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Sobre la autora

Sonia Choquette es escritora, narradora de historias, sanadora vibracional y maestra del sexto sentido, conocida en todo el mundo gracias a su sabiduría y su capacidad para curar el alma. Es autora de ocho best sellers, entre ellos Diary of a Psychic (Diario de una vidente) y Trust Your Vibes (Confía en tus vibraciones), y de numerosos programas de audio y barajas de cartas. Sonia se educó en la Universidad de Denver, en la Sorbona de París, y es Licenciada en Metafísica por el Instituto Americano de Teología Holística. Reside con su familia en Chicago.

Página web: www.soniachoquette.com

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Título original: Ask Your Guides

Traducido del inglés por Julia Fernández Treviño

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

A mis maravillosos guías Joachim, los Emisarios del Tercer Rayo, Rose, Joseph, los Tres Obispos, las Hermanas Pleyadianas, Dot, Charlie, el doctor Tully y a todos los demás ayudantes celestiales. Y también a mis más amados guías terrenales, incluyendo a mi madre y a mi padre, mi hermana Cuky, mi marido, Patrick, y mis queridas hijas, Sonia y Sabrina.

Prefacio

Un día cualquiera

La semana pasada me ví obligada a quedarme en casa y confinada en la cama durante cinco días, debido a una fuerte gripe. Me sentía inquieta y ansiosa de cambiar de escenario pero todavía muy baja de energía, de modo que la salida más ambiciosa a la que podía aspirar era ir a recoger a mi hija a la casa de su profesora particular.

Después de salir de casa y conducir unas pocas calles, el cielo se oscureció aún más de lo que ya estaba y, repentinamente, una extraña tormenta eléctrica irrumpió entre las nubes. En medio de un pesado tráfico y sin advertencia previa, mi coche comenzó a hacer explosiones, se detuvo con una sacudida y, para mi desesperación, se negó a volver a arrancar. Me las arreglé como pude para salir de en medio del tráfico y aparcar junto al bordillo; allí intenté ponerlo en marcha varias veces sin ningún éxito; el motor parecía estar completamente muerto. «¡Caray!», chillé para desahogar la frustración que me producía encontrarme en semejante aprieto. Con unas décimas de fiebre mermando mi energía, aquello era lo único que me faltaba para sentirme aún peor. Para colmo, mi hija estaba esperando que pasara a recogerla y la llevara pronto a casa para llegar a tiempo a su siguiente clase particular.

Cogí el móvil y llamé a mi marido, Patrick, para pedirle ayuda pero me comunicó que no podría llegar antes de una hora, pues estaba atrapado en el mismo atasco, aunque en el otro extremo de la ciudad. Desesperada y compadeciéndome de mí misma –por no mencionar la preocupación que me embargaba al pensar que mi hija estaba esperándome bajo la lluvia– comencé a rezar. Pregunté a mis ayudantes espirituales, mis guías, si alguno de ellos conocía a un mecánico en el reino espiritual y, de ser así, si podían pedirle que arreglara mi coche de inmediato. Luego me quedé sentada en silencio –calmando mi frustración, rindiéndome a mis miedos y abriendo mi corazón.

«Sé que podéis ayudarme, y estaría muy agradecida de que lo hicierais. Os pido que simplemente me hagáis saber qué es lo que debo hacer», entoné.

Súbitamente, tuve el impulso de frotar mis manos para generar calor y colocarlas sobre el salpicadero. Entonces escuché un mensaje telepático: «Pásale al coche tu energía. No te preocupes si te sientes débil, coloca las manos sobre el salpicadero y deja que tu corazón reviva el motor».

Como tengo absoluta confianza en mis guías y acepto sus consejos sin cuestionarlos, hice exactamente lo que me indicaban y pronto pude visualizar la energía que salía de mi corazón y que, tras recorrer mi cuerpo, llegaba hasta el coche.

Y entonces escuché: «Ya está». Con una mano sobre el vo­lante, respiré profundamente e intenté poner en marcha el motor que, tras una pequeña explosión... ¡volvió a la vida otra vez! Entonces me reí de forma ruidosa, se lo agradecí profundamente a mis guías y grité: «¡Sois los mejores! Sabía que me ayudaríais».

Durante unos minutos permanecí sentada escuchando el motor para asegurarme de que estaba listo para empezar a rodar y luego, sin más complicaciones, me encontré otra vez en camino.

Cinco minutos más tarde había dejado de llover y yo llegaba a la casa de la profesora de mi hija en el preciso momento en que ella aparecía por la puerta. Entrando de un salto en el coche, me dijo: «Siento haberme retrasado; la clase duró unos minutos más de lo normal».

«No hay problema –respondí sonriente– acabo de llegar.»

Salvada una vez más por los espíritus que me ayudan cada vez que los invoco, me dirigí alegremente hacia nuestra casa. Así es un día de mi vida –llena de guías, ángeles y ayudantes del Otro Lado, que siempre están presentes para hacer mi vida más fácil.

Introducción

Lo que podemos esperar

Me crié en una casa llena de guías espirituales de todo tipo. Mi madre me presentó a mis guías cuando era aún muy pequeña y, gradualmente, fui tomando conciencia de todas mis compañías espirituales. Ella hablaba todo el tiempo con sus guías, y también con los míos. Fue la primera en hacerme saber que nunca estaba sola porque dichos guías me habían sido asignados para vigilarme, ayudarme, enseñarme y protegerme a lo largo de toda mi vida.

