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De este libro se han publicado 471 ediciones en papel, con una tirada total de 4.811.000 ejemplares, en 51 idiomas: albanés, alemán, amárico, árabe, armenio occidental, bahasa (indonesio), birmano, bretón, búlgaro, castellano, catalán, checo, chino tradicional, chino simplificado, coreano, croata, danés, eslovaco, esloveno, esperanto, estonio, euskera, finlandés, francés, gaélico, gallego, griego, guaraní, hebreo, hiligaynon, húngaro, inglés, italiano, japonés, letón, lituano, malayalam, maltés, neerlandés, polaco, portugués, quechua, ruandés (kinyaruanda), rumano, ruso, sueco, swahili, tagalog, tigrigna, ucraniano y vietnamita. Actualmente, están en preparación las traducciones de Camino al kikuyu y al armenio oriental.



© 1939 by Scriptor, S. A. (Madrid).

EDICIONES RIALP, S.A.,
Alcalá, 290.

28027 MADRID (España).



ISBN: 978-84-321-3933-8

Índice

Introducción

El Autor

Prólogo del Autor

 

Carácter

Dirección

Oración

Santa pureza

Corazón

Mortificación

Penitencia

Examen

Propósitos

Escrúpulos

Presencia de Dios

Vida sobrenatural

Más de vida interior

Tibieza

Estudio

Formación

El plano de tu santidad

Amor de Dios

Caridad

Los medios

La Virgen

La Iglesia

Santa Misa

Comunión de los Santos

Devociones

Fe

Humildad

Obediencia

Pobreza

Discreción

Alegría

Otras virtudes

Tribulaciones

Lucha interior

Postrimerías

La voluntad de Dios

La gloria de Dios

Proselitismo

Cosas pequeñas

Táctica

Infancia espiritual

Vida de infancia

Llamamiento

El apóstol

El apostolado

Perseverancia

 

Índice analítico

Índice de textos de la Sagrada Escritura

Índice de citas de la Sagrada Escritura

Introducción

A ti, querido lector, van dirigidas esas líneas penetrantes, esos pensamientos lacónicos; medita cada palabra e imprégnate de su sentido. En estas páginas aletea el espíritu de Dios. Detrás de cada una de sus sentencias hay un santo que ve tu intención y aguarda tus decisiones. Las frases quedan entrecortadas para que tú las completes con tu conducta. No des un paso atrás: tu vida va a consistir en hacer dulce el sufrimiento. ¡Para eso eres discípulo del Maestro! El mayor enemigo eres tú mismo, porque tu carne es flaca y terrena y tú has de ser fuerte y celestial. El centro de gravedad de tu cuerpo es el mundo; tu centro de gravedad ha de ser el cielo. Tu corazón es todo de Dios y sus afectos los has de consagrar por entero a El. Lector, no descanses; vela siempre y está alerta, porque el enemigo no duerme. Si estas máximas las conviertes en vida propia, serás un imitador perfecto de Jesucristo y un caballero sin tacha. Y con cristos como tú volverá España a la antigua grandeza de sus santos, sabios y héroes.

Vitoria, festividad de San José de 1939.

† Xavier, A. A. de Vitoria

NOTA A LA TERCERA EDICIÓN

En pocos meses se agotó la primera edición de este libro. Y, al sacarlo a la luz por segunda vez, corrió la misma suerte. Está en la imprenta la versión portuguesa y, desde Roma, nos piden que se haga pronto una edición en italiano. Tenemos datos consoladores —cartas de sacerdotes, de religiosos y, sobre todo, de jóvenes— del fruto sobrenatural que estas páginas han hecho en las almas. Ojalá, lector amigo, te sirva su lectura constante para enderezar y afianzar tu Camino.

Así lo pide al Señor, para ti,

El Autor

Segovia, en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, 14 de septiembre de 1945.

NOTA A LA SÉPTIMA EDICIÓN

Me piden unas palabras, que vayan con la séptima edición de Camino.

Sólo se me ocurre decirte, amigo lector, que pongas en muchas manos este libro, y así se pegará a muchos corazones nuestra divina locura de tratar a Cristo. Y que ruegues, al Señor y a su bendita Madre, por mí: para que pronto tú y yo volvamos a encontrarnos en otro libro mío —Surco—, que pienso entregarte dentro de pocos meses.

