Cubierta

JENNIFER L. ARMENTROUT

ORIGIN

SAGA LUX

Libro cuatro

Traducción de Miguel Trujillo

Plataforma Editorial neo

Índice

    1. Capítulo 1
    2. Capítulo 2
    3. Capítulo 3
    4. Capítulo 4
    5. Capítulo 5
    6. Capítulo 6
    7. Capítulo 7
    8. Capítulo 8
    9. Capítulo 9
    10. Capítulo 10
    11. Capítulo 11
    12. Capítulo 12
    13. Capítulo 13
    14. Capítulo 14
    15. Capítulo 15
    16. Capítulo 16
    17. Capítulo 17
    18. Capítulo 18
    19. Capítulo 19
    20. Capítulo 20
    21. Capítulo 21
    22. Capítulo 22
    23. Capítulo 23
    24. Capítulo 24
    25. Capítulo 25
    26. Capítulo 26
    27. Capítulo 27
    28. Capítulo 28
    29. Capítulo 29
    30. Capítulo 30
    31. Capítulo 31
    1. Agradecimientos

Para mi madre, que fue mi mayor admiradora.

Te echaremos de menos pero nunca te olvidaremos.

CAPÍTULO 1

KATY

Volvía a estar en llamas. Era peor que cuando me puse enferma por la mutación, o cuando me rociaron ónice en la cara. Las células mutadas de mi cuerpo rebotaban como si estuvieran tratando de desgarrar mi piel para liberarse. Tal vez estuvieran haciéndolo. Sentía como si estuvieran partiéndome por la mitad. Mis mejillas estaban cada vez más húmedas.

Me di cuenta lentamente de que eran lágrimas.

Lágrimas de dolor y de ira; una furia tan potente que notaba un sabor como de sangre en la parte posterior de la garganta. O tal vez era sangre realmente. Tal vez estaba ahogándome en mi propia sangre.

Mis recuerdos después de que las puertas se hubieran cerrado estaban borrosos. Las palabras de despedida de Daemon me perseguían cada momento que pasaba despierta. «Te quiero, Katy. Siempre te he querido y siempre te querré.» Las puertas se habían cerrado con un ruido sordo, y me quedé a solas con los Arum.

Creo que trataron de comerme.

Todo se había vuelto negro, y después había despertado en ese mundo donde dolía respirar, aunque evocar su voz y sus palabras aliviaba parte del tormento. Pero entonces recordé la sonrisa de Blake al marcharse mientras sujetaba el collar de ópalo (mi collar de ópalo, el que Daemon me había dado justo antes de que sonaran las sirenas y las puertas comenzaran a cerrarse), y mi ira se intensificó. Me habían capturado, y no sabía si Daemon había conseguido salir de allí con los demás.

No sabía nada.

Me obligué a abrir los ojos y pestañeé ante las penetrantes luces que brillaban sobre mí. Durante un momento no pude ver nada a causa de su resplandeciente fulgor. Todo estaba rodeado por un aura, pero finalmente se disipó, y vi un techo blanco detrás de las luces.

–Bien. Estás despierta.

A pesar del palpitante ardor, mi cuerpo se puso rígido ante el sonido de la voz masculina desconocida. Intenté mirar hacia el lugar de donde provenía, pero el dolor me atravesó el cuerpo de arriba abajo, haciéndome retorcer los dedos. No podía mover el cuello, los brazos ni las piernas.

Un terror helado inundó mis venas. Tenía bandas de ónice alrededor del cuello, las muñecas y los tobillos que me mantenían sujeta. Mi pánico estalló, apoderándose del aire de mis pulmones. Pensé en los cardenales que Dawson había visto alrededor del cuello de Beth, y me recorrió un escalofrío de repulsión y miedo.

El sonido de unas pisadas se aproximó, y un rostro inclinado hacia un lado apareció en mi campo de visión, bloqueando la luz. Era un hombre mayor, tal vez cerca de los cincuenta, con pelo oscuro veteado de gris y muy corto. Llevaba un uniforme militar de color verde oscuro, y en él había tres filas de insignias de colores sobre la parte izquierda del pecho y un águila en la derecha. Incluso con la mente nublada por el dolor y la confusión, sabía que se trataba de un tipo importante.

–¿Cómo te encuentras? –inquirió con voz firme.

Pestañeé lentamente, preguntándome si el hombre estaba hablando en serio.

–Me… Me duele todo –grazné.

–Son las bandas, pero creo que eso ya lo sabes. –Hizo una seña hacia algo o alguien que se encontraba detrás de él–. Tuvimos que tomar ciertas precauciones cuando te transportamos.

¿Transportarme? Mi ritmo cardíaco aumentó mientras lo miraba fijamente. ¿Dónde demonios me encontraba? ¿Seguía estando en Mount Weather?

–Soy el sargento Jason Dasher. Voy a liberarte para que hablemos y puedan ocuparse de ti. ¿Ves los puntos oscuros en el techo? –me preguntó. Seguí su mirada y vi las manchitas casi invisibles–. Son una mezcla de ónice y diamante. Ya sabes lo que hace el ónice y, si te enfrentas a nosotros, la habitación se llenará de él. Cualquier resistencia que hayas podido desarrollar no te servirá de ninguna ayuda aquí.

¿La habitación entera? En Mount Weather tan solo había sido una rociada en la cara, no un chorro infinito.

–¿Sabías que los diamantes tienen el mayor índice de refracción de la luz? Aunque no posee los mismos efectos dolorosos del ónice, en cantidades lo suficientemente grandes, y cuando hay ónice presente, tiene la habilidad de drenar a los Luxen, dejándolos incapaces de acceder a la Fuente. Tendrá el mismo efecto sobre ti.

Estaba bien saberlo.