Mi madre lo consultaba todo con sus guías y, a menudo, eran ellos los que tomaban las decisiones en nuestro hogar. Se refería a ellos como «mis espíritus» porque eso es precisamente lo que son –seres espirituales sin cuerpo físico–. Les pedía ayuda para todo género de cosas, desde dónde aparcar el coche hasta qué podía servir para la cena, y tenía espíritus especiales para todo tipo de tareas. Había espíritus para ir de compras que la ayudaban a encontrar las mejores ofertas, lo que constituía una absoluta necesidad para una familia con siete hijos que vivía del salario de mi padre, un vendedor minorista. Otros se ocupaban de la costura y la asistían para encontrar las telas adecuadas y hacer los patrones. Había espíritus sanadores que colaboraban cuando los niños enfermaban de paperas, espíritus que se dedicaban a los grupos y también espíritus especialistas en picnics que la ayudaban a localizar el mejor sitio de la montaña para nuestras salidas de los domingos. Espíritus comerciales que contribuían a mejorar el negocio de mi padre y espíritus pintores, a los que invocaba cuando se dedicaba a uno de sus pasatiempos favoritos, pintar al óleo. Y luego había espíritus rumanos y franceses pertenecientes a familiares fallecidos, que sólo estaban de paso.

Nuestros guías espirituales tenían un lugar en nuestra mesa y eran parte de todas nuestras conversaciones. Se los consultaba sobre cualquier tema importante o secundario y cuando teníamos alguna duda, en general, ellos tenían la última palabra. Debido a la presencia de todos estos espíritus, el nuestro era un hogar multitudinario, lleno de energía, opiniones e ideas, pero principalmente lleno de amor y de una seguridad profundamente arraigada en la convicción de que nunca estábamos solos.

Mis propios guías me ayudaron con las enfermedades infantiles, las peleas familiares y los problemas escolares. Estaban junto a mí en cada paso del camino, honrando mis días con un milagro tras otro, superando mi desbordante imaginación. Mis recuerdos más lejanos demuestran que muy precozmente ya contaba con el apoyo cordial de mis guías, me sentía protegida por sus ojos vigilantes, ayudada por sus soluciones prácticas y sorprendida por sus generosos regalos.

Fuera de los límites del entorno familiar, también oía hablar del mundo espiritual en la escuela católica del oeste de Denver a la que asistía. Allí, los espíritus eran presentados como ángeles y santos –uno para cada día del año– y también como santos personales que compartían una versión de nuestro propio nombre. Y lo que es más, teníamos a María, a Jesús y al mayor de todos los espíritus, el Espíritu Santo.

Cuando éramos niños íbamos a misa todas las mañanas, encendíamos velas para conseguir la atención de nuestros guías espirituales y teníamos profundas conversaciones en las que les implorábamos que intercedieran por nosotros en todo tipo de cuestiones, como por ejemplo, para aprobar los exámenes o conseguir un buen asiento en el comedor y, por supuesto, para ganar los partidos de vóleibol y baloncesto.

En cuanto a mí, los guías espirituales siempre me escucharon –aprobaba todos los exámenes, tenía una suerte poco común en el comedor y ganaba muchísimos partidos–. Y ¿por qué no habría de hacerlo? No solamente rezaba para recibir ayuda de los asistentes y guías espirituales, también tenía una fe absoluta en que me responderían y además era capaz de percibir su apoyo y su presencia. Por otra parte, estaba convencida de que todos lo hacían –al menos hasta tercer grado–. En cierta ocasión mi mejor amiga, Susy, se quejaba de que su madre no le había dado permiso para pasar la noche en mi casa. Entonces le sugerí que invocara a sus guías para que ellos hicieran que su madre cambiara de idea. Me miró y me respondió que no sabía de qué estaba hablando; cuando se lo expliqué, me dijo que yo era un poco rara.

Adoptando una actitud defensiva, le pregunté por qué iba a misa y rezaba todas las mañanas si no creía en la existencia de los guías espirituales. Me contestó que lo hacía porque las monjas nos obligaban pero no porque creyera en la existencia de los espíritus.

Con una enorme frustración, intenté persuadirla de que los espíritus sí existían y agregué que si se quedaba muy quieta y entrecerraba los ojos, incluso podría llegar a verlos. «No siempre tienen apariencia humana –añadí–. A veces parecen fuegos de artificio danzando en el aire, otras son como un estallido de luz blanca, como el que produce el flash de una cámara. En ciertas ocasiones no los ves en absoluto pero puedes percibirlos, como si el aire fuera un poco más denso, más fresco o más ventoso en algunos lugares. Y también puedes sentir su presencia únicamente en tu corazón, pero están allí.»

Susy puso los ojos en blanco, silbó y me llamó rara una vez más, de modo que decidí no decir ni una palabra acerca de mi guía favorita, Rose, que vivía encima de mi armario y era muy parecida a santa Teresa, ni sobre Joseph el Esenio, que siempre caminaba detrás de mí en el colegio. Tampoco le comenté nada sobre el guía que había visto de pie en una esquina de su dormitorio, una noche que me había quedado a dormir en su casa –y cuya apariencia era la de una anciana nativa americana, envuelta en una rústica manta de color rojo y blanco, que nos sonrió cuando estábamos en la cama. ¡Dios sabe qué hubiera dicho, si por el mero hecho de mencionar los guías ya me había tildado de rara! Además, no deseaba arriesgar mi posición social, que ya era un poco endeble, en la escuela. Aquel día me tomé a broma sus comentarios y le sugerí que pasáramos la noche en su casa en lugar de en la mía.

A partir de entonces comencé a darme cuenta de que el rico mundo espiritual del que yo extraía una gran tranquilidad era prácticamente desconocido para casi todo el mundo. Me apenaba que la comunicación bidireccional que yo disfrutaba y compartía con mis guías fuera de una sola dirección para la mayoría de la gente. No estaba demasiado segura de cómo las personas podían haberse desconectado tanto del mundo espiritual, pero de lo que sí estaba convencida era de que eso no las colocaba en la mejor situación.

