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Luis Sepúlveda

Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud

Illustrationen von Simona Mulazzani
Herausgegeben von Michaela Schwermann

Reclam

Diese Ausgabe darf nur in der Bundesrepublik Deutschland, in Österreich und in der Schweiz vertrieben werden.

Venta autorizada únicamente en Alemania, Austria y Suiza.

2016 Philipp Reclam jun. GmbH & Co. KG, Stuttgart

Copyright für den spanischen Text © 2013 Luis Sepúlveda by arrangement with Literarische Agentur Mertin Inh. Nicole Witt e. K., Frankfurt am Main, Germany

Copyright für die Illustrationen © 2013 Simona Mulazzani

Gesamtherstellung: Reclam, Ditzingen
Made in Germany 2017

RECLAM ist eine eingetragene Marke der Philipp Reclam jun. GmbH & Co. KG, Stuttgart

ISBN 978-3-15-961123-5

ISBN der Buchausgabe 978-3-15-019917-6

www.reclam.de

[5] … sobre esta historia …

Hace algunos años y mientras estábamos en el jardín de nuestra casa, mi nieto Daniel observaba atentamente un caracol. De pronto dirigió su mirada hacia mi, y me hizo una pregunta muy difícil de responder: ¿por qué es tan lento el caracol?

Le respondí que no tenía una respuesta en ese momento, y le prometí que le contestaría, no sabía cuándo, pero lo haría.

Como me precio de cumplir con la palabra empeñada, esta historia intenta responder a esa pregunta.

Y naturalmente está dedicada a mis nietos Daniel y Gabriel, a mis nietas Camila, Aurora y Valentina, y a los lentos caracoles del jardín.

[7] Uno

En un prado cercano a tu casa o a la mía, vivía una colonia de caracoles muy seguros de estar en el mejor lugar. Ninguno de ellos había viajado hasta los lindes del prado, y mucho menos hasta la carretera de asfalto que empezaba justo donde crecían las últimas briznas de hierba. Y como no habían viajado no podían comparar y, así, ignoraban que para las ardillas el mejor lugar estaba en la parte más alta de las hayas, o que para las abejas no había lugar más placentero que los panales de madera alineados al otro extremo del prado. No podían comparar y no les importaba, pues para ellos aquel prado en el que, alimentadas por las lluvias, crecían en abundancia las plantas de diente de león, era el mejor lugar para vivir.

Cuando llegaban los primeros días de la primavera y el sol dejaba sentir levemente su tibia caricia, [8] despertaban del letargo invernal, un leve esfuerzo muscular les permitía levantar la concha el espacio suficiente para sacar la cabeza, y enseguida estiraban los cuernos sostenedores de los ojos. Entonces descubrían con alegría que el prado estaba cubierto de hierbas, pequeñas flores silvestres y, por sobre todo, del sabroso diente de león.

Algunos caracoles, los más viejos, llamaban País del Diente de León al prado, y también llamaban Hogar a la frondosa planta de calicanto que cada primavera surgía con renovado vigor desde los restos de sus hojas castigadas por la escarcha invernal. Bajo esas hojas pasaban gran parte del tiempo, ocultos a la ávida ­mirada de los pájaros.

Entre ellos se llamaban simplemente con la palabra [10] caracol, y esto ocasionaba a veces algunas confusiones que eran superadas con lenta parsimonia. Sucedía, por ejemplo, que uno del grupo deseaba hablar con otro, entonces susurraba: «caracol, quiero contarte algo», y eso bastaba para que los demás girasen sus cabezas. Los que estaban a su lado derecho la giraban a la izquierda, los de la izquierda a la derecha, los que estaban delante hacia atrás, y los de atrás estiraban sus cabecitas susurrando: «¿es a mi a quién quieres contar algo?»

Cuando esto ocurría, el caracol que deseaba con­tarle algo a otro, lentamente se desplazaba, primero a la izquierda, luego a la derecha, enseguida hacia delante o hacia atrás, repitiendo: «lo siento, no es a ti a quien quiero contar algo», hasta que llegaba hasta el caracol al que en efecto deseaba contarle algo, generalmente algún suceso relacionado con la vida en el prado.

Sabían que eran lentos y silenciosos, muy lentos y muy silenciosos, y también sabían que esa lentitud y ese silencio los hacía vulnerables, mucho más [11] vulnerables que otros animales capaces de moverse con rapidez y dar voces de alarma. Para que la lentitud y el silencio no les creara miedo, preferían no hablar de eso, y aceptaban ser como eran con lenta y silenciosa resignación.

– La ardilla chilla y salta rauda de rama en rama, el jilguero y la urraca vuelan veloces, uno canta y la otra grazna, el gato y el perro corren veloces, uno maúlla y el otro ladra pero nosotros somos lentos y silenciosos, así es la vida y no hay nada que hacer – solían susurrar los más veteranos.

Pero entre ellos había un caracol que, sin embargo de aceptar una vida lenta, muy lenta y entre susurros, deseaba conocer los motivos de la lentitud.