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Calila y Dimna

 

 

 

Edición de José María Merino

 

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Calila y Dimna

Primera edición digital: abril de 2019

 

ISBN epub: 978-84-8393-644-3

 

 

Colección Voces / Literatura 226

 

 

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© De la edición y el prólogo: José María Merino, 2016

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

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Sobre esta versión

 

 

Cuando una lengua, como la española, tiene una historia muy larga en el tiempo, ¿cómo leer a sus clásicos? Hay una especie de intangible e implacable ley que nos sigue obligando a leerlos tal como fueron escritos, ayudados acaso de un glosario, como si las palabras y expresiones antañonas del castellano, muchas de ellas también desusadas desde hace varios siglos, tuviesen un derecho misterioso a seguir manteniéndose presentes, para su lectura, de la misma manera en que fueron formuladas.

Hay muchas obras del Siglo de Oro, por ejemplo, que continúan ofreciendo una grata lectura del texto original y a las que verter al español actual les quitaría una parte sustantiva de su música sintáctica y de su gracia literaria. Pero conforme retrocedemos en el tiempo, los textos se vuelven más oscuros y, en muchas ocasiones, incomprensibles para gran cantidad de lectores. Claro que tenemos magníficos estudiosos que siguen analizando esos textos con deleitosa sabiduría, pero numerosos lectores los encuentran demasiado difíciles y abstrusos, y al cabo los libros se divulgan a través de fragmentos o por medio de versiones reducidas y simplificadas, que es lo que viene a ser conocido por la mayoría; el sentido verdadero de lo que compone su totalidad queda como un secreto, únicamente al alcance de los citados especialistas, y para el resto de los posibles lectores resulta un territorio más propio de cierta arqueología cultural que de la literatura viva y palpitante.

En la lengua castellana, tan antigua y venerable, bastantes libros adolecen de esa difícil penetrabilidad para el lector contemporáneo: sobre todo, los que supusieron el arranque de la literatura en esta lengua. Y no solo los de procedencia oriental, como el Calila e Dimna, el Sendebar o el Barlaam y Josafat, sino muchos otros, que comprenderían desde la Historia de la doncella Teodor hasta El conde Lucanor, pasando por el Libro del buen amor y el Libro del caballero Zifar, por lo menos... aunque no quiero dejar de citar, en este campo, la labor que está llevando a cabo la editorial Castalia con su colección Odres Nuevos.

Tal acceso difícil a su contenido hace que la mayoría de aquellos libros pierdan la posibilidad de ser comprendidos en toda su dimensión, y sin duda una pieza literaria inaugural, como lo es Calila e Dimna, en virtud de su extremadamente críptico lenguaje y su enredada expresividad, se diluye en esa aparente condición de noble antigualla.

Tuve la suerte de acceder, desde que era casi un niño, a una obra que conservo, titulada Cuentos viejos de la vieja España –del siglo xii al siglo xviii que publicó Aguilar en 1943, una antología de Federico Carlos Sainz de Robles acompañada de un estudio preliminar, semblanzas de los autores y notas, en la que pude conocer no solo algunos cuentos del Calila y Dimna, sino también del Libro de los gatos; de El conde Lucanor; de El patrañuelo de Juan de Timoneda, así como el Ganar amigos de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Miguel de Cervantes; Soñar despierto, de Agustín de Rojas Villandrando; El sueño de las calaveras, de Francisco de Quevedo, o los minicuentos de Bernardino Fernández de Velasco, entre muchos otros.

No se trataba de una edición infantil, y sin embargo el antólogo había procurado llevar con cuidado al español contemporáneo el viejo castellano, que resultaba así perfectamente comprensible hasta para la inteligencia del jovencísimo lector que yo era entonces. Del libro que llamaba Calila y Dimna se reproducía una docena de relatos, entre ellos el de «La rata transformada en niña». En el sistema educativo tuve ocasión de conocer referencias al libro, pero cuando yo era escolar se estudiaba literatura sin leer los libros; por ejemplo, recuerdo la prohibición profesoral expresa de leer La Celestina, que estaba en la biblioteca de mi padre, y lo mucho que aquello me satisfizo, pues me parecía entonces un libro dificilísimo de descifrar, precisamente por su lenguaje, que a aquella edad yo veía muy enrevesado...