–Esta habitación está equipada con ónice como medida de seguridad –continuó, volviendo a fijar sus ojos de un marrón oscuro en los míos–, por si acaso fueras capaz de acceder a la Fuente de algún modo o atacaras a algún miembro de mi personal. Con los híbridos nunca sabemos cuál es el alcance de vuestras habilidades.

En ese momento dudaba que fuera capaz de sentarme sin ayuda, y mucho menos ponerme en plan ninja con nadie.

–¿Lo comprendes? –Levantó la barbilla mientras esperaba a que contestara–. No queremos hacerte daño, pero te neutralizaremos si supones una amenaza. ¿Lo comprendes, Katy?

No quería responder, pero sí quería liberarme de las malditas bandas de ónice.

–Sí.

–Bien. –Sonrió, pero se trataba de una sonrisa ensayada y no muy amistosa–. No queremos que sufras, Dédalo no consiste en eso. Se aleja mucho de lo que somos. Tal vez no te lo creas ahora mismo, pero esperamos que llegues a entender cuáles son nuestros objetivos. La verdad de lo que somos y de lo que son los Luxen.

–Es difícil de creer… ahora mismo.

El sargento Dasher pareció comprender lo que decía y estiró el brazo por debajo de la fría mesa. Se produjo un ruidoso sonido metálico y las bandas se levantaron por sí solas, deslizándose hasta liberar mi cuello y mis tobillos.

Soltando aliento trémulamente, levanté con lentitud mi brazo tembloroso. Tenía partes completas de mi cuerpo entumecidas o hipersensibles.

Colocó una mano sobre mi hombro y me encogí.

–No voy a hacerte daño –aseguró–. Solo voy a ayudarte a sentarte.

Teniendo en cuenta que no tenía demasiado control sobre mis miembros, no estaba en condiciones de protestar. El sargento me puso erguida en unos segundos. Me aferré a los bordes de la mesa para mantenerme estable y tomé aliento varias veces. La cabeza me colgaba del cuello como un fideo mojado, y el pelo se deslizó por encima de mis hombros, ocultando la habitación durante un momento.

–Probablemente te sientas un poco mareada. Se te pasará.

Cuando levanté la cabeza vi a un hombre bajito y parcialmente calvo vestido con una bata de laboratorio blanca que permanecía junto a una puerta de un negro tan brillante que reflejaba la habitación. Sujetaba en la mano un vaso de papel y lo que parecía un manguito para la presión arterial en la otra.

Lentamente, mis ojos recorrieron la habitación. Me recordaba a una consulta de médico extraña, y estaba equipada con mesitas con instrumentos sobre ellas, armarios y unas mangueras negras enganchadas a la pared.

Cuando el sargento le indicó con un gesto que avanzara, el hombre de la bata se acercó a la mesa y me llevó el vaso a la boca cuidadosamente. Bebí con avidez. El frescor alivió el dolor de mi garganta, pero bebí demasiado rápido y acabé con un ataque de tos ruidosa y dolorosa.

–Soy el doctor Roth, uno de los médicos de la base. –Puso el vaso a un lado y metió la mano en su chaqueta para sacar el estetoscopio–. Solo voy a escuchar tu corazón, ¿de acuerdo? Y después voy a tomarte la presión sanguínea.

Di un saltito cuando colocó el frío diafragma contra mi piel. Después lo puso en mi espalda.

–Respira profundamente. –Lo hice y él repitió las instrucciones–. Bien. Extiende el brazo.

Lo obedecí y de inmediato reparé en el verdugón rojo que rodeaba mi muñeca. Tenía uno más en la otra mano. Tragué con fuerza y aparté la mirada, a unos segundos de perder los papeles por completo, sobre todo cuando mis ojos se encontraron con los del sargento. No eran hostiles, pero pertenecían a un extraño. Me encontraba completamente sola; con desconocidos que sabían lo que yo era y que me habían capturado con un propósito.

Mi presión sanguínea debía de estar por las nubes, porque el corazón me latía con fuerza, y la tensión que sentía en el pecho no podía ser buena. Mientras el manguito me apretaba, respiré profundamente varias veces y después pregunté:

–¿Dónde estoy?

El sargento Dasher unió las manos por detrás de su espalda.

–Estás en Nevada.

Me quedé mirándolo, y las paredes (completamente blancas, a excepción de esos puntos negros y brillantes) parecieron venirse abajo.

–¿Nevada? Eso… Eso está al otro lado del país. Es una zona horaria diferente.

Silencio.

Entonces lo comprendí. Se me escapó una risa estrangulada.

–¿Área 51?

Hubo más silencio, como si no pudieran confirmar la existencia de tal lugar. La maldita Área 51. No sabía si reír o llorar.

El doctor Roth me quitó el manguito.

–La presión sanguínea está un poco alta, pero era de esperar. Me gustaría hacerte un análisis más exhaustivo.

Imágenes de sondas y toda clase de cosas desagradables aparecieron en mi pensamiento. Me levanté de la mesa rápidamente y me alejé de los hombres, aunque mis piernas apenas podían sostener mi peso.

–No. No podéis hacerlo. No podéis…

–Sí podemos –me interrumpió el sargento Dasher–. Según la Ley Patriótrica, podemos arrestar, reubicar y detener a cualquiera, humano o no, que suponga un riesgo para la seguridad nacional.

–¿Qué? –Golpeé la pared con la espalda–. No soy una terrorista.

–Pero supones un riesgo –respondió–. Esperamos cambiar eso, pero, como puedes ver, perdiste tu derecho a la libertad en el momento en que sufriste la mutación.

Mis piernas cedieron y me deslicé por la pared hasta quedar sentada sobre el suelo.

