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Sentarse como Dios manda

Ergonomía en la vida diaria

3.a edición

Antonio Bustamante Serrano

Salud / Interés general

Editorial Universidad de Antioquia®

Colección Salud / Interés general

© Antonio Bustamante Serrano

© Editorial Universidad de Antioquia®

ISBN: 978-958-714-818-3

ISBNe: 978-958-714-817-6

Tercera edición: octubre del 2018

Motivo de cubierta: ilustración de Antonio Bustamante Serrano

Segunda edición, primera en la Editorial Universidad de Antioquia: 2008

Primera edición, con el título ¿Quieres sentarte como Dios manda?: 2000

Impresión y terminación: Imprenta Universidad de Antioquia

Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia

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Prólogo a la tercera edición

Desde la fecha de la segunda edición de este libro hasta la de hoy no han cambiado los principios de la biomecánica ni los de la posturología, pero las tendencias del diseño sí han cambiado lo suficiente para que se puedan divulgar conceptos de lo que es el descanso del cuerpo humano asistido por objetos que no son asientos ni camas.

Durante el tiempo transcurrido desde la fecha de la segunda edición de este libro hasta la de hoy también ha cambiado mi percepción de la postura como orientación en el espacio de los segmentos corporales de un ser vivo. La posturología me ha enseñado a considerar la postura como el resultado de la dirección que ejerce el sistema postural sobre los elementos del cuerpo, de un cuerpo que está sujeto a las leyes de la biomecánica, pero que se mantiene en equilibrio gracias a la acción del sistema nervioso al que, cuando actúa como controlador de la excelencia de la postura, le llamamos sistema postural.

Al tratar de explicar a mis alumnos, futuros diseñadores, la implicación del sistema postural en la forma que adopta el cuerpo humano, me encontré con el inconveniente de que los futuros diseñadores no necesariamente son duchos en psicología ni entendidos en el funcionamiento del sistema nervioso; para paliar este inconveniente, les propuse que imaginaran que dentro de cada persona habitaba un ser un poco mágico que se encargaba de mantenerla en equilibrio y de hacer lo necesario para que subiera y bajara una escalera sin dar traspiés, elegantemente; que dentro de Fulano había un Metafulano y dentro de Mengana una Metamengana que se encargaban de que uno y otra anduvieran, saltaran y bailaran con alegría y escasas posibilidades de tropiezo. Una vez aceptada la existencia de este personaje gobernador de posturas, proponía al alumno que cuando diseñara un objeto intentara que este le hablara al inconsciente Metafulano y no solo a su consciente dueño.

El concepto más importante de la parte añadida en esta tercera edición es que la postura del usuario de un objeto reposador la elabora una parte no consciente de este usuario.

Si la posturología nos enseña algo a los diseñadores de artefactos reposadores, debería notarse en el diseño de estos artefactos que su forma obedece no solo a condicionamientos de orden biomecánico, sino también posturológico. Esto es lo que he tratado de reflejar en los asientos y aparatos reposadores que aparecen en el Anexo 2 de esta tercera edición.

1. Para qué sirve este libro

Este libro pretende ayudar a los que contestan “sí” a la pregunta: “¿quieres sentarte como Dios manda?”. Para ello aclaramos qué se entiende por sentarse como Dios manda. Pero, sobre todo, intentamos mejorar la idea que pueda tener el lector sobre la postura, que parece una cosa sin importancia, pero es un aspecto del cuerpo humano que afecta a todos, incluso a los animales no humanos que pueden poner las partes de que consta su cuerpo de diferentes maneras, adoptando diferentes posturas. Porque la postura es eso: la manera que tenemos de orientar las partes de nuestro cuerpo en el espacio; y estamos en una para hacer cualquier cosa, pues no se puede no tener una postura, se haga lo que se haga.