Roma, en la fiesta de la Inmaculada, 8 de diciembre del Año Santo de 1950.

El Autor

El Autor

San Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. A la edad de 15 ó 16 años comenzó a sentir los primeros presagios de una llamada divina, y decidió hacerse sacerdote. En 1918 inició los estudios eclesiásticos en el Seminario de Logroño, y los prosiguió a partir de 1920 en el de S. Francisco de Paula de Zaragoza, donde ejerció desde 1922 el cargo de Superior. En 1923 comenzó los estudios de Derecho Civil en la Universidad de Zaragoza, con permiso de la Autoridad eclesiástica, y sin hacerlos simultáneos con sus estudios teológicos. Ordenado de diácono el 20 de diciembre de 1924, recibió el presbiterado el 28 de marzo de 1925.

Inició su ministerio sacerdotal en la parroquia de Perdiguera —diócesis de Zaragoza—, y lo continuó luego en Zaragoza. En la primavera de 1927, siempre con permiso del Arzobispo, se trasladó a Madrid, donde desarrolló una incansable labor sacerdotal en todos los ambientes, dedicando también su atención a pobres y desvalidos de los barrios extremos, y en especial a los incurables y moribundos de los hospitales. Se hizo cargo de la capellanía del Patronato de Enfermos, labor asistencial de las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, y fue profesor en una Academia universitaria, a la vez que continuaba los estudios de los cursos de doctorado en Derecho Civil, que en aquella época solo se tenían en la Universidad de Madrid.

El 2 de octubre de 1928, el Señor le hizo ver con claridad lo que hasta ese momento había solo presagiado; y san Josemaría Escrivá fundó el Opus Dei. Movido siempre por el Señor, el 14 de febrero de 1930 comprendió que debía extender el apostolado del Opus Dei también entre las mujeres. Se abría así en la Iglesia un nuevo camino, dirigido a promover, entre personas de todas las clases sociales, la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado, mediante la santificación del trabajo ordinario, en medio del mundo y sin cambiar de estado.

Desde el 2 de octubre de 1928, el Fundador del Opus Dei se dedicó a cumplir, con gran celo apostólico por todas las almas, la misión que Dios le había confiado. En 1934 fue nombrado Rector del Patronato de Santa Isabel. Durante la guerra civil española ejerció su ministerio sacerdotal —en ocasiones, con grave riesgo de su vida— en Madrid y, más tarde, en Burgos. Ya desde entonces, san Josemaría Escrivá tuvo que sufrir durante largo tiempo duras contradicciones, que sobrellevó con serenidad y con espíritu sobrenatural.

El 14 de febrero de 1943 fundó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, inseparablemente unida al Opus Dei, que, además de permitir la ordenación sacerdotal de miembros laicos del Opus Dei y su incardinación al servicio de la Obra, más adelante consentiría también a los sacerdotes incardinados en las diócesis compartir la espiritualidad y la ascética del Opus Dei, buscando la santidad en el ejercicio de los deberes ministeriales, y dependiendo exclusivamente del respectivo Ordinario.

En 1946 fijó su residencia en Roma, donde permaneció hasta el final de su vida. Desde allí, estimuló y guió la difusión del Opus Dei en todo el mundo, prodigando todas sus energías para dar a los hombres y mujeres de la Obra una sólida formación doctrinal, ascética y apostólica. A la muerte de su Fundador, el Opus Dei contaba con más de 60.000 miembros de 80 nacionalidades.

San Josemaría Escrivá de Balaguer fue Consultor de la Comisión Pontificia para la interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico, y de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades; Prelado de Honor de Su Santidad, y Académico «ad honorem» de la Pontificia Academia Romana de Teología. Fue también Gran Canciller de las Universidades de Navarra (Pamplona, España) y de Piura (Perú).

San Josemaría Escrivá falleció el 26 de junio de 1975. Desde hacía años, ofrecía a Dios su vida por la Iglesia y por el Papa. Fue sepultado en la cripta de la iglesia de Santa María de la Paz, en Roma. Para sucederle en el gobierno del Opus Dei, el 15 de septiembre de 1975 fue elegido por unanimidad monseñor Álvaro del Portillo (1914-1994), que durante largos años había sido su más próximo colaborador. El actual Prelado del Opus Dei es monseñor Javier Echevarría, que también trabajó durante varios decenios con san Josemaría Escrivá y con su primer sucesor, monseñor del Portillo. El Opus Dei, que desde el principio había contado con la aprobación de la Autoridad diocesana y, desde 1943, también con la «appositio manuum» y después con la aprobación de la Santa Sede, fue erigido en Prelatura personal por el Santo Padre Juan Pablo II el 28 de noviembre de 1982: era la forma jurídica prevista y deseada por san Josemaría Escrivá.