El caso es que, cuando por primera vez me planteé leer Calila e Dimna en la magnífica edición que hicieron Juan Manuel Cacho Blecua y María Jesús Lacarra para Clásicos Castalia en 1984, de nuevo repasé los cuentos conocidos y recorrí todos los que el libro reúne, pero el castellano de arcaica y huraña expresión me desanimó, a la hora de seguir de forma meticulosa lo que pudiéramos llamar las tramas del conjunto. Tenía la impresión de que se trataba de unos diálogos de contenido predominantemente didáctico, muy reiterativos, que no añadían demasiado al centón de apólogos y relatos que componen la obra y que yo creía, además, su parte sustantiva.

Tuvieron que pasar unos cuantos años más para que descubriese el valor y la gracia de Calila e Dimna, y fue precisamente cuando estaba preparando mi libro Cien años de cuentos, 1898-1998. Antología del cuento español en castellano (Alfaguara, 1998). Rastreando por curiosidad, cada vez más lejos en el tiempo, los antecedentes de nuestros cuentistas del siglo xx, me leí con paciencia Calila e Dimna, libro que me deslumbró.

Por esos azares inescrutables que conforman muchas veces ciertas realidades culturales, a mi juicio Calila e Dimna no solamente no ha envejecido sino que presenta un aire sorprendente de modernidad, tanto en la curiosa estructura general, en que las numerosas inserciones de unos textos y de unos cuentos en otros conforman una singular formulación, sino en la finura con la que están descritos, principalmente mediante diálogos, unos comportamientos que parecen proyectarse con acierto en las ambiciones y manejos oscuros del mundo en que vivimos. Creo que Calila y Dimna sigue vigente como «tratado de los comportamientos», entre otras cosas.

De manera que disfruté de este libro, no desde la perspectiva de un estudioso ni de un erudito, sino desde la de un lector que además, como escritor, encontraba en él muchas señales para proclamarlo no solo glorioso abuelo sino indiscutible obra maestra.

Fue entonces cuando por primera vez, y consciente de mi osadía, tuve la idea de hacer una versión del Calila e Dimna que lo ofreciese en un español estrictamente contemporáneo; sin embargo diversos factores, sobre todo la falta de tiempo y de tranquilidad, me lo impidieron. Varios años después me he decidido a hacerlo.

Me parece que la ausencia de una versión contemporánea resulta demasiado clamorosa. Por ejemplo, no deja de ser sorprendente que en el español actual exista Kalila y Dimna, fábulas selectas de Bidpai, «contadas por Ramsay Wood, con introducción de Doris Lesing» (Editorial Kairós, 1998) una traducción del libro que recoge la primera versión inglesa de Calila e Dimna, de Thomas North, que se publicó a mediados del siglo xvi, o que, en 1991, se publicase Calila y Dimna, Abdalá Benalmocaffa (Alianza Editorial) una traducción de Marcelino Villegas de la versión francesa, publicada en 1816 por Antoine Isaac, conde Silvestre de Sacy, o que en 1972, en Bogotá, sin referencia editorial –yo tengo la edición de 1993, en Panamericana editorial– se publicase Calila y Dimna, el libro del soberano y del político, traducción directa por Antonio Chalita Sfair de un manuscrito árabe de mediados del siglo xiv que se conserva en el Líbano...

O sea, que podemos tener acceso en el español de hoy a las versiones inglesa y francesa del libro, y hasta a una árabe, pero no a la primera de todas, la que se hizo en España a mediados del siglo xiii, aunque bajo el título Directorium vitae humanae: alias parabola antiquorum sapientium, Giovanni da Capua tradujo el Calila y Dimna y algún otro cuento del Sendebar del hebreo al latín, a finales del siglo xiii, lo que pasó al castellano a principios del xvi, Exemplario contra los engaños y peligros del mundo.

