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RICARDO CAPPONI MARTÍNEZ


Médico Universidad Católica de Chile, psiquiatra Universidad de Chile, bachiller en Filosoffa, psicoanalista (International Psychoanalytic Association) con función didåctica y terapeuta de parejas. Miembro del Consejo Superior de la Universidad Alberto Hurtado y autor de varios libros tales como Psicopatologia general-, Chile: Un duelo pendiente, y El amor después del amor. Actualmente es director del Centro de Educación Sexual Integral (www.cesi.cl).

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1- EL AMOR DE PAREJA

ENAMORARSE ES UNA CAPACIDAD

El proceso natural de independizarse de la protección paterna, muchas veces materializado en el alejamiento del hogar familiar, significa para el adolescente y el adulto joven el ingreso en un estado de carencia, de necesidad y de expectativa. Por lo general, el joven podrá satisfacer este estado por medio del enamoramiento, del encuentro con otro a quien sobrevalorará y con quien fantaseará proyectarse a futuro.

Enamorarse es un acto psíquico complejo. Implica, en primer lugar, haber sido capaz de enamorarse de sí mismo. Esto es lo que se llama narcisismo, una condición que exacerba la sensación de percibirse como autosuficiente, omnipotente y omnisciente. Cuando el narcisismo es normal, es posible proyectarlo en el otro y ver en esa persona muchas cualidades que la hacen irresistiblemente atractiva. Este proceso requiere de diversas capacidades mentales. En primer lugar, poder idealizar al otro, vistiéndolo de una perfección estética y ética a toda prueba. Quitarle todo lo negativo y lo imperfecto, facilitando así vivencias de fusión maravillosas que permitan una entrega sin temor a disolverse en el otro, perdiendo la propia identidad.

Otro elemento que juega en este proceso es la capacidad de libidinizar el cuerpo del otro, esto es, percibirlo como apetecible y deseable por su hermosura. Para tal efecto se requiere haber tenido una madre cercana, cariñosa, libidinizadora del vínculo a través del contacto de piel durante los primeros años de vida.

La erotización que se gatilla en la cercanía corporal genera un círculo virtuoso al potenciar la idealización, la cual aumenta la erotización, consolidando así la fuerza de la atracción mutua.

Para que este estado de enamoramiento se irradie a todo lo que rodea al enamorado, tanto al mundo animado como al inanimado, se necesita la capacidad mental de desplazamiento, esto es, el poder trasladar el interés, la importancia o el afecto desde una cosa o persona a otra que se percibe como semejante. El enamorado ve el mundo «color de rosa», tanto a los individuos que lo rodean y que adquieren un aura de bondad y buenas intenciones, como a los lugares que visitan y que lo arrebatan por su hermosura y perfección estética llena de romanticismo. Por medio de esta capacidad se disminuye en parte el carácter egocentrista del enamoramiento, compartiendo con otros su exaltación y euforia.

Para construir este intenso vínculo con otro, se requiere también ser capaz de separarse de las personas que previamente monopolizaban la energía psíquica, en especial de los padres y del grupo familiar.

Por otra parte, el enamoramiento es un vínculo que exige destreza comunicativa en todas sus formas: gestos, actitudes y verbalizaciones. Requiere también de capacidad de proyección a futuro. Los enamorados reinterpretan el pasado y realizan un proceso de historización que integra sus elementos comunes, para de esta manera construir un proyecto futuro creativo hacia el cual caminar juntos.

Requisito fundamental es también la capacidad de gratitud, opuesta a la envidia, ya que permite recibir, estar abierto al amor como un don, como una gracia independiente del esfuerzo propio.

Un elemento que también contribuye a acrecentar el enamoramiento es la habilidad de mantener al otro en la mente por largo tiempo, sin borrarlo ni sustituirlo. Técnicamente esto se llama «constancia objetal».

Por último, es indispensable la capacidad de contención mutua, en que ambos enamorados acogen los dolores y amarguras del otro, ayudándose a entenderlos y resignificarlos, dándoles un nuevo sentido en el contexto que están compartiendo.

El enamoramiento es un estado mental que dura de dos a tres años. La relación se perpetúa si es capaz de pasar al amor sexual estable, cuyo motor fundamental no es el narcisismo propio del enamoramiento, sino la generosidad de la pasión.

El enamoramiento es traído esporádicamente a la relación de amor sexual estable, como un recuerdo que se actualiza en un escenario que se construye especialmente en torno a la vida sexual, pero no constituye lo esencial del vínculo.

A pesar de que estar enamorado es un estado transitorio y narcisista, los estudios demuestran que la ausencia del antecedente de haberse enamorado significa una perturbación grave de la personalidad. El haberse enamorado, aunque sea una vez en la vida, es índice de salud mental.