–No puedo… –Mi cerebro no quería procesar nada de lo que estaba sucediendo–. Mi madre…

El sargento no dijo nada.

Mi madre… Dios mío, mi madre debía de estar volviéndose loca. Estaría aterrorizada y devastada. Jamás lo superaría.

Presioné las manos contra mi frente y cerré los ojos.

–Esto no está bien.

–¿Qué pensabas que pasaría? –me preguntó Dasher. Abrí los ojos, respirando entrecortadamente–. Cuando te infiltraste en una instalación del Gobierno, ¿creíste que podrías salir de allí y todo estaría bien? ¿Que no habría consecuencias para tales acciones? –Se agachó delante de mí–. ¿O es que pensabas que un grupo de chiquillos, alienígenas o híbridos, serían capaces de llegar tan lejos como lo hicisteis sin que nosotros lo permitiéramos?

Notaba todo el cuerpo frío. Buena pregunta. ¿En qué estábamos pensando? Habíamos sospechado que podía tratarse de una trampa. Prácticamente me había preparado para ello, pero no podíamos marcharnos y dejar que Beth se pudriera allí dentro. Ninguno de nosotros podía hacerlo.

Observé fijamente al hombre.

–¿Qué pasó con… con los demás?

–Escaparon.

Me invadió el alivio. Al menos, Daemon no se encontraba atrapado en algún sitio. Eso me proporcionaba algo de consuelo.

–Para ser sincero, solo necesitábamos capturar a uno de vosotros. O a ti o a la persona que te mutó. Tener a uno de vosotros atraerá al otro. –Hizo una pausa–. Ahora mismo, Daemon Black ha desaparecido de nuestro radar, pero imaginamos que no permanecerá así durante mucho tiempo. Hemos aprendido de nuestros estudios que el lazo entre un Luxen y la persona a la que muta es bastante intenso, en especial entre un varón y una mujer. Y según nuestras observaciones, vosotros dos estáis extremadamente… unidos.

Mi alivio se estrelló y ardió en toda su llameante gloria, y el miedo me apresó. No serviría de nada fingir que no tenía ni idea de qué hablaba, pero nunca confirmaría que se trataba de Daemon. Jamás.

–Sé que estás asustada y enfadada.

–Sí, siento las dos cosas con fuerza.

–Es comprensible. No somos tan malos como piensas, Katy. Teníamos todo el derecho a emplear métodos letales cuando te atrapamos. Podríamos haber liquidado a tus amigos, pero no lo hicimos. –Se levantó y volvió a unir las manos–. Comprobarás que nosotros no somos el enemigo aquí.

¿Que no eran el enemigo? Claro que eran el enemigo, una amenaza mayor que un ejército entero de Arum, ya que tenían al Gobierno entero respaldándolos. Podían secuestrar personas y llevárselas lejos de todo (sus familias, sus amigos, su vida), y salirse con la suya.

Estaba bien jodida.

Mientras la situación calaba de verdad, mis tenaces esfuerzos por mantener la compostura flaquearon un poco y después se desmoronaron por completo. Un intenso terror me golpeó como un látigo y se convirtió en pánico, creando un desagradable revoltijo de emociones impulsadas por la adrenalina. El instinto me dominó; la clase de instinto con la que no había nacido, sino que había sido formado por aquello en lo que me había convertido después de que Daemon me curara.

Me puse en pie de un salto. Mis músculos doloridos gritaron en señal de protesta, y la cabeza me dio vueltas por el movimiento repentino, pero me mantuve en pie. El doctor se movió a un lado, empalideciendo mientras buscaba la pared con la mano. El sargento ni siquiera pestañeó. No le daba miedo mi ira.

Acceder a la Fuente debería haber sido fácil considerando todas las emociones violentas que bullían en mi interior, pero no sentí la descarga de adrenalina (como la que sientes cuando estás en una montaña rusa muy alta), ni siquiera la electricidad estática que se arremolinaba sobre mi piel.

No había nada.

A través de la neblina de terror y pánico que nublaba mis pensamientos se filtró una pizca de realidad, y recordé que no podía utilizar la Fuente allí.

–¿Doctor? –dijo el sargento.

Necesitaba un arma, así que pasé junto a él a toda velocidad y me dirigí a la mesa con los pequeños instrumentos. No sabía qué es lo que haría si lograba salir de aquella habitación. La puerta tal vez estuviera cerrada. No estaba pensando más allá de aquel preciso segundo, simplemente necesitaba salir de allí. Y pronto.

Antes de que pudiera alcanzar la bandeja, el doctor golpeó la pared con la mano. A continuación oí un horrible y familiar sonido de aire liberado en una serie de pequeñas ráfagas. No hubo ninguna otra advertencia. Ningún olor. Ningún cambio en la consistencia del aire.

Pero aquellos puntitos del techo y las paredes habían liberado ónice vaporizado, y no había forma de escapar de él. El horror me ahogó. Se me escapó el aire de los pulmones mientras un dolor ardiente comenzaba en mi cuero cabelludo y se extendía por todo mi cuerpo. Un fuego recorrió mi piel como si me hubieran empapado de gasolina para después prenderme en llamas. Mis piernas cedieron y mis rodillas golpearon el suelo de baldosas. El aire lleno de ónice me rasgaba la garganta y me quemaba los pulmones.

Me aovillé y arañé el suelo con los dedos, con la boca abierta en un grito silencioso. Mi cuerpo se movía en espasmos incontrolables mientras el ónice invadía cada célula. No había fin. No había ninguna esperanza de que Daemon encontrara una manera de apagar el fuego, y repetí su nombre en silencio una y otra vez, pero no hubo respuesta alguna.

No había ni habría nada, excepto dolor.