Cuando la postura que adoptamos la induce otra persona, animal o cosa, esa persona, ese animal o esa cosa son cómplices de nuestra manera de poner el cuerpo. Así, al bailar, nuestra pareja colabora con nosotros en las posturas o pasos del baile; al montar a caballo ponemos nuestro cuerpo de acuerdo con la forma del cuerpo del animal para desplazarnos sobre sus costillas; al sentarnos en una silla, esta nos induce unas posturas y no otras; en realidad, no “nos sentamos”, sino que “nos la sentamos”. El acto de sentarse, como el de bailar con alguien, es participativo, es un acto entre dos: bailo con una persona y me siento “con” una silla.

Este libro se propone divulgar todo lo que de malo puede hacernos este invento de la civilización que tiene cuatro patas y no anda.

Posturas y poses

La pose es una postura ritualizada, como puede ser la del paisano que se retrata, impune y sonriente, empuñando un fusil y pisándole la cabeza a un tigre que él acaba de matar. Otras poses clásicas son las del que se retrata haciendo ver que hace algo: el que simula leer, escribir, cuidar flores o, en general, que ha sido “sorprendido por la cámara” en una postura a la que ha dedicado largas horas de ensayo.

El que adquiere una pose intenta dárselas de algo; el del tigre se autoatribuye, con la foto, un valor que quizá nadie le hubiera supuesto en un mundo en el que no se asesinaran animales sin causa justificada. Pero las poses son difíciles de creer, pues en cuanto nos olemos que la postura es, en realidad, una pose, nos negamos a tragarnos su mensaje. Porque una pose pretende ser el mensaje de algo: de que se es valeroso, amante de las letras, de las flores... de cualquier cosa que no está del todo clara y sobre la que hay que insistir. Cuando las posturas son auténticas nos las creemos más; cuando vemos a alguien en una postura que no está acorde con su vestimenta, el contraste porta información. Al contemplar al rey Melchor orinando en el retrete de la casa consistorial de un pueblo de la provincia de Barcelona, después de acabada la cabalgata, un pequeño, hijo del alcalde, que había admirado la magnificencia de sus majestades desde el balcón del ayuntamiento, se quedó boquiabierto y le dijo a su padre: “Pare: el Rei està pixant...” (Papá: el rey está orinando). Con esta frase el niño expresaba su decepción, y estaba decepcionado porque un rey mago (el traje y la corona eran muy propios) adoptaba una postura de hombre con bajas y apremiantes necesidades (la postura de él era muy impropia de tan mágica majestad). Y si el niño estaba decepcionado era por lo que acababa de aprender, por lo que le había enseñado una postura vulgar que contrastaba con una vestimenta majestuosa.

Algo parecido puede experimentarse en las esquinas de Manhattan, a las puertas de lujosos rascacielos en los que, sin duda, se celebran negocios de cifras astronómicas. Allí puede verse los días laborables, a la hora de la comida de mediodía, a unas gentes trajeadas, encorbatadas, estampas vivientes del ejecutivo exitoso, deglutiendo un hot dog o perro caliente rociado con una bebida a base de zarzaparrilla. Todo ello lo hacen a mucha velocidad y leyendo, a la vez, unos documentos que han sacado previamente de una cartera de diseño con aspecto de ser muy cara. Algunos, sentados en un escalón, con computadores portátiles que mantienen sobre las rodillas, trastean el teclado con la mano derecha mientras sostienen el perro caliente con la izquierda y aprovechan los puntos y aparte para, con la derecha, echar un trago de la lata que han destapado antes de empezar esta operación tan difícil de nombrar. Porque, ¿cómo dar nombre a lo que hacen estos hombres y mujeres a la hora de comer? ¿Se nutren mientras trabajan?, ¿trabajan mientras se nutren? En cualquier caso, lo que hacen no puede decirse que sea comer en el sentido ritual: cualquier idea de placer está ausente de la mente de esos ejecutivos absortos por los documentos que leen o redactan en una postura (que es a lo que íbamos), que es la postura en la que los monos del zoológico engullen los cacahuetes que les echan los visitantes. Esos simios, eso sí, se concentran en lo que comen y lucen una mirada triste pero inteligente, una mirada que no se encuentra entre el personal que consume las salchichas, en traje y corbata, acurrucado en un portal de Manhattan. De todas formas, aunque concentraran su atención sobre la salchicha tampoco iban a disfrutar mucho con la de Frankfurt ni con la salsa de tomate o la mayonesa que adereza tan frugal refrigerio, por no hablar de la zarzaparrilla, que además de ser gaseosa y refrescante, tiene la propiedad de desengrasar las piezas metálicas más oxidadas del más sucio taller del Bronx o de Mansilla de las Mulas.1 Eso no es comer, y la razón es la falta de tiempo pues, como dijo algún chino, el tal tiempo no perdona lo que se hace sin él. Si, con tiempo por delante y sin prisas, esos ejecutivos ingirieran su salchicha y bebieran el mentado mejunje de forma pausada y en una postura menos simiesca, podríamos decir de ellos que comen mal, pero lo que hacen esas gentes por esas esquinas de Manhattan ni siquiera puede llamarse comer. Y gentes tan trajeadas, en una ciudad tan moderna, deberían adoptar posturas más acordes con el traje que visten y comer de mejor cocina que el carrito de salchichas, pues cabe preguntarse para qué quieren el dinero que, a juzgar por su vestimenta, parece que ganan.