Los diez ingredientes del amor sexual estable (a largo plazo)

Existen muchos mitos en torno a las relaciones de pareja, como, por ejemplo, que «el hombre tiene que proveer y la mujer se tiene que quedar en la casa», que «el sexo masculino es más excitable que el femenino y que por lo tanto tiene derecho a una sexualidad más libre», y que «los hombres no pueden hablar de temas sentimentales». Estos y otros mitos que parecen muy antiguos y pasados de moda en la actualidad continúan implícitos en muchas parejas, ya que aún somos una generación de transición que está emergiendo de una sociedad machista, por lo que todavía tenemos ciertas ideas heredadas que recién empezamos a cuestionarnos, y de ahí a procesarlas y modificarlas hay un gran camino.

Sin embargo, si se desea alcanzar el amor sexual estable -fundamental para ser una pareja bien lograda-, un muy buen comienzo es tener presente cuáles son los ingredientes claves para lograr este propósito.

1. Poder, placer y entrega mutua son las grandes áreas en que se provocan conflictos dentro de la relación de pareja

En el área del poder es donde se realiza la distribución de roles frente a las tareas que tiene la pareja, como la crianza de los hijos, el aporte al sustento, los accesos a los dineros, los deberes y derechos de cada uno.

En nuestra sociedad tradicionalmente el poder ha estado en manos del hombre, pero la resolución de los conflictos en la pareja se produce cuando ambos miembros se sienten cuestionados. Eso sí que para que ello suceda y se produzca un cambio se debe tener la sensación de que no se cuenta con todo el poder. Y si el hombre lo tiene, creerá que la mujer nunca lo podrá abandonar o cuestionar.

En el campo del placer, todos sabemos que muchas parejas tienen serias dificultades. El cómo se va a vivir la sexualidad puede ser fuente de conflictos, y ahí hay aspectos centrales: los problemas derivados de educaciones sexuales muy reprimidas, que llevan a una inhibición del deseo, o de educaciones sexuales demasiado liberales, que conducen habitualmente a una infidelidad o a una sexualidad muy disociada.

Y, finalmente, el área donde la pareja necesita saber qué siente la otra persona y lograr ponerse en su lugar. Las parejas que tienen esta capacidad poseen una mayor ventaja. Se trata del área de la entrega mutua, donde la pareja espera que su partner lo ayude, quiera y desee, y se deje ayudar, querer y desear. Aquí juega un rol fundamental la comunicación. Es donde la pareja se mira a los ojos, se encuentra y reconoce.

Muchos conflictos de la relación de pareja se derivan de malentendidos, del no saber qué le pasa al otro, qué siente por mí, del no saber qué me pasa a mí con el otro, cuánto lo quiero y realmente qué siento.

2. El manejo del resentimiento y el grado de desvalorización del otro son factores claves en el grado de felicidad o infelicidad de una pareja

El factor más frecuente como causal de infelicidad es el nivel de resentimiento que acumula cada miembro de la pareja a través del tiempo. Este resentimiento proviene de las sucesivas desilusiones de las expectativas que la pareja tiene del otro, de la poca tolerancia a la frustración frente a los conflictos de intereses y de la incapacidad de comprender las limitaciones del otro. El resentimiento se acumula y se va transformando en odio, cuya expresión más destructiva es la indiferencia y el desapego. Hay parejas mucho más elaboradas que saben que las relaciones afectivas son de amor-odio, pero que es fundamental que prime el amor aunque la rabia y la agresión son inevitables.

Otro factor importante que destruye la felicidad es el grado de desvalorización mutua entre sus miembros. Acá opera la capacidad para mantenerse como un cónyuge atractivo para el otro. Hoy las parejas ya no se mantienen juntas por el cumplimiento de la norma, sino por el atractivo que posee, lo que implica un grado de misterio. Y para que uno pueda mantener ese misterio, no puede dejarse avasallar por el otro. Aquí es muy importante el manejo del sano orgullo y de la agresión.

3. Reivindicar la ternura como pilar de armonía en la pareja

Junto con el manejo del resentimiento y del grado de desvalorización del otro, la ternura es el tercer factor que contribuye al grado de felicidad de una pareja. Éste es un sentimiento profundamente humano que mueve a hacerse cargo del otro, a la compasión, a la caridad y a la generosidad, y, por lo tanto, a la ayuda del otro en forma incondicional. Esta motivación opera independientemente de lo que el otro me dé. Es una forma de amor gratuito, fuente de felicidad, de tranquilidad y compañía.