DAEMON

Treinta y una horas, cuarenta y dos minutos y veinte segundos habían pasado desde que se cerraron las puertas y separaron a Kat de mí. Treinta y una horas, cuarenta y dos minutos y diez segundos desde la última vez que la había visto. Durante treinta y una horas y cuarenta y un minutos, Kat había estado en las manos de Dédalo.

Cada segundo, cada minuto y cada hora que pasaba me volvían loco.

Me habían encerrado en una cabaña individual, que era realmente una celda equipada con todo lo que podría cabrear a un Luxen, pero eso no me había detenido. Había mandado volando esa puerta y a los Luxen que me custodiaban hasta otra maldita galaxia. Una furia amarga me inundó, cubriendo de ácido mi interior mientras aumentaba de velocidad, volando junto a la hilera de cabañas, evitando el grupo de casas y dirigiéndome directamente a los árboles que rodeaban la comunidad Luxen oculta bajo las sombras de Seneca Rocks. Cuando no llevaba ni medio camino, vi un borrón blanco que corría como un rayo hacia mí.

¿Querían tratar de detenerme? Pues no iba a pasar.

Me paré en seco, y la luz pasó junto a mí zumbando y después dio media vuelta. El Luxen tenía forma humana y se encontraba justo enfrente de mí, tan brillante que iluminaba los oscuros árboles tras él.

«Solo estamos tratando de protegerte, Daemon.»

Todos, incluidos Dawson y Matthew, habían pensado que dejarme fuera de combate en Mount Weather y después encerrarme me protegería. Tenía un asunto pendiente con ellos de un tamaño colosal.

«No queremos hacerte daño.»

–Es una lástima. –Hice crujir mi cuello. Detrás de mí estaban reuniéndose unos cuantos más–. Yo no tengo ningún problema en haceros daño a vosotros.

El Luxen que tenía enfrente extendió los brazos.

«No tiene por qué ser de este modo.»

No había ningún otro modo. Dejar que mi forma humana se desvaneciera era como si me pusiera una ropa demasiado ajustada. Un resplandor rojizo tiñó la hierba como si fuera sangre.

«Acabemos con esto.»

Ninguno de ellos dudó.

Yo tampoco.

El Luxen se lanzó hacia delante, un borrón de miembros brillantes. Me colé bajo sus brazos y emergí detrás de él. Le sujeté los brazos y estampé el pie en su espalda inclinada. Apenas había derribado a aquel Luxen cuando otro tomó su lugar.

Lanzándome hacia un lado, esquivé por los pelos al que corría hacia mí y después me agaché, evitando por muy poco un pie con mi nombre escrito en él. Agradecí el aspecto físico de la lucha. Vertí hasta el último gramo de furia y frustración en cada puñetazo y patada, y vencí a tres más de ellos.

Un estallido de luz cortó las sombras, directamente en mi dirección. Me agaché y golpeé el suelo con un puño. La tierra voló hasta el cielo cuando una onda expansiva se extendió hacia fuera, atrapando al Luxen y lanzándolo al aire. Di un salto y lo atrapé, mientras una luz intensa y resplandeciente brotaba de mí, convirtiendo la noche en día por un momento.

Giré y lo lancé como un disco.

Golpeó un árbol y cayó al suelo, pero se puso en pie rápidamente. Salió disparado, seguido por una luz blanca con un matiz azulado, como la cola de un cometa. Me lanzó una bola de energía con una fuerza casi nuclear y soltó un rugido de batalla inhumano.

Ah, ¿así que quería jugar a eso?

Me hice a un lado, y la bola pasó junto a mí, chisporroteando. Recurriendo a la Fuente, me incliné hacia atrás y dejé que el poder creciera. Golpeé el suelo con el pie, creando un cráter y otra onda expansiva, que desequilibró al Luxen. Lancé el brazo hacia delante y liberé la Fuente, que voló desde mi mano como una bala, golpeándolo directamente en el pecho.

Cayó al suelo, vivo pero retorciéndose.

–¿Qué crees que estás haciendo, Daemon?

Me volví ante el sonido de la voz firme de Ethan Smith. El anciano, en su forma humana, permanecía a unos metros de distancia, entre los caídos. Mi cuerpo tembló por el poder que aún no había utilizado.

«No deberían haber tratado de detenerme. Ninguno de vosotros deberíais haber tratado de detenerme.»

Ethan unió las manos frente a él.

–No deberías estar dispuesto a arriesgar a tu comunidad por una chica humana.

Había muchas probabilidades de que fuera a darle una buena tunda.

«Jamás voy a hablar contigo de ella.»

–Somos de los tuyos, Daemon. –Dio un paso hacia delante–. Tienes que permanecer con nosotros. Ir detrás de esa humana tan solo…

Extendí el brazo y cogí por el cuello al Luxen que se había acercado a mí sigilosamente. Me volví hacia él y ambos recuperamos la forma humana. Sus ojos se llenaron de terror.

–¿En serio? –gruñí.

–Mierda –murmuró.

Lo alcé por los aires y después lancé contra el suelo a ese estúpido. La tierra y la roca volaron por los aires mientras me enderezaba, volviendo a mirar a Ethan. El anciano palideció.

–Estás luchando contra tu propia clase, Daemon. Eso es imperdonable.

–No estoy pidiéndote tu perdón. No estoy pidiéndote una mierda.

–Serás desterrado –me amenazó.

–¿Sabes qué? –Retrocedí mientras miraba al Luxen del suelo, que había comenzado a moverse–. No me importa.

La furia manó de Ethan, y la expresión calmada y casi dócil de su rostro se desvaneció.

–¿Crees que no sé lo que le hiciste a esa chica? ¿Lo que tu hermano le hizo a la otra? Los dos os lo habéis buscado. Por eso no nos mezclamos con ellos. Los humanos no ocasionan más que problemas. Vas a traernos problemas, vas a conseguir que nos vigilen de cerca. No necesitamos eso, Daemon. Estás arriesgando demasiado por una humana.

