer argumento, Hutcheson se centra en lo que toca a la justificación del sentido de la noción de sentido interno.

Al principio de la primera sección, Hutcheson da una pista de cómo piensa encargarse de los desacuerdos sobre del gusto. Hutcheson corrobora la creencia de que nuestras mentes son prácticamente iguales y sugiere que desacuerdos acerca de placeres tanto de ideas simples como complejas pueden explicarse mediante la asociación de ideas. Lo que está sugiriendo es que determinados tipos de experiencia pueden socavar los placeres del sentido innato de lo bello y de los sentidos innatos externos. Hutcheson trata este tema en profundidad más adelante en su libro.

Vuelvo ahora a la visión de Hutcheson respecto al referente de «belleza». Hutcheson anuncia su posición en la primera sección en un pasaje citado con frecuencia.

Obsérvese que en las páginas siguientes la palabra belleza significa la idea suscitada en nosotros y sentido de la belleza nuestra capacidad de recibir tal idea. Armonía denota también nuestras ideas placenteras suscitadas por la composición de los sonidos y un buen oído (como se dice generalmente) una capacidad de percibir tal placer. En las secciones siguientes se realiza un intento de descubrir cuál es la ocasión inmediata de estas ideas placenteras o qué cualidad real en los objetos las excita ordinariamente (p. 15).

Las dos primeras frases de esta cita no aclaran realmente si «belleza» y «armonía» hacen referencia a los sentimientos de placer o a aquellas características de los objetos de la experiencia que causan los sentimientos placenteros. «La idea suscitada en nosotros» e «ideas placenteras» podrían hacer referencia a ambas cosas. Del mismo modo, «nuestra capacidad de recibir tal idea [belleza]», y, el modo en que Hutcheson concibe «un buen oído», deja abierta la posibilidad de que estas capacidades produzcan sentimientos placenteros o disciernan aquellas características de los objetos de la experiencia que causan dichos sentimientos. No obstante, la última frase de la cita deja claro que «belleza» y «armonía» hacen referencia a los sentimientos placenteros, ya que Hutcheson dice que con posterioridad en el ensayo tratará de identificar las características de los objetos de la experiencia que ocasionan las ideas placenteras. Un resultado curioso de esta interpretación es el significado que se le da a la expresión «un buen oído». Hutcheson escribe que «un buen oído (como se dice generalmente) [es] una capacidad de percibir tal placer». Esto quiere decir que una persona con buen oído es aquella que recibe placer de la música. Ordinariamente, se entiende que la expresión «buen oído» quiere decir que la persona que lo tiene es aquella que puede discernir diferencias musicales sutiles. El que alguien que tenga buen oído reciba placer de las distinciones realizadas se entiende ordinariamente como una cuestión adicional distinta. Este pasaje data de la primera edición, y parece ser, como apuntamos antes, que Hutcheson sólo había empezado a comprender con la cuarta edición que quedaba la cuestión de cómo discernir las ideas complejas. Ni siquiera en la cuarta edición introduce en este pasaje la noción cognitiva de similitud discernidora. De este modo, mantiene tanto su visión de que «belleza» hace referencia al placer como la interpretación errónea de la noción de «buen oído».

La visión oficial de Hutcheson, tal y como aparece en su pasaje definitorio, es que «belleza» hace referencia a un cierto placer. Sin embargo, en ocasiones emplea «belleza» para referirse al placer y en ocasiones para referirse a las características de un objeto de la experiencia que causan placer, aparentemente sin darse cuenta de que hay un problema. Por ejemplo, escribe, «Y, además, las ideas de belleza y armonía, como otras ideas sensibles, son tan necesarias como inmediatamente placenteras para nosotros...». (p. 18). Lo que aquí debe estar diciendo es que ciertas características de los objetos de la experiencia son innatamente placenteros; de no ser así, estaría simplemente afirmando de manera trivial que el placer es placentero. En otras partes, Hutcheson se muestra bastante explícito al usar «belleza» para referirse a características de los objetos de la experiencia, como cuando escribe, «La belleza en las formas corpóreas es original o comparativa» (p. 20). Cuando emplea «bello» y «belleza» para referirse a características de los objetos, lo hace en lo que podría llamarse un modo derivado; es decir, los objetos bellos lo son por tratarse de objetos que suscitan el sentido de la belleza, lo que a su vez produce placer (belleza en su sentido básico o definitorio).