Como adulta, he llegado a pensar que nuestra desconexión del mundo espiritual es una enfermedad del alma occidental. La industrialización y el racionalismo nos han arrebatado nuestro centro de conciencia del corazón –el sitio donde nos reunimos y estamos en íntima comunión con los espíritus– para instalarlo en nuestra cabeza, donde nuestros egos nos gobiernan con amenazas de aislamiento y aniquilación. Las buenas noticias son que, cualquiera que sea la razón de esta separación, podemos volver a conectar nuestra conciencia interna con nuestro corazón –si estamos realmente determinados a hacerlo y no permitimos que nuestra mente nos tome como rehenes–. Con un poco de esfuerzo y de cooperación por nuestra parte, nuestros guías espirituales nos enseñarán alegremente el camino.

¿Qué es lo que esperas?

Para empezar, es importante que cuando te reúnas con tus guías espirituales comprendas exactamente lo que puedes esperar, puesto que en el mundo espiritual hay muchísimos niveles de guías, entidades no físicas y energías. Cada uno de ellos vibra en su propia y única frecuencia, como si fueran múltiples emisoras de radio enviando simultáneamente sus diferentes señales. Y no sólo los guías tienen una frecuencia propia: cada persona que habita en este planeta posee su vibración particular.

Quienes vivimos prestando atención a lo que dice nuestro corazón tenemos una vibración elevada, no muy diferente a las frecuencias espirituales de quienes habitan en un plano que no es físico; esto nos facilita la conexión con los guías espirituales. Las personas que han olvidado que son seres espirituales y se identifican tan sólo con la mente y el cuerpo tienen una vibración inferior, muy lejana a la banda de frecuencia de los guías espirituales, por lo cual les resulta mucho más difícil establecer la conexión. Éste es el motivo por el que ciertos individuos tienen más conciencia de los guías que otros.

Si te detienes a pensar en ello, todo lo que existe en el Universo es espíritu y vibra en distintas frecuencias. Todos sabemos, por ejemplo, que las partículas atómicas vibran en frecuencias específicas igual que las ondas de luz. Las olas del océano tienen frecuencias –igual que el ritmo de los latidos del corazón–. Dado que todo es un mar de vibraciones en movimiento, resulta natural que nosotros, como seres espirituales, seamos capaces de conectar con otras frecuencias espirituales. Si aceptamos que somos seres espirituales, podremos reconocer más fácilmente a los habitantes del mundo no físico.

El mundo espiritual está tan poblado como el nuestro –una miríada de diferentes guías trabajan en diversas frecuencias todo el tiempo–. En consecuencia, existen muchas clases de guías con los que podemos conectar: los que una vez vivieron en el mundo físico, miembros de la familia que han cruzado al Otro Lado, guías con quienes has compartido vidas pasadas u otros que se han convertido en maestros espirituales para supervisar tu camino, sanadores que pueden asistirte en tus cuidados físicos y emocionales, ayudantes que son capaces de lograr que tu vida cotidiana sea más sencilla, guías naturales y elementales que te conectan con la tierra, espíritus animales que te enseñan el camino y también guías de la alegría para mantener tu ánimo alto cuando la vida se torna dura y pesada. Hay ángeles, santos, devas, maestros y Dios. Incluso hay guías –o mejor dicho, seres que pretenden serlo– que deben ser vigilados, pues no pertenecen a un nivel superior y lo único que hacen es causar problemas (más adelante hablaré un poco más de ellos).

Lamentablemente, también he llegado a advertir que mi segunda naturaleza –tener conciencia de mis guías y trabajar con ellos– no es algo familiar para muchas de las personas que me rodean, acaso la mayoría. Me entristece comprobar que hay muchos individuos que no son conscientes del plano espiritual y que, desvinculados de sus guías, luchan con miedo y desesperación, sintiéndose solos y abandonados en su batalla con la vida e ignorando el entrañable apoyo espiritual que en todo momento tienen a su disposición.

Como he tenido la dicha de recibir el apoyo de mis guías y he conocido su existencia desde mi infancia, mi misión en la vida es ayudar a los demás a tomar conciencia de sus propios guías. He tenido la fortuna de recibir su ayuda y mi mayor anhelo es que todos lleguen a descubrir que también pueden beneficiarse de ella. No me han ayudado por ser una persona especial; nadie lo es. Todos somos criaturas Divinas del Universo y cada uno cuenta con un sistema de asistencia espiritual dedicado a que nuestro viaje en la vida sea más fácil y exitoso, desde el mismo momento de nuestro nacimiento hasta el día en que abandonamos nuestro cuerpo físico y regresamos al espíritu. Es una gran desventaja no ser conscientes de ello.

El Universo ha sido diseñado para cuidar y orientar a todas sus criaturas: las aves tienen radar, los murciélagos tienen sonar y nosotros contamos con los guías. Cuando despertamos nuestro sexto sentido y aprendemos a conectar con nuestros guías angélicos, nuestra vida se convierte de una forma completamente natural en un modelo de flujo continuo gracias al cual nuestras almas evolucionan, cumplimos el propósito de nuestra vida y logramos que nuestro tiempo en la tierra sea infinitamente ameno.

Este libro te ofrece algunas indicaciones que te ayudarán a conectar con tus guías espirituales para que puedas disfrutar de la abundancia, el apoyo y el gozo a los que tienes pleno derecho.

Todos somos «bebés» de la Madre Benevolente y Dios Padre, y nuestro derecho por nacimiento es tener una vida dichosa y fascinante. Sin embargo, la clave para recibir esos regalos es aceptar que no podemos triunfar por nuestros propios medios; debemos abrir nuestro corazón y nuestra mente para recibir la ayuda amorosa que está a nuestra disposición. Al embarcarte en este viaje, pronto te beneficiarás de esa ayuda, del éxito y de las bendiciones hasta un nivel que superará tus más ambiciosas fantasías. De modo que ¡vamos a ponernos en marcha!