–Este es su planeta –dije, sorprendiéndome a mí mismo con la declaración, aunque era cierta. Kat lo había dicho antes, y repetí sus palabras–. Nosotros somos los invitados aquí, colega.

Ethan entrecerró los ojos.

–Por ahora.

Incliné la cabeza hacia un lado ante esas dos palabras. No había que ser un genio para darse cuenta de que era una advertencia, pero por el momento esa no era mi prioridad. Mi prioridad era Kat.

–No me sigáis.

–Daemon…

–Lo digo en serio, Ethan. Si tú o cualquier otro venís detrás de mí, no seré tan blando como ahora.

El anciano hizo una mueca.

–¿Realmente se merece todo esto?

Un escalofrío me recorrió la columna. Sin el apoyo de la comunidad Luxen, estaría solo y no sería bien recibido en ninguna de sus colonias. Las noticias viajaban rápido; Ethan se aseguraría de ello. Pero no dudé ni por un momento.

–Sí –repliqué–. Se merece todo esto y más.

Ethan inhaló bruscamente.

–Has terminado aquí.

–Así es.

Me volví y eché a correr entre los árboles, en dirección a mi casa. Mi cerebro iba a toda velocidad. No tenía ningún plan. No tenía nada concreto, pero sabía que iba a necesitar unas cuantas cosas. Dinero era una de ellas. Y un coche: correr todo el camino hasta Mount Weather no era una opción. Iba a ser difícil volver a mi casa, porque sabía que Dee y Dawson estarían allí y tratarían de detenerme.

Tal como estaban las cosas, que lo intentaran.

Pero, mientras llegaba hasta la cima de la colina rocosa y cogía velocidad, lo que había dicho Ethan apartó los planes de mi cabeza. «Los dos os lo habéis buscado.» ¿Era así? La respuesta era simple y obvia. Tanto Dawson como yo habíamos puesto a las chicas en peligro solo por el hecho de estar interesados en ellas. Ninguno de nosotros había planeado que sufrieran ningún daño, ni que al curarlas las mutaríamos en algo que no era humano ni Luxen, pero los dos conocíamos los riesgos.

Especialmente yo.

Por eso había apartado a Katy al principio, por eso había hecho lo que podía para mantenerla alejada de Dee y de mí. En parte por lo que le había pasado a Dawson, pero también porque había demasiados riesgos. Y, sin embargo, había introducido a Kat de lleno en ese mundo. Prácticamente la había tomado de la mano y la había guiado directamente hacia él. Y eso la había metido en problemas.

No tenía que haber pasado de ese modo.

Si alguien tenía que haber sido capturado si las cosas iban mal en Mount Weather, era yo. No Kat. Nunca ella.

Maldiciendo en voz baja, llegué hasta un área de terreno iluminada por la plateada luz de la luna unos segundos antes de salir del bosque, y bajé la velocidad sin tener intención de hacerlo.

Mis ojos fueron directamente a la casa de Kat, y noté una presión que me aferraba el pecho.

La casa estaba oscura y silenciosa, como lo había estado los años antes de que ella se mudara. Sin vida, un cascarón vacío y oscuro más que una casa.

Me detuve junto al coche de su madre y solté aire de forma irregular, aunque no sirvió para aliviar la presión creciente de mi pecho. Sabía que me habían dado por desaparecido, y si el Departamento de Defensa o Dédalo estaban esperando a que llegara, podrían capturarme.

Si cerraba los ojos podía ver a Kat saliendo por la puerta principal, con esa maldita camiseta que decía «MI BLOG ES MEJOR QUE TU VLOG», y esos pantalones cortos… Esas piernas…

Había sido un auténtico gilipollas con ella, pero no se había alejado de mí. Ni por un segundo.

Una luz se encendió en mi casa. Un segundo después, la puerta se abrió y Dawson apareció allí. Soltó una maldición en voz baja que me llegó transportada por la brisa.

A decir verdad, Dawson tenía un aspecto mil veces mejor que la última vez que lo había visto. Las ojeras prácticamente habían desaparecido, y había recuperado parte de su peso. Como antes de que el Departamento de Defensa y Dédalo lo capturaran, sería casi imposible distinguirnos, de no ser por su pelo, más largo y desgreñado. Sí, tenía un aspecto de lujo. Había recuperado a Bethany.

Sonaba como un amargado, pero no me importaba.

En cuanto mis pies tocaron las escaleras, una onda sísmica salió de mí, resquebrajando el cemento de los escalones y haciendo crujir las tablas del suelo.

Mi hermano palideció y dio un paso hacia atrás. Una satisfacción enfermiza me invadió.

–¿No me esperabas tan pronto?

–Daemon. –La espalda de Dawson golpeó la puerta de entrada–. Sé que estás cabreado.

Otro estallido de energía salió de mí, golpeando el techo. La madera se rajó, y apareció una fisura que la atravesó por la mitad. La Fuente me llenó y mi visión quedó teñida de luz, volviendo el mundo blanco.

–No tienes ni idea, hermano.

–Queríamos mantenerte a salvo hasta que supiéramos qué hacer; cómo recuperar a Kat. Eso es todo.

Respiré profundamente mientras me acercaba a Dawson hasta quedar cara a cara con él.

–¿Pensabais que encerrarme en la comunidad era la mejor opción?

–Pensábamos que…

–¿Pensabais que podríais detenerme? –El poder salió disparado desde mi cuerpo, golpeando la puerta detrás de Dawson, sacándola de sus goznes y lanzándola al interior de la casa–. Reduciré el mundo a cenizas para salvarla.

