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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Jennie Adams

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más allá del amor, n.º 2193 - octubre 2018

Título original: To Love and To Cherish

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-065-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Quedaos aquí mientras voy a por vuestras compañeras! –exclamó Tiffany Campbell dejando dos cabras en el corral de la granja familiar y yendo a por otras dos que seguían sueltas por el prado.

Parte del cercado necesitaba ser arreglado, pero hasta que sus padres adoptivos no volviesen de Francia, Tiffany tendría que conformarse con apuntalar aquella zona. Quería que no hubiese problemas mientras Colin y Sylvia estaban fuera. Quería que se diesen cuenta de que habían hecho bien confiando en ella y dándole la responsabilidad de llevar la granja en su ausencia.

No estaba intentando ganarse su aprobación ni nada por el estilo. Únicamente le gustaba hacer bien todo lo que se le encargaba. Y, por el momento, eso implicaba mantener a las cabras de los Campbell fuera de las tierras de Samuel Reid, por mucho que su prado las atrajese tanto aquel caluroso día de verano.

Moviendo los brazos con fuerza y con el sombrero calado sobre los rizos castaños, Tiffany se dirigió con paso firme hacia los animales, intentando intimidarlos a pesar de su baja estatura.

–Eh, eh. So. Hacia la puerta, yo la abriré y os dejaré entrar.

Una de las cabras obedeció.

–Buena chica –Tiffany le abrió la puerta y volvió a cerrarla rápidamente.

Sólo quedaba una, y la conocía perfectamente.

–De acuerdo, Amalthea. Quiero que entres en el corral con las otras –le dijo, avanzando.

El animal la miró con desconfianza y echó a correr. Tiffany fue detrás, pero no pudo atraparla antes de que torciese la curva que llevaba hacia la pasarela que Jack Reid había instalado para pasar de sus tierras a las de los Campbell. Al menos, hasta que la torpeza de Tiffany había hecho que se marchase de Australia y se fuese a la otra punta del mundo unos meses antes.

Oyó unos pasos fuertes en la pasarela y los reconoció al instante. Tiffany se quedó paralizada, con una mezcla de esperanza y duda. Le habría gustado resolver mejor la situación con Jack, haber tenido la oportunidad de arreglar las cosas en vez de fingir que todo iba bien. ¿Sería capaz de hacerlo en esos momentos?

–Ni siquiera sabía que hubiese vuelto de Suiza –murmuró.

Su amistad se había enfriado mucho en los últimos tiempos. ¿Cambiaría algo aquel repentino encuentro? Tal vez Jack ni siquiera había pensado en ir a verla durante su estancia allí. ¿Se lamentaría por haber tropezado con ella?

La cabra baló enfadada. Un segundo después, pasó al lado de Tiffany y desapareció entre la maleza.

La persona que había cruzado la pasarela apareció en la curva. Y Tiffany no tuvo más tiempo para hacerse preguntas. Allí estaba Jack.

Tan guapo como siempre. Tiffany quería ser capaz de verlo sólo como a un amigo, que era como la veía él a ella, pero se le aceleró el pulso, empezaron a sudarle las palmas de las manos y sintió un escalofrío.

La reacción de su cuerpo le pareció vergonzosa y la enfadó. ¿Acaso no había aprendido nada desde que él se había marchado? Se esforzó por que él no se diese cuenta.

–Hola, Jack. ¡Qué sorpresa!

–¡Tiffany! –exclamó él, levantando la cabeza.

Sus ojos azules la miraron con sorpresa, ira, y otras emociones que Tiffany no supo definir.

Jack cerró los puños y se detuvo delante de ella. Apretó la mandíbula bronceada, pero, al mismo tiempo, se suavizó la expresión de su rostro. Era evidente que no estaba enfadado con ella. Así que sólo podía estar sorprendido.

Tiffany se sintió aliviada, a pesar de todo lo que había sucedido.

–Creí que te encontraría en la granja –añadió Jack con su profunda y deliciosa voz–. No pensaba verte aquí.

–¿Ibas a verme?

Aquello era, al menos, esperanzador…

–Sí, tal vez debí haberte avisado de que estaba de vuelta en el país… y aquí. Llamé a mamá desde Sydney e hice los preparativos para venir a verla. Samuel iba a estar de viaje de negocios, y pensé que me daría tiempo a verte después de haberme instalado en casa. Pero Samuel volvió antes de tiempo y mi visita a mi madre terminó media hora después de haber empezado.