 

Lo primero que encuentro fascinante en Calila e Dimna es su origen. Como es bien conocido, una parte importante de los relatos procede del Panchatantra. Al parecer, hacia el año 570, el médico del rey Cosroes I lo hizo traducir del sánscrito al phalevi –la lengua literaria persa– y hacia el año 750, el sabio Ibn al-Mucafa lo tradujo del persa al árabe, de donde sería vertido al castellano por iniciativa de Alfonso X el Sabio, en el año 1251 o 1261, siendo todavía infante o ya rey, que en esto los expertos no acaban de ponerse de acuerdo, y el colofón del texto, como puede comprobar el lector, enreda aún más la mención de la fecha, aunque la referencia sea la «era hispánica», iniciada en el 38 a. C. con la pacificación de Hispania por Octavio Augusto.

De entrada, Calila e Dimna pretende ser el resultado de una búsqueda y de una traducción del indio al persa palehvi, mas en la versión que nosotros conocemos, otra singularidad de la obra se muestra ya con la propia intervención del traductor del persa al árabe, Ibn al-Mucafa, que se ha impregnado tanto del espíritu de la obra traducida a su vez por él, que el prólogo que nos ofrece se incorpora a ella como una pieza narrativa de la misma.

El narrador que forma parte de la ficción desarrollada es ya muy antiguo en la materia: Valmiki, autor del Ramayana, no solo se une a la obra que escribe sino que, desde dentro de ella, nos informa de que, cuando la concluye, se la entrega a los hijos de Rama. En el caso de Calila e Dimna, el juego que pudiéramos llamar «metaliterario» alcanza sorprendentes resultados. En su introducción, el traductor Ibn al-Mucafa –que tuvo un desventurado fin a manos de su sultán, como si de un personaje del propio libro se tratase– insiste en que «quien leyere este libro, sepa que la intención de los sabios al componer sus ejemplos fue mostrar el saber», y añade que, si el lector no se esforzase por entender lo que el libro pretende transmitir, no recogerá otro fruto de su lectura que el mero esfuerzo penoso e inútil. Y para acompasar su prólogo al contenido de su traducción, Ibn al-Mucafa utiliza la propia técnica del libro que traduce: una serie de cuentos que van ejemplificando sus palabras. Tras su jugosa introducción, se puede decir que estamos ya inmersos en la atmósfera de la obra.

Mas de setenta historias, entre las que componen las relaciones de los distintos personajes y los ejemplos que se van contando, se desplegarán a lo largo del libro, la mayoría consecuencia de conversaciones entre el rey Diselem y su filósofo y consejero Burduben, enriquecidas con esa sucesión de ejemplos que a veces se insertan unos en otros, construyendo incluso una historia que es el escenario principal en el que van a desarrollarse otras historias, sin que ni la que las enmarca ni las que se suceden pierdan su lógica narrativa y dramática, y con el diálogo entre rey y consejero dando interés al transcurrir de los relatos.

En Calila e Dimna, un ejemplo muy expresivo de estas superposiciones e insertos es la propia historia de los dos linces -como «lobos cervales» o linces se califica en la traducción original a quienes eran chacales, animales desconocidos en la España de entonces; he mantenido tal referencia a los linces en la historia que da título a toda la colección y se sucede en los capítulos tercero y cuarto, pero no he tenido inconveniente en aludir a los chacales, ya familiares para nosotros, en otras historias–. También son muy representativos del conjunto el capítulo quinto, que trata «De la paloma acollarada...» o el sexto, que trata «De los cuervos y de los búhos», o el undécimo, que cuenta la historia «Del rey Sederano...». Sin embargo, todo el libro está impregnado de una peculiar atmósfera que califico como decididamente literaria, en la que el escenario, esos comportamientos, que a menudo nos turban por el refinamiento en el saber sobre el corazón humano que demuestran, y la estructura, tienen singular vigor, sin que los propósitos aleccionadores, y un sermoneo religioso que llega a ser divertido por lo excesivo en algunos puntos, consigan enturbiar la lozanía del conjunto.