CAPÍTULO 2

KATY

Empapada y calada hasta los huesos, conseguí levantarme del suelo. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde que habían liberado la primera dosis de ónice y la última oleada de agua helada me había tirado de espaldas.

Rendirme y dejarles hacer lo que quisieran no había parecido una opción al principio. Primero el dolor había merecido la pena, porque no pensaba ponérselo fácil ni de coña. En cuanto mi piel quedaba libre de ónice y podía volver a moverme, corría de nuevo hacia la puerta. Pero no estaba haciendo ningún progreso, y tras el cuarto ciclo de ser empapada de ónice y después ahogada, ya estaba harta.

Estaba muy, muy harta.

En cuanto pude ponerme en pie sin derrumbarme, me arrastré hacia la fría mesa con pasos lentos y dolorosos. Estaba bastante segura de que la mesa tenía una fina capa de diamantes sobre la superficie. El dinero que habría costado llenar de diamantes una habitación, por no decir un edificio entero, debía de ser astronómico… y ayudaba a explicar el problema de deuda pública del país. Y, la verdad, de todo en lo que debería estar pensando, aquello no tendría que estar siquiera en la lista, pero parecía que el ónice me había cortocircuitado el cerebro.

El sargento Dasher había ido y venido durante todo el proceso, reemplazado por hombres con ropa militar. Las boinas que llevaban ocultaban buena parte de sus caras, pero por lo que pude ver no parecían mucho mayores que yo; tal vez tendrían poco más de veinte años.

Dos de ellos se encontraban en la habitación en ese momento, con sendas pistolas en los muslos. Una parte de mí estaba sorprendida de que no hubieran utilizado los tranquilizantes, pero el ónice ya cumplía esa función. El que llevaba una boina verde oscuro permanecía cerca de los controles, observándome, con una mano en la pistola y la otra en el botón del dolor. El otro, con el rostro oculto bajo una boina caqui, vigilaba la puerta.

Puse las manos sobre la mesa. A través de mi pelo empapado, mis dedos parecían demasiado pálidos. Tenía frío y estaba temblando tanto que me pregunté si estaría experimentando un ataque.

–Estoy… Estoy harta –dije con voz ronca.

Un músculo se tensó en la cara de Boina Caqui.

Traté de subirme a la mesa, pues sabía que si no me sentaba iba a caerme, pero el intenso temblor de mis músculos me hizo tambalearme a un lado. La habitación dio vueltas durante un segundo. Tal vez me habían causado daños permanentes. Casi me reí, porque ¿de qué serviría a Dédalo si me destrozaban?

El doctor Roth había permanecido ahí todo el tiempo, sentado en una esquina de la habitación con aspecto agotado, pero se puso en pie con el manguito para la presión arterial en la mano.

–Ayudadla a subir a la mesa.

Boina Caqui fue hacia mí, con la mandíbula tensa por la determinación. Me eché hacia atrás en un débil intento de poner algo de distancia entre nosotros. El corazón me latía con fuerza, enloquecido. No quería que me tocara. No quería que ninguno de ellos me tocara.

Con las piernas temblando, di otro paso hacia atrás, y mis músculos dejaron de funcionar. Me di de culo contra el suelo con fuerza, pero estaba tan entumecida que realmente ni siquiera noté el dolor.

Boina Caqui se quedó mirándome, y desde mi posición pude ver su cara entera. Sus ojos eran de un azul de lo más sorprendente y, aunque tenía aspecto de estar bastante cansado de aquella rutina, parecía haber algo de compasión en su mirada.

Sin decir palabra, se agachó y me levantó en brazos. Olía a detergente, el mismo que utilizaba mi madre, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Antes de que pudiera resistirme, lo cual habría resultado inútil, me puso sobre la mesa. Cuando se alejó, me aferré a los bordes, con la sensación de que había estado allí antes.

Y lo había estado.

Me dieron otro vaso de agua, y yo lo acepté. El doctor soltó un fuerte suspiro.

–¿Has terminado ya de resistirte?

Solté el vaso de papel sobre la mesa y obligué a mi lengua a moverse. La notaba hinchada y me costaba controlarla.

–No quiero estar aquí.

–Por supuesto que no. –Colocó el diafragma bajo mi camiseta, como había hecho antes–. Nadie de esta habitación o siquiera de este edificio espera que quieras, pero enfrentarte a nosotros antes de que sepas qué intenciones tenemos solo va a terminar perjudicándote. Ahora, respira profundamente.

Respiré, pero el aire se quedó atrapado dentro de mí. La línea de armarios blancos que había al otro lado de la habitación se emborronó. No iba a llorar. No iba a llorar.

El doctor siguió con su trabajo de forma mecánica, comprobando mi respiración y mi presión sanguínea antes de volver a hablar.

–Katy… ¿puedo llamarte Katy?

Se me escapó una risa corta y ronca. Qué educado.

–Claro.

Sonrió mientras colocaba el manguito sobre la mesa y después retrocedió, cruzando los brazos.

–Necesito hacerte un examen completo, Katy. Te prometo que no te dolerá. Será como cualquier otro examen físico que te hayan hecho anteriormente.

El miedo me atenazó el pecho. Me rodeé la cintura con los brazos, temblando.

–No quiero hacerlo.

–Podemos posponerlo un poco, pero tenemos que hacerlo. –Se dio la vuelta y caminó hasta uno de los armaritos, del cual sacó una manta marrón oscuro. Volvió a la mesa y la puso sobre mis hombros encogidos–. Cuando recuperes tus fuerzas, te llevaremos a tu habitación. Allí podrás lavarte y ponerte ropa limpia. También hay un televisior por si quieres ver algo, o puedes descansar. Es bastante tarde, y mañana te espera un gran día.