La ternura es cuando se es capaz de vivir la relación de pareja con el sentimiento de querer que al otro no le pase nada; sólo me interesa que se desarrolle, crezca, porque cada alegría suya me alegra a mí. Si eso se logra llevar a la relación de pareja, estamos frente a un vínculo sólido y profundo.

4. El amor ideal y el amor real siempre deberían estar presentes

El amor ideal es explosivo, sorprendente e impredecible; una relación de exclusividad, en que no puede haber terceros. Todo esto le da un carácter de falta de realismo, de revolucionario y de proyecto audaz.

El amor real es el amor propio del estado mental que caracteriza al amor sexual estable. Lo que le da estabilidad a la pareja a largo plazo no es el enamoramiento, sino que la pasión afectiva. La motivación fundamental se traslada hacia el deseo de amar, respetar y conocer a la pareja.

Asimismo, el amor real es un vínculo fuerte que va creciendo y haciéndose cada vez más sólido. Es más reflexivo y menos impulsivo. No es una ruptura respecto del pasado, sino que se construye en continuidad con él para proyectarse al futuro.

El arte de mantener siempre en la mente un amor idealizado es un desafío difícil, pero necesario, porque si por un lado se acabara el amor ideal, se apagaría el deseo, y si, por otro, se terminara el amor real, caeríamos en la fantasía delirante.

5. El enamoramiento se puede reactualizar permanentemente

El rescate del enamoramiento inyecta a la pareja pasión, anhelo, esperanza e incluso una confianza que alcanza un nivel de sana omnipotencia. Esto acontece al reactualizar el enamoramiento, haciendo proyectos a veces un poco locos, que coluden a la pareja en una complicidad entretenida. También se mantiene el estado de enamoramiento construyendo escenarios románticos que evoquen recuerdos provenientes de ese pasado «perfecto» compartido. Asimismo, se da con todas las vivencias experimentadas en el clima erótico, donde los sentimientos de pertenencia total, la idealización del cuerpo y las invasiones mutuas sazonadas con ingredientes sexuales -que la pareja va incorporando creativamente a su arsenal de placeres- activan vivencias de intenso enamoramiento. Estas últimas energizan el vínculo. Ese atrevimiento es usado para transgredir la moral convencional y hacerse cómplices en una búsqueda de «placeres prohibidos».

6. Un camino de felicidad, una panacea inmediata, simple compañía: todo eso y mucho más esperan las parejas del amor

Del amor, las parejas esperan lo posible y lo imposible, lo infantil y lo maduro, lo pleno y lo incompleto, lo que da placer y lo que exige sacrificio, lo real y lo ilusorio.

Esperan tener del otro lo que le pueda dar, y al mismo tiempo exigirle lo que jamás podrá darle. Esperan poseerlo incondicionalmente, simbióticamente, como si fuera una prolongación de sí mismo, y al mismo tiempo sentirlo como un otro diferente a quien debe conquistar y atraer para mantenerlo a su lado. Esperan una relación perfecta, siempre armoniosa y plagada de ternura, y, al mismo tiempo, una que dé cabida a la agresión, a la imperfección y al inevitable desencuentro. Esperan que el otro le dé hasta la saciedad, poder abandonarse en su regazo y sentir protección. Y, por otro lado, que le permita hacerse cargo, entregarse. En definitiva, del amor se espera encontrar el sentido de la vida.

7. Hay poca conciencia de la importancia de la contención

Muchas parejas a veces tienen la sensación de que la convivencia empeora con los años. Ello sucede cuando no hay contención. El problema es que tenemos muy poca conciencia de la importancia de invertir trabajo emocional para enriquecer el mundo interno.

La contención no es sólo un acto de desahogar al otro y escucharlo, sino un acto mucho más sofisticado que requiere de trabajo emocional. Implica escuchar al otro y sintonizar con su estado afectivo, para que yo le pueda aportar desde mi perspectiva y le dé un nuevo significado al conflicto que está viviendo. De ese modo, el otro recibe un aporte. Si esa contención no se da, se producen círculos viciosos que dañan la relación. La pareja crece o se deteriora, avanza o retrocede, porque de esta forma funciona la mente. No hay puntos neutros.

8. El descubrimiento de la sexualidad no debería agotarse nunca

Desde la confianza apoyada en la ternura y en las experiencias que provienen de la reactivación del enamoramiento, se va explorando con la pareja todo un mundo de erotismo vinculado a nuestra condición primitiva. Así, es posible mantener una sexualidad apasionante, por muchos años, con la misma pareja. La variación que mantiene la fuerza del deseo no está en el cambio de objeto, sino en la exploración conjunta de una gran variedad de placeres vinculados al amor, pero no exentos de otros afectos que a primera vista no son tan «loables».