PORTADILLA

Cómo utilizar este libro

La intención de este libro es enseñarte a conectar directamente con tu sistema de ayuda espiritual y comunicarte con los diversos asistentes celestiales que están a tu disposición y que te acompañarán en el viaje de tu alma. Voy a enseñarte quiénes son, de dónde proceden, de qué forma desean ayudarte, cómo puedes comunicarte con ellos fácilmente y cómo descifrar la forma en que ellos se dirigen a ti.

Conocerás el mundo espiritual paso a paso, para que tu sensibilidad se desarrolle de manera natural. En cada capítulo incluyo descripciones de los guías, y además explico sus diferencias y comparto historias que ejemplifican cómo cada tipo de guía me ha ayudado a mí o a otras personas. También te enseñaré algunos ejercicios básicos y sencillos que puedes practicar a diario para consolidar la conexión directa con tus propios guías.

Te presentaré a los guías de uno en uno, para que puedas percibir su energía e influencia, y luego llegará tu turno para poner en práctica los diversos métodos intuitivos que te conectarán directamente con cada tipo de guía. Este enfoque te servirá de entrenamiento para empezar a pensar como una persona que tiene conciencia de los espíritus y que emplea su sexto sentido para aceptar la colaboración de sus guías espirituales así como para disfrutar de una vida libre de estrés y de miedo.

Esquema del libro

Este libro se divide en seis secciones o temas y comienza con las herramientas básicas para convertirse en una persona sensible al mundo del espíritu. Una vez que lo consigas, aprenderás a preparar tu cuerpo para sintonizar con la energía sutil y luego avanzarás paulatinamente hacia los reinos más sutiles y superiores, específicos de la ayuda espiritual. Te indicaré cómo conectar con tus guías, cómo trabajar con ellos y cómo llevar una vida guiada por los espíritus.

Considera este libro como un curso de formación, que puede asemejarse a una clase de música. Al principio aprenderás las notas del reino del espíritu, luego las melodías de la guía espiritual y finalmente la composición y la orquestación de una vida creativa, guiada por lo Divino y basada en el sexto sentido. Al permitirte ser guiado por lo Divino, entrarás en el flujo de la vida y comenzarás a experimentar la magia de este maravilloso Universo.

Aproxímate a este libro con tu propio ritmo y trabaja con tus guías dando un pequeño paso cada vez. Si lo deseas, lee cada capítulo varias veces y luego practica el ejercicio sugerido al final durante un par de días para ver qué es lo que sucede. Cada capítulo se desarrolla a partir del anterior, ofreciéndote así una base sólida para reconocer la guía espiritual y confiar dócilmente en tus guías, cualesquiera que sean las circunstancias que imperen en tu vida.

Considera el libro como una especie de viaje por el mundo espiritual en el que yo soy tu guía turística cualificada. Como he trabajado con guías durante toda mi vida (y durante más de treinta años también he enseñado a otras personas a conectar con los suyos), estoy muy familiarizada con el mundo espiritual y me siento muy cómoda en él. Ahora es tu turno de aprender lo que yo ya sé.

Cuando decidas trabajar con tus guías espirituales, cambia las reglas que gobiernan tu vida para que sea más sencilla. A través de las prácticas sugeridas comenzarás a sentir la ayuda que el Universo pretende ofrecerte. Aunque todos tenemos el potencial para ser guiados, no es suficiente con desearlo. Así como por el mero hecho de ver un vídeo de ejercicios no se consigue tener abdominales de acero, conocer a los asistentes espirituales o anhelar su ayuda tampoco es suficiente para abrir la puerta que nos conduce al mundo del espíritu. A menos que pidas expresamente su ayuda cada día, lo único que conseguirás será bloquear la poderosa guía interior que te ofrecen.

Acaso te parezca un poco extraño estar tan pendiente del Otro Lado, pero si perseveras pronto disfrutarás del proceso –después de todo, los guías son divertidos y tienen un gran sentido del humor–. No dudes en solicitarles toda la ayuda que necesitas, pues ellos están allí para colaborar contigo.

Presta atención a todas las claves sutiles que surgen en tu conciencia y no descartes la presencia de los guías por esperar que aparezca el equivalente espiritual de Elvis. La instrucción espiritual es sutil, de modo que a ti te corresponde elevar tu conciencia lo suficiente como para reconocer y aceptar la ayuda de tus guías, tal y como te la brindan. Si te dedicas a conectarte con los diversos guías que existen de forma periódica, pronto observarás que el curso de tu vida se torna mágico y ésa será la prueba de que ellos están trabajando para ti.

Lo más engorroso es aprender a aceptar la ayuda, pues hemos sido condicionados a que para conseguir cosas hay que luchar –e incluso este aspecto de la vida nos resulta interesante–. Sin embargo, una vida guiada por los espíritus nos libera de la lucha. Antes de empezar tu entrenamiento, pregúntate: «¿Cuántas cosas buenas podré soportar?». Para una persona que utiliza el sexto sentido y que agradece recibir la orientación de los espíritus, la respuesta debería ser: «Todo lo bueno que se presente». No tardarás mucho en disfrutar de los beneficios y del apoyo a los que tienes absoluto derecho. Si te comunicas con tus guías abriendo sinceramente tu corazón, ellos te responderán. De hecho, no pasará mucho tiempo antes de que las personas que te rodean comiencen a preguntarte cuál es el secreto para tener una vida tan maravillosa.