Me aferré a la manta, temblando. Hablaba como si estuviera en un hotel.

–¿Un gran día?

Asintió con la cabeza.

–Tenemos muchas cosas que enseñarte. Confiamos en que comprendas entonces cuál es el verdadero propósito de Dédalo.

Luché contra el deseo de reír otra vez.

–Ya sé cuál es vuestro propósito. Sé que…

–Únicamente sabes lo que te han dicho –me interrumpió el doctor–. Y lo que sabes es solo cierto a medias. –Inclinó la cabeza hacia un lado–. Sé que estás pensando en Dawson y Bethany. No conoces la historia completa.

Entrecerré los ojos y sentí un calor interno provocado por una oleada de furia. ¿Cómo se atrevía a volver lo que Dédalo había hecho a Bethany y Dawson en su contra?

–Sé lo suficiente.

El doctor Roth miró a Boina Verde, que estaba junto a los controles, y asintió con la cabeza. Boina Verde salió silenciosamente de la habitación, dejando atrás al doctor y a Boina Caqui.

–Katy…

–Sé que básicamente los torturasteis –lo atajé, cada segundo más furiosa–. Sé que trajisteis gente y obligasteis a Dawson a que los curara, y cuando no funcionó, esos humanos murieron. Sé que los mantuvisteis separados y utilizasteis a Beth para conseguir que Dawson hiciera lo que queríais. Sois peor que malvados.

–No conoces la historia completa –repitió firmemente, sin inmutarse en absoluto por mis acusaciones. Miró a Boina Caqui–. Archer, ¿estabas aquí cuando trajeron a Bethany y Dawson?

Me volví hacia Archer, y este asintió.

–Cuando trajeron a los sujetos, resultaban claramente difíciles de tratar, pero después de que la chica pasara por la mutación, se volvió incluso más violenta. Se les permitió estar juntos hasta que resultó obvio que había un problema de seguridad. Por eso se los separó y se los acabó mandando a lugares distintos.

Negué con la cabeza y me aferré más a la manta. Quería gritarles a todo pulmón.

–No soy estúpida.

–No creo que lo seas –respondió el doctor–. Los híbridos son notoriamente desequilibrados, incluso los que han mutado con éxito. Beth era y es inestable.

Se me formó un nudo en el estómago. Recordaba sin esfuerzo lo loca que había estado Beth en casa de Vaughn. Parecía haberse encontrado bien cuando la hallamos en Mount Weather, pero no siempre había estado así. ¿Estaban Dawson y todos los demás en peligro? ¿Podía creer algo de lo que me dijera esa gente?

–Por eso necesito hacer un examen completo, Katy.

Miré al doctor.

–¿Estás diciendo que soy inestable?

No respondió de inmediato, y sentí como si la mesa que tenía debajo hubiera desaparecido.

–Hay posibilidades –admitió–. Incluso con las mutaciones exitosas, hay un problema de inestabilidad que surge cuando el híbrido utiliza la Fuente.

Apreté la manta hasta que volví a recuperar la sensibilidad de los nudillos y deseé que mi corazón se ralentizara. No funcionó.

–No me lo creo. No me creo nada de lo que dices. Dawson estaba…

–Dawson fue un caso triste –dijo, cortándome–. Y llegarás a entenderlo. Lo que pasó con Dawson no fue intencionado. Habríamos acabado dejándolo libre en cuanto nos hubiéramos asegurado de que sería capaz de adaptarse de nuevo. Y Beth…

–Para –gruñí, y mi propia voz me sorprendió–. No quiero oír más tus mentiras.

–No tienes ni idea, señorita Swartz, de lo peligrosos que son los Luxen y de la amenaza que suponen aquellos que han sido mutados por ellos.

–¡Los Luxen no son peligrosos! Y los híbridos tampoco lo seríamos si nos dejarais en paz. No os hemos hecho nada. No os habríamos hecho nada. No estábamos haciendo nada hasta que vosotros…

–¿Sabes por qué vinieron los Luxen a la Tierra? –preguntó.

–Sí. –Me dolían los nudillos–. Los Arum destruyeron su planeta.

–¿Sabes por qué fue destruido su planeta? ¿O cuáles son los orígenes de los Arum?

–Estaban en guerra. Los Arum estaban tratando de robarles sus habilidades y matarlos. –Estaba completamente al día en mi clase de Alienígena Básico. Los Arum eran lo contrario a los Luxen, más sombra que luz, y se alimentaban de los Luxen–. Y vosotros estáis trabajando con esos monstruos.

El doctor Roth negó con la cabeza.

–Como en cualquier gran guerra, los Arum y los Luxen han estado luchando durante tanto tiempo que dudo que muchos sepan siquiera qué fue lo que provocó la primera batalla.

–¿Así que estás tratando de decir que los Arum y los Luxen son como la Franja de Gaza intergaláctica? –Archer resopló al oír eso–. Ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto –continué, sintiéndome de pronto tan cansada que no estaba segura de que pudiera pensar en condiciones–. Nada de eso importa.

–Sí que importa –replicó el doctor–. Es una muestra de lo poco que sabes acerca de todo esto.

–Entonces, supongo que vas a explicármelo.

Sonrió, y quise quitarle a golpes esa expresión condescendiente de la cara. Era una lástima que para ello tuviera que soltar la manta y hacer acopio de mis energías.

–Durante su etapa de plenitud, los Luxen eran la forma de vida más poderosa e inteligente del universo entero. Como sucede con cualquier especie, la evolución creó un predador natural como respuesta: los Arum.

Me quedé mirándolo.

–¿Qué estás diciendo?

Me devolvió la mirada.

–Los Luxen no fueron las víctimas en su guerra. Fueron la causa.

DAEMON

–¿Cómo has escapado? –me preguntó Dawson.