La variedad no viene dada por las formas anatómicas en que se produce el entrelazamiento, sino por los significados que va descubriendo la pareja, y eso tiene que ver con el mundo afectivo. La manera en que se miran, lo que se dicen, lo que piensan. Estos detalles van otorgando la variedad. Hay parejas más audaces, donde la gimnasia sexual juega un papel importante, pero cuando a ella se suma la afectividad, la sexualidad es casi infinita.

La pareja puede incluso centrar su sexualidad exclusivamente en la búsqueda del placer. De lo que se trata es que no haya represión para estar dispuesto a vivir el sexo del placer por el placer, pero dentro de una sana complicidad de la pareja. Es decir, en un clima donde predomine el amor. Existe aquí una sutil contradicción, porque, por otro lado, cuando la sexualidad se carga sólo hacia el aspecto sensorial, el mundo afectivo va quedando soslayado, y al suceder esto, se pierde la variabilidad de la sexualidad apareciendo el aburrimiento.

9. La frecuencia de la relación sexual no es importante

Este tipo de parámetros para medir la calidad de una relación íntima tan profunda y compleja como la de pareja, promovida por esta sociedad materialista y de consumo, le ha hecho mucho daño a los matrimonios. La vida es más rica y creativa. La frecuencia no es lo importante. Tampoco la apariencia, a veces muy bien lograda desde el punto de vista estético, como se muestra en el cine. Lo fundamental son las vivencias personales, las fantasías, los afectos, la manera en que se involucra el mundo interno con su pasado a cuestas, con la creatividad, la soltura y el cuidado.

10. La integración femenina y masculina permite que la pareja viva con un grado mucho mayor de encuentro

No sólo es posible lograr una integración femenina y masculina, sino que es una condición necesaria para una comunicación real. En la medida en que el manejo de los dineros compartidos genere menos resentimientos, la distribución de roles en la crianza sea equilibrada y la participación en el trabajo sea justa, habrá mayor armonía, logrando una contención profunda, el enriquecimiento mutuo de los aspectos masculinos y femeninos será mucho mayor. El camino para lograr esa integración pasa por una adecuada identificación con ambos padres en la infancia; con sus pares y profesores en la niñez; por una apropiada educación sexual en la adolescencia; por una buena experiencia de enamoramiento en la adultez temprana, y por el cultivo de una buena relación de pareja.

LAS TRES EDADES DEL AMOR

Desde el instante en que las personas nacen buscan la unión amorosa con sus pares del otro sexo, atravesando por distintas etapas de vivencia del amor. Primero se acercan mediante la madre y el padre. Posteriormente, en la infancia y adolescencia los mueve la excitación sexual que genera el cambio hormonal, y ya de adultos emprenden la búsqueda de un compañero con el que viven un breve enamoramiento, el que con la madurez da lugar a la pasión afectiva. Este último paso es el más exigente de todo el proceso, ya que implica renunciar a amar al otro narcisísticamente para amarlo como es, en forma real. Su despliegue depende de la generosidad de la entrega, del propio respeto y dignidad defendida.

1. Infancia y pubertad: amores platónicos y pololeo

Llegamos al mundo con una tremenda sed de amar. Es la necesidad de apego, que toma la forma del amor por medio de ese encuentro estrecho de piel en común con la mamá, y luego menos intensamente con el papá. Es éste el amor que se funda en el sentimiento primario de seguridad en sí mismo y de la vida afectiva posterior. Y quienes lo ofrecen son aquellos padres cercanos que nos alimentan, protegen y cuidan cariñosamente.

Tal es el encantador amor de la infancia, que a poco andar elige al progenitor del sexo opuesto como su pareja, y compite con el del mismo sexo. Este triángulo funda las bases de la capacidad de amar en pareja cuando adulto.

A partir de la pubertad, intentamos reconstruir ese estado amoroso fascinante del pasado, pero ahora con la excitación sexual que proviene del torrente hormonal desatado y con un cambio en la dirección del deseo, ya desviado por la prohibición del incesto en la infancia. Esta vez no serán los padres el objeto del deseo, sino amigos o amigas cercanas que, de pronto, adquieren un magnetismo corporalizado.

Las fantasías, los escenarios imaginarios y sus personajes están cargados de esas idealizaciones infantiles del pasado que se van desplazando tímidamente hacia el camino de la erotización. Son vividas primero como ensoñaciones -habitualmente en secreto-, en las que se inventan relaciones cargadas de ilusiones y romanticismos con una amiga hermosa (heredera del «hada madrina») o un amigo tierno (heredero del «príncipe azul»). Muchos de éstos son llamados «amores platónicos», por el carácter irrealizable de la relación y la imposibilidad de conseguir al ser amado.