Algunos estudiosos como Cacho Blecua y Lacarra, señalan que la parte del juicio y la condena de Dimna son añadidos ejemplarizantes del traductor al árabe Ibn al-Mucafa, pero para el lector de hoy resultan tan naturales en el libro como el precioso prólogo al que ya he aludido. Y todo esto, aderezado por los sucesivos cuentos que se van interpolando. Precisamente la trabazón de la historia general con las historias que van iluminando el fluir de la trama, consiguen ese clima narrativo que seguramente un buen lector de hoy puede apreciar mejor que sus contemporáneos, porque los aspectos instructivos del libro han sido rotundamente dominados por los literarios.

 

Antes me referí a la «actualidad» expresiva y estructural de la obra, y para mí no cabe duda de que, como les sucede a los verdaderos clásicos, el tiempo ha ido haciendo cristalizar los valores del libro, que se comunica con nosotros sin estridencias. La fábula, el apólogo, la parábola, nos han ido llegando a través de los siglos y sedimentándose en nuestra cultura con toda normalidad. Pienso en Andersen, en Kafka, en Borges, pero no olvido elementos muy populares, cómics como La zorra y el cuervo, ni dibujos animados tan familiares como los que ha ido realizando desde hace años la factoría Disney, o los más contemporáneos de Bob Esponja... Y si consideramos un género o subgénero como el llamado microrrelato o minicuento, que unos juzgan el colmo de la modernidad y otros menosprecian como si su pequeño tamaño justificase tal desdén, resulta que Calila y Dimna demuestra de modo indiscutible que los microrrelatos o minicuentos están en la cultura escrita muchísimo antes de lo que ahora llamamos «cuento literario», mostrando sorprendente frescura narrativa y eficacia dramática.

Por otra parte, si las relaciones entre estos reyes y sus peculiares consultores pudiesen parecer propias de un tiempo muy remoto, quiero recordar que ninguna de las actitudes y pasiones que se presentan en el conjunto del libro –la ambición de poder, el fingimiento, la deslealtad, la traición, la ira destructora, la adulación, la hipocresía, la falsedad, la corrupción, pero también el espíritu solidario y la amistad verdadera...– ha desaparecido del mundo.

Y, matizando las afirmaciones de algunos estudiosos que encuadran Calila y Dimna en la cerrada concepción de la sociedad propia del mundo estamental, hay que señalar que sus virtudes literarias le dan esa dimensión atemporal, y por lo tanto moderna, que antes señalé. Un ejemplo claro sería el de «La rata transformada en niña», precioso cuento en el que parece afirmarse que las cosas no pueden cambiar su naturaleza, y que la rata convertida en niña debe volver a ser rata para cumplir su único destino posible, pero que leído hoy, y a la vista de que el ser más poderoso del mundo, el sol, puede ser ocultado por la nube, y la nube movida caprichosamente por el viento, y el viento detenido de modo abrupto por la montaña, y la montaña corroída por los insignificantes ratones... más que señalarnos lo inmutable de la naturaleza y de las condiciones sociales, nos habla, sobre todo, de lo relativo de las fuerzas y de los poderes aparentemente omnímodos.

Inaugural de la tradición del relato brevísimo entre nosotros, no hay que olvidar que en Calila y Dimna aparecen las primeras celestinas y los primeros pícaros de nuestra historia literaria...

 

No voy a ocultar mis dificultades para llevar a cabo esta versión, sobre todo si tenemos en cuenta que no soy un especialista en literatura medieval ni en su léxico. He intentado respetar con toda fidelidad el espíritu de la obra, pero no he tenido más remedio que modificar la forma en numerosas ocasiones, para poder traer al español de hoy el castellano del siglo xiii, y lo he hecho desde mi intuición de narrador de ficciones. Me he empeñado en mantener todo el texto original y en algunas ocasiones, muy pocas, he prescindido de pequeños fragmentos que me parecían excesivamente reiterativos.