Como seres espirituales que somos, nuestro Creador nos ofrece un amor y un apoyo muy íntimos. Nunca estamos solos y tampoco debemos afrontar más de lo que somos capaces de soportar sin haber recibido antes todo lo que necesitamos para triunfar. Aspiramos a elevarnos por encima de las luchas terrenales y a disfrutar de una vida de gracia donde todo fluya sin dificultad. Eso es lo que ansiamos porque sabemos intuitivamente, con cada una de nuestras células, que somos capaces de conseguirlo. La fórmula es muy simple: dejar de resistir y empezar a escuchar la ayuda cordial que pueden ofrecerte tus guías y el mundo espiritual. Para ellos es un placer servirte y ayudarte… ¡Permíteles hacer su trabajo!

PARTE I

Bienvenidos al
mundo del espíritu

autor

Capítulo 1

En primer lugar, debes
reconocer tu propio espíritu

Antes de que puedas identificar la presencia de tus guías espirituales, primero debes familiarizarte con tu propio y bello espíritu. Aprender a verte de otra forma puede parecer un concepto novedoso, pero refleja la verdad de lo que eres –y de lo que todos somos.

A lo largo de toda mi vida, mi madre se ha referido a nosotros como si fuéramos espíritus y nosotros hemos hecho lo mismo con ella. En medio de una conversación informal, a menudo preguntaba: «¿Qué es lo que tu espíritu quiere?» o: «¿Qué dice tu espíritu?». Saber que yo era uno de ellos me facilitó conectarme con los espíritus que podían ayudarme, tanto en este plano como en otros. Crecí con esta idea de mí misma y de los demás, y acepté esta realidad sin esfuerzo –pero el poder de esa verdad nunca se hizo tan evidente como cuando nació Sonia, mi hija mayor.

Recuerdo la paz y la serenidad que emanaba cuando vino al mundo; parecía un Buda. Al principio estaba inmóvil y ligeramente azul, pero luego repentinamente respiró por primera vez y entró en la vida con una fuerza tremenda. Entonces su piel se tornó rosa y brillante, y gimió para anunciar al mundo que había llegado. Allí mismo, ante mis ojos, fui testigo de cómo su alma entraba en su cuerpo infundiéndolo de vida con su primera respiración. Desde entonces me resulta imposible mirar a otro ser humano, incluyéndome a mí misma, sin pensar en que todos hemos pasado por un momento similar. Reconocer que quien te otorga la vida es tu propio espíritu te ayudará a apreciar la fuerza formidable que existe dentro de ti.

Aunque todos compartimos el mismo hálito eterno de vida, éste se manifiesta de un modo diferente en cada uno de nosotros. Tu espíritu tiene su propia presencia –una vibración totalmente distinta de tu personalidad (la cual, en gran medida, se forma como un escudo defensivo alrededor de tu espíritu). La mejor manera de conectar con él es empezar por admitir qué es aquello que te da la vida.

Comienza por analizar cómo es realmente tu propio espíritu. ¿Cómo podrías describir la eterna y fogosa fuerza vital denominada ? ¿Es gentil, apasionada, dominante, indecisa, creativa, tímida o juguetona? ¿En qué sector de tu vida te sientes más competente? ¿Qué actividades te absorben tanto que te pierdes en ellas? ¿Qué eleva e inspira tu alma?

A continuación empieza a tomar nota de cuáles son los elementos que alimentan tu espíritu. Es decir, ¿qué experiencias, actividades y energías le dan fuerza, lo vigorizan y alimentan, haciéndote sentir completamente satisfecho con tu vida y a gusto en tu propia piel? ¿Qué te deleita y te sorprende? ¿Qué es lo que te conecta con la vida, te ayuda a afrontarla con determinación y te hace sentir en paz contigo mismo?

Por ejemplo, yo me alimento de música clásica, de hermosos tejidos y perfumes exóticos. Mi espíritu ama la naturaleza, especialmente las montañas y el aroma de los pinos, los viajes exóticos, hablar francés, los bazares egipcios, recorrer Nueva Delhi en rickshaw... Y también contar cuentos, enseñar a otras personas a conocer su espíritu y, por encima de todo, bailar. Cualquiera de estas actividades afirma mi propio ser y me hace sentir satisfecha, realizada y conectada a la tierra.

El espíritu de mi marido es muy diferente al mío –ama la acción, el movimiento y hacer varias cosas a la vez–. Se revitaliza cuando sale a montar en bicicleta, cuando esquía montaña abajo a toda velocidad o cuando sale a pasear por la naturaleza en verano. Su espíritu también es sensual aunque más orgánico que el mío –el olor y la visión de un puesto de una granja junto a la carretera, los mercados de especias en la zona hindú de nuestro barrio en Chicago o los cubos de pescado fresco en el mercado de nuestra ciudad le producen verdadero júbilo.

¿Prestas atención a todo aquello que fortalece y alimenta tu propio e incomparable espíritu? ¿Cómo de sensible y consciente eres de tus necesidades? ¿Te alimentas con experiencias que te resultan imprescindibles para prosperar?

Recuerdo ahora una lectura que hice para una mujer llamada Valerie, aquejada de una grave depresión y fatiga y, en mi opinión, de un extremo aburrimiento espiritual. Como consecuencia, era incapaz de pasar un solo día sin sufrir un colapso que la dejara al borde del agotamiento. Ignorando qué misteriosa enfermedad podía causar tal pérdida de vitalidad, consultó con diferentes médicos, sanadores y videntes en busca de una respuesta, y se sometió a todo tipo de pruebas –desde la del hipotiroidismo, la enfermedad de Lyme y la alergia al moho y al metal, hasta el virus de Epstein-Barr–, pero lo único que obtuvo fueron resultados negativos y ninguna respuesta concreta.