Al principio del prólogo, Hutcheson hace hincapié en la necesidad con que algunos objetos perceptuales nos agradan y desagradan, con lo que quiere decir que estas disposiciones a ser agradados o desagradados se encuentran en «la misma constitución de nuestra naturaleza»; es decir, son innatas. Al final de la primera sección, señala nuevamente esta necesidad y añade que estos placeres y «desplaceres» son también inmediatos . Hutcheson cree que esta inmediatez muestra que los placeres y «desplaceres» no pueden ser el producto de nuestro propio interés, presumiblemente porque el interés en nosotros mismos implica realizar cálculos, lo cual lleva tiempo. Además, añade Hutcheson, a menudo también perseguimos la belleza en contra de nuestro propio interés: «Esto nos muestra que, aunque podemos perseguir los objetos bellos por amor de nosotros mismos, con la finalidad de obtener los placeres de la belleza... sin embargo debe haber un sentido de la belleza antecedente incluso a la previsión de este interés, sentido sin el cual tales objetos no nos serían provechosos» (p. 19). Hutcheson pasa de la inmediatez del placer de la belleza a la conclusión de que dicho placer no puede ser interesado. Luego usa esa conclusión como una evidencia más de que existe un sentido de la belleza que subyace al placer de ella y que de este modo es antecedente a cualquier placer interesado.

Al final de la primera sección, Hutcheson plantea la cuestión del último elemento de su teoría –la naturaleza de la característica o características de los objetos de la experiencia que suscitan el sentido de la belleza–. El pasaje comienza, «La belleza en las formas corpóreas es original o comparativa, o, si se prefiere, absoluta o relativa» (p. 20). Aquí está claramente usando «belleza» para referirse a objetos de la experiencia. La base de la distinción entre belleza absoluta y belleza relativa es la noción de representación; algunos objetos bellos son representaciones, y otros no. La belleza comparativa o relativa es belleza representacional. La belleza original o absoluta es belleza no representacional. Una vez que haya desarrollado los detalles de este último elemento de su teoría en las tres secciones siguientes, la belleza representacional se verá reducida a un caso especial de belleza no representacional.

En el último párrafo de la primera sección, Hutcheson deja claro que al hablar de belleza absoluta no está afirmando nada sobre la belleza como propiedad de los objetos independiente de nuestra mente. De acuerdo con su opinión, los objetos bellos lo son sólo en relación a la mente humana. Al exponer este punto hace algunas observaciones confusas sobre las cualidades primarias y secundarias, observaciones que no creo que tengan ninguna implicación particular para su teoría y que voy a ignorar.

Antes de seguir con la discusión sobre belleza absoluta y belleza relativa, quiero hacer notar que en el prólogo y en la primera sección Hutcheson no se dedica simplemente a bosquejar su teoría. Ya ha comenzado a argumentar en su favor, eliminando así ciertas posibilidades. Al ligar las ideas simples y sus placeres al sentido externo y las ideas complejas y sus placeres (lo bello) al sentido interno, Hutcheson descarta la posibilidad de que las ideas simples consideradas por separado puedan contribuir a la belleza y ha dictaminado que lo que suscita el sentido de la belleza debe de ser una idea o ideas complejas.

Uniformidad en la variedad

En la segunda sección, Hutcheson discute la belleza absoluta. En la tercera sección, trata la belleza de los teoremas, que claramente es un caso especial de belleza absoluta. A la belleza de los teoremas se le dedica su propia sección presumiblemente porque, a diferencia de los casos discutidos en la sección anterior, aquí los sentidos externos no desempeñan ninguna función directa. En la cuarta sección, Hutcheson discute la belleza representacional, que aunque no de manera obvia también resulta ser un caso especial de belleza absoluta.

Hutcheson abre la segunda sección con esta observación: «Puesto que es seguro que tenemos las ideas de la belleza y de la armonía, examinemos qué cualidad en los objetos las suscita o constituye su ocasión» (p. 23). Aquí «belleza» y «armonía» hacen claramente referencia al placer, ya que la característica de los objetos es la causa de la idea de belleza que Hutcheson pretende descubrir. En la siguiente oración utiliza «belleza» para referirse a una característica de los objetos. «Y obsérvese aquí que nuestra investigación versa exclusivamente sobre las cualidades que resultan bellas para los hombres...». (p. 23). Lo que aquí hace es cualificar su anterior afirmación de que la belleza es relativa a la mente al observar que está hablando solamente de la mente humana. Los animales parecen tener otras preferencias.