Mis ediciones de referencia han sido la Antigua versión castellana del Calila y Dimna, cotejada con el original árabe de la misma, publicada por la Real Academia Española dentro de su Biblioteca selecta de clásicos españoles, Madrid, 1915, con prólogo del académico José Alemany y Bolufer (Librería de los sucesores de Hernando, impresores y libreros de la Real Academia Española) basada en los «manuscritos A y B» de El Escorial, que se acompaña de innumerables notas que van trasladando fragmentos del castellano original al moderno, pero no de modo continuo ni con criterio formalmente unificador, y la citada de Juan Manuel Cacho Blecua y María Lacarra (Clásicos Castalia, 1984) –basada sobre todo en el llamado «manuscrito A» de El Escorial– con un amplio estudio inicial y numerosas notas eruditas. Ambas incluyen los correspondientes glosarios, que me han resultado muy útiles, aunque también lo ha sido el «análisis lexicográfico selectivo» que acompaña al Calila e Dimna de Hans-Jörg Dölha, «nueva edición y estudio de los dos manuscritos castellanos», editado por el Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo, Zaragoza, 2009. También he consultado el Tesoro de la lengua castellana o Española, de Sebastián de Covarrubias, el llamado Diccionario de Autoridades, así como el Diccionario de Etimologías de la Lengua Castellana de Ramón Cabrera y el Diccionario clásico etimológico... de Joan Corominas y José Antonio Pascual. He revisado asimismo varias de las diversas ediciones de Calila e Dimna que se conservan en la biblioteca de la RAE. Mas cuando el texto me resultaba demasiado enigmático, he dejado que mi propio criterio de narrador resolviese la versión, no sé si con toda la fortuna precisa.

En cualquier caso, mi versión resulta la primera completa y formalmente estructurada como tal en el español contemporáneo, de la traducción que ordenó hacer del Calila e Dimna Alfonso X el Sabio.

Los grabados proceden del citado Exemplario contra los engaños y peligros del mundo «imprentado en la insigne y muy noble ciudad de Zaragoza, por la industria de George Coci Alemán, 1531», versión castellana de la aludida traducción que Giovanni da Capua hizo del hebreo al latín, Directorium humanae vitae: alias parabola antiquorum sapientium, a finales del siglo xiii. Creo que su abundancia –más de cien– y su viveza le dan al texto cierto aire de «novela gráfica», y aprovechando algunos de tales grabados hice el collage que sirve de ilustración en las guardas.

 

Y quiero concluir insistiendo en que Calila y Dimna es un libro plenamente vivo y un esplendoroso antecedente para la historia literaria de la lengua española, sobre todo en lo que se refiere a su narrativa breve.

 

José María Merino

Miembro de la Real Academia Española

5 de marzo de 2015

palabras introductorias de ibn al-mucafa

 

 

Los sabios filósofos, sea cual sea su religión y su lengua, se han esforzado siempre por encontrar el conocimiento y ordenar y representar la filosofía, sintiéndose obligados a tal labor. Y con ese motivo han debatido entre ellos, pues aman a la sabiduría sobre todas las demás cosas de este mundo: les agrada por encima de cualquier otra diversión o placer, y no hay nada que encuentren más gratificante que ese asunto, sobre el que trabajan y enseñan.

A lo largo del tiempo, tras estudiar y pensar profundamente, imaginaron numerosos ejemplos y modelos y los compusieron con hermosas palabras y razones sanas y firmes, utilizando como símbolo, en muchos de ellos, a los animales salvajes y a las aves.

En tales ejemplos coincidían tres cosas buenas: la primera, que eran adecuados como representación de las justas razones que querían expresar; la segunda, que encontraron en ellos una ayuda para transmitírselo de modo eficaz a los interesados en el conocimiento de la filosofía; la tercera, que eran útiles para enseñar divirtiendo a los discípulos y a los niños.

Por todo eso los apreciaron y valoraron como algo singular y ahondaron en su estudio y enseñanza, de modo que cuando los jóvenes llegasen a la edad del mayor entendimiento, recordasen lo que habían aprendido cuando habían estudiado y comprendiesen que habían conseguido acumular cosas de más provecho que las riquezas materiales; como quien, al hacerse mayor, se encuentra con que su padre le ha dejado una gran cantidad de oro, plata y piedras preciosas, de lo que puede vivir con holgura.