La fama de santidad de que el Fundador del Opus Dei ya gozó en vida se ha ido extendiendo, después de su muerte, por todos los rincones de la tierra, como ponen de manifiesto los abundantes testimonios de favores espirituales y materiales que se atribuyen a su intercesión; entre ellos, algunas curaciones médicamente inexplicables. Han sido también numerosísimas las cartas provenientes de los cinco continentes, entre las que se cuentan las de 69 Cardenales y cerca de mil trescientos Obispos —más de un tercio del episcopado mundial—, en las que se pidió al Papa la apertura de la Causa de Beatificación y Canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer. La Congregación para las Causas de los Santos concedió el 30 de enero de 1981 el «nihil obstat» para la apertura de la Causa, y Juan Pablo II lo ratificó el día 5 de febrero de 1981.

Entre 1981 y 1986 tuvieron lugar dos procesos cognicionales, en Roma y en Madrid, sobre la vida y virtudes de Josemaría Escrivá. A la vista de los resultados de ambos procesos, y acogiendo los pareceres favorables del Congreso de los Consultores Teólogos y de la Comisión de Cardenales y Obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos, el 9 de abril de 1990 el Santo Padre declaró la heroicidad de las virtudes de Josemaría Escrivá, que recibió así el título de Venerable. El 6 de julio de 1991 el Papa ordenó la promulgación del Decreto que declara el carácter milagroso de una curación debida a la intercesión del Venerable Josemaría Escrivá, acto con el que concluyeron los trámites previos a la beatificación, celebrada en Roma el 17 de mayo de 1992, en una solemne ceremonia presidida por el Santo Padre, Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro. Desde el 21 de mayo de 1992 su cuerpo reposa en el altar de la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz, en la sede central de la Prelatura del Opus Dei, continuamente acompañado por la oración y el agradecimiento de numerosas personas de todo el mundo que se han acercado a Dios atraídas por su ejemplo y sus enseñanzas.

Después de aprobar, el 20 de diciembre de 2001, un decreto de la Congregación para las Causas de los Santos sobre un milagro atribuido a su intercesión y de oír a los Cardenales, Arzobispos y Obispos reunidos en Consistorio el 26 de febrero de 2002, el Santo Padre Juan Pablo II canonizó a Josemaría Escrivá el 6 de octubre de 2002.

Entre sus escritos publicados se cuentan, además del estudio teológico jurídico La Abadesa de las Huelgas, libros de espiritualidad que han sido traducidos a numerosos idiomas: Camino, Santo Rosario, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, Via Crucis, Amar a la Iglesia, Surco y Forja, los cinco últimos publicados póstumamente. Recogiendo algunas de las entrevistas concedidas a la prensa se ha publicado el libro Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer.

Una amplia documentación sobre san Josemaría puede encontrarse en www.escrivaobras.org y en www.josemariaescriva.info.

Prólogo del autor

 

Lee despacio estos consejos.

Medita pausadamente estas consideraciones.

Son cosas que te digo al oído,
en confidencia de amigo, de hermano, de padre.

Y estas confidencias las escucha Dios.

No te contaré nada nuevo.

Voy a remover en tus recuerdos,
para que se alce algún pensamiento que te hiera:
y así mejores tu vida
y te metas por caminos de oración y de Amor.

Y acabes por ser alma de criterio.

Carácter

Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.

 Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón.

Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo.

Gravedad. —Deja esos meneos y carantoñas de mujerzuela o de chiquillo. —Que tu porte exterior sea reflejo de la paz y el orden de tu espíritu.

No digas: “Es mi genio así…, son cosas de mi carácter”. Son cosas de tu falta de carácter: Sé varón —«esto vir».

Acostúmbrate a decir que no.

Vuelve las espaldas al infame cuando susurra en tus oídos: ¿para qué complicarte la vida?