Hutcheson propone comenzar su investigación sobre lo que suscita el sentido de la belleza con una consideración de los «modos más elementales, tal como ocurre en las figuras regulares» (p. 24). Entonces sugiere que lo que suscita el sentido de la belleza en los casos más simples también puede ser lo que lo suscite en casos más complicados. Su modo de proceder sugiere la posibilidad de que en los casos simples una característica de los objetos pudiera suscitar el sentido de la belleza y que otra característica sea la que lo suscite en los casos complicados, pero no creo que esté aquí considerando seriamente la posibilidad de una causalidad múltiple. Hutcheson continúa con los casos más simples de figuras regulares:

Las figuras que suscitan en nosotros las ideas de belleza parecen ser aquellas en las que hay uniformidad en la variedad. Hay muchas concepciones de objetos que son agradables bajo otras perspectivas, como la sublimidad, la novedad, la santidad... Pero lo que llamamos bello en los objetos, para decirlo en términos matemáticos, parece ser una razón compuesta de uniformidad y variedad porque, cuando la uniformidad de los cuerpos es igual, la belleza es equivalente a la variedad y, cuando la variedad es igual, la belleza es equivalente a la uniformidad. Esto puede parecer probable y mantenerse de modo bastante general» (p. 24; la cursiva es mía).

En este pasaje Hutcheson emplea «parece/n/r» tres veces, presumiblemente para indicar que solamente está exponiendo su conclusión de modo tentativo. Una vez expuesta, Hutcheson pasa a respaldarla con posterioridad. La última oración del pasaje que acabo de citar, «Esto puede parecer probable y mantenerse de modo bastante general», que no es sino una observación final de todo lo que ha estado diciendo, oscurece su modo de proceder (exponiendo la conclusión primero y respaldándola después). En las tres primeras ediciones de la Investigación sobre el origen de nuestras ideas de belleza y virtud, esta última línea lee, «Esto se aclarará mediante ejemplos», lo que indica que los ejemplos que siguen constituyen supuestamente el punto de apoyo de su conclusión. Entonces prosigue proporcionando una larga lista de ejemplos que aparentemente cree que son obvios y que respaldan suficientemente su conclusión acerca de la uniformidad en la variedad. Hutcheson comienza con una discusión de las figuras regulares.

Aunque no lo diga de manera tan explícita, considero que la estructura de su argumento es la siguiente: (1) He aquí algunos ejemplos de pares de objetos (figuras regulares) que, tal y como todos acordaremos, suscitan el sentido de la belleza diferencialmente; (2) un examen de ellos revelará la propiedad o propiedades que lo suscitan. Como ejemplo de un primer tipo de pareja tendríamos la afirmación de Hutcheson de que un cuadrado es más bello que un triángulo equilátero. Siendo ambas figuras igualmente uniformes, la uniformidad no puede ser la característica responsable de la diferencia de belleza. El cuadrado tiene más variedad (más lados); luego la mayor variedad debe de ser la responsable del mayor grado de belleza. Como ejemplo de un segundo tipo de pareja tendríamos la afirmación de que un triángulo equilátero es más bello que uno escaleno. Ambas figuras tienen la misma variedad (tienen tres lados), así que la variedad no puede ser la característica responsable de la diferencia de belleza. El triángulo equilátero tiene más uniformidad que el triángulo escaleno; luego la mayor uniformidad debe de ser la responsable del mayor grado de belleza. Este es el argumento de Hutcheson en favor de la conclusión de que la razón compuesta de uniformidad y variedad suscita el sentido de la belleza. (Nótese que no dice de un par de objetos que uno sea bello y que el otro no lo sea. Hutcheson habla de «más bello que»; esto es, habla de parejas de objetos que poseen en mayor o menor medida la característica responsable de la belleza.)

Los argumentos de Hutcheson sobre figuras regulares se enfrentan a una serie de problemas. En primer lugar, la afirmación de que un cuadrado es más bello que un triángulo equilátero resulta poco intuitiva. En mi opinión la abrumadora mayoría de la gente no estaría de acuerdo con dicha afirmación. La falta del acuerdo universal que Hutcheson presupone viene a minar el argumento a favor de la variedad como una característica de la belleza. No obstante, no estoy sugiriendo que la variedad no pueda contribuir a la belleza.

En segundo lugar, la afirmación de que un triángulo equilátero y uno escaleno tienen la misma variedad parece ser falsa. Ambos triángulos tienen el mismo número de lados y ángulos, pero los lados desiguales del triángulo escaleno le hacen ser más variado. La conclusión de que un triángulo equilátero es más bello que uno escaleno es plausible, pero el razonamiento es defectuoso.

Pero la mayor dificultad no tiene que ver con los problemas menores que acabamos de ver sino con el hecho de que a partir de las figuras regulares Hutcheson prosigue como si pudiera encontrar entre sus propiedades todas armonía