Poco a poco, movidos por el instinto, por los estímulos del ambiente y por las atrevidas propuestas del grupo de pares, este amor va adquiriendo un carácter francamente erotizado. El deseo y el placer se van anclando en el cuerpo: en la necesidad de tocar, abrazar, frotar, acariciar, besar; en la búsqueda de experiencias sensoriales y sensuales más intensas. El acento se va poniendo en el acceso al cuerpo del otro y su conquista. Este anhelo de vivir la experiencia concreta -de satisfacer la demanda de una excitación sexual instalada en las zonas erógenas y potenciada por la fantasía- lleva al adolescente a buscar emparejarse en pololeos, aventuras y affaires, todas entusiastas relaciones transitorias mezcla de ilusiones, romanticismos y necesidades hormonales. A medida que exploran esta forma de amor, muchachos y muchachas la van integrando poco a poco a la excitación sexual. De esta forma, construyen el deseo erótico, que es precisamente el móvil sexual propio de nuestra especie y que nos distingue de los animales. Nosotros no copulamos movidos desde la excitación sexual, hacemos el amor empujados por el deseo erótico. Éste es un desafío difícil para los jóvenes, que requieren más que nunca (y hoy lo hacemos menos que nunca) de padres cercanos y educadores que ayuden a poner límites y a contener emocionalmente este caótico y arriesgado período de la vida.

2. Entre los dieciocho y los treinta: el enamoramiento

Llegamos así a la adolescencia media, cerca de los dieciocho años. La búsqueda de pareja será más ambiciosa y definitiva. Ahora se espera a un compañero de ruta. Con un «mapa del amor» inconsciente que contiene deseos y anhelos acumulados por el pasado ya vivido, con una necesidad intensa de compañía donde los pares y la «patota» ya no bastan, se rastrea y escudriña buscando ese amor apenas esbozado.

A poco andar, el joven y la muchacha sienten que el otro llena sus expectativas, coinciden y se complementan perfectamente, tienen una misma mirada del pasado, del presente y del futuro. Creen que juntos podrán construir ese mundo que ambos buscaban, diferente al de sus padres, que ya no les satisface y quieren superar. Se protegen mutuamente y anhelan proyectarse a futuro en una relación que se instale más allá del presente.

Este amor es experimentado como algo misterioso. Aparece sorpresivamente, no es fruto del esfuerzo, y se recibe gratuitamente. Es vivido como un don de Dios, del destino o de la vida, y provoca en los enamorados un sentimiento de gratitud que los rebosa. En este rebosar de amor, la vida se les expande y el mundo se les amplía; puede que incluso juntos quieran cooperar en la construcción de una sociedad más humana y solidaria. Puede que se lancen más allá de la vida, cultivando unidos un proyecto trascendente: con Dios (si son creyentes) o también desde la política o desde su oficio, reforzados por ideologías u otras formas de compromiso. Los invade un sentimiento de renacimiento. La vida se les convierte en un «antes de ti» y un «después de ti». Son dos etapas diferentes en sus existencias, y la anterior la resignifican a la luz de la actual.

Es la amenaza de perder este estado de alegría y gozo lo que despierta la aprensión, inquietud y angustia típica de los enamorados, que les da ese aire aparentemente contradictorio de felicidad y sufrimiento. Tanta maravilla se les hace amenazante, porque la sola idea de perder el tesoro recién descubierto les resulta aterradora. De hecho, cuando acontece dicha pérdida en medio del enamoramiento es casi regla un duelo patológico, con las características de una depresión reactiva.

Los enamorados se miran a los ojos extasiados, buscando el placer de un encuentro en «comunión» permanente. La entrega mutua es total, no hay fronteras que los separen, y la unión es cercana a la simbiosis. Así es también su comunicación: abierta, transparente y auténtica.

El cuerpo del amado es idealizado y aparece como el más hermoso, el más sensual y el más excitante. Este estado mental promueve la integración de la excitación sexual al amor. Se busca la relación sexual como una forma de culminar con los cuerpos lo que se vive en la mente y en los afectos.

Sin embargo, esta forma de amar, aparentemente tan pura, es bastante infantil, un tanto exaltada e irreal y, en cierto sentido, loca. Está sustentada en la idealización de las cualidades del otro y en la negación de sus limitaciones y defectos. Y como la necesidad de que ese otro llene mi vacío es inmensa, se proyectan en él o ella anhelos propios y se inventan cualidades que a veces no tiene. Es una relación con un marcado tinte narcisista. Para una parte significativa de la mente, «no lo amo en cuanto un otro diferente, sino en cuanto es una prolongación de mí, que satisface mis expectativas».