No tengas espíritu pueblerino. —Agranda tu corazón, hasta que sea universal, “católico”.

 No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.

Serenidad. —¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato… y te has de desenfadar al fin?

Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios.

10 No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. —Espera al día siguiente, o más tiempo aún. —Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. —Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. —Modera tu genio.

11 Voluntad. —Energía. —Ejemplo. —Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar… Sin miramientos…

 Sin esto, ni Cisneros hubiera sido Cisneros; ni Teresa de Ahumada, Santa Teresa…; ni Iñigo de Loyola, San Ignacio…

 ¡Dios y audacia! —«Regnare Christum volumus!»

12 Crécete ante los obstáculos. —La gracia del Señor no te ha de faltar: «inter medium montium pertransibunt aquae!» —¡pasarás a través de los montes!

 ¿Qué importa que de momento hayas de recortar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido, llegarás sin comparación más lejos que nunca soñaste?

13 Aleja de ti esos pensamientos inútiles que, por lo menos, te hacen perder el tiempo.

14 No pierdas tus energías y tu tiempo, que son de Dios, apedreando los perros que te ladren en el camino. Desprécialos.

15 No dejes tu trabajo para mañana.

16 ¿Adocenarte? —¿¡Tú… del montón!? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios. Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor.

17 No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene por síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento…: la frivolidad, en una palabra.

 Y la frivolidad —no lo olvides— que te hace tener esos planes de cada día tan vacíos (“tan llenos de vacío”), si no reaccionas a tiempo —no mañana: ¡ahora!—, hará de tu vida un pelele muerto e inútil.

18 Te empeñas en ser mundano, frívolo y atolondrado porque eres cobarde. ¿Qué es, sino cobardía, ese no querer enfrentarte contigo mismo?

19 Voluntad. —Es una característica muy importante. No desprecies las cosas pequeñas, porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas —que nunca son futilidades, ni naderías— fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!…, que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio.

20 Chocas con el carácter de aquel o del otro… Necesariamente ha de ser así: no eres moneda de cinco duros que a todos gusta.

 Además, sin esos choques que se producen al tratar al prójimo, ¿cómo irías perdiendo las puntas, aristas y salientes —imperfecciones, defectos— de tu genio para adquirir la forma reglada, bruñida y reciamente suave de la caridad, de la perfección?

 Si tu carácter y los caracteres de quienes contigo conviven fueran dulzones y tiernos como merengues, no te santificarías.

21 Pretextos. —Nunca te faltarán para dejar de cumplir tus deberes. ¡Qué abundancia de razonadas sinrazones!

 No te detengas a considerarlas. —Recházalas y haz tu obligación.

22 Sé recio. —Sé viril. —Sé hombre. —Y después… sé ángel.

23 ¿Que… ¡no puedes hacer más!? —¿No será que… no puedes hacer menos?

24 Tienes ambiciones:… de saber…, de acaudillar…, de ser audaz.

 Bueno. Bien. —Pero… por Cristo, por Amor.

25 No discutáis. —De la discusión no suele salir la luz, porque la apaga el apasionamiento.

26 El Matrimonio es un sacramento santo. —A su tiempo, cuando hayas de recibirlo, que te aconseje tu director o tu confesor la lectura de algún libro provechoso. —Y te dispondrás mejor a llevar dignamente las cargas del hogar.

27 ¿Te ríes porque te digo que tienes “vocación matrimonial”? —Pues la tienes: así, vocación.

 Encomiéndate a San Rafael, para que te conduzca castamente hasta el fin del camino, como a Tobías.

28 El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. —Así, mientras comer es una exigencia para cada individuo, engendrar es exigencia sólo para la especie, pudiendo desentenderse las personas singulares.

 ¿Ansia de hijos?… Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne.

29 La relativa y pobre felicidad del egoísta, que se encierra en su torre de marfil, en su caparazón…, no es difícil conseguirla en este mundo. —Pero la felicidad del egoísta no es duradera.

 ¿Vas a perder, por esa caricatura del cielo, la Felicidad de la Gloria, que no tendrá fin?

30 Eres calculador. —No me digas que eres joven. La juventud da todo lo que puede: se da ella misma sin tasa.

31 Egoísta. —Tú, siempre a “lo tuyo”. —Pareces incapaz de sentir la fraternidad de Cristo: en los demás, no ves hermanos; ves peldaños.