Había hablado en tono monótono, pero había mucha emoción latente bajo aquellas palabras.

–Lo siento, Jack.

Samuel Reid era un hombre desagradable, que demostraba muy poco cariño por su esposa y era abiertamente agresivo con su hijo. La madre de Jack tampoco era mucho mejor, aunque a su manera. Se limitaba a ignorar la vida todo lo que podía.

–Supongo que Samuel te ha pillado por sorpresa –contestó ella en tono neutral–. No sueles darle opción a que te monte números.

–En esta ocasión ha sido más bien una pelea dialéctica –admitió Jack antes de sacudir la cabeza–. Hoy me he dado cuenta de que los Reid no estamos hechos para las relaciones familiares.

Tiffany iba a contestar algo al respecto, pero él continuó hablando, cambió de tema.

–He venido al arroyo a tomar un poco el aire. Luego, tenía pensado ir a buscarte. Me gustaría recuperar nuestra amistad, Tiff. No hay nada de malo en ello y… te he echado de menos.

Era extraño que Jack se expresase así, no solía resignarse a tener tan mala relación con sus padres. Él no era así. ¿Qué le habría dicho su padre en aquella ocasión para disgustarlo tanto?

Antes de que a Tiffany le diese tiempo a seguir sutilmente con el tema, Jack volvió a hablar:

–¿Qué estás haciendo por aquí arriba? –le preguntó, acercándose más–. Me ha parecido ver cabras al llegar a la pasarela.

–Has debido de ver una cabra. He tenido que venir a buscar varias, y todavía queda una suelta.

–Yo te ayudaré.

Era estupendo que Jack quisiese recuperar su amistad. Tiffany debía de haberse puesto de rodillas para agradecérselo.

–Gracias. También me gustaría que me contases tu viaje –y tener la oportunidad de resolver todas sus diferencias, pero no se lo dijo. En su lugar, intentó bromear–. Me ha dado muchísima envidia que hayas podido ver todos esos maravillosos lugares de Europa mientras recababas información para el bufete de abogados. Supongo que has tenido la oportunidad de hacer muchas fotos.

–La verdad es que estuve muy ocupado en Suiza –contestó él, desapareciendo de su rostro la sonrisa que había esbozado poco antes–. No me moví tanto como me habría gustado. Tú sí que habrías hecho muchísimas fotos.

–Es estupendo que Hobbs & Judd hayan accedido a que fueses tú quien realizase la consulta en Suiza. Debes de haber tratado temas muy importantes para ellos, y seguro que has hecho que crezca su proyección internacional.

Como Jack no contestó, Tiffany añadió:

–No te pido que me lo confirmes. Ya sé que no puedes contármelo, pero imagino que ha sido un gran reto.

–Más o menos –dijo él con expresión de nuevo sombría. Luego, se obligó a seguir hablando con más ánimo–. También ha sido una gran oportunidad para que yo levantase el vuelo, para ver la abogacía desde un punto de vista distinto.

Sí, y aquella oportunidad había surgido justo en el momento en que ella le había desvelado su interés por él.

No obstante, Jack quería seguir haciéndole creer que su viaje no había tenido nada que ver con el hecho de que ella se hubiese tirado a sus brazos. Tal vez pensase que si no hablaban de ello abiertamente podrían fingir que nunca había ocurrido.

Desgraciadamente, Tiffany no podía olvidarlo con tanta facilidad, pero Jack estaba de vuelta, y quería que volviesen a ser amigos, y ésa era una buena noticia. Tiffany se mordisqueó el labio inferior, ya se las arreglaría para solucionar lo demás.

Jack siguió el movimiento de su boca con la mirada antes de apartarla repentinamente.

Y ella volvió a pensar que aquello significaba lo contrario de lo que significaba en realidad. Pero no volvería a dejarse engañar. Se obligó a plasmar una expresión alegre en su rostro.

–Me alegro de verte, Tiff –dijo él abrazándola.

Fue un abrazo de amigo, cauto. No importaba que la cabeza de Tiffany encajase perfectamente en su hombro, ni que su cercanía significase para ella una especie de promesa.