Importancia de los dolores de espalda

Los dolores de espalda parece que, de unos años a esta parte, se han puesto de moda. Pudiera ser que su frecuencia sea la misma que en tiempos de nuestros abuelos y que ahora se hable más de ellos porque nos hayamos vuelto todos más remilgados y más dados a quejarnos por vicio; pudiera ser así, pero no es lo que yo creo. Es imposible demostrar si a principios del siglo xx había más o menos gente afectada por ese mal que a principios del xxi: lo que sí sabemos es que, a estas horas, los dolores de espalda cuestan fortunas en días de trabajo perdidos y que representan una cantidad de sufrimiento que no sé si será mayor o menor que la de épocas pasadas, pero que es demasiada para el cuerpo de quienes los padecen.

Tampoco puedo demostrar que ahora seamos tan sufridos como hace un siglo, que no es verdad que nos hayamos vuelto más delicados ni más dados a la queja por la queja; pero sí es evidente, por otra parte, que la atención médica ha sido cada vez mayor y que ahora cualquiera encuentra en la seguridad social más eficacia en los cuidados médicos que la que tuvieron en toda su vida los Reyes Católicos o el califa Almanzor, así que lo más probable es que ahora se atienda más que en tiempos pasados a un mal, y que no está claro si en la actualidad es más frecuente de lo que fuera antaño. Lo que no podemos negar es que el dolor de espalda está ahí: o ya lo sufrimos o vivimos bajo su amenaza. Este libro pretende ser de utilidad para evitar los dolores de espalda que pudieran provenir de las malas posturas producidas por el uso repetido de sillas, sofás y otros artefactos que nos dicen que sirven para sentarse y que, en realidad, para lo que sirven es para que tengamos más y más probabilidades de padecer dolores de espalda por acumulación de los pequeños malos tratos que le damos a nuestra espina dorsal. Y digo que los malos tratos son pequeños porque seríamos incapaces de maltratar a nuestro propio espinazo si fuéramos conscientes de que lo perjudicamos; el problema es que los malos tratos son tan leves que no nos damos cuenta del daño que nos hacemos. Son leves, sí, pero repetidos: a menudo nos sentamos, nos agachamos, cargamos pesos y hasta andamos, maltratando la columna vertebrada sin parar y, acumulando muchas agresiones leves, la predisponemos a que, el día menos pensado, nos deje apalancados, harta ya de que no le hagamos ni caso.

Pero los males causados por la duración excesiva de posturas inconvenientes no se limitan al dolor de espalda, aunque sea este el más conocido.