 Presiento tu fracaso rotundo. —Y, cuando estés hundido, querrás que vivan contigo la caridad que ahora no quieres vivir.

32 Tú no serás caudillo si en la masa sólo ves el escabel para alcanzar altura. —Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas.

 No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz.

33 Nunca quieres “agotar la verdad”. —Unas veces, por corrección. Otras —las más—, por no darte un mal rato. Algunas, por no darlo. Y, siempre, por cobardía.

 Así, con ese miedo a ahondar, jamás serás hombre de criterio.

34 No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte.

35 No me gusta tanto eufemismo: a la cobardía la llamáis prudencia. —Y vuestra “prudencia” es ocasión de que los enemigos de Dios, vacío de ideas el cerebro, se den tono de sabios y escalen puestos que nunca debieran escalar.

36 Ese abuso no es irremediable. —Es falta de carácter consentir que siga adelante, como cosa desesperada y sin posible rectificación.

 No soslayes el deber. —Cúmplelo derechamente, aunque otros lo dejen incumplido.

37 Tienes, como ahora dicen, “mucho cuento”. —Pero, con toda tu verborrea, no lograrás que justifique —¡providencial!, me has dicho— lo que no tiene justificación.

38 ¿Será verdad —no creo, no creo— que en la tierra no hay hombres sino vientres?

39 “Pida que nunca quiera detenerme en lo fácil”. —Ya lo he pedido. Ahora falta que te empeñes en cumplir ese hermoso propósito.

40 Fe, alegría, optimismo. —Pero no la sandez de cerrar los ojos a la realidad.

41 ¡Qué modo tan trascendental de vivir las necedades vacías y qué manera de llegar a ser algo en la vida —subiendo, subiendo— a fuerza de “pesar poco”, de no tener nada, ni en el cerebro ni en el corazón!

42 ¿Por qué esas variaciones de carácter? ¿Cuándo fijarás tu voluntad en algo? —Deja tu afición a las primeras piedras y pon la última en uno solo de tus proyectos.

43 No me seas tan… susceptible. —Te hieres por cualquier cosa. —Se hace necesario medir las palabras para hablar contigo del asunto más insignificante.

 No te molestes si te digo que eres… insoportable. —Mientras no te corrijas, nunca serás útil.

44 Pon la amable excusa que la caridad cristiana y el trato social exigen. —Y, después, ¡camino arriba!, con santa desvergüenza, sin detenerte hasta que subas del todo la cuesta del cumplimiento del deber.

45 ¿Por qué te duelen esas equivocadas suposiciones que de ti comentan? —Más lejos llegarías, si Dios te dejara. —Persevera en el bien, y encógete de hombros.

46 ¿No crees que la igualdad, tal como la entienden, es sinónimo de injusticia?

47 Ese énfasis y ese engolamiento te sientan mal: se ve que son postizos. —Prueba, al menos, a no emplearlos ni con tu Dios, ni con tu director, ni con tus hermanos: y habrá, entre ellos y tú, una barrera menos.

48 Poco recio es tu carácter: ¡qué afán de meterte en todo! —Te empeñas en ser la sal de todos los platos… Y —no te enfadarás porque te hable claro— tienes poca gracia para ser sal: y no eres capaz de deshacerte y pasar inadvertido a la vista, igual que ese condimento.

 Te falta espíritu de sacrificio. Y te sobra espíritu de curiosidad y de exhibición.

49 Cállate. —No me seas “niñoide”, caricatura de niño, “correveidile”, encizañador, soplón. —Con tus cuentos y tus chismes has entibiado la caridad: has hecho la peor labor, y… si acaso has removido —mala lengua— los muros fuertes de la perseverancia de otros, tu perseverancia deja de ser gracia de Dios, porque es instrumento traidor del enemigo.

50 Eres curioso y preguntón, oliscón y ventanero: ¿no te da vergüenza ser, hasta en los defectos, tan poco masculino? —Sé varón: y esos deseos de saber de los demás trócalos en deseos y realidades de propio conocimiento.

51 Tu espíritu de varón, rectilíneo y sencillo, se abruma al sentirse envuelto en enredos, dimes y diretes, que no acaba de explicarse y en los que nunca se quiso mezclar. —Pasa por la humillación que supone andar así en boca ajena, y procura que el escarmiento te dé más discreción.