Al borde de la desesperación, se puso en contacto conmigo. Identifiqué su problema de inmediato: sufría un caso severo de lo que denomino «anorexia psíquica» o, dicho de otro modo, un espíritu al borde de la inanición. Sus guías me revelaron que era artista por naturaleza y que adoraba interpretar buena música y crear jardines cautivadores. Valerie era una persona contemplativa cuya alma florecía en períodos de serena creación y oración. Su espíritu era amable y necesitaba la compañía de los animales, la belleza de las flores y la calma de una vida apacible y reservada en un entorno natural.

Unos años atrás Valerie había disfrutado de todas estas cosas en una pequeña ciudad de Wisconsin; entonces estaba sana y se sentía feliz. Poco después se casó con su gran amor del instituto, que trabajaba como mecánico de aviación y buscaba constantemente nuevos trabajos, movido por su deseo de prosperar. Desde su boda, se habían mudado seis veces en cinco años, principalmente a grandes ciudades donde compartían pequeños apartamentos con extraños porque no se podían permitir pagar el alquiler de una casa. El espíritu de su marido amaba la aventura y la excitación pero el de ella estaba traumatizado y moribundo.

Por lealtad a su marido, mi clienta había perdido la conexión consigo misma y su energía se había agotado completamente. Sus guías afirmaban que debía retornar a una vida natural y tranquila, y dejar atrás todos esos cambios abruptos y frecuentes, con el fin de revitalizar su espíritu y su cuerpo.

«¿Me sugiere usted que me divorcie?», me preguntó después de que le hubiera transmitido ese mensaje. Evitando pronunciarme sobre la decisión, respondí: «Sólo le digo que debería tener más conciencia de cuáles son las cosas que alimentan su alma y luego hacer todo lo necesario para sentirse mejor».

Hay algo curioso en relación con el espíritu: cuando eres sensible a sus necesidades y decides prestarle atención, las cosas empiezan a aclararse y todo parece recobrar la calma.

Valerie me escuchó, estuvo de acuerdo conmigo y por primera vez en años decidió estar atenta a su espíritu. Dejó a su marido para trasladarse a una zona tranquila donde pudo volver a vivir en compañía de animales, caminar en medio de la naturaleza, relajarse a solas y tocar el piano. Su marido no le pidió el divorcio –en lugar de hacerlo decidió trabajar diez días en Nueva York y luego pasar cuatro o cinco días con ella en Wisconsin–. Como a ella le encantaba estar sola y él era un apasionado de la aventura y los cambios, el arreglo funcionó de maravillas. Poco a poco, Valerie recuperó su vitalidad y su espíritu demostrando que sus guías habían acertado al sugerirle que volviera a todo aquello que realmente la nutría.

Muchos de mis clientes admiten que disfrutan de muy pocos momentos en los que su espíritu se siente alimentado y cuidado; ellos se limitan a seguir bregando, movidos por el sentido de la responsabilidad y el deber. Sienten que están soportando la vida en lugar de vivirla –¡y no hablemos de disfrutarla!

Si sientes lo mismo, debes aceptar que también te has endurecido y te has vuelto indiferente a tu espíritu y, como consecuencia, te has desvinculado del mundo espiritual y de todas sus dádivas.

En nuestra cultura puritana, donde se alienta a las personas a poner a los demás por delante de sí mismas y en la que cualquier interés o cuidado personal es tildado de «egoísmo», no es difícil comprender cómo se produce este tipo de insensibilización. Hasta que inviertas este extenuante pensamiento, tu espíritu no dejará de sufrir y te estarás negando a recibir orientación del mundo espiritual.

¿Sabes cómo alimentar a tu espíritu?
Haz la prueba de...

– escuchar música que te eleve el ánimo

– cantar

– disfrutar de largos baños con sales de agradables aromas

– meditar

– decorar tu hogar con flores frescas y plantas

– no hacer nada

– pasear

– llenar de velas tu dormitorio y usar una buena almohada

– leer revistas de viajes exóticos

– hacer ejercicio físico

– rezar

– hacer las cosas más lentamente

– reírte

Tu primera tarea es alimentar y cuidar tu espíritu. Si no estás conectado a él, lo más probable es que tampoco puedas escuchar la información que te ofrecen tus guías. Comienza por prestar mucha atención a tu vida cotidiana para reconocer los momentos en los que te sientes a gusto y en paz con lo que haces. ¿Qué es lo que estás haciendo? Céntrate en actividades que sean placenteras y te den satisfacciones –mejor aún, fíjate en los momentos en que ríes, libre de preocupaciones, sintiéndote ligero–. Éstas son las ocasiones en las que tu alma está inspirada y ésas son las experiencias que te permiten abrirte al vasto mundo de los guías espirituales. Intenta ser muy consciente (y sincero) de los momentos en que percibes a tu espíritu, porque si lo escuchas y le ofreces lo que necesita te sentirás tranquilo y satisfecho.

Posiblemente, a algunas personas les resulte muy fácil saber lo que necesita su espíritu; en ese caso les bastará con animarse a ofrecerle todo aquello que le sienta bien. Por ejemplo, si amas la naturaleza puedes dar un paseo, correr un rato por el parque o dedicar unas horas al jardín una vez a la semana sin sentirte culpable, y eso será suficiente para alimentar y restaurar tu espíritu. La clave es no sentirte culpable. Si te encanta salir de compras y explorar lugares exóticos, te bastará con pasar algunas horas en un nuevo vecindario recorriendo tiendas que no conoces. No tienes por qué comprar nada –disfruta simplemente de la aventura sin ninguna excusa ni necesidad de justificarte por dedicarte un poco de tiempo–. Y no te dejes intimidar por la idea de que atender a tu espíritu puede convertir tu vida en un caos... Cuando se trata de ser sensible a tu propio espíritu y de responder a sus necesidades, un poco significa mucho.

