Martín del Campo, David. Zum-zum, la mosca, y otras historias; Ilustraciones de Martín Olivera – 1ª ed. – México: Ediciones SM, 2016

Formato digital – (El Barco de Vapor, Azul)
ISBN: 978-607-24-2456-2

1. Literatura mexicana - Literatura infantil 2. Cuentos mexicanos – Literatura infantil 3. Animales – Literatura infantil 4. Humor – Literatura infantil
Dewey M863 M37

Zum-zum, la mosca

LAS MOSCAS no tienen nombre. Ninguna puede soñar siquiera en llamarse Melba o Dagoberta. Las moscas tampoco tienen una gracia especial. No saben jugar, le temen al agua y además todas las mamás las odian. Las moscas, sin embargo, son felices volando. Y ésa es la historia de nuestra mosca. Como no tiene nombre, pongámosle uno. La llamaremos, entonces, Zum-zum.

Zum-zum va donde el viento. Nació esta mañana cuando el sol entibiaba el basurero. Con aquel suave calor ella y sus hermanas, una por una, comenzaron a revolotear. Hay seres que nacen en nidos, otros en capullos y algunos más en una cuna blanda. Zum-zum a nacido, como la mayoría de las moscas, en un basurero. Por esa razón es que todas ellas buscan siempre, como enloquecidas, la felicidad de la basura. De pronto el viento empieza a soplar y Zum-zum es arrastrada lejos de sus hermanas.

Nada es tan variable como el viento. Un día sopla hacia el Sur, otro hacia el Oriente, otro más hacia el Norte. El viento arrastra casi todo: las hojas de los árboles, el polvo, las nubes. A donde lleva el viento van también los insectos. Con él viajan las mariposas y los mosquitos, las avispas y las libélulas. Por eso, cuando la brisa aumenta, buscan refugio. Se esconden en su panal, entre las ramas, bajo las piedras, donde pueden. Pero Zum-zum, que no sabe nada de esto, se deja llevar por el vendaval.

Y así, volando muy alto, no sabe adónde va ni cuándo se detendrá. "¡Uuuuy!", quisiera gritar emocionada por las piruetas que da con el viento. De pronto aparece una sombra enorme que se atraviesa en su camino. La sombra tiene alas y está a punto de llevársela con ella. Zum-zum no lo sabe: esa terrible sombra es una golondrina.

Ya aprendió la lección: no hay seguridad cuando se vuela en lo alto. Zum-zum busca entonces refugio en tierra firme. No le gustaría ser comida por un pájaro. Ahí abajo hay una casa y la casa tiene agujeros cuadrados. La mosca no conoce las ventanas y se lanza a toda velocidad hacia la más próxima. ¡Qué terrible choque! Zum-zum rebota luego de golpear un muro invisible. “Qué clase de muralla es ésa”, se pregunta al sobarse la cabeza. “No se ve nada pero es dura como una piedra.” Y otra vez se lanza hacia la ventana.

A Zum-zum le duele la cabeza y tiene lastimados sus grandes ojos color frambuesa. Ha intentado entrar varias veces pero siempre choca contra ese muro invisible. “Qué difícil es meterse en una casa”, piensa, y ahí va de nuevo. Esta vez, sin embargo, logra adentrarse. Alguien abrió el cristal de la ventana. Es la hora de ventilar la casa.

¡Qué segura es una casa! ¡Qué tibia, qué tranquila, qué agradable! Zum-zum olfatea algo sabroso. “Por aquí hay comida”, se dice, y vuela hacia el comedor, lleno de cazuelas y sartenes.

Zum-zum descansa en la superficie de un frutero. Hay que estudiar el terreno antes de atacar. “Ojalá vinieran mis hermanas moscas”, piensa. “Se podrían dar un festín con todo esto.” Salta hacia un plato de sopa que tiene la cuchara metida, y prueba. Es de zanahoria. Salta hacia una gran olla enmedio de la mesa, y prueba. Es un guisado de pollo y champiñones. Vuela hasta un gran pastel con siete velitas apagadas, y prueba. Es de fresas con merengue. “Qué delicia”, piensa Zum-zum al meter su boca aquí y allá. ¿Pueden ser felices las moscas?

Zum-zum come hasta llenar la panza. Ha valido la pena encontrar esa casa tibia. La mesa puesta para ella sola y las servilletas planchadas para reposar la siesta. Ya se dispone a volar cuando un zarpazo está a punto de aplastarla. La mosca salta asustada y, de momento, no sabe hacia dónde volar. Entonces viene otro zarpazo porque el gato de la casa ha trepado también a la mesa. Zum-zum es tocada pero logra escapar del felino.

Primero fue una golondrina y ahora un gato. “¿Es que no se puede vivir en paz?”, piensa la mosca mientras se aleja de ahí. Vuela como enloquecida por toda la casa, de la cocina al comedor, del comedor a la estancia. Trata de esconderse en una caja de regalo abierta, pero la cinta adhesiva le retiene una pata. “¡Qué trampa es ésta que no puedo escapar!”, gruñe furiosa. Y salta y forcejea, pero su pata sigue pegada a la cinta. Por fin logra soltarse, pero ha dejado una de sus patitas en la envoltura del regalo. Zum-zum se consuela: “Al fin que se puede vivir con una pata de menos.”

Finalmente Zum-zum se detiene en el ovillo de varias serpentinas. Da pequeños saltos nerviosos, volteando hacia allá y hacia acá. Está indignada porque ahora es una mosca de cinco patas. Avanza hasta una fotografía instantánea que alguien dejó caer al piso. La mosca trepa en ella, se pasea por encima de los retratados. En la foto aparecen varios niños, el festejado con gorro de fantasía, y una abuela. Todos sonríen. Y la mosca que sigue paseándose y zumba furiosa.

Zum-zum ha descansado lo suficiente. Emprende el vuelo de nueva cuenta. Comienza a sentirse sola pero no quisiera encontrarse con el gato. “¿Los gatos comen moscas?” No será ella quien lo