Las dificultades que rodean a los enamorados son vistas con ingenuidad, se niegan los riesgos, se minimizan los inconvenientes. Es un estado mental en que predomina la exaltación, en una vorágine de entusiasmos donde se trata de que todo encaje, que nada eche a perder lo que se tiene, aun a costa de forzar la realidad. De ahí el gran riesgo de comprometerse en forma definitiva en este momento de la relación.

Esta forma de amar, fundamental para iniciar una relación profunda y comprometida, no acontece más de dos o tres veces en la vida. Y así, enamorándonos, buscamos la pareja definitiva. Una vez encontrada, y por lo general coincidiendo con la adultez joven, la relación cotidiana y el paso del tiempo agotan la idealización, y lo negativo del otro se impone. Como ya mencioné anteriormente, el enamoramiento nunca dura más allá de cuatro años. El desafío es transformarlo en una comprometida y profunda relación en base a la pasión afectiva.

3. A partir de los treinta: pasión afectiva

Si somos capaces de renunciar a la gratificación narcisista que nos brindaba ese estado mental exaltado, desarrollaremos otra forma de amor más desprendido, capaz de aceptar al otro en su totalidad y de asumir la realidad en toda su desnudez. En esta fase, lo que une en el amor es la pasión. Para no reducirla a la pasión carnal, la llamamos pasión afectiva. La calidad de ésta decidirá el pronóstico de una relación a largo plazo o definitiva.

Con la pasión afectiva nos instalamos en una relación en que se complementa un manejo saludable de la voluntad, con fines y valores en los que la pareja cree con fuerza y los cuales está verdaderamente decidida a cumplir. Como esta relación se proyecta a futuro en forma más aterrizada, es precavida y cultivada. Como integra permanentemente la dura realidad, es más reflexiva y menos impulsiva. Es una relación comprometida, igualmente fiel que el enamoramiento, pero con el paso del tiempo acepta flexiblemente un cierto grado de transgresión. En ella se integran los aspectos idealizados de la pareja con los aspectos negativos, los bonitos con los feos, y los comunes con los diferentes.

La pasión afectiva se caracteriza entonces por ser un amor generoso, donde se acepta al otro como alguien distinto a uno mismo, no se lucha desesperadamente por cambiarlo, y se disfruta del enriquecimiento que esta diferencia provee. Al mismo tiempo, cada uno se protege del otro con una clara asertividad y una firmeza cariñosa. Estos límites estrictos están al servicio de no dejarse pasar a llevar, y así, respetándose a sí mismo, se cuida el vínculo, en cuanto se evita una relación de sometedor/sometido que socava subrepticia o abiertamente la relación. Junto con esto, existe una gran motivación por conocer al otro y conocerse a uno mismo, para poder ampliar la sabiduría y creatividad muy necesarias para el último tercio de la vida.

En este contexto, la pareja se proyecta en el deseo de tener un hijo, con todos los deberes, las exigencias y el trabajo que este proyecto requiere. En este camino van construyendo una «moral en común», que les permite adscribirse al compromiso, las interdicciones y la lealtad que dicha relación exige. Esta moral compartida no debe ser agobiante, pero tampoco de un libertinaje que arriesgue lo esencial de la fidelidad. Al mismo tiempo, hombre y mujer van distribuyendo roles en la relación, basados en el principio de complementariedad (se usan las ventajas comparativas de cada uno al servicio de la tarea en común) y en el principio de sustituibilidad (se asumen las labores del otro cuando éste, por cualquier motivo, falla).

En esta etapa de la relación no vivimos la posibilidad de la pérdida de la pareja con ese carácter amenazante y angustiante propio del enamoramiento. No hay ansiedad de abandono, porque el vínculo es más seguro. El otro se ha ido instalando en mí, ya forma parte de mí; por lo tanto, bajo ninguna circunstancia es fácil que se vaya, ni siquiera cuando está ausente. A través del tiempo, la pareja ha ido construyendo un relato propio, una especie de leyenda, recordando sus inicios difíciles, sus luchas y sus triunfos. Esta historia del «nosotros» enriquece el presente.

Ahora la comunicación se va poniendo al servicio de la resolución de problemas que plantea el mundo externo y de los conflictos al interior de la pareja, derivados de su relación en la intimidad. La gratitud no proviene del «milagroso» encuentro que le permitió a la pareja descubrirse -como en el enamoramiento-, sino del aprecio y valoración de lo que han hecho el uno por el otro, de su entrega mutua en lo cotidiano y en los momentos difíciles, de la compañía leal, y de una historia de dar y recibir con el cuerpo y el alma.

