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Mis cuentos
para soñar

Este libro reúne los cuentos más hermosos de los hermanos Grimm: «Caperucita roja», «El rey rana», «Blancanieves y los siete enanitos»… Son historias que nos sumergen en un mundo lleno de fantasía y maravillas. Las fascinantes ilustraciones a todo color transmiten toda la magia de estos cuentos e invitan a que los niños lean, imaginen y sueñen.

¡Un tesoro de cuentos ilustrados para toda la vida!

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Contenido

El lobo y las siete cabritillas

Caperucita roja

Blancanieves y Rojaflor

El rey rana

Blancanieves y los siete enanitos

La Bella Durmiente

La casita de chocolate

La Cenicienta

El gato con botas

El enano saltarín

Rapunzel

La mesa, el asno y el bastón maravilloso

Los músicos de Bremen

El lobo y las siete cabritillas

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Había una vez una cabra que tenía siete cabritillas, a las que amaba por encima de todo y a las que también protegía del lobo.

Un día en que tenía que ausentarse para ir en busca de comida llamó a las siete cabritillas y les dijo:

—Queridas hijas, tengo que ir a buscar comida. Sobre todo tened cuidado con el malvado lobo, que sabe disfrazarse y fingir muy bien. Pero lo podéis reconocer fácilmente por su voz ronca y sus patas negras. Así que no lo dejéis entrar, si no se os comería enteras.

Las cabritillas contestaron:

—Vete tranquila, mamá. No dejaremos entrar a nadie.

Y la mamá cabra se puso en camino.

Al poco rato, el lobo llamó a la puerta de su casa y gritó:

—¡Abrid, queridas cabritillas, vuestra madre ha llegado y os trae cosas bonitas!

Pero las cabritas respondieron:

—¡Tú no eres nuestra madre, pues ella tiene una voz clara y la tuya es ronca! Eres el lobo, ¡y no vamos a abrir la puerta!

Así que el lobo se fue a una tienda para comprar un buen trozo de tiza. Se lo comió y su voz se aclaró. En seguida se dirigió de nuevo a casa de las cabritas, llamó a la puerta y gritó con una voz clara:

—¡Abrid, queridas cabritillas, vuestra madre ha llegado y os trae una cosa para cada una!

Pero las cabritillas vieron las patas del lobo a través de la ventana y contestaron:

—¡Tú no eres nuestra madre, sus patas no son de color negro y las tuyas sí! Eres el malvado lobo, ¡y no te vamos a abrir!

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Entonces el malicioso lobo se fue al molinero y le dijo:

—Molinero, espolvorea harina por encima de mis patas.

Por tercera vez, el lobo fue a la casa de las cabritillas, llamó de nuevo a la puerta y gritó:

—Abrid, queridas cabritillas, soy vuestra madre y traigo cosas para cada una de vosotras.

Las cabritas exigieron:

—¡Muéstranos una pata!

El lobo, les mostró una pata por la ventana y las cabritas vieron que era blanca como la nieve. Y como les habló con una voz muy fina, las cabritas pensaron que realmente era su madre. Al abrir la puerta, el malvado lobo entró como un rayo. Las asustadas cabritas se escondieron lo mejor que pudieron; dos saltaron bajo la mesa; otra se metió dentro de la cama; otra, en el horno; la quinta, en el baúl; la sexta, dentro de una palangana; y la séptima, en la caja del reloj de péndulo.

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Pero el terrible lobo las encontró a todas y se las zampó. Sólo se salvó la cabrita más pequeña que estaba escondida dentro de la caja del reloj. Una vez el lobo se hubo comido a sus hermanas se marchó.

Poco después regresó la madre de las cabritillas, y ¡cómo se asustó al ver que el lobo había estado allí y había devorado a sus queridas hijas! Las llamó una a una y cuando dijo el nombre de la pequeña, escuchó una voz trémula que decía:

—Madre, estoy aquí, dentro del reloj de péndulo.

La madre la sacó de allí dentro, y la pequeña le contó lo sucedido.

La madre empezó a llorar y, con gran desconsuelo, salió de la casa. La pequeña cabrita la siguió.

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Al pasar por un prado vieron al lobo tumbado y durmiendo. La mamá cabra lo observó y vio que en su gorda tripa había algo que se movía. Entonces, valiente, cortó la tripa de la fiera sin despertarla, y rápidamente salieron las seis cabritas. Luego, llenó el vientre con piedras grandes, lo cosió y se escondió junto con sus pequeñas.

Cuando el lobo se despertó, notó que le costaba mucho levantarse. Al moverse, las piedras se golpeaban unas contra otras, y él se preguntó:

—¡Qué es este ruido dentro de mí, sólo me he comido a seis cabritillas!

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Como tenía sed se fue a la fuente y, al agacharse, con el peso de las piedras, se precipitó en el agua y se ahogó.

Las cabritas y su madre salieron de su escondite y empezaron a bailar de alegría.

Caperucita roja

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Había una vez una pequeña y dulce niña muy querida por todo el mundo, especialmente por su abuela. Como ya no sabía qué regalarle, le hizo una bonita caperuza de terciopelo rojo y, como le quedaba muy bien, no quería ponerse ninguna otra. Por ese motivo, a partir de entonces la llamaron «Caperucita roja».

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Un día, su madre le dijo:

—Caperucita, lleva este trozo de pastel y un poco de caldo a tu abuelita. Está enferma y débil, y esto le ayudará a fortalecerse. Sé buena y no te apartes del camino, si no puedes caerte y el caldo de la abuelita se derramará. Y no te olvides de desearle buenos días cuando entres a su habitación.

—Sí, mamá, haré lo que me dices, prometió Caperucita.

Su abuelita vivía apartada, en medio del bosque, a una media hora de camino desde el pueblo.

En cuanto Caperucita se adentró en el bosque, el lobo fue a su encuentro. Pero como ella no sabía lo malvado que era el lobo, no se asustó.

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—Buenos días, Caperucita —le saludó el lobo amablemente—. ¿Adónde vas tan temprano?

—Voy a casa de mi abuelita —respondió Caperucita—. Como está enferma le llevo pastel y caldo. Mi madre dice que así muy pronto se pondrá buena.

—Caperucita, ¿dónde vive tu abuela? —le preguntó el lobo.

—Aún he de seguir por el bosque más de quince minutos. Su casa se encuentra bajo los tres robles. —le explicó Caperucita.

El lobo pensó para sus adentros: «Esta tierna niñita será un manjar delicioso, ¡sabrá mejor que su abuela! Tengo que actuar con astucia para zamparme a las dos».

El lobo acompañó a Caperucita durante un rato por el camino y finalmente le dijo:

—Caperucita, ¡observa cuántas flores bonitas nos rodean! ¿Por qué no te acercas a ellas y las miras con más atención? Creo que ni siquiera escuchas el lindo cantar de los pajaritos. ¡Caminas como si fueras a la escuela!