INTRODUCCIÓN

HACERSE PRÓJIMO

 

LUCIANO SANDRIN

 

 

«¿Quién es mi prójimo?». Esta es la pregunta que un doctor de la ley dirige a Jesús, pidiéndole que concrete la invitación y el mandamiento que reza: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Jesús no hace un listado de los posibles candidatos a prójimo, sino que cuenta una parábola, la del buen samaritano, subrayando que el problema no está tanto en detectar anticipadamente a las personas a las que hay de amar y ayudar cuanto en «hacerse próximo», conmoviéndose hasta las entrañas ante cada persona necesitada.

En un hermoso libro sobre la parábola del buen samaritano, Bruno Moriconi escribe: «Jesús quiere hacer entender que, así como en el Decálogo está prohibido hacerse una imagen de Dios para no correr el riesgo de confundirlo con un ídolo, así está prohibido hacerse una imagen del propio prójimo, dado que este es cualquier persona». Aún más, él dice al escriba y a quien quiera ser discípulo suyo que «eres tú el que debe “hacerse” prójimo de cualquier persona» 1.

La parábola de Lucas es una invitación a la acción: a la pregunta del escriba sobre qué debe hacer para llegar a la vida eterna, Jesús responde que hay que hacer lo que ha hecho este samaritano.

Sin embargo, es interesante observar que el centro de atención en la parábola se desplaza de la persona del ayudado a la persona del que ayuda, del amar al otro al cómo traducirlo en la práctica y a quién debe llevarlo a cabo, del prójimo que es el otro al cómo puedo yo hacerme prójimo. Para saber quién es mi prójimo debo hacerme prójimo: el conocimiento nace de la experiencia, la teoría de la práctica y de las preguntas que esa misma práctica plantea. «Jesús, de hecho, no solo amplía a cualquiera la cualidad de prójimo o “cercano” (plêsion), sino que llega incluso a invertir la atribución de los términos. El prójimo (ho plêsion) no es ya aquel que está cerca de mí, mi compañero de fe o de viaje, sino que soy yo mismo cuando me acerco a cualquiera, sobre todo si tiene necesidad de mí, como aquel pobre hombre de la parábola, apaleado y abandonado por los malhechores» 2.

Hacerse prójimo no es algo espontáneo. Son muchos los que pasan junto a la persona que sufre, pero solo uno tiene esa compasión que le conduce a pararse y a hacerse prójimo. El samaritano es «aquel que ha practicado la misericordia» típica y exclusiva de Dios. Ha hecho aquello que solo Dios puede hacer y que Jesús también pide a sus discípulos: «Conmoviéndose y sintiendo ternura en su interior, el samaritano encarna un amor que refleja el de Jesús, hasta el punto de que su sentimiento está animado –inconsciente pero realmente– por la misma compasión divina» 3.

Jesús ha salvado la relación de amor y de cuidado entre nosotros y ha «posibilitado» que exprese el amor divino: en ella, el Jesús que se hace prójimo encuentra cotidianamente al prójimo, que es el mismo Jesús necesitado. Tanto la persona que atiende como la que es atendida son imágenes de Dios. Jesús se identifica con ellas. Ambas tienen la tarea de traducirlo en el hoy de la historia sin traicionarlo.

En la con-moción que mueve a la acción, en la compasión que se hace cuidado, encontramos al otro y encontramos a Dios. Y en este hacer expresamos el culto que Dios agradece más. Pero es un hacer caracterizado por la reciprocidad, típico de las relaciones trinitarias, del amor que se da.

En una reflexión sobre la «parábola del samaritano», Françoise Dolto, una psicoanalista francesa, subraya cómo la pregunta inicial sobre cuál es el prójimo a quien amar recibe en la parábola una respuesta inesperada. «¿Quién es mi prójimo? Para este hombre caído, robado y desnudado, es el samaritano. Es el samaritano quien se ha comportado como su prójimo. Cristo pide al herido del camino, por tanto, que ame al samaritano que le ha salvado como a sí mismo» 4. Quien ha recibido ayuda no deberá olvidar nunca a su salvador. Este es un mandamiento tan importante como el de amar a Dios. Una deuda que se podrá saldar con la gratitud hacia quien le ha salvado, pero sobre todo actuando de la misma manera con los demás.

El verdadero amor no crea dependencia en ninguno de las dos partes de la relación. Después de haber prestado socorro y de haber cubierto económicamente al hospedero la hospitalidad prestada al herido, el samaritano continúa su camino: no se deja retener por aquel que ha salvado, sino que vuelve a sus ocupaciones.

Si somos suficientemente libres y fuertes podemos ayudar a los otros sin alejarnos de nuestro camino, podemos hacernos prójimos de los demás sin olvidar hacernos prójimos de nosotros mismos, sabremos ir hacia el otro sin olvidar el camino que conduce a nuestra casa. En el mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos, este «como» se refiere tanto al amor al otro como al amor a sí mismo. Nos hace comprender que el amor a Dios, el amor al otro y el amor a nosotros mismos son un único y gran amor. También amarse a sí mismo deriva del amor a Dios y lo expresa: es digno, por tanto, de atención no solo psicológica, sino también espiritual.

El auténtico amor a sí mismo no tiene nada que ver con el egoísmo: implica saber «hacerse prójimo de uno mismo» y presupone una sana aceptación de sí.

Hace algunos años, el actual papa Benedicto XVI escribía: «Suele decirse de los hombres que tienen un aspecto especialmente soberbio y que exudan falta de alegría –para expresar la más extensa oposición al ser–: este no se encuentra a gusto consigo mismo; en efecto, ¿quién o qué puede gustarle al que se desagrada a sí mismo? Se revela aquí algo fundamental: el egoísmo es una cosa natural y obvia en el hombre, pero aceptarse a sí mismo no lo es en absoluto. Se debe superar lo primero y llegar a lo segundo; no cabe duda de que uno de los errores más graves de los pedagogos y moralistas cristianos es el de haber confundido ambos cometidos, negando de esta forma el “si” a uno mismo, y limitándose a reforzar más profundamente el egoísmo como venganza del yo negado...» 5.

Con-fundir amor a sí mismo y egoísmo tiene efectos negativos no solo sobre el propio bienestar espiritual, sino también sobre cómo amamos a los otros y a ese Otro que es Dios. Abrir una discusión sobre el narcisismo nos llevaría ahora muy lejos. Sin embargo se puede decir que el narcisismo puede afectar no solo al amor a sí mismo, sino también al amor al otro y al amor a Dios, quienes demasiado a menudo no son amados por sí mismos, sino como «operadores» al servicio de la propia imagen.

Este libro, escrito a varias manos, quiere ser una invitación a cuidarse y a amarse a sí mismo, algo esencial para estar bien nosotros y para hacer que estén bien aquellos a los que, por varios motivos, queremos ayudar.