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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Jessica Steele

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Duelo de corazones, n.º 1641 - noviembre 2019

Título original: A Suitable Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-648-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

No era extraño que Jermaine se quedara trabajando hasta tarde. Su trabajo era variado, pero se centraba fundamentalmente en organizar y gestionar los informes que los grandes ejecutivos y vendedores hacían cuando visitaban las oficinas de Londres.

Aquella semana, además, no tenía ningún motivo en particular para querer volver a casa.

Llevaba tres meses saliendo con Ash Tavinor, pero las últimas dos semanas él había estado en Escocia por negocios y no se habían podido ver.

Jermaine sonrió al pensar en Ash. Había echado de menos su rostro risueño. Tenía ganas de volver a verlo. Era un hombre alto y guapo y, hacía un mes, había sacado el tema de establecer un compromiso entre ellos. También le había dicho que era excesivamente tradicional, pues no estaba dispuesta a que fueran amantes.

Desde que lo había conocido, Jermaine había empezado a preguntarse si habría llegado el momento de variar la decisión que había tomado seis años atrás, cuando su hermana Edwina le había robado a su primer novio, Pip Robinson.

Jermaine recordaba el dolor que había sentido entonces y reconocía que no había sido el engaño de él, sino la traición de su hermana lo que realmente le había hecho daño.

Pero Pip no había sido el único novio que su hermana le había robado.

Jermaine se hizo un poco de café, mientras recapacitaba sobre aquella decisión, que en un momento dado había tomado, de no asumir el tipo de compromiso que Ash le pedía.

Sonrió. Pero todo aquello había ocurrido antes de conocerlo a él. Cuando ya llevaban un mes saliendo juntos, se había empezado a plantear que tenía que presentarle a su hermana y asumir el riesgo de que todo se destruyera.

Pero el encuentro entre Edwina y Ash había llegado por casualidad, un día en que Jermaine y él habían ido a visitar a los padres de ella.

Al llegar a la casa, Jermaine se había puesto muy nerviosa al ver el deportivo de su hermana aparcado a la puerta.

–Mi hermana está aquí –la había dicho a Ash, temerosa de entrar en la casa en la que había nacido.

Pero aquel encuentro casual le había demostrado que no tenía de qué preocuparse. Ash había sido cortés y amable tanto con sus padres como con su hermana, pero nada más. A Jermaine no le había pasado desapercibida la actuación de Edwina: su sonrisa, sus miradas y su atención extrema hacia él, a las que Ash había respondido con indiferencia.

Lo primero que le había preguntado Edwina había sido su profesión.

–Trabajo en la empresa de software de mi hermano: International Systems. No sé si has oído hablar de ella.

Edwina no la conocía, pero Jermaine sabía que no tardaría mucho en averiguarlo todo sobre aquella compañía. A su hermana le gustaba el dinero, y no le habían pasado desapercibidos los zapatos caros de Ash.

El dinero había sido también el motivo de que visitara a sus padres aquella tarde. Estaba sin blanca, y Jermaine sabía que su padre ya le habría dado un cheque para alimentar su desnutrida cuenta.

Habían pasado más de dos meses desde aquel lejano domingo. Jermaine había ido a ver sus padres en un par de ocasiones más, una de ellas para cuidar de su madre, que estaba con gripe. Pero de su hermana no había vuelto a saber nada.

Pensó en sus padres mientras se comía una tostada con queso.

Sabía que ella no era la favorita de su padre. Su madre, sin embargo, siempre había tratado de no mostrar preferencia por ninguna de sus hijas. Sin embargo, al recordar lo sucedido con Pip Robinson, también se acordó de cómo le había dolido a su madre lo que su hermana de veinte años le había hecho, y cómo había tratado de consolarla.

–¡Edwina no lo quiere! –había repetido una y otra vez Jermaine en aquellos momentos–. Solo porque es guapa…

–Tú también eres guapa –le había dicho su madre, sorprendiendo a Jermaine.

–¿Yo? –ella se sentía como un palo delgado, todo brazos y piernas.

–Sí, tú –le había dicho Grace Hargreaves mientras la abrazaba–. Poco a poco, tu cuerpo se va llenando en las partes adecuadas. Date un año y verás. Vas a ser despampanante.

Jermaine sabía que su madre nunca mentía, pero de ahí a poder creerse que iba a ser «despampanante» había mucha distancia.

–¿No piensas que el color de mi pelo es un poco raro?

–No, cariño. Tienes un pelo precioso.

Después de un par de años, Jermaine había aprendido a amar su pelo rubio claro y había acabado por admitir que tenía las curvas precisas.

No obstante, durante todo aquel tiempo, su hermana no había dejado de echarle la zarpa a todo hombre que Jermaine llevaba a casa.

Aquello dejó muy claro que, aunque solo había cuatro años de diferencia entre ellas, eran muy distintas en carácter.

Edwina era interesada y materialista, y lo había demostrado cuando la situación económica de sus padres sufrió un revés importante.