52 ¿Por qué, al juzgar a los demás, pones en tu crítica el amargor de tus propios fracasos?

53 Ese espíritu crítico —te concedo que no es susurración— no debes ejercitarlo con vuestro apostolado, ni con tus hermanos. —Ese espíritu crítico, para vuestra empresa sobrenatural —¿me perdonas que te lo diga?— es un gran estorbo, porque mientras examinas la labor de los otros, sin que tengas por qué examinar nada —con absoluta elevación de miras: te lo concedo—, tú no haces obra positiva alguna y enmoheces, con tu ejemplo de pasividad, la buena marcha de todos.

 “Entonces —preguntas, inquieto— ¿ese espíritu crítico, que es como sustancia de mi carácter…?”

 Mira —te tran­quilizaré—, toma una pluma y una cuartilla: escribe sencilla y confiadamente —¡ah!, y brevemente— los motivos que te torturan, entrega la nota al superior, y no pienses más en ella. —El, que hace cabeza —tiene gracia de estado—, archivará la nota… o la echará en el cesto de los papeles. —Para ti, como tu espíritu crítico no es susurración y lo ejercitas con elevadas miras, es lo mismo.

54 ¿Contemporizar? —Es palabra que sólo se encuentra —¡hay que contemporizar!— en el léxico de los que no tienen gana de lucha —comodones, cucos o cobardes—, porque de antemano se saben vencidos.

55 Hombre: sé un poco menos ingenuo (aunque seas muy niño, y aun por serlo delante de Dios), y no me “pongas en berlina” a tus hermanos ante los extraños.

Dirección

56 Madera de santo. —Eso dicen de algunas gentes: que tienen madera de santos. —Aparte de que los santos no han sido de madera, tener madera no basta.

 Se precisa mucha obediencia al Director y mucha docilidad a la gracia. —Porque, si no se deja a la gracia de Dios y al Director que hagan su obra, jamás aparecerá la escultura, imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo.

 Y la “madera de santo”, de que venimos hablando, no pasará de ser un leño informe, sin labrar, para el fuego… ¡para un buen fuego si era buena madera!

57 Frecuenta el trato del Espíritu Santo —el Gran Desconocido— que es quien te ha de santificar.

 No olvides que eres templo de Dios. —El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones.

58 No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con El, los insultos, y los salivazos, y los bofetones…, y las espinas, y el peso de la cruz…, y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo…

 Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón.

59 Conviene que conozcas esta doctrina segura: el espíritu propio es mal consejero, mal piloto, para dirigir el alma en las borrascas y tempestades, entre los escollos de la vida interior.

 Por eso es Voluntad de Dios que la dirección de la nave la lleve un Maestro, para que, con su luz y conocimiento, nos conduzca a puerto seguro.

60 Si no levantarías sin un arquitecto una buena casa para vivir en la tierra, ¿cómo quieres levantar sin Director el alcázar de tu santificación para vivir eternamente en el cielo?

61 Cuando un seglar se erige en maestro de moral se equivoca frecuentemente: los seglares sólo pueden ser discípulos.

62 Director. —Lo necesitas. —Para entregarte, para darte…, obedeciendo. —Y Director que conozca tu apostolado, que sepa lo que Dios quiere: así secundará, con eficacia, la labor del Espíritu Santo en tu alma, sin sacarte de tu sitio…, llenándote de paz, y enseñándote el modo de que tu trabajo sea fecundo.

63 Tú —piensas— tienes mucha personalidad: tus estudios —tus trabajos de investigación, tus publicaciones—, tu posición social —tus apellidos—, tus actuaciones políticas —los cargos que ocupas—, tu patrimonio…, tu edad, ¡ya no eres un niño!…

 Precisamente por todo eso necesitas más que otros un Director para tu alma.

64 No ocultes a tu Director esas insinuaciones del enemigo. —Tu victoria, al hacer la confidencia, te da más gracia de Dios. —Y además tienes ahora, para seguir venciendo, el don de consejo y las oraciones de tu padre espiritual.

65 ¿Por qué ese reparo de verte tú mismo y de hacerte ver por tu Director tal como en realidad eres?

 Habrás ganado una gran batalla si pierdes el miedo a darte a conocer.

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