La fuerza de la vida sexual se va desplazando desde la idealización de los aspectos externos del cuerpo hacia una idealización del mundo interno, de la personalidad del otro, y de la gratitud de lo vivido y compartido con él. El cuerpo adquiere una geografía de significados personales. Esta idealización madura energiza la fuerza del deseo sexual, y en un clima de confianza y de conocimiento mutuo cada vez mayor, posibilita la exploración de derivados de la sexualidad más atrevidos, que van creando un clima de complicidad en la pareja. Enmarcados en un juego erotizado, ellos se atreven ahora a indagar en horizontes matizados por la agresión, la angustia y el dolor, que potencian la excitación, pero que son difíciles para una pareja recién formada. Estas experiencias pueden enmarcarse dentro de las «locuras privadas» que se permiten las parejas sólidas, las cuales terminan siendo contenidas por el predominio amoroso, dejando en ellos una reconfortante huella: frente a las amenazas, los riesgos, la agresión y el odio, el amor todo lo puede.

Esta forma de amor es más plena y más perdurable en el tiempo, si bien no tan entretenida como el tobogán del enamoramiento. Requiere más trabajo emocional, más entrega y menos omnipotencia frente a lo que la limitada realidad nos ofrece. Un malentendido que hace mucho daño a las parejas casadas es la frustrada expectativa de vivir en enamoramiento, en una etapa que sólo se puede dar a ratos. A raíz de dicha frustración se incuban la rabia y el resentimiento, los que impiden el desarrollo de lo pertinente: la pasión afectiva. Y, como consecuencia, el vínculo se deteriora.

Los seres humanos somos imperfectos, y amamos con esa misma imperfección. Ninguna de estas formas de amar que he descrito es pura; a ellas se les suman el egoísmo, el odio, la envidia, el narcisismo y todas aquellas inmadureces que van quedando en el camino y a las que siempre nos atrae regresar. Es cierto que intentamos hacer un camino de crecimiento cada vez más generoso y desprendido. Pero, en realidad, la mayor parte de nuestra vida la pasamos yendo y viniendo, entre todas estas formas de amor de pareja. En la adultez amamos como adolescentes y a veces infantilmente, mezclando diversos grados de enamoramiento y de pasión afectiva.

Sin embargo, empujados por la fuerza de la vida, nos esforzamos por crecer hacia grados mayores de madurez. Desde que nacemos, la mente busca la unión amorosa con el otro sexo. Al comienzo para consolidar el apego valiéndose de la libidinización que despierta el contacto con el cuerpo de la madre y del padre. Luego, explorando el mundo más allá de los padres, acicateados por la excitación sexual que gatillan las hormonas. Enseguida, para llenar el vacío que deja la sana separación de la familia de origen, buscando un nuevo rumbo con el enamorado. Y desde aquí viene el salto más exigente del proceso: renunciar a amar al otro narcisísticamente para amarlo como realmente es. Este amor apasionado y afectuoso se inicia en la adultez y madura durante el resto de la vida. Su despliegue depende de la generosidad de la entrega, del propio respeto y dignidad defendida, como también del deseo de conocer en profundidad el sentido de nuestra existencia en medio del vínculo, a través del otro y de mí mismo.

LO QUE NO HAY QUE OLVIDAR

He señalado en varios escritos que son cuatro los pilares fundamentales del amor sexual estable que determinan la calidad y el pronóstico de una relación a largo plazo: la comunicación, la contención mutua, la vida sexual y los proyectos comunes. Sin embargo, este último, es particularmente olvidado por la pareja, ya que a pesar de que los proyectos conjuntos están siempre presentes en una relación, no siempre lo hacen de modo manifiesto, y esto lleva a que sean un motivo habitual de conflicto.

Entre los diversos proyectos que emprende la pareja está la resolución de problemas que tienen relación con la satisfacción de necesidades mínimas, como, por ejemplo, el lugar dónde se va a vivir o cuánto dinero se destinará a los pasatiempos. Asimismo, el deseo de tener hijos, con lo cual, la pareja muestra su mirada personal e íntima, acuerda las habilidades y destrezas que considera que el niño debe desarrollar en la vida, los principios y los valores que le van a inculcar.

La inserción grupal y social es otra aspiración común de la pareja. Es decir, cómo resuelve su incorporación a la sociedad manteniendo la propia autonomía a través del trabajo, las relaciones de amistad y las instituciones. La pareja también busca ir más allá de sí misma, porque si se encierra en ella se aleja; por ello además está preocupada de un sentido de trascendencia, el que puede tener un carácter religioso, solidario o político.

La moral común es otro proyecto conjunto. Ambos miembros de la pareja tienen que plantearse una normativa propia frente a las tentaciones y a las ansias de satisfacer deseos que pueden estar en oposición a sus aspiraciones; por ejemplo, la fidelidad. Un principio sobre el que existe bastante acuerdo se refiere a lo perjudicial que puede resultar el tener sexo con un tercero. Las parejas definen sus reglas y en el «área chica» hacen ciertas concesiones. El grado de flexibilidad de ese rayado de cancha dice mucho acerca de la calidad de la relación.