En ese momento inicial en el que reconoces a tu propio espíritu, encuentras por primera vez a tus maravillosos guías y compañeros. Mi madre, por ejemplo, era muy aficionada a coser y solía pasar muchas horas en silencio en la sala de costura, donde se sentía conectada con sus guías e incluso mantenía largas conversaciones telepáticas con ellos. De hecho, cuanto más nutría su espíritu y más en paz se sentía, más fácil le resultaba conectar con la energía sutil de sus guías.

Si has estado tan desconectado de tu espíritu que ni siquiera sabes por dónde empezar, no debes preocuparte. Si estás realmente dispuesto a volver a conectarte, todo lo que necesitas es una pequeña exploración para recordar el proceso. La clave para dominar los eficaces ejercicios que te propongo para alimentar tu alma reside en reconocer que no hay un camino correcto para volver a conectarte con tu espíritu –lo único que se requiere es estar interesado, tener curiosidad, ser sensible y, especialmente, hacer todo aquello que verdaderamente te hace crecer–. Si atiendes a tu espíritu con asiduidad, serás cada vez más consciente de él y esto, a su vez, te abrirá la puerta de conexión con tus guías espirituales para recibir su apoyo.

Tu turno

Dedica entre quince y veinte minutos cada semana a ocuparte exclusivamente de ti mismo. Durante ese tiempo permítete disfrutar de alguna actividad que te entusiasme, como puede ser tocar el piano, arreglar el jardín o simplemente soñar despierto mientras tomas una taza de té –sin sentirte culpable–. De forma gradual, añade otro período sin actividades dos veces a la semana en lugar de una, y luego podrás seguir aumentando los períodos que reservas para tu recreación. Deberás recordarte una y otra vez que esta decisión es muy valiosa, especialmente si no estás acostumbrado a gozar de tiempo libre o a conectarte con tu espíritu.

Quizás tengas que enseñar a otras personas –por ejemplo, a los miembros de tu familia, especialmente a los niños, que es posible que no estén habituados a que en determinadas circunstancias no pueden interrumpirte– que se trata de un momento íntimo y que debe ser respetado. Reconozco que puede parecer una misión difícil, pero si comienzas por intervalos de quince minutos, todos podrán adaptarse fácilmente a la nueva situación… ¡incluso tú!

También puedes destinar algunos minutos cada mañana –por ejemplo, cuando estás en la ducha o preparándote para iniciar el día– para pensar: «Si no tuviera miedo...».

Por ejemplo:

«Si no tuviera miedo, me tomaría los domingos para relajarme.»

«Si no tuviera miedo, usaría calzado de mejor calidad.»

«Si no tuviera miedo, llamaría a mi madre con más frecuencia y le diría que la quiero.»

Repítelo en voz alta y deja que tu corazón –la sede de tu espíritu– hable libremente y sin censuras. Después de unas pocas sesiones, te sentirás más libre para ocuparte de todo aquello que te fortalece y alimenta.

Capítulo 2

Entrar en el vasto
mundo espiritual

Una vez que tomes conciencia de tu propio espíritu, el siguiente paso en el proceso de conectar con tus guías será reconocer la energía espiritual de las personas y de los seres vivos que te rodean, así como tenerla siempre muy presente. Los físicos cuánticos nos dicen que más allá de las apariencias, todo lo que existe en el Universo está compuesto por conciencia pura vibrando en diversas frecuencias –los objetos físicos parecen sólidos y aparentemente separados pero, en realidad, son energía en movimiento que se desplaza a una rapidez increíble creando una ilusión de solidez.

Hace muchos años, mientras aprendía las artes de la sanación y del psiquismo, mi maestro y consejero, el doctor Trenton Tully, me enseñó que las cualidades físicas son la fuente de información menos precisa y que, a la hora de extraer conclusiones o tomar decisiones, nunca deberíamos fiarnos exclusivamente de ellas. Este consejo me ayudó a abrir los ojos para ver lo que es real y verdadero, apartando el velo que existe entre los mundos físico y no físico.

El mundo espiritual vibra a un nivel totalmente diferente que el mundo físico –no puede ser registrado por el ojo pero, cuando uno comienza a ejercitar la propia conciencia y presta mucha atención, la mente puede percibirlo y experimentarlo–. Para sintonizar con estas vibraciones, comienza por reconocer las energías singulares que te rodean. Al principio quizás te parezca extraño, pero con un poco de imaginación y concentración pronto será asombrosamente sencillo. Empieza por las personas más cercanas, por ejemplo aquellas con las que convives o trabajas, e intenta sentir y describir su espíritu, tomando nota de las diferencias que identifican y caracterizan a cada individuo y lo convierten en un ser único.

Para conectar con la energía de las personas de tu entorno, limítate a cerrar los ojos y dejar que tu atención se deslice desde la mente hacia el corazón. (Las personas que tengan dones innatos para la empatía sabrán de inmediato a qué me refiero, pues es muy probable que reconozcan de un modo natural las vibraciones vitales que las rodean, aunque no las hayan identificado concretamente con los espíritus.) A continuación, detente en un individuo determinado e intenta percibir su vibración particular –incluida la de sus guías espirituales–. Describe lo que sientes, preferiblemente en voz alta, ya que cuanto más te expreses verbalmente más se ampliará tu conciencia.

Por ejemplo, yo describiría el espíritu de mi hija Sonia como amable y sensible. Puede resistirse al cambio, lo que la hace ser coherente, conectada a la tierra y sólida. Su alma es fuerte, comprometida y serena, aunque puede ser también feroz y despiadada si las circunstancias así lo exigen. Mi familiaridad con su espíritu me permite reconocer su vibración personal en cualquier sitio.