Jermaine tenía dieciséis años entonces y se había buscado inmediatamente un trabajo, mientras su hermana había dejado bien claro que no tenía intención alguna de trabajar para vivir. Su padre se lo había permitido.

Después de que un par de novios más cayeran en las garras de su hermana, Jermaine decidió no volver a comprometerse y no estaba dispuesta a irse a la cama con nadie hasta que le demostraran que solo la querían a ella.

La verdad era que Ash era diferente a todos los hombres con los que había salido hasta entonces. Su gusto había cambiado. Suponía que tenía que ver con eso de ir haciéndose mayor.

Hacía un par de años, la compañía para la que trabajaba le había ofrecido trasladarla de Oxford al cuartel general en Londres, una oferta tentadora y halagadora. Por aquel entonces, después de haberse marchado varias veces de casa, Edwina había regresado y vivía con ellos. Para Jermaine era un verdadero suplicio convivir con su hermana y, por lo que parecía, esta no estaba dispuesta a volar del nido otra vez.

–¿Te importaría mucho que me marchara? –le había preguntado Jermaine a su madre poco antes de partir.

–Te vas a Londres, no al fin del mundo –le había respondido su madre.

Así que Jermaine decidió irse y alquilarse un pequeño apartamento en la gran ciudad.

Después de dos años en Londres, Jermaine era muy considerada y valorada en la compañía, y a ella le encantaba su trabajo.

Hacía tres meses, en una fiesta en casa Stuart Evans, un compañero de oficina, conoció a Ash Tavinor. Desde el principio habían congeniado y a Jermaine no la sorprendió que, a los pocos días, la llamara para salir.

Cenaron juntos y Ash le contó que había vendido su piso y estaba temporalmente en casa de su hermano Lukas.

–Tanto él como su esposa son muy amables por tenerte allí como huésped –dijo ella, pero él le respondió que su hermano no estaba casado.

Un mes después de conocerse, había tenido lugar la visita a sus padres y el encuentro con Edwina. Al ver que él no quedaba prendado de sus encantos, Jermaine había empezado a interesarse más por Ash.

Tenía la sensación de que estaba siendo excesivamente cabezota al no querer dar su brazo a torcer en lo del compromiso. Ash había demostrado ser de confianza. Quizás había llegado el momento de que ella…

En ese instante, sonó el teléfono. Se apresuró a responder.

–¿Diga?

Era Ash.

–Jermaine… –dijo él, con un tono de voz inesperadamente frío. Ella se alegró de oírlo. Estaba ansiosa por preguntarle qué tal estaba, qué tal iba su trabajo y cuándo iban a volver a verse. Pero intuyó que algo no andaba bien–. Jermaine…

–¿Qué pasa? –preguntó ella, dispuesta a ayudarlo si tal cosa era posible.

–He estado retrasando esta llamada… –le confesó. Por su tono de voz estaba claro que habría preferido estar hablando con cualquier persona menos con ella. De pronto, el mundo se le cayó encima. Su silencio durante aquellas últimas dos semanas le pareció repentinamente extraño y sospechoso–. Verás, la cuestión es… –las palabras no le salían–. Lukas llegó inesperadamente el sábado.

Ya estaban a lunes.

–¿Me estás llamando desde tu casa? ¿Desde la casa de tu hermano? –preguntó Jermaine–. ¿Ya has vuelto de Escocia?

Hubo un silencio tenso al otro lado del teléfono.

–Nunca me marché a Escocia.

¿Había estado fuera, pero no en el lugar que le había dicho?

–¿Cambiaste de planes?

–La verdad es que nunca tuve intención alguna de irme a Escocia.

–¿Qué…? ¿Me mentiste?

–No… no pude evitarlo –admitió Ash. Jermaine se quedó atónita, pero las siguientes tres palabras fueron suficientes para que lo comprendiera todo–. Edwina y yo…

–¿Edwina? –dijo totalmente atónita–. ¿Mi hermana?

–Nos hemos enamorado, no lo hemos podido evitar…

–¿Has estado saliendo con Edwina? –Jermaine no lo podía soportar–. Todo este tiempo has estado saliendo con mi hermana…

–No empezó como una cita normal –dijo Ash rápidamente.

Jermaine se estaba controlando como podía.

–¡Claro, empezó el día que te la presenté en casa de mis padres!

–¡No! –protestó él–. Un día Edwina estaba cerca de aquí, en Highfields, y se hizo un esguince. Me llamó porque no sabía qué hacer…

Jermaine, que no había tenido noticias de su hermana en los últimos dos meses, sabía a ciencia cierta que no le había dado el teléfono.

–Pero, por supuesto, tú sabías exactamente qué hacer.

–Sí –respondió él.

–Pero no me dijiste nada del esguince de Edwina.

–Me pidió que no lo hiciera. Pensó que te enfadarías con ella por haberme molestado. Así que me pidió que lo mantuviéramos en secreto.