Por último, otro aspecto del proyecto de pareja tiene que ver con los hobbies y pasatiempos y en establecer cuánto espacio hay para actividades independientes y cuánto para acompañarse en favor de la familia.

Diversos pasos pueden ayudar a crear proyectos comunes sólidos y exitosos en el largo plazo:

1. Explicitar acuerdos

En el momento de adquirir el compromiso definitivo, es importante explicitar los roles de cada miembro de la pareja, especialmente en aquellos asuntos relacionados con la adecuada distribución de poder; por ejemplo, en todo lo vinculado al dinero y a la crianza de los hijos. De este modo, es posible llegar a acuerdos y evitar la improvisación en el camino, ya que no hay que olvidar que el ser humano posee una tendencia a controlar o dejarse controlar, y el proyecto de pareja sigue siendo un área de la relación muy sensible al machismo. Explicitar el proyecto garantiza que cada uno tendrá los mismos derechos y deberes, y que será fruto de algo pensado y conversado previamente.

La calidad de la elección de pareja también es esencial en el éxito de un proyecto común. Debe haber ciertos grados de concordancia, es decir, rasgos en común que los sintonizan, pero también debe existir complementariedad; que el otro tenga características que yo no tengo. Parejas excesivamente concordantes corren el riesgo de la apatía y el aburrimiento. Por el contrario, parejas excesivamente complementarias corren el riesgo de la lejanía y el desencuentro.

Cuando existe envidia solapada entre hombre y mujer, se impide el desarrollo de la gratitud. Puede haber envidias del hombre al mundo femenino-maternal y envidias de la mujer al mundo masculino de sus logros, y entonces lo que ahí se da es una falta de aprecio. Ni uno ni otro valora el rol complementario, y esto afecta la calidad de los proyectos comunes, pero también la contención emocional recíproca. Por eso son tan importantes el respeto y el aprecio mutuo, ya que ayudan a evitar una distribución rígida de roles.

2. Tener expectativas aterrizadas

Esperar más o menos de la relación es un asunto de conflicto recurrente en las parejas. Las expectativas idealizadas siempre estarán expuestas a la frustración, pero la capacidad que cada uno tenga de aterrizarlas y de tolerar dicha frustración influirá en el éxito o fracaso de la pareja.

Es inevitable crearse expectativas idealizadas durante el período de enamoramiento. Uno asume que el otro le puede dar más de lo que realmente puede y viceversa. El proceso de aterrizaje implica frustración pero si lo vivimos de manera tal que la renuncia sea un acto generoso, y no un acto autoimpuesto que nos llene de resentimiento, la relación crece y madura. El aterrizaje de expectativas requiere de una renuncia, pero cuando existe poca capacidad de sacrificio, se culpa al otro de ser la causa de la frustración, aparecen la descalificación y el ataque al vínculo, y empieza entonces el deterioro de la relación.

Sin embargo, toda expectativa necesita también del paso del tiempo, que es lo que permitirá aprender a renunciar a deseos que no se pueden cumplir y concentrarse en el desarrollo de los que sí se pueden alcanzar. De hecho, algunas parejas tras varios años juntos se dan cuenta de que tuvieron muchas discusiones y que pese a ello lograron salir adelante. Por el contrario, hay otras que creen que su separación se debió a que tenían proyectos muy disímiles en cuanto al estilo de vida que deseaban llevar, pero cuando uno se interioriza más en su relación, nota que esa diferencia de estilos provenía de la lejanía mutua y de los resentimientos acumulados, que a esas alturas les impedía renunciar a ciertas gratificaciones en favor de agradar al otro. Por lo tanto, ahí lo que estaba fallando es el amor.

3. Saber modificar los proyectos

Los proyectos que tiene la pareja son a largo, mediano y corto plazo, pero pueden sufrir cambios dependiendo de las circunstancias. Es por este motivo que la pareja debe tener flexibilidad para modificar los antiguos proyectos y asumir otros nuevos.

Por lo general, las modificaciones están relacionadas con los planes a corto plazo, porque en el largo plazo no se ha alterado la intención de construir una relación en la cual se criarán hijos, habrá preocupación por satisfacer los requerimientos materiales o incorporarse a la sociedad de una determinada forma.

Un momento muy importante en que los proyectos cambian cualitativamente es cuando la pareja se separa. Muchos de éstos se vienen abajo, pero hay uno que se mantiene: el de los hijos. Los proyectos entonces quedan reducidos únicamente al de familia.