«Son todo imaginaciones tuyas, Tiffany Campbell, y no puedes dejar que te vuelva a hacer daño, ni tampoco arriesgar de nuevo vuestra amistad. Así que cálmate», se dijo.

Le puso un brazo alrededor de la cintura y le devolvió el abrazo, luego, se obligó a separarse de él. Podía hacerlo. Sólo tenía que ir poco a poco. Eso era todo.

Jack también la soltó. Luego, observó el lugar con los ojos entrecerrados, concentrado.

–¿Dónde crees que ha podido esconderse la cabra? –le preguntó.

Mientras Jack apartaba la mirada de ella, Tiffany aprovechó para observarlo. Llevaba los vaqueros y las botas que se ponía siempre cuando no iba a trabajar a la ciudad. Lo que no solía ponerse era aquella camisa marrón de algodón, tan amplia. Normalmente prefería las camisetas ajustadas. También llevaba el pelo más corto de lo habitual.

Tiffany no se había dado cuenta de aquel detalle hasta entonces. Notó que había algo más que un cambio en su aspecto físico. Jack había cambiado de algún modo por dentro. ¿Habría sido por lo que había ocurrido entre ellos, o porque su vida había evolucionado de alguna manera mientras estaba lejos? Tiffany no lo sabía, pero lo notaba.

–Pareces diferente.

–No. No he cambiado nada –contestó él, volviéndose para mirarla a los ojos y forzando una sonrisa–. Me gusta tu nuevo conjunto –comentó señalando su ropa–. Te da un toque de montañera.

¿Qué significaba aquello?

Tiffany se echó el sombrero hacia atrás.

–Tanto el sombrero como los pantalones cortos y las botas son los apropiados para este trabajo.

No eran nada fuera de lo normal, pero, al menos, llevaba una camiseta bonita, de color rosa, ajustada y de manga corta. Qué tontería. Podría haber ido vestida con un saco, a Jack le habría dado igual. Tiffany habría jurado que lo que quería era distraer su atención de su propia apariencia, aunque no tuviese sentido.

–Sigues siendo la misma amiga a la que tanto he echado de menos durante estos meses. Tienes las mismas rodillas huesudas, la barbilla puntiaguda y el pelo rizado e indomable. Las mismas pecas en la nariz…

–Si no me ves el pelo, lo llevo escondido debajo del sombrero.

Tiffany se preguntó si de verdad la habría echado de menos. Los esporádicos correos electrónicos que le había enviado no le habían dado esa impresión.

–Y no tengo las rodillas huesudas. Tienen mucho carácter.

–Sí, tienes unas rodillas con mucho carácter –asintió él, con los ojos brillantes.

Aquel brillo de su mirada, que tan familiar y querido era para Tiffany, la dejó sin habla.

Al ver que no decía nada, Jack arqueó una ceja.

–¿Has estado trabajando en la tienda de fotografía esta mañana, como siempre?

–Estoy de vacaciones. Papá y mamá se han ido de viaje a Francia, y a otras partes de Europa. Han ido a recoger un premio por sus quesos, y a descansar un poco.

–¿Y te han dejado a cargo de la granja mientras tanto? Normalmente os ocupáis los tres de ella. ¿Te está ayudando alguien? ¿Alguno de tus hermanos?

–Yo puedo sola. No decepcionaré a mis padres, y no necesito que Jed, Cain ni Alex me ayuden.

Nunca había querido decepcionar a Colin y a Sylvia. Aunque ya había pasado la fase en la que le había preocupado ser lo suficientemente buena para ellos. Sólo había vuelto a pensar en ello un poco durante los últimos meses debido al disgusto con Jack. Después de eso, toda su vida se había desbaratado.

No había nada de malo en querer asegurarse de que sus padres adoptivos estuviesen orgullosos de ella. Cualquier hijo que se preciase habría querido contentar a sus padres.

Aunque Tiffany también sabía que los padres querían a los hijos por el mero hecho de que fuesen sus hijos, pero aquello no tenía ninguna importancia en esos momentos. Se obligó a olvidarse de todo aquello y a volver a su conversación con Jack.

–De todos modos, Ron siempre está en la granja.

Ron era un hombre de mediana edad que trabajaba para sus padres.