De manera que quien leyere este libro sepa el criterio con el que fue realizado y cuál era la intención de los filósofos y de los sabios al presentar los distintos ejemplos. Pues el que no supiese esto no comprenderá su propósito. Y léalo hasta el final con atención, porque si no se esforzase por entender todo lo que el libro pretende transmitir, no recogerá otro fruto de su lectura que el mero esfuerzo penoso e inútil, y será como

 

El hombre engañado por los cargadores

 

Un hombre descubrió en un campo un tesoro voluminoso y pensó que le daría mucho trabajo, y le quitaría ilusión, írselo llevando poco a poco, y que sería mejor encargar a unos peones que se lo transportasen a su casa, lo que fueron haciendo en cargas sucesivas, hasta que lo hubieron llevado todo. Cuando terminaron, el hombre se dirigió a su casa, mas al llegar se encontró con que cada uno de los peones había desaparecido con la parte del tesoro que le había correspondido portear.

El hombre no encontró excusa para su fastidio, y tuvo el disgusto de descubrir que su poca prudencia lo había perjudicado.

 

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Por eso, el que leyere este libro sepa que debe apurarlo todo, pues hay muchas cosas que tienen un sentido encubierto y si no lo encontrase no le aprovechará la lectura, del mismo modo que para comer la nuez tenemos que quitarle la cáscara. No le suceda como a

 

El ignorante que quería pasar por sabio

 

Había un escolar que tenía interés en saber gramática y fue a ver a un amigo sabio, que le escribió un resumen explicando las reglas fundamentales. El escolar se llevó el resumen a su casa, pero aunque lo leyó mucho, y hasta se lo aprendió de memoria, no fue capaz de comprenderlo bien; de forma que en cierta ocasión, reunido con unos entendidos, dijo algo muy inapropiado e indocto, y cuando se lo corrigieron repuso, muy ufano, que él se había aprendido de memoria aquel resumen que le había hecho su amigo el sabio. Así, su ignorancia se puso de manifiesto y fue motivo de burla.

 

En consecuencia, cualquiera que lea este libro y lo entienda, alcanzará el fin de su intención y se podrá aprovechar de él, y tenerlo como modelo, conservándolo bien. Pues dicen que el hombre entendido no valora lo que intuye, ni lo que deduce de ello, por mucho que sea: es el saber lo que esclarece el entendimiento, como la lámpara alumbra en la oscuridad de la noche. Y gracias a la enseñanza mejora el estado de quien quiere aprender.

A aquel que teniendo conocimientos no los utiliza, no le rendirán, y puede sucederle como a

 

El hombre que dormía mientras le robaban

 

Una noche, un hombre supo que un ladrón había entrado en su casa, pero no quiso reaccionar hasta conocer bien lo que el ladrón hacía.

«Cuando haya acabado de coger lo que quiera, me levantaré para quitárselo», pensó.

El ladrón recorrió la casa y pilló todo lo que le apetecía. Mientras tanto el dueño se quedó dormido y cuando despertó, descubrió que el ladrón se había llevado cuanto de valioso tenía. Y el hombre se sintió culpable, al comprender que su conocimiento de la presencia del ladrón no le había servido para nada, porque no había hecho uso de él.

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Y es que dicen que el saber no está completo sin el obrar. El saber es el árbol y la obra es el fruto; y el verdadero sabio no busca la sabiduría sino para que le sea útil, porque no usar lo que se sabe no tiene provecho alguno. Si un caminante le indicase a otro una ruta supuestamente mejor, y este anduviese por ella aceptando tal mejoría sin que eso fuese cierto, lo tendríamos por tonto, como a quien, sabiendo distinguir la comida buena de la mala, prefiere la mala. Pues es culpable el que, teniendo conocimiento de lo que hace, no obra bien; como si dos hombres, uno de ellos ciego, anduviesen juntos y cayesen en un hoyo: sería responsable el que ve, no el ciego.