En cierta ocasión me encontraba en unos grandes almacenes cuando, de pronto, comencé a percibir la cercanía de mi hija. A pesar de saber que estaba pasando el fin de semana en casa de una amiga y que no tenía ninguna intención de salir de compras, mi percepción era tan intensa que me giré para ver si estaba detrás de mí. Al no encontrarla seguí mi recorrido; sin embargo, cinco minutos más tarde oí su voz a mis espaldas –la madre de su amiga las había llevado al centro comercial para ir al cine y habían decidido entrar en la tienda hasta que empezara la película–. Al igual que yo percibí su presencia, su familiaridad con mi propio espíritu le indicó que me encontraba cerca de ella.

Percibir el espíritu de los demás y del inmenso mundo que nos rodea nos permite aspirar a nuevos niveles de experiencias positivas. Mi clienta Harriet, por ejemplo, me comentó que nunca se había puesto a pensar que era un espíritu; con todo la idea la intrigaba y atraía, pues prometía otorgarle un poco de color y emoción a su aburrida existencia. Aunque al principio se mostraba un poco indecisa, aceptó mi consejo y pronto comenzó a intentar ver más allá de lo que le mostraban los ojos.

Harriet tenía sesenta y siete años, vivía sola desde hacía más de treinta (debido a una mala experiencia matrimonial) y trabajaba a media jornada como secretaria de una compañía de seguros. Se sentía muy limitada y su vida le resultaba monótona y tediosa; quería saber qué era lo que debía modificar para que fuera más emocionante y satisfactoria. Lo primero que observó fue que el espíritu de su jefe era denso y aburrido, y que su depresiva energía la estaba contaminando. Por otro lado, percibió el espíritu abierto, ligero y extremadamente brillante de un vecino de su edificio –algo que había pasado por alto durante tres años.

Al sentirse atraída por la energía positiva de su vecino, decidió entablar relación con él y, al hacerlo, descubrió que era un hombre muy amable. Después de varias conversaciones alegres y animadas –incluida una en la cual ella le comunicó que su espíritu le resultaba encantador–, él la invitó a participar en la reunión del club de bridge que se celebraba en su apartamento dos veces al mes. Allí conoció a un dentista que, posteriormente, la contrató como recepcionista para su nueva consulta en el centro de la ciudad. Cuando ella le preguntó el motivo de su propuesta, ¡el dentista le confesó que le había gustado su espíritu!

Por el mero hecho de percibir la verdadera energía de los demás, en un plazo de dos meses Harriet hizo nuevos amigos y consiguió otro trabajo. Al ampliar su conciencia, primero de su propio espíritu y luego del espíritu de otras personas, su existencia cambió por completo y empezó a beneficiarse de una situación muy favorable que le reportó los cambios positivos que estaba buscando.

Cuando pido a mis alumnos que describan el espíritu de los demás, su primera reacción es quedarse paralizados. Eso es algo muy normal cuando «el vasto mundo espiritual» es algo novedoso, de manera que relájate y considéralo una aventura emocionante y no una prueba metafísica. Lo curioso es que aunque tu cabeza no consiga hacer lo que le pides, con «un ligero codazo» tu corazón (que, como recordarás, es la sede de tu espíritu) hablará más alto y registrará la energía y la vibración que normalmente estás acostumbrado a ignorar.

Claire, una estudiante que practicaba este ejercicio, se sorprendió al descubrir el espíritu sorprendente y sensual de su compañera de trabajo, una mujer mayor que ella y con un estilo «muy conservador». Gracias al ejercicio se enteró de que detrás de su aspecto formal se ocultaba una mujer que llevaba años bailando flamenco los fines de semana.

«Es increíble. A juzgar por su apariencia jamás hubiera sido capaz de adivinarlo», comentó Claire entre risas. Al conectar con el espíritu de su compañera, a la que antes consideraba tranquila y apocada, mi alumna pudo disfrutar de uno de los mayores beneficios del vasto mundo espiritual: permitir que su propio espíritu se reuniera con otros espíritus semejantes para enriquecer su vida –¡e incluso ir a bailar flamenco de vez en cuando!

¿Sabías que...

...la mayor ventaja de aprender a ver el espíritu de todas las cosas es que tu mundo adquiere vida y tu corazón y tu imaginación comienzan a dedicarse a la creatividad a jornada completa? Al ver el mundo a través de los ojos del espíritu comenzarás a conocer las conexiones ocultas, las oportunidades y el apoyo que están a tu disposición y delante de tus propios ojos. ¡Esta percepción es otro pequeño salto para conectar con los planos que no son físicos y con tus propios guías espirituales!

Un método para ampliar dicha percepción es aprender a distinguir las energías particulares de tus mascotas. ¿Puedes percibir e identificar el espíritu de tu perro, de tu gato o incluso de tus peces? Yo, por ejemplo, sé que el espíritu de mi caniche, Miss T., es muy sensible, humorista y bastante orgulloso. Se siente infeliz cuando está desaliñada, y sale contenta de la peluquería canina después de un baño con champú y un corte de pelo elegante. Sin embargo, la perra de mi vecina, Emily, tiene un espíritu menos especial que Miss T. –de hecho, le importa menos estar acicalada, es bastante aventurera y siempre está dispuesta para correr y jugar–. Su espíritu es tonto, curioso y mucho más confiado que el de mi caniche.

Durante veinte años he preguntado a las personas cómo es el espíritu de su mascota y nunca he encontrado a nadie que no fuera capaz de describirlo exactamente –y con mucha más precisión que cuando definen el de las personas que forman parte de su vida–. El hecho de que su alma nos sea tan familiar y que siempre estemos atentos a sus necesidades acaso se deba a que los animales de compañía son muy cariñosos y aceptan nuestra propia alma de una forma incondicional.