GuíaBurros Las flores de tu jardín interior

Sobre el autor

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Alain Bert, de nacionalidad francesa, es ingeniero en Telecomunicaciones y se doctoró en la Universidad de Stanford (USA). Fue responsable del departamento I + D de una importante empresa de electrónica y fue autor de numerosas publicaciones sobre esta especialidad. Paralelamente ha realizado varias investigaciones en el ámbito de las religiones.

Además de la cultura cristiana a la que pertenece, conectó con distintas tradiciones como el budismo, la sabiduría de la India y con distintas cofradías sufíes. Actualmente participa en una Escuela asentada en las raíces de la Tradición.

Como creador artístico ha expuesto durante muchos años en galerías de arte contemporáneo en Francia y en otros países.

Su experiencia también se basa en asumir responsabilidades en una ONG humanitaria.

Agradecimientos

Agradezco al señor Jean-Louis Giard, mi editor de la versión francesa, por su apoyo y la calidad de su trabajo, así como a mi amigo Gérard Donnadieu que me dio a conocer.

Gracias a Katia Ugolini por todo lo que me ha enseñado sobre muchos de los temas tratados en este libro, especialmente lo relacionado con el antiguo Egipto y por el apoyo permanente de su afecto.

Mi agradecimiento a Sebastián Vázquez por llevar a cabo la edición en español de este libro y por su estimulante amistad.

Y a Andrés Guijarro por su excelente traducción al castellano. Doy gracias al fundador de la Escuela DOM, cuya presencia cruza las líneas de este libro.

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Prólogo

Alain Bert nos regala en este libro una pequeña joya que une ética y estética. La ética entendida como alta forma de pensamiento de parte de un autor sabio y experimentado, la estética se muestra en la precisa y sutil forma literaria que utiliza en la que está muy presente su condición de artista plástico.

Los temas que trata son universales: el amor, el alma, el corazón, la consciencia, el espíritu…, pero casi más importante que lo que dice, reside en cómo lo dice. Alain apela a su profundo conocimiento de la espiritualidad viviente en las distintas religiones para proponernos reflexiones profundas que nos ayudan a desentrañar y comprender temas complejos y que él logra convertirlos en fáciles y asequibles.

No podemos definir esta obra como un libro de autoayuda, pero permitirá al lector encontrar valiosas reflexiones respecto a su desarrollo personal y a su vivir en el día a día; tampoco es un libro de espiritualidad, pero también permitirá al lector acercarse a la idea de trascendencia y a su propia religiosidad personal. No es tampoco una obra intimista, sin embargo ayudará a quien se adentre en sus páginas a posicionarse en soledad frente a sí mismo independientemente de las creencias que profese; no podemos definirlo como un libro de filosofía, pero destila sabiduría y pensamiento profundo. Todo ello expresado de un modo sencillo. No es fácil.

El autor utiliza el universal símbolo de las flores para invitarnos a visitar nuestro jardín interior en una metáfora tan poética como útil a la hora de conducirnos en el viaje que nos propone. Un viaje en el que discretamente nos sugiere la importancia de hacernos las preguntas correctas antes de buscar respuestas.

Las referencias que utiliza son tanto clásicas como modernas, aunque los temas propuestos son intemporales y lo mismo apela a la sabiduría del antiguo Egipto, como a las religiones de Oriente o a autores contemporáneos occidentales.

El resultado final es el de una obra hermosa y atrayente, un libro de los que se definen como “de cabecera” para leer sosegadamente, para disfrutarlo y aprender, para degustarlo y metabolizar su contenido.

Obras de este tipo no son frecuentes así que solo queda felicitar al autor por su excelente trabajo y a los lectores porque, sin duda, podrán sacar un gran provecho de su lectura. Enhorabuena.