Antes de enseñar, el sabio ha de aprender; en esto sería como la fuente, de la que todos beben sin que ella saque de ello provecho alguno. El sabio, una vez bien provisto de sabiduría, provee a otros de ella. Pues se dice que tres cosas debemos ganar y dar. La primera, sabiduría; la segunda, riqueza; la tercera, magnanimidad. Y ningún sabio debe criticar en otros las cosas que él mismo hace, pues sería como el ciego que criticaba al tuerto; ni debe hacer daño a otros para aprovecharse de ello, pues sería como

 

El hombre que quería robar a su compañero

 

Cuentan que, en una época de gran escasez de sésamo, había dos especieros que tenía cada uno un cajón lleno, ambos colocados juntos en el mismo almacén. Uno de los especieros tuvo la tentación de quedarse con el sésamo de su compañero: cubrió pues el cajón en el que se guardaba el sésamo de aquel con una sábana blanca, para que le sirviese de señal cuando de noche viniese a robarlo, y confesó su intención a un amigo, para que lo ayudase, prometiéndole la mitad. Pero el otro especiero pasó por el almacén aquella tarde, y al ver su sésamo cubierto por la sábana, imaginó que aquello era cosa de su colega, que había querido así proteger generosamente su sésamo de polvo, descuidando el propio.

«Esto no es razonable –pensó el especiero–; ya que ha puesto una sábana, mejor es que proteja lo suyo, y no lo mío».

Colocó pues la sábana sobre el cajón del otro especiero. Y cuando por la noche llegaron su compañero y el cómplice a robar el sésamo, tomaron la sábana por señal segura, se llevaron el sésamo que cubría, y el especiero ladrón le dio la mitad a su ayudante. Con el día, cuando ambos especieros fueron a la tienda, el ladrón descubrió que el sésamo robado había sido el suyo, pero no dijo nada, para evitar mayores males.


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Por otra parte, el que quiera algo debe concretar bien el objeto de su deseo, pues se dice que quien galopa sin meta puede acabar matando a su montura. Y es lógico que no se esfuerce en intentar alcanzar lo imposible, ni lo que otro ha conseguido ya, y que ame más al otro mundo que a este, porque quien ama poco este mundo, menos pena tendrá cuando lo deje. Dicen que hay dos cosas que nos convienen, la religión y la riqueza, que son como el fuego, que arde más cuanto más leña se le echa. Pero el entendido no debe desesperar ni perder la confianza, pues la suerte puede ayudarlo cuando menos se lo imagina, como le sucedió a

 

El pobre que se aprovechó del ladrón

 

Es el caso de un hombre muy pobre, a quien nadie ayudaba. Y estando una noche en su morada, sintió entrar a un ladrón y, sabiendo que allí no había nada que robar, pensó: «¡Trabaja cuanto quieras!».

Mas el ladrón fue tan escrupuloso que lo registró todo y al fin encontró una tinaja en la que había trigo, de lo que el pobre de la casa no se había percatado. El ladrón extendió en el suelo una sábana que llevaba consigo y vació sobre ella el trigo de la tinaja, para llevárselo. Pero cuando el pobre vio tal cosa, tomó una vara que tenía en la cabecera de la cama y arremetió contra el ladrón, que huyó dejando el paquete de la sábana con el trigo casualmente encontrado.


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Pero el hombre entendido no debe fiarse de este ejemplo y, con ello, dejar de buscar y hacer lo necesario para encontrar el camino de su vida; no se debe guiar por los casos de aquellos que alcanzan la fortuna por azar y sin trabajo, porque incluso trabajando, pocos son los que consiguen grandes riquezas: de manera que, quien tenga entendimiento, debe procurar que el provecho de su esfuerzo sea placentero y apartarse de lo que pueda darle cuidado y tristeza. No le ocurra como a la paloma, que le quitan sus palominos para comerlos y no por eso deja de criar otros nuevos. Pues se dice que Dios, cuyo nombre sea bendito, puso a cada cosa un límite, y que el que lo traspasa es como el que no llega: quien se preocupa solamente de las cosas de este mundo trabaja contra sí mismo, pero el que se preocupa de este mundo y del otro puede trabajar contra o a favor suyo.