–Nos aseguramos de que todo estuviese bien antes de que mamá y papá se marchasen. Hasta puedo tomarme un rato libre para estar contigo hoy. Ya recuperaré luego el tiempo perdido.

–En ese caso, vamos a solucionar lo primero el problema de la cabra –comentó Jack dándole la espalda.

Tiffany se fijó en sus anchos hombros, el cuello fuerte, en su cabeza. Jack era muy guapo. Siempre lo había sabido, pero con el tiempo, había empezado a darse más cuenta de ello. A veces se estremecía sólo con mirarlo a los ojos. O a la boca. O al verlo interactuar con sus padres y hermanos.

Lo había querido desde que tenía ocho años y, recientemente, había empezado a enamorarse un poco de él. Pero debía retroceder, poner a raya esos sentimientos de una vez por todas.

–Esto… Sí, vamos a por mi cabra. Está ahí, observándonos desde detrás de esos arbustos –dijo señalando hacia donde se escondía Amalthea.

–¿Tu cabra?

–Sí, la compré para que fuese mi mascota. Se llama Amalthea, pero hasta ahora nuestra relación ha sido más bien turbulenta.

–¿Amalthea? –él tardó un momento en sonreír–. Ah, sí. La cabra que amamantó a Zeus. Supongo que se comporta como si fuese una diosa, ¿no?

Tiffany hizo una mueca.

–A veces, sí.

Jack empezó a moverse muy despacio hacia la derecha.

–Tú ve hacia la izquierda. Haremos que vaya hacia la puerta del corral. El primero que llegue allí le abrirá para que entre.

Tuvieron que correr un poco. Tiffany maldijo más de una vez entre dientes, mientras que Jack parecía agradecer algo de actividad física. Por fin consiguieron hacer entrar a Amalthea en el corral.

Luego se quedaron allí, cara a cara. Se abrazaron, pero ella deseó acercarse más, que aquello no se quedase en un abrazo entre amigos.

¿Se había dado cuenta Jack de lo cerca que estaban? ¿Y si sabía lo mucho que todavía la afectaba tanta proximidad?

–Podrías quedarte a cenar. Ya casi es la hora –propuso Tiffany, recordando sólo después de haberlo hecho lo que había pasado la última vez que lo había invitado a cenar.

Se ruborizó, y se apresuró a añadir:

–Tengo comida mexicana en la nevera. Aunque, si lo prefieres, podemos ir a otra parte. O decirle a tu madre que venga también. O dar sólo un paseo.

–Tiff –dijo él, agarrándole una mano.

A ella le pareció ver arrepentimiento en sus ojos antes de que apartase la mirada. Luego, se apartó de ella por completo y Tiffany volvió a respirar.

Jack ladeó la cabeza.

–Viene alguien.

Tiffany sólo oyó los latidos de su corazón por un momento. Luego, escuchó el aullido de una sirena, que la sobresaltó.

–La han encendido al llegar a la puerta de la granja. Han debido de hacerlo para avisarnos de que estaban ahí. Parece una ambulancia.

–Tenemos que ir a ver qué ha pasado –dijo Jack volviéndose hacia la pasarela–. Tengo el jeep aparcado detrás de esos árboles. Vamos.

Ella no se movió, se quedó asimilándolo todo: ambulancia, granja, alguien herido. Y Jack se volvió.

–Has dicho que sólo estabais Ron y tú. ¿Suele estar él en la granja a estas horas?

–Es posible. Se había quedado a terminar de recortar pezuñas mientras yo iba a los abrevaderos, pero luego he tenido que ponerme a buscar a las cabras que se habían escapado. No lo he oído marcharse –murmuró.

Recogió rápidamente las herramientas con las que había intentado reparar el cercado y siguió a Jack.

Una vez en el jeep, enseguida llegaron a la granja.

Tiffany iba respirando con dificultad, por la preocupación y por el efecto que causaba en ella el tener a Jack cerca. A la mezcla se unían los nervios y la confusión.

La ambulancia esperaba fuera de la casa de sus padres, que estaba vacía. Estaba siendo pintada, pero el pintor ya se había ido a esas horas, así que no había nadie para indicar al equipo médico adónde ir.

–Tiene que ser Ron –comentó Tiffany–. Ha debido de llamar desde el establo.

Indicó a la ambulancia que los siguieran. Unos segundos más tarde, Tiffany salía de un salto del jeep y entraba en el establo.