¡Qué considerada!

–Así que le pediste que saliera contigo ese día y…

–No, no fue así. Edwina encontró un guante en el coche, que era de tu padre, pero eso no lo sabía aún. Creyó que era mío, así que se presentó en mi oficina. Como era la hora de comer, ella insistió en invitarme a un restaurante, para resarcirme por las molestias que me había causado. El fin de semana después de aquello no pude verte, porque te fuiste a cuidar a tu madre, y…

–¡Gracias por haber tenido la decencia de decírmelo al fin! –le dijo Jermaine. No quería saber nada más–. Adiós, Ash.

–¡Un momento! –gritó él con pánico antes de que colgara–. No ha sido por eso por lo que he llamado.

Jermaine dudó un momento. Necesitaba tiempo y espacio para enfrentarse a lo que su hermana le había vuelto a hacer.

–¿Entonces?

–Edwina ha tenido un accidente.

De pronto, se asustó. No le gustaba particularmente su hermana, pero eso no evitaba que la quisiera a pesar de todo.

–¿Qué tipo de accidente? ¿Está mal herida? ¿En qué hospital está?

–No está en ningún hospital. No es nada serio. Está aquí, en Highfields.

–¡En Highfields! ¿Está en casa de tu hermano?

–Verás, hemos pasado unas pequeñas vacaciones juntos aquí –le confesó Ash–. Ella pensaba haber vuelto a su casa ayer, pero…

¡Edwina había estado de vacaciones con Ash! Jermaine estaba realmente desconcertada y dolida. Se suponía que ya no le afectaba nada de lo que Edwina hiciera. Pero entonces, quizá era lo que le había hecho Ash lo que le dolía de verdad.

¡Todo aquello había ocurrido mientras ella pensaba que él estaba tan ocupado con su trabajo en Escocia que no tenía ni tiempo de buscar un teléfono!

Pero Edwina estaba herida y tenía que pensar en eso.

–¿Qué tipo de accidente ha tenido?

–Como ya te he dicho, Lukas apareció por sorpresa el sábado, después de estar un mes fuera. Para darle la oportunidad de estar a solas un rato, me llevé a Edwina a montar a caballo a unos establos que hay cerca de aquí. Pero el caballo que le tocó tenía más temperamento del que debía, y se puso a galopar sin previo aviso. Cuando los alcancé, Edwina estaba ya en el suelo y se había hecho daño en la espalda.

–¿Qué ha dicho el médico? –preguntó Jermaine con cierta urgencia.

–¡Pobrecita! ¡Es tan valiente! Se ha negado a ver al médico.

–¿Que se ha negado? ¿Y puede andar?

–Sí, claro que sí. Pero con mucha dificultad. Entre la señora Dobson, que es la asistenta, y yo, conseguimos llevarla hasta el dormitorio. Insistió una y otra vez en levantarse pero, cuando se desmayó, le prohibí que se moviera.

¡Desmayarse! ¡Qué oportuno por su parte! Siempre hacía eso cuando quería conseguir algo. Recordaba cómo a sus dieciséis años había montado un numerito similar con el que obtuvo un bonito coche deportivo que se le había antojado.

–Hasta hoy, la señor Dobson se ha encargado de Edwina, pero ahora está ocupada y, aunque sé que puede parecer que tengo un descaro espantoso, tengo que preguntarte si puedes venir a cuidar de tu hermana.

Lo de «un descaro espantoso» era una forma muy suave de decirlo.

–Quiero hablar con ella –dijo Jermaine con frialdad.

–Verás, es que no sabe que te estoy llamando –dijo Ash–. Yo no quería hablar contigo, después de lo sucedido. Pero Lukas ha preguntado qué familia tiene Edwina y ha asumido que podrás venir a ocuparte de ella.

–¡Espera un momento! ¿Pretendes que me vaya hasta Highfields para cuidar de ella? Tengo un trabajo, ¿sabes? No puedo dejarlo todo.

–Pero Edwina es tu hermana –Ash parecía realmente aterrado.

–También es tu novia –dijo ella, ya casi completamente convencida de que su hermana estaba haciéndose la víctima por algún motivo aún por averiguar.

Jermaine dio así por zanjada la conversación y colgó el teléfono sin más.

De pronto, recordó que su hermana siempre llevaba su teléfono móvil. En cuestión de segundos, ya estaba marcando su número.

–¿Diga? –preguntó una voz dulce y totalmente femenina.

–Gracias por quitarme a Ash. ¿Qué tal tu espalda? –le preguntó Jermaine.

–¿Te ha llamado? –Edwina estaba claramente ofendida, pues el tono meloso de su voz había sido sustituido por otro mucho más arisco que, seguramente, Ash aún no había oído.

–¿Cómo no iba a llamarme, cuando te ve sufrir de ese modo? –dijo con doble intención.

–Querida hermana, deberías ver a su hermanito… –le dijo Edwina.