Dicen que tenemos que considerar tres cosas: que nuestra alma debe garantizar nuestra vida; que lo que poseemos en este mundo no es nuestra riqueza verdadera, y que debemos vivir entre los hombres. Como dicen que hay algunas cosas que no conducen a buen destino: la primera es la mera ociosidad vacía; la segunda es menospreciar los mandamientos de Dios; la tercera es creer a los lisonjeros y la cuarta, desmentir las verdades que dicen los sabios.

Claro que la persona con entendimiento solamente debe creer en lo que le ofrezca certeza: si duda de algo, por mucha que sea su fama, no debe aceptarlo hasta no estar seguro de su certidumbre, no le suceda como a quien ha perdido el rumbo y, cuanto más se esfuerza en andar, más se aleja del lugar a donde quería llegar. O como a quien le entra algo en el ojo y no deja de frotárselo hasta que lo daña. Pues el entendido ha de estar preparado para cualquier cosa que pueda sucederle y no desear a los demás lo que no quisiera para sí.

De manera que piense en todo ello quien leyere este libro, donde aprenderá muchas cosas que le excusarán de leer otros.

 

 

Quien lo ha traducido del persa al árabe ha querido

introducir este prólogo,

en el que se ofrece

una muestra del espíritu

de la obra.

 

capítulo i
de cómo el rey sirechuel envió a berzebuey a la india

 

 

Este libro tiene como título Calila y Dimna y para explicar sus razones ofrece muchos ejemplos de hombres, y también de aves y otros animales.

Se dice que hace mucho tiempo, reinando el rey Sirechuel, hijo de Cades, vivía un hombre llamado Berzebuey, médico jefe de todos los médicos del reino y muy respetado por el rey.

Berzebuey había conocido, mediante diversos escritos, que en tierras de la India había ciertas montañas en las que se criaban plantas de las que podía extraerse una medicina capaz de resucitar a los muertos, y solicitó del rey que le permitiese ir a buscarlas, provisto del bagaje necesario y de cartas de presentación para los diversos reyes de la India, pidiendo que le facilitasen su labor.

El rey Sirechuel no solo se lo autorizó, sino que lo acució a que lo hiciese, entregándole con las cartas a los reyes muchos regalos para ellos, como era costumbre. Y Berzebuey se trasladó a las tierras de la India, donde entregó las cartas y los regalos y solicitó las licencias y la ayuda necesaria para cumplir su misión, que nadie le negó. En consecuencia, Berzebuey estuvo más de un año entregado a su labor y recolectó con diligencia las supuestas plantas milagrosas que citaban los libros y que, una vez tratadas, probó en varios cadáveres, sin conseguir que ninguno resucitase, lo que hizo que Berzebuey, además de dudar de todo lo que había leído al respecto, se sintiese muy defraudado.

A Berzebuey lo avergonzaba regresar junto a su rey después de tal fracaso, y se quejó a los filósofos de los reyes de la India de aquellas falacias que había leído en sus escritos, mas ellos adujeron que no había encontrado en tales escritos su verdadero sentido, pues la medicina a la que se referían era el conocimiento, los buenos consejos y el saber, y los muertos que resucitan con ella son los ignorantes, a quienes el saber les hace conocer las cosas que dicen los sabios y, con la lectura, esclarecer el entendimiento.

Cuando Berzebuey supo aquello, buscó los escritos, que estaban en lengua india, los tradujo a la lengua de Persia y regresó a su país, junto a su rey Sirechuel, que amaba a los sabios y a los filósofos por encima de cualquier otra cosa y se esforzaba por aprender, pues consideraba el conocimiento como el principal deleite. Y cuando llegó Berzebuey con aquellos escritos, ordenó que todo el pueblo los leyese y se esforzase en entender su sentido, con ayuda de Dios.

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Precisamente uno de aquellos escritos es este libro de Calila y Dimna, en el que se reproducen las cuestiones que planteó un rey indio llamado Diselem a su asesor principal, Burduben, que era su filósofo preferido, y al que ordenó que se las respondiese capítulo a capítulo, y que le diese ejemplos y semejanzas para apoyar la certidumbre de las respuestas, y que todo ello lo reuniese en un libro que serviría de consejero para él y para sus descendientes.

 

 

El libro comienza con la historia del león y del buey,

a la que precede la del médico

Berzebuey.