–¿Ron? ¡Ron! ¿Qué ha pasado?

Ron estaba tumbado en el suelo, lívido, con una pierna torcida de un modo muy extraño.

–Ya estamos aquí, Ron. Todo irá bien –aseguró Jack desde detrás de ella, apoyando una mano en su hombro.

Tiffany notó su calor e intentó que no la afectase.

–¿Qué ha pasado, Ron? Siento no haber estado contigo.

–Había acabado con la última pezuña e iba a marcharme a casa –contestó Ron mientras el equipo médico se agachaba a atenderlo. Miró a Jack sorprendido–. Pisé un trozo de pezuña y resbalé. Me he torcido la pierna al caer, creo que me la he roto.

El médico estaba de acuerdo, le hizo varias preguntas, comprobó sus constantes vitales y lo preparó para trasladarlo a la ambulancia. Tiffany no pudo evitar notar a Jack justo detrás de ella, reconfortándola con la mano que le había puesto en el hombro.

Tenía que centrarse en que era un gesto sólo de amistad, no en el resto de emociones que provocaba en ella.

–¿Puedes llamar tú a Denise, Tiff? –le pidió Ron entre dientes.

–La llamaré inmediatamente –contestó ella, tocándole el brazo con cuidado. Tenía que decírselo a su mujer–. Después seguiré a la ambulancia y me aseguraré de que todo va bien.

–No hace falta. Quédate con Jack. No sabía que estuviese aquí… –comentó Ron mientras lo llevaban a la ambulancia.

Ella se apartó cuando la ambulancia arrancó.

–Cuidarán de él –le aseguró Jack desde su espalda–. Y Denise estará a su lado. Pero si quieres ir también, podemos ir.

–No. Da igual. Creo que Ron prefiere que no armemos mucho lío, pero será mejor que llame a Denise y le diga que la ambulancia va de camino a la ciudad –recogió el teléfono inalámbrico del suelo del establo.

–Dile a Denise que estoy yo aquí para ayudarte hasta que vuelvan tus padres. Que se lo diga a Ron.

–¿Qué? Papá y mamá no volverán hasta dentro de diez días –dijo ella sacudiendo la cabeza–. No puedo pedirte…

–Pues no me lo pidas –la interrumpió él, apretándole una mano y soltándosela enseguida–. De todos modos, ya he tomado una decisión. Déjame que te ayude, y que pase tiempo contigo, para que podamos recuperar nuestra amistad.

–No es tan sencillo, Jack. Ya sabes…

–Sé que mi amiga me necesita. ¿Por qué no iba a ayudarla? No tengo que volver al trabajo hasta dentro de varias semanas. Déjame que te ayude.

–No vas a venir todas las mañanas desde el motel, y supongo que no querrás quedarte en casa de tus padres…

Había que ordeñar a los animales muy temprano, así que Jack tendría que ponerse de camino sobre las cinco de la madrugada todos los días. Por no mencionar que ella tendría que soportar su presencia después de tanto tiempo.

–El motel está a una hora de aquí. Y no puedes quedarte en casa de papá y mamá, porque la están pintando.

Eso sólo dejaba una opción, una opción que él rechazaría.

–La única posibilidad sería que te quedases en mi casa. Y supongo que no querrás.

–¿Por qué no? No sería la primera vez. Será como en los viejos tiempos.

¿Como en los viejos tiempos? ¿Tendrían que fingir que no había pasado nada entre medias?

–Tiff, necesitas ayuda. Si no me quedo yo, tendrá que venir uno de tus hermanos –añadió Jack poniéndole la mano en la curva de la espalda para guiarla hacia su jeep–. Vamos. Tengo la bolsa de viaje en el maletero, con ropa suficiente para quedarme unos días.

¿Acaso tenía elección? Podía llamar a uno de sus hermanos, pero entonces toda la familia sabría que no había sido capaz de llevar la granja sola.

–Está bien –accedió, intentando ignorar la sensación de calor que le producía su mano en la espalda–. Acepto tu ayuda… de amigo a amigo.

Y esperó no estar cometiendo un grave error. Porque los siguientes diez días podían ser como había sido su maravillosa amistad en el pasado, o podían hacerla sentir tan incómoda como se estaba sintiendo en esos momentos.