De qué tratan los capítulos de este libro

Para ayudar al lector a apreciar todo lo que implica el acto trivial de tomar asiento, empezamos por presentar algunos términos que nos ayudan a razonar el aquél del sentarse. Uno de estos términos suena a obscenidad: bipedestación y otro tiene nombre de época de sequía en que la escasez de agua se hace insoportable: sedestación. Al acabar el capítulo 2 veremos que estas palabrejas son de utilidad para entender la biomecánica de nuestro cuerpo, y también veremos qué es eso de la biomecánica.

Como el que se sienta es uno, no es cuestión de andar echándole las culpas al prójimo de los males que le acarrea a uno la silla que se compra, pues uno se la compra porque le da la gana, no porque el prójimo lo obligue a comprarla. Por eso, dedicamos el capítulo 3 a considerar la responsabilidad del que compra objetos que le sientan mal, objetos para sentarse que lo ponen en posturas insanas.

Como lo de sentarse viene de muy lejos, dedicamos el capítulo 4 a indagar el origen de la costumbre de sentarse en sillas; ahí concluimos que la silla es un objeto desustanciado y que en la corte de Luis XV el personal de palacio se sentaba en sillas menos desustanciadas que esas que ahora llaman de diseño.

Para no desatender nada importante, en el capítulo 5 vemos la relación que el origen de la silla tiene con el surgimiento de la religión monoteísta, y vemos cómo la silla, que en sus principios fue un objeto de culto inventado por los faraones (los reyes del antiguo Egipto), nació asociada a la idea de un poder absoluto en manos de una sola persona, y que esa idea pudo dar lugar a la de un dios único y más poderoso que todos los demás, un dios todopoderoso a la imagen del faraón.

En el capítulo 6 damos un repaso a las buenas maneras que imponía en sociedad la clase bienestante de la España de finales del siglo xix; ello nos sirve para descubrir que existe una cultura del sentarse y a partir de ahí nos preguntamos sobre nuestra propia cultura de tomar asiento. La manera de sentarnos que tenemos nosotros, aquí y ahora, debe cada día más a la tradición y a la investigación escandinavas, pero creo que existen evidencias de que empezamos a recuperar las condiciones más positivas de la silla faraónica, aquella en la que aparecen sentadas las estatuas de los faraones, de porte tan noble y distinguido. Estas condiciones olvidadas, las empezamos a recuperar cuando copiamos la postura de los astronautas que flotan fuera de su cápsula espacial. Lo más interesante de la postura de aquellas estatuas se fue perdiendo con la decadencia del antiguo Egipto. Creo haber descubierto un paralelismo entre ellas y las fotos de los muchachos de la NASA cuando están en la ingravidez total, y espero que en el capítulo 7 queden claras las analogías que existen entre esos faraones de piedra y esos hombres de carne y hueso que flotan muy alto. Así mismo, basándonos en lo que aprendimos de faraones y astronautas, se dan unas recomendaciones con el fin de elegir un asiento para realizar una actividad determinada.

El asiento de la oficina, el de un puesto de trabajo manual, el de un músico, se tratan en el capítulo 8.

Unas reflexiones sobre el comedor, el rito de la comida y las posturas favorables para la digestión integran el capítulo 9; otras sobre el sistema postural se presentan en el último capítulo, el 10.

El lector que llegue hasta ese capítulo merece que se premie su tesón con algo práctico. Por eso, en esta tercera edición, en el apartado de Anexos acompañamos el método para determinar la conveniencia de un asiento, presentado en la edición anterior, con una selección de asientos y aparatos reposadores que aplican las reflexiones posturológicas del último capítulo. Con la cantidad de teoría sillística que para entonces habrá asimilado, espero que el paciente lector aplique el método con creatividad y que, yendo más allá de las cifras, se ayude y ayude a sus amigos a escoger un buen asiento de trabajo y a sentarse como Dios manda.

Para que no se piense que una silla ha de ser cara para inducir posturas saludables en su ocupante, conservamos el “Apéndice dedicado a personas con habilidad manual”, con instrucciones para hacerse uno mismo un asiento duro, pero honrado.


1 Mansilla de las Mulas es un municipio de la comunidad autónoma de Castilla y León, en el norte de España.