Me costó un gran esfuerzo no estamparle el puño en la cara. Me había calmado lo suficiente como para que derrumbar la casa sobre sus cimientos fuera poco probable, pero seguía siendo una posibilidad.

–Mejor pregúntame a cuántos he dejado fuera de combate para llegar hasta aquí. –Me quedé tenso, esperando. Dawson estaba bloqueando la entrada–. No te enfrentes a mí en nada de esto, hermano. No serás capaz de detenerme, y lo sabes.

Me sostuvo la mirada durante un momento y después soltó una maldición y se hizo a un lado. Pasé junto a él y mis ojos fueron a la escalera.

–Dee está durmiendo –dijo, pasándose una mano por el pelo–. Daemon…

–¿Dónde está Beth?

–Aquí –dijo una voz suave desde el comedor.

Me volví y, demonios, era como si la chica se hubiera materializado del humo y las sombras. Había olvidado lo pequeña que era. Delgada y delicada, con abundante pelo castaño y una barbilla pequeña, puntiaguda y tenaz. Estaba mucho más pálida de lo que recordaba.

–Hola. –No tenía ningún problema con ella. Miré a mi hermano–. ¿Crees que es sensato tenerla aquí?

Él fue junto a ella y le pasó un brazo por los hombros.

–Tenemos planeado marcharnos. Matthew iba a mandarnos a Pensilvania, cerca de South Mountain.

Asentí con la cabeza. La montaña tenía una cantidad decente de cuarcita, pero ninguna comunidad Luxen de la que supiéramos.

–Pero no queríamos marcharnos todavía –añadió Beth en voz baja, recorriendo la habitación con los ojos sin detenerse en nada en especial. Llevaba una de las camisetas de Dawson y unos pantalones de chándal de Dee. Las dos prendas le quedaban enormes–. No nos parecía correcto. Alguien debería estar aquí con Dee.

–Pero no es seguro para vosotros dos –señalé–. Matthew puede quedarse con Dee.

–Estamos bien. –Dawson agachó la cabeza y besó la frente de Beth antes de dirigirme una mirada seria–. No deberías haber salido de la colonia. Te llevamos hasta allí para mantenerte a salvo. Si te ve la policía o la…

–La policía no va a verme. –Su preocupación tenía sentido. Ya que creían que Kat y yo habíamos desaparecido, o que nos habíamos fugado juntos, mi reaparición suscitaría muchas preguntas–. Y tampoco la madre de Kat.

No pareció convencido.

–¿No te preocupa el Departamento de Defensa? –No dije nada, y él negó con la cabeza–. Mierda.

Junto a él, Beth cambió su escaso peso de un pie al otro.

–Vas a ir a buscarla, ¿verdad?

–Ni de coña –soltó mi hermano, y cuando yo no respondí soltó tantos tacos que hasta me impresionó–. Maldita sea, Daemon, de todos nosotros soy yo quien mejor sabe lo que sientes, pero lo que estás haciendo es una locura. Y, en serio, ¿cómo escapaste de la cabaña?

Avancé a zancadas hacia la cocina y pasé junto a él, rozándolo. Era extraño volver a estar allí. Todo seguía igual: encimeras de granito gris, electrodomésticos blancos, los horrendos adornos campestres que Dee había puesto en las paredes, y la pesada mesa de roble.

Me quedé mirando la mesa. Kat apareció ahí como un espejismo, sentada en el borde. Un dolor profundo me atravesó el pecho. Dios, la echaba de menos, y me mataba no saber qué estaba sucediéndole realmente o lo que estaban haciéndole.

Pero podía imaginármelo bastante bien. Sabía lo suficiente de lo que les habían hecho a Dawson y Beth, y eso me ponía físicamente enfermo.

–¿Daemon? –Dawson me había seguido.

Aparté la mirada de la mesa.

–No tenemos que tener esta conversación, y no estoy de humor para señalar lo obvio. Sabes lo que voy a hacer. Por eso me mandasteis a la colonia.

–Ni siquiera sé cómo escapaste. Había ónice por todo el lugar.

Cada colonia tenía cabañas diseñadas para albergar a los Luxen que se habían vuelto peligrosos para nuestra clase o para los humanos y que los ancianos no querían llevar a la policía.

–El que quiere, puede –dije, y sonreí cuando sus ojos se estrecharon.

–Daemon…

–He venido para coger unas cuantas cosas, y después me iré. –Abrí el frigorífico y saqué una botella de agua. Tomé un trago y lo miré. Medíamos lo mismo, así que nuestros ojos se encontraban a la misma altura–. Lo digo en serio. No me presiones con esto.

Se encogió, pero sus ojos verdes se encontraron con los míos.

–¿No hay nada que pueda decir para que cambies de opinión?

–No.

Dio un paso hacia atrás y se frotó la mandíbula con la mano. Tras él, Beth estaba sentada en la silla, con los brazos alrededor de la cintura y la mirada en cualquier parte, salvo en nosotros.

Dawson se apoyó sobre la encimera.

–¿Voy a tener que darte una paliza para que me hagas caso?

Beth levantó la cabeza de golpe, y yo me reí.

–Me gustaría verte intentándolo. Después de todo, tú eres el pequeño.

–El pequeño. –Se burló, pero una débil sonrisa le tiró de los labios. El alivio resultaba evidente en el rostro de Beth–. Solo eres mayor que yo por unos segundos –añadió.

–Los suficientes.

Tiré la botella de agua a la basura.

Pasaron unos segundos y entonces dijo:

–Te ayudaré.

–Ni de coña. –Crucé los brazos–. No quiero vuestra ayuda. No quiero que ninguno de vosotros forme parte de esto.

Apretó la mandíbula con determinación.