Sebastián Vázquez

Introducción

¡Cuántas flores a nuestro alrededor! Y sin embargo, la fidelidad de su presencia casi nos hace ya no verlas: son parte del paisaje. Las miramos, pero desde la distancia. Afortunadamente, todavía nos acercamos a ellas para observarlas e impregnarnos de sus colores, para oler sus perfumes. Los senderistas, que saben conmoverse por la belleza de la naturaleza, a menudo están dispuestos a hacerlo. También científicos, como Hubert Reeves, están descubriendo maravillas para estudiar. Es más que un placer: algo muy gratificante. Como si la flor nos estuviera transmitiendo un poco de su conocimiento. ¡Da sentido a todo el jardín!

Este simbolismo, a un tiempo poético y científico, nos permitirá abordar otro tema que es el objeto de este libro. Para evocar nuestras preguntas esenciales, como lo han hecho los filósofos o las religiones durante mucho tiempo, o más ampliamente cada uno de nosotros, se utilizan palabras importantes que a menudo aparecen en los textos que leemos, en las enseñanzas que escuchamos o más simplemente en las discusiones entre nosotros. Se insertan en la oración, ayudando a embellecerla, sin que prestemos atención a su verdadero significado. Pero son palabras de gran importancia, debido a las resonancias que generan a causa de su uso, que se remonta a tiempos a veces muy antiguos. Me propongo aquí considerar estas palabras, que se expresan en estas frases, como tantas flores que se expresan en campos y jardines. En lugar de seguir contemplándolas a distancia, aquí también se puede experimentar la necesidad de observarlas más de cerca: ¿qué es lo que realmente me dicen? Esto ocurre cuando, durante una conferencia o leyendo un libro, reaccionamos ante el uso que hace el autor de manera perentoria, como si se tratara de algo evidente. ¿Con qué frecuencia oímos, leemos y usamos por hábito, palabras tales como: corazón, amor, conciencia, espíritu, alma, esencia, verdad, conocimiento…? Algo en nosotros se rebela: ¿pero qué significa esto realmente para mí? Esta reacción aflora y desaparece la mayor parte del tiempo con bastante rapidez, pero deja su peso de perturbación. Continuamos, después de tranquilizarnos con la idea de que es inútil detenerse. Sin embargo, estos obstáculos que acumulamos sin darnos cuenta nos impiden ver claramente sobre nosotros mismos y obstruyen el camino de nuestra búsqueda interior. Aceptarlos porque estas expresiones son utilizadas por otros, especialmente por personas hacia quienes tenemos el mayor respeto, nos coloca de forma insidiosa en un estado de dependencia.

Cada ocasión en que se siente esta necesidad es una etapa: tomarse el tiempo para prestar atención a palabras tan importantes; ver las razones de su atracción, que nos lleva a usarlas. Después de este camino que recorreremos juntos, pero que cada uno puede recorrer también por sí mismo, conservaremos en la memoria el olor de la verdad que se esconde detrás de ellas. Entonces, si esto ha permitido progresar en la búsqueda del significado profundo que tienen «para mí», es posible e incluso deseable olvidarlo todo: se ha integrado de modo natural de la vida, y ya no tenemos necesidad de formularlo. Entonces nos volvemos capaces de acoger nuevamente, con simplicidad y con una forma de inocencia, lo que la vida y nuestro corazón nos ofrecen para enriquecerlos, así como de dirigir de nuevo nuestra mirada hacia una flor que ya hemos tenido la ocasión de analizar y admirar. Así hacemos vivir el Jardín de nuestra vida interior.

De entre estas importantes palabras, elegí en este primer libro las siguientes: el corazón, el amor, la conciencia, el espíritu, el alma y la vida interior. Cada palabra sintetiza un dominio completo de significado que exploraremos. Esto requiere un esfuerzo especial de atención para sentir la belleza de lo que evoca.

Alain Bert

La rosa roja

El corazón

A lgunas flores se expresan bajo diferentes formas y con una variedad de colores, como la rosa. Lo mismo sucede con una palabra cuya omnipresencia es, como mínimo, notable: el corazón. ¡Esta es sin duda la flor más importante del Jardín de nuestra vida interior! ¡Con cuánta frecuencia lo usamos sin darnos cuenta: «si el corazón te lo dice», «tener el corazón oprimido», «ponerse la mano en el corazón», y tantas otras ocasiones! Una palabra que alimenta tantas expresiones, con este encanto poético, es evidente que contiene algo importante cuyo valor exacto se nos escapa. Sin duda, es interesante tomarse su tiempo para buscarlo, del mismo modo que uno se acerca a la rosa para observarla y sentir su olor. En el centro veremos un órgano que realiza una función esencial, y en los pétalos de la periferia, formas coloridas y fragantes que evocan símbolos poderosos, y que participan en nuestra vida de una manera muy operativa.

¡Qué función tan misteriosa, en efecto, la del corazón en nuestro cuerpo! Al comienzo de nuestra vida, en nuestro estado embrionario, las células cardíacas comienzan a vibrar desde el vigésimo primer día; al final, el signo clínico de nuestra muerte es el cese de su funcionamiento. Entre los dos, nos acompaña constantemente con su ritmo generalmente tranquilizador, y a veces inquietante. ¡Básicamente, es un compañero! Nos sigue discretamente a todas partes. Proporciona la medida; marca el ritmo; no juzga: ¡todas las cualidades de alguien que ama!

Por tanto, creemos que lo conocemos bien. En la vida cotidiana, todo este funcionamiento parece ser evidente, excepto en ciertos momentos determinados de alegría o preocupación, o cuando sentimos una anomalía en su comportamiento. Pero también sabemos que nuestra vida depende de él. Vivimos de forma más o menos consciente esta magia de algo que funciona por sí mismo. Sin embargo, el hecho de que seamos esencialmente para nada debería hacer que lo viéramos y lo viviéramos como un don precioso: la vida que percibimos a nuestro alrededor está asociada con los latidos de nuestro corazón, es decir, a este don que nos fue dado desde nuestro nacimiento.

Pienso en nuestros remotos antepasados, que lo ignoraban todo acerca de su fisiología. Intentemos ponernos en el lugar de uno de ellos. Debe haber sentido algo moviéndose en su interior, como si hubiera un ser vivo allí. Debe haber sido impresionante: ¡hay alguien aquí, en el centro del pecho, como si fuera un niño pequeño! No deja de tener interés volver a encontrar esa sensación. Desde allí, por supuesto, puedo volver a la imagen fisiológica de inmediato. Pero también puedo, por el contrario, amplificar este sentimiento de que hay alguien allí, y así tomar conciencia de una presencia, en el origen de mi vida. Y si sentimos que nuestras emociones vienen del corazón, no es solo porque esos latidos pueden acelerarse, sino también porque parece ser una cosa viva dentro de nosotros. ¡Así que, de vez en cuando, podemos permitirnos enamorarnos de nuestro corazón! ¡Y él responde de inmediato!

Helo aquí también, manifestándose cuando uno ama a alguien: es allí donde uno siente la aparición de un deseo, de una espera, de un impulso. ¡Ay! ¡La respuesta del otro no siempre satisface! Y es precisamente en este lugar donde un enfoque personal se vuelve rápidamente necesario para resolver esta tensión y hacer que el amor y la libertad puedan coexistir. Encontrar el equilibrio. ¿No se dice que el maestro está en el corazón? «El corazón tiene sus razones», dijo Pascal. Comienzo del aprendizaje del «sí a lo que es», tan apreciado por Arnaud Desjardins. Para él, la función del corazón es decir SÍ. Es por tanto inútil abordar un contexto de religión o de lo que se llama espiritualidad: es un hecho. Y relevante para observar muy concretamente frente a un evento, grande o pequeño, al que se debe responder: uno no dispone del tiempo de un pensamiento y es allí donde se realiza la respuesta, instantáneamente